21

Al menos la Batería de Antenas está a salvo. Titus luchó por despertarse contra las densas y pegajosas heces de una pesadilla. La Batería está a salvo, pero la sonda ha desaparecido. El recuerdo del horror se desvanecía ya, como siempre hacía, aunque el sueño en sí se demoraba en imágenes de ser enterrado vivo bajo cuerpos inodoros que gritaban y se agitaban en movimientos lentos. La pesadilla era más corta ahora y despertaba más pronto, curándose por dentro.

Y, se dio cuenta por primera vez desde que se había alzado el sol, había despertado refrescado, sin la urgencia de vomitar mezclada con un hambre atroz. Sin embargo, lo que le había hecho Inea la noche antes aún supuraba.

Se sentó y descubrió que ella se había ido, cortando el generador de su campo magnético para asegurarse de que él despertaría en su momento. Una nota parpadeaba en la pantalla. Rascándose con aire ausente, se inclinó para leerla.

No he tenido el valor de despertarte. Estoy cubriendo tu turno con H’lim, y he cambiado nuestras horas en gimnasia también, a fin de que te ocupes de Abbot esta tarde. No olvides tu cita médica al mediodía. Se dice que hay un nuevo tratamiento que dura una hora extra, así que acude pronto porque tienes esa reunión del departamento inmediatamente después. Colby desea esos informes esta tarde también. Estaré en K.P. esta tarde. Te veré a la medianoche

—El que dijo que la vida aquí iba a ser insípida y aburrida estaba completamente equivocado —murmuró Titus, sabiendo muy bien de qué se trataba el nuevo tratamiento médico. No estaba preocupado por Inea. No estaba bajo ninguna Influencia. La Marca que llevaba no se mostraría, y el «conjuro de silencio» se haría evidente tan sólo si ellos sabían qué preguntas formular. Pero, para él, sería un desafío…

Como cabía esperar, Abbot estaba al control de todo. Justo fuera de Biomed, llevó a Titus a unos lavabos.

—He programado los instrumentos para que den lecturas normales, pero está el problema de la dilatación de las pupilas. Titus, vamos a tener que ayudarnos el uno al otro en eso.

—¡Yo no puedo controlar las contracciones de mis pupilas! ¿Y qué hay de las lentes de contacto?

—Dejarán que conserves las lentes. No aparecerán teñidas. Desean que veas normalmente, pero piensa en su forma de actuar. He leído sus registros y conozco los indicios. Si me dejas, puedo Influenciar tu subconsciente para que proporcione las respuestas autónomas correctas.

Titus retrocedió. Abbot se apresuró a añadir:

—Te dejaré que primero lo hagas conmigo. ¡Titus, no tenemos mucho tiempo!

¡Aún no sabe que he retirado su transmisor del Complejo! Quizás Abbot no había conseguido entrar de nuevo en el laboratorio todavía. Podía suponer que la pérdida de control de las Ocho se había producido después de que fuera enviado su mensaje, encubierto en el uso de la Batería por Titus. La ventana para Tauro estaba ya abierta por aquel entonces, aunque el mensaje de Titus había ido unos cuantos grados fuera de aquella ventana, a la Tierra, no al espacio profundo. Los instrumentos no habían registrado ninguna antena apuntando en ninguna dirección, ni se había producido ningún gasto anormal de energía. Sin embargo…

Titus supuso que Abbot conocía el proyecto de los contenedores de carga porque sabía todo lo que ocurría. Si Abbot pensaba que su mensaje había partido según lo planeado, que había llamado pidiendo la ayuda que creía que los luren de la Tierra necesitaban, pese a la oposición humana de revelar la localización de la Tierra, y que esta acción no había sido detectada, entonces su ofrecimiento de ayuda para pasar la revisión médica podía ser genuina.

Aunque Abbot pensara que había sido derrotado de nuevo, su ofrecimiento de ayuda tenía que ser genuino porque sabía que el secreto de la existencia de los luren de la Tierra debía mantenerse a toda costa, al menos hasta que llegaran los luren galácticos.

Por otra parte, Abbot podía saber lo que Titus había retirado de la consola y sentirse totalmente irritado por ello. Tal vez tuviera ya otro plan maquinándose, pese a la pérdida de las Ocho. En ese caso, la oferta de Abbot podía ser muy peligrosa.

¿Qué puede hacerme más allá de implantar un control de mis reflejos físicos? La explotación de la Influencia nunca había sido de interés para Titus, pero Abbot era un experto.

—Vamos, Titus. Eso tomará al menos cinco minutos.

—De acuerdo. Muéstrame qué hay que hacer.

Abbot tenía un bloc electrónico que mostraba la lista de indicativos verbales que utilizaría el hipnotista yuxtapuesta a una lista de las respuestas adecuadas. Abbot necesitó varios minutos para enseñarle a Titus cómo dirigir el lápiz de la Influencia para inducir los efectos. Luego Titus tuvo que tratar y probar a Abbot, para asegurarse de que lo había hecho bien.

Por entonces, Titus creía ya en los motivos de Abbot, y se sometió a él con cierta confianza. Pero estaba retrasándose para su cita, y subsecuentemente se retrasó durante todo el resto del día. Inea acudió justo después de medianoche, pero se quedó dormida sobre la sangre orl que había traído para él. El la tomó, y se mantuvo en su estómago, tras producir sólo una ligera incomodidad que pasó rápidamente.

Durante los días siguientes, yendo retrasado a todos lados, no tuvo tiempo de ocuparse de la inminente llegada de los contenedores, o siquiera de hablar con H’lim acerca de sus consejos a Inea. H’lim estaba rodeado constantemente por gente de Cognitivas y de Biomed, y Titus se preguntaba cómo podía hallar un momento para trabajar en el estimulante. El día antes de la llegada prevista, Titus se durmió de nuevo más de la cuenta, tremendamente aliviado por los pocos gramos de su propia sangre que Inea había mezclado subrepticiamente con su ración de sangre orl. Ni siquiera la pelea subsiguiente, ni la falta de liberación sexual, habían impedido el sueño. El sol estaba todavía alto.

Al despertar a la mareante miasma de la luz diurna lunar, Titus se dio cuenta de que se sentía mejor de lo que se había sentido en meses, y el espejo confirmó la impresión. Pese a la efectividad del tratamiento de Inea, aquella testaruda y voluntariosa mujer había recibido el peor consejo de la galaxia y, decidió, hoy era el día del ajuste de cuentas. Mañana podían estar todos muertos o en manos de los secesionistas. Pero, si sobrevivían, no deseaba pasar por toda la prueba a la que se había tenido que enfrentar después de dejar a Abbot. Si todavía no es demasiado tarde. Buen Dios, no permitas que sea ya demasiado tarde.

Cuando llegó al laboratorio de H’lim para relevar a Inea, los guardias le dejaron pasar con una mecánica advertencia de que las cámaras de seguridad estaban desconectadas.

Puesto que Cognitivas había intentado espiar a H’lim durante sus horas privadas, y él los había descubierto cada vez, Titus sabía que podía hablar libremente y de alguna forma decirle al luren que se apresurara.

