Paul Drake estaba ya aguardando en el despacho de Perry Mason cuando el abogado insertó la llave en la cerradura del despacho privado y entró. Ante todo miró a Della Street.
—¿Alguna llamada, Della?
La joven sacudió la cabeza, negativamente.
—Bien, ¿qué ha ocurrido, Paul? —quiso saber inmediatamente Mason.
—No puedo decírtelo con seguridad, porque tuve miedo de efectuar preguntas demasiado directas, pero ésta es la historia algo resumida. Ayer por la tarde, una chica que responde a la descripción de Daphne Shelby detuvo un coche completamente nuevo a la puerta del sanatorio y dijo que había visto el cartel ofreciendo plazas para enfermeras. Por lo visto, es cierto que la institución está llena y necesitan personal. En primer lugar, deseaban a alguien que hiciera las camas, fregase, barriese y tuviese algunas nociones de enfermera. La muchacha que hacía el turno de las diez de la noche a las siete de la mañana se había largado, y nuestro amigo Baxter se hallaba desesperado. Esta joven —a la que llamaré Daphne porque estoy seguro de que era ella— dijo que volvería a las diez para empezar su turno. Nadie pensó en mirar la matrícula de su coche. Dio el nombre de Eva Jones y afirmó poseer bastante experiencia por haber cuidado a algunos ancianos. El doctor Baxter no se molestó en examinar sus credenciales. Necesitaba una muchacha y la aceptó. La joven trabajó toda la noche: era muy vivaracha e inteligente. Baxter se levantó un par de veces y comprobó que lo estaba haciendo todo muy bien. Tenían una cocinera y otras dos enfermeras que llegaban a las seis de la mañana para preparar los desayunos, y después, hacían las camas. Bien, se trata de personas experimentadas que llevan bastante tiempo en el sanatorio y conocen todos los trucos. Lo más difícil había sido encontrar una encargada de noche desde las diez hasta las siete del día siguiente. La última vez que fue vista la nueva enfermera fue a las cinco y cuarenta y cinco. Cuando la cocinera llegó al sanatorio, la chica nueva aún estaba allí. Debía quedarse hasta las siete y ayudar a preparar el desayuno, pero nadie volvió a verla después de haberla saludado la cocinera. Durante un buen rato, todos estuvieron muy ocupados con el desayuno, hasta que se dirigieron al pabellón 17 para hacer la cama y ver cómo seguía su ocupante que tantos malos ratos les hacía pasar a todos. Y entonces hallaron la cama vacía. Horacio Shelby se había desvanecido, lo mismo que la nueva adquisición. La verdad es que no relacionaron ambas desapariciones por el momento. Pensaron que la muchacha habría entendido mal el horario y que volvería a presentarse a las diez de la noche. Bien, seguí la pista indicada por ti respecto a los carteles, descubrí lo relativo al empleo de Eva Jones y, fingiendo que era un cobrador a quien la misma debía unos plazos, pregunté qué sabían de sus antecedentes, su dirección y, lo más importante, su descripción física. Me dirigí a las señas que me dieron… una pensión, donde nadie conocía allí a ninguna Eva Jones. Más aún, jamás había vivido allí nadie que respondiese a las señas personales de la interfecta.
Y entonces, Perry, sumé dos y dos. Lo mismo que puedes hacer tú. La joven adquirió un coche, se dirigió al sanatorio; no hizo nada durante la noche porque habría sido demasiada coincidencia; aguardó hasta la llegada de la cocinera y entonces penetró en el pabellón de su tío, cortó la cuerda que retenía a Horacio Shelby en la cama contra su voluntad, empleando para ello un cuchillo de la cocina, ayudó a vestir a su tío, atravesaron ambos el patio, cruzaron la cancela y se metieron en el automóvil.
—¿Qué hay del coche? —preguntó Mason, meditando.
