A Francisco Cermeño Fernández le llamaban el Vatios porque antes de tirarse al monte era el electricista de Los Yesares. Llegó al pueblo cuando la construcción de la central eléctrica, después de hacer la guerra con los republicanos en Asturias, y decían que había estado preso y condenado a muerte. Sunta, la hija de Manuel, el panadero, le preguntó una noche a su padre si era verdad que Hermenegildo, el de las muletas, había estado en la cárcel, y Manuel le contestó que casi todo el mundo había estado en la cárcel
—¿Y a Hermenegildo le cortaron la pierna los guardias?
le preguntó la niña y entonces ya hacía algunos años que Francisco Cermeño había huido a Francia, después de andar por los montes con la cuadrilla de Ojos Azules. La pierna de Hermenegildo se la cortó una bala de cañón y cuando salió de la cárcel le dieron un empleo de escribiente en el ayuntamiento.
—Y eso que ha hecho la guerra con los rojos
decía José Sánchez, el primo del alcalde, cuando Paco Cermeño todavía andaba por el Cerro de los Curas con la guerrilla.
Antes de escapar a Francia, el Vatios se cubrió de gloria peleando contra los militares de Franco. A veces se volvía como loco y le echaba a la guerra unas agallas que llenaban de pánico a los guardias y a algunos del pueblo. Una noche se acercó a La Agrícola y cuando le vieron entrar las cabezas se pusieron tiesas como un palo y el culo no les tocaba en el asiento a los de la mesa del alcalde y el cabo de la guardia civil. Con ellos también estaban Enrique Perales, que era jefe de la Hermandad de Labradores, don Cosme, el cura párroco, el maestro don Abelardo y un guardia civil nuevo que se llamaba Norberto Pérez Expósito y en los pocos meses que llevaba en Los Yesares ya había hecho amistad con algunos del pueblo que no eran del bando de los vencedores en la guerra.
—Si es lo que parece, pronto lo trasladarán a otro cuartel o le pegarán un tiro los falangistas
se decía en el pueblo a la lumbre oscura del secreto.
El cabo se llamaba don Gervasio Bustamante y cuando en verano te veía por la calle sin camisa decía que te iba a pegar dos hostias y a colgar por los cojones como colgaría por los cojones a Paco el Vatios y a Ojos Azules si algún día se los encontraba cara a cara
—Que saben Dios y el Generalísimo Franco que más pronto o más tarde caerán y entonces sabrán quién es el cabo Bustamante de la guardia civil.
Cuando Paco el Vatios entró en La Agrícola, se acercó a la mesa del alcalde, que se llamaba Mariano del Toro, y le rozó con la mano el cogote a don Gervasio. El silencio se podía cortar con un cuchillo y la noche se cayó de golpe encima del mostrador. En la pared había dos retratos, uno de la banda de música y otro de Manolete. En la banda de música tocaba el bombo Arturín, un viejo muy conocido en las leyendas de Los Yesares porque había estado en la guerra de Cuba y regresó al pueblo el único año en que nevó todo el invierno. Cuando el Vatios le acarició el cogote al cabo de los civiles seguía sin oírse una mosca y sólo se oyó la voz del recién llegado
—¿Y qué pasaría si ahora te clavara una estocada como la que Manolete les metía por la nuca a mis camaradas, eh, qué pasaría?
Nadie se movía en La Agrícola y el Vatios dejó de pasarle la mano por el pescuezo al civil y le pidió a Josué, el encargado del local, que le pusiera un vaso de cazalla y que le dejara un lápiz negro para pintarle el miedo a la cara de Manolete.
Se bebió la cazalla de un trago y luego escribió en el retrato algo que no se entendía muy bien: si no tubiera matao lislero yo tubiera sacao las tripas so mamón. Luego volvió a rozarle la cabeza a don Gervasio, soltó una risa muy larga y con mucho ruido y salió después de dejar una moneda de dos reales en el mostrador.
Cuando se fue Paco Cermeño, el alcalde me dijo que cogiera la corneta y que hiciera un bando avisando a todo el pueblo que andaba merodeando por las cercanías la cuadrilla de Ojos Azules.
Yo me llamo Lorenzo, soy el alguacil y el sepulturero y por eso también me llaman Turuta y Frankenstein.