Dentro, Inea estaba sentada en un alto taburete, inclinada sobre el thizan, el juego de tablero, con aspecto cansado pero completamente absorta. H’lim, con una máscara de soldar sobre sus gafas oscuras, permanecía en una jaula de seguridad utilizando un sóldador de acetileno para ajustar una pieza de cristal. Sus movimientos eran hábiles, su concentración total, y una neblina de Influencia automática llenaba la habitación, más brillante que el fuego del soldador.

Titus observó hasta que H’lim hubo terminado el delicado trabajo y el pulso subliminal de la Influencia se abatió.

Inea alzó la vista.

—Titus. Pensé que llegarías tarde.

—Y así es.

Ella comprobó su reloj.

—¡Vaya! ¡Debo haber perdido el sentido del tiempo! Bueno, sólo son quince minutos. Te perdono.

Titus miró a H’lim, sabiendo que el luren, quizás inconscientemente, había Influenciado la atención de Inea hacia el juego. Su objeción murió en sus labios, sin embargo, porque se sintió más sorprendido ante el profundo temblor de violación que sintió, y la pura rabia animal que acechaba debajo de él. Quizá sea demasiado tarde.

Inea se dirigió a su lado y le sujetó por el brazo.

—¿Estás bien? Parecías mejor… Mira, lamento haber dicho todo aquello la otra noche. ¿Me perdonas?

Titus desechó el asunto con un encogimiento de hombros, con los ojos fijos en H’lim.

—No fue culpa tuya. —¿Me ha provocado esto el hecho de que él la haya Influenciado? No se sorprendería que el contacto de H’lim se deslizara directamente a través del condicionamiento antihipnótico de Biomed y más allá de él. Pero el pensamiento de la Influencia de H’lim enfocada sobre Inea hizo que sus labios dejaran al descubierto sus apretados dientes. ¡No violará mi Marca!

H’lim echó hacia atrás la máscara de soldar y escrutó a Titus.

—Los luren de la Tierra son muy diferentes de la raza original. Sólo en estos últimos días he llegado a ver cuán diferente, y cuán únicamente valioso, es el mezclado acervo genético de la Tierra. —Su tono arrastraba una nota de disculpa que eliminó la indignación de Titus, capturando en vez de ella su curiosidad—. La última noche, Titus, descubrí, después de hablar con Inea acerca de lo que tenía que hacer para ti, que había pasado por alto algo vital.

El brazo de Titus rodeó los hombros de Inea.

—¿Solamente le hablaste?

—Solamente le hablé. ¿Sabes?, pensaba que el hecho clave era que un orl vivo en particular proporciona a su luren una estimulación vital del sistema nervioso central, una signatura bioeléctrica personalizada, que el luren puede llegar a anhelar.

»Por lo que Abbot dijo acerca de ti, pensé que eso era lo que no habías comprendido, y así te estabas resistiendo a ligar a Inea y con ello enfermando por falta de su sangre. Pero estaba equivocado acerca de tus motivaciones. Ahora puedo verlo, en lo que está ocurriendo entre vosotros…, y en tu indignación por causa de ello. Tú sabías muy bien lo que iba a pasar, y te habías preparado para evitarlo. Lo que sigo sin comprender es por qué.

—Los orls son animales. No tienes que pedir su consentimiento para hacer lo que desees con ellos. Y no tienes que enfrentarte al hecho de que su consentimiento te sea negado o retrasado. No tienes que preocuparte acerca de explotarlos demasiado porque son reemplazables. Y no tienes que enfrentarte a tu propia culpabilidad si quiebran tu paciencia y tu hambre te domina.

—Ah. Bueno, considera esto. La signatura de un luren cambia, se sintoniza a su ganado…, hum, a sus proveedores, como decís vosotros. Es como la actitud corporal de Mirelle, sólo que más aún. Esa sintonización mutua es lo que hace nuestras Marcas mucho más fuertes que las vuestras, y así inviolables, no simple poder o Influencia, como suponía Abbot, y no el poder de la Ley de la Sangre. La mutualidad del lazo orl entre humanos y luren de la Tierra debería resolver el problema del consentimiento.

De pronto, una nota de codicia tras el tono científico de H’lim empujó a Titus a asociar una docena de cosas que H’lim había hecho y dicho. Hay alguna especie de fuerte penalización para un luren que toma la sangre de un humano, y ese tabú hace que los luren ansíen a los humanos aunque la sangre no sea compatible. Encajaba. H’lim había rechazado la proveedora de Abbot en favor de la sangre humana clonada porque deseaba volver a casa, y de alguna forma tenía qué decirles si había usado a un humano como orl. Tiene que existir una frustración para hallar la sangre humana tan vil, pero aún se está preguntando cuál puede ser.

Inea tiró de su manga.

—Me ha explicado todo esto, Titus. Con los luren de la Tierra, la habilidad de establecer el lazo orl es vestigial. Pero tú y yo, Titus, tenemos ese lazo. Sé que lo tenemos. —Sus ojos brillaron—. Voy a hacerlo tan maravilloso para ti como tú has hecho el sexo para mí.

El la abrazó más fuertemente.

—No me importa como lo llames, Inea, no es algo sano. Voy a romperlo. No voy a tomar de nuevo tu sangre. Nunca más.

—Titus —dijo H’lim—, tus miedos carecen de fundamento. Uno nunca hace daño al orl al que está ligado.

—Un luren no hace daño a un orl de ese modo, quizá, pero tienes mucho que aprender sobre los humanos y los luren de la Tierra. —Titus recordaba demasiado bien lo que había sentido en su tiempo acerca de los humanos de los que se alimentaba y a los que luego mataba. Ellos incluso gozaban de todo el proceso.

—¿Por qué la retienes así?

Titus se separó bruscamente. Inea se le acercó más y él se inmovilizó, consciente de que su necesidad de poseer había ido mucho más allá de la necesidad normal habitual para un macho. Sólo abrazándola, estaba sorbiendo ectoplasma de ella.

—¿Lo ves?, ¡eso es lo que había pasado por alto! Nunca os vi a vosotros dos, sólo a Abbot y Mirelle, y no hay ningún lazo allí, pese a sus prácticas. Pero cuando Inea me dijo lo enfermo que te ponía la sangre orl, incluso después de que yo hubiera filtrado el componente irritante, me di cuenta de qué parte del cerebro estimulaba ese componente…, ¡el emplazamiento del lazo orl vestigial! Enfermabas porque te resistías a la realización natural de ese lazo. Pero lo que no captaba es que no se trata exactamente de lo mismo que el lazo orl. ¿Entiendes? Abbot se puso instantánea y repetidamente enfermo porque sus receptores cerebrales difieren de los tuyos, así que su absorción nutricional es diferente, y de ese modo reaccionaba a otras presencias químicas al mismo tiempo que a la ausencia de varios componentes de la sangre humana.

»No creo que Abbot pueda sobrevivir con sangre clonada —intercaló—. Es posible que las diferencias entre Residentes y Turistas sean fisiológicas, no filosóficas.

