Capítulo XVI

Marvin Mosher, uno de los alguaciles principales de la oficina del fiscal del distrito, se dirigió al juez Linden Kyle, que acababa de ocupar su sitial.

—¿Puedo pronunciar una alocución de apertura, con la venia de la sala?

—No es costumbre en una vista preliminar —opinó el juez.

—Sí, Su Señoría, pero el propósito de esta alocución es que el Tribunal pueda comprender la finalidad del testimonio que presentaremos y coordinar el mismo con todo lo demás.

—No hay objeciones —intervino Perry Mason.

—De acuerdo —concedió el juez—, pero le sugiero que sea breve. Una vista preliminar ya está de acuerdo con un testimonio coordinado.

—Muy bien —asintió Mosher—. Presentaré los hechos de manera muy resumida. La acusada, Daphne Shelby, hasta hace unos días pensó que era sobrina de Horacio Shelby, un hombre de setenta y cinco años de edad. Había vivido siempre como sobrina del anciano y, como demostrará la evidencia, procuraba aprovecharse de este supuesto parentesco para beneficiarse financieramente. Fue entonces cuando Borden Finchley, hermanastro de Horacio Shelby, junto con su esposa Elinor y un amigo, fueron a visitar al anciano. Se quedaron asombrados ante lo que vieron, o sea, cómo la joven Daphne se había apoderado de la voluntad de Horacio y cómo le manejaba.

—¡Un momento! —le interrumpió el juez Kyle—. ¿Ha dicho que la acusada pensaba que era sobrina de Horacio Shelby?

—Exactamente, Su Señoría. Ahora llegaré a este punto, con la venia de la sala.

—Adelante. El Tribunal se halla sumamente interesado en esta cuestión.

—Los Finchley sugirieron que la acusada se tomase tres meses de vacaciones, y que entretanto, ellos se cuidarían de Horacio Shelby, tanto de la casa como de sus asuntos. La acusada se hallaba bajo una profunda depresión nerviosa, y en su beneficio cabe decir que siempre había cuidado al anciano como la más amante de las sobrinas. La acusada recibió una buena suma para el viaje y se embarcó hacia Oriente. Estuvo fuera tres meses. Durante ese lapso de tiempo, los Finchley no sólo se enteraron de que el viejo Horacio pensaba hacer testamento en favor de la joven, sino que le había entregado ya grandes cantidades de dinero y se disponía a entregarle una aún mayor.

—¿Cuánto significa eso de «grandes cantidades» de dinero? —preguntó el juez.

—La última, la que desencadenó todos los sucesos por parte de los Finchley, fue por valor de ciento veinticinco mil dólares.

—¿Cuánto?

—Ciento veinticinco mil dólares.

—¿Era sobrina de Horacio Shelby, la joven?

—No, Su Señoría. Era una completa extraña, de acuerdo con los lazos consanguíneos. Era hija de la antigua ama de llaves de la casa, la consecuencia de un asunto amoroso sostenido en otro extremo del continente. Sin embargo, añadiré en favor de la acusada, que ella, de buena fe, creía que Horacio Shelby era su tío. Este mismo la había inducido a creerlo.

—¿Y la madre? —inquirió el juez.

—La madre hace poco falleció. Durante veinte años fue el ama de llaves de Horacio Shelby. Los Finchley hallaron mentalmente desquiciado a Horacio Shelby, con ideas exageradas respecto a lo que consideraba su deber hacia la acusada, de tal forma, que la joven podía, caso de desearlo, despojar al anciano hasta de su último centavo. Y cuando averiguaron, además, que le había enviado un cheque por valor de ciento veinticinco mil dólares, se personaron en el juzgado y solicitaron que fuese nombrado un tutor.

—Muy comprensible —asintió el juez, contemplando fijamente a la acusada.

