—¿Qué es lo que Abbot quiso dar a entender? —preguntó Titus cuando los dos se hallaron momentáneamente solos en la esclusa.
—Más tarde, Titus. —Todavía había pánico en la voz de H’lim, y el aura de la Influencia que retenía prietamente a su alrededor era como un puño cerrado, con los nudillos blancos y temblando. Titus nunca había sentido nada como aquello. A dos pasos de distancia no era perceptible, ni siquiera después de que se hubieran despojado de sus trajes.
Emergieron de la sección de Biomed, cruzaron seguridad y echaron a andar por los corredores principales. H’lim giró en la dirección equivocada. Titus lo retuvo.
—El laboratorio es por ahí —ofreció.
—¡Ya lo sé!
Herido, Titus guardó silencio. Nunca había oído irritación en el tono de H’lim antes, ni nunca había imaginado un tono que arrastrara consigo tanto irritación como miedo. Casi dejaron atrás a los cuatro guardias de Brink.
En su apartamento, H’lim abrió la puerta e hizo una pausa mientras los guardias miraban dentro, con las armas en la mano. H’lim nunca permitía entrar a la gente de Brink, y había demostrado muchas veces que podía detectar cualquier intrusión no autorizada, de modo que aquello era simplemente un ritual. Mientras aguardaban, H’lim dijo en voz baja:
—Titus, no estoy irritado contigo, en absoluto. Pero tengo algo en mente y debo pensar en ello, y luego querré hablar contigo. Te llamaré.
Una de las cosas más difíciles que jamás hiciera Titus fue responder con aire indiferente:
—De acuerdo. Abbot entra de turno dentro de un par de horas. Mientras tanto, estaré en el gimnasio si quieres algo de mí. —Mentalmente, estaba preparando ya una lista de las preguntas para las que tendría que exigir respuestas. Y pensaba exigirlas. Esta vez no iba a permitir ser echado a un lado, no importaba lo que ocurriera. H’lim se lo debía.
H’lim entró en su habitación, deteniéndose en el umbral unos instantes como desconcertado, pero cerrando suavemente la puerta a sus espaldas sin mirar atrás. Titus permaneció entre los guardias frotándose la nuca y sacudiendo la cabeza.
Uno de los guardias ofreció:
—Usted no hizo nada. Probablemente se dio cuenta de que se había equivocado en una ecuación o algo así, y se siente como un tonto del culo.
—¿Ésa es la impresión que le dio a usted? —preguntó Titus.
—Los científicos siempre se muestran confiados, luego se derrumban. Después se vuelven locos por haberse equivocado y le chillan a todo el mundo.
—¿De veras?
—Cállate, Sid. El doctor Shiddehara no es así.
Titus sonrió.
—Gracias.
—Iba a decir —aclaró Sid— que usted no es así.
Titus agitó una mano.
—Todavía no me he equivocado en este trabajo. Entre las averías, el robo, la guerra y las prisas, ¡ni siquiera he tenido tiempo de hacer ningún trabajo!
La puerta de H’lim se abrió parcialmente, y el luren asomó la cabeza.
—Titus. Entre. Necesito hablar con usted.
Dentro, Titus se dio cuenta de lo que había alterado a H’lim en aquel umbral: el olor a sangre humana…, y algo más.
—Reúne tu valor. —H’lim condujo a Titus al cuarto de baño.
Sangre.
Las paredes, el suelo, pero principalmente el cubículo de la ducha, estaban cubiertos de sangre, formando grumos y manchas, reseca, oscura y maloliente. Conteniendo el aliento, H’lim abrió la puerta de la ducha, y Titus retrocedió, tambaleante.
Un brazo recubierto por la manga de un salto de cama negro rezumaba aún sangre de la cortada superficie de su hombro. Otros miembros y una cabeza estaban apilados sobre el torso femenino.
¡Mirelle!
Titus sintió que sus labios se crispaban y temblaban mientras modulaban su nombre y la palabra «muerta». Sintió la náusea, y de inmediato reconoció el otro olor. El vómito de H’lim.
Desesperadamente, hizo un gesto al luren de que cerrara la puerta y retrocedió fuera del cubículo. H’lim cerró la puerta del cuarto de baño. Permanecieron los dos de pie, respirando profundamente mirándose el uno al otro. Titus apenas reconoció su propio rostro reflejado en las gafas de H’lim.
—Fue Abbot —dijo el luren—. Estaba muerta cuando la trajo aquí. —Señaló el limpio suelo—. Pero no sangrante. Quiere que la gente crea que lo hice yo. No sé qué hacer. Titus, tienes que ayudarme.
Los muertos humanos no sangran así.
—¿Por qué desearía que te acusaran de… esto?
—Ha deducido que, cuando descubra que los humanos, y peor aún, los luren de la Tierra, sueñan, haré todo lo que esté en mis manos para impedirles enviar ningún mensaje…, especialmente no con los datos de tu blanco, ¡y enfáticamente no con mi demasiado explícito mensaje añadido a la posición de este planeta!