¡Espero que no!, pensó Titus, aferrando a Inea. En caso contrario, sería una guerra de exterminación cuando se descubriera que no había forma de persuadir a los Turistas de que dejaran de matar humanos.

—Abbot esta controlando su apetito.

—A un coste terrible —admitió H’lim, paseando de un lado para otro, pensando en aquel tema—. ¡Me gustaría saber las suficientes matemáticas!

—Bueno, yo sé bastantes matemáticas. Las obtuviste de mi mente.

—¡Sólo palabras para las que no poseo conceptos! —Agitó las manos en un gesto que Titus reconoció como el de uno de sus profesores de física preferidos que había tenido durante tres cursos y continuó—: La diferencia entre lo que tenéis tú e Inea y un lazo orl ha de hallarse en la interface ectoplásmica/Influencial. —Agitó un afilado dedo blanco hacia Inea—. ¡Si supieras cómo, podrías aumentar el poder de la Influencia de Titus! ¡Ningún orl podría hacer nunca eso! Pero apostaría a que eso no puede hacerse con un luren genéticamente purasangre.

—Incluso sin acceso a mi biblioteca, juraría que no hay nada así en ninguna parte. Pero realmente no hay mucha cosa sobre la genética de la consciencia o la conservación de la volición…

¿Genética de la consciencia? A veces H’lim juntaba palabras gramaticalmente y pese a ello decía absurdos. Como de costumbre cuando ocurría eso, saltaba a términos luren. Esta vez, mientras paseaba arriba y abajo, su disertación sonó como una lección de física o la relación entre espacio y tiempo, voluntad consciente, visión metafórica y la fuerza de la vida. Al mismo tiempo parecía estar hablando acerca de la evolución de la química del cerebro humano como resultado de la «genética de la volición». Mezcló el lazo orl con la absorción del ectoplasma y lo ligó todo a la Influencia, pero Titus sólo comprendió una de cada tres palabras, y se perdió la mitad de los tiempos verbales. ¡No puede estar diciendo que toda la biología de la Tierra es producto de la ingeniería genética, que la naturaleza de la química del cerebro humano nos fue fabricada!

—Y ése es el motivo, por supuesto —concluyó H’lim—, por el que los proveedores humanos que practican el sexo entre ellos no tienen suficiente capacidad para recuperarse unos a otros, y así el luren tiene que prestarles servicio.

—Por supuesto —dijo Titus aturdidamente, en lenguaje luren, feliz de que Inea no supiera una sola palabra de él. ¿Cómo podía formular todas las preguntas que brotaban en su mente?

H’lim salió de su ensoñación creativa y volvió al inglés.

—Así que ahora puedes comprender, Titus, por qué no tienes que tener miedo. Ella puede defenderse perfectamente a sí misma.

—¿Contra qué? —preguntó Inea, sin comprender.

—Contra Titus.

—¿Por qué debería querer hacer eso?

—O contra Abbot, o contra cualquier luren de la Tierra. —Se encogió H’lim de hombros.

—H’lim —interrumpió Titus—, tú eres un genetista de clase galáctica, no un instructor de aikido. Puede que ella posea el potencial genético, pero no sabe cómo usarlo, y no existe ningún maestro. Además, yo no ataco a la gente a la que quiero, y eso es todo. No volveré a tomar su sangre.

—Eso está más allá del objeto de la discusión. ¿Acaso no ves que esto significa que la Tierra puede convertirse en el planeta más rico de la galaxia? ¡Lo que tenemos aquí es la codificación genética para la estimulación…, oh, no conozco vuestros términos! Simplemente aceptad mi palabra al respecto, esto puede ser la llave a un gigantesco salto hacia delante en la tecnología del viaje espacial. Es tan básico que puede resolver el mayor acertijo de la galaxia. Pero, aunque no podamos elaborar inmediatamente las aplicaciones, seguro que venceremos la gue… —Se cortó para mirar hacia el infinito.

—¿Seguro que qué? —insistió Titus. Su mente giraba. Acababa de conseguir más información de H’lim en los últimos diez minutos de la que había obtenido en los últimos diez días, pero se sentía menos informado que en el momento en que se había convertido en el padre del alienígena.

H’lim es un aventurero ambicioso que va elaborando las cosas a medida que avanza. Pero esa afirmación no le dijo nada excepto lo que ya sabía. No se atrevía a confiar en la palabra de H’lim de que era seguro enviar su mensaje. Era una buena suerte que hubiera extraído el transmisor de Abbot de la Batería de Antenas.

—No importa —se encogió de hombros H’lim—. Hay algo sorprendentemente familiar en ese algoritmo genérico, o quizá se trate simplemente de alguna asociación al azar que sigue brotando cada vez que intento traducir la estructura genética humano/luren de la Tierra a otros sistemas de notación. Sé que nunca había visto nada así antes, y sin embargo… Bueno, quizá sea una palabra que me proporcionaste y para la que no tengo un concepto, o alguna redefinición evolucionada en la Tierra de una de vuestras palabras luren.

Reanudó sus paseos.

—Nada de eso importa, Titus. Pero una cosa sí es segura. —Extrajo del refrigerador un frasco de un líquido púrpura transparente etiquetado tan sólo con un extraño símbolo luren—. ¡Finalmente, ya está listo para ser probado! Considerando lo que acabo de averiguar sobre vuestra bioquímica, tendría que funcionar en los humanos y en ti, quizás incluso en Abbot, si se decide a probarlo.

—¡Lo hemos conseguido! —exclamó Inea—. ¡Hemos ganado! —En su júbilo, hizo girar a Titus en una danza a baja gravedad. Titus la detuvo.

—H’lim, tu mensaje no partió como Abbot había planeado. He destruido el transmisor que había incorporado a las Ocho.

—¿A causa de lo que le dije a Inea que hiciera por ti?

—No. Antes que eso. —Observó el líquido púrpura—. No me debes ninguna ayuda.

H’lim se reclinó contra el refrigerador como si necesitara apoyo. Hizo girar pensativamente el frasco.

—No hice esto para comprarte y que traicionaras tu juramento y tu conciencia. Sabía que te oponías a Abbot, y no esperaba hacerte cambiar de opinión. Simplemente esperaba que él ganara…, lo cual no es una esperanza absurda puesto que él es tu Primer Padre, pero por supuesto no es una certeza. Mi deber filial no deriva de mis posibilidades de volver a casa, sino sólo de la renovación de mi vida.

El dolor de las esperanzas destruidas resultaba muy claro cuando H’lim añadió: —Estoy dispuesto a probar esto, seas lo que seas. Necesito un voluntario, pero tenemos que ir cuidadosamente. No deseo una repetición del desastre de la sangre orl si hemos olvidado alguna cosa.

—Yo me presento voluntaria —dijo Inea. Cuando Titus se hubo tragado su objeción, añadió—: Titus, lo ha probado ya en médula ósea humana que le proporcionaron los cirujanos, e incrementó la producción sanguínea. ¡Sería demasiado conseguir médula ósea de ti o de Abbot sin que nadie se enterara, así que lo mejor es probarlo primero conmigo!

