4

PÁLIDA INMENSIDAD

E

l Candelero crecía ante la nueva exploradora, descomunal y monstruoso, llenando el espacio. Su pálida inmensidad se extendía en todas direcciones, ofreciendo a la vista flancos y agujas relucientes, suntuosos portales y torres prominentes, elevaciones cuyas perspectivas llevaban el ojo hacia profundidades de vértigo.

«¿La gente construyó esto?», preguntó Toby por el comunicador.

«En otro tiempo fuimos grandes», respondió Killeen con severidad.

El capitán iba en la misma nave. Desde que habían mantenido aquella conversación, su padre parecía empeñado en tenerlo cerca a todas horas. Cermo pilotaba porque se trataba de la nave de mando. Toby comprendía que su presencia le impediría hacer «travesuras», como Cermo había descrito su excursión con Quath. Por otra parte, aquella nave participaría en los descubrimientos más interesantes.

Las murallas y los grandes flancos del Candelero comenzaron a delatar su edad cuando las naves de la Familia se aproximaron. Las macizas láminas que antes parecían lisas como cerámica estaban cubiertas de pozos, cicatrices negras, grandes cráteres. Los desechos llovían como granizo en el Centro Galáctico. Aun las partículas más diminutas podían abrir agujeros profundos si caían a varios kilómetros por segundo.

Aquel rostro maltrecho cobró detalle a medida que se acercaban. Toby tenía el mismo problema facial: manchas que le restaban dignidad; aunque en principio las suyas desaparecerían con el tiempo. Un problema de la adolescencia. Allí era como si la edad provocara un acné cósmico, reflexionó, que no remitiría jamás. ¿Significaba eso que ya nadie vivía allí?

Estaban cerca. Notó una tensa impaciencia en la línea de comunicaciones. La tripulación enviaba sus informes con crispación. Nadie detectaba ninguna señal procedente del Candelero.

Toby usó su bloqueada Personalidad Shibo para integrar las llamadas. Era agradable tener una especie de sirviente interior capaz de escuchar una transmisión mientras Toby prestaba atención a otra.

Quath podía hacer eso sin ayuda, y Toby lo sabía. La mente de la alienígena estaba organizada de otra manera, así que procesaba la información entrante en paralelo. Quath decía que tenía «submentes». Realizaban cada una la tarea asignada, tal como Toby podía morder una manzana y leer un libro al mismo tiempo. Pero las submentes de Quath lo almacenaban todo y podían reproducirlo.

Quath habría sido perfecta para esta labor, pero se había negado a acompañarlos.

‹No puedo participar en un rito familiar de regreso al hogar›, había dicho la enorme alienígena.

Killeen le había explicado que el Candelero no podía ser el hogar de la Familia Bishop, ya que era increíblemente antiguo. Pero Quath no cedió. Hizo algún comentario sobre «costumbres íntimas» y no dijo más.

La Personalidad Shibo de Toby afloró, una presencia cosquilleante.

Todas las naves están en posición óptima, por lo que muestra el escáner 3D. No hay emisiones electromagnéticas inexplicables. El Candelero parece muerto.

Toby estaba habituado a que Shibo le pasara datos concretos e impersonales. Había sido una buena amiga en vida, pero su Personalidad era reservada. Ella no había mencionado la conversación con Killeen. Mentalmente, Toby le dijo:

—Oye, ¿esto te parece buena idea?

No demasiado. Es probable que los mecs esperen que un lugar tan magnífico como este sea visitado de cuando en cuando. Y los mecs planifican con mucha antelación.

—¿Qué pretendes?

Enviar a una sola persona. Menos riesgo.

—Humm, parece razonable. Pero no es nuestro estilo.

La Familia Bishop siempre ha sido impetuosa. Tal vez por eso ha sobrevivido.

Toby recordó que Shibo estaba con la Familia Knight, ya prácticamente exterminada por los mecs. Había nacido en la Familia Pawn.

—Bien, siempre he querido ver un Candelero, y supongo que todos lo deseamos.

Los mecs lo saben. Pero sospecho que tu padre tiene otros motivos además de la curiosidad.

—¿Como cuáles?

Sólo es una conjetura. Ya veremos.

Esa tranquila y misteriosa forma de mantener las distancias era típica de Shibo. La mayoría de los Aspectos ansiaban hablar, participar de nuevo en las actividades del mundo real. Shibo no compartía su serenidad con Isaac y los demás. Tal vez fuera un atributo de las Personalidades en general, pero Toby sospechaba que era un rasgo profundo de la notable mujer que había sido. Aunque su verdadera madre seguía siendo un recuerdo vivo y consistente, Shibo se había convertido en una madre para él durante los largos años de vagabundeo.

Toby informó de que las naves estaban en posición, zumbando como abejas en torno a un elefante.

Killeen asintió y ordenó que los equipos entraran.

Las naves que rodeaban el Candelero se aproximaron a él. No hubo ningún movimiento visible en respuesta.

Las naves penetraron por las aberturas. Toby seleccionó las transmisiones para mostrar a Killeen las más importantes. La cháchara era continua. Los Bishop eran parlanchines.

«Esto parece un gran anfiteatro. Algunas quemaduras».

«Sí, debió de haber combates a lo largo de este pasaje. Grandes desgarrones en las paredes».

«Aquí hay toda una sección aplastada».

«Todo en el vacío. No hay presión de aire».

«Habitáculos incendiados. Por la altura de las puertas, yo diría que eran personas de talla baja».

«No veo indicios de uso reciente».

«Exacto. Acabo de examinar una muestra de muebles quemados de un apartamento. Mi Aspecto dice que la datación por isótopos indica que son sumamente viejos… por lo menos tienen veinte mil años de antigüedad».

«¿Alguien ha encontrado algún registro?».

«No. No cabe duda de que han limpiado bien el lugar».

«Capto rastros de actividad eléctrica. Hay algo que todavía funciona».

«Avanzad con cuidado —intervino Killeen—. Puede haber mecs escondidos».

Toby no consideraba probable que los mecs se alojaran en un artefacto humano, aunque se tratara de una ruina majestuosa como aquella. Pero él tenía menos experiencia que su padre y que otros veteranos. Conocía la larga historia de traiciones, pactos violados, emboscadas, incursiones y devastación sólo como eso… historia. Estos hombres y mujeres la habían vivido; algunos tenían más de cien años y aún combatían, todavía vigorosos y dispuestos a no ceder terreno a los mecs.

«Cielos, lucharon por todas partes».

«Sí, la desolación es total».

«Alguien se ha llevado todos los metales. Parece un saqueo mec. Típicas marcas de pinzas».

«Una ciudad fantasma».

«La dejaron limpia. Como la Arcología Blaine en Nieveclara, ¿recordáis?».

Toby recordaba, claro que sí. Había ido hasta allí en un trayecto de dos días, durante su primera expedición importante con Killeen y su abuelo Abraham. La Arcología Blaine era un lugar venerado por los Bishop, y para verla valía la pena desviarse a media jornada de su objetivo: una factoría mec que albergaba sustancias alimenticias aprovechables. Las ruinas colosales habían apabullado a Toby. Pasaron allí la noche a pesar de que Abraham temía una emboscada mec. Toby había recorrido las calles arrasadas, adivinando rastros de vidas anteriores entre las sombras. La Arcología le había parecido un ámbito de intimidad y silencio, de recuerdos perdidos para siempre. Recuerdos de avenidas bulliciosas y vecinos, de largas tardes ociosas, de elegantes danzas susurrantes con los pies descalzos… una ciudad. Había tratado de decírselo a Killeen y Abraham, pero mientras Toby comentaba la majestuosidad del lugar ambos hombres desviaron los ojos con el ceño fruncido y el rostro meditabundo. Cuando Toby preguntó por qué, Abraham explicó tristemente que un viejo Aspecto le acababa de recordar que Blaine no era precisamente un ejemplo de la Era de la Alta Arcología. Había servido como campamento de refugiados después de la destrucción de los lugares realmente grandes. Killeen también asintió.

Un campamento de refugiados… y la Ciudadela Bishop habría cabido en su estadio deportivo.

Aquel episodio lejano acudió a la memoria de Toby. Luego se disipó como una conversación arrastrada por el viento.

«Aquí hay de todo. Salas de concierto, mercados, fábricas, hospitales, pozos de ascensor».

«Y parques arrasados. Debía de ser bonito».

«Aguarda un segundo, allí hay una cámara de presión».

«Verificad si hay actividad», advirtió Killeen.

«No capto señales eléctricas».

«Comprobad los sellos», envió Killeen.

«Parecen estar bien, intactos».

«Poned un robot en los controles y alejaos. Luego abrid los sellos», envió Killeen.

«A la orden».

Llegaron más transmisiones acerca de paisajes devastados. Toby escuchó atentamente, filtrando los reiterativos informes. Se concentró en el equipo de la cámara de presión. Ansiaba estar allí con ellos, mirando.

