En la iglesia sólo se escucha por la noche el silencio de los santos y el crepitar de la cera ardiendo en los altares. Sólo se escucha eso y esta noche los pasos de culebra de don Cosme que camina delante de Sebas y Nicasio hacia la oscuridad de la sacristía, dejando atrás los bancos viejos de madera, la pila de mármol donde bautizan a los críos, la cuerda de esparto que mueve el badajo de la campana grande

—¿Se acuerda de cuando se ahorcó Emilio el de la María Boba?

pregunta Nicasio a don Cosme, que no vuelve la cabeza, que va nave adelante sin mirar nada, que sólo siente un frío de nieve calándole los huesos

—Parecía un muñeco girando en esta cuerda y la campana no paraba de tocar mientras Emilio giraba como un espantapájaros.

En la sacristía se han sentado con el hielo y los olores dulces de la cera

—Estáis locos, Sebastián, estáis locos

—Y usted está cagado, más cagado de miedo que el copón, don Cosme

—Miedo tenemos todos, unos por una cosa y otros por otra, pero aquí no hay más que miedo por todas partes y vosotros sois los primeros porque sino no iríais con las pistolas y los rifles matando a la gente

—A lo mejor lo matamos, don Cosme, a lo mejor le matamos y lo hacemos santo

—Ya lo hicisteis con Máximo, así que no me extrañaría

—A Máximo le regiraron el alma sus sermones y los de Falange

corta Nicasio y pregunta que dónde está el agua para echar un trago

—Cuando éramos monaguillos, Máximo y yo nos bebíamos su vino y no dejábamos una hostia de las que guardaba en el armario

—Y tuviste la mala ocurrencia de matarlo, matáis a la gente y os quedáis tan tranquilos, hasta matáis a vuestros amigos y la conciencia se os queda muerta, como si nada

—Los curas bendicen los fusilamientos de Franco, y usted bendice las palizas que pegan los de Falange y la guardia civil

—Aquí cada cual bendice a los suyos —dice Sebas, que no ha abierto la boca en todo el rato—, y los curas deberían estar con los dos bandos o con ninguno

—Yo no tengo bando que valga, yo voy de casa a la iglesia y de la iglesia a casa y vosotros me habéis sacado no sé para qué a estas horas

—Usted va de casa a la iglesia y en el camino juega su partida de julepe con los fascistas y les cuenta lo que les cuenta para que hagan una escabechina con los que no van a misa y con los que nos ayudan para que no nos maten por la espalda sus amigos de la guardia civil

—Estáis locos y no hacéis más que inventaros cuentos para justificar vuestra locura

—Déjese de sermones y guárdelos para su beaterío y para el cabo Bustamante y de paso dígale que un día de éstos le vamos a dar bien por el saco

—O sea, que no me vais a matar

—¿Y quién le había dicho a usted que lo íbamos a matar?

—De todas las maneras, igual le damos el pasaporte algún día, don Cosme —habla por segunda vez Sebas y enciende el último cigarro de la noche—, así que usted calladito o le giramos el alma como ustedes se la giraron a Máximo y a otros

—Con usted estamos seguros, es con quien más seguros estamos, a nadie se le va a ocurrir que mientras le metemos una bomba a la central, charlamos tranquilamente con el cura en su iglesia

—Estáis locos, Nicasio, estáis locos

—Y usted está cagado de miedo, don Cosme, más cagado de miedo que el copón.