El pequeño Toyota de ocho pasajeros se llenó con el intenso peso de la Influencia de H’lim, una energía potencial que se acumulaba como la aproximación de un huracán. Avanzaron en silencio mientras Inea examinaba el panel de control del Cobra, produciendo un ocasional chillido de voces mientras cambiaba a través de los canales de las Soberanías Mundiales.
Luego, cuando estaban ya más allá de las estructuras exteriores de la ciudad, oyeron el agitar del tráfico mientras la estación se preparaba para recibir los contenedores, los cuales, descubrió Titus con alivio, seguían su rumbo y su cronometraje previstos. Los que escucharan, desconocedores del plan y de las palabras código, no podrían extraer el menor sentido de los breves mensajes audibles antes de que entrara en funcionamiento el desmodulador y la radio del Toyota perdiera la señal.
Titus halló una doble hilera de huellas que salían de la Estación Proyecto hacia las Ocho, sin duda hechas por los equipos de mantenimiento ahora con base en la estación, el hábitat más cercano a las Ocho. Con un suspiro de alivio, cerró el escudo que cubría la portilla de visión directa, cortando la dolorosa luz del sol y el claro de Tierra, luego cambió a las imágenes de la pantalla a fin de que el sol fuera soportable, la Tierra tan sólo perceptible, y las estrellas invisibles.
Apenas pasar el perímetro de la estación, divisó una tosca señal tocha con una dentada botella de oxígeno con un 8 pintado en ella y la imagen de un rostro ceñudo. Cuando pasaron por su lado, vio que el otro lado mostraba un rostro sonriente y un E.P. Cuando perdieron de vista la estación sin que la Batería de Antenas apareciera aún ante ellos, se alegró de las huellas y del ocasional rostro ceñudo pintado o esculpido en las rocas.
El poder de H’lim pulsaba a través de él, tendido hacia Abbot, Alojando una pátina de irrealidad sobre todo. Incluso las débiles imágenes del cielo, símbolos humanos trazados electrónicamente, parecían irreales a su visión luren, arbitrariamente manipulados.
Intentó liberarse construyendo en su mente una imagen de qué aspecto tendría la Tierra al ojo desnudo de H’lim, cinco veces más brillante que la Luna, con débiles torbellinos de infrarrojos, pulsando con colores que sólo los luren podían ver. Conocía todos los gráficos pero, hasta este momento, no habían sido más que matemáticas. Ahora, luchando contra el manto de la Influencia de H’lim, sintetizó el impresionante espectáculo, el Artista Cósmico en su mejor obra.
Luego pensó en el luren, sufriendo a causa del escaso flujo de partículas dentro del Toyota, y supo lo que había querido decir H’lim cuando había etiquetado a su especie como un fracaso de la bioingeniería. ¡Para ver la belleza espectral para la que habían sido diseñados, tienen que soportar el abrasarse bajo su propio sol! Todas sus deducciones a partir del espectro de salida de su panel de iluminación habían sido pura bazofia. Los luren construían sus sistemas de iluminación para que encajaran con sus sentidos artificialmente diseñados, no para reproducir un sol que no había guiado la evolución de sus genes.
Intentó explicarle esto a Inea, pero ella sacudió la cabeza, inclinada sobre el tablero del escáner, encogida dentro de su traje.
Titus fue consciente de pronto de la presencia de Abbot, agitando una lanza de ultraje a través de la bruma del poder de H’lim. No era necesaria la telepatía para saber por qué. Su hijo y su nieto lo estaban desafiando, y H’lim intentaba paralizar a Abbot incluso desde lejos.
Mientras se libraba la invisible batalla a su alrededor, Inea reprimió un estremecimiento. Titus se tendió tanto como pudo y la atrajo hacia sí. A través del extraño efecto táctil de traje contra traje, creó para ella una especie de burbuja en el flujo entre H’lim y Abbot, al tiempo que le explicaba la batalla.
—Así que el reflujo te alcanza, como una nota de catorce ciclos. ¿Comprendes? Tienes miedo porque esto estimula tus nervios, no porque tengas miedo.
—Oh, seguro que eso ayuda mucho. —Su voz tembló, pero ahora había una débil sonrisa en sus labios.
La apagada voz de H’lim sonó en sus cascos: —Lo estoy retrasando, pero no puedo detenerlo.
Titus leyó la reprimida agonía en el tono de H’lim. El flujo solar estaba vaciando las fuerzas del luren.
—No espero milagros —respondió—, simplemente haz lo que puedas.
Pasaron a la izquierda del cortacircuitos en dirección al Colector Seis, la fuente de energía más nueva y grande de la estación. Estaba en la curva interior de un cráter opuesto a un reborde nivelado con bulldozers a fin de que los paneles recibieran el sol más directo. Centenares de paneles enviaban su energía a los tanques superconductores de almacenaje para la larga noche que se acercaba, manteniendo así la estación independiente. El Sexto era el más nuevo en la Luna, tan eficiente que la estación vendía energía a las refinerías, fábricas, y alimentaba la Batería de las Ocho.
El Colector quedó detrás de ellos, y el sendero se hizo menos marcado y más estrecho. Gradualmente, Titus observó que tenía que luchar con el volante. Algo iba mal con la oruga izquierda, pero se contuvo de mencionarlo. El poder de H’lim llenaba la cabina con tanta presión, que Titus pensó que acabaría estallando. No iba a romper aquel tipo de profunda concentración. Había oído hablar de duelos a muerte de Influencias, pero nunca antes había presenciado ninguno. ¡No comprendo cómo H’lim puede hacerlo!
