5

SABORES ANTIGUOS

A

Toby le gustaba trabajar en el exterior; en gravedad cero era más un baile que un trabajo, y aunque exigía mucha agilidad, había momentos en que se requerían buenos músculos.

El sudor traía cierta alegría. Con el trabajo Toby descargaba sus frustraciones, que últimamente eran demasiadas. Pero hasta el mejor dermotraje se ponía pegajoso al cabo de un rato, y orinar costaba bastante, así que uno se pasaba horas sin beber nada antes de salir. La garganta se resecaba, y había que conformarse con gotas de zumo de tomate.

Este trabajo era duro. El paso por la nube molecular había causado desperfectos en algunos sensores de la nave. Cermo lo atribuía a los bancos de polvo. Y la explosión del Candelero había mellado el casco. La mayor parte de los desperfectos eran de poca importancia, pero era preciso reparar cada grieta. Tedioso, engorroso y esencial, como la mayoría de los trabajos a bordo de una nave estelar. Cuando uno sólo contaba con una piel para protegerse del vacío, la cuidaba bien.

Toby devolvió la forma a una antena aplastada valiéndose de las instrucciones de un Rostro. Un Rostro era un Aspecto reducido a la mínima expresión, una especie de catálogo de conocimientos y trucos técnicos. Toby dejaba que el Rostro le indicara qué herramientas usar y qué conexiones eléctricas hacer, lo cual lo dejaba en libertad para resoplar y sudar un rato. Los problemas tecnológicos eran intrincados, difíciles y cansados. Pero las rutinas de reparación se grababan en la memoria muscular, así que lo haría mejor la próxima vez.

Cuando llegó el momento de la pausa, paseó por el casco mientras el resto de la cuadrilla se sentaba a descansar. Comenzaba a entender por qué su padre pasaba tanto tiempo ahí fuera, bajo el hirviente cielo. Fuegos diminutos brillaban entre los borrones y remolinos de resplandor crepuscular: polvo y gas, sometidos a espasmos luminosos por enormes corrientes eléctricas.

Mirando hacia fuera, creía sentir las palpitaciones de todo el disco de la galaxia. Todo giraba en torno a un punto que nadie podía ver: el agujero negro del Centro Verdadero.

El Comilón. Cuando niño lo había visto en Nieveclara, una presencia flamígera detrás de hirvientes nubes moleculares. En algunas leyendas de la época en que ardía sobre las Familias como un ángel vengador, o un demonio, o ambas cosas, aparecía como el Ojo.

Toby apenas podía mirar de soslayo ese brillo cegador, el disco de la materia capturada que giraba en torno al agujero. Luego tuvo que apartar los ojos, o los sistemas de su propio cuerpo cerrarían su visión óptica para impedir una quemadura. Aun así, era inquietante mirar las nubes de polvo que se deslizaban hacia la mortal voracidad de aquella diminuta y perversa mandíbula. Una boca siempre hambrienta, siempre impaciente.

Dio la espalda al resplandor y descendió al pequeño valle formado por las dos protuberancias grandes del casco del Argo. Estaba divagando, contemplando el panorama, cuando algo lo sorprendió. La colmena de Quath estaba destrozada.

Y Quath se erguía entre las ruinas. Sus patas de doble articulación trabajaban en sus cuencas de acero mientras Quath asía una pared de ladrillos grises. Toby, alarmado, avanzó haciendo resonar las botas.

—¿Qué ha pasado? ¿Recibiste el impacto de un fragmento del Candelero?

‹No, carroñero de sangre caliente›.

—Pero habrá sido algo grande… oye…

Quath dio una sacudida enérgica y la pared se derrumbó por completo. Ladrillos de desechos y basura volaron en todas direcciones. Entonces Toby notó que, a pesar de sus giros y vueltas, los ladrillos caían en pulcros montones sobre el casco, siguiendo largas trayectorias curvas en gravedad cero. Se posaron ordenadamente con fluida gracia.

—¿Cómo lo haces?

‹Alimento de gusanos, modelo mi hogar-montaña con vuestros desechos materiales, es verdad; pero contienen hierro, y se adhieren el casco›.

—De acuerdo, pero ¿cómo logras que vuelen así y caigan en el montón adecuado?

‹Un arte de la mecánica›.

