LA SERPIENTE
T
oby pudo ver la serpiente de cerca al día siguiente. No porque hubiera salido con uno de los equipos de cazadores, por supuesto. Cuando Toby y Besen preguntaron, Cermo respondió ceremonioso:
—La caza es para los adultos, no para los niños.
Besen torció la boca.
—¡Tonterías!
—Somos mejores que vosotros para trabajar en gravedad cero —dijo Toby.
—Y más rápidos —añadió Besen.
—Aquí lo que cuenta es la experiencia —dijo Cermo, inmutable. Eso significaba que obedecería las órdenes, aunque no estuviera de acuerdo con ellas. Ordenes del capitán Killeen.
—¿Experiencia en qué? —preguntó Toby, irritado al ver que Cermo no cedería. Nadie había cazado en el espacio.
—En sobrevivir —respondió Cermo apacible.
Toby y Besen habían afrontado circunstancias peligrosas, como todos los miembros de la Familia Bishop, pero había que admitir que Cermo tenía razón. La mayoría de edad contaba para algo cuando crecer significaba sortear muchos problemas.
Pero aun los adultos de la tripulación vacilaban, hombres y mujeres por igual. La Familia Bishop sólo había practicado la caza de animales conocidos en su mundo natal, Nieveclara, con suelo firme bajo los pies. Habían perseguido a mecs que llevaban combustibles orgánicos, los habían saqueado, y de eso hacía ya mucho tiempo.
Fuera se extendían espacios temibles, misteriosos. La Familia Bishop estaba hambrienta, cansada de sus magras raciones, pero conservaba el brío. Evaluaba los riesgos con ojo experto. Había sobrevivido mientras otras familias —los Rook, los Knight, los Pawn y demás— eran exterminadas[3]. Los Bishop temían aventurarse en esos inmensos parajes, ir a la deriva en pequeñas lanzaderas entre veladas montañas de polvo y gas.
Así que enviaron un mensaje a la única entendida que tenían a mano, la alienígena Quath. Pero Quath era una tía melancólica, y no respondió. Tal vez eso significaba que no sabía nada útil. O tal vez que sí. Así era Quath. Los alienígenas eran alienígenas, como siempre decía el capitán Killeen. Uno nunca sabía lo que decían, ni siquiera lo que no decían.
Además, Quath no hablaba con cualquiera. Toby mantenía, en la medida de lo posible, una relación medianamente estrecha con aquella criatura semejante a un enorme insecto. El concepto de amistad no era fácilmente aplicable a Quath.
Cermo envió a Toby a hablar con Quath, pues la alienígena no respondía por las líneas de comunicación ni por ninguna otra. Eso representaba ponerse el traje y salir al exterior, donde los equipos de cazadores ensamblaban la lanzadera.
Porque Quath no vivía en la nave sino sobre la nave, adherida al casco, dentro de un extraño conejar de habitaciones y espirales que había modelado con desechos y escombros recogidos por el Argo. También con excrementos humanos, como Toby sabía, pues había visto a Quath fabricando ladrillos con ellos. Horneados por el vacío y la luz ultravioleta, los excrementos se endurecían pronto y constituían un buen material de construcción, aunque no muy del gusto de los humanos; sin embargo eso tanto daba porque en el espacio los humanos no percibían los olores. Quath salía al espacio sin traje, así que tal vez ella oliera los ladrillos. Por lo que ellos sabían, para Quath aquel aroma podía ser perfume.
Toby salió por la escalera de personal y se paró sobre el casco. Su oído interno tardó un instante en habituarse a la ausencia de gravedad, en dejar de enviar señales de alarma indicándole que se encontraba sobre un abismo infinito. Su cabeza tuvo que acostumbrarse a la idea de que «arriba» y «abajo» eran modos útiles de orientarse pero que en realidad no significaban nada.