—Cuando Daphne regresó de Oriente —continuó Mosher—, y vio que la fortuna que esperaba heredar dentro de poco se hallaba fuera de su alcance, se enfureció. Horacio. Horacio Shelby, por aquel entonces, había ingresado ya en el sanatorio «Buena Voluntad». Daphne Shelby buscó empleo en dicho sanatorio, con nombre falso y ayudó a Horacio Shelby a fugarse de la institución. Luego lo condujo a un motel conocido como el Northern Lights, y lo instaló en el pabellón 21. A partir de aquel momento, nadie más ha vuelto a ver a Horacio Shelby. La policía no ha conseguido localizarle. Horacio Shelby, en complicidad con la acusada, se desvaneció en el aire «después de redactar un testamento dejándole toda su fortuna a Daphne Shelby». Puede, incluso, estar muerto. Además, y mediante un ingenioso fraude perpetrado contra el Tribunal, y a pesar de haber sido nombrado un tutor, la acusada consiguió apoderarse de cincuenta mil dólares pertenecientes a Horacio Shelby. El difunto, Bosley Cameron, alias Ralph Exeter, era amigo de los Finchley y, como tal, estaba familiarizado con los hechos. Por lo visto, Exeter logró hallar la pista de Horacio Shelby en el motel Northern Lights. La evidencia demostrará que la acusada atrajo al difunto hasta el pabellón ocupado por Horacio Shelby poco después de que el anciano abandonase el motel. La acusada se dirigió a un restaurante chino, adquirió comida en unos recipientes de cartón y, utilizando un vaso de cristal y un tubito de cepillo de dientes, pulverizó unas pastillas que el médico le había recetado por si le costaba dormirse durante sus vacaciones. Mezcló el barbitúrico con la comida e invitó a Exeter, y cuando éste estaba ya inconsciente, deliberadamente, desconectó la tubería de la calefacción, a fin de dejar salir libremente el gas. El cuerpo de Exeter fue descubierto por un inquilino vecino que olió el gas, pero por entonces ya estaba muerto. Aparentemente, la muerte se debió al gas, pero antes se hallaba ya inconsciente bajo los efectos del barbitúrico. Esta joven, entonces, se dirigió al hotel Hollander-Heath, y cuando la policía la encontró allí, se tragó apresuradamente unas píldoras, asegurando que alguien había envenenado el chocolate que había tomado una hora antes. El propósito de todo esto era hacer creer a la policía que era una tercera persona la que había envenenado también a Ralph Exeter. Bien, ahora me gustaría dejar bien sentado que el motivo de haber sido procesada la acusada se debe a una reciente decisión del Tribunal Supremo respecto a la protección del inocente, pero que de manera inusitada complica la actuación del acusador y la policía. Esta joven se ha negado a colaborar con nosotros. Se negó a contestar a menos que estuviese presente su abogado, y éste la aconsejó que no efectuase ninguna declaración respecto a las preguntas clave y, como resultado, no hemos tenido más remedio que presentar nuestras pruebas al Tribunal. Deseamos llamar la atención de la Sala hacia un asunto que es elemental. Actualmente, sólo necesitamos demostrar que se ha cometido un crimen y enseñar las pruebas fundamentales para demostrar que fue la acusada quien lo cometió. En cualquier caso, queremos conseguir que este Tribunal ordene que la acusada sea llevada ante un Tribunal Superior para ser juzgada por su crimen.

Mosher se sentó.

—Si las pruebas corroboran esta declaración —opinó el juez Kyle—, no hay duda de que esta Sala enviará a la acusada a un Tribunal Superior. Este Tribunal ya ha anunciado que las últimas decisiones en defensa de los derechos de los acusados, a veces son contraproducentes y obligan a la policía a adoptar medidas extraordinarias, lo cual podría ahorrarse si las autoridades dispusieran de más tiempo para llevar a cabo sus investigaciones. Sin embargo —sonrió el juez—, este Tribunal carece de autoridad para hacer caso omiso de las decisiones del Tribunal Supremo. Procede, pues, empezar la vista.

—¿Puedo efectuar una alocución preliminar? —inquirió Perry Mason.

—Naturalmente, aunque no sea corriente.

