Mason abrió con un llavín la puerta de salida de su despacho privado y entró. Della Street estaba sentada a su mesa de secretaria, telefoneando.
—Bien, se lo diré. Ahora mismo abre la puerta —dijo la joven, colgando el aparato, y añadió sonriendo a Mason—: Su canario cojo le ha traído un misterio al fin.
—Allá veremos. ¿Con quién hablaba?
—Con la secretaria de Drake. Dice que los muchachos no han conseguido todavía localizar a Jimmy Driscoll, Rita Swaine y Rosalind Prescott. La policía los busca también a los tres, por lo que es de suponer que hayan huido.
—Muy bien. ¿No le dijo a usted algo sobre el asesinato?
—Nada nuevo. A Prescott se le encontró en su dormitorio con tres balazos disparados por un revólver del calibre treinta y ocho. El revólver que encontró la policía donde Rita Swaine lo escondió era también un treinta y ocho. Los hombres de Drake no han podido averiguar si el rayado de las balas era idéntico. Lo probable es que la policía no tenga la información todavía. Oigame, jefe; si Rita está complicada en la muerte, ¿por qué no lo dijo francamente cuando estuvo aquí? Debió comprender que todo se descubriría. No la favorecerá en nada tenerle a usted trabajando en las tinieblas.
Mason cruzó la habitación, se sentó en la esquina de su mesa y encendió un cigarrillo.
—¿Sabe usted lo que han descubierto los hombres de Drake, Della?
—Estuve hablando con Mabel Foss hace unos minutos. Ella me dio las últimas noticias.
—Entonces estará usted enterada de que la única prueba que relaciona a Rita Swaine con el asesinato es el testimonio de Stella Anderson.
—Por otro nombre «la Fisgona» —añadió Della—. ¿Qué dice esa mujer?
—Dice que Rita Swaine estaba cortando las uñas al canario; que hubo una apasionada escena de amor entre ella y Jimmy Driscoll y que el canario escapó. Todo fue hacia la hora en que ocurrió el accidente de automóvil. Jimmy se lanzó a la calle y ayudó a subir a la víctima al camión que la llevó al hospital. Luego Jimmy volvió y entregó a Rita un revólver, que la joven escondió. En el momento de abandonar la casa, Jimmy tropezó con unos agentes. Hubo, por tanto, un intervalo durante el cual la testigo no pudo ver lo que sucedía en la casa. Más tarde vio a Rita volver a coger el canario y acabarle de arreglar las uñas. Observó entonces que, aparentemente, Rita necesitaba en esta ocasión buena luz para terminar su tarea. Antes pudo cortar las uñas del canario colocándose en medio del solarium y sin necesidad de molestarse en descorrer las cortinas. Pero para terminar el trabajo juzgó necesario, no sólo acercarse a la ventana, sino echar a un lado la cortina y ponerse directamente junto al cristal, y en esta posición cortó las uñas de la pata derecha del canario.
—Pero, ¿no fueron las uñas de esa pata las que cortó demasiado al rape? —preguntó Della Street.
Mason hizo un gesto afirmativo.
—Bien —dijo la secretaria—; continúe y acabe de contarme el resto.
—En aquel momento —prosiguió Mason— Rita llevaba un vestido de Rosalind. ¿Le dice a usted eso algo?
—Nada, jefe, excepto que siempre lamenté no tener hermanas. Dos hermanas de la misma estatura y corpulencia pueden… ¡Hey, espere un momento! Acaso quiso usted insinuar… —Su voz se extinguió, mientras miraba al abogado con ojos dilatados por el asombro.
—Eso es exactamente lo que pensé —dijo Mason—. La señora Anderson estaba junto a su ventana, mirando al solarium. Presenció la ardiente escena de amor, y vio a Jimmy Driscoll entregar el revólver a Rosalind Prescott. En aquel momento Rosalind y Jimmy estaban demasiado distraídos para fijarse en lo que sucedía a su alrededor. Más tarde, Rosalind descubrió a la señora Anderson detrás de la ventana y se dio cuenta de que lo había visto todo.
»Analicemos ahora ligeramente la situación: Rosalind estaba en el solarium frente a la mesa, que está a unos ocho o diez pies de distancia de la ventana. Los cristales están a cubierto con cortinas de delgado encaje. Es posible ver a través de ellas lo que ocurre en el solarium, pero no muy distintamente. Por otra parte, Rosalind, situada cerca del centro de la habitación, mirando a través de esas cortinas, pudo ver claramente la forma angulosa de Stella Anderson arrimada a la ventana, muy interesada, al parecer, en lo que ocurría en el solarium.
—Entonces fue a Rosalind Prescott a quien Jimmy hizo el amor y no a Rita Swaine —contestó Della Street:
—Ésa es también mi opinión —confirmó Mason.
—¿Y estaba Rita en la casa en aquel momento?
—Probablemente no. Recuerde que más tarde, cuando Rita apareció junto a la ventana con el canario, llevaba puesto uno de los vestidos de Rosalind. Era un vestido de tela rameada, de un dibujo y color bastante vivos y llamativos para que Stella Anderson pudiera reconocerlo fácilmente. Ésta estaba más segura de la identidad del vestido que de la persona que lo llevaba unos momentos antes.