—Le he seguido la pista a través del Banco y del departamento de vehículos a motor. Daphne Shelby compró ayer un «Ford» en una agencia del centro de la ciudad y quiso que le fuese entregado inmediatamente. Pagó con uno de los cheques de caja del Banco Nacional de Inversiones, firmado por el cajero. Debido a sus prisas, los de la agencia entraron en sospechas, pero como llevaron el cheque al Banco y lo cobraron, le entregaron el coche a la chica sin más dilación. La licencia del auto es LJL 851, mas como ya te dije, nadie se fijó en la matrícula del coche de la pretendida Eva Jones cuando llegó al sanatorio. Aparentemente, era también un «Ford» nuevo.
Mason, que se había instalado en una esquina de su mesa, balanceando una pierna, frunció el ceño, pensativamente.
—Nuestra pequeña ingenua, nuestra chiquita inocente parece poseer una cabeza firmemente asentada sobre sus hombros y gozar de mucha iniciativa.
—¿Qué opinará el tribunal de todo esto? —inquirió Drake.
—Depende.
—¿De qué? —intervino Della Street.
—De los hechos. Si Horacio Shelby fue declarado incompetente sin razón alguna, puede suceder una cosa. Por otra parte, si Borden Finchley actuó de buena fe y creyó que Daphne era una advenediza que pretendía sólo apoderarse de la fortuna del viejo Horacio, puede suceder algo muy distinto. Una vez Horacio Shelby haya sido reconocido por el doctor Alma, sabremos exactamente cómo le trataron, por qué le amarraron a la cama y todo lo demás. Si los conspiradores le llevaron allí a la fuerza, no permitirán que Horacio Shelby sea examinado. Lo impedirán a toda costa.
—¿Qué quiere decir «a toda costa»? —preguntó Della Street.
—Crimen —repuso simplemente Mason.
—¿Un asesinato?
—Exactamente.
—¿Pero cómo les ayudará el asesinato? —razonó Della Street.
—El asesinato en sí nunca ayuda. Pero cometerán un asesinato que pueda ser achacado a Daphne. Su historia será muy sencilla: alegarán que Daphne sacó a su tío del sanatorio; que le obligó a redactar un testamento dejándolo todo a favor suyo, y que el anciano murió durante la noche. Su muerte parecerá obedecer a una causa natural, pero todo el mundo sospechará de Daphne. Por lo tanto, tenemos que encontrar a esa muchacha, cueste lo que cueste, para protegerla de sí misma y de los demás.
—Tengo a varios hombres siguiendo a Daphne desde que se marchó del juzgado —explicó Paul Drake—. Tenemos el número de licencia de su coche, por lo que no tardaremos mucho en saber dónde tiene el nido.
Mason consultó su reloj.
—Tal vez haya decidido no ir directamente a su escondrijo.
—¿Qué haremos cuando la hayamos localizado? —quiso saber el detective.
—Comunicárselo al doctor Alma para que vaya a examinar a Horacio Shelby.
—¿Y si el anciano se halla confuso y desorientado?
—Entonces, le llevaremos a un buen hospital bajo las atenciones del doctor Alma, nos presentaremos en el juzgado, y procuraremos que se nombre otro tutor.
—¿Y si no está desorientado?
—Entonces —sonrió Mason—, acusaremos a los Finchley de conspiración criminal, los desacreditaremos por completo, haremos que Horacio Shelby sea declarado competente y después… si él lo desea, y por lo visto así es, haremos que firme un testamento dejándoselo todo a Daphne. Y por entonces, todo habrá terminado.
—Los Finchley están apostando muy fuerte en este juego —observó Drake.
Mason asintió.
Sonó el teléfono que no figuraba en el listín. Fue Della Street quien contestó.
—Para usted, Paul.
—Drake al habla —dijo el detective por el receptor—. Sí… Hola, Jud… ¿Qué?… ¿Cómo ha ocurrido? —escuchó más de un minuto y al final preguntó—: ¿Dónde estás ahora?… Bien, aguarda instrucciones.
Colgó el aparato y se volvió hacia Perry Mason.
—Lo siento, Perry, pero la han perdido.
—¡La han perdido! —repitió Mason, enfurecido.
—No, no la han perdido; ella les engañó.
—¿Cómo?