La mente de Titus era un torbellino. Haz algo. Cualquier cosa. ¡Rápido! Tanteó en busca de la lógica que tenía que estar allí, en alguna parte.
—Pero tú estabas en la Kylyd cuando se hizo esto. No pueden culparte.
—¿Crees que los hechos eliminarán el pánico? Conoces a los humanos, Titus. —Caminó en un pequeño círculo—. Dirán que me alimenté directamente de ella. Abbot sabe que André Mihelich descubrió la similitud entre las enzimas naturales luren y las de algunas sanguijuelas: hirudina, hementina, orgalasa… —A medida que el miedo de H’lim aumentaba, perdió el lenguaje corporal humano y se volvió auténticamente alienígena—. André llamó la mía orgalentina, y fragmentó tres membranas reactivas sepracor para preparar un cultivo que mantuviera fresca la sangre orl. Si Abbot la robó y la inyectó a Mirelle, ¡esto podría haberla matado y convertido su cuerpo en un almacén de sangre! Eso explicaría la hemorragia excesiva después de la muerte…, puesto que la sangre no se coagularía durante horas, quizá días, a menos que entrara en contacto con el aire.
El plan de Abbot encaja. Probablemente incluso se hizo pasar por H’lim para robar la enzima.
—Tenemos que pensar. ¿Qué espera que hagas cuando descubras el cadáver? Eso es lo que no tienes que hacer. Esto no parece propio de Abbot…, no en una comunidad cerrada donde no puede cambiar de identidad y desaparecer. ¿Qué le habrá empujado a ello? ¿Cuál es su objetivo?
—Eso es fácil de averiguar —dijo H’lim, y se dirigió hacia el no usado armario de la cocina donde Titus había ocultado el transmisor. Sacó la cacerola y alzó la tapa; mostró su vacío interior—. Sí, eso pensé. ¡De alguna forma, está planeando enviar el maldito mensaje!
Titus parpadeó. Nunca antes había oído maldecir a H’lim.
—¿Cómo sabías que el transmisor de la sonda de Abbot estaba aquí?
—Dejaste tus huellas por toda esta habitación cuando lo ocultaste. Todo lo que tuve que hacer fue seguirlas para descubrir lo que habías dejado.
Creí haber sido tan hábil. Él me deja entrar siempre. ¿Cómo puede distinguir unas ocasiones de las otras? Sin embargo, preguntó:
—Pero ¿cómo sabía Abbot que el transmisor estaba aquí?
Tan pronto como hubo formulado la pregunta, Titus supo. Enterró el rostro entre sus manos.
—Es todo culpa mía. ¡Me engañó! —El recuerdo, transparente como un fantasma, flotaba en la periferia de su mente: Abbot preguntándole con incisiva Influencia y Titus balbuceando toda la historia de su viaje a la sonda y su ocultación del transmisor. ¡Nunca hubiera debido permitirle usar la Influencia sobre mí! Ni siquiera para falsificar respuestas autónomas para el nuevo condicionamiento médico antihipnótico.
—No, no todo es culpa tuya. También me engañó a mí. Ni un indicio, ni un asomo, ¡pero lo supo todo el tiempo!
Titus alzó la cabeza.
—¿Sabía qué?
—Que los humanos sueñan.
Toda la larga lista de preguntas que había estado preparando unos momentos antes brotó en una oleada a la parte delantera de su mente, pero lo que dijo no tuvo ningún sentido, ni siquiera para él:
—El soñar no es un acto volitivo. ¿Así que tiene que ser genético?
—Titus —dijo H’lim, como si la pregunta sí tuviera algún sentido—, no hay tiempo para explicarlo todo en estos momentos. Más tarde, te lo prometo. Pero ahora todo ha cambiado. —Miró hacia la cerrada puerta del cuarto de baño—. Ese mensaje no debe partir, ¡no allá donde Abbot va a enviarlo con tus datos del blanco!
—¿Porque los humanos sueñan? Mi blanco está equivocado porque los humanos sueñan, y es por eso por lo que de pronto estás dispuesto a quedarte aquí abandonado como un náufrago en vez de enriquecerte, y por supuesto, lógicamente, Abbot tenía que matar a Mirelle en tu cuarto de baño. —Dios mío. ¡Dios de los cielos! Los ojos de Titus estaban clavados en la puerta del cuarto de baño, con una sensación pesadillesca creciendo en su interior a medida que la imagen del cuerpo desmembrado envuelto en encaje negro y rezumando sangre flotaba ante sus ojos.
Un rincón extrañamente desprendido de su mente le dijo sin reflexionar que ahora sabía cómo se había sentido Inea todo el tiempo que había estado luchando por comprender en qué se había convertido él…, lo que siempre había sido.
Debo hacer algo aprisa…, rápido…, algo…, ¡cualquier cosa! Mirelle esta aquí dentro, muerta porque no pude mantenerla alejada de las ganas de Abbot debido a que los humanos sueñan. ¿Lo ves?, ¡soy un científico, y todo esto tiene perfectamente sentido! Era consciente de que sus párpados estaban demasiado abiertos y de que su boca colgaba.
