Durante los días siguientes, Titus sobrevivió con lo que H’lim le proporcionaba, aunque a veces vomitaba la mayor parte de lo que había engullido. La mejoría de Mirelle era evidencia de que Abbot no estaba de nuevo sobre ella, no todavía.
Abbot se mostró tan horrorizado como Titus de que H’lim los hubiera eludido a ellos y a los guardias para traerle sangre a Titus. H’lim argumentó:
—Me aseguré de que no había peligro. El deber filial tiene precedencia.
—Hubieras podido llamarme —repetía machaconamente Titus, y H’lim insistió en que Titus tenía más motivos de alarma recorriendo los pasillos en su condición que H’lim, y además no podían confiar en los canales de videocom monitorizados. Para Titus era una nueva experiencia tener a alguien que se preocupaba por él. Al final, Titus comprendió que las restricciones estaban dejándose sentir sobre H’lim, y que ésta había sido una forma de reafirmarse a sí mismo tanto como de buscar esa gratificación peculiar que Titus había descubierto mientras proveía para Abbot. Y H’lim no había sido atrapado. No había cometido ninguno de los errores que él había cometido la primera vez. Había aprendido mucho sobre los humanos.
Pero, después de eso, Titus, Abbot e Inea se mantuvieron cerca de H’lim. Inea, que tenía menos obligaciones que los jefes de departamento, era la que tenía más horas de servicio a solas con el alienígena. Pero éste nunca le había dado ningún problema. Parecían estar desarrollando una especie de amistad a medida que Inea se sentía más y más fascinada con la evolución de los orls y los luren.
Durante este tiempo, dos naves penetraron el bloqueo, dejando caer fardos de suministros cerca de la estación. Pronto fue reanudada la construcción de la sonda y las raciones se incrementaron, aunque no había sangre a bordo para Titus. Comprendió que la seguridad debía de ser feroz y, aunque su espíritu se hundió, no culpó a Connie por el fracaso.
Después de ese único triