8

EL MOMENTO DE LA APERTURA

—¿Cuál es tu plato favorito? —preguntó Besen.

—¿Qué? Oh, el que tenga más cerca.

Toby se dio cuenta de que estaba comiendo coliflor gratinada con queso. No era su plato favorito, pero de todos modos ni había notado su sabor.

—Vaya gourmet estás hecho. —Ella lo miró arrugando la nariz.

—Mira, no quiero tener buen gusto. Quiero cosas que sepan bien.

Terminó la coliflor y buscó sobras. Lo mejor de la comida comunal era que al final todos se pasaban las sobras. El que comía rápido recibía más, y Toby siempre tenía hambre. Aunque estaban descendiendo deprisa hacia un enorme disco de fuego ardiente; respondía a las necesidades de su estómago.

—No pareces preocupado —dijo Besen.

Toby le estudió el rostro. Las muertes ocurridas horas antes se habían honrado en una ceremonia celebrada en toda la nave. Ahora, por necesidad, volvían a sus actividades, y los equipos reparaban los daños con gran revuelo. Besen no era muy expresiva, pero Toby notó la tensión en las comisuras de su boca, la crispación de su rostro.

—No tiene sentido preocuparse. —Le cogió la mano y la estrujó—. Hay cerebros más eficientes que los nuestros trabajando en esto.

Besen se mordió nerviosamente el labio. Él se inclinó sobre la mesa y le besó la frente.

—Humm —dijo ella, pero no dejó de masticar.

—Lo lograremos. Lo presiento. —No era cierto, pero tenía que animarla.

—¿De veras lo crees?

—Claro. Oye, ¿puedes alcanzarme esas patatas?

—¡Qué animal eres! Nos enfrentamos a la muerte, y él quiere comer.

—Creo que es lo más inteligente que se puede hacer.

—Tengo el estómago cerrado. No puedo tragar nada. —Besen alzó una judía con los palillos, la mordió, la dejó en el plato.

—Bien, tal vez otro tipo de diversión te ayude a distraerte.

—Otro tipo de… oh, ¡qué bestia eres!

—He oído que es bueno para la circulación.

—Primero comida, luego… no, no saltaré a un catre contigo mientras volamos hacia las fauces de… de…

—No te lo tomes así.

—Pero es totalmente inapropiado.

Toby fingió que estudiaba la cuestión profundamente, frunciendo el ceño.

—Humm. ¿Qué mejor modo de votar a favor del futuro? De eso se trata, a fin de cuentas. Ella resopló.

—Creí que se trataba de amor.

—Eso también. Pero cuando todos somos candidatos para el cementerio (aunque no sé quién nos enterrará, pues no hay tierra para un cementerio) el rito humano más antiguo es un gesto de fe. Fe en el futuro.

—¿Conque ahora el sexo es fe? —Besen empezaba a sonreír, y eso era lo que buscaba Toby—. Tienes una religión extraña.

—Adoro en el altar de mi elección —sentenció él teatralmente.

—¿Y a qué viene eso del más antiguo ritual? Se me ocurren otros más edificantes.

Toby consultó con Isaac, que era una mina en cuestión de vocabulario antiguo, en el espacio de una palpitación.

—Lo llamaban la bestia de dos espaldas… así que quizá tengas algo de razón.

Besen esbozó una sonrisa que se borró en un simulacro de timidez.

—Sólo pretendías animarme, ¿verdad?

—Ajá.

—No te gusta admitirlo, pero eres muy atento a tu manera, a pesar de esa pretendida dureza.

—Me habéis desenmascarado, señora.

Ella lo miró especulativamente.

—¿Cuánto tiempo falta para que nos acerquemos al disco?

—No lo sé. El Puente está demasiado ocupado para dar detalles, y estamos bajando en una espiral complicada, así que… ¿por qué quieres saberlo?

—Bien, si hay tiempo suficiente…

—¡Pícara! Yo sólo trataba de animarte…

—Oh, olvídalo. No sabes captar una broma. —Le clavó el dedo en el pecho—. Ven, Romeo, vamos a ver qué nos dicen las pantallas. Creo que ya has agotado tu cuota de romanticismo de esta semana.

—Entonces tendré que detenerme para recoger mi próxima provisión. ¿Adónde voy?

—No creas que no puedo decirte adonde ir… En marcha.

Había logrado arrancarla de su abatimiento, pero el furibundo caldero que se veía por la pantalla de la Sala de Asambleas volvió a desanimarla. La rodeó con el brazo mientras se unían a una gran muchedumbre, observando el crudo resplandor de aquel disco que parecía crecer convulsivamente mientras se acercaban.