Sus botas magnéticas lo sostenían con firmeza y Toby dejó que el dermotraje se readaptara, compensando los desequilibrios de presión y alisando sus propias arrugas. El traje estaba vivo, en cierto modo. Tenía su propia red neural para detectar problemas. Operaba por medio de delgados músculos orgánicos y chips instalados en las axilas. Era una maravilla tecnológica, pero Toby ya estaba habituado a ella y puso mala cara cuando una arruga rebelde se negó a alisarse.
Echó a andar por la ancha curva del casco del Argo, miró «arriba» y se quedó de una pieza.
Allí estaba la serpiente. Se arqueaba lentamente, girando en la luminosidad azulada, y tenía la mitad del tamaño de la nave. Cuando Toby la había visto en modo telescópico, no se había hecho cargo de su tamaño. Nunca había pensado en lo que podía significar la vida en el espacio sin gravedad.
La serpiente era un tubo largo constituido por segmentos hexagonales que se repetían. Ahora veía, a través de la piel traslúcida, un esqueleto ligero que formaba cámaras de fluidos y gas. Era una intrincada estructura de varillas anaranjadas y cimbreantes músculos grises que se movían con parsimonia, alejando a la serpiente tan deprisa como podían impulsarla aquellas láminas anchas y triangulares que eran sus relucientes velas. La transparente piel color jade revelaba fluidos lechosos, burbujas que estallaban en finas venas.
Tan grande, y tan próxima. ¿Podrían comer algo de todo aquello? ¿O la composición química de una criatura tan extraña sería imposible de asimilar?
Por las líneas de comunicación oyó el parloteo de los equipos de cazadores. Estaban trabajando con sus lanzaderas, y las voces le recordaron su propia tarea. Caminó por el casco hasta un pequeño valle formado por la protuberancia de la Cúpula del Trigo. A través de ella veía los campos arruinados, pardos y negros, testimonio de su ineptitud para manejar bien el Argo, a pesar de los programas informáticos.
El habitáculo de Quath estaba en medio del valle. Parecía un nido de avispa entrecruzado de túneles. Ese diseño básico se combinaba con una vertiginosa profusión de bordes afilados, ornamentos, protuberancias y aletas extrañas.
Toby se dirigió hacia el portal más próximo, una abertura circular. Láminas verdes fosforescentes le alumbraron el camino, encendiéndose cuando se acercaba, apagándose cuando había pasado. No sabía hacia dónde iba. Había visitado el lugar muchas veces pero nunca parecía el mismo. Sospechaba que Quath pasaba mucho tiempo reorganizando el laberinto, tal vez como si de una especie de objeto de arte se tratara. ¿Qué otra cosa podía hacer una alienígena durante todo el tiempo que pasaba allí? ¿O el arte era un concepto humano que Quath no compartía? Los extraños orificios de diversos tamaños y sus excéntricos ángulos sugerían que era posible que se tratara de una obra de arte. Tal vez para Quath fuera una compleja broma. ¿Quién podía saberlo?
Se detuvo en un reborde, escrutando la oscuridad. Varios paneles se encendieron con un resplandor azul, iluminando una bóveda esférica. Toby nunca la había visto antes. Y en el fondo de aquel cuenco aguardaba Quath.
‹Has escalado la montaña›.
La transmisión de Quath era vibrante, como campanas repicando a lo lejos, pero las palabras eran claras. Toby no las oía con los oídos sino con la mente. Todos los miembros de la Familia tenían comunicadores insertados en el cuello y la parte inferior del cráneo. Quath había aprendido a operar en esos canales, y los sistemas de Toby traducían sus emisiones como una voz de hojalata.
—Hola, Quath’jutt’kkal’thon, cara de chiste. —Usó el nombre completo y formal de inmediato. Según Killeen, significaba Reptadora Audaz y Soñadora. Toby sabía por experiencia que de lo contrario la criatura daría media vuelta para largarse. Y Toby jamás encontraría a Quath en ese laberinto si ella no quería que lo hiciera.
‹Te cubren larvas›.
—Debo haberlas pillado en tu podrido cadáver. ¿Qué decías de la montaña?
‹Esto es mi montaña, gusano›.
—Vaya montaña. Parece un sumidero. Y yo diría que eres tú quien parece un gusano gigante.