—No tiene sentido arriesgar la vida de alguien cuya vida, para empezar, no corre ningún riesgo —argumentó Titus—. Si sufrieras una mala reacción, ¿cómo lo explicaríamos a Biomed? Abbot es un genio cubriéndonos, pero se están acercando terriblemente. —El método de Abbot de enfrentarse al nuevo condicionamiento antihipnótico había sido pura desesperación, y Titus lo sabía.

Bruscamente, H’lim volvió a meter el frasco en el refrigerador. A Titus no le gustó el pensativo fruncimiento de ceño que aleteó en los rasgos de Inea. Había visto antes aquella expresión, y le ponía muy nervioso. Pero, antes de que pudiera decir nada, H’lim anunció:

—Alguien viene. —Se volvió hacia las grabadoras justo en el momento en que llegaba Colby, a la cabeza de todo un séquito.

Mientras presentaba a los ingenieros y físicos que no conocían todavía personalmente a H’lim, Inea dejó al luren al cuidado de Titus, diciendo:

—Tengo que recuperar algo de tiempo de gimnasia o Biomed se me echará encima. Me salté ayer, y anteayer también.

Titus no tuvo oportunidad de responder porque todo el mundo le estaba hablando, como si él tuviera que actuar de traductor para hacer comprender a H’lim lo que deseaban de él. Alzó las manos reclamando silencio, luego dijo:

—Damas y caballeros, permítanme que les presente al doctor Sa’ar, H’lim. —Sintiéndose un poco estúpido, se volvió hacia H’lim—. Nunca he descubierto cuál de los dos nombres va primero.

H’lim se echó a reír, rompiendo con facilidad el hielo.

—En realidad ninguno de los dos, pero el resto de mi designación es irrelevante. Mi apellido es Sa’ar, mi nombre de pila H’lim, y pueden usar cualquiera de los dos como mejor les complazca.

Una vez dicho esto, empezaron a «doctor Sa’ararle» desde todos lados sobre temas que se alineaban desde los sistemas de ordenador hasta el conjunto del impulsor y la planta de energía de la Kylyd.

Colby cortó la barahúnda con un grito.

—Hemos venido aquí, H’lim, para llevarle a su a menudo pedido y a menudo prometido viaje hasta su nave. —Dicho esto, alguien adelantó un traje espacial que llevaba un H. SA’AR pintado en el casco.

—¿Ahora? —exclamó H’lim, mirando a Titus, presa del pánico.

¡Mierda! ¡Es de día ahí fuera!

—Dudo que haya ningún peligro de ser bombardeados hoy —dijo Colby—. Lamento que nos hayamos retrasado tanto, pero acaban de terminar su traje. El resultado de la guerra puede terminar con nuestras investigaciones, y aunque el trabajo de su laboratorio promete hacer cambiar las opiniones allá abajo en la Tierra, no debemos olvidar la posibilidad de que pueda usted reconocer algo en la nave que desencadene avances aún más impresionantes.

—Avances impresionantes —repitió H’lim, rodeando un banco de trabajo y volviendo a colocar nerviosamente en su sitio una serie de instrumentos de cristal—. Aquí en este laboratorio, sé lo que estoy haciendo. No les puedo proporcionar accidentalmente algún detalle tecnológico que ustedes aún no puedan controlar. Pero la nave… Doctora Colby, ése no es mi campo. Alguna observación dicha de pasada podría causar a su civilización una gran cantidad de daño.

—¿No va a venir? —preguntó alguien en la parte de atrás.

—Iré —respondió gravemente H’lim—. Por razones propias, debo hacerlo. Preferiría explorar la Kylyd solo, pero comprendo que eso es imposible. En consecuencia, iré. —Palmeó una cápsula de Petri sobre el banco y le frunció el ceño. Alguien la había utilizado para barrer dentro de ella migas de pizza de encima del banco.

Titus casi pudo ver los pensamientos dar vueltas en la mente de H’lim. Por primera vez ya no albergaba esperanzas de escapatoria y riquezas. Titus había ganado. El mensaje de Abbot no había partido y, con la sonda destruida, tampoco lo había hecho el de los humanos.

—Responderé a sus preguntas, pero sólo para satisfacer su curiosidad, sin proporcionarles ningún «avance impresionante». Al menos con esto espero no destruir a mis generosos anfitriones.

Golpeó la cápsula de Petri contra la dura superficie del banco y echó a andar hacia la puerta. Mientras todos se apresuraban a salir del laboratorio, Colby llevó a un lado a Titus, que estaba luchando con sus propias y agitadas emociones.

—¿Tiene usted alguna idea de dónde está Abbot? Se suponía que debíamos encontrarnos aquí. He dejado mensajes para él en todas partes, pero nadie le ha visto desde hace horas.

¡Oh, no! ¿Ahora qué?

—¿Ha probado en mi laboratorio?

—Varias veces.

—Quizás esté en la Kylyd y planee encontrarse con nosotros allí.

—Es posible, pero no resulta propio de él desaparecer de este modo.

Titus gruñó sin comprometerse a nada. Ni siquiera tuvo tiempo de pasarle a Inea un mensaje advirtiéndole de que Abbot iba tras algo nuevo. Como escolta de confianza de H’lim tuvo que apresurarse para atrapar a los demás. Puede tratarse de una falsa alarma. Quizás Abbot esté durmiendo.

Camino de los vestuarios, Colby anduvo al lado de H’lim, tranquilizándole sobre los varios rasgos protectores que Biomed había diseñado para su traje. Cuando todos estuvieron vestidos, abrió camino de vuelta a Biomed, diciendo:

—Protección o no, no vamos a hacer que se enfrente a la luz del sol directa.

Tan pronto como emergieron de la compuerta estanca al tubo que conectaba con la Kylyd, las rodillas de H’lim flojearon, y contempló el delgado material que les rodeaba con desconfianza. Titus también sentía la acción del sol como el impacto del ruido de un motor a reacción no protegido. Cuando alcanzaron el casco de la Kylyd, el luren se reclinó contra el metal y cerró los ojos, desviando la atención de Titus mientras ambos se recobraban.

Al ver el desfallecimiento del alienígena, todo el mundo habló a la vez:

—¿Está usted bien?

—Dios mío, si le hemos hecho algún daño…

—Esta vez no pueden ser los ultravioletas.

—Es sensible a los campos magnéticos, ¿recuerdan?

—Apenas hay flujo magnético aquí fuera.

—Menos aún dentro, según las mediciones de Dearman.

—¿Y qué hay de las partículas? Este casco lo detiene todo…, quizás incluso los neutrinos. ¿Ha medido alguien?

—¡Basta! —Esa última fue la voz de Colby. Titus envaró las rodillas y avanzó hasta situarse al lado de H’lim.

—¿Te encuentras mejor ahora? —le preguntó al luren, y sólo entonces se dio cuenta del único representante de Cognitivas presente, que apuntaba con firmeza una cámara sobre H’lim.

—Me gustaría poder quedarme ahí dentro. —La voz de H’lim ganó fuerza, y finalmente se apartó de la pared y miró a su alrededor como si quisiera recoger sus cosas.

