Por la acequia de riego que da a las huertas de la Ermita bajaban como siempre pedazos de jersey oscuros y calendarios de abonos para el campo, cadáveres de ratas y grumos verdes de pan de rana mezclados con tarquín. Aquella mañana, sin embargo, Josué Martínez Landete, que en sus ratos libres atendía el bar La Agrícola, vio que algo raro taponaba el paso del agua a sus planteles de tomates. Un bulto sucio y renegrido se había parado en la bocacha de salida del agua y con él se paraban los trapos y las ratas muertas y se hacía un remolino grasiento donde se hundían y daban vueltas el verdín y unos botes marrones de conserva.

Cuando se acercó a desembozar el tránsito del riego se pegó un susto de muerte que aún le duraba mientras cumplía obligada declaración ante la mirada nerviosa del comandante de puesto

—Es la cabeza de don Teodoro Puertas Zunzunegui, señor cabo, es su cabeza y el agua y las ratas muertas se paraban allí y no entraban en las tomateras.

Desde ese día de 1941 los guardias dieron por huido a Sebastián Fombuena, y su mujer y su hijo iban a pasar, ya de por vida, las de San Amaro.