‹Bienvenido, comida de gusanos›.
¡Una alienígena amiga de los insultos! Quath daba la espalda con frialdad a todo aquel que tenía la mala pata de iniciar una conversación con cumplidos. Le gustaba especialmente repetir lo de los gusanos, tal vez porque se parecía mucho a un insecto, o tal vez porque sabía que eso pensaban de ella los humanos.
Era una extraña y cambiante combinación de lagarto escurridizo y verde con insecto de muchas patas. Tenía ojos vidriosos a lo largo del movedizo cuerpo, no sólo en la abultada cabeza. Brazos amarillos, como varillas de plástico duro. Pliegues rojos y carnosos. Pero también metal, porque Quath era una criatura compuesta. Un metal lleno de surcos y protuberancias. Cobre remachado… ¿o serían verrugas? Flancos duros sobre las patas, como de cerámica, pero que Quath flexionaba al caminar.
—Se acabaron las cortesías, ojazos. Me envía Cermo el Lento. Nos preguntamos si sabes conseguir alimento de estas nubes.
‹Enano, los he cosechado antes, en lugares parecidos. Comprendo estas químicas alcalinas›.
—Sensacional. Dinos cómo hacerlo.
‹Los esferoides os envenenarían›.
—¿Las esferas azules? Bien, las pasaremos por alto.
‹El cazador os conducirá a zonas fértiles›.
—¿La serpiente? ¿Y si nos la comemos?
‹Es de un orden superior. ¿Tú especie la cazaría?›.
—Ya no matamos animales, aunque lo hacíamos en nuestro mundo natal.
‹¿Por qué ese cambio?›.
—Por los mecs, supongo. —Toby evocó los horrores de la retirada de los Bishop. Los mecs eran una civilización mecánica que dominaba esa región del espacio—. Llegaron a Nieveclara mucho antes de que yo naciera. Los mecs exterminaban a todas las criaturas que no tenían el buen juicio de alejarse rápidamente, incluso los bosques. La Familia Bishop decidió que no convenía ayudarlos comiéndose otras criaturas. Ahora comemos plantas.
‹Obviamente tu especie no es vegetariana por naturaleza›.
—¿Cómo lo sabes?
‹Tenéis incisivos diseñados para morder carne. Vuestros molares, en cambio, son mejores para triturar grano. Es evidente que vuestra evolución os ha modelado como oportunistas dietéticos›.
—Conque tenemos talentos… ¿Eso te molesta?
‹No, mota diminuta. Sin embargo, uno debe saber lo que uno es›.
—Pero esa serpiente… no se parece en nada a nosotros. Es decir, quizá podamos saltarnos un poco las reglas. —Toby se preguntó si su razonamiento no se debía sólo a su estómago vacío.
Quath movió los pedúnculos oculares, tal vez dando a entender que había decidido actuar.
‹Conviene decidir estas cuestiones por experiencia, no por cogitación›.
Toby tuvo que recurrir a su Aspecto Isaac para averiguar qué significaba «cogitación». Era irritante que una alienígena conociera su idioma mejor que él.
Toby estaba evaluando la definición cuando Quath lo cogió por sorpresa y subió por el cuenco haciendo palpitar su abultada garganta verde. Sin previo aviso, apresó a Toby con dos brazos retráctiles de cobre. Quath aceleró, ignorando los chillidos de Toby. Gruesas almohadillas lo sostenían mientras corrían por tortuosos corredores y por un túnel que los llevó al espacio.
El mundo giró. Toby sintió un fuerte impulso de aceleración.
—Oye, ¿qué…, dónde…?
‹Sólo teniendo datos se puede decidir›.
Toby masculló objeciones, pero Quath no prestó atención a su orgullo herido. La enorme alienígena lo sostuvo con mayor firmeza mientras se alejaban del Argo.
Estaba totalmente rodeado por enormes y blandas almohadillas. En cierto modo era tranquilizador saber que Quath, pese a su fastidiosa rudeza, lo cuidaba; que en realidad cuidaba de toda la Familia Bishop. Hacía tiempo que nadie abrazaba así a Toby. Recordó nuevamente Nieveclara, tiempos mejores.