Aquel corredor estaba torcido y desmoronado en algunos lugares, pero había sido limpiado, dejando agujeros en las paredes. H’lim observó una pared, murmuró algo acerca de las luces humanas en lenguaje luren, luego echó a andar con pasos decididos. Titus, mirando de reojo el lugar que había observado el luren, creyó ver algunas ligeras variaciones en la pintura que podían ser símbolos. Por aquel entonces debía de haber archivados estudios espectrales del interior de la nave, pero Titus no había tenido tiempo de examinarlos.

Y, repentinamente, se sintió más excitado de lo que se había sentido nunca desde que era un muchacho. H’lim parecía finalmente de humor como para revelar las cosas que Titus siempre había deseado saber. Pero, más aún, podía muy bien revelar los secretos que Titus había estado hurgando…, cómo ambos pueblos de la Tierra serían considerados en la galaxia.

Como escolta, Titus tenía el privilegio de ir al lado mismo de H’lim, captando cada gesto, cada mirada prolongada, e intentaba sacar el mayor partido de ello.

Arracimados tras H’lim, los humanos luchaban entre sí por sus posiciones, intentando atraer su atención. Finalmente ganó un físico, un hombre como un barril, de voz ronca y con una ligera cojera incluso bajo la gravedad lunar.

—Maneja usted ese traje como si supiera lo que está haciendo —observó el físico—, pero esta nave no llevaba un complemento completo de trajes espaciales. Ni tampoco tiene cápsulas salvavidas. ¿Se trata del summum de la arrogancia, de las profundidades de la corrupción, y simplemente de un mal diseño?

Divertido, H’lim respondió:

—Pruebe con un trabajo de ingeniería a prueba de fallos.

—Oh, pero usted se estrelló. Así que no es tan a prueba de fallos.

—Se trata de una nave vieja —respondió H’lim.

—Ah, pérdida de resistencia, entonces.

—Oh, no. Fue diseñada sin fallos para condiciones distintas de las que encontró.

—¿Y qué condiciones encontró?

—Aquí me tienen. —El dominio de H’lim de idiomas que Titus apenas usaba había crecido rápidamente. Parecía haber dominado el inglés, pero eso, se recordó Titus, era una ilusión.

H’lim les condujo hasta lo que había sido identificado como un dormitorio para la tripulación…, hasta que descubrieron que los orls eran animales.

—Han limpiado ustedes todo esto.

—Ya le dije —aclaró Colby— que guardamos cada jirón de tejido orl que encontramos. En su mayor parte estaban aquí y en la sala adyacente. Ya ha visto lo que la descompresión explosiva les hace a los tejidos.

La estancia había sido retorcida sólo un poco por el impacto. H’lim dio una vuelta al lugar, tocando los accesorios de las paredes y los lugares donde las armazones de las camas habían sido clavadas al suelo, deteniéndose pensativamente ante los rotos paneles de iluminación.

Alguien lo observó y se apresuró a decir:

—Quizá, con unos pocos datos más, podamos duplicar esos paneles de iluminación.

H’lim negó con la cabeza.

—Si supiera cómo hacerlos, a estas alturas ya habría hecho alguno. —Luego abrió camino en una rápida vuelta por el resto de la nave, identificando para ellos la oficina del capitán, los aposentos de la tripulación, los establos donde eran alimentados los orls, la planta recicladora del agua, los renovadores de aire, y la sala donde había sido hallado él y que había retenido algo de presión.

—Estaba preparándome para… cenar —explicó delicadamente. Titus se aferraba a cada palabra de H’lim, pero sus ojos escrutaban cada corredor lateral en busca de Abbot, preocupado acerca de lo que estaría haciendo ahora su padre. ¿Habría descubierto el transmisor que le faltaba? Si era así, ¿cuánto tiempo hacía de ello? ¿Había alguna forma de enviarle aviso a Inea? Vio la abertura donde Brink había instalado su puesto de control de Seguridad. Tenía una línea qué lo conectaba con la estación. Jugueteó con la idea de separarse por un momento de los demás para dejarle a Inea un mensaje de que no todo había terminado todavía.

Recordando la expresión de su rostro cuando H’lim volvió a guardar el líquido púrpura, el precioso estimulante, dio algunos pasos, pero Colby le llamó de vuelta:

—¡Por aquí, Titus!

Cerca estaban los aposentos personales de H’lim. Dentro, abrió unos paneles que nadie había sospechado que existieran, halló un terminal de ordenador muerto, agitó algunos contenedores de líquidos que hacía tiempo que se habían evaporado, recogió un conjunto de utensilios de aseo, un par de conjuntos de ropa, y el resto de las piezas de su juego de thizan, lo metió todo en una pequeña bolsa y se lo entregó a Colby.

—¿Tengo que suplicar o luchar para conservar esto?

—Ninguna de las dos cosas, pero sospecho que alguien pedirá examinarlos primero. —Hizo un gesto hacia los compartimientos abiertos—. ¿Está toda la nave equipada con eso?

—Supongo que sí, aunque dudo que se abran vista la forma en que está retorcida la estructura de la nave. Y no me pregunte dónde están, qué hay en ellos o cómo se abren. Yo sólo era un pasajero. En realidad, ni siquiera esperaba que éstos se abrieran. Ella sopesó la bolsa.

—Viaja usted ligero.

—Uno aprende.

—¿Límite de masa? —preguntó ansiosamente alguien.

—No. Independientemente de lo que se lleve, nunca resulta ser lo que se necesita. Es mucho más simple adquirir lo necesario sobre la marcha.

Una mujer en la parte de atrás rió desconsoladamente. Cuando se le preguntó acerca de las aún mínimamente operativas estaciones de trabajo a lo largo del corredor central. H’lim dijo:

—Tienen que ver con el manejo de la nave, pero no sé cómo se operan. —Tras haber visto lo rápidamente que H’lim había captado los programas de la estación, Titus pensó que el luren podía imaginar ésos también, si lo deseaba. Abbot había penetrado en algunos de los sistemas de la nave de los que ni Cognitivas ni Técnicas sabían nada.

Llegaron a una intersección donde H’lim giró a la derecha, y Titus lo detuvo.

—Hay un orificio en el casco y el sol penetra en esa dirección.

—Vayamos por este otro lado —sugirió alguien—, y podremos volver dando un rodeo a Biomed sin tener que salir fuera. —Condujo confiadamente al grupo hacia abajo, al casi plano fondo de la nave. Titus reconoció en ella a una ingeniero que había estado estudiando el sistema de propulsión, y su interés se aceleró. Aunque hasta ahora no había revelado nada importante, H’lim se mostraba mejor dispuesto ahora que nunca antes. O… Titus se detuvo en seco sobre sus huellas, luego siguió avanzando cuando la gente presionó tras él. No, no puede estar creando una diversión para Abbot. Por otra parte, Abbot podía haber arreglado el desarrollo de aquella visita para sacarse a Titus del camino.

Titus se apretó detrás de Colby y habló de cosas intrascendentes mientras la inspeccionaba en busca de alguna huella de la renovada Influencia de Abbot.

—¿Cree realmente —le preguntó— que nuestro estudio de esta nave será interrumpido cuando termine la guerra?

