Cuando Manuel Ventura Domingo se viste de don Juan Tenorio es señal de que ha llegado noviembre a Los Yesares y todo el pueblo tomará asiento en el cine Musical para ver la obra de José Zorrilla. La fiesta de Todos los Santos es la fiesta del Tenorio y Manuel dirige el elenco de artistas con la misma rigidez que cuida el efecto de la levadura en la masa todas las noches de su vida. Desde que se acabó la guerra y la gente fue volviendo de la cárcel y del servicio militar en África, Los Yesares y los pueblos de alrededor viven el teatro como una segunda vida y las ánimas de los muertos, en las noches de noviembre, se ponen a andar por los pasillos húmedos del cine mientras entre bastidores se ponen manos a la obra los artistas. Manuel es el mejor Tenorio del mundo y una vez Enrique Rambal fue a Los Yesares para incorporarlo a su compañía

—Estás loco, no sabes tú como viven los artistas por esos mundos

le dijo María, su madre, y después también se lo diría Dolores, su novia en aquellos tiempos

—Pero es que Rambal no es un cualquiera, no hay nadie que haya subido al escenario barcos y caballos y él lo hace porque es el mejor director de teatro del mundo

—Pero tú no eres un barco ni un caballo le contestaba su madre.

Manuel no se fue con la compañía de Rambal y sigue dirigiendo obras de teatro con la gente del pueblo. También hay actores de Bugarra y Gestalgar y al viejo Luis Cadenas, que acudía de la Villa para hacer algunas veces de Comendador, le dejaron los civiles inútil de una pierna porque pasó delante de una pareja de guardias sin cruzarles el saludo. En la víspera de Todos los Santos le toca el turno a don Juan Tenorio y los ensayos le quitan el tiempo del sueño y la tranquilidad.

Y por si algo le faltaba, ahí tiene a Sebas, con el aliento lleno de frío a la puerta de la madrugada, con la pistola en la mano, como si estuviera esperando la aparición de su peor enemigo al otro lado de la oscuridad

—Pasa rápido, hombre, no vayan a verte y tengamos la negra para siempre

le ha dicho a Sebas, que esperaba con una gabardina llena de manchas de lluvia y una gorra de pana negra como la noche. Cuando Manuel deja caer la balda y asegura la puerta, el recién llegado vuelve a dejar la pistola en la cartuchera y se sopla las manos como si tuviera aire caliente en los pulmones. Huele la escalera a pinocha verde y humedad y hay entre las ramas un rastro de luciérnagas

—Esto se está poniendo jodido, Sebas, que entre Bustamante y Rausell tienen al pueblo como si fuera un cementerio

—Es que pasa el tiempo y cada vez hemos de aguantar más allá arriba, y este frío de la hostia que no nos deja ni movernos

—Ahí tienes las hogazas de pan y unos boniatos y unos chorizos que ha traído la mujer de Nicasio y dile a Paco que se ande con cuidado, joder, que el otro día montó un numerito en La Agrícola que es de estar como una cabra

—A lo que vamos, Manuel, el sábado hacéis el Tenorio, como todos los años, ¿no?

Manuel parte los bollos de masa con la rasera de hojalata y espolvorea con harina el tablero de madera. No mira a Sebas, sólo la balanza y la boca negra del horno donde arde la pinocha

—Has de meter en el escenario a toda la compañía, Manuel, arreglártelas como puedas pero ha de haber un momento en que todos estéis en el escenario

—¿Qué dices ahora del Tenorio?

—Pues que nos vamos a cargar al maestro.