Toby miró cómo la enorme figura deshacía otra parte de su vivienda. Conocía lo suficiente a Quath para saber que no le daría más explicaciones sobre el cómo, así que insistió en el porqué. Quath respondió:

‹Creo que mi montaña no soportará nuestra trayectorias›.

—¿Qué trayectoria? Aún no hemos decidido hacia dónde ir.

‹El alma de una especie se comprende mejor desde fuera. Yo me preparo›.

Y no añadió más. Trabajaba deprisa y, teniendo en cuenta su tamaño, con una agilidad desconcertante. Toby insistió, pero no obtuvo respuesta. Se encogió de hombros y se alejó, recordando que no debía tomárselo como algo personal. Quath no era una mujer disfrazada de insecto. Tampoco era una indómita fuerza de la naturaleza. Era simplemente una alienígena, y las metáforas humanas no eran aplicables a ella. Eso era lo más difícil de tener presente cuando lo rechazaba a uno. Toby dio media vuelta y gritó:

—Al cuerno con tu castillo de mierda, cara de bicho.

Quath se detuvo y extendió hacia él dos antenas, pero sólo dijo:

‹[Intraducible.]›.

Tal vez fuera un gesto obsceno para la raza de Quath, pero Toby nunca lo sabría.

Se alejó y calmó su irritación trabajando con más ahínco. Estaba agradablemente cansado cuando finalizó la tarea y, una vez dentro, se dio una placentera ducha.

Lo hizo con tres días de antelación pero se sentía bastante maltratado por la vida. Puso el chorro en fuerza máxima y seleccionó las opciones de jabón y friega de alcohol. Por suerte era el primer día en un ciclo y el agua era pura. No olía a otros Bishop ni a ese filtro que nunca eliminaba del todo los efluvios. Se dejó envolver por su maravillosa tibieza, reguló el chorro para que le masajeara los músculos y el cuero cabelludo. En la Ciudadela Bishop disponían de más agua; incluso una vez había jugado en un baño. Habitualmente los baños estaban reservados para las parejas, como parte de la ceremonia nupcial.

Sintió pena cuando la carga se agotó y cayeron las últimas gotas. No podría darse ese gusto en varias semanas.

Suspiró, se tumbó en la litera… y sonó el avisador. La voz de Cermo le vibró en el oído izquierdo.

«Preséntate en el Centro de Mando, Toby».

Toby gruñó. Él y Besen habían planeado «descansar» juntos, palabra que usaba la Familia para referirse al tiempo de retozar en los aposentos comunes. Los miembros solteros de la Familia gozaban de un período de plena libertad sexual antes que asumieran la necesaria función de criar hijos, y Toby lo había aprovechado al máximo. Era lo que más le gustaba de la vida de a bordo: el tiempo para complacer a la bestia interior. Bien, tendría que esperar.

Llamó a Besen y se lo explicó.

—Vaya —rezongó ella—, y yo que había reservado una sección de gravedad cero.

—El deber me llama, mi Julieta.

—Conque al final has visto la obra. Habrás comprobado que despedirse es una dulce pesadumbre.

—En este caso, es más bien no poder reunirse.

—Date prisa, Romeo. Tal vez aún podamos aprovechar la reserva.

Para sorpresa de Toby, sólo su padre y Cermo estaban en el Centro de Mando. Las hileras de ordenadores con revestimiento de cerámica y las pantallas de datos fosforescentes los empequeñecían.

—Necesitamos tu Aspecto Shibo —dijo Cermo con cierto envaramiento.

Toby estudió el rostro de su padre al resplandor de las pantallas blancoazuladas, recordando la última vez que habían hablado de Shibo, pero Killeen mantenía su aplomo de capitán. Sus ojos oscuros no delataban nada.

—De acuerdo. ¿Qué sucede?

—Dos cosas —dijo Killeen cortante—. ¿Recuerdas esa inscripción del Candelero? Intentamos descifrarla. Échale un vistazo.

—Humm —murmuró Toby, desconcertado. Invocó a su Personalidad Shibo. Su fría presencia dijo tras una larga pausa:

Esta «ella» habrá sido toda una mujer.

—Hay algunos fragmentos que no entendemos —dijo Killeen.

Toby frunció el ceño.

—¿Y por qué una de cada dos líneas está invertida?

Cermo se encogió de hombros.

—¿Se trata de algún código?

