LA CANCIÓN DE LOS ELECTRONES
D
esde el casco, Toby escrutaba el majestuoso movimiento de las estrellas, mirando el Centro Verdadero. Toda la galaxia giraba alrededor de un punto velado por las nubes. Un desbordante resplandor que daba vueltas en torno a un centro de despiadada oscuridad.
La nave iba cobrando impulso, hendiendo pasajes polvorientos y avistando nuevas salpicaduras de luz. Toby sentía una furia abrasadora contra los mecs que se aproximaban trazando azuladas estelas de escape y obligando al Argo a escapar. Implacables, cabalgaban en sus lanzas de plasma llameante: un enemigo secular dispuesto a eliminar todo vestigio de humanidad. Estaban a sólo un día luz de distancia, ocultos en las turbulentas tinieblas.
Aun en ese remolino de estrellas había pocas oportunidades de escapar. Los sensores de largo alcance del Argo detectaban imágenes de estelas mecs procedentes de varías direcciones que cortaban las órbitas fáciles, las más alejadas del Centro.
De ese modo los obligaban a seguir una trayectoria cada vez más cerrada, hacia el agujero negro que acechaba en el Centro Verdadero. Una trampa.
Toby había escuchado cómo su Aspecto Isaac consultaba con Aspectos aún más viejos y agrios para hablar de la enorme estrella oscura; pero todo parecía extraño e imposible. Durante diez mil millones de años se había alimentado de la galaxia. Las mareas de gravedad y de polvorienta fricción habían arrastrado estrellas enteras hacia ella: soles perdidos en torno a los cuales alguna vez habían florecido civilizaciones. A medida que sus estrellas madres eran absorbidas, para ser horneadas, trituradas y devoradas, especies alienígenas enteras habían tenido que huir o perecer.
Las lecciones de historia de Isaac eran bastante parcas en lo concerniente a esos tiempos remotos. Se suponían muchas cosas, pero se sabía poco. Algunas civilizaciones habían escapado, decía Isaac. Habían creado extrañas colonias metálicas que aprovechaban los grandes recursos energéticos del lugar. Delante del Argo esperaban dichos refugios. Ciudades del centro: alienígenas, colosales, imponentes; más grandes que los Candeleros, y más antiguas.
Despabilándose, volvió a su tarea, persuadir a Quath de participar en la Reunión de la Familia Bishop. La corpulenta alienígena trabajaba en las últimas paredes de su intrincado nido, apilando ladrillos en un recoveco oculto donde se unían dos cúpulas de cultivo.
—Ven, gran insecto, está a punto de comenzar.
Quath alzó sin esfuerzo una pesada losa.
‹Es una ceremonia de tu especie [intraducible]. No asisto a ella por respeto›.
—Es más bien una riña con reglas. De todos modos, el capitán quiere que hables.
‹Un honor que debo declinar, comedor de gusanos›.
—Oye, señora de los excrementos, esto es importante.
‹Es más importante que tú vuelvas a entrar en la nave›.
—¿Eh? ¿Por qué?
‹Mira con tu cerebro posterior y tu cerebro anterior… la canción de los electrones›.
Toby siguió el gesto de Quath. Al volverse, detectó un fulgor tenue y marfileño en torno al Argo. Bailaba y titilaba como bruma en el viento.
—Bonito. ¿Y qué?
‹Son electrones de alta energía que chocan contra nuestros campos magnéticos. Cuando los apartamos emiten sus pequeños aullidos de protesta. Fotones de consternación y sufrimiento›.
—Sí, la vida es dura. ¿Y qué?
‹Ahora nos topamos con muchos más electrones de ese tipo. Cerca del corazón de la galaxia son incontables. Sus radiaciones pronto te impedirán estar sobre este casco sin peligro›.
Toby frunció el ceño. Siempre había pensado que los campos magnéticos del Argo mantenían alejada toda radiación peligrosa. Pero los campos no podían detener la luz ingrávida, y sabía que la verdaderamente nociva tenía una frecuencia tan alta que los humanos no podían detectarla.
—¿Puedes ver la radiación dura?
‹Toda mi especie puede. No evolucionamos en un mundo tan cómodo como el vuestro›.
—Humm. Será mejor que entre. Y tú vendrás… órdenes del capitán.
‹Si es una orden, debo obedecer. Mi especie también entiende eso›.
—Quath, te pusiste a desmantelar tu nido de avispa y a guardarlo antes de que nosotros supiéramos siquiera que nos seguían los mecs. ¿Cómo?
‹La marea de acontecimientos está fijada›.
—¿Eso crees?
