En el Alto de la Montalbana hay una nube de color naranja y desde allí desciende el camión de Luis Cadenas cargado con sacos de harina y botellas de gaseosa. Cerca de Villa del Obispo le echan el alto dos hombres vestidos de pana y jerseis de lana gorda que llevan escopetas de caza y en las cananas dos o tres bombas y, uno de ellos, el más alto, un cuchillo de monte con la funda rota. El chófer se baja del camión y les pregunta qué pasa. Un tordo cruza de parte a parte la carretera y se detiene en una piedra con verdín de invierno que sale del fondo negro de la tierra

—Nos vamos a llevar algunos sacos de harina, ¿tú eres de la Villa?

y Luis Cadenas, que tiene pocos años y mucho miedo, dice que sí, que es de Villa del Obispo y entonces le dicen que con él no pasa nada pero que le diga al jefe de Falange que como siga diciendo tonterías y amenazando a alguna gente le van a dar por el saco. Se lo dicen así, con esas palabras, que son las que unas horas más tarde repetirá Luis Cadenas en el Ayuntamiento, en presencia del alcalde, que es también jefe de la Falange y uno de los agricultores más ricos del pueblo.

Los dos hombres, con la ayuda del joven, descargan unos cuantos sacos y los dejan junto a una sabina que vigila la carretera. Y lo hacen como si no tuvieran ninguna prisa, como si tuvieran para eso todo el tiempo del mundo. Luis Cadenas no les dice que tiene miedo, que le han entrado de repente ganas de mear, que no sabe si los dos hombres son del maquis o guardias civiles disfrazados de maquis. Porque en su pueblo, desde hace unos meses, no se habla de otra cosa, de que los civiles se han infiltrado en las cuadrillas de huidos vestidos con pantalones de pana y jerseis gordos de invierno, calzados con botas de cuero medio rotas y armados con escopetas de caza y bombas de mano.

Cuando entre en el ayuntamiento, lo recibirá la cara de pocos amigos del alcalde y jefe local del Movimiento, un hombre que no llegará a los cincuenta años ni a los cincuenta quilos de peso si lo abres en canal y luce un bigotito cursi que se parece al del Generalísimo. Todo eso piensa Luis Cadenas mientras toma notas el secretario en una libreta de dos rayas, como las que usan los niños en la escuela

—A ésos los capamos y luego machacamos los huevos en el rulo de la almazara, eso les puedes decir cuando los veas

y Luis Cadenas no le dice que tardará en volver por el Alto de la Montalbana, por lo menos hasta que no se pase lo de los maquis, hasta que no esté todo más tranquilo y se acabe la guerra entre unos y otros, entre quienes ganaron la guerra y todos los demás. Y en todos los demás, Luis Cadenas mete a los maquis y a la gente del pueblo y si mucho le apuran también mete a las ovejas, a los perros llenos de sarna y a las caballerías que suben a Marjana todas las mañanas para arrastrar el arado y agujerear la tierra. Porque Luis Cadenas piensa que la guerra hace iguales a las personas y a los animales y al final no se sabe quiénes son unas y quiénes son los otros. Y ahora ya están en el final, ahora la guerra está agonizando por los montes y en ésa agonía van a morir todos, los hombres y las mujeres, las zorras y los tordos grises que se lanzan a los charcos de agua sucia para beberse las lombrices muertas. Todos los días hay fusilamientos en los murones oscuros de los cementerios, todos los días

—Se llevaron a Norberto Sánchez, a Teresa Rubio y al hermano de Malvina la del Sotero y dicen que a Teresa no pero a los otros dos les han dado la metralla en el cementerio de Paterna

decían el otro día en el bar de los Jazmines, en Villa del Obispo, y ahora Luis Cadenas no le dice al alcalde y jefe local del Movimiento que ya está todo el pueblo cansado de tanto muerto, en Villa del Obispo, en Los Yesares, en Puebla de Montalbán y en Los Barrancos, en todas partes ya no hay más que muertos y ganas de que se acabe la guerra de Franco y la otra, la que no se acaba nunca por los montes entre los huidos y la guardia civil

—Y no sabes quiénes eran los que han parado el camión

—No sé quiénes eran y aunque lo supiera no se lo iba a decir, que yo he de vivir en este pueblo y si ellos me dijeron que le dijera a usted lo que le he dicho, pues se lo he dicho y en paz, y que no aturdan a la gente entre unos y otros

—Lo de unos y otros lo dices como con un retintín o qué

—Lo digo como se lo digo y yo no quiero más que poder trabajar con el camión y no cagarme encima cada vez que salgo para echar un algo al buche con la harina y las gaseosas

—¿Y no sería por un casual Nicasio el de Los Yesares uno de los asaltantes?

—Podría ser y podría no ser, que no estaba yo de los nervios como para verle la cara limpia a nadie, ni a Nicasio ni a nadie.

Al padre de Luis Cadenas se lo llevaron una noche los de Falange y cuando volvió a casa tenía una pierna inútil y la cara como un mapa lleno de ríos y montañas. Cuando acabó la guerra estuvo tres años en la cárcel y desde que los huidos andan por el monte no han parado de llamarlo al cuartelillo de Villa del Obispo y de pegarle palos los de Falange

—Y como vuelvas a tocar a mi padre puedes empezar a voltear las campanas porque te meteré el camión por encima de la cabeza, eso te digo

y Luis Cadenas no sabe de dónde ha sacado las fuerzas para decirle lo que le ha dicho al alcalde, sabiendo como sabe que esa gente no se anda con remilgos a la hora de pegar tiros y palizas, sabiendo como sabe que hace unas horas se ha quedado quieto y muerto de miedo mientras ayudaba a los maquis a bajar los sacos de harina y juntarlos todos en el tronco viejo de la sabina, junto a la carretera

—Yo a ti te conozco, tú eres hijo de Luis Cadenas, el de la Villa

le ha dicho uno de los del monte y él no sabe por qué le conocen y por qué conocen a su padre si él no los conoce a ellos. Y ahora piensa, cuando sube calle arriba a buscar el fuego de la chimenea y la cena caliente, que a lo mejor ése que le decía lo de su padre era Nicasio el de Los Yesares y por eso se lo preguntaba el alcalde

—Yo lo conozco, dile si se acuerda del teatro que hacíamos con Manuel y el tío Lino y también le dices que un día vamos á bajar a la Villa y les vamos a sacar la sangre al alcalde y a los falangistas que le pegaron los palos y le jodieron la pierna.

No les preguntó quiénes eran y se subió al camión apretando los dientes y miró por última vez los sacos arrimados a la sabina

—Dile eso a tu padre y al alcalde dile lo que te hemos dicho, y gracias por la harina, eso por descontado.

Cuando ve a su padre sentado delante de la chimenea le cuenta lo que le ha pasado en el Alto de la Montalbana y lo que habló con el alcalde

—No te metas en líos, Luis, no te metas en líos que las cosas malas hay que meterlas en la orza, como las longanizas y las botifarras, y esperar a que se empapen y luego ya tienen otro gusto

—Yo no me meto en ninguna parte, eso te digo, que no me meto en ninguna parte, pero me jode otra vez el alcalde con sus leyes y lo dejo en el sitio

—Yo ya te he dicho lo que hay.

La madre de Luis Cadenas se murió el último invierno de guerra y hay un retrato suyo en el escullero y otro de la boda con su padre en la alacena grande, recostado en una taza blanca que tiene unas rayas azules dándole la vuelta al asa medio rota.