Puesto que los equipos de los trajes estaban todos sintonizados al mismo canal, todo el mundo oyó a Colby:

—Aunque ganen las SS.MM., el apoyo público hacia nuestro trabajo puede haber disminuido con el paso del tiempo. Es importante que obtengamos resultados muy pronto.

—He oído decir —dijo alguien— que las SS.MM. simplemente pueden cerrar esto a fin de terminar la guerra. Sería muy fácil eliminar todo el programa, y entonces la organización de los secesionistas dejaría de tener razón de ser, dejando a las SS.MM. en el poder como siempre. Después de todo, con la sonda desaparecida, ¿por qué se lucha realmente?

—Por nosotros —dijo una mujer con el distintivo de Brink en el traje y acento australiano—. Los secesionistas creen que somos una plaga potencial, pese a que aquí no se ha producido nada más grave que un resfriado desde hace meses. Aunque pudiéramos construir un duplicado de esta nave y conseguir que volara, no seríamos aceptados de nuevo en la Tierra.

—No necesitamos sus visiones apocalípticas, Irena. Puede que nunca consigamos el apoyo suficiente para construir otra sonda, pero esta estación será operativa mucho tiempo después de que todos nosotros hayamos muerto de vejez.

—Sí. Aquí.

—El juego no termina hasta que termina —dijo alguien con acento thai.

—Ése es el espíritu —cortó Colby—. ¡Vigilen sus cabezas, todos! —Tuvieron que agacharse para descender por una rampa provisional construida recientemente.

La zona inferior era un laberinto de corredores aplastados y retorcidos sostenidos por vigas allá donde la parte inferior del casco había sido desgarrada y había desaparecido y se había tenido que excavar la roca lunar para crear un paso. Mientras avanzaban, Titus empezó a sentirse convencido de que Colby no había sido Influenciada recientemente por Abbot, excepto para frenar algunos de los recuerdos que Abbot deseaba que siguieran enterrados. Peligroso pero no imprudente.

Sin embargo, Abbot podía haber controlado el momento de aquella visita simplemente retrasando la terminación del traje de H’lim.

H’lim se detuvo para examinar una zona donde el roto casco estaba retorcido sobre sí mismo. La mujer que les guiaba tuvo que impedirle tocar el desgarrado metal.

—Podría cortar el material de su traje.

H’lim contempló su enguantada mano con ansiedad, y Titus pudo ver su opinión acerca de los endebles trajes de vacío humanos. Ignorando aquello, la ingeniero comentó:

—¿Sabe?, el piloto de esta nave tendría que ser condecorado, aunque fuera póstumamente. Casi efectuó un aterrizaje suave, incluso a motor parado. Y no hubo luego ninguna explosión.

Titus le había preguntado antes a H’lim acerca de la ausencia de explosión, contándole la historia de la llegada de sus antepasados, y H’lim le había dicho que había naves más antiguas que la Kylyd aún en servicio, no muy bien construidas, que llevaban cápsulas salvavidas y trajes de vacío porque tenían una lamentable tendencia a estallar. Por todo lo que Titus había sido capaz de comprender, las naves más nuevas, las construidas dentro del último siglo o así, también llevaban más equipo de seguridad, por alguna oscura razón. H’lim ignoró el cebo lanzado por la ingeniero y corrigió: —Ella.

—¿Qué?

—El piloto. Era ella.

—¿La conocía usted?

—No.

—¿Supo usted que iban a estrellarse?

—No. De otro modo, ¿para qué estaría… cenando?

—Pero la aproximación de la nave fue lo suficientemente larca y lenta. H’lim repitió la respuesta que siempre había dado en Cognitivas:

—Pensó que tenían intención de entrar en órbita…, en torno a una estrella o un planeta, no estoy seguro…, recalcular nuestra posición, y luego seguir hacia nuestro destino previsto. Estábamos perdidos, no averiados. Nadie a bordo esperaba el desastre.

—Eso parece claro por las evidencias —dijo alguien.

Un poco más adelante, la ingeniero se agachó delante de una amplia pero baja abertura cortada, Titus estaba seguro de ello, por las tijeras magnéticas de Gold. La estancia al otro lado estaba varios metros más baja que el suelo del corredor, pero no había escalones. Había algunas grandes masas repartidas por su interior.

—Ésta es una de las cosas que más nos han desconcertado —dijo la ingeniero—. ¿Tiene usted alguna idea de para qué servía esta estancia?

Él miró dentro.

—Pensé que sabía usted muy bien, joven dama, cuál es el aspecto de una planta de energía.

Ella exhibió una sonrisa de oreja a oreja.

—Bueno, eso es lo que pensamos, pero no estábamos seguros. —Se irguió, abortando un gesto como de sacudirse el polvo, y añadió placenteramente—: Sin embargo, no era la única planta de energía. Apenas es adecuada para hacerse cargo de las exigencias de energía interiores y del medio ambiente. Y nunca hemos encontrado ningún combustible. ¿Qué es lo que alimentaba a esta nave?

Como siempre con esa pregunta, H’lim respondió:

—No lo sé. No es mi campo.

—¡Pero todo el mundo sabe el combustible que utilizan los aviones!

—Por supuesto. Lo llaman combustible impulsor. —H’lim podía ser enloquecedor cuando deseaba serlo. Pero esta vez se frenó—. En realidad, no sé lo que esta nave en particular usaba como combustible. Casi todo lo que pueda usted nombrar es utilizado por alguna. Si llevaba algo peligroso, es muy probable que fuera desechado como lastre estelar cuando el choque se hizo inevitable. No les hablan a los pasajeros acerca de librarse de los depósitos de combustible. Eso suele trastornarles.

Ablandada, la ingeniero gruñó:

—Entiendo.

Les condujo descendiendo otra rampa hacia la parte de atrás de la nave.

—Sorprendentemente —recitó—, aquí es donde encontramos el único panel de iluminación intacto. —Titus recordó la estancia, pero una disección mucho más radical la había despojado de todo, paredes y suelos incluidos—. Posiblemente aquí había otra planta de energía, pero las dos plantas no podían haber impulsado esta nave…, ciertamente no a una velocidad cercana a la de la luz.

—Nunca había estado en esta zona antes —dijo H’lim.

—Cuidado por donde pisa —advirtió la mujer, y le condujo a través de los restos—; le mostraré algo que encontramos ahí atrás y que realmente nos dejó estupefactos.

En una pared del fondo había una escotilla abierta. Era gruesa, como la puerta de una cámara acorazada. Habían cortado la pared a su alrededor y echado a un lado todo el conjunto.

—Pensamos que la nave podía estallar cuando hicimos esto. Esta puerta, y toda esta pared, parece estar tremendamente aislada. Pero, incluso aquí, aunque saltaron algunas uniones, no había ninguna fuga de radiación.

Hizo una pausa, con el visor vuelto hacia H’lim, que no hizo ningún comentario. Titus creyó que estaba leyendo las etiquetas en o alrededor de la puerta. Educadamente, el luren miró por encima del hombro de la ingeniero, y Titus se echó hacia un lado para ver también.

