Capítulo II

Paul Drake, jefe de la Agencia de Detectives Drake, apoyó indolentemente su larga y escuálida figura en la jamba de la puerta. La película acuosa que cubría sus ojos ligeramente saltones parecía como un velo corrido entre sus pensamientos y el mundo exterior. Durante los momentos de reposo, su boca de pez colgaba parcialmente abierta, dando a su rostro una expresión burlona. Aun el más agudo observador tendría que haber confesado que se parecía más a un contratista que a un detective.

—Por Dios, Perry —dijo en cómica protesta—, no irás a decirme que vas a iniciar otro caso. En bien de mi salud desearía que te tomases unas vacaciones.

—¿Qué pasa, Paul? ¿Tan cansado estás?

Drake se dejó caer en el amplio sillón de cuero, con la espalda apoyada en uno de los brazos y las piernas a caballo del otro.

—Te conozco hace cinco años —dijo con acento de reproche—, y nunca te he visto sin prisas.

—Pues no voy a romper ahora tan laudable costumbre, Paul —replicó Mason—. Hacia el mediodía, cerca de la esquina de la calle Catorce y la Avenida de Alsacia, un camión propiedad de la Trader’s Transfer Company chocó con un coupé guiado por Carl Packard, de Altaville (California). Packard resultó herido, y el conductor del camión lo subió al vehículo y se lo llevó a un hospital. Averigua cuál es la gravedad de Packard, si está asegurado, y lo mismo el camión, qué informe dio del accidente el conductor, si la Compañía de Transportes admitirá la responsabilidad, y qué cantidad está dispuesta a pagar para un arreglo aquella de las partes que se considere culpable.

—¿Y todo esto lo necesitas con urgencia? —preguntó Drake.

—Sí. Me gustaría tener la información dentro de una hora.

—¿Y no necesitas más?

—No. ¡Ah, sí, otra cosa! Walter Prescott, Avenida de Alsacia, número mil trescientos noventa y seis, presenta denuncia de divorcio contra su esposa. Averigua quién es su amiguita.

—¿Qué te hace creer que la tiene?

—Sacó a su mujer doce mil dólares y no los metió en el negocio.

—¿Algún otro detalle?

—Es un tasador de Seguros. La firma lleva el nombre de Prescott y Wray, y tienen despachos en el Doran Building. Averigua dónde compra sus flores. Echa un vistazo al libro de direcciones de las floristas. Tampoco estaría mal una intempestiva visita al despacho de Prescott con el pretexto de que una joven que guiaba su automóvil se ha echado encima del suyo arrancándole un guardabarros. Observa a qué número llama cuando refute la historia. Ponle un par de sombras para que averigüen adónde va cuando no se encuentra en el despacho.

—Supongamos que es prudente y que no sale.

—Escríbele un anónimo diciéndole que su amiguita tiene un muchacho que la visita todas las tardes. Lo importante es hacer que se mueva y observar luego hacia dónde orienta sus movimientos.

Drake sacó un libro de notas de cubierta de cuero y escribió en él nombres y direcciones.

—Tengo algo más —dijo Mason—. Una tal Stella Anderson habita la casa inmediata a la de Prescott. Al parecer, es la chismosa de la vecindad. Visítala a ver lo que te dice de Prescott. Averigua si éste pasa sus noches en casa o está fuera una gran parte del tiempo, y trata de que la Anderson te cuente algunas historias de la mujer de Prescott.

—En resumen —dijo tristemente Drake—, que lo ignoras todo.

—Así es —convino Mason—. Dedica algunos esclavos al trabajo de piernas. Mejor será que hables primero con la señora Anderson y que intentes luego que Prescott establezca el contacto con su amiguita. Puede escribirle un anónimo, enviándoselo por conducto especial. Pon un par de esbirros para vigilarle…

—¿Algo más?

—Sí. Mientras te enteras por la señora Anderson de todos los chismes de la vecindad, averigua cómo fue cierta escena amorosa que tuvo ocasión de presenciar esta mañana en la casa de al lado.

—¿Qué te interesa de tal escena?

—Que nos la describa, porque me parece un poco fantástica, tal como me la han contado.

—¿No acostumbra la gente a abrazarse por las mañanas en aquellos andurriales? —preguntó Paul Drake.

—No es eso. Lo que me extraña es el modo cómo ocurrió, según me contaron.

—¿Cuántos hombres emplearé en este negocio?

—Todos los que necesites para conseguir resultados rápidos.

—¿Algún límite en los gastos?

—Sin límite. Todo corre de mi cuenta.

—¿Qué te propones? ¿Te estás volviendo caritativo?

—No. Siento interés por un canario cojo y lo que pienso es un misterio. De ahí viene todo.

—Parece un caso de chifladura irremediable —dijo Drake, girando sobre el sillón y poniéndose en pie lentamente.

—Lo es —afirmó Mason.

—Entendido. ¿Quieres que te informe por teléfono?

—En cuanto averigües algo. Si no estoy aquí, puedes hablar con Della. Yo voy a salir a ver un individuo.

—¿Para tratar de un perro? —preguntó Drake con un guiño.

—Para tratar de un canario.

El detective frunció el ceño.

—¿Pero qué diablos tiene ese canario, Perry?

—No lo sé. Dime, ¿por qué puede tener un canario una patita mala?

—¿Y por qué no ha de tenerla? —preguntó a su vez Drake.

Mason indicó con un gesto la puerta.

—En marcha, Paul —dijo—. En esto no puedes ayudarme.

—Es un consuelo —dijo el detective, lanzando un exagerado suspiro.

—¿Qué es un consuelo? —preguntó el abogado.

—El que no me hayas encargado que vigile al canario. Me temí que lo soltases, y que me mandases coger un aeroplano y un par de gemelos para entregarte un informe sobre el bicho desde el huevo a la jaula.

Abrió la puerta unas cuantas pulgadas y se deslizó casi furtivamente al pasillo, cerrando luego silenciosamente.

—Della, voy a la pensión de animales —dijo Mason cogiendo el sombrero.

—¿Le preocupa todavía el canario, jefe?

—¿Por qué tiene la patita mala? ¿Por qué lo paseó una muchacha por las calles y lo subió al despacho de un abogado? —preguntó Mason, como para sí, sin esperar respuesta.

—Porque su hermana quiere que lo deje en lugar seguro —contestó la secretaria.

—Todo indica que esa hermana se propone estar algún tiempo oculta —dijo lentamente Mason—. Y ahora que lo pienso, Della, todavía no nos ha dicho nadie dónde se encuentra ahora.

—La joven dijo que no lo sabía —explicó Della Street.

—Eso es exactamente lo que me preocupa. No borre usted el romanticismo de la vida, señorita. Me he empeñado en exprimir un misterio de ese canario y lo conseguiré aunque tenga que prensarlo.