Con forzados manierismos humanos, H’lim extrajo una jarra del refrigerador y sirvió dos vasos de un claro líquido naranja que olía a sangre orl.
—Bebe esto.
—¿Qué es? No puedo…
—Sangre orl purificada con una docena de enzimas, nutrientes y un estimulante. Pruébala. No te hará daño. La necesitas. Estás histérico.
¿Histérico? Lo dudo. Pero sus manos se cerraron en torno al vaso. No era tan repelente como la sangre orl en estado puro. Pareció evaporarse en sus senos nasales, estallar en su cerebro. No había experimentado nada así desde que muriera. Bebió la mitad del vaso antes de sorprenderse de que su mente se aclarara.
—Bébela lentamente —aconsejó H’lim—, a fin de que no te haga sentir hambriento. No tengo sangre aquí. —Se sentó delante de Titus, sujetando su vaso—. Estas son las preguntas inmediatas. ¿Qué está planeando Abbot hacer con el transmisor? ¿Qué espera que haga yo cuando descubra el cadáver? ¿Qué podemos hacer para detenerle?
—Va a transmitir el mensaje, y desea que tú te veas atrapado aquí para que no puedas detenerle, lo cual quiere decir que puedes detenerle. ¿Cómo? ¿Y por qué?
—Ahora sé dónde estoy, sé que la Tierra está prohibida…
—¿Sabes dónde estás?
—¡En el otro lado de la galaxia de donde se suponía que teníamos que ir! —restalló—. Si Abbot envía ese mensaje que escribí, la especie luren puede verse exterminada. Y si la Teleod y la Metaji luchan por la posesión de los soñadores de la Tierra, la propia Tierra puede verse destruida. Los humanos de la Tierra son tan peligrosos para el orden galáctico como los luren. Quizá peor. Creo, por lo que dijo Abbot, que planea conseguir para los Turistas un lugar en los asuntos galácticos vendiendo humanos Influenciados como espías.
—Le has dicho a Abbot más cosas de las que me has dicho a mí.
—No, sólo una observación al azar acerca de un planeta al otro lado de la galaxia…, ¡creo! No sé cómo puedo haber llegado hasta aquí, pero hubiera debido darme cuenta por la genética. ¡Hubiera debido adivinarlo! Pero vuestros genes están clasificados como alto secreto entre nosotros, así que por supuesto nunca había visto nada parecido a ellos. No, no puedo volver a casa. ¡No me atrevo a ponerme en comunicación con nadie! Con lo que sé ahora, ellos…
Mientras la voz de H’lim se apagaba, los ojos de Titus se posaron de nuevo en la cerrada puerta del cuarto de baño. Desde un principio había tenido razón en desconfiar de H’lim, pero de hecho H’lim era inocente de duplicidad.
—¿Qué observación al azar? Esto es importante, H’lim. Tengo que saber lo que Abbot conoce, y lo que no conoce, si deseas que imagine sus movimientos. —Miró hacia la puerta que daba al pasillo—. Sólo tendremos una oportunidad de salir de aquí. Si caemos en una de las trampas de Abbot…
El luren se giró a medias para contemplar el cuarto de baño.
—Hablando de un antiguo artículo de Genentech sobre ingeniería genética, le dije que la bioingeniería a escala planetaria había sido declarada fuera de la ley hacía milenios, y que sólo sobrevivían dos de tales planetas, ambos fracasos: el nuestro, y otro en uno de los bordes de la galaxia que alberga una raza de poderosos telépatas que no pueden alcanzar su poder solos. Dormidos, recapitulan involuntariamente los sucesos del día, aunque en símbolos fragmentados y aislados cuando no se hallan conectados al receptor adecuado.
»Su planeta se halla prohibido porque, unidos al receptor adecuado, la gente con la que la ingeniería genética los había preparado para unirse, se convierten en unos grandes espías. Todo lo experimentado por el durmiente aquel día es descargado en la mente del receptor. Y, con un enlace telepático a ese nivel de consciencia, no hay límite de distancia. Hablamos de la guerra galáctica en curso y de la paz que había alcanzado la Tierra con la consecuente pérdida de ejércitos regulares, y le mencioné que un espía así podría ser situado dentro de los consejos tácticos de planificación de uno de los bandos y ser imposible de detectar mientras pasa su información a los tácticos del otro bando.
»Abbot respondió: «Eso es muy interesante. En la Tierra, los espías de confianza son algo muy valioso». En la Kylyd comprendí finalmente lo que quiso dar a entender: que los luren de la Tierra podían vender a los humanos como espías de confianza. En retrospectiva, parece obvio que pensaba de esta forma, sabiendo que los humanos «sueñan» y sabiendo que sólo hay un planeta donde ocurre esto.
¡La guerra galáctica en curso! ¡Telépatas! ¿De qué otras cosas había hablado con Abbot que nunca le había mencionado a Titus? Los miles de preguntas clamoreaban en la parte de atrás de su mente, pero era cierto que no había tiempo para ello ahora.
