Capítulo III

El juez Ballinger penetró precipitadamente en el juzgado a las dos menos doce minutos.

—Hola, Perry, pase. Siento llegar con el tiempo justo, pero tenía un almuerzo importante.

Mason siguió al juez a su despacho y se calló mientras aquél se ponía la toga.

—Tengo que estar en el tribunal a las dos —continuó el juez, mirando su reloj—. Tal vez pueda demorarme un par de minutos. Bien, ¿qué le pasa?

—Creo que tendré que comparecer ante su tribunal —le explicó Mason—, en un asunto contencioso-administrativo, y no quiero arruinar su posición ni la mía discutiendo el caso con usted, pero sí desearía hacer un poco de historia y, si es posible, descubrir el motivo de una orden dada por usted en este caso.

—¿De qué caso se trata?

—Del de la tutela de Horacio Shelby.

—Sí, se vio la vista hace un par de días —afirmó el juez Ballinger.

—Lo sé.

El juez le miró astutamente.

—¿Cree que hubo algún error en este caso?

—Sólo he venido a hablar de la historia, pero me gustaría conocer sus razones.

—No me importa tratar de este asunto. En tales casos, el tribunal necesita cuanta más información mejor. No es que pretenda darle ninguna información que pueda luego servirle a usted para la presentación de un recurso contencioso-administrativo, pero sí le diré lo que pienso. Horacio Shelby es un anciano, y está confundido, de esto no hay duda, ya que se muestra incoherente. Estaba excitado, emocionalmente, y al parecer extendió y firmó un cheque por valor de ciento veinticinco mil dólares para una jovencita que vive con él. Bien, cuando ocurre una cosa de este estilo, sabemos que algo hay que hacer. Nombré, por tanto, un tutor de carácter temporal, con la condición de que el tribunal revisaría mi decisión siempre que se adujesen factores adicionales —el juez calló un momento y miró a Mason—. ¿Es que se han presentado ya?

—Es posible.

—De acuerdo —continuó el juez Ballinger—. La orden está sujeta a revisión. Mañana por la mañana, a las diez, no creo que sea demasiado temprano para que usted presente estos factores adicionales, ¿verdad?

—No —convino Mason.

—Mañana por la mañana, a las diez. No, un momento, tengo otro caso a las diez. El tribunal se reunirá muy temprano. Digamos a las nueve y media. Mañana por la mañana, a las nueve y media, abriremos la sesión. No pienso pedir que se presente Horacio Shelby en persona, porque sospecho que esto le trastornaría con exceso. Pero echaré un vistazo a los factores adicionales que se presenten, y luego, si usted quiere enmendar, suspender o modificar la orden, y yo lo encuentro justo, lo haré. ¿De acuerdo?

—De acuerdo —afirmó Mason.

—Comuníquele a la otra parte la convocatoria y la hora —le pidió el juez al abogado—. Llevo ya más de dos minutos de retraso.

Se estrecharon las manos y el juez pasó a la sala del tribunal.

Mason salió del despacho del juez y volvió precipitadamente a su oficina, deteniéndose ante el mostrador de recepción.

—¿Ha vuelto Della? —le preguntó a Gertie, la telefonista.

—Hace unos veinte minutos.

Mason penetró en su despacho.

—¿Qué tal, Della? —le preguntó.

—Todo fue bien. La pobre chica apenas quiso comer. Se siente completamente amilanada.

—Sí, es algo que ocurre muy a menudo.

—¿Vio al juez, jefe?

—Ha consentido en tener otra sesión mañana por la mañana —sonrió Mason—, a las nueve y media. Usted comuníqueselo a la parte contraria. A propósito, ¿quién es el abogado del caso?

—Dentón, Middlesex y Melrose —le contestó Della—. El socio más joven, Darwin Melrose, es el que compareció ante el tribunal.

—Es una buena firma —admitió Mason—. No creo que se mezclasen a sabiendas con algo confuso, y supongo que se habrán asegurado de ello antes de encargarse de esta defensa. ¿Se sabe algo de Paul Drake?

—Aún no. Está tratando de obtener información del Banco.

—Bien, avise a la parte contraria —repitió Mason—, y llame a Daphne y anúnciele que mañana por la mañana tenemos que acudir al tribunal, a las nueve y media; que venga aquí a las nueve para ir conmigo. Creo que será mejor que vaya usted a verla esta tarde, a fin de que no se acongoje demasiado.

Della asintió y luego inquirió:

—¿Qué tal se portó el juez Ballinger?

—Muy bien. No quiso discutir nada que pudiera servirme para la presentación de mi recurso, pero tampoco nació ayer, por lo que sabe como cualquier otro mortal de qué manera pueden actuar unos parientes ambiciosos, lo mismo que el proverbial camello en la tienda: primero mete la cabeza y luego, gradualmente va metiendo todo el cuerpo hasta arrojar de la tienda a su primer ocupante.

—¿Pero el juez no le dijo esto, eh? —sonrió Della.

—No, no lo dijo, pero su mente lo estaba pensando.

—Seguramente, la de mañana será una buena sesión —comentó la secretaria.

—Tal vez.

En la puerta sonó la llamada especial de Paul Drake.

—Aquí está Paul —dijo Della Street—. Mientras tanto, iré a comunicar estas órdenes.

Abrió la puerta y saludó al detective:

—Adelante, Paul. Yo voy a trabajar un poco. El jefe acaba de llegar. Mañana por la mañana tenemos sesión a las nueve y media.

