BAJAS
—A
quel hombre quiere hablar contigo.
Toby se sorprendió.
—¿Conmigo? ¿Por qué?
—Te conoce.
—Imposible.
—Pues él dice que te conoce. Mira, está malherido.
Toby fue, aunque a regañadientes. Avanzó entre los heridos de la seca planicie y cedió lo que le quedaba de agua.
Era un hombre pálido y arrugado que se quejaba mecánicamente, con un gruñido húmedo y regular. Le habían tapado la cabeza con una manta lustrosa que cumplía una función médica. El hombre se quitó la manta. Toby vio lo que había sido un rostro y ahora parecía una colina que hubieran roturado bajo la lluvia con equipo pesado y luego hubiera permanecido demasiado tiempo al sol.
—Me han quitado mi viejo rostro y me han dado uno nuevo —dijo una voz clara y suave. Los labios no se movían.
—Sí, ya veo. —Toby se sintió inútil.
—Ahora me está creciendo otra cara.
—Ya veo —dijo Toby sin mirar.
—¿Quieres saber qué me ha pasado?
—Claro.
—Tratábamos de derribar una de esas cosas, de esas serpientes que disparan desde el eje de la Vía. ¿Las has visto?
Toby había visto muchas de aquellas cosas, pero no las consideraba animales, pues eso sólo inducía a error.
—Creo que sí.
—Espantosa, estaba matando a muchos de los nuestros. Así que esperamos y le disparamos desde cinco posiciones. La hicimos trizas.
El hombre tenía la mirada desenfocada. Toby lo alentó a que continuara.
—Esa cosa giró y se hizo pedazos antes de estrellarse contra el risco. Cerca de mí. Estalló con una potente detonación. Muy bonito. No noté más que un golpe caliente en el costado y luego me encontré aquí.
Toby cogió la mano del hombre y se preguntó si debía creer todo cuanto le decía. Su mano era tan suave como su voz, no una mano que hubiera estado mucho tiempo en campaña. Y la voz era soñadora. No parecía la historia de una verdadera batalla. Toby había aprendido que los heridos no eran de fiar como cronistas; a veces mezclaban los hechos con sus sueños.
Toby murmuró algo y volvió a cubrirle el rostro con la manta. Estaba seguro de que el hombre no veía y que se limitaba a usar su sistema sensorial interno. El hombre no dijo nada y Toby dejó la manta. El hombre dijo súbitamente.
—Oí decir que estabas aquí.
—¿Yo? ¿Cómo es posible que alguien me conozca?
—Te vimos, recibimos un mensaje en el sistema sensorial general.
—¿Qué decía?
—Que te esperáramos, que cuidáramos de ti.
—¿Quién lo enviaba?
—Una orden general.
—¿Podéis enviar señales de Vía en Vía?
—A veces. Nuestra tecnología no es la mejor. Pero teníamos noticias de ti.
—¿Mi padre tiene algo que ver en esto?
—Tal vez. No lo recuerdo.
Toby se preguntó si sería verdad. Había oído a hombres mentir acerca de cómo los habían herido, a veces poco después del impacto e incluso delante de testigos presenciales. No sabía por qué, pero él lo había hecho una vez, hacía años, y no le parecía tan mal.
Una descarga mec le había destrozado la pantorrilla izquierda y tardó una semana en volver a correr. Cuando pudo caminar ya había urdido una historia totalmente distinta de la realidad. No halagüeña, sólo diferente. No sabía por qué lo había hecho, y al cabo de un tiempo dejó de preguntárselo. Por eso le costaba hablar con aquel hombre que jamás recobraría el rostro.
—A mi modo de ver —dijo el hombre—, tienes que ser importante.
—¿Yo?
Toby había estado pensando y casi se había olvidado de dónde estaba. Recordaba a la Familia. A Killeen.
—Debes serlo. La mayoría de las órdenes son sobre armamento o tácticas.
—No soy importante.
—Bien, pero condenadamente grande sí, no cabe duda. ¿De dónde eres?
—Pertenezco a la Familia Bishop.
Lo dijo en tono desafiante; nunca sabía cómo reaccionaría la gente. A veces quedaba desconcertada. En ocasiones hacían un comentario hiriente sobre los planetarios, o bien ponían cara de indiferencia. Aquel hombre no hizo nada de eso, ya que de pronto se puso a vomitar en su propia mano. Toby le ayudó a limpiarse.
—No hay duda de que eres importante. —El hombre tenía peor aspecto, y el rostro se le ponía amarillo como una vieja herida, pero seguía aferrado a su idea—. Tienes que serlo.
Hablaba con acento monótono, pero se expresaba como los viejos Bishop que Toby había conocido. Tal vez la gente de por allí pertenecía a Familias de la Agachada. Toby palmeó al hombre, sin saber qué hacer.
—Duerme.
—Tienes que serlo. Las órdenes decían que te cuidáramos.
—¿Y luego qué?
—Pasar el informe. Y permanecer contigo.
—¿En nombre de quién?
—No lo sé. Ahora quédate aquí.
—Duerme.
—¿Por qué eres tan importante? ¿Tienes algo que ver con todo esto?
La pregunta flotó en el aire polvoriento. Aunque Toby la había oído en su sistema sensorial, las susurradas palabras quedaron sin respuesta porque Toby ya estaba en el borde de la planicie, moviéndose deprisa.