—¿Hay algo que Abbot no sepa?
—Que eso no funcionará. Esta prohibición es la ley más estricta que existe, la única que es obedecida en todas partes —dijo H’lim, luego perdió la fachada de cultura de la Tierra para añadir—: Excepto las leyes que nos controlan a nosotros.
Titus se aferró a ello.
—¿Qué leyes controladoras?
El luren se negó a retroceder ante el desafío de Titus, pero su Influencia le traicionó. Sin embargo, ahora necesitaba la ayuda de Titus, y cuando habló fue la pura verdad:
—Que no podemos, como ya sabes, tomar nuestro sustento de nadie excepto de los orls, ni usar la Influencia sobre nadie excepto los orls, ni procrear con ninguna otra raza bajo sentencia de muerte tanto para los procreadores como para los procreados. —Se inclinó encima de la mesa para sujetar la mano de Titus como si quisiera parar un golpe—. ¡Escucha! ¡Sé que hubiéramos podido eludir la ley, considerando el inmenso valor de este acervo genético único! ¡No tenía la menor idea de dónde estaba! Titus, el mensaje de Abbot no debe partir.
Yo tenía razón y Abbot estaba completamente equivocado. Acudirán a la Tierra y nos exterminarán como alimañas, y nunca nos dirán por qué.
Titus dudaba de que la Tierra fuera realmente este misterioso planeta de espías telepáticos. Soñar no podía ser un talento tan exótico. Pero mientras H’lim creyera en ello, no se arriesgaría a quebrantar las leyes antiluren de la galaxia. Apoyó su otra mano sobre la de H’lim.
—A Abbot no le preocupan ahora la ventana a Tauro o mi programa de blanco. Sabe que, para cruzar la galaxia, tu nave tiene que utilizar una distorsión espacial, no ir en línea recta, lo cual significa que no necesita la ventana de Tauro, así que no le importará que la ventana se cierre para las Ocho…, ¡ha ido a las Ocho!
—¿Por la superficie? ¿Bajo la luz del sol?
—Abbot puede hacer cualquier cosa que se proponga. —Cuanto más pensaba en ello, más probable le parecía—. Ha estado planeando esto desde hace días. Consiguió arrancarme con Influencia el lugar donde estaba oculto el transmisor la mañana siguiente que perdiéramos la línea de superficie a las Ocho. Tiene que haber descubierto que yo saqué su transmisor del observatorio, aunque cómo sabe que su mensaje jamás llegó a partir… —Se encogió de hombros.
—Es tu Primer Padre. Tú le comprendes. Adelante.
—Si estamos al otro lado de la galaxia, tomará mucho tiempo conseguir una respuesta, así que ha decidido que los secesionistas tienen que ganar la guerra, y ésa es la razón de que haya tendido esta trampa. Mató a Mirelle a fin de tener las fuerzas necesarias para cruzar la superficie, pero te la dejó a ti para que las SS.MM. perdieran la guerra.
H’lim asintió.
—Si soy realmente un monstruo, entonces los que me respaldan quedarán desacreditados y las SS.MM. se derrumbarán. Pero ¿por qué? ¿Por qué desea eso?
—Si las SS.MM. ganan, el orden será restablecido porque pueden gobernar el mundo. Pero si el puñado de pequeños países que se han secesionado ganan, perderán el control. El caos económico y político destruirá las gigantescas bases de datos que interfieren con las actividades de los Turistas.
—Entiendo. Está apostando fuerte. Debe sentir que sólo sacrifica algunas piezas menores del juego…, Mirelle…, y yo.
—¡Y yo! —Abbot tenía que haber planeado también otra trampa para mantener a Titus ocupado, lo cual significaba usar de algún modo a Inea como cebo.
Titus recordó la expresión en el rostro de ella aquella mañana, cuando H’lim les mostró el estimulante.
—¡Mirelle! ¡Eso es lo que Inea tenía en mente! —Titus hizo girar su silla para situarse delante del videocom de H’lim—. ¿Le mostraste cómo usar el estimulante?
—Hace unos días. ¿Cómo lo sabes?
—¡Oh, conozco el rostro de esa mujer! Hubiera debido darme cuenta. No es que hubiera servido de nada. ¡Ella nunca hace lo que le digo que haga! ¿Por qué tarda tanto?
—Tranquilízate. El tónico ha acelerado tus sinapsis. Sólo llevamos hablando unos minutos.
Titus comprobó el tiempo y vio que era cierto. Los registros del gimnasio aparecieron en la pantalla, mostrando que Inea y Mirelle habían estado en la centrífuga, pero se habían marchado temprano. Mirelle estaba en mala forma. Pulsó salida con un golpe.
—Ella estaba en la habitación de Mirelle cuando llegó Abbot. Ella le dio a Mirelle el estimulante. Abbot debió ponerse lívido ante la transgresión de su Marca. —Volvió unos atormentados ojos a su hijo luren—. H’lim, ¿es posible que la haya matado a ella también?
