En la cueva del viejo Royopellejas duermen una momia de mujer enamorada y el sueño profundo de Nicasio después de que han matado a Máximo García él y dos maquis más recién incorporados a la guerrilla. La mujer de Royopellejas se había muerto una noche de verano y en el último instante se quedó mirándole y le dijo, ya casi sin ojos y sin voz y sin nada, que la dejara navegar río abajo, como si fuera un pez que flota y flota hasta llegar a la eternidad

—Me voy a morir, Pablo, sé que me voy a morir esta noche y mañana quiero que me bajes a la Peña María y me dejes allí, tranquila, con el sol y con los barbos y con las gotas de colonia que me pondrás en el pelo para que huela bien cuando llegue al océano

—Tú no vas a morirte y si te mueres yo me muero también y sanseacabó

—Tú no sabes nada de la muerte y yo la estoy viendo y tiene los ojos parecidos a los de los muertos

—Los muertos no tienen ojos, Teresa, los muertos sólo se callan y es como si al dejar de hablar ya no existieran en ninguna parte

—Pero cuando dejamos de hablar los que no se mueren se acuerdan de lo que dijimos antes de morirnos, Pablo, que eso siempre me has dicho tú que es lo que pasa cuando la gente se muere, que se la recuerda por todo lo que dijo

—Y por todo lo que no dijo, también recordamos a la gente por lo que se guardó en secreto para vivir más años

—Será que los secretos alimentan a quien los guarda

y la mujer se quedó mirando el candil negro y las fotografías que adornaban las paredes de la cueva.

Una tarde, cuando ya se moría también Royopellejas, entraron unos niños en la cueva y vieron que la momia ya no estaba en su sitio, en el mismo rincón donde la vieron otra tarde, cuando entraron sin que los vieran Royopellejas ni su perro. Y él les dijo que la mujer se estaba poniendo fea, y que por eso la había bajado al río, para que se fuera a vivir con los peces y con los submarinos.

Ahora mira a Nicasio y pone tres cucharadas de achicoria en un cazo de agua hirviendo

—Algún día os van a coger y no dejarán ni la piel de vuestras cabezas, Nicasio

—Pero ese día ya quedarán pocos civiles, abuelo, y cuando queden pocos civiles todo estará más tranquilo

—Y también quedará menos gente en Los Yesares y en los otros pueblos, que eso no sale en tus cuentas, que en tus cuentas sólo salen los civiles muertos

—Y los traidores, también salen en mi cuenta los traidores, no se los pierda de vista que ésos no se merecen vivir en ninguna parte

—Todos somos traidores alguna vez, Nicasio, además, que Máximo era amigo tuyo desde siempre

—Eso de amigos se acabó cuando lo que hacía era denunciarnos en el cuartelillo y meter mala sangre en el pueblo contra el maquis

—A mí no me gusta ninguna muerte, Nicasio

y Royopellejas ha mirado las vendas oscuras de la momia y ha encendido un cigarro torcido con una brasa casi consumida

—Me voy antes de que amanezca

le ha dicho Nicasio.

Y se ha quedado quieto un instante, con los ojos cerrados, en silencio. Como si ya fuera una momia en vez de un huido que sigue haciendo la guerra por los montes y por las calles del pueblo cuando alguien les traiciona

—Si algún día me matan, me gustaría que me embalsamaran como ha hecho usted con su mujer

—Venga, duerme un rato y déjate de joder con lo de morirte.