Las manos de Paco el Vatios tiemblan por el frío y porque los nervios le han metido el temblor en el cuerpo. En el tajo oscuro del canal sólo siente el silencio y cómo un viento suave mueve las ramas antiguas de las sabinas. Ha dispuesto la pólvora y después de prender la mecha corre a mil por hora buscando la senda de la huida. Cerca de la Fuente Grande se detiene a fumarse un cigarro y un sapo se le ha quedado mirando como si fuera un fantasma de sapo en esas horas de la madrugada. Un día Nicasio le dijo que el aceite de ricino sabía a gelatina de mierda y Bustamante, el cabo de la guardia civil Gervasio Bustamante, le llenó en la farmacia el cuerpo con aceite de ricino. Algún día le meterá al cabo Bustamante una mecha en el culo y lo hará saltar en mil pedazos, como saltará en mil pedazos dentro de unos minutos la central eléctrica y entonces regresará al Cerro de los Curas después de encontrarse con Sebas y Nicasio en el puente del cementerio

—Y tú qué miras

le pregunta al sapo

—¿Es que no has visto en la vida un tío acojonado?