Los labios de H’lim se comprimieron.
—Titus, quizás Abbot no mató a Mirelle. Tal vez lo hizo Inea.
Con dedos ateridos, Titus conectó con la habitación de Mirelle, intentando recordar cómo funcionaba el código de entrada de Abbot. Si podía obtener una imagen. De pronto, el videocom se iluminó con la llegada de una llamada. Titus pulsó aceptar, y la pantalla se definió para mostrar a Inea inclinada sobre el aparato, la boca amordazada, las manos atadas a la espalda. Estaba sentada, y por la toma en que intentaba pulsar las teclas con la nariz, Titus pensó que debía estar atada a la silla. Los esquemas de color detrás de ella indicaban que se trataba de la habitación de Mirelle.
Sus ojos se alzaron hacia la pantalla mientras Titus emitía unos sonidos inarticulados. H’lim se inclinó sobre su hombro.
—¿Abbot hizo esto?
Vocalizando dificultosamente, ella asintió. Titus sintió los huesudos dedos de H’lim clavarse en su hombro, y supo cuál tenía que ser la decisión.
—Apaga —le ordenó—, y mantente fuera del radio del aparato. Estaremos ahí en seguida.
Ella asintió con alivio, y él cortó la comunicación.
—¿Hay alguna enzima que disuelva los huesos? ¿Y que no afecte al agua de la planta recicladora?
H’lim pensó unos instantes, luego su vista se clavó también en la puerta del cuarto de baño.
—Sí —se atragantó—, y Abbot la conocía.
—¿Dónde está?
—En una sala de almacenamiento que usamos tanto André como yo, cerca de nuestros laboratorios. Ayer, había la suficiente como para descomponer su cuerpo.
—Ahí es donde tiene que estar la otra trampa para ti. La habitación de Mirelle, o quizá la propia Inea, debe ser la trampa para mí. Vayamos. Voy a necesitar tu ayuda.
H’lim se detuvo unos instantes, sin apartar la vista de la puerta del cuarto de baño.
—Sería muy conveniente si el cuerpo simplemente desapareciera sin dejar huellas.
—Esa es la forma en que Abbot espera que reacciones, y ésa es la última preocupación que debemos permitirnos. Deja que las SS.MM. pierdan la guerra y los secesionistas nos ejecuten a todos, pero ese mensaje no tiene que salir.
Momentáneamente, H’lim adoptó una inmovilidad preternatural, luego respondió:
—Sí. Tienes razón, por supuesto. —Cuando avanzó de nuevo, lo hizo con toda la energía de un animado humano.
Fue trabajo de un momento para H’lim envolver a los guardias en Influencia. Titus se maravilló del poderoso pero sutil toque que utilizaba ahora el luren para enmascarar su paso a todos los ojos humanos, pero cuando lo comentó H’lim se limitó a decir:
—No puedo mantener esto durante mucho tiempo. Los humanos de la Tierra son demasiado sensibles. Pero, por supuesto, ahora comprendo por qué es así.
Titus no tenía ninguna oportunidad de preguntar. La puerta de Mirelle estaba delante de ellos. Él y H’lim la examinaron atentamente, buscando trampas de Abbot. Mirelle les había dejado cruzar su umbral antes, de modo que cuando H’lim tocó la cerradura no tuvieron ningún problema en entrar. Inea aún atada a la silla, avanzó a pequeños saltitos por la habitación, llamándoles mudamente a través de la cinta adhesiva que la amordazaba.
La silla en sí arrastraba una tira de sábana retorcida que la había atado al fregadero de la cocina. Otra tira de sábana cruzaba el fregadero, con el deshilachado extremo casi rozando el suelo. Titus insertó los dedos en la mordaza y la liberó, luego desató sus muñecas y tobillos.
En vez del torrente de gratitud y narrativa que Titus esperaba, Inea se mantuvo completamente inmóvil mientras alzaba su vista hacia H’lim. Cuando Titus se arrodilló, frotando sus tobillos para restablecer la circulación, Inea dijo, con una voz y una cadencia sobrenaturalmente parecidas a las de Abbot:
—Te comunico, señor, que Titus Shiddehara ha violado la ley y las costumbres permitiéndome actuar incontrolada y poniendo así en peligro a todo su pueblo en la Tierra.
Titus arrojó las ligaduras al suelo.
—¡Ésa es su trampa! ¡La ha Influenciado! ¡Dios sabe qué otra cosa dirá y a quién!
Había una expresión vidriosa y desenfocada en sus ojos cuando H’lim se arrodilló para examinarla.
—Eso puede que sea todo lo que nos haya dejado.
—No si conozco a Abbot. Ya no espera que tú respaldes la letra de nuestras leyes.
—Usar la Influencia sobre tu Marca, ¿no constituye también un delito capital?
—No. Él es mi padre, y lo único que ha hecho ha sido forzarla a denunciarme…, y probablemente a cualquier otro luren e incluso a Colby, aunque ignoro lo que puede decir de Colby.