Toby sintió que Shibo se conectaba con los Aspectos más viejos, invocando retazos de memoria. Hizo una síntesis y la presentó:

Se trata de una antigua habilidad. La vi cuando era niña con la Familia Knight. Esto se escribió para ser leído digitalmente. En vez de regresar a la izquierda para empezar cada línea, una mente digital lee los caracteres en orden inverso cuando los ojos regresan para leer la línea siguiente, de derecha a izquierda.

Toby les transmitió el mensaje.

—Parece complicado —dijo Cermo.

Ahorra tiempo. Nuestra costumbre de leer recomenzando por la izquierda es para mentes simples.

—¿La gente del Candelero podía hacer estas cosas? —preguntó Killeen dubitativamente.

Hubo un tiempo en que la Familia Knight podía. Sus pergaminos antiguos estaban escritos de esta manera. Vi algunos cuando era niña.

Toby repitió esto. Por la expresión de Killeen, notó que lo dicho tenía gran importancia para él. Todas las Familias sobrellevaban la carga de vivir en la desesperación y huyendo permanentemente, sabiendo que antaño los de su especie habían dominado con orgullo el Centro Galáctico: constructores de Candeleros, exploradores, cazadores de bestias del vacío, jinetes de grandes tormentas. Pero eso había sido hacía tanto tiempo que ni siquiera las leyendas rozaban las cumbres de tan remota antigüedad.

—Nadie tenía esa aptitud en la Ciudadela de la Familia Bishop —gruñó Killeen.

Toby recordó haber visto, en las ruinas de la Arcología Blaine, una pared que contenía un mensaje similar. Iba a decirlo, pero Cermo lo interrumpió con un gesto.

—Mira, al margen de cómo utilizaran el alfabeto, está claro que esto es una historia sobre una mujer que conducía a la humanidad. Vencieron. Pero ¿qué es todo eso de los palacios de perlas?

—Supongo que se refiere al Candelero —dijo Killeen con aire distante.

—Tiene sentido —comentó Toby, refiriéndose rápidamente a su Aspecto Isaac—. La palabra «perla» significa gema… una gema brumosa, como la cerveza de gato.

Esta vez la sorprendida fue Shibo.

¿Qué es «cerveza de gato»?

—La leche. Lo lamento, es una broma infantil —susurró Toby.

Lo había dicho sin pensar. Quería que lo tomaran en serio, no como un mero canal de transmisión para los conocimientos de Shibo. No había permitido que Cermo o Killeen tuvieran acceso directo a Shibo por la interfaz de comunicaciones. Habría sido bastante fácil, pero entonces lo habrían ignorado por completo, excluyéndolo de las cuestiones adultas.

—Hay muchas cosas de esta inscripción que no entiendo —dijo Killeen—. Primero, ¿puedes ponerla al derecho?

Para Shibo era fácil. Al cabo de un instante la proyectó en una de las grandes pantallas murales.

ELLA,

EN CUYOS SENOS SE INSCRIBE GRAN RENOMBRE, BATALLANDO EN VASTOS REINOS DE POLVO Y GAS, FRUSTRÓ LOCOS ATAQUES.

ELLA,

DESBARATANDO UNA MAREA GROTESCA, CONSUMIÓ LAS CINCO CLASES DE MUERTOS VIVOS EN RADIANTE CALOR SAGRADO.

ELLA,

PARTIDARIA DEL HOMBRE Y DE LA CAUSA JUSTA, DESBORDANTE DE FURIA, VIAJÓ A UN LUGAR INMUTABLE… AUNQUE FATIGADA, FEBRIL SIN EMBARGO POR EL FERVOR HACIA LOS PALACIOS DE PERLA DE LA HUMANIDAD.

ELLA,

CUYA HISTORIA SE PROPAGA ENTRE LA GENTE, TODAVÍA ARDE Y SE DESLIZA POR EL TIEMPO Y LAS CONTORSIONES DEL PROTOESPACIO.

ELLA,

FIRME DEFENSORA DEL PALACIO DE PERLA, ABANDONÓ SU FORMA ANIMADA Y HOY MORA EN LA MARAÑA DE TIEMPO DONDE HABITA LA ETERNIDAD. LIBRE DE SU ENVOLTURA CORPORAL, ÚNICA SOBERANA SUPREMA, MEDITA SOBRE MONTONES DE ACONTECIMIENTOS, LAMIDA POR DELICIOSAS LENGUAS DE PROTO-HISTORIA Y OMEGAFUTURO.

