Cuando el tribunal volvió a reunirse a las dos, Hamilton Burger se puso de pie para dirigirse al juez Kyle.
—Con la venia de la sala, el Estado desea formular una declaración de suma importancia.
—Adelante —accedió el juez.
—Gracias a la brillante labor detectivesca de la Policía, particularmente de la Brigada de Homicidios y aún más, del teniente Arthur Tragg, el asesinato ha quedado solucionado y la Policía tiene ya la confesión completa de Borden Finchley. Puedo resumir dicha confesión, afirmando que Borden halló a Ralph Exeter inconsciente bajo el efecto de las pastillas, y que entonces pensó que podía desconectar la tubería del calentador, a fin de asfixiarle, con lo cual no sólo escaparía a la responsabilidad del crimen, sino que éste recaería sobre Horacio Shelby. En su retorcida mente, pensó que si ejecutaban a Shelby por crimen, él sería entonces su único heredero. Sin embargo, su primitivo propósito fue desembarazarse de la presión que Ralph Exeter ejercía sobre él, exigiéndole un pago de la deuda contraída por causa del juego, unos meses atrás. Por tanto, deseo agradecer públicamente desde aquí la eficiente labor desplegada por el teniente Tragg, y esta acusación desea retirar el caso contra la acusada Daphne Shelby.
Hamilton Burger tomó asiento.
El juez Kyle pestañeó pronunciadamente y miró a Perry Mason.
—¿Alguna objeción de su parte, señor Mason?
El abogado sonrió.
—No, Su Señoría.
—Sería faltar a la verdad —declaró el juez—, si no confesase que este tribunal siente una gran satisfacción por la solución de este caso. Este tribunal acepta la propuesta de la fiscalía y retira la acusación contra Daphne Shelby, que queda libre desde este mismo momento. Se levanta la sesión.
Los espectadores comenzaron a lanzar vítores y aplausos.
Después, cuando el juez Kyle abandonó la sala, todos se precipitaron a felicitar a la llorosa Daphne, que tenía las manos entrelazadas con Horacio Shelby.
—Si alguna vez se le ocurre decir algo respecto a ese pedazo de tubería… —le amenazó el teniente Tragg a Perry Mason—, le aseguro que le destrozaré, le pulverizaré, le…
—¿Por qué? —le preguntó Mason, con gran inocencia—. Si todo fue perfectamente legal. Yo me apoderé de la evidencia que usted pasó por alto. La custodié, intentando entregársela a usted; pero luego usted exhibió el pedazo de tubería que yo había sustituido y cuando usted juró que lo reconocía como auténtico, vacilé y no pude decirle nada hasta que le pillé en privado. Y recuerde que se lo dije a la primera oportunidad.
—Es usted muy listo, Mason —refunfuñó el teniente—. Esta vez ha salido bien librado, pero tal vez la próxima…
—No me gusta que me lancen predicciones, teniente —sonrió el abogado—. Además, me gusta desafiar a la suerte. ¿Le contó Finchley cómo localizó a Shelby?
—Fueron los de Las Vegas quienes le encontraron —explicó Tragg—. Bien, convinieron en que Exeter le visitaría para sacarle la pasta. El tipo de Las Vegas buscó a Shelby para entregárselo a Exeter, y luego se lavó las manos. No les gusta la publicidad denigrante en los garitos de Las Vegas. Finchley deseaba un respiro. Él y su esposa estaban sacando el equipaje de Daphne, pero Borden fue al motel a efectuar un registro. Allí halló a Exeter completamente inconsciente. Finchley estaba más que harto de Exeter y Las Vegas. Y pensó que podía librarse para siempre de este período de su vida. Cogió unos alicates del cajón de las herramientas de su coche y desatornilló la tubería. Luego regresó a casa, se lo contó todo a su esposa y ambos concertaron una coartada.
—Sí, todo concuerda —convino Mason.
Tragg de repente cogió la mano de Mason y se la estrechó cordialmente.
—Gracias por el soplo —le dijo.
Un fotógrafo hizo estallar el «flash» y captó el apretón de manos. Luego se acercó a Mason.
—¿Qué le decía Tragg?
—El teniente me estaba contando —repuso el abogado— que de haber puesto yo mis cartas un poco antes sobre el tapete, jamás habrían arrestado a Daphne Shelby.
Tragg sonrió ampliamente al oír estas palabras.
El periodista, sin embargo, pareció un poco intrigado.
—¿Y por qué no lo hizo?
Mason se volvió al lugar donde Horacio Shelby estaba llenando un cheque.
—¿Para perder unos buenos honorarios? —preguntó.
El periodista se echó a reír y el fotógrafo colocó un nuevo «flash» en su cámara, consiguiendo así una buena fotografía en el momento en que Perry Mason aceptaba muy satisfecho el cheque.