H’lim sujetó la mandíbula de Inea entre sus manos e inspeccionó sus ojos.
—Puedo contrarrestar esto. Es muy superficial.
Titus adelantó sus propios sentidos para confirmar eso, tragando saliva contra el dolor en sus entrañas.
—Sí. Abbot siempre es escrupulosamente legal. —Apartó los dedos de H’lim, y pudo ver que descubrir todos los disparadores que Abbot podía haber dejado iba a ser un trabajo delicado, si deseaba tener a Inea completa cuando terminara—. Apártate.
Cuando H’lim hubo retrocedido, Titus administró el equivalente en Influencia a un bofetón desembriagador, e Inea parpadeó fuertemente, dos veces, agitó la cabeza, y miró a Titus como si éste no tuviera derecho a aparecer repentinamente del aire. Titus le explicó rápidamente lo que Abbot le había hecho.
—Puedo deshacerlo cuando tú estés dispuesta a dejarme, o H’lim puede, pero necesitará horas. Inea, no disponemos de horas…
Ella se volvió bruscamente blanca y echó a correr al cuarto de baño, donde se encerró. El sonido del agua corriendo casi ahogó el ruido de las arcadas. Titus recogió las ligaduras, apartó la silla hacia un lado, y echó a andar hacia la puerta.
—¿Le habré hecho daño sacándola tan bruscamente de eso?
—No —dijo H’lim, conteniéndolo y examinando la habitación—. Fue Abbot quien le hizo daño. Dale un minuto.
La cama estaba volcada, el colchón medio sacado de su base. En el suelo había un maletín para extracciones, con su contenido esparcido. Volvió a colocar el colchón en su lugar, y descubrió la calculadora personal de Mirelle metida entre colchón y base. Extraño. Le dio la vuelta. Estaba activado, y mostraba la piedra de Rosetta. Sus manos temblaron. Es un mensaje. Ella me dejó un mensaje.
Se preguntó oblicuamente cómo podía haberlo hecho bajo la Influencia de Abbot, pero luego recordó el condicionamiento antihipnótico de Biomed y se preguntó si los humanos no habían reaccionado mejor de lo que creían. Se sentó en la cama, y H’lim se arrodilló a su lado para mirar la pequeña pantalla.
—¿Qué es eso?
—Un tesoro arqueológico. Es demasiado complicado de explicar. —De pronto recordó una lista absolutamente críptica que había hallado en uno de los archivos de Abbot en la estación al que había penetrado. Por voluntad propia, sus dedos se movieron sobre las teclas, probando los pocos códigos con los que había estado trabajando tanto tiempo que había terminado memorizándolos.
La pantalla danzó, parpadeó, luego se asentó en un display de escritura luren. H’lim exclamó:
—¡Yo escribí eso!
Torciendo la cabeza para mirar el pálido rostro con sus gafas, Titus dijo:
—¡Por eso nunca he conseguido extraer nada útil de los archivos de Abbot! ¡Ha estado utilizando la calculadora de Mirelle para ocultar sus datos! —Agitó el aparato—. Si sólo supiera como hacer pasar las pantallas.
H’lim adelantó un delgado dedo por encima del hombro de Titus y pulsó una tecla. La imagen pasó a la siguiente línea de texto, y luego a la siguiente.
—Me lo mostró en una ocasión. Titus, esto es sólo el mensaje que escribí para él. No podemos quedarnos aquí y…
—No, espera. —Titus utilizó uno de los otros mandos de la lista, halló algunos códigos máquina, luego probó otro y aun otro. Estaba llegando al final cuando apareció un segundo archivo en escritura luren.
—¡Y esto —dijo Titus, leyendo trabajosamente el lenguaje alienígena— tiene que ser el mensaje que está enviando ahora!
Estaba formado por los componentes del mensaje de H’lim, pero omitía toda mención de la compañía ganadera del luren y del mundo natal luren. En vez de ello, invitaba a los gobiernos responsables a solicitar los servicios de los ciudadanos galácticos que ahora controlaban la Tierra. O quien controle la Tierra cuando ellos lleguen aquí, si ganan los secesionistas y los Turistas aprovechan el inevitable caos para hacerse con el poder.
Titus alzó la vista cuando H’lim retrocedió. Inea estaba de pie en la puerta del cuarto de baño, el cabello echado hacia atrás y un poco de color en torno a sus labios ahora. Pero su rostro estaba cincelado en piedra, y sus ojos destellaban. Cuando habló, no era ninguna metáfora:
—Voy a matarle.
Titus cruzó corriendo la habitación para abrazarla.
—¡No!
—Se ha vuelto loco. Nos matará a todos si no lo detenemos antes. Y, después de lo que me hizo en el restaurante, y luego ahora…, no me importaría sacrificar mi vida si puedo llevármelo conmigo. Tú no puedes, y H’lim no debe porque no deseamos un incidente interestelar. Lo cual me deja a mí. Tenemos que hacerlo.
—No está loco, y no va a matar a nadie más.
—Titus, no sabes lo que le hizo a Mirelle. Me hizo verlo. Me hizo contemplar mientras bebía y bebía hasta que ella se convulsionó y murió, y entonces me dijo que tú ibas a hacerme a mí lo mismo que yo le había hecho a Mirelle. Pero yo no le hice nada a Mirelle, no le causé ningún daño. Yo sólo le administré una dosis del estimulante.
¿Se convulsionó? Titus no podía permitirse el averiguar los detalles. H’lim preguntó:
—¿Le diste a Mirelle las cantidades que te indiqué? ¿Pero usaste la provisión que te mostré esta mañana?
—Sí.
—¿Qué ocurrió después de eso?
—Mirelle se quedó dormida, tal como dijiste que haría.
—¿Cuánto tardó en llegar Abbot?
—Oh, quizás una hora. No pudo despertarla, y yo le dije que le había dado el estimulante. Arrojó cosas a todas partes y se puso furioso conmigo. No pude comprender lo que decía, pero no me dejó marcharme. Cada vez que lo intentaba… —Hundió el rostro entre las manos—. Serpientes y escorpiones. Fue horrible. Está loco, completamente loco.
Titus no necesitaba más palabras para que lo que ella había soportado se le apareciera vivamente ante los ojos. ¡Yo me hubiera hundido!
H’lim, sin embargo, pareció no conmoverse en absoluto.
—¿Qué ocurrió cuando Abbot tomó su sangre?
—Ella sangró…, demasiado fácilmente, dijo él. Tenía un sabor peculiar. Se puso furioso por eso, no siempre en inglés. Pero luego dijo que no tenía elección y… bebió…, bebió hasta que ella murió.
En lenguaje luren, H’lim dijo:
—Hubiera muerto de todos modos. Inea le dio veintidós veces la dosis que hubiera debido usar, un centenar de veces la que yo hubiera usado en las debilitadas condiciones de Mirelle. No se lo digas ahora.
Titus se volvió hacia H’lim, e Inea preguntó:
—¿Qué es lo que dice?
—¿Enfermará Abbot a causa del estimulante? —preguntó Titus.
—Probablemente no. De hecho, puede que actúe incrementando su renovada habilidad, proporcionándole una resistencia que él no había esperado. Titus, puede conseguirlo, incluso bajo el sol.
—Inea, ¿vendrás con nosotros? ¿Fuera? Para impedir que Abbot utilice las Ocho para enviar su llamada a la galaxia.
—¿No debería quedarse alguien para cubriros?
—Ya es demasiado tarde para eso. Además, no importa cuáles sean tus intenciones, harás lo que Abbot te ordenó que hicieras porque no tenemos tiempo de desentrañar la maraña en que convirtió tu mente.
—Entonces voy. —Se encaminó hacia la puerta.
—¡Espera! —dijo H’lim, cortándole el paso. Mientras extendía la Influencia más allá del panel para enmascarar su salida, preguntó—: Titus, ¿te das cuenta de lo que significa esto?
—Que Abbot va varias horas por delante de nosotros, y que seremos perseguidos también.
—No. Que Abbot no planeó todo lo que hizo.
Los ojos de Inea se clavaron en la revuelta cama. Mientras abría la puerta y les hacía gesto de que salieran, H’lim le explicó:
—Cortó su cuerpo en seis pedazos y esparció toda su sangre por mi cuarto de baño.
Las palabras ya habían salido antes de que Titus pudiera detenerlas. Inea se atragantó convulsivamente. Titus la apretó fuertemente contra sí, guiando sus pasos mientras los ojos de ella se cerraban.
—Estaba muerta antes de eso.
—Esto es importante —dijo H’lim—. Titus, no es un demonio con poderes divinos. Es un falible mortal, y gracias a ti, nada le ha ido bien desde hace meses. Inea ha arruinado su último y desesperado plan. Seguro que él no tenía intención de matar a Mirelle.
—Lo hizo. Los turistas matan a sus proveedores. —Inea se estremeció bajo su brazo. Imaginó que Abbot le había explicado cómo había enseñado a su hijo a hacerlo también, de modo que ella nunca volvería a tocar voluntariamente a Titus—. Abbot goza matando humanos.
—¿Y despedazándolos? ¿Preparando con ello una trampa para sus parientes?
Eso no sonaba como un plan típico de Nandoha.
—Tú tienes la ventaja —insistió H’lim—. No sólo puedes ganar, sino que él lo sabe, y, cuando averigüe que finalmente me he unido a ti, será dos veces más mortífero.
—¿Estás intentando asustarme? —preguntó Inea.
—No, doctora Cellura. No se trata de una misión desesperada o suicida. Podemos detener a Abbot, posiblemente sin necesidad de matarlo. Yo no mato a los de mi sangre.
Se pusieron los trajes en el desierto vestuario, protegidos por los poderes de H’lim. Titus, que se había abierto camino, con el corazón en un puño, a través de la estación antes de la prohibición de la Influencia, se maravilló ante la facilidad con que se movía el luren a través de las múltiples capas de la red de vigilancia.
