Della Street, con el semblante un poco fatigado, penetró en la oficina a las diez de la mañana siguiente, hallando a Perry Mason ya trabajando.
—¡Perry! —exclamó la joven—. ¿Cuánto tiempo lleva aquí?
—Una media hora —sonrió el abogado—. ¿Ha descansado?
—La mitad de lo necesario —rezongó ella—. Me ha costado mucho levantarme.
—Las cosas se aceleran —le explicó su jefe—. El agente de Drake de la sucursal de San Diego ha telefoneado. Horacio Shelby cruzó la frontera, atravesando Tijuana y largándose a Ensenada. Al parecer, no tiene la menor idea de que ha sido seguido, y se muestra más contento que un lagarto al sol, conduciendo de prisa y con más aplomo. Pero no guía ya el coche de Massachusetts.
—¿No?
—No, lo dejó en San Diego y compró otro en un establecimiento de compra-venta a primera hora de la mañana.
—¿Y Daphne?
—No tienen nada contra la joven —afirmó Mason, con el semblante muy grave—, pero el fiscal posee un informe completo de la policía, ha visto muchas facilidades para conseguir un mandamiento de arresto en la evidencia y quiere arrestarla. Creen que tienen ya completo el caso.
—¿Y usted qué opina?
Mason guiñó un ojo.
—Yo apuesto los dos extremos contra el centro, pero sólo represento a Daphne, y a nadie más. Por muchas chiquillerías que haya cometido, he de proteger sus intereses.
—¿Qué ha hecho?
—He solicitado una vista preliminar.
—¿Tienen bastantes pruebas para poder procesarla?
—Así lo suponen. Están absolutamente convencidos de que Ralph Exeter se hallaba en aquel pabellón del motel después de haberse marchado Horacio Shelby, que Daphne compró la comida china y que ella y Exeter fueron quienes se la comieron.
—En cuyo caso fue ella quien le administró el barbitúrico, ¿verdad? —concluyó Della Street.
Mason asintió.
—¿Cómo saben que Horacio Shelby no estaba en el motel?
—Encontraron al taxista descubierto por Paul.
—¿No hay ninguna novedad?
—Drake plantó a un agente en el pabellón 21 del motel.
—¿Ha ocurrido algo?
—No. Bien, Della, creo que lo mejor será que llame a Bill Hadley, el físico detective.
—¿El que está especializado en los accidentes automovilísticos?
—Exactamente. Conoce a fondo todo lo referente a la metalurgia, y puede afirmar la velocidad que llevaba un coche por medio del impacto producido. Bueno, pues creo que no sería mala idea que echara una ojeada a la tubería desconectada de aquella estufa y le ofreciese algunas respuestas a la policía, si aún no las tienen. La policía ha aceptado la tubería como algo corriente, pero nadie desconecta una tubería con los dedos. Se necesitan herramientas y, a pesar de lo que pueda pensar la policía, ningún jurado admitirá que una muchacha como Daphne llevase ninguna herramienta encima para desconectar una tubería como aquélla.
El rostro de Della Street se iluminó.
—Es una idea excelente —aprobó—. Jamás se me habría ocurrido.
—Tampoco creo que se le haya ocurrido a Hamilton Burger, nuestro fiscal del distrito —sonrió Mason. Luego añadió—: Póngame con Bill Hadley.
Unos instantes más tarde, Bill Hadley se hallaba al otro extremo de la línea.
—Bill, tú ya has trabajado para mí en varios accidentes de automóviles —comenzó a decirle Mason—. Esta vez quiero que lo hagas en un caso de asesinato. Ve al motel Northern Lights y entra en el pabellón número 21. Allí se cometió un asesinato o, al menos, eso piensa la policía. Una tubería de gas fue desconectada y un tipo que estaba durmiendo por efecto de un barbitúrico murió asfixiado.
—¿Qué quieres que haga? —preguntó la voz de Bill Hadley.
—Que averigües lo que ocurrió.
—¿Me tomas por un clarividente?
—Echa una ojeada a la tubería. Nadie desconecta una tubería con los dedos.
—¿Podré entrar? ¿Tendré que enseñar mi placa de detective o…?
—En absoluto —le interrumpió el abogado—. Lárgate allí lo antes posible. El ocupante del pabellón es un chico muy amable, que te admitirá tan pronto como te identifiques. La tubería ha sido reparada debidamente, pero tú procura averiguar lo que puedas.
—¿Me llevo la cámara?
—La cámara, focos, microscopios y todo lo necesario.
—De acuerdo. ¿Algo más?
—No permitas que nadie se entere de lo que haces —le recomendó Mason—. El tipo del pabellón es nuestro.
—Bien. Ahora mismo pondré manos a la obra. Llegaré allí esta tarde, a primera hora.
—Procura no despertar sospechas.
—No temas, seré un turista muy simplón —le prometió Hadley.
Mason colgó el aparato.
—Ahora iré a ver a Daphne —le dijo a Della Street—, para saber qué tal ha pasado la noche.
—¡Pobrecita! —suspiró la secretaria.
—Depende de cómo se mire —comentó Mason—. Debe de admitir que tuvo mucho nervio al llevar a su tío al cuarto contiguo al de ella, y después fingir como fingió.