—¿A qué parte vamos? —preguntó Besen, entre maravillada y atemorizada.

—No sé. No tengo ni idea.

—Ese disco es como un mundo enorme.

—En comparación un mundo no es nada, apenas una mota.

—Pero veo nubes allá abajo. Y esa cosa serpenteante… casi parece un río.

—Casi, pero no lo es. Esas nubes son plasma que te achicharraría la mano en un santiamén. Ese río, según me informa mi fiel Aspecto, es una especie de nudo magnético que quedó atrapado en el disco alrededor del cual gira.

—Pero parece tan familiar.

Toby torció la boca, mirando a lo lejos.

—Necesitamos ver cosas familiares aquí. De lo contrario no podríamos afrontar tanta extrañeza.

Besen cabeceó.

—Mi Aspecto pedagógico acaba de decirme que el «río» es mayor que un planeta entero. Mucho mejor. Y que ese disco tiene el tamaño de un sistema solar.

—A veces preferiría que nuestros Aspectos no nos contaran tantas cosas.

Ella asintió con la cabeza, agitando el cabello en la baja gravedad.

—Me sentía mejor cuando creía que esa línea oscilante era un río. Sin embargo, gracias a los Aspectos podemos consultar todas las ramas del conocimiento.

Toby rio secamente.

—Las ramas, en efecto, pero no las raíces.

—¿A qué te refieres?

—No pueden explicarnos qué significa todo esto.

—Pero conocen muchos datos y números.

—Tal vez es todo lo que podemos confiarles. De cualquier manera, este lugar es muy importante. —Procuró mantener una expresión tranquila, pero el disco que se aproximaba, palpitando de luz hirviente, comenzaba a inspirarle más miedo que reverencia.

—Y come estrellas. Esto no es para nosotros.

—Estoy de acuerdo. Pero alguien cree lo contrario.

—Y tu padre también lo cree. Y él decide.

Había una nota de amargura en la voz de Besen. Alrededor de ellos, todos apretaban las mandíbulas. Los ojos se desorbitaron cuando un gigantesco relámpago blanco atravesó el disco, provocando un murmullo general. Toby comprendió que era un murmullo de insatisfacción, espanto y angustia. Las muertes los habían abatido, disminuyendo el ascendiente de Killeen. Todos respiraban amargura.

Un grupo de hombres y mujeres se puso a gritar el otro lado de la sala. Antes de que Toby comprendiera qué sucedía, la muchedumbre comenzó a moverse. Tumbó mesas y cruzó puertas avanzando con creciente ímpetu, como una marea absorbida por una luna irresistible. Volaban palabras hirientes, las botas golpeaban la cubierta, el aire vibraba con duras acusaciones.

Toby se levantó y la siguió ignorando el tirón que sentía en la pierna izquierda, allí donde una astilla de metal lo había herido en la agrocúpula. Algo que parecía haber sucedido haría un siglo. No cojeaba. Su cuerpo ya había reparado la herida.

Él y Besen estaban detrás cuando la inquieta multitud llegó al Puente. El rápido giro de los acontecimientos tenía un aire irreal para Toby. De nuevo los oficiales los detuvieron. De nuevo Killeen apareció en el balcón. De nuevo los contuvo con un severo discurso.

El miedo embargaba a la inquieta y murmurante multitud, y Toby observó que su padre se servía del temor general para consolidar su influencia. Ahora necesitaban creer en el capitán, y él sacaba partido de ello. De lo contrario, se habrían exaltado hasta el punto de amotinarse.

Killeen los contenía en parte gracias a su presencia física. Era bastante más alto que Toby, lo que evidenciaba su mayor edad. Se valía de eso y de la perspectiva que el balcón le proporcionaba para intimidar a quienes más protestaban.

Hacía tiempo que, en respuesta a los rapaces mecs, la humanidad había prolongado su longevidad manipulando su patrón de crecimiento. El cuerpo producido por la evolución natural, en la antigua Tierra, maduraba hacia los veinte años. En aquellos tiempos, hasta el cuerpo más dotado alcanzaba su límite. Gradualmente se debilitaba con los años, y la acumulación de sabiduría y experiencia compensaba el debilitamiento de músculos y huesos.

Para evitar esto, la Familia de Familias había esculpido a la humanidad. La gente ya no llegaba a ese punto donde se iniciaba la decadencia. La gente moría a consecuencia de heridas y ataques mecs, no de vieja. Nunca dejaba de crecer, aunque a un ritmo decreciente, pues de lo contrario los mayores habrían terminado siendo parsimoniosos gigantes. Una mujer de un siglo de edad tardaba una década en crecer un centímetro. Pero crecía. Y poseía el aplomo y la madurez que dan los años.

