Cerca de la masada se pasean las zorras y dejan el verde del torvisco meado de amarillo. En lo alto del cerro de Marjana hay una nube que amenaza lluvia, sólo una, y después hay un pedazo de sol que se esconde detrás del bosque de sabinas. El maestro Pastor Vázquez Lorenzo fuma y mira a Sebas y le dice que hay guerras y guerras

—Y no todas son justas, que hay guerras armadas por los hijos de puta como Franco y luego esas guerras siguen y no se acaban nunca. Pero hay guerras, como ésta mismo que armamos nosotros en el monte, que lo que quieren es precisamente que llegue la tranquilidad y la paz sea la comida de todos los días

—Pero cuando se acaba una guerra hay más muerte que vida, Pastor, eso también es seguro

—Lo que pasa es que ahí no hay remedio, tú pegas un tiro y si le pegas a alguien ése alguien se jode y punto, que una guerra sea justa o injusta no significa que los rifles sean de juguete y disparen bolas de jabón en vez de pólvora que mata

—Esta guerra nuestra también se tiene que acabar, que no vamos a estar toda la vida en el monte.

El maestro apaga el cigarro y se levanta del poyo frío para estirar las piernas. Eso dice cuando deja caer la gorra de pana hacia la nuca y se pone a hacer estiramientos y flexiones de espalda a la mirada extraña de su compañero. Porque Sebas lleva unos días con sus pensamientos llenos de negrura, le decía una de las últimas noches Nicasio a Bernabé Torres, el de la Almeza. Aún se escuchaba el eco de «La bien pagá», recién interpretada por Bernabé y Nicanor Pérez. Un tordo volaba por los verdes de sabinas y se tiró en picado sobre un charco de agua marrón. Salió disparado otra vez hacia las nubes negras y un instante se detuvo en el alerón de la masada pintado con verdín y cagadas de rata

—Sebas está tocado, eso de que a Guadalupe la rompan a puñetazos todos los días acaba con su moral

—A Guadalupe y a su hijo, que no paran de joder esos civiles de Bustamante y el día que pillemos a uno de esos hijos de puta le vamos a hacer mear sangre

—Me decía Rosario que la otra tarde le pegaron una paliza de la hostia, cuando lo de la bomba en la central, y que Guadalupe también está en las últimas, que no puede más y que le decía el otro día que igual se pega un tiro y que un día es Rosario la que se ahoga y al otro le toca a Guadalupe llenarse de rabia y morirse de miedo

—Nadie podemos más, Nicasio, que esto no se va a acabar nunca, que Franco no se va a acabar ni con la guerra mundial y aquí al final nos van a cazar a todos como a conejos

—No me vengas tú también con lo de que estamos cansados y que esto no puede durar y tanta leche

—Yo no te vengo con nada, pero es que estamos cansados, Nicasio, y se nos está poniendo cara de zorra y las zorras son mala gente, mala gente y sin pensamientos claros

—Fúmate un cigarro y déjate de cansancios y de zorras.

Cuando ha encendido otro pitillo, Pastor Vázquez piensa en la guerra, en la de ahora por los montes de Los Yesares y en la que tuvo que hacer por las trincheras de su tierra contra los nacionales. Recién acabada la carrera de maestro le cogió la rebelión fascista y cambió la tiza y el borrador de lana de oveja por un rifle medio en serio y medio de juguete que se desviaba más de diez metros en cada disparo

—Así y todo se jodieron una pila de fascistas y cuando acabó la guerra me tiré al monte con otros camaradas de León y de Galicia

—Por aquí se dice que te cargaste al alcalde y al cura de tu pueblo

—Por aquí se dice lo que se dice y también dicen que ahora matamos a la gente del pueblo porque ya no tenemos ninguna solución para arreglar las cosas

—¿Pero te cargaste a esos dos o no te los cargaste?

—Al alcalde le metí un tiro en el corazón y al cura un poco más a la derecha. Los dos cayeron como un saco y se cagaron encima antes de que les diera el pasaporte

—Es raro que un tío que sabe de letra se meta en esos berenjenales de la muerte, me parece que es raro

—La muerte es la muerte y en la guerra hay una muerte distinta, Sebas, que cuando se muere en este tajo es como cuando se mueren los moros, que dicen que van a algún sitio cojonudo y que Alá les va a regalar la vida eterna y por eso mueren contentos y matan por esa idea

—Pues un colega mío se cargó dos o tres moros en el frente y no ponían cara de estar contentos precisamente cuando les entraban las balas por la cabeza a menos de cien metros de distancia

—Es que una cosa es lo que se dice y otra lo que piensas cuando la vida se nos jode de verdad

—Pero tú dices que si morimos en una guerra vamos a ir a algún sitio de puta madre como los moros

—A lo mejor en una guerra justa sí, pero es que aquella guerra fue todo menos eso

—Lo que no sé es si ésta nuestra de ahora es justa, Pastor, ¿qué dices tú?

El tordo ha regresado al charco con las alas más oscuras. En las covaleras del tejado se mueve una culebra con la cabeza tan gorda que parece un dinosaurio. Nicanor Pérez y Bernabé el de la Almeza han empezado su ración diaria de «La bien pagá». El tiempo es una pizarra de color verde donde se van apuntando día a día los gritos de rabia y el silencio

—Y yo qué sé lo que es esta guerra, Sebas, una guerra es una guerra, ¿no?, pues entonces.