—La evidencia demostrará —comenzó a decir Mason— que los Finchley durante muchos años no se tomaron el menor interés por Horacio Shelby. No obstante, cuando supieron que aquél se había enriquecido extraordinariamente, decidieron visitarle; y al averiguar que Shelby había hecho testamento, o intentaba hacerlo, a favor de la acusada, mandaron a la joven a Oriente y durante los tres meses que tuvieron a Horacio Shelby bajo su dominio, le exasperaron hasta tal punto que el anciano se desesperó. Al enterarse de las intenciones de sus parientes para internarle en un sanatorio, Shelby trató de sustraer gran parte de su fortuna monetaria a la avaricia de los Finchley, y también para poder disponer de algún dinero si tenía que pleitear. Por tanto, le pidió a la acusada que se hiciese cargo de dicho dinero. La joven quiso hacerlo así, pero se lo impidió una orden del Tribunal nombrando a un tutor. Respecto a los cincuenta mil dólares que la acusación supone que la acusada consiguió mediante engaño, el dinero fue legalmente cobrado, gracias a mi diligencia. Se lo entregué a la acusada, y ésta, a su vez, le dio casi toda la cantidad a Horacio Shelby, a fin de que pudiera disponer de fondos. Esperamos demostrar que Ralph Exeter era un jugador profesional que debía cierta suma a algunos caballeros de Las Vegas; que los Finchley, por su parte, le debían a Exeter una respetable cantidad y que era, precisamente, Exeter la fuerza motriz que impulsó a los parientes del viejo Horacio a forzar la situación, obligándoles a utilizar el dinero de aquél para enjuagar su deuda. Esperamos, asimismo, al menos por evidencia circunstancial, que Ralph Exeter averiguó dónde estaba Horacio Shelby, que le presionó con sus peticiones, ofreciendo dejar que Horacio siguiera disfrutando de su libertad a cambio de una fuerte suma de dinero. Esperamos demostrar que Shelby machacó unas pastillas somníferas que le había entregado la acusada, mezclándolas con los restos de la cena, las cuales entregó a Exeter con el solo propósito de poder huir del motel y, por tanto, del alcance de sus parientes. Nuestra posición es que, después que la acusada abandonó el motel, después de la partida de Horacio Shelby, mientras Ralph Exeter estaba dormido en el pabellón, alguien desconectó la tubería del gas y asesinó a Exeter.

—¿Puede demostrarlo? —le interrumpió el juez.

—Puedo probarlo —aseguró Mason con mucho aplomo.

El juez Kyle meditó unos instantes y llamó a Mosher.

—Muy bien, exhiba sus pruebas.

Mosher llamó un testigo tras otro, construyendo un caso a base de pruebas circunstanciales. El doctor Tillman Baxter identificó a Daphne Shelby, afirmando que era la joven que le había pedido empleo, y la que había facilitado la fuga de Horacio Shelby.

Describió luego el estado mental del viejo. Éste sufría, dijo, los primeros grados de la demencia senil, por lo que el Tribunal había nombrado a un doctor, el doctor Alma, para que examinase al anciano; que dicho examen debía llevarse a efecto la misma tarde del día en que Horacio Shelby se fugó del sanatorio.

El doctor Baxter añadió que deseaba que su diagnóstico se viese confirmado por un psiquiatra independiente, pero que por culpa de la acción de la acusada, al dejar escapar a su tío, esto no era ya posible.

El teniente Tragg refirió cómo halló el cadáver de Exeter, conocido como Bosley Cameron, muerto en el pabellón 21 del motel Northern Lights. También había encontrado un vaso de cristal, y descubrió que en el mismo alguien había triturado unas pastillas, conocidas con el nombre de Somniferone; que éstas eran las mismas pastillas que más adelante se tomó la acusada en su hotel cuando fue a verla su abogado, aparentemente para advertirla de la llegada de los guardianes de la ley.

El teniente Tragg describió cómo la actuación de la acusada había colocado en mala postura incluso a su propio abogado, el cual acabó por arrojarla dentro de una bañera que la acusada creía llena de agua caliente, pero que en realidad estaba helada.

Tragg se retiró temporalmente. Un empleado de una droguería cercana al motel Northern Lights identificó el tubito de cristal como similar al que vendían con un cepillo de dientes de una marca muy conocida. Identificó a la acusada como la compradora del día antes que, precisamente, había adquirido un cepillo y pasta para los dientes, un peine, una navaja de afeitar y crema, y una bolsa de plástico para llevarlo todo. La joven había explicado que su tío había extraviado el equipaje y que necesitaba urgentemente tales artículos.

La camarera del restaurante chino también identificó a Daphne como la joven que se llevó la comida china en unas bolsas de cartulina, explicando que era para su tío, a quien le encantaba la cocina china.

La camarera describió de qué forma había aguardado Daphne mientras le preparaban lo pedido. Según aquélla, la acusada estaba muy, pero muy nerviosa.

Mason escuchó todos estos testimonios con una exagerada falta de curiosidad, como si todo ello no le interesara en absoluto. No se molestó en contradecir a ningún testigo hasta que el teniente Tragg hubo vuelto al estrado, terminando su declaración. Entonces fue cuando Mason se puso de pie y se decidió a interrogar afablemente al oficial de policía.

—¿Dijo usted que la tubería de gas había sido desconectada, teniente?

—Sí.

—¿Y es conclusión suya de que esto se hizo después de haber ingerido el difunto el barbitúrico?

—Como oficial investigador, creo que es una interpretación muy razonable —replicó el teniente—. La autopsia apoya mi teoría como indiscutible.