Quath nunca hablaba a la ligera… o bien el sentido del humor de los alienígenas era muy distinto. Por lo que Toby sabía, perder una pata podía ser una broma colosal para Quath. Una vez le había visto arrancarse una de sus grandes patas y emitir un extraño ruido de succión. Había supuesto que Quath lloraba o protestaba, pero tal vez se trataba de un juego de salón.
‹No hay salida›.
—Qué fatalista eres, artista de la inmundicia.
‹Pero hay entrada›.
Toby no pudo sonsacarle más información, y cuando logró que la alienígena entrara, la Reunión ya había comenzado. Los Ace y los Fiver discutían con los Bishop a pesar de que compartían muchos patrones culturales e incluso tenían antiguas leyendas comunes.
Afortunadamente, la primera parte de la Reunión consistía en una especie de danza caótica. Una música machacona resonaba en el gran salón donde los miembros de la Familia Bishop se mezclaban con gente que habían recogido en Trump, llamada Nueva Bishop, el último mundo del que habían huido: una muchedumbre feliz, con excepción de los oficiales de vigilancia. Ninguna Familia podía bajar la guardia nunca.
Toby trató de dejarse llevar por el estado de ánimo propio de una Reunión.
Quath quiso quedarse en un rincón, erguida sobre todos, escrutando la distancia. Toby se sumó a una gavota, recordando la letra de su infancia:
Pon la mano en la cadera,
menea bien el trasero
hasta que caiga a tus pies.
Zarandea todo el cuerpo
y contagia el movimiento
a quien más amas.
No era demasiado solemne, pero tampoco lo eran las Reuniones. Observando a su padre, Toby había aprendido la estrategia.
Que la gente se relajara y se sintiera unida; que bailara, cantara y evocara antiguos festejos de su mundo natal. Que una música bullanguera sonara y se trajeran las cubas de cerámica donde fermentaban el grano y la uva para elaborar licores, cerveza y vino. Que la Familia bebiera cuanto quisiera. Aunque contaminara la sangre con enzimas que menguaban la lucidez, la bebida como siempre levantaba el ánimo, infundiendo aplomo, confianza y temeridad. Que subiera el volumen de la música. Luego les plantearía una cuestión que apelaba a su audacia y a su sentido de lo que la Familia Bishop era y pretendía.
Toby sabía lo que Killeen se proponía, pero eso no era motivo para no disfrutarlo. Bailó con Besen, bebió delicioso vino fresco, dejó que su esencia vertiginosa se le subiera a la cabeza.
Pero no en exceso. Su padre había tenido un serio problema con el alcohol en el largo período que siguió a la muerte de la madre de Toby. Luego, cuando Killeen conoció a Shibo, dejó de beber tanto, se rehizo y llegó a capitán. Toby no sabía mucho de biología, pero tal vez el hijo tuviera tendencia a heredar la debilidad del padre, así que era prudente con la bebida. No podía depender de la ayuda de aquellos amigables enzimas.
Fue una grata Reunión. Incluso empezaba a sentir verdadero afecto por Cermo. Considerando el modo en que Cermo lo había tratado, tenía que atribuirlo al alcohol.
Cermo poseía una cremosa tez color chocolate que relucía a la tenue luz. Una de las cosas que le gustaban de la Familia era que mantenía las diferencias tradicionales entre los humanos: ojos castaños, azules o negros; piel áspera o lisa, amarilla o rosada o chocolate; narices esbeltas y puntiagudas o anchas e imponentes o ganchudas y curvas. Algo en sus genes se negaba a homogeneizar los rasgos a través de las generaciones. Eso añadía interés y sabor, un regusto de la época en que los humanos se adaptaron a las distintas zonas desarrollando ojos rasgados para ver mejor, piel oscura para protegerse del sol o un rostro ahusado para conservar el calor de una forma más efectiva.
No importaba que la naturaleza lo hubiera logrado por medio de una lenta selección natural. Las diferencias eran como un libro antiguo, mensajes incomprensibles de un pasado honroso, digno de preservar. La nariz ancha y los ojos rasgados de Toby parecían eminentemente prácticos. También su tez oscura y su barba, que empezaba a asomar. Herencia. Historia profunda.
La música palpitante bajó de volumen. Hora de decidir.
Killeen comenzó a hablar. No era un orador rebuscado, como algunos otros que Toby había oído, pero era elocuente a su manera por el modo llano que tenía de exponer las cosas. Expuso sin rodeos el trance en que se hallaban. La persecución de los mecs, las reservas de combustible del Argo. Las proporciones de aire, agua y fluidos, suficientes de momento aunque no para una fuga a toda velocidad fuera del Centro Galáctico en busca de un posible refugio.