Esta perpetua juventud mantenía a raya los mecanismos internos que regían el envejecimiento. Los Bishop más viejos medían casi el doble que Toby. Esto representaba jambas de puertas más altas y comidas más abundantes. Más importante aún, los mayores se erguían sobre los demás, y su experiencia quedaba respaldada por su tamaño. Toby era alto para sus dieciocho años de la Vieja Tierra, pero se sentía pequeño e insignificante en comparación con Cermo o Killeen. En ellos, el peso de la autoridad de la Familia tenía una firme presencia física.

Killeen lo utilizaba con un no intencionado y revelador efecto. Aun así, había voces de protesta. Los juramentos cortaban el aire, estridentes y erizados de temor.

Lo único que contenía a la multitud era la larga historia que los había conducido allí. Más que nadie, Killeen encarnaba aquel pasado. Permanecía con los ojos llameantes, guardando un ceñudo silencio que intimidaba. Había engañado al Mantis, los había sacado de Nieveclara. Había caído en el interior de un planeta, atravesándolo, y había sobrevivido. Quath se lo había tragado, y luego lo había escupido. Había matado mecs y reído mientras lo hacía. Y una voz como un relámpago lo había buscado y los había conducido allí. Contra eso pesaban su propio miedo.

En ese largo momento Quath se aproximó desde el corredor principal. La alienígena despedía un olor extraño, un aroma agridulce en la nave cada vez más caliente. La gente se apartó. La alienígena era una aliada, pero eso no disminuía su extrañeza.

Quath se detuvo, volviendo la cabezota. Los ojos de rubí giraron como zarcillos sobre sus pedúnculos, deteniéndose para estudiar un rostro nervioso, la barba de un hombre, el bolso de una mujer, como si fueran objetos de museo.

Luego dijo:

‹He concluido la comunión con mi gente. El gran Círculo Cósmico está preparado. Se aproximan rápidamente, con propósitos que ignoro. Dicen que debemos hablar de nuevo con el ser magnético›.

Este mensaje directo y conciso contribuyó a calmar a todos. Se aplacaron, mirando a Killeen.

—Lo intentaré —dijo Killeen—. ¿Nos ayudarán? ¿Ocurra lo que ocurra?

‹Deben hacerlo›.

Toby pensó que era raro que Quath no dijera: «Lo harán» o «Lo intentarán». Pero entonces la multitud comenzó a dispersarse y comprendió que aquella extraña intervención había salvado a Killeen de otra crisis.

Cuando los oficiales regresaron a sus tareas, él y Besen se las ingeniaron para meterse en el Puente. Killeen hablaba con Quath, quien estiró el cuello y la cabeza. Al moverse raspaba las paredes con piezas metálicas, y entrechocaba las piernas con un ritmo nervioso que a Toby le resultaba inquietante.

—¿Es todo cuanto dijeron? —preguntó Killeen.

‹El ruido de fondo de la transmisión aumenta. Las olas de plasma cubren y distorsionan cada palabra›.

—¿Adónde crees que nos dirigimos?

‹Las miriapodia tienen antiguos documentos que quizá resulten de utilidad. No creen que nuestro destino sea el disco, pues allí sólo hay caos y muerte›.

Killeen rio sin ganas.

—Sin duda.

‹Otras miriapodia entienden que los textos más antiguos hablan de portales›.

—¿Portales hacia qué?

‹Nadie lo sabe si no ha cruzado el portal. Y está bloqueado por invenciones mecs›.

—¿Aquí? ¿Qué podría sobrevivir?

‹Eso opinan otras miriapodia. Nos sentimos muy confundidas en este aspecto. Aun el disco llameante parece un lugar más apto para una estructura duradera que la esfera de llamas que hay más adentro›.

Killeen se paseaba, las manos a la espalda, los hombros erguidos y rígidos.

—No podemos durar mucho, acercándonos tanto. Nos estamos recalentando, el chorro se cierra sobre nosotros…

‹Deberíamos aminorar la velocidad›.

—Con eso no ganaremos nada. Quiero estar en movimiento, preparado para largarme de aquí en cuanto…

‹Una breve pausa. Suficiente para que el Círculo Cósmico nos preceda›.

—¿Por qué?

‹No sé›.

—¡Maldición! Para guiar esta nave debo saber…

‹Aguarda. Detecto algo más aquí›.

Quath lo había detectado antes que los humanos, pero pronto Toby notó un cosquilleo de cargas electroestáticas en el cuero cabelludo, un zumbido debajo de las botas.

Habéis penetrado en mis regiones profundas. Estáis en el borde del chorro. Ha llegado el momento de que nos despidamos.

