Mariano del Toro se sube los pantalones hasta más arriba de la cintura, revisa la hebilla de su cinturón medio oxidada y le dice a su mujer que le cepille la chaqueta de pana negra para el entierro del maestro. Cuando le hicieron alcalde y jefe local del Movimiento tuvo que pelear fuerte con Delmiro, que era jefe de Falange al acabar la guerra y no veía con buenos ojos a Mariano para ocupar el cargo. Al final destinaron a Delmiro a la sede de Valencia y Mariano se convirtió en el primer alcalde del régimen en Los Yesares. Su mujer se llama Sagrario.
—Tenía un boquete en la cabeza y un chorro de sangre le llegaba hasta la oreja y había tantas moscas que era como si la pistola hubiera disparado moscas negras en vez de la bala que lo mató
—Si los fusilarais a todos no tendrían tantas agallas como tienen, seguro que no las tendrían
le dice la mujer mientras pasa la plancha de hierro por la camisa azul y ve cómo Mariano se mira al espejo una barriga gorda y los pantalones negros recién planchados
—Tú lo ves muy fácil eso de fusilarlos a todos
—Lo mismo de fácil que quemarle las manos al hijo de Guadalupe la de Sebastián, lo mismo de fácil
—Es que eso no es cosa mía sino de la guardia civil
—Eso es cosa tuya como también es cosa tuya que esa gentuza que mató a mi hermano campe a sus anchas por el pueblo
—Tu hermano se murió de tonto y no sé por qué te empeñas en que sea un héroe
—Tú sí que eres un héroe, ¿verdad?, tú te pones esta camisa y ya eres más valiente que nadie.
El hermano de Sagrario se llamaba Roberto y se fue a la guerra con los republicanos porque en Los Yesares casi todos hicieron la guerra con los republicanos. Una noche se llenó de pánico y desertó del frente
—Que han encontrado a su hijo tieso como un palo
le dijeron al padre de Sagrario y de Roberto en el ayuntamiento
—Se quedó dormido en un ribazo y la nieve lo dejó como una estatua de mármol.
Al entierro del maestro han venido los falangistas de los pueblos cercanos y un cura que ayudará en la misa a don Cosme. En Los Yesares hay el silencio de siempre, el mismo miedo, el trajinar incesante del silencio y el miedo por las calles y también hay en las casas una quietud que es la quietud del desastre temido para mañana mismo, cuando todo el pueblo sepa que se está preparando una guerra sin cuartel contra los del Cerro de los Curas, que vendrán a Los Yesares refuerzos de la Villa y de la comandancia de la capital y que esos refuerzos no dejarán un matojo del monte sin rastrear
—Se van a acordar esos hijos de puta de lo que vale un maestro nacional
ha dicho Mariano del Toro.
Y Sagrario ni le ha contestado. Ni le ha mirado siquiera. Sólo mueve la cabeza y le alarga la camisa azul para que la luzca en el entierro.