MOVIMIENTO INESTABLE
H
abían corrido hasta agotarse y la luz no menguaba.
No estaban en un planeta que diera vueltas, así que el día y la noche no se sucedían de forma cíclica. Un fulgor espasmódico brotaba de las estribaciones de piedra de tiempo, arrojando sombras en el follaje verde y amarillo. Toby siguió corriendo hasta que arrastró los pies, y entonces se detuvieron para dormir. Todavía no había indicios de otra presencia, ni de una persecución.
Despertó, y oyó cantar a Shibo. Las palabras resonaban con una delicada e insistente melodía, ligera y airosa. Notó que tenía los ojos abiertos pero no veía nada.
Parpadeó. Árboles retorcidos, nubes convexas, roca… su visión fluctuó, se estabilizó. Toby se incorporó, contrariado. Ninguna amenaza acechaba en las cercanías. El viento suspiraba en el sinuoso matorral. Una sulfurosa lanza de luz cortaba la bruma.
No había ningún motivo para que ella se adueñara de sus sentidos.
—¿Qué…?
Necesitaba una salida. Tú estabas profundamente dormido, así que…
—En efecto, y ahora estoy despierto. No gracias a ti.
Después de tus desventuras de ayer, me ha parecido que te vendría bien un poco de reposo.
—¿Desventuras? ¡Ah, esas llamas rojas! Eras tú quien quería echar un vistazo.
Recuerdas mal. Fui yo quien te advirtió del peligro cuando estabas metido hasta el cuello…
—No es lo que yo recuerdo. No dejabas de empujarme porque ansiabas tocarlas.
Has omitido la atracción que tú mismo sentías.
—¡Y un cuerno! Me interesaba averiguar qué era, desde luego, pero…
No discutamos. Escapamos ilesos, juntos. Eso es lo importante. Mientras permanezcamos juntos y atentos, aun en este lugar tan extraño y maravilloso estaremos a salvo.
Aquel corto sermón lo sacó de quicio, pero decidió contenerse. Dirigir pensamientos hacia ella la haría hablar más y por el momento quería silencio interior, la oportunidad de pensar por sí mismo. Para sí mismo.
Satisfizo una necesidad natural. Mientras enterraba los excrementos para que el olor fuera difícil de rastrear, Shibo le habló.
Él la rechazó, presionando con fuerza. Luchó en silencio, torciendo la boca, y al fin comprendió alarmado que no podía liberarse de ella.
Siempre estaba allí, detrás de sus ojos.
¿Por qué no deseas mi ayuda?
—¿Por qué? Porque ya no me das opción.
Eres demasiado joven para continuar sin mi ayuda.
—¿Qué te parece si lo decido yo?
A eso me refiero. Tú solo puedes tomar muchas decisiones equivocadas.
—Al menos serán mías.
¡Estamos tan unidos! No me rechaces.
Algo en esa «unión» lo ponía nervioso, pero no pudo encontrar las palabras para expresarlo.
… Una pegajosa sensación de presiones húmedas, aire espeso en sus pulmones jadeantes, líquido entrando por la nariz y las orejas y la boca, una bruma ondeante y dulce…
Cuando volvió a respirar con normalidad, regresó a donde estaba Quath. Ella había calentado parte de las raciones de campaña.
Toby se olvidó de Shibo. Los pringosas delicias de aquella comida caliente y aceitosa alejaron su presencia. Era un alivio. Hacía días que Shibo le apretaba como una bota nueva. Toby sólo lo comprendió cuando ella se alejó.
‹Pateabas y hablabas en sueños›.
—Supongo que soñaba.
‹Era algo más›.
—¿Cómo lo sabes?
‹Tu especie da a entender muchas cosas con gestos faciales… un método extraño que nosotros no empleamos›.
—¿Me lees la cara mientras duermo?
‹Te la leo siempre. Es esencial para entender a los humanos. Digitalizo tu imagen y luego la comparo con mediciones anteriores›.
—¿Mediciones de qué?
‹De ángulos y amplitudes de los pliegues de la piel, sus color, el grosor de las cejas, la curvatura de la boca y los ojos›.
—¡Madre mía! Trabajas bastante.
‹¡Si es lo mismo que haces tú!›.
—¡Qué va! Yo sólo echo una ojeada a la gente y deduzco… Oye, ¿dices que es así como yo sé cómo se siente la gente?
‹Desde luego. Estáis diseñados de tal modo que actuáis así inconscientemente›.
—¿Tú lo haces de forma consciente?
‹Si así lo deseo›.
—¿Y si no lo deseas?
‹Normalmente delego la tarea›.
Toby sabía que el pensamiento era una red de veloces impulsos eléctricos, una danza de átomos hablando por medio de sus rápidos mensajeros. Pero ¿eso era cuanto significaban sus pensamientos?
Miró a Quath sin saber qué decir.
‹Hace tiempo que leo las señales que cruzan tu rostro. Especialmente en momentos como este›.
—Es Shibo. Hay algo en ella…
‹Su presencia te incomoda›.
—Sí…
‹Para vosotros la virilidad conlleva cierto grado de furia, una densidad implacable. A ti te mueve un impulso variable, agitado por los andrógenos. Tus errores morales se deben a menudo a un pronto›.