Killeen frunció el ceño.

—¿Qué? Tú nos trajiste aquí, no puedes…

Siento cómo el rodar y la tensión del disco aumentan a mis pies. Envía penachos de voraz materia hacia arriba, hacia las profundidades de mis líneas de campo. Debo combatir estas erosiones. Tengo poco tiempo para vosotros.

—Dijiste que estabas anclado a esa materia. Toda esa cháchara sobre tu inmortalidad…

La inmortalidad es una finalidad, no es un hecho. La fricción de la materia puede borrar aun a quienes son como yo. Estoy condenado a luchar, igual que vosotros, aunque en un tiempo y a una escala que no podéis comprender. Soy mucho más vasto y no compartimos sino esta propiedad vil.

—Conque nos abandonas. Justo cuando…

Tengo unas últimas palabras para vosotros; luego retiraré de vuestra región mi provisión de formas ondulatorias complejas. Al retirarme a otras partes de mí mismo, a la urdimbre de campos que está por encima del disco, puedo conservar mi identidad, los recuerdos de mi larga duración, mi esencia.

—Maldita sea, necesitaremos ayuda para sobrevivir durante la próxima hora, por no mencionar…

Envío un mapa, rudimentario y limitado, pero suficiente para vosotros. En este momento estoy alojado en las líneas de campo que se dirigen hacia el disco. Estáis navegando por uno de mis flancos. Os separaréis de mí dentro de un instante, en el lugar indicado.

—Demonios, no puedes… —gritó Killeen.

Los seres pequeños como vosotros deben recordar quiénes son.

—Lo recordaré muy bien, gracias —dijo Killeen con sorna.

Toby nunca había visto a su padre esforzándose tanto para dominar su temperamento, apretando los dientes y entornando los ojos.

Toby abrió la boca para decir algo, pero en aquel momento una figura apareció en todas las pantallas. Era de color y tridimensional, una maraña de líneas y puntos móviles con profusión de amarillos, verdes y rojos.

Complejidad, confusión. Toby sintió fascinación y rechazo al mismo tiempo. Había niveles de sentido y movimiento que no atinaba a comprender.

Entonces, como si la Mente Magnética supiera cuan engorrosa les resultaba aquella imagen, la figura se simplificó, se acható, se volvió bidimensional. Una geometría comprensible. La claridad de las matemáticas adaptadas a una mente humana.

Toby vio que una franja larga y gruesa era una visión lateral de la mitad del disco, y que su airado movimiento estaba representado por un sombreado. Unas líneas finas confluían en el disco, desde arriba y desde abajo, donde se formaba el chorro. Eran las líneas magnéticas de la Mente, parte de su enorme estructura, que se extendía más allá del disco, hacia los abismos interestelares. Pero aquellos pies magnéticos hundidos en el disco eran importantes, pues allí la Mente se alimentaba de las furiosas energías liberadas en el disco. Toby pensó, sin saber por qué, que aun esas líneas, mucho más grandes que sistemas solares, eran para la Mente tan insignificantes como para él el vello de sus piernas.

Y a lo largo de la línea magnética más interior había una línea discontinua que se prolongaba mientras él observaba: la trayectoria del Argo.

Luego el trazo discontinuo progresó con rapidez, pasó del naranja al azul, y dejó la línea de campo. Se arqueó hacia dentro, y la figura se amplió para mostrar el borde interior del disco, que iba disminuyendo hasta acabar en un punto. Más allá de eso, aún más adentro, Toby esperaba ver la fulgurante esfera blanca que mostraban las pantallas.

Pero el intenso resplandor aparecía representado en la figura como un chisporroteo insustancial. Al parecer la Mente Magnética no consideraba importantes aquellas abrasadoras energías. La raya discontinua atravesaba el resplandor con creciente rapidez. Luego se arqueaba hacia arriba. En el centro de la esfera blanca había algo muy oscuro, aunque parpadeaba con pequeñas descargas.

Os separáis de mí. Me retiro. Ahora envío detalles de vuestra trayectoria a seguir.

—¡Espera! —exclamó Killeen con miedo en los ojos—. ¿Por qué? ¿Adónde vamos?

La estrella que ha muerto en el borde extremo se zambulle ahora en el disco, despedazada, atravesándolo en un remolino de macizos terrones que me distorsionan y deforman. Esto sufro, y por vosotros. Semejante torsión crea las condiciones que la criatura Abraham parece desear, y predijo. Iréis a él. Moveos deprisa, pues se aproxima un momento cúspide.

—¿Qué? —gritó Killeen, moviendo los puños—. ¿Qué se aproxima?

El momento de la apertura.