—Perdona, pero tuve que actuar precipitadamente —confesó Drake—. Puse a un agente delante del juzgado para que la siguiera cuando saliera. Hubo un pequeño lío en el aparcamiento y la muchacha cogió una buena delantera. Pero no fue por esto que se extravió; lo que realmente ocurrió es que ella sabía que la seguían y fue lo bastante lista como para burlar la vigilancia.
—¿Qué te hace pensar eso?
—Tomó muchas precauciones para que nadie pudiera seguirla. Se internó entre el tráfico, aparentemente sin mirar a derecha ni a izquierda. Dobló por una calle lateral y de repente hizo girar el coche por otra calle de sentido contrario, justo en un bulevar muy transitado, no avenida, un bulevar. Naturalmente, cuando alguien efectúa una maniobra de esta clase, siempre te pilla desprevenido. Si un guardia te atrapa, el conductor de la falsa maniobra está listo, pero si consigue seguir adelante, es muy fácil que se desprenda de su sombra, porque ésta tarda un tiempo en recuperarse de la sorpresa. Y si el bulevar está razonablemente transitado, cuando el detective logra llevar a su coche a una posición desde la que pueda efectuar el giro, ya es demasiado tarde. Y esto es lo que ocurrió esta vez. Daphne efectuó un viraje en medio de una afluencia de coches, en contra dirección, y cuando mi agente logró meterse en el bulevar, había ya unos quince o veinte coches entre él y Daphne. Ésta, luego, dobló por otra calle lateral y al llegar a un cruce tomó a la derecha… o a la izquierda. Mi agente supone que no siguió en línea recta porque no logró divisar su coche. Bien, el chico escogió la derecha y de nuevo tropezó con la misma historia. Una vez has perdido a una persona se necesita mucha suerte para volver a alcanzarla. Llegó a otro cruce, escogió la izquierda y comprendió que se había equivocado.
—Bien —comentó Mason—, ahora Daphne se encuentra en un buen fregado. Si no se presenta pronto, el tribunal pensará que está interfiriéndose deliberadamente con el procedimiento de la sala, y si obra de buena fe y Borden Finchley la encuentra antes que nosotros, la muchacha estará en peligro, lo mismo que Horacio.
—¿Crees de veras que llegarán hasta el asesinato? —inquirió Della, asustada.
—Lo ignoro. Pero sí sé que existe esta posibilidad, y que un abogado tiene que tener en cuenta todas las posibilidades. Paul, reúne a todos los muchachos que puedas. Que vigilen la carretera que conduce a El Mirar. Que busquen por allí el coche de Daphne.
—No estará en El Mirar —objetó Drake—. No se atreverá.
—Creo, por el contrario, que es el único sitio donde se atreverá a ir —arguyó Mason—. Ponte en su puesto. Fue al sanatorio a buscar un empleo. Si lo conseguía, estaba decidida a intentar la fuga con su tío, y fue lo bastante lista para planearla para una hora en que no pudiera llamar mucho la atención. Por otra parte, no pudo estar segura de que nadie se daría cuenta de su fuga, por alguna circunstancia imprevista, en cuyo caso su actuación no tardaría mucho en ser descubierta. Por lo tanto, lo más prudente debió ser alquilar una o dos habitaciones en algún motel de El Mirar, a fin de disponer de un escondite una vez consumada la fuga de su tío. Después, todo resuelto, debió presentarse allí con Horacio. Fue muy interesante, a este respecto, la declaración que me hizo en el juzgado. Afirmó que el tráfico había sido muy denso, por lo que había tardado más de lo previsto. Entonces yo ignoraba que hubiese estado conduciendo un coche, por lo que me limité a preguntarle a qué se refería. Creo que fue un desliz de su lengua, del que debió arrepentirse casi en seguida.
—De acuerdo, Perry —asintió Drake—. Me largo a mi oficina y rápidamente pondré en movimiento a mis muchachos.
—Que vigilen los moteles de El Mirar —le recomendó una vez más el abogado—. Que procuren descubrir el coche de Daphne Shelby, que seguramente estará aparcado delante de algún pabellón de un motel.