—Oye, yo no soy tan malo.
‹La feminidad (una convención que en mi caso sólo es aplicable en parte) conlleva en los primates una aguda sensibilidad de respuesta. Está inmersa en un equilibrio estable, reservado. Vuestras hembras son propensas a la espera, lentas por los estrógenos. Sus errores tienden a lo estático, lo duradero›.
—Eso es una simplificación. Diablos, muchas veces me siento equilibrado y estable… aunque no últimamente. Y mira a Besen. Ella es un manojo de nervios cuando se enfada.
‹Tu especie oscila entre estos dos polos… una modalidad con gran valor de supervivencia, y que por tanto se repite una y otra vez en la vida superior. Pero la frecuencia del gris no niega la existencia del negro y del blanco›.
—Tienes el sexo en el cerebro, insecto —dijo Toby, inquieto.
‹Vuestras geometrías sexuales determinan vuestra percepción del mundo: una colaboración entre macho y hembra, un aguafuerte de tensiones. El hombre tiende a la invasión. La mujer explota las ventajas de lo oculto, de lo que nunca se puede conocer del todo, la gruta de la oscuridad. Estas son las estrategias de vuestra especie. Fusionarlas en una mente joven como la tuya es desestabilizador por necesidad›.
—¿Eso es lo que me pasa?
‹Eso creo›.
—¿Qué debo hacer?
‹No lo sé. No tenemos la tecnología que requieren los dos remedios principales para ese mal. Tal como entiendo vuestras mentes de primate, la mejor cura consistiría en reforzar tus subcaracteres›.
—¿Cuáles?
‹Tal vez tu sentido del yo. Es un agente distintivo que está presente en todas las mentes humanas. Mantiene una ilusión favorable… la de que un solo yo gobierna el intelecto y los sentidos›.
—Conque si reforzara este sentido del yo…
‹Contrarrestaría las zonas que está invadiendo la Personalidad Shibo›.
—Vaya…
A Toby le costaba concentrarse en la conversación. Tenía un mal presentimiento cuando prestaba atención a las palabras de Quath. Pero luego, tenía que bostezar o rascarse una picazón en los servoacoples, o bien atender una pequeña señal de su sistema sensorial, y perdía el hilo de la argumentación de Quath.
Muchos detalles lo incordiaban, distrayéndolo continuamente del problema.
—¿Y la otra manera?
‹No tenemos el equipo necesario para ponerla en práctica›.
—Ya. —Inhaló profundamente—. Mira, resolveré esto por mi cuenta.
‹Creo que el problema se agravará›.
—¡Tenemos muchas otras preocupaciones!
‹Eso me temo›.
—Déjame en paz.
Toby se levantó, enérgico. Echó a andar, contrayendo el sistema sensorial, cortando la discusión. Seguía oyendo las palabras de Quath. Te mueve un impulso variable, agitado por los andrógenos.
Pisoteó con furia un fragmento de piedra de tiempo.
Bebió del arroyo que circulaba a cierta distancia. El agua era fresca y caudalosa. Le aclaró la cabeza y de pronto comprendió que después del sueño sentía una deliciosa pereza. La inquietud había desaparecido, se había calmado, y no preguntó cómo.
Mientras regresaba hacia Quath, un pico distante se resquebrajó y se desmoronó en fragmentos relucientes. Miró pensativo aquella torcida grandeza que lo rodeaba.
—Oye, podríamos ponerles nombre.
‹No te sigo›.
—Tal vez nadie ha estado nunca en esta Vía. Es posible, ¿verdad?
‹Es posible. Aunque los humanos y otros han ocupado esta complejidad durante mucho tiempo›.
—¿Cuánto tiempo?
‹Las Iluminadas dicen que tiene por lo menos varios millares de vuestros años de antigüedad›.
Toby se representaba la historia en términos de Aspectos, no de «años». Isaac pertenecía a las Arcologías tardías. La pobre y fracturada Zeno era de tiempos aún más remotos. La historia consistía en gente, no en cifras.
—Si somos los primeros en estar aquí —dijo con impaciencia—, podríamos poner nombres a las cosas.
‹¿Es una convención humana?›.
—Lo llamamos tradición. Es un derecho, en realidad.
‹Aquí el concepto de «derecho» no sirve›.
—Vamos, podríamos usar algunos nombres raros de los lugares que mencionan los Aspectos.
Al instante asaltó su mente ociosa una ráfaga de nombres y títulos teñidos de ecos del pasado: Tumbas de Ishtar; Gran Palacio; Altares de la Inocencia; Montaña Maldita; Flor del Pináculo; Descanso Eterno; Monte de los Olivos.
‹¿Por qué ponerles nombre?›, preguntó Quath.
Toby parpadeó. Comprendió que se trataba de una extraña vanidad humana, que respondía al deseo de apropiarse de las cosas y conservarlas. Shibo le ayudó a ver lo que todo nómada sabía en el fondo: uno podía ver mundo, servirse de él y recorrerlo; era parte del flujo y el viaje de la vida. No era adecuado poner nombres a esa tierra.
—Bien… que se pongan su propio nombre, entonces.
Pero no dejó de sentir frustración. Se lo ocultó a Shibo. O lo intentó.