—He tenido tiempo de estudiarla. Además, no es difícil. Los instrumentos son muy ruidosos, y sus operadores siempre resultan fáciles de localizar.
—¿Sus operadores? —exclamó Inea.
—¡H’lim, el centro de control está al otro lado de la estación!
El luren les miró a ambos inexpresivamente, sujetando el casco de su traje de vacío sobre su cabeza.
—No es demasiado lejos.
—Dios mío —susurró Inea, sellando su propio casco.
Mientras les conducía al muelle donde eran almacenados los Toyota cerrados de largo alcance, Titus sonrió.
—¡Colby se desmayaría! Está tan segura de que sólo puedes alcanzar una habitación o dos.
En los auriculares, H’lim sonó inseguro.
—¿Hubiera debido decírselo?
—No —respondió gravemente Inea—. Pero, si lo descubren ahora, considerarán que lo has mantenido en secreto, y eso será visto como una amenaza.
—A veces pienso que comprendo a los humanos de la Tierra.
No tuvieron problemas en subir a un vehículo con el depósito lleno de combustible. Desde la cuarentena, no era usado ninguno más allá del perímetro de la estación, y Colby, convencida de su absoluta seguridad sobre la operación, todavía no había enviado equipos a esperar la recogida de la carga de los contenedores. Los vehículos, sin embargo, estaban mantenidos y listos para partir en cualquier momento. Los guardias de Brink, sin nada que hacer, jugaban una versión modificada del thizan en un tosco tablero.
Los tres caminaron simplemente junto a los guardias, efectuaron el ciclo de la escotilla estanca, eligieron un Toyota presurizado con una raya plateada y una imagen a medio terminar del Correcaminos de Disney pintada a mano en un lado, subieron a él y partieron con la misma facilidad con que lo había hecho Abbot.
Titus condujo el pequeño autobús sin ventanas a través del territorio de la estación a una tentativa velocidad de caracol, divertido ante la idea del Correcaminos como mascota de algo que se arrastraba como un juggernaut sobre el irregular terreno, con sus orugas marcando su propio camino. H’lim Influenció a los que estaban de servicio en los escáneres para que desconectaran «accidentalmente» las grabadoras y olvidaran el blip móvil en sus pantallas.
—Nunca se darán cuenta —le dijo a Titus—. He introducido un cierto número de pequeñas averías en sus aparatos a fin de que, cuando necesitemos ir a alguna parte, otro pequeño problema no parezca algo anormal.
—¡Y tú nos llamas tortuosos! —dijo Titus, mientras rebotaban sobre un peñasco. Su conducción necesitaba mejorar.
—Es una buena cosa que sepas conducir estas cosas —jadeó Inea, aferrando su casco antes de que rodara hacia un lado.
—No sé…, todavía —respondió Titus—. Pero le cogeré el truco en un momento. Ve si puedes hallar un mapa en alguna parte.
—¿Quieres decir —exclamó ella— que no sabes adónde vamos?
—Simplemente no deseo ir en la dirección equivocada en una calle de un solo sentido —respondió él con rostro inexpresivo—. Podría traer problemas.
Ella bufó. H’lim, resguardándose en un armario para equipo que había vaciado previamente, hizo una pausa. Era el único que no se había quitado el casco porque el nivel de radiación era ya demasiado doloroso. Al observar su agitación, Inea se echó a reír tan fuertemente que se dobló sobre sí mismo.
—¡Titus, H’lim piensa que estás hablando en serio!
Titus dijo, por encima del hombro:
—H’lim, sé que es en esta dirección. —Señaló, luego indicó las atareas estelares de orientación. En el proceso, empezó a darse cuenta del tiempo—. ¿Cuánta delantera crees que nos lleva?
—Quizá tres horas, puede que cuatro —dijo Inea—, según el tiempo que pasara… en la habitación de H’lim.
—Supongo que le llevaría al menos un par de horas armar ese transmisor —dijo Titus—. Lo había modificado a una pesadilla de bricolage. Sí uno de los elementos no encaja, puede que lo alcancemos antes de que esté preparado para empezar a emitir. Pero ése es el menor de nuestros problemas. —Titus había estudiado cuidadosamente los mapas estratégicos—. Los bloqueadores estarán cruzando entre nosotros y las Ocho justo en el momento en que lleguemos allí, a menos que haya leído mal las estrellas y el reloj.
Inea se echó cautelosamente hacia atrás.
—¿Cómo lo sabes?
Promesa o no promesa, él tenía que contarles lo de los contenedores y el cebo cargado con explosivos…, y la sangre que Colby le enviaba entre los explosivos de los que ella no sabía nada.
—No creo que Abbot lo sepa, a menos que los Turistas entre los bloqueadores descubran que la caravana de suministros de la Estación Luna es un engaño y los auténticos suministros llegan directamente de la superficie de la Tierra a nuestro patio de atrás. Y, de alguna forma, dudo que la seguridad de Colby haya sido quebrantada esta vez.