Evocó imágenes lejanas, borrosas, asociadas a la voz suave de su madre. Una noche, en la perdida y oculta Ciudadela cuando él yacía en la cama bajo las mantas y un ruido lo despertó. Había oído que sus padres murmuraban. La puerta estaba entornada, y un rayo de luz tenue entraba en la habitación. El fulgor cálido y la charla distante eran tranquilizadores, como si sus padres emitieran los ruidos blandos que él atribuía a sus animales de paño cuando dormía con ellos. Había abrazado felizmente sus animales, Billy Gran Hocico y Alvin Comedor de Manzanas, y les cantaba. Su madre lo oyó y entró con su padre en la habitación; su padre dijo: «Adora esos animales. Oye, chico, ya eres un poco mayor para esos juguetes. Pronto tendrás que dejarlos». Su madre replicó en tono de reproche: «Oh, no, todavía es un bebé. Aún puede conservar el oso». Su calidez le rozó con ternura el rostro, y su olor era como flores en primavera.
Hacía mucho tiempo. Muy lejos.
Antes de la Calamidad, cuando los mecs de Nieveclara se cansaron de las molestas incursiones humanas en sus factorías. Antes de que aplastaran los últimos reductos humanos, obligando a los Bishop a escapar y comenzar su búsqueda.
Frenada súbita. Se detuvieron y Quath lo soltó. Toby cayó al espacio brillante. El Argo era una rutilante mole de curvas relucientes y cúpulas verdes. Toby giró.
Y quedó frente a una pared de jade transparente. La pared viró, se onduló.
‹La criatura con velas nos tiene miedo›.
—Cualquiera no tiene miedo de ti, Quath.
‹Tiene que haber un modo de aprovecharse de una criatura tan grande sin matarla›.
—Me preocupa más que nos mate a nosotros.
‹Ella huye. Podemos alcanzarla fácilmente. Si no nos acercamos a la boca, no tiene manera de tragarnos›.
Eso parecía bastante fácil. El otro extremo de la serpiente era un tajo distante y una maraña de sinuosos tentáculos rosados. Toby los examinó detenidamente y vio que algunos eran ojos y otros como manos rudimentarias. Era fascinante observar sus movimientos, pero no sentía tanta curiosidad como para acercarse.
Miró el brillante flanco verde de la bestia. Luego estudió su interior a través de la piel y del revoltijo de varas anaranjadas, tubos y sacos que hacían funcionar la serpiente.
—Me pregunto qué hay allí.
Señaló un recipiente grande que parecía de plástico. Contenía un fluido rojo.
‹Mi diagnóstico químico no es concluyente›.
Toby recordó el cálido aliento de su madre, desaparecida hacía tanto en ese lugar negro donde moraban los muertos. Había recorrido un largo camino desde entonces. ¿Qué pensaría ella ahora? ¿Estaría orgullosa de él?
—Vamos a verlo —dijo de pronto.
Se deslizó hacia la pared de piel verde. Con cuidado desenvainó el cuchillo sacándolo de la funda de su bota. En el espacio no hay nada más peligroso que un borde afilado, y Toby manipuló la larga hoja con prudencia. Calculó la distancia a ojo, abrió un tajo y retrocedió.
Nada salió para atacarlo. Ni siquiera una bocanada de gas, que él casi había esperado.
‹Enano, entrar ahí tal vez no sea aconsejable…›.
—¡Oh, cállate! Tú quisiste venir, así que hagamos el trabajo.
Toby maniobró con los propulsores para entrar por el tajo.
La bestia era complicada. Toby pateó uno de los surcos anaranjados del esqueleto. Apartó una maraña de tubos flexibles y llegó al saco de fluido rojo.
‹Lamento no poder seguirte›.
—Te has puesto demasiado gorda para entrar aquí, ojos con palillos. Tomaré una muestra de esta cosa.