Quath habló acerca de los probables planes de los mecs. Arrinconarían al Argo, lo atraparían en el remolino cercano al Centro Verdadero.
Luego usó el sistema sensorial de la Familia. Todos los miembros vieron en un ojo la antigua inscripción, con la transcripción de su significado. Killeen leyó pasajes en voz alta.
—«Consumió las cinco clases de muertos vivos en radiante calor sagrado».
La Familia, conmovida, evocó un pasado polvoriento.
—«Se levantará como todos los que nos lanzamos hacia la guarida y biblioteca».
Killeen estaba sobre una tarima desde la que dominaba a la muchedumbre. Su voz se volvió atronadora, no porque utilizara un recurso retórico, sino por convicción.
—Ellos fueron allí. Hace tiempo. «Aunque fatigada, febril sin embargo por el fervor hacia los palacios de perla de la humanidad».
Las voces se elevaron en un acuerdo unánime. Había en ellas una nota plañidera, un ansioso deseo de contacto con la historia que narraban las leyendas. Algunos sollozaban. Otros maldecían.
—Ahora los mecs nos asedian. Se acercan. Claro que tenemos aliados. —Killeen señaló a Quath—. La especie de Quath también nos sigue con su enorme aparato, el Círculo Cósmico. Poderes que no dominamos, sí. Métodos que no comprendemos, sí. Son criaturas vivientes, y nos ofrecen ayuda porque existe un lazo sagrado entre todos los que surgieron naturalmente de los mismos átomos de la galaxia.
Roncos aullidos de gratitud para Quath. Abucheos para los mecs.
Killeen hizo una pausa, aplacada su furia, recobrada la racionalidad.
—Pero aun con esa ayuda, sólo nosotros podremos decidir adonde iremos.
Killeen estudió aquellos más de trescientos rostros que tan bien conocía.
—Todos tenemos parientes que murieron luchando contra la especie de Quath. Esa época ha terminado. Ahora luchamos junto a los que conocíamos como cíbers, y ahora llamamos miriapodia.
Algo en su porte evocaba aquel pasado y favorecía la causa de Killeen. Toby pudo ver su efecto sobre la multitud. Killeen era el hombre que se había metido en un agujero tallado por los cíbers a través de un planeta y había sobrevivido. Killeen había estado prisionero dentro del cíber Quath, y había salido con vida. Había dialogado con un ser magnético que hablaba desde el cielo. Y antes Killeen había luchado con el Mantis y les había dado la libertad.
El peso de toda su historia pasada jugaba a favor de Killeen. Sus ojos ardían. Sus graves modales dominaban. Su gente escuchaba.
—Tenemos la opción de dar media vuelta para luchar contra fuerzas ante las que estamos en desventaja. Y tenemos la opción de intentar escapar.
Su encendida mirada los escrutó.
—¿Ya está? ¿Eso es todo? —Killeen torció el labio con desdén—. ¡No! ¡No! Yo digo que hay un tercer camino… el camino que nos señala esta inscripción de nuestros antepasados lejanos.
Toby gruñó, viendo con cuánta firmeza el capitán se ganaba la atención de todos. Se dirigía a la Familia Bishop con una voz potente, firme y segura, pero Toby sentía una especie de miedo impotente por lo que se avecinaba.
—Podemos seguir a nuestros antepasados en su búsqueda. Tal vez lo que ellos buscaban siga allí.
La familia suspiró, murmuró.
—Tenían poderes que no están a nuestro alcance, cierto. Métodos que no comprendemos, por supuesto. Así que sus descendientes, nuestros primos, aún podrían estar allí. La Familia de Familias. «Donde mora la eternidad…». ¿Qué significa eso? ¿Qué nos promete? ¡Vayamos a averiguarlo!
Por el rugido de asentimiento que vibró en torno a él, Toby supo que se avendrían a seguir un curso desesperado; y aunque amaba a su padre y quería seguirle, un frío temor le recorrió el cuerpo y le aflojó las rodillas, para su vergüenza.
¿Por qué hacía aquello su padre? ¿Dónde estaba su cautela? Ponía en peligro a la Familia para encontrar… ¿qué? El pasado. El sentido de la Familia.
La Personalidad Shibo afloró sin que él la llamara. Su pálida presencia era una voz suave contra el bullicio de entusiasta celebración que burbujeaba a su alrededor: codos unidos, sudor feliz, bocas que se encontraban.
No saben realmente lo que él desea. ¿Lo sabe él? Amo a ese hombre tanto como esta personalidad reducida que soy puede amar. Ahora también le temo. Les promete una guarida. Tal vez sólo les dé una mentira.