Luego recordó que H’lim había proclamado que su mayor lealtad estaba con su Primer Padre. Si el mensaje de Abbot partía, su Primer Padre podía hallarse en peligro. ¡Matará a Abbot antes incluso de que lleguemos allí!
Sin decisión consciente, se descubrió añadiendo su peso al del luren, proporcionándole energía a aquel prodigioso campo. Sus labios dejaron al descubierto sus apretados dientes como si estuviera haciendo un esfuerzo físico.
Desde los cascos colocados sobre el panel de instrumentos entre él e Inea, la voz de H’lim entró en erupción en un grito de karate. Toda la energía acumulada estalló hacia fuera. Titus la sintió conectar, sintió a Abbot retroceder, y luego, bruscamente, todo se interrumpió. Por un momento pensó que se había quedado ciego y sordo también, pero luego se dio cuenta de que sólo sus sentidos luren se habían visto paralizados.
—¡Lo he conseguido! —gritó H’lim—. ¿Me habéis oído? ¿Titus? ¿Inea? ¿Estáis bien?
—¿Está muerto? —preguntó Titus, sorprendentemente desconcertado y asustado.
—No. Simplemente soy un comortal, no un dios que puede hacer milagros. Lo distraje, y algo le ocurrió a su vehículo. Creo que el terreno fue el auténtico vencedor.
Avergonzado pero aliviado, Titus respondió: —Puede que sea suficiente—. Todo su cuerpo resonaba y le dolía, y lo único que pudo hacer fue apoyar una enguantada mano sobre la rodilla de Inea enfundada en su traje e intentar transmitirle confianza. La mujer no tenía buen aspecto.
Unos tediosos y enervantes momentos más tarde, H’lim anunció SB un amplio número de humanos estaban convergiendo hacia un punto situado a su derecha.
—¿Debo desviarlos?
—¡No! Deben ser los bloqueadores tras la falsa caravana —dijo Titus—. Inea, contrólalos. Esta cosa ha de tener un radar. Lee las etiquetas. Así es como hallé la ignición.
—Todo esto es material Cobra, como en el observatorio. —Una pantalla de radar se iluminó sobre sus cabezas—. Capto siete naves a las dos…, esas dos plazas convertidas que los bloqueadores utilizan como bombarderos. —Comprobó las lecturas—. Es sólo una suposición, pero creo que van detrás de la falsa caravana. Sean lo que sean, se encaminan hacia el dique de cuarentena que construyeron fuera del perímetro de la estación, pero a campo traviesa, no siguiendo un sendero. Pasarán a menos de dos kilómetros de nosotros.
—Entonces van tras la caravana. —Titus luchó con los controles.
—¡Titus, están cambiando de rumbo! Nos interceptarán…, en algún lugar en esa gran colina escabrosa de ahí delante, ésa con la púa de roca alzándose en la parte superior.
—¿Qué? —Comprobó su odómetro y las lecturas de ella—. Esa púa es el mástil de radio de las Ocho. ¡La caravana falsa se dirige a la cuenca de la Batería! —Torpe en su traje de vacío, se levantó de su asiento y empujó a Inea hacia él—. Rápido, conduce. —Se situó delante del panel de instrumentos y tendió las manos hacia los controles del escáner.
—¡Titus! ¡No sé conducir esta cosa!
—No tienes que hacer nada. Simplemente seguir las huellas hasta la púa —dijo mientras trasteaba en los controles del escáner. Golpearon contra algo y saltaron, haciendo que H’lim lanzara un grito cuando el equipo suelto cayó sobre él—. ¿Estás bien? —preguntó.
—Sí. El traje no se ha perforado.
El altavoz carraspeó y cobró vida.
—¡Lo tengo! —Como Titus había temido, sólo había el chirriar de los protocolos de comunicación de los ordenadores en la frecuencia del control remoto del falso convoy, allá donde hubiera debido haber silencio. Tecleando frenéticamente instrucciones y maldiciendo ante los mensajes de error, Titus consiguió que el pequeño Cobra identificara las fuentes, una de las cuales estaba muy por encima de la otra. La más alta había sido despojada de su legalmente requerida identificación de respuesta, y la otra transmitía sólo una petición de un código de seguridad.
—¡Son los bloqueadores! Se han apoderado del control del convoy…, deben de haber descubierto que no está tripulado. —No era más que lo que habían planeado, pero nadie había anticipado que te llevaran hacia las Ocho. Pero, por supuesto, eso era lo lógico. ¡Es el campo de aterrizaje más cercano! Y cuando estalle…
Titus se mordió los labios, incapaz de recordar si había visto alguno de los protocolos de comunicaciones para el convoy. No podía redirigirlo. No se atrevía a advertir a los bloqueadores, suponiendo que pudiera comunicar con ellos en cualquier frecuencia que su equipo pudiera transmitir. Inea acababa de conseguir el control del Toyota cuando el chirriar de la charla de ordenador se reanudó, con una señal sobreponiéndose a la otra. El biip en el suelo cambió de nuevo ostensiblemente de rumbo, y Titus luchó con el ordenador hasta que consiguió un mapa del terreno. Hubiera debido pensar en ello antes. ¡Por supuesto que hay mapas a bordo!
Titus marcó el nuevo rumbo a campo traviesa del falso convoy, y halló dónde intersectaba con el rumbo de ellos y se dirigía hacia el Sexto Colector. Entonces lo supo.