Pinchó el grueso saco con una sonda fina como una aguja, llenó su recipiente portátil con el líquido rojo y cerró el agujero con un parche. No era necesario que la criatura se desangrara sólo porque él quería un par de gotas de su fluido vital.
Casi se enredó en los tubos al salir. Parecían tenerlo localizado, y Toby comprendió que constituían una especie de defensa lenta. Enredaban al intruso y aguardaban la intervención de una especie de guardia. Algo le dijo que no le convenía quedarse allí mucho tiempo.
Quath cogió el recipiente y no tardó en pasarle un informe.
‹Materia orgánica, nutrientes solubles, rastros de hierro y potasios›.
—¿Nos sirve?
‹Puede que vuestro metabolismo lo tolere›.
—Puedo preparar una sopa aceptable con cualquier cosa que no nos mate.
Esferas peludas rodaban junto a la piel de jade. No eran más grandes que la mano de Toby, pero eran muchas, y avanzaban a lo largo de la serpiente. Varias se aproximaron al lugar donde Toby colgaba en el espacio.
—Vamos…, creo que no somos bienvenidos.
Mientras lo decía, dos esferas brincaron. Le golpearon las botas y siguieron de largo, adhiriéndose al dermotraje. Toby sintió un picazón caliente penetrando a través del traje.
Quath emitió un furioso zumbido. Toby atacó las esferas con el cuchillo. Acertó con una, pero la otra se le acercó al casco y se desparramó como un charco de aceite gris.
—¡Está penetrando! —exclamó Toby. Golpeó la cosa, pero no logró arrancarla.
Quath le aferró las botas con un brazo retráctil. Luego sacó un tubo del flanco y lo apuntó al rostro de Toby. Un torrente de aire lo bañó. El aceite gris onduló sin desprenderse, comenzó a descomponerse en gotas, desapareció.
‹La regla de los contrarios. A una criatura que vive en el vacío no le gusta el aire›.
Toby suspiró aliviado.
—Tendré que recordar eso.
‹El oxígeno es corrosivo, aunque no lo notemos. Si le damos tiempo, se come el acero y sólo deja herrumbre›.
—Pues juro que lo dejaré. —Eludió a una esfera que se acercaba—. Larguémonos de aquí.
Quath le ayudó a liberarse.
‹Creo que se puede extraer bastante líquido de esta criatura sin poner en peligro su metabolismo›.
—¿Una especie de transfusión de sangre?
‹No, creo que estos fluidos no circulan como sangre. Son reservas de energía de larga duración›.
—¿Entonces está bien tomarlas?
El equipo reunido en la nave buscaría plantas, incluso haría incursiones contra los mecs, pero no mataría animales. El código moral de la Familia Bishop prohibía usar productos animales a menos que el animal cooperase, como las vacas lecheras. Dañar criaturas vivientes equivalía a actuar como los mecs.
‹Esta criatura se alimenta de otras. Nada puede objetar si le hacemos lo mismo y le permitimos vivir›.
—Vaya, conque te dedicas a la ética filosófica.
‹Todos lo hacemos. Forma parte de la existencias›.
Estaban a mitad del camino de regreso cuando Cermo llamó por el comunicador.
«¡Maldita sea! ¿Qué diablos…?».
—He conseguido un zumo que te interesará —dijo Toby.
«Haciendo que la alienígena te llevara has desobedecido una orden directa».
—Me ha llevado por la fuerza, Cermo.
Quath lo confirmó.
‹No dice otra cosa que la verdad›.
Quath casi nunca intervenía en una conversación humana. Toby estaba sorprendido y complacido.
«Pues yo creo que es un farsante —respondió Cermo enojado—. Pero regresad aquí. Tenemos que reaprovisionarnos y continuar viaje».
—¿Por qué? Me gustaría explorar esto…
«¿Has visto esos enormes objetos que giran en órbita cerca del Centro? El Puente acaba de realizar una lectura espectrográfica de los mismos. Me dijeron que el más próximo no es obra de los mecs, como pensábamos».
—¿Qué es entonces?
«Es de fabricación humana. Un antiguo Candelero».