—Supongo que la desconexión de una tubería de tal calibre debe ir acompañada de considerable ruido, y Exeter seguramente no debía aguardar insensible a que fuesen ultimados los preparativos para eliminarle. A menos, claro está, que se trate de un suicidio.

El teniente Tragg, con aire de triunfo:

—Si se suicidó, señor Mason, dispuso del arma y cuando no la encontramos, usualmente descartamos la teoría del suicidio.

—¿El arma? —inquirió Mason.

—Unos alicates —le explicó el teniente Tragg—. La tubería estaba unida al radiador de forma que no pudiese filtrarse ni el menor átomo de gas, y se necesitó unos alicates para poder desconectarla. No, no había ningunos en la habitación.

—Ah, sí, teniente, ahora iba a referirme a esto. Usted se ha anticipado. ¿Fueron necesarios unos alicates para destornillar la tubería?

—Claro.

—A fin de impedir los escapes, las tuberías suelen estar fuertemente encajadas, ¿verdad?

—Sí.

—A veces con un compuesto que forma como una capa y no permite las filtraciones, ¿eh?

—En efecto.

—Y para poder aflojar dicha conexión hay que ejercer una fuerza considerable, ¿cierto?

—Un poco de fuerza —Tragg evitó la trampa—, pero en realidad una fuerza que cualquier jovencita que goce de buena salud puede realizar sin grandes esfuerzos.

—No, no me refería a esto, teniente —replicó Mason—. Lo interesante es que unos alicates tienen que morder para asir con firmeza la tubería.

—Sí.

—Bien, estos alicates poseen unas mandíbulas dentadas, de forma que cuando se aplica la presión las mandíbulas muerden, y los dientes o muescas quedan señalados en el hierro con bastante presión. ¿No es así?

—Exacto.

—¿Y fue por haber descubierto tales indentaciones en la tubería que supo usted que se había empleado unos alicates para desconectar la tubería?

—Sí, señor.

—¿Ha fotografiado las marcas, teniente?

—¿Fotograbarlas?

—Eso dije.

—No. ¿Por qué hubiera debido de hacerlo?

—¿Entonces, desconectó la tubería para que sirviera de evidencia?

—Claro que no. Había un escape de gas. Volvimos a conectar la tubería lo antes posible.

—¿Pero usted observó las señales en la tubería?

—Sí, señor.

—¿Y no se le ocurrió, teniente, que esas señales podían ser muy significativas?

—Ciertamente. Significaban que se había utilizado unos alicates, nada más.

—¿Examinó las marcas al microscopio? —insistió el abogado.

—No.

—¿Con una lupa?

—Menos aún.

—Supongo que estará enterado de que a veces, una melladura en un cuchillo u otro instrumento de hierro o metal puede hacer que dicho artículo sea plenamente identificado, ¿verdad?

—Sí, esto lo sabe cualquiera.

—¿Y no sabía que esto también puede ocurrir con unos alicates?

La expresión del teniente Tragg dio a entender que acababa de comprender adónde quería ir a parar Perry Mason.

—No quitamos la tubería —admitió—. Todavía sigue allí.

—Sin embargo, ha sido destornillada dentro de la conexión, ¿verdad?

—Sí.

—Y hasta ahora, teniente, usted ignora si hay algunas marcas identificadoras en dicha tubería que pudieran darnos la pista de cuáles fueron los alicates empleados para desatornillarla, ¿eh?

El teniente Tragg cambió de postura y al final contestó.

—Admito, señor Mason, que ha ganado usted un punto. No sé, también admito que tal vez lo mejor habría sido examinar dichas señales escrupulosámente en un microscopio. Siempre he procurado ser justo. La investigación de un crimen a menudo es un asunto científico. Reconozco ahora que habría sido inteligente hacer examinar las indentaciones con una lente de aumento, y si existían tales marcas, fotografiarlas para que quedara constancia.

—Muchas gracias por su declaración imparcial, teniente Tragg. Siempre he apreciado su integridad, y ahora aprecio su justicia. No tengo más preguntas que formularle.

—Bien, caballeros —dijo el juez Kyle—, hoy hemos recorrido un buen trecho. Supongo que la vista quedará finalizada mañana.

—Supongo lo mismo —tronó el ayudante del fiscal.

—Muy bien —aprobó el juez—. Ha llegado la hora de la suspensión y el Tribunal aplaza la vista hasta mañana a las nueve y media de la mañana. La acusada queda en custodia y se levanta la sesión.