—Se trata de Abbot. ¡Está en la Batería, y utiliza su mástil y la energía de la Batería para gobernar el ordenador de guía del falso convoy! ¡Va a hacer volar el Colector! Si ha resuelto el código.
—Ha resuelto el código —predijo H’lim—. Pero no volará su fuente de energía hasta después de haber enviado su mensaje. ¿Qué puede estar haciendo para ganar tiempo? ¿Qué puede estar haciendo mientras trabaja en conectar su transmisor a la Batería de Antenas?
—Hablar —dijo Inea—. Siempre habla cuando está trabajando. Titus, revisa las otras frecuencias.
Mientras avanzaban por la última y empinada pendiente hacia el mástil, Titus captó voces…, una de ellas la de Abbot.
—…amigo, repito, amigo. No se acerquen al convoy. Va cargado con explosivos. Repito, cargado con explosivos. ¿Han captado? —Abbot hizo una pausa para la respuesta.
—¿Quién es usted para que le creamos? —preguntó una voz, dirigida a Abbot pero más fuerte. Resonando como si estuviera lejos del micrófono, una voz femenina comentó—: Una forma maravillosa de hacer que mantengamos las manos fuera de los suministros que necesitamos. —Una tercera voz gritó—: ¡Mierda! ¡La Batería se está moviendo…, toda ella!
La señal de Abbot regresó, se deshizo en un crepitar, luego se estabilizó, más fuerte que la de los bloqueadores:
—…les he dicho que he desviado el convoy. Si permanecen alejados de él, hará volar el Colector Seis de la Estación Proyecto, el grande que los hace independientes de sus líneas de suelo. Tendrán el control total de las fuentes de energía de la estación. ¿Han captado?
—Hemos captado. ¿Quién es usted? ¿Dónde está? ¿Por qué deberíamos creerle? ¿Tiene un nombre código? ¿Una clave?
—No importa, simplemente comprueben esto. En una órbita descendente, y en dirección al otro lado de la Estación Proyecto, se acercan una sucesión de contenedores de carga. En ellos van los pertrechos que ustedes creen que están en el convoy. El campo de aterrizaje se halla mas allá de los limites de cuarentena, los de la de la estación no están armados y las fuerzas defensivas de las SS.MM. están ocupadas en otra parte… como ustedes saben muy bien. Desean suministros…, bien, vayan a buscarlos, pero dejen ese convoy.
Inea miró a Titus con ojos llameantes y escupió:
—¡Es un traidor!
Había conseguido estabilizar el Toyota, y lo mantenía fácilmente en el sendero, trepando la dura cuesta. Toda la vista delantera consistía en rocas aplastadas que se sumergían en la negrura, de la sombra del vehículo. Blanco y negro. ¿Había habido alguna vez algo más simple?
—No, Inea —dijo Titus—. Abbot es completamente leal. A los Turistas. No a los secesionistas, Inea, a los Turistas.
—¡No sé cómo te atreves a defenderle! Ha intentado conseguir que su nieto fuera acusado de un asesinato que él había cometido, está enviando la estación y a todos los hombres que hay en ella a la muerte, ha usado y matado despiadadamente a Mirelle, ¡y no le importa en absoluto si mata a todos los humanos de la Tierra si sus malditos Turistas sobreviven! ¡La única razón de que te haya ayudado alguna vez es para hacer avanzar sus propios planes! ¡Titus, no permitas que se salga de ésta!
—¡Cuidado! —gritó Titus, y se lanzó a los controles.
Pero Inea se volvió, vio que estaban coronando la subida y se encaminaban directamente a un peñasco que se alzaba hacia el cielo ante ellos, bloqueando el camino. Hizo girar las palancas hacia la izquierda, haciendo chirriar los frenos mientras las orugas mordían el suelo en la brusca vuelta que les condujo fuera del camino que trazaba una curva rodeando la obstrucción. El lado derecho del vehículo raspó contra la roca.
Las manos de Titus se cerraron sobre las de ella. Se necesitaron todas sus fuerzas combinadas para volver al sendero. Luego el terreno desapareció debajo de sus orugas.
La parte frontal del Toyota se hundió bruscamente mientras la de atrás se alzaba, enviando la barricada de H’lim dando tumbos contra ellos. Titus apartó a un lado una bolsa de primeros auxilios, detuvo un cilindro de aire con el pie, y de pronto se encontró a H’lim sobre sus rodillas, agitando brazos y piernas y lanzando epítetos luren. Luego estuvieron bajando chirriantes la ladera interior del cráter en medio de unas profundas sombras, mientras la Batería de las Ocho se extendía ante ellos a la deslumbrante luz del sol.
Titus quedó boquiabierto ante la visión, mientras el tiempo se paralizaba a su alrededor. La Batería llenaba el fondo del gigantesco cuenco, como un bouquet de flores alienígenas de silicio, frágiles y resplandecientes. Los módulos idénticos de las antenas estaban situados a intervalos exactos, todos a la misma altura. Ninguna de las estructuras —hechas de esbeltos puntales y finas mallas— habría podido resistir la gravedad o el clima de la Tierra.