»Supongamos ahora que, a eso del mediodía, Rita Swaine fue llamada al teléfono y que oyó la nerviosa voz de su hermana que le decía: “Escucha, Rita, me encuentro en un gran apuro. Jimmy Driscoll se presentó aquí y me abrazó, y yo no supe apartarle. Cuando me serené me di cuenta de que nos había estado observando madame Fisgona. Ya puedes suponerte lo que eso significa. Walter va a entablar demanda de divorcio e intentará comprometer a Jimmy si puede. Hay que impedir que madame Fisgona declare que Jimmy estaba en la casa, haciéndome el amor, mientras Walter se encontraba en la oficina”.
»Y es posible que Rita contestara: “Arréglalo con una mentira. Finge que Jimmy es tu hermano. Después de todo, esa mujer no sabe quién es Jimmy”. Y Rosalind replicara: “No podemos hacer eso porque ocurrió un accidente de automóvil, y cuando Jimmy iba a abandonar la casa la policía tomó su nombre y dirección. Escucha ahora, Rita: yo estaba cortando las uñas del canario en aquel momento. El canario escapó y está todavía revoloteando por el solarium. Jimmy se fue y yo me marcho a Reno. Pero antes vamos a hacer una cosa que se me ha ocurrido. Vas a venir aquí y te vas a poner mi bata rameada, que es la que llevo en este momento. Luego coges el canario y te colocas junto a la ventana, como si hubieras vuelto para terminar de cortarle las uñas. Te asegurarás de que la Fisgona te observa. Cuando veas que te está mirando, descorre la cortina de manera que pueda verte mejor. Entonces se dará cuenta de que eres tú y creerá que has sido tú todo el tiempo. A continuación puedes confiar a alguno de tus amigos íntimos que Jimmy está locamente enamorado de ti, pero que no quieres que lo sepa yo por ahora. Hazlo de este modo y despistaremos a la Fisgona”.
—¿Y la cree usted capaz de discurrir eso —preguntó Della— sabiendo que el cadáver de Walter Prescott se encontraba en la casa? ¿Cómo iba a dejar a su hermana en esas condiciones?
—Es que yo tampoco creo que supiera que el cadáver de su marido se encontraba en el dormitorio.
—Pues tuvo que enterarse cuando subió a empaquetar sus cosas.
—No las empaquetó. Dejó ese trabajo para Rita. Y el cadáver estaba en el dormitorio de Walter, no en el suyo.
—Bueno, y tras llegar Rita a la casa, ¿qué sucedió?
—Eso ya es otra cosa —dijo Mason—. Rita pudo o no entrar en el dormitorio de Walter, pero hay que suponer que Rosalind dejaría la bata en su habitación. Rita entraría en ella para ponérsela y en seguida bajaría para coger el canario y seguir cortándole las uñas. Naturalmente, ella pensaba más en hacerse notar por la señora Anderson que en el trabajo que estaba haciendo. Por eso cortó dos veces las uñas de la pata derecha, sin darse cuenta de que ésta ya estaba arreglada y que la izquierda seguía sin tocar.
—Una cosa, jefe —interrumpió Della Street—, ¿por qué cree usted que Rosalind dijo «me voy a Reno»?
—Es buena suposición. Fui a hablar con Karl Helmond sobre el canario. Rita Swaine le dijo que yo la había enviado, pero le dio el nombre de Mildred Owens y la dirección del General Delivery, Reno. Como usted ve, Della, pensaba dejar allí el canario temporalmente, para enviar a buscarlo más tarde. Quizá sabía que su nombre iba a aparecer en los periódicos. Quizás había elegido ya el alias Mildred Owens y quería utilizarlo para que le enviasen el canario en cuanto lo pidiese.
—¿Y eso quiere decir que se propone usted ir a Reno? —preguntó Della Street.
—Que vamos a ir —corrigió Mason, sin darle gran importancia.
—¿Para anticiparnos a la policía?
—Sí. Y quizá sea peligroso, Della. Estamos jugando con dinamita legal.
—Bien. En marcha —dijo Della, sacando un cuaderno y unos lápices.
Mason la ayudó a ponerse el abrigo.
—Naturalmente —dijo— que es importantísimo que nadie sepa a dónde vamos ni a lo que vamos. Fletaremos un aeroplano especial en el aeropuerto. Pero como existe la posibilidad de que el sargento Holcomb me busque y descubra que me he marchado, convendría que telefonease usted y contratase el aeroplano a su nombre.
—¿Y por qué no utilizar un nombre supuesto?
—Porque no quiero hacer nada que revele intención culpable. El asunto está muy caliente ahora, y antes de que terminemos con él se va a poner al rojo. No quiero que se queme usted los dedos.
—No se preocupe de mis dedos, pero no se comprometa, jefe. Recuerde que tenemos que hacer un crucero alrededor del mundo. Nos divertiremos mucho: bailes sobre cubierta a la luz de la luna, la playa de Waikiki, el Japón en la época de los cerezos en flor, la travesía del mar Amarillo, aguas arriba del Whang Poo hasta Shanghai, el París de Oriente…
—Usted ha estado leyendo literatura de turismo —dijo Mason, agitando un dedo acusador.
—Es cierto —confesó ella—. Y, además, he quitado todos los libros de encima de su mesa, y los he reemplazado por folletos sobre Bali, el Oriente, Honolulú, India y…
Mason le rodeó la cintura con un brazo, la levantó en vilo y describió un círculo hacia la puerta.
—¡Vamos, visionaria! —dijo—, tenemos que trabajar.