A Nicanor el de Losa le gustaba tocar «La ruleta de Montecarlo» con el acordeón que había heredado de su padre. En los bailes de su pueblo le pedían siempre que tocara esa canción y él se enganchaba los tirantes en las paletillas y se arrancaba con los acordes trepidantes que recordaban las fiestas lujosas de los cabarets en las playas del Caribe. Cuando la noche llegaba al Cerro de los Curas, Nicanor salía a la puerta de la masada y sentado en el poyo de piedra la emprendía con su música y sus canciones llenas de nostalgia. Entonces el bosque de sabinas se llenaba de colores y era como si fuera de repente un bosque mágico habitado por los duendes
—Ya podrías aprenderte otra canción
le reprendía todas las noches Bernabé Torres, el de La Almeza
—Es que con «La ruleta de Montecarlo» dejé patidifusa a una forastera rica que vino a Losa un verano
—A mí me gusta «La bien pagá», de Miguel de Molina, podías tocarla alguna vez
—¿Sabes que Manuel, el hornero de Los Yesares, estuvo en el teatro Apolo de Valencia con Miguel de Molina?, recitó una poesía de Federico García Lorca en un acto que hicieron los artistas a favor de la República
—A Manuel le vi una vez haciendo de don Juan Tenorio en La Almeza
—Si me tarareas la canción yo voy sacando la música y tienes «La bien pagá» todas las noches de la vida.
Nicanor Pérez Rodrigo se echó al monte en 1943, después de haber estado escondido en su casa desde que se acabó la guerra. Su padre y él eran albañiles y abrieron un hueco junto a la bodega que daba a la calle y por las noches tocaba el acordeón y leía las novelas de Vargas Vila, que estaban prohibidas en España por la dictadura de Franco
—No están prohibidas sólo las novelas de Vargas Vila —le decía su padre—, es que ese hijo de puta nos prohíbe hasta respirar.
Una noche se oía desde la calle «La ruleta de Montecarlo» y eso extrañó a un vecino que era de Falange
—Esa canción siempre la tocaba tu hijo en el baile le dijo al día siguiente el falangista al padre de Nicanor. Y esa misma noche, Nicanor tomó la decisión de subir al Cerro de los Curas
—Esto se está poniendo mal y nadie estamos seguros en esta casa
—Pero si te vas es como si te fueras a la guerra, o a algo peor que la guerra, Nicanor
—Es que en el hueco de la bodega también estoy en la guerra todo el tiempo, madre
—Yo no entiendo de esas cosas, tú verás lo que es mejor.
Su padre le miraba como se mira el último paisaje que hay antes de llegar al horizonte. Siempre se pasa por alto ese paisaje y sólo se ven las montañas allá lejos o el mar o los aviones que cruzaban las nubes de la guerra
—Aquí nos van a matar de una manera o de otra y allá arriba, por lo menos, te puedes defender a tiros o como sea. Si ves a Ojos Azules y a Sebas el de Los Yesares les dices que no paren de pegar tiros hasta que no quede ningún civil.
Desde que llegó al Cerro de los Curas, Nicanor tocaba el acordeón de su padre todas las noches y cuando se aprendió «La bien pagá» él y Bernabé Torres la interpretaban juntos a la puerta de la masada. Cuando mataron a Bernabé el día en que cogieron a Ojos Azules, Nicanor guardó el acordeón en su maleta de madera vieja y ya no lo volvió a tocar hasta el día en que cruzó la frontera con Paco el Vatios y llegaron a Francia huyendo del cansancio. Para entonces, sus padres ya se habían muerto de tristeza y en Losa decían que a Nicanor lo había matado la guardia civil en un pueblo cerca de Figueras.