Los cables descendían desde el borde del cráter procedentes del Sexto Colector y alimentaban los gigantescos tanques superconductores arracimados entre el campo de aterrizaje de la Batería y el deslumbrantemente blanco domo de control. Encima del domo había una torreta con una cámara de seguridad que podía escrutar todo el cuenco, y unido a un lado del domo había un cobertizo de suministros con células de energía recargadas para vehículos, oxígeno, piezas de repuesto, lubricantes y unidades de supervivencia para viajeros extraviados. Rocas sueltas caídas de la ladera se habían acumulado cerca de las paredes del domo, y alguien había esculpido y pintado las rocas imitando un burlón lecho de flores.
Ni el domo ni el cobertizo estaban presurizados, y ahora la puerta del domo permanecía abierta. Directamente frente a ellos, en el empinado sendero que descendía hasta el domo, había otro Toyota, volcado de lado, con las orugas aún moviéndose, medio en la sombra, medio en el sol. Apresado por una paralizadora sensación de déjá vu, Titus pensó: Vamos a morir. La gran roca que había producido el accidente estaba en medio de la huella de las orugas, con una sonrisa pintada en ella.
—¡Inea! —Pero ella ya había pisado el freno. La defectuosa oruga izquierda se soltó con un restallido, y sus extremos golpearon la cabina con un seco sonido. Perdieron energía, y ni siquiera las fuerzas de Titus consiguieron controlar las palancas. La cabina se inclinó hacia la izquierda, el vehículo pivotó, pero su impulso les condujo con un movimiento horriblemente, pesadillescamente lento, directo hacia el otro vehículo volcado ante ellos.
—¡Los cascos! —aulló Titus, apartando a H’lim y agarrando el suyo, que estaba en el asiento del conductor. H’lim se abocó torpemente contra la consola, empujó el casco de Inea hacia los aferrantes dedos de la mujer. En lo más profundo de la mente de Titus el entrenamiento se hizo presente. Primero asegura tu propio aire, luego ayuda a los demás.
El entrenamiento funcionó, y Titus se puso su casco mientras todo en él deseaba adelantar las manos y ayudar a Inea a encajar el suyo. Entonces chocaron.
El volcado vehículo se deslizó delante de ellos ladera abajo, ganando el impulso suficiente sólo para impedir que los contenedores de colisión entraran en funcionamiento. El agudo silbido del aire al escapar penetró en el casco de Titus, y frunció fuertemente los ojos contra la lanza de intensa luz solar que penetró por la ventanilla delantera, donde la placa protectora había sido arrancada. H’lim se apoyó en la consola de instrumentos, con la cabeza hundida entre las rodillas, de espaldas a la cabina, frente a las vacías pantallas, con un rayo de luz partiéndole por la mitad.
Lo ultimo que oyó Titus antes de que el sonido de los altavoces se perdiera en el vacío fue el ahogado timbre de la voz de Abbot diciendo:
—…tres de ellos en el segundo vehículo, y uno de ellos es el alienígena. ¡El alienígena se halla en el segundo vehículo!
Inea se alzó apoyándose en el ahora inclinado asiento de conducción, con el casco en su lugar. Titus dejó escapar un suspiro que fue casi un sollozo. ¡Está bien! Se levantó.
—Hay una clavija por aquí en alguna parte, para conectar los auriculares del casco.
Mientras Titus buscaba, Inea se arrastró junto a la consola donde H’lim permanecía hecho un ovillo.
—Quizás esté muerto. —Intentó enderezar la encogida forma. H’lim la apartó bruscamente.
Titus insertó la clavija de sus auriculares justo a tiempo para oír la voz del comandante decir:
—¡…nada de historias locas! No me creo… —Se interrumpió, y su voz sonó ahogada cuando preguntó—: ¿Qué? ¿Lo hicieron? ¿Es cierto? ¿Quieres decir que es legítimo? —Luego, más claramente, ordenó—: Ben, Roger, salid y echad un vistazo a esos vehículos. Si ese monstruo está ahí, cogedle. Nos encontraremos encima de la estación. ¡Adelante!
La energía parpadeaba, yendo y viniendo. Titus no podía decir lo que estaban haciendo los siete bombarderos. Ayudó a Inea a enderezar a H’lim, murmurando palabras de ánimo en lenguaje luren. Luego observó que la piel de H’lim se volvía rosada; cargó con el rígido cuerpo y trepó de vuelta a la oscuridad, pisando torpemente todas las cosas sueltas que se habían acumulado en la parte inferior de la cabina.
Volvió a colocar al luren en el hueco que éste había elegido como refugio, luego amontonó cosas delante de la mejor manera que pudo en la parte superior de la cuesta.
—¿Está mejor así? —preguntó cuando H’lim empezó a agitarse.
—Sí. Lo siento.
—Tonterías —interrumpió Inea—. Me salvaste la vida. Nunca hubiera podido alcanzar mi casco a tiempo.
Titus pateó un último cilindro al montón, para crear un amasijo de apariencia natural que los buscadores pudieran ver sin detectar a H’lim. Torpes aficionados. Es sorprendente que hayamos sobrevivido hasta ahora. Se volvió, para descubrir a Inea metiendo pequeños cilindros de oxigeno en los brazos y piernas de un traje de vacío de reserva. Era de los estándar, con todo ajustable. Dios impida que tengas que hacer algo en uno de ellos.
—¡No te quedes mirándome así! ¡Ayúdame!
Lo sujetó mientras ella lo ataba.
—¿Para qué demonios es esto?
—Ellos no saben que H’lim no puede salir ni siquiera metido en un traje. Contarán a tres de nosotros dirigiéndonos hacia el domo, y nos seguirán. ¡Cuándo descubran un traje vacío, nunca volverán a creer a Abbot de nuevo! Vamos. ¡Tenemos que apresurarnos! ¡Abbot ya ha puesto la Batería en movimiento, y no le queda mucho por hacer!