«Abrimos la cámara; allá va».

«¿Qué gas contiene?», preguntó Killeen.

«Aire común. Los sensores químicos indican que no está contaminado».

Cermo frunció el ceño.

«¿El aire sigue en condiciones después de tanto tiempo?».

«Tal vez el sistema de ventilación todavía funciona», sugirió Toby.

«Y tal vez otras cosas también», envió Killeen, aprensivo.

«Parece estar bien, capitán —informó el equipo de la cámara—. ¿Podemos entrar?».

«De acuerdo —envió Killeen—. Pero tomadlo con calma».

«Capitán —envió Cermo—, ese equipo es de sólo tres personas. Por fuerza tendrán que separarse».

«Cierto. —Killeen titubeó sólo un segundo—. Pero no disponemos de refuerzos. Ve tú, Cermo. Mantente en comunicación».

«Papá, yo lo haré —dijo Toby—. Puedo mandar imágenes mientras me muevo».

Killeen sacudió la cabeza. Para sorpresa de Toby, Cermo comentó:

«Conmigo no correrá peligro. Y la ayuda me vendría bien».

Toby comprendió que Cermo pretendía que la tensión que existía entre ambos cediera al liberar a Toby de la influencia de su padre. Y tal vez su padre quería lo mismo, porque pareció aliviado.

«Muy bien».

Pronto el capitán se concentró en otros asuntos.

Entraron en el Candelero. El pulso de Toby se aceleró. Siguieron trazadores que palpitaban en el visor interno de los cascos. Los ordenadores del Argo ya habían confeccionado un tosco mapa tridimensional de la grandiosa ruina usando los datos del equipo de exploración. Guiaron a Toby y Cermo por pasajes oscuros, pozos, por los antiquísimos corredores derruidos. La luz de los cascos los guiaba por aquella negrura absoluta.

Toby entrevió jirones de tela, fábricas destruidas, oficinas destartaladas. Cada vista era un fugaz mensaje de vidas asediadas y perdidas durante milenios, ahora sólo conocidas por desperdicios patéticos.

Llegaron a la cámara de presión redonda. Las luces de los cascos iluminaron a una mujer que les hacía señas.

«¿Podéis creerlo? —comentó—. Había aire dentro. Cuando hemos abierto la cámara, casi salgo volando».

La negrura que los rodeaba dejaba paso a una plaza ancha y fosforescente. El equipo trabajaba entre filas de máquinas. Cermo ordenó rastrear la zona. Toby escuchó los informes de otros equipos. No habían encontrado nada tan insólito como aquello.

«¿Por qué crees que el fósforo funciona aquí y no en otra parte?», preguntó a Cermo.

«A lo mejor aquí sigue habiendo una fuente de energía».

«¿Después de veinte mil años?», se burló alguien.

Pero la había. Un tripulante detectó conductos con electricidad.

«¿Ningún cuerpo hasta ahora?», preguntó Cermo.

«Nadie ha mencionado la existencia de ninguno —respondió Toby—. Supongo que han desaparecido. Evaporados como las plantas de los parques».

«Pero ¿por qué no los hay aquí? Esto estaba cerrado herméticamente».

Toby se preguntó por qué los mecs habrían mantenido la presión de aquella bóveda si habían sido los últimos en visitar el lugar.

Caminó entre las hileras de sombrías máquinas y se preguntó para qué servían. Aquellas moles tenían cierto estilo, no como las máquinas mecs que él había temido y odiado toda la vida.

Recordó que eran máquinas de fabricación humana, sin duda las más grandes que había visto. Sonrió con orgullo. El trabajo de hombres y mujeres había estado en una época a la altura del de los mecs. Él se había acostumbrado a creer que sólo las malignas máquinas inteligentes podían crear grandes obras. El Argo era una antigua obra humana, pero pertenecía a la Era de la Arcología, y se usaba para volar entre las colinas de la Agachada, situadas en planetas distantes. Y el Argo utilizaba muchos componentes arrebatados a los mecs. Estos viejos artefactos humanos eran diferentes, hermosos.

«El equipo Lambda ha encontrado inscripciones en una pared —anunció Killeen—. Quiero su análisis espectroscópico».

Toby tenía el equipo necesario para obtenerlo.

«A la orden».

Se disponía a marcharse cuando una ensordecedora señal de advertencia irrumpió en la línea de comunicaciones.

