El guardia Antonio Rausell Todolí está muerto pero antes se disfrazó de bandolero, como llamaban a los del monte los civiles, y subió al Cerro de los Curas para liquidar definitivamente a los que quedaban de la cuadrilla de Ojos Azules
—Con este papel de desafecto al Régimen no levantarás cabeza hasta que te mueras
y también le dijeron a Justino, en el cuartel, que no se explicaban cómo con un expediente tan negro como el suyo no le habían fusilado al acabar la guerra
—Ya tuve cárcel y en el cuerpo no me caben más palos de los que me pegaron entonces
—Pero ahora es peor, hombre, ahora no te vas a levantar el sambenito de rojo en tu vida y a los rojos les damos por el saco hasta que nos cansamos, que no sabemos cómo somos tan tranquilos contigo, con ese expediente que tienes.
A la semana siguiente le cortaron tres algarrobos a Mariano del Toro, el alcalde, en la partida de los Barrancos, y Máximo dijo en el ayuntamiento que había visto a Justino bajar con la mula aquel mismo día de allí hacia el pueblo
—Yo estuve por todo el día en Los Llanos y no sé nada de cortar algarrobos
y le molieron las piernas a palos, otra vez y otra, como le molían a palos antes de que Sebas y Nicasio se fueran al Cerro de los Curas y él se quedó en Los Yesares porque no era ningún héroe ni le habían puesto nunca una medalla en el pecho, como se la pusieron a Nicasio en la escuela porque sacó una cabra de un incendio cuando eran unos críos y no levantaban dos palmos del suelo
—Yo les llevaré donde el de los ojos azules y a ver si acaban ya con este infierno.
De aquella traición salió la muerte de Bernabé el de la Almeza y el prendimiento de Ojos Azules y ahora ha sido él quien se inventó la traición y después del engaño acaba de clavarle el cuchillo de la muerte al guardia Rausell Todolí. Y en la sangre mezclada con la lluvia del civil, Justino descubre la sangre de Rosario y las muertes de Bernabé y los colegas del monte, el miedo de la gente que se queda en el pueblo para dormir al raso del terror todas las noches de su vida, cómo se sumergen las sombras profundas de la desesperación en el río donde Royopellejas dejó a su mujer para que fuera a dormirse eternamente con los peces y con los submarinos.
A él sólo le queda ahora esperar la muerte y que no se le encojan las agallas cuando se adelante un paso y les diga a Sebas y a Nicasio que es mejor matarse de un tiro que vivir siempre entre el desprecio de los suyos
—Estoy empatado a traiciones, Sebas, y ni ese empate me deja en paz por las noches cuando quiero dormir y me salen por el sueño los fantasmas oscuros de la muerte
—Déjate de leches y te quedas aquí, con los tuyos, y luego, cuando esto se acabe, ya veremos qué quieres hacer o qué no quieres hacer
dejó hablar a Sebas y después atravesó el bosque de sabinas y el olor a jarabe del romero y cuando se escuchó el tiro desde la masada, Sebas sólo pudo levantar los ojos y ver cómo una perdiz subía hacia las nubes desde un punto de color gris todo lleno de coscojas y de cagadas de zorra.