ELLA,

ES COMO ERA Y OBRA COMO OBRÓ, AROMÁTICA Y CARNOSA, TAL COMO ESTÁ ESCRITO Y TAL COMO SE VERTERÁ EN LA VENIDERA RESTAURACIÓN.

ELLA,

SE LEVANTARÁ COMO TODOS LOS QUE NOS LANZAMOS HACIA LA GUARIDA Y BIBLIOTECA. PLENITUD DURADERA, ES AHORA Y SERÁ SIEMPRE.

—Conque yo tenía razón. —Killeen asestó un puñetazo sobre el escritorio—. Hubo una época prolongada en que aventajaron a los mecs. «Cinco clases de muertos vivos». Vi eso inscrito en un monumento, una tumba, hace años… ¿Recordáis? Ambos estabais allí.

Cermo frunció el ceño.

—Creo recordar algo… —se esforzó.

—Yo lo recuerdo —dijo Toby—. Pero en esa inscripción se hablaba de un poderoso «él» y…

—Era sobre los mecs, sin duda —continuó Killeen—. Y esta «ella», una gran conductora… la llevaron a alguna parte.

Cermo arrugó el entrecejo dubitativamente.

—¿Cómo es eso?

—Claro como la luz de las estrellas —dijo Killeen, levantándose enérgicamente y paseándose por delante de la pantalla—. ¿No lo ves? «Ella viajó a un lugar inmutable», luego su «forma corporal se evaporó». Y «se levantará como lo haremos todos los que nos zambullimos en la guarida y la biblioteca». Abandonaron el Candelero, al menos algunos de ellos. Y se fueron a otra parte, a esa «guarida» donde estarían a salvo.

Cermo cabeceó a regañadientes.

—Sí…

—¡Es evidente! —exclamó Killeen—. Mirad, lo grabé usando uno de mis Aspectos. Aquí está…

En una pantalla parpadearon las letras:

Aquel, por cuyo brazo fue inscrita la fama, cuando, en batalla por los extensos países, golpeó e hizo retroceder el primer ataque. Con su pecho escindió la oleada enemiga… la de aquellos horribles mecanismos locos que no tenían piedad con los caídos.

Había más, y Killeen continuó, recitando pasajes y comparándolos con la inscripción que habían visto cerca de una tumba, y nada de ello tenía mayor sentido para Toby. Ciertos pasajes —como «El que guio a la humanidad desde los palacios de acero que volaban por lo alto»— tal vez aludieran a la Era de los Candeleros. Otros —como «Aquel, de cuyo valor los aires perfuman todavía el océano del sur»— debían referirse a una época en que todavía había mares en Nieveclara, no sólo los lagos que él conocía y que menguaban de año en año. Pero muchos otros —como «Él, que dio a la Humanidad los nombres de las Piezas»— no tenían el menor sentido. Y su Aspecto Isaac le dijo que aun los habitantes de las Arcologías estaban desconcertados por tales arcaísmos.

Killeen caminaba y hablaba sin cesar. Cuando su famoso entusiasmo lo poseía de aquella manera, irradiaba una energía hipnótica. Pero Toby veía con alarma el creciente frenesí de su padre.

Cermo intervino apaciguador.

—Es posible, y quedan en pie muchos interrogantes… pero no se trata de eso, capitán. ¿Verdad?

Killeen parpadeó e inhaló profundamente.

—Supongo que no. Esperaba que la inscripción nos indicara una manera de abordar el problema que afrontamos.

Toby trató de hablar con soltura y aplomo.

—¿Qué problema?

—Deberíamos celebrar una Reunión —dijo Cermo.

—En efecto. Puedo presentar nuestras opciones a la Familia…

—¿Qué problema?

—La explosión del Candelero fue la fuente de energía para un pulso de emisión —dijo Cermo—. Pensamos que estaba destinada a pillarnos, pero tal vez su verdadero objetivo fuera dicha emisión.

Toby procuró disimular su sorpresa, tal como a veces hacía su padre.

—Yo no capté nada en ninguna banda de frecuencia.

Killeen señaló el espectro en una pantalla.