SOY UNA BOMBA. ESTOY PREPARADA PARA EXPLOTAR DENTRO DE TRESCIENTOS INTERVALOS DE TIEMPO. BIP. ESTO MARCA EL COMIENZO DE UN INTERVALO DE TIEMPO. QUEDAN DOSCIENTOS NOVENTA Y NUEVE INTERVALOS. SOY UNA BOMBA. ESTOY PREPARADA PARA EXPLOTAR DENTRO DE TRESCIENTOS INTERVALOS DE TIEMPO. BIP. QUEDAN DOSCIENTOS NOVENTA Y OCHO INTERVALOS.

La señal llegaba de alguna parte de la bóveda, según indicaba el localizador de Toby.

«¡Evacuad!», exclamó, y se dirigió hacia la puerta.

Se estaba cerrando. Cermo aún le precedía, moviéndose con una velocidad y destreza sorprendentes para su tamaño. Cermo apuntó hacia la puerta con el arma y voló un gozne. La puerta se detuvo.

Atravesaron la entrada y se detuvieron.

«¿Crees que es una bomba nuclear?».

«Podría ser —respondió Cermo—. Muévete».

«Vamos a bloquear la puerta de la cámara. Tal vez logre contener cualquier cosa de menor potencia que un explosivo nuclear».

Cermo maldijo pero asintió. Cerraron la puerta con la ayuda de otros tres tripulantes. De todos modos no fue una pérdida de tiempo, porque algunos todavía estaban saliendo. Cuando salió la última integrante del equipo, cerraron la voluminosa puerta de acero.

Nadie se paró a respirar. Atravesaron los silenciosos y oscuros pasajes. Los equipos salían en tropel del Candelero. Toby llegó al espacio libre cuando el transmisor que habían dejado en la bóveda emitía:

BIP. SOY UNA BOMBA. ÉSTA HA SIDO UNA GRATA CONCLUSIÓN DE MI MISIÓN HISTÓRICA. ME DESPIDO DE QUIENES ME CREARON Y ME DIERON ESTA OPORTUNIDAD DE SERVIR. TAMBIÉN DOY GRACIAS A QUIENES DESENCADENARON MI MOMENTO CULMINANTE. AHORA DETONARÉ RESUELTA Y ELOCUENTEMENTE. BIP.

La transmisión se cortó.

El Candelero tembló. Las torres volaron. Las paredes se resquebrajaron.

Una torre helicoidal crujió. Luego todo se desintegró a cámara lenta convertido en astillas. En el silencio del espacio era como mirar una montaña deshaciéndose poco a poco.

Toby miró los restos mientras su nave se alejaba. Había faltado poco, pero el Candelero estallaba con escasa energía. El Argo ya se alejaba. Tal vez no sufrieran muchos daños.

«Vaya. Hemos tenido suerte», comentó.

«Puede que sí», respondió Killeen.

«No creo que esa cosa pueda causarnos daños de consideración», dijo Cermo.

«Yo tampoco —respondió Killeen—. Pero tal vez no fuera esa la intención».

«¿Qué? —preguntó Toby—. ¿Qué otra si no?».

«Ojalá lo supiera. Pero si alguien hubiera querido matarnos, no habría habido advertencias».

Toby parpadeó.

«Y la dejaron dentro de una cámara».

«Los mecs no se sentirían atraídos por el aire —dijo Cermo—. Trabajan mejor sin él. Pero es natural que a nosotros nos atrajera».

«Eso creo —dijo Killeen—. Activamos una alarma destinada únicamente a los humanos».

Miraron en silencio la lenta desintegración de aquel hogar ancestral. Los Aspectos más viejos de Toby murmuraron, evocando recuerdos que él quizá nunca compartiera. También él percibía una tácita angustia en los desperdigados comentarios que circulaban por los comunicadores. A pesar de su estado ruinoso, el lugar conservaba el saber de lo que habían sido los humanos hacía muchos milenios. El tenue eco de un sabor antiguo. Estimulante, dulce… y hasta eso les habían arrebatado para siempre.

«Qué lástima que no llegara a ver a esa inscripción», dijo Toby.

«Así es. Pero el equipo Lambda obtuvo algunas imágenes», dijo Killeen frunciendo el ceño.

«No lo entiendo. ¿Por qué destruir algo tan bello? Ni siquiera nos pillaron».

«No sé —dijo Cermo—. Supongo que los mecs disfrutan volando cualquier cosa humana. Todo lo que significa algo para nosotros».

«Esperemos que no sea más que eso», comentó sombríamente Killeen.