Era una estancia amplia, totalmente desnuda, con un fantástico suelo que podría haber procedido del palacio de un sultán. Metales preciosos y piedras de colores que tenían que ser gemas formaban un dibujo en torno a una amplia zona oscura en mitad del suelo. La zona oscura estaba rodeada de oro, y el borde estaba señalado como los puntos cardinales de una brújula.

—Ahora —dijo la ingeniero— la lógica dicta que esto tiene que ser el impulsor interestelar. Las paredes y el suelo son gruesos, el suelo está revestido de metales pesados y piedras como el mármol y el granito y nadie sabe qué más, todo ello cortado en pequeños trozos. Calculando masas, esta estancia representa al menos un tercio de la masa total de la nave. Uno no lleva algo así de un lado para otro a menos que sirva para algo, y el único uso que puede justificar su presencia aquí es el generar energía. Pero la estancia apenas ha resultado dañada, y no veo ningún impulsor, ¡sólo una pista de baile rojiza! ¿O es sólo una pista de baile?

—No —respondió H’lim.

—¿Un templo? —preguntó el fotógrafo de Cognitivas.

—No. ¿Se halló algún cuerpo aquí dentro?

—¿Qué significaría si lo hubiera habido?

—No mucho. Pero conocía a la gente que trabajaba aquí dentro. Me gustaría saber lo que les ocurrió.

Con vergüenza en su voz, la ingeniero dijo:

—No, no había cuerpos. ¿Trabajaban normalmente con la puerta cerrada?

—Por supuesto.

—Entonces, ¿sabe lo que hacían aquí dentro?

—Por supuesto que no. La de astrogación es una asociación profesional muy exclusiva, y además sus matemáticas resultan muy difíciles para mí. Sólo aquellos que entran en el pozo pueden aprender, y eso, naturalmente, es un asunto muy privado. —Lo dijo como si fuera algo que tenía un perfecto sentido.

—¿Astrogación? —La ingeniero se aferró a la palabra—. ¿Es esto un centro de pilotaje? Entonces, ¿dónde están los ordenadores?

—Oh, ese tipo de matemáticas son demasiado difíciles para los ordenadores.

Titus contuvo el aliento, temeroso de que su respirador pudiera ahogar la suave voz de H’lim, recordándose que H’lim, por primera vez, estaba atrapado aquí y obligado a aceptar arreglos a largo plazo. No podía estar mintiendo, ni siquiera bromeando. Pero no podía hablar en serio. Sin darse cuenta del efecto que tenían sus palabras en las mentes científicas que lo rodeaban, H’lim añadió, con genuino alivio:

—Pero al menos no había cadáveres. Debieron salir. —Había un tono extraño en su voz.

—¿Y dejaron la puerta cerrada? ¿Desde dentro?

H’lim examinó el mecanismo de la puerta, con todo el mundo apiñado detrás.

—Sí, parece haber sido cerrada desde dentro. Bien. —Sonaba serio.

De pronto la ingeniero echó la cabeza hacia atrás y dejó escapar una carcajada.

—¡Oh, casi lo ha conseguido! —jadeó—. Eso ha estado bien, doctor Sa’ar, ¡ha estado muy bien!

Otros se unieron a ella cuando se dieron cuenta de que H’lim tenía que estar bromeando. No había forma de salir de aquella habitación desnuda con las paredes de cámara acorazada. ¿Y qué clase de matemáticas podía emplear alguna persona viva que fueran demasiado para un ordenador?

Finalmente las risas murieron, y la ingeniero dijo:

—Bueno, nos advirtió usted que no respondería a todas nuestras preguntas. Pero ahora esta estancia va a recibir mucha más atención de la que podría creer nunca. Doctor Shiddehara, si esto es la sala de astrogación, no la del impulsor interestelar, es su departamento. ¿Le importaría formular algunas preguntas? ¿Quizás entrar en ella? Los dibujos pueden ser alguna especie de mapa. Tenemos registros de ellos, por supuesto, para estudiarlos después de que empecemos a arrancar el suelo. Pero no es lo mismo que la cosa auténtica. —Dijo por encima del hombro a una colega—: Martha, los ordenadores tienen que estar debajo de este suelo, y la zona central tiene que ser el tanque visor. No puede ser de ninguna otra forma.

—La falta de imaginación les impedirá resolver el rompecabezas —advirtió H’lim—. Hay otra forma. No hallarán ningún ordenador ni otro equipo dentro de esta estancia. Esa es la razón por la que las paredes están aisladas…, para conseguir silencio.

Mientras H’lim hacía un gesto a la ingeniero para que le precediera dentro de la estancia, Titus pensó que el luren estaba finalmente comunicándoles algo nuevo, pero la otra ingeniero, Martha, dijo:

—¡Así que es eso! ¡Yo gané! Es una cámara de aislamiento para los sentidos luren. ¿Pero por qué, si no es un templo?

—No para los sentidos luren —corrigió H’lim. Luego, en un tono extraño, añadió—: No hay astrogadores luren, al menos todavía no. —Hizo una pausa en la puerta y miró hacia atrás a Titus, con la misma expresión distante que había mostrado en el laboratorio hacía un rato, especulando, sopesando, mirando hacia un distante futuro mientras manoteaba a la vez, intentando aferrar algo que recordaba sólo confusamente.

Y dijo que un código genético puede ser la clave para un gigantesco paso adelante en la tecnología del viaje espacial. Por primera vez, Titus recordó cómo H’lim había agrupado el estudio de la relación del espacio con el tiempo dentro de la voluntad humana, la visión y la fuerza de la vida. Por «fuerza de la vida» podía haber dado a entender código genético. Los códigos genéticos y la tecnología del espacio.

Y recordaba la vez cuando H’lim se había ocupado del dolor de los huesos rotos de una mujer y había explicado que las divisiones habituales de disciplinas de la Tierra no eran algo propio de ellos. En ese tipo de ciencia, ¿pueden ser la astrogación y el impulsor espacial una misma cosa?

Inconteniblemente excitado, Titus se dirigió al umbral para permanecer al lado de H’lim. Sintió la sutil resistencia de un suave efecto de umbral, algo parecido a una habitación de hotel, y recordó todos sus intentos de demostrar matemáticamente que la Influencia no podía existir. Sin embargo, existía.

—H’lim —preguntó—, ¿por qué tendría que estar esta estancia aislada de este modo, si los luren no la utilizan? —Casi temió la respuesta.

—En realidad no lo sé. Ya he dicho que la astrogación es una especialidad muy hermética.

—Bueno, entremos —dijo la ingeniero—, y díganos lo que pueda sobre todo esto. Por favor.

H’lim cruzó graciosamente el umbral.

—Venga, Titus, puede que desee echar una mirada a esto. —Al ingeniero y a todos los demás, dijo—: No sé cómo se efectúa la astrogación, pero puedo suponer que, en el momento en que el curso de colisión con su luna fue conocido, debieron estar aquí dentro intentando alterar nuestro rumbo para impedir el choque. Debieron ser los primeros en saber que nuestra situación era irremediable.

—¿Y entonces saltaron en paracaídas?