—Titus —susurró H’lim entre labios resecos, sin un rastro de Influencia a su alrededor—. Escúchame. Hay unas lealtades instintivas más altas que las debidas al Primer Padre. Para salvarnos a todos nosotros, a nuestro planeta, a la Tierra, a todos…, puedes ganar si sabes que debes.
—No te preocupes. Lo detendré, o moriré en el intento.
—Ya era hora de que te dieras cuenta —gruñó Inea.
—Sí. —Arrancaron el acolchado de uno de los asientos para el torso y dejaron el casco vacío. Sujeto a los hombros de Titus como si éste lo estuviera cargando, el traje parecía ocupado por alguien.
Cuando Inea y Titus salieron, dos bombarderos estaban trazando círculos sobre el campo de aterrizaje de la Batería, dejando caer pequeñas bombas, comprobando la existencia de minas. Cargado con la masa extra del traje relleno, Titus voló literalmente ladera abajo hasta el fondo de la colina. Adoptó un ritmo y dejó que el impulso lo llevara, sabiendo exactamente lo duro que iba a ser el impacto contra el domo y negándose a pensar en ello.
En el último minuto, cuando estaba fuera de la vista de los bombarderos, lanzó el traje contra la pared del domo como una especie de «chorro de freno» y se giró ligeramente para que fuera su hombro el que golpeara primero. Aun así, casi se desvaneció. Inea golpeó contra el domo justo a su lado, jadeando, y se deslizó al suelo.
Titus rodó hacia un lado y rodeó agazapado la puerta, buscando a Abbot.
El interior era un estudio en blanco y negro, atravesado por deslumbrantes conos de luz. Los paneles de lectura habían sido cuidadosamente diseñados para operar en el vacío, a través del casco de los trajes herméticos, pero para ojos humanos. Había el opresivo e inaudible zumbido de los campos gauss de tono alto que Titus nunca había identificado antes de conocer a H’lim. Y partes del instrumental brillaban con colores infrarrojos que se filtraban a través de su visor, sus gafas y sus lentes de contacto. ¿O es mi piel la que está «viendo»?
Agazapado, avanzó en círculo hacia la izquierda, manteniendo detrás consolas y alojamientos de instrumental, enfocado en localizar el distintivo aroma de la Influencia de Abbot. Medio esperaba que su padre hubiera quedado permanentemente impedido por los esfuerzos de H’lim.
¡Aquí!
Abbot, de espaldas a Titus, estaba inclinado sobre una consola alojada en una esfera casi completa de pantallas. La consola estaba formada por dos semicírculos, con la silla del operador en el centro, que podía girar para situarse al alcance de cada segmento. Abbot, fuera del circulo, permanecía desmañadamente inclinado para consultar las pantallas. Había una silla detrás de él, y otras en torno a la consola, mirando hacia dentro, con un inclinado panel de control frente a cada una. Un equipo de cinco podía operar manualmente toda la Batería, ajustaría y comprobarla, evaluar y corregir cualquier cosa que pudiera ir mal.
Partes de la consola estaban iluminadas, y algunas pantallas mostraban datos que cambiaban a medida que las antenas giraban para apuntar lejos de la Tierra. Un conjunto de pantallas mostraba el exterior de los dos Toyotas y el campo de aterrizaje, con los dos bombarderos efectuando aún cautelosos pases en busca de minas. Un cable negro unía el traje de Abbot a la consola.
Titus clavó las puntas de sus botas en el suelo y cargó, saltando contra una consola y empujándola a un lado en su impulso, ignorando el escozor de anticipación de su magullado hombro.
Golpeó, y los dos hombres cayeron, rebotaron y rodaron en el angosto espacio entre pantallas y consola. Titus intentó uno de los movimientos de baja gravedad de Suzy Langton, y se maravilló cuando terminó encima de Abbot. Éste gruñó, empujó, y envió a Titus volando por encima de la redonda consola. Agitando los brazos, Titus se estrelló contra un panel de pantallas, que crujió tras él.
Se puso de rodillas, buscando la caja negra del transmisor entre los brillantes componentes electrónicos. Ése era su objetivo, no Abbot. La divisó, alojada en una cavidad en la consola donde el panel había sido retirado para dejar al descubierto su interior. Titus imaginó que tenía que ser el panel conectado a la consola de la parte de atrás del observatorio, lo cual significaba que era el panel maestro que podía controlarlo todo allí.
Entonces la Influencia de Abbot lo envolvió como un puño apretado. Sus músculos se cerraron, dejándole medio agachado.
Poniéndose en pie con un aire de absoluta finalidad, Abbot conectó de nuevo su cable negro, y siguió colocando el transmisor en su lugar, entorpecido por los guantes de su traje. Al borde del campo de visión de Titus, las pantallas mostraban el campo de aterrizaje, donde los bombarderos estaban posándose ahora entre nubes de polvo y rocas pequeñas.
Titus reunió todo su poder apretadamente a su alrededor. Tengo que moverme. Tengo que romper esto. Recordó el momento en los lavabos de Goddard, cuando giró su mano pese a la voluntad de Abbot. Se concentró en la masa negra del transmisor, ahora apenas visible, y se tensó hacia delante contra la fuerza que le retenía. La barrera está en mi propia mente. Es humano el sufrir una mente dividida.