—Supongo que esto lo usarán como prueba en contra de la chica —meditó Della Street.
—Seguro. Tragg pescó hasta la última partícula de píldora del contenido estomacal. Cada vez que recuerdo el chillido que lanzó esa muchacha cuando la tiramos dentro del agua fría, me echo a reír todavía.
Mason abandonó el despacho y se dirigió a la sala de detenidas del Departamento de Homicidios, donde encontró a Daphne Shelby, que evidentemente no había dormido apenas. La detenida fue conducida a la salita-locutorio por una gruesa matrona.
—Por lo visto, resulta imposible hacerle comprender que tiene que jugar limpio con su abogado —le recriminó el abogado al verla.
—¿Qué he hecho ahora?
—Lo digo por lo que no ha hecho. Se olvidó comunicarme que su tío Horacio se alojaba en el cuarto contiguo al suyo, el 720, y que si se dignó usted hablar conmigo fue para que aquél nos oyese y pudiera escapar.
—Señor Mason —replicó la joven—, pongamos en claro una cosa: yo jugaré limpio con usted y no le ocultaré nada, excepto en lo referente a las cosas que puedan perjudicar a mi tío.
—¿A pesar de no estar unida a él por lazos de parentesco?
—Lo siento, pero le tengo mucho afecto. He sido una hija para él. Le he cuidado, le he protegido, y ahora que es viejo y está enfermo, pienso seguir haciendo lo mismo.
—¿Sabe la policía que su tío se hallaba en aquella habitación del hotel? —se informó Mason.
—Creo que no.
—¿Entonces no se lo ha dicho?
—¡Claro que no!
—¿Las preguntas que le han formulado no le han dado ningún indicio de si sospechan algo?
—No.
—¿Sabe que su tío llevaba el coche de Ralph Exeter?
—¡No! —exclamó Daphne, con desafío en los ojos.
—Está bien —suspiró Mason—, estamos jugando, Daphne. Usted juega conmigo para proteger a su tío. Pero le diré algo: yo la represento a usted. Y voy a conseguir que la absuelvan de esa acusación de asesinato. No represento a su tío. No represento a nadie más que a usted. Y, repito, procuraré que la absuelvan. Es mi deber. ¿Entendido?
—Sí.
—Bien, tendrá que quedarse aquí cierto tiempo.
—Me acostumbraré.
Mason se dispuso a marcharse. De repente, sintió el brazo de la joven sobre el suyo.
—Por favor, señor Mason, yo puedo soportarlo. Soy joven y resistente, sí, puedo soportarlo. Pero si tío Horacio tuviese que pasar unos días en el calabozo, si viese rejas en las ventanas y carceleros y celdas… se volvería completamente loco.
Mason la obsequió con una sonrisa.
—Daphne, la estoy protegiendo. Y un abogado no tiene sitio para dos personas. Tendrá que acostumbrarse a esto.
—Bien, yo protejo a tío Horacio —le desafió la muchacha—. También usted tendrá que acostumbrarse a esto.
Mason volvió a sonreír.
—Ya estoy acostumbrado a mí mismo… y esto es difícil…
El abogado regresó a su despacho, donde halló que Paul Drake tenía un reportaje muy interesante. En el motel Northern Lights se había inscrito un coche de Nevada. El propietario había dado el nombre de Harvey Miles, de Carson City, pero el auto llevaba la matrícula de Stanley Freer, de Las Vegas.
—¿Sabes algo más? —inquirió Mason.
—De Freer, sí. Miles parece no ser más que un nombre, pero Freer es un cobrador.
—¿Cobrador?
—Sí. Trabaja para cobrar las deudas de juego.
—¿Con qué método?
—Como las deudas de juego no tienen validez legal en la mayoría de Estados —contestó Drake—, el método que emplea Freer se considera ilegal… pero altamente productivo.
—Bien, si Exeter tenía una deuda de juego y Freer le visitó y quizá le comunicó que Horacio Shelby se hallaba en el pabellón 21, es posible que Exeter fuese a ver al viejo a probar fortuna.
—Eso pienso yo.
Mason calló unos minutos y al final continuó:
—Sí, Paul, puede ser. Unos tipos de Nevada vigilaban el sanatorio. Y parecían muy ansiosos por hablar con el doctor nombrado por el tribunal. Esto significa que los jugadores estaban ya hartos de aguardar, y también que deseaban cobrar el dinero. También pudieron descubrir que Horacio Shelby se fugó del sanatorio y adónde fue. Luego le manifestarían a Exeter que no estaban dispuestos a seguir esperando hasta que el viejo muriese, y que procurase obtener el dinero cuanto antes mejor. Luego, debieron poner un cobrador tras la pista de Exeter… y tal vez asesinó a éste, tras discutir con él.
—Sí, es una posibilidad —reconoció Drake—. Estos cobradores están ansiosos de matar a alguien para asustar a los demás morosos. Cuando se extiende la noticia, todos los que no han pagado se apresuran a soltar la pasta. Usualmente, sin embargo, los cobradores prefieren antes propinarle una tunda a su víctima.
Mason volvió a meditar la situación y añadió:
—Un jurado podría aceptar esta teoría. Incluso yo mismo.