A Justino Sánchez han ido a buscarlo los civiles para que les diga dónde guarda los papeles de la guerra y él no sabe qué papeles de la guerra ha de guardar para que los vean ahora Antonio el guardia y el cabo Bustamante

—Tú no eras afecto, Justino, que lo sabemos y si no tienes esos papeles es como si hubieras perdido el carné de identidad y la cartilla de racionamiento

le ha dicho el guardia y Justino no sabe si ponerse a temblar o a decirles que le maten allí mismo pero que no sabe a qué papeles se refieren. Entonces el cabo Bustamante saca un pliego del bolsillo de su guerrera y lo pone delante de las narices de Justino

—Es éste, hombre, míralo bien, lo de la afección al Régimen, y luego hablamos y Justino lee que después de la guerra estuvo condenado a cárcel y que esa condición incluía de por vida la de desafecto a Franco y a la Guardia Civil

—Una persona como tú no puede andar toda la vida con ese sambenito, que si fuéramos de otra manera ya te hubieran molido a palos los de Falange, Justino.

Y entonces entiende a los de uniforme, los entiende y le entran ganas de rodearles el cuello con las manos y dejarles allí mismo, rojos como se pone roja la carne de la muerte antes de morirse porque luego se pone blanca como las flores de los almendros cuando hace frío y se anuncia buena cosecha de almendra en la partida de Marjana, por donde andan los bandoleros, ya lo sabes, Justino, por donde andan los bandoleros de Sebas y Ojos Azules, de Paco el Vatios, de Nicasio, de esos huidos del carajo que no paran de incordiar con sus pistolas y su rabia

—Tú los conoces bien, Justino, conoces bien Marjana y el Cerro de los Curas, te sabes palmo a palmo esos montes y si te preguntara cuántas sabinas hay en toda la zona seguro que no se te escapaba ni una y también conocía muy bien a Nicasio y a los otros, era su amigo de cuando los bailes y las juergas del verano y aún se acuerda de su boda con Rosario, poco antes de que se echara al monte porque le había pegado una paliza a un guardia civil

—Estás loco

le había dicho Rosario al verle entrar en casa lleno de sangre por todas partes y le dijo que locos estaban los civiles, que no podían ir por el pueblo armando el silencio de la gente, que Paco Cermeño ya se había echado al monte por eso mismo y que ya estaba bien de ahogar y de ahogar sólo porque ganaron la guerra y las guerras siempre duran más de lo que duran

—Se empeñan en que la guerra no ha acabado y así van a echarnos a todos al monte, Rosario, que aquí sólo hay muertos en vida porque no hay manera de que respeten la manera que tiene cada cual de vivir o de morirse.

—¿Y ahora qué, Nicasio, qué vamos a hacer ahora?

—Tú no vas a hacer nada y yo me voy con Sebas y con Paco Cermeño y los otros

y Rosario no ha dicho nada, ha subido a la habitación donde duermen desde hace tres meses y se ha puesto a preparar un hato de ropa y luego, en la cocina, otro de comida. Y cuando se ha hecho de noche y han llamado a la puerta los civiles, Nicasio ya anda camino del Cerro de los Curas, guiado por Justino Sánchez, su amigo desde que cazaban juntos pájaros y ranas por las piedras verdes y grises de la Fuente Grande.

Ahora, casi diez años después de aquella noche, los guardias le están diciendo a Justino que ha de traicionar a los del monte.