—No me extraña. Su frecuencia era muy alta, por encima de todo cuanto podemos ver. Rayos gamma. Y emitidos… el Argo apenas pudo captarlo.

—¿Emitidos cómo? —preguntó Toby.

—Hacia fuera. Hacia uno de esos lugares que Quath nos previno que evitáramos.

Killeen miró sombríamente a su hijo.

Toby sintió un arrebato de simpatía hacia su padre. Killeen había aceptado muchas cosas como artículo de fe, y ahora iban a ser puestas a prueba. Habían seguido el consejo de Quath desde el comienzo de su largo vuelo desde Trump, el planeta de los Cards. Habían ido a ese mundo con la esperanza de colonizarlo, de convertirlo en Nueva Bishop. Pero los habían expulsado.

Y la Familia ni siquiera había protestado cuando los siguieron miembros de la especie de Quath, aunque a distancia, impulsando un instrumento largo y reluciente con su gigantesca nave. Estaba a cierta distancia detrás de ellos, actuando como una retaguardia que nadie entendía del todo. Habían avanzado a trompicones siguiendo un curso irregular para aproximarse al Verdadero Centro Galáctico, sorteando los obstáculos que Quath localizaba en los desconcertantes mapas estelares. Todo por fe, volando casi a ciegas. Sin saber qué extrañas estrategias funcionarían aquí.

—¡Una alarma contra intrusos! —exclamó Toby.

—¿Te refieres a la emisión? —preguntó Cermo.

—Para alertar a alguien que deseaba saber cuándo regresarían los humanos —dijo Toby, aparentando mayor seguridad de la que tenía, una actitud que consideraba adulta, viril.

Killeen cabeceó.

—Mecs.

—¿Por qué no dejar una bomba más grande? —dijo Cermo—. Liquidarnos por completo.

Toby extendió las manos.

—A lo mejor pensaban atraparnos.

Killeen sacudió la cabeza.

—Dominan energías potentísimas. Si quisieran matarnos, lo habrían hecho.

—¿Y por qué iban a querer capturarnos? —les preguntó Cermo.

—Puede que la explosión estuviera destinada a hacernos creer que habíamos escapado, que estábamos bien —añadió Toby.

Killeen frunció los labios; seguía sin estarse quieto un instante.

—Los mecs nos consideran tontos. Podría ser.

—Y otra cosa —dijo Toby, escuchando a Shibo—. Esa bomba hablaba nuestro idioma, no esa lengua arcaica.

Killeen se detuvo y miró a su hijo con interés.

—En efecto… no probó con los dialectos. Alguien le indicó cómo hablamos.

—¿Entonces… se disponen a atraparnos? —preguntó Cermo aterrorizado.

—Eso dependerá de la clase de mecs con los que tengamos que luchar. Los estúpidos cazadores que usaban contra nosotros en Nieveclara…

—Carecen de sutileza —condujo Toby—. Pero el Mantis…

Killeen y Cermo intercambiaron una mirada. El Mantis, el mec más inteligente que habían conocido, ya formaba parte de la leyenda de la Familia Bishop. Los había perseguido, sirviéndose de sus complejas ilusiones electrónicas. Habían creído que era sólo un asesino mejor que los otros; pero el Mantis mismo les mostró, en un momento aterrador, cómo usaba a los humanos en sus «obras de arte».

—Una vez Quath me contó —confirmó Toby— que los mecs no envían a los mejores a atacarnos en los planetas, sino a la escoria.

Cermo se irritó.

—Mataremos lo que nos envíen. Mecs grandes, mecs pequeños, no importa.

Killeen escrutó el espacio, y Toby comprendió que evocaba esa larga historia de humillaciones que había sufrido la Familia Bishop a manos de los mecs. Juntos habían visto cuerpos humanos usados por los mecs como componentes de biomáquinas. Como ornamentos. Como truculentos fragmentos de algo que el Mantis consideraba bello.

—En efecto, Cermo. Tal vez vengan a atraparnos —dijo Killeen—. O algo peor.

—Tenemos que huir —dijo Cermo.

—En efecto. —Killeen se volvió hacia una pantalla que mostraba remolinos de tenebrosa oscuridad y manchas de radiante luminiscencia. El plano de la galaxia, un hervor de energías mortales e historias perdidas—. Pero ¿adónde?