—En realidad —rectificó Mason—, se trata de la presentación de pruebas adicionales.

—Pues yo he conseguido algunas pruebas para ti —le anunció Drake, sentándose.

—¿De qué se trata?

—Stanley Paxton, el vicepresidente del Banco —continuó el detective—, se halla muy interesado en este asunto, y desea ayudar en lo que pueda.

—¿Declarará?

—Seguro. Si se entera de que mañana por la mañana hay una sesión, allí estará.

—Bien —le rogó Mason—, háblame de Paxton.

—Como te he dicho, es el vicepresidente del Banco, que se dedica a vigilar todas las cuentas activas, particularmente las de importancia.

—¿Conoce a Horacio Shelby?

—Particularmente, con relación a sus transacciones bursátiles. Casi todo su contacto ha sido hecho a través de Daphne.

—¿Qué opina de la joven?

—Que es una de las jovencitas más hermosas que ha visto en su vida, que es una chica que tiene muy firme la cabeza sobre los hombros, y que Horacio Shelby ha sido puesto en una situación desde la que no puede firmar ningún testamento válido ante un tribunal. También me dijo que esos parientes, los Finchley, se trasladaron a su casa con el único propósito de descubrir de qué podían apoderarse.

—¿Y esto es lo que puede declarar Paxton?

—Estas sólo son, en realidad, figuraciones suyas, pero lo que sí puede atestiguar es que cada vez que vio a Horacio Shelby, éste sabía muy bien lo que hacía; que habló con él por teléfono varias veces respecto a unas inversiones, que las conversaciones se desarrollaron normalmente de acuerdo con las prácticas bursátiles, y que Horacio Shelby siempre ha sentido un gran afecto por Daphne; que confía en la joven, virtualmente, en todo y que la muchacha ha sido leal con los intereses de su tío en todos los aspectos. También declarará que jamás había oído hablar de Borden Finchley, Elinor ni de su amigo, Ralph Exeter, hasta que Daphne se marchó de viaje; que mientras la muchacha estuvo fuera, Borden Finchley se mostró excesivamente curioso. Estuvo, por lo visto, intentando sonsacarle a Paxton cuál era la fortuna total de Horacio, y cosas por el estilo. Borden Finchley le dio la impresión de ser un aprovechado, un aventurero, y está seguro de que si alguien obra con fines egoístas es, precisamente, él.

—Naturalmente, esto no podrá declararlo —objetó Mason.

—No con estas palabras —asintió Drake—, pero Paxton es un tipo listo. Tú podrás hacerle subir al estrado e interrogarle respecto a Horacio Shelby, y él ya buscará la manera de que el juez se entere de la clase de sujeto que es Borden.

—¿Y respecto a Ralph Exeter?

—Exeter parece ser una especie de percebe en el barco —le explicó Drake—. Nadie conoce cuál es su verdadera relación con los Finchley. Naturalmente, no tiene ninguna con Horacio Shelby.

—¿Estás seguro?

—Razonablemente seguro. Ten en cuenta que he actuado muy de prisa, y no he tenido tiempo de comprobarlo todo, pero por lo poco que he averiguado, Finchley le debe a Exeter una bonita cantidad y éste le está apretando los tornillos; por esto, Finchley le llevó a visitar a Horacio, para que viese por sí mismo que se trata de un viejo millonario, cuya fortuna irá a parar a manos de los Finchley un día no muy lejano.

Mason enarcó las cejas ligeramente, meditabundo.

—Sí, esto encajaría en el cuadro —reconoció—. Y, claro está, Exeter comprendió que Horacio Shelby pretendía dejárselo todo a su sobrina y… —una amplia sonrisa se extendió por las facciones del abogado. Poco después añadió—: Paul, quiero que descubras todo lo que puedas respecto a la deuda de Finchley. Entérate de los antecedentes de Exeter. Cuando Borden Finchley se presente a declarar, le contrainterrogaré respecto a Shelby y también sobre Exeter… A propósito ¿cómo obtuviste esta información, Paul?

—Hay una asistenta que va a la casa seis horas diarias.

—¿Guisa?

—No, la que guisa es Elinor Finchley. Antes de la llegada de los parientes, era Daphne la que se cuidaba de la cocina. Los gustos de Horacio Shelby son bastante simples, al parecer, y Daphne sabía exactamente qué debía servirle y cómo prepararlo. La joven trabajaba duramente, y acabó agotada físicamente. Después, cuando llegaron Exeter y los Finchley Daphne fue quitada de en medio con este pretexto. Contrataron a la asistenta y también a alguna criada ocasional. Gracias a lo cual consiguieron que Daphne consintiera en irse de vacaciones.

—Paul —sonrió Mason—, no me gusta hacer pronósticos, pero opino que la sesión de mañana por la mañana resultará sumamente movida e interesante. Sin embargo, mientras tanto, tú ocúpate de Exeter. Quiero sus antecedentes. Quiero saber cuál es la base de sus relaciones con Borden Finchley, y si éste le debe dinero, cuál es la cantidad y por qué.

—Le debe dinero, esto es seguro —replicó Drake—. La asistenta le oyó a Exeter decirle a Finchley que no podía esperar eternamente, ni quería aguardar a que el viejo muriese; que necesitaba recuperar su dinero lo antes posible. Entonces, se dieron cuenta de la presencia de la criada y cambiaron bruscamente de tema.

Mason asintió.

—Consigue los antecedentes de Exeter, por muchos agentes que tengas que poner a la tarea.