Apeló a la imagen de la Tierra dominada, los humanos esclavizados bajo la Influencia de los Turistas, usados de la misma forma que había sido usada Mirelle. Un restallante horno en lo más profundo de su alma se abrió, y su voluntad se alimentó de la violación.
—Nunca lo aceptarán —dijo con voz ronca.
Abbot se volvió bruscamente, luego trasteó con la frecuencia de su traje. No había oído el comentario, sólo había captado el agrietamiento de su control sobre Titus. Ahora que Abbot estaba en la frecuencia de Titus, Titus pudo oír el distante parlotear de los bloqueadores a los que Abbot estaba monitorizando a través de su sistema de comunicaciones.
—¡…convoy! Se acercará malditamente demasiado. ¡Dejadlo!
Los brazos de Titus estaban agarrotados por la tensión, y creyó captar un movimiento. Para distraer más a Titus, consiguió graznar unas palabras:
—No puedes vender a los humanos como esclavos a la galaxia.
Abbot pareció sorprendido de nuevo.
—Así que conseguiste entrar en la calculadora de Mirelle. Tendría que sentirme orgulloso de un hijo así, si no fuera… Bueno, no importa. Ya es demasiado tarde, Titus. He ganado.
—Ellos no nos quieren, ni a nosotros ni a nuestros sueños, sueltos en su guerra galáctica. —Titus avanzó un paso.
Abbot se volvió de su trabajo, y Titus sintió toda la fuerza de su padre enfocarse en él. Se tensó contra ella. Su pie delantero se arrastró hacia delante por el suelo. Un truco de la luz le ofreció un atisbo del rostro de Abbot a través de su casco, con la boca crispada por la tensión.
De una forma distante, Titus captó el sabor del poder de H’lim deslizarse por el domo. La atención de Abbot vaciló para contrarrestar al luren, pero H’lim estaba demasiado débil para afectar al forcejeo excepto que Titus consiguió alzar su arrastrante pie. Había dado un paso. Henchido con ese triunfo, adelantó su brazo derecho con una sacudida, en dirección al transmisor, como un robot mal articulado.
—No me hagas matarte ahora —dijo Abbot, sin que su voz traicionara nada de la expresión de su rostro. Su mano se dirigió hacia una herramienta depositada sobre la consola…, un cortador láser. Avanzó hacia Titus—. ¿Qué tipo de estupideces ha estado vendiéndote H’lim para que te vuelvas contra tu propia sangre? —Se detuvo con el cortador láser a unos pocos centímetros del pecho de Titus.
—Los humanos también son de mi sangre. Y lo mismo H’lim. —Titus consiguió dar otro paso, en ángulo hacia la consola, no hacia Abbot, desafiándole a usar el cortador.
Mientras avanzaba en ángulo, un movimiento en una de las pantallas llamó su atención. Titus se volvió para ver a H’lim arrastrarse por el sendero hacia el borde del cráter. Los cuatro bloqueadores abandonaron su aproximación al domo y fueron tras él. El sistema de comunicaciones del traje de Abbot retransmitió al de Titus las tenues voces maldiciendo y haciendo suposiciones sobre a quién estaban persiguiendo. Pero, incluso cuando alcanzó las sombras profundas, H’lim estaba sufriendo terriblemente. ¡Nunca lo conseguirá sin Influencia!
Abbot siguió la mirada de Titus.
—¡El muy loco! ¿Acaso no sabe que puede alcanzar la muerte final en ese flujo solar?
—H’lim es más Turista aquí que tú, y no desea ver la guerra rodar sobre la Tierra y dejarla convertida en cenizas.
—¿Qué sabe ese ganadero, que nunca fue honesto con nosotros, se ha equivocado a menudo, y cuyos conocimientos están completamente desfasados, de la actual política galáctica? ¿O de la desesperada situación a la que nos enfrentamos en la Tierra?
—¿Nosotros? —preguntó Titus—. ¿Y qué hay de los humanos de la Tierra? ¿Qué les ocurrirá si lanzamos nuestro llamamiento a la galaxia…?
—¿Crees en esa estupidez de los sueños? —interrumpió Abbot—. Este no es ese planeta, si realmente existe.
¡Tú no has visto la sala de astrogación de la Kylyd!, pensó Titus. Una tecnología que utilizaba la imaginación para guiar una astronave podía fácilmente enviar información vía sueños y telepatía, o dictar una ley para la conservación de la volición.
—Escucha, Abbot, no importa si éste es el único planeta donde la gente sueña. Mi misión es impedirte que violes una decisión de las Soberanías Mundiales de que la galaxia no descubra la posición de la Tierra. Por eso retiré el transmisor de la sonda, y el otro del observatorio.
—Nunca creí que los encontraras antes de transmitir los datos balísticos. De otro modo, nunca te hubiera involucrado en el plan. —Había genuina admiración en la voz de Abbot.
—¿Involucrarme? —Titus avanzó un poco más. La pantalla mostraba a los cuatro bloqueadores acercándose ahora al domo, desplegados para la lucha. ¡H’lim consiguió escapar! Desde la distancia, la Influencia del luren parpadeó en torno a los cuatro hombres; uno de ellos cayó, y los otros se detuvieron para ayudarle a levantarse de nuevo. Debilitado ahora, H’lim no podía retenerles, y cuando llegaran Abbot no sería capaz de controlar a todos y finalizar su trabajo. Sigue retrasándole.
Abbot conectó el láser.