Por la inclinación del cuerpo de H’lim, Titus pensó que el luren estaba luchando con el idioma. Puesto que H’lim no había tenido tiempo de ver ninguna película de ficción, no era extraño que nunca hubiera oído el término.

—Abandonaron la nave —aclaró Titus.

—¡Ah! Sí, supongo que debieron intentarlo. Tan sólo espero que tuvieran éxito. Tan sólo espero. Por favor, créanme, no sé nada acerca del ejercicio de sus habilidades, o de la forma en que utilizan esta estancia. Tales asuntos son una especialidad para los dotados de talento y entrenamiento. Ni siquiera puedo evaluar sus posibilidades de haber salido de aquí con vida. Tan sólo puedo esperar que lo hicieran.

Talento. ¿Los genes revelan el talento?

—Y, si sobrevivieron —presionó Titus—, enviarán ayuda.

—No. Si sobrevivieron, supondrán una destrucción total. —Hizo un gesto hacia la nave—. No es una suposición improbable.

—Odio ser una aguafiestas —dijo la ingeniero—, pero, excepto la puerta que estaba cerrada desde dentro, no hay forma alguna de salir de esta habitación.

—No, por el momento, no.

¡Ah!

—Así que el movimiento de la nave a través de los campos galácticos crea algo en esta sala…, un vórtice, una anomalía, una singularidad que interactúa con… ¿qué? —En aquel momento Titus olvidó a Abbot, los mensajes, la amenaza de exponer a los humanos y la diabólica autodeterminación de Inea. Se sintió tremendamente vivo por primera vez desde el despegue de Quito.

¡Inconexa! ¡Nuestra ciencia es inconexa! Pequeños fragmentos y retazos de comentarios y alusiones que H’lim había hecho cuajaron.

—Un pozo —dijo Titus en voz alta—. Dijo usted que había que entrar en un pozo para aprender esta variedad de matemáticas. Una singularidad puede tener el aspecto de un pozo. —Estaba sobre el cristal negro en el centro del dibujo. Lo golpeó con un pie—, Esto alguna especie de distorsión espacial.

H’lim permaneció completamente inmóvil, sus botas dejaron de rascar el mosaico. Incluso el susurro del aliento de todos los demás se desvaneció mientras aguardaban.

—¿Distorsión espacial? —preguntó H’lim.

El término formaba parte del vocabulario de Titus, pero archivado mentalmente bajo la etiqueta de «fantasía», con todo lo demás que sabía acerca de filosofía, psicología, tarot, quiromancia e interpretación de los sueños…, lo irreal y en consecuencia sin importancia. Misticismo. Había despreciado el indicio más importante que le había dado H’lim considerándolo como misticismo, no como física.

Es real. No se trata de misticismo, es real. Pueden crear realmente distorsiones espaciales. Era la más simple explicación para todo lo que habían descubierto —y lo que no habían descubierto— en aquella nave.

—Explíqueselo, Titus —dijo una de las ingenieros, y Titus pudo oír una risita reprimida.

—Lo siento, H’lim. —Titus esbozó unas definición, tartamudeando embarazadamente cuando citó sus fuentes.

—¿Ciencia ficción? Y yo que pensé que el entrenamiento científico eliminaba toda imaginación de los humanos.

Todos estaban respirando de nuevo, pero suavemente, tentativamente. Titus respondió:

—Oh, seguimos soñando, incluso cuando somos adultos.

Con una intensa y anhelante curiosidad, H’lim preguntó:

—¿Qué es lo que sueña conseguir usted, Titus? ¿Viajar entre las estrellas que estudia? —Su tono convirtió aquel momento en algo personal, privado, casi como si le estuviera ofreciendo seriamente a Titus las estrellas.

—Sí —respondió Titus con osada honestidad—. Cada noche.

H’lim se le acercó un paso, y Titus pudo apreciar sus pálidos rasgos detrás del visor de su casco.

—¿Cada noche? —preguntó, con una peculiar intensidad.

—Cada noche cuando puedo dormir, al menos. Dígame, H’lim, ¿cómo funciona esta cosa?

H’lim se retiró dos pasos, y Titus creyó poder captar el movimiento negativo de su cabeza mientras echaba la súplica a un lado, con su concentración enfocada en otro lugar.

—No lo sé, Titus. Ésa es la verdad. No lo sé.

Con movimientos espasmódicos, la mano de H’lim ascendió hasta la parte superior de su casco, como si intentara frotarse la frente da una forma maquinal. El guante permaneció suspendido allí. Titus capto abortadas oleadas de Influencia, como si el luren estuviera reprimiendo una respuesta de miedo/lucha/huida mientras murmuraba:

—Sueños —como si saboreara los matices de la palabra por primera vez—. No aspiraciones o ideales. Algo completamente distinto, alguna otra función bioquímica de la consciencia.

Titus ofreció: —El soñar es la forma sana que tiene la mente humana de montar y organizar los recuerdos de los sucesos del día, y es algo psicológicamente vital para la salud humana.

Titus esperaba que eso fuera suficiente para arrastrar a la superficie todas las asociaciones no encerradas que acechaban en la parte de atrás de la mente de H’lim, donde estaba almacenado el vocabulario de Titus. Normalmente no se necesitaba mucho tiempo para traer una palabra a la región de uso activo de la mente del luren, pero ahora Titus prefirió no bloquear la comprensión del luren. Los idiomas de la Tierra tallaban el universo en trozos de tamaños y formas mucho más distintos que los lenguajes galácticos. La genética de la consciencia. La física de la Tierra hablaba de conservar el impulso, la masa y la energía, no la volición.

Antes de que Titus pudiera seguir ese pensamiento, H’lim dejó caer su mano y murmuró, en lenguaje luren:

—Así que eso es lo que Abbot quiso dar a entender. —La estancia se llenó con un azote de Influencia edificado a partir del shock y el desánimo y bordeando el pánico. Titus concentró su propio poder. Sabiendo que no podía proteger a los humanos si H’lim iba a aferrarlos como lo había hecho cuando despertó, Titus se enfocó en un estrecho haz en H’lim y le habló con todo su poder:

—¡H’lim!

Para sorpresa de Titus, funcionó. El brillante pulso de Influencia se desvaneció, y el luren se volvió para contemplar al racimo de humanos junto a la puerta.

—Lo siento —empezó a decir, luego se volvió de espaldas a Titus, que estaba aún de pie en la zona negra del suelo. Pareció darse cuenta de que los humanos no se habían dado cuenta en ningún momento de que había violado su palabra e invocado la Influencia—. Esto, he tenido una repentina inspiración. Tengo que volver a mi laboratorio. —Echó a andar hacia la puerta—. ¿Titus? ¿Puede apresurarse? —Habló brevemente a los científicos mientras se abría camino entre ellos—: Ya saben cómo son las cosas cuando te hallas encallado en una cosa y apartas unos momentos tu mente del problema. Además, de todos modos ya habíamos terminado.

El grupo se abrió para dejarle paso, y Titus echó a andar tras los talones de H’lim, murmurando sus propias disculpas mientras pasaba junto a ellos.