—Cuando decidí usar la Batería, necesitaba una señal legítima para encubrir la mía, y elegí tu plan para traer los contenedores de carga. No fue difícil. Tenemos controlados a la mayoría de los que toman las decisiones en la Tierra. No resultará muy difícil hacernos con el poder después de que las Soberanías Mundiales hayan sido derribadas.
La voluntad de Titus se tambaleó. ¡Todo había sido cosa de Abbot! La presa de Abbot sobre él se hizo más fuerte, el triunfo floreció.
Desde un lado, Inea asomó la cabeza y lanzó algo pequeño, brillante y destellante a Titus.
—¡Agárralo!
Abbot se dio la vuelta para enfrentarse a ella, con el brillante láser aún apuntando hacia Titus; su Influencia la congeló en una estatua que se tambaleó grotescamente hacia delante.
En un acto reflejo, la enguantada mano de Titus interceptó el objeto. Una gran y dulce luz estalló por entre sus nervios. Un sonido inaudible penetró en su espíritu. El destello plateado del crucifijo reflejó todos los colores de las pantallas, destellando y girando profundamente en el yo de Titus. Era más débil que antes y tenía una textura diferente, pero era una energía sublime, lo suficientemente concentrada y coherente como para liberarle de la presa de Abbot.
—No puedo creerlo —jadeó Inea—. ¡No puedes hacerme creer que Titus es un monstruo! ¡No puedes!
Abbot se tambaleó de vuelta hacia Titus. Nunca antes había sido desafiado de un modo efectivo por un humano. Titus deseaba agarrar el cortador láser, saltar y salvar a Inea. En vez de ello, se lanzó hacia el transmisor. Su mano derecha se cerró sobre él en el momento en que Abbot se volvía y blandía el cortador hacia la garganta del Residente. La Influencia golpeó brutalmente a Inea. Abbot escupió:
—¡No lo hagas!
Titus se inmovilizó, con la mano aferrando la caja.
—¡Abbot! ¡Ella es mía!
—Toca esa caja, y perderás vida y proveedora.
Era legal, desde el punto de vista de Abbot. Tenía pruebas documentadas de que Titus podía volverse feral. Sólo un feral se volvería contra la Sangre y arrancaría el transmisor.
Inea se debatió, ejerciendo una fuerza sorprendente contra la voluntad de Abbot, y él tuvo que sujetarla físicamente para controlarla.
—¿Qué es lo que le has enseñado?
¡H’lim tenía razón! ¡No puede defenderse!
—Inea, ¿recuerdas cuando me enfurecí con H’lim por lo que te dijo que me hicieras, y él nos dijo lo que tú podías usar a causa de ello? —¡Si sólo Abbot no lo captaba!
—Sí —jadeó ella, contra el control de Abbot.
—¡Ahora! —gritó Titus. Simultáneamente, tiró del transmisor, arrancándolo de sus conexiones, y lanzó todo su poder contra la creciente Influencia. Luego arrojó el transmisor directamente a Abbot.
En lo más profundo de su ser, un ardiente horno de poder se abrió de nuevo. Pero esta vez estaba al rojo blanco, y enfocó un angosto haz de intensidad. Usó lo que Abbot le había enseñado cuando habían tenido que Influenciarse el uno al otro contra el chequeo de hipnosis de Biomed, y atravesó las defensas de Abbot, induciendo un movimiento reflejo en Abbot para que girara el arma y la enfrentara al objeto que volaba hacia él. ¡Ahora!
El láser giró y llameó. Partido en dos trozos, el transmisor siguió su camino, golpeó contra Abbot y rebotó al suelo.
Soltó el láser con un aullido inarticulado, sin importarle que su activada punta taladrara un agujero en el suelo de piedra. Se dejó caer de rodillas sobre las dos mitades de su última esperanza.
Inea, liberada de la presa, tomó el láser y avanzó hacia la expuesta espalda de Abbot con intenciones mortíferas. Titus se lanzó hacia ella y sujetó en alto su brazo.
—¡No! —dijo en voz alta, sin ninguna Influencia tras él—. Está neutralizado. Mátalo a sangre fría, y no serás mejor que él.
No podía ver su rostro, pero sintió los músculos de su brazo temblar con la urgente necesidad de cortar a Abbot con el láser. Con urgencia, Titus preguntó:
—¿Aprobaría el sacerdote que cargó el crucifijo una muerte por venganza?
Ella emitió un sonido que era parte sollozo, parte risa, y parte estremecimiento de terror.
—Yo cargue el crucifijo rezando mientras él te tenía. —Dejó que él le arrebatara el cortador de la mano.
Golpeado por la sorpresa, él lo lanzó a un lado, sin preocuparse de dónde aterrizaba. Había sido diferente. Muy diferente.
—Vamos, tenemos que ayudar a H’lim. No podemos manejar a esos cuatro sin Influencia, y él va a…
Muy profundamente dentro de él había un dolor horrible y desgarrador, como si alguien le hubiera arrancado el corazón de sus raíces. ¡H’lim!
El suelo se estremeció.
Titus se tambaleó y se sujetó a Inea, que no tenía la masa suficiente para mantenerlo erguido. Se apartaron. Abbot luchó por ponerse en pie. Luego, una fluida oleada de rocas sueltas penetró en el domo, barriéndolo todo ante él. El techo se dobló mayestáticamente bacía dentro. El suelo se alzó de costado.
Una de las pantallas, desprendida de sus sujeciones y al parecer flotando libremente en el aire, mostró a los dos Toyota que se deslizaban hacia el domo en medio de una avalancha de rocas. Luego se apagó.
Todo se hizo oscuro.
La brillante punta y el corto mango del cortador láser eran claramente visibles incluso a través del visor del traje de Titus, lo mismo que la imprecisa forma de Inea tambaleándose desequilibrada directamente hacia su haz.
Titus aferró su brazo, danzando en el borde del fluir de rocas, y la apartó del peligro de un tirón. Pero eso lo envió tropezando hacia delante, girando en caída libre. De pronto se dio cuenta de que las leyes de Newton, las más frías de las ecuaciones, lo habían condenado ahora a la muerte. El láser, con el mango atrapado por las movientes rocas, perforaría su ojo izquierdo.
Un enorme y pesado traje de vacío golpeó contra él. Abbot. Girando de lado, aterrizó de espaldas y rebotó. A medio vuelo, un dolor como nunca había imaginado que pudiera soportar danzó a través de él. Paralizado, ni siquiera pudo gritar cuando una luz que había estado dentro de él, ignorada desde que se arrastró fuera de su tumba, se apagó.
Rodó y se volvió para descubrir a Abbot despatarrado, medio enterrado entre los restos, con la parte de atrás de su casco limpiamente seccionada de la espalda de su traje, derramando colores infrarrojos como gotas de sangre. Dos limpios bordes de vértebras quedaban expuestos, con la espuma de la hirviente sangre apenas oscureciendo el hecho de que Abbot había alcanzado su muerte definitiva, un hecho que vivía en una cenicienta oscuridad dentro de Titus allá donde nadie más podía verlo. Mezclada con esa jadeante agonía estaba el pulsar de otra herida mortal. Y H’lim también.
El movimiento de las rocas casi se había detenido.
Inea se extrajo de debajo de un panel y aparto a un lado un trozo del ensamblaje del panel del de las cámaras. Fragmentos de irregular luz solar perforaban los restos del domo sobre ellos, aunque, sin dispersión atmosférica, no iluminaba mucho, Uno de ellos silueteo la mano de Abbot, aferrando una mitad del transmisor. Inea avanzó hasta Abbot se arrodilló, y apoyó el cadáver sobre su regazo.
Cortos y débiles sollozos que podían ser de sorpresa llegaron basta los auriculares de Titus cuando consiguió ponerse de rodillas y arrastrarse hasta ellos.
—Ti-Titus, ¿oíste lo que dijo? ¿Lo oíste?
—No. —Se puso en pie y examinó la herida. La columna vertebral había resultado limpiamente seccionada. Una herida fatal.
—Dijo…, dijo: «Aún eres de mi sangre». Yo estaba equivocada. Él te quería. Estaba loco, era retorcido, horrible, pero aún quedaba en él el bien suficiente como para amarte. Me alegra que no me dejaras matarle. —Y entonces se echó a llorar.
—No puedes llorar dentro de un traje espacial. Resulta demasiado difícil sonarte la nariz.
—¡Titus! ¿Cómo…?
—Cuando tengamos tiempo, ambos lloraremos. Pero, por el momento, tenemos que…
—¡H’lim! ¡Dios mío! Tenemos que… —Intentó liberarse del cadáver.
—Inea.
Ella se detuvo.
Titus tragó dificultosamente saliva.
—Está muerto. No latente. Muerto.
—Pero ¿cómo puedes…?
—Lo sé. Un padre lo sabe. Cuando puede haber una resurrección, siempre queda una… conexión. Ahora ha desaparecido.
Apoyó una mano en el brazo de ella, recordando todas las veces que había ayudado a otros padres a correr en ayuda de un hijo repentinamente latente. No había ninguna huella de este sentimiento en él. Mi primer hijo está muerto.
—H’lim hizo volar el convoy cuando llegó cerca…
—Pero ¿por qué?
—Para impedir que esos cuatro hombres nos alcanzaran, para impedir que el convoy volara el Colector y pusiera la estación a merced de los bloqueadores, y probablemente para distraer Abbot de la mejor manera posible sin Influencia con la que ayudarme.
—¿Qué quieres decir sin Influencia?
—Estaba tan afectado por el sol, tan agotado por haber luchado con Abbot, que ni siquiera podía desviar los bloqueadores.
—Y ahora está muerto —susurró ella.
Él la miró, saboreando la sensación de ella con todos sus sentidos. Su aceptación de la pérdida le permitió, de algún modo, aceptarla él también. Y nunca sabré qué tipo de ciencia utiliza un matemático que sea demasiado difícil para los ordenadores.
—Sí, Inea, ahora está muerto. Permanentemente esta vez. Ahora vámonos de aquí. Tenemos que ver si alguno de esos hombres ha sobrevivido. Tiene que haber un equipo de primeros auxilios en alguna parte en este lugar. Y luego tendremos que encargarnos del cuerpo de Abbot, construir alguna especie de trineo para llevar aire extra, e iniciar el camino de regreso a la estación…, a menos que podamos arreglar la radio y lanzar una señal de socorro. Pero, mientras tanto, tenemos que pensar una historia plausible a la que ambos podamos aferramos, y eliminar todas las compulsiones que Abbot te dejó. Y tenemos que hacer todas esas cosas antes de que ambos nos derrumbemos y nos echemos a llorar, o se nos agote el oxígeno.
Titus colocó la cabeza de Abbot entre las rocas y restos de las consolas, y se juró que siempre había hecho que su padre se sintiera orgulloso de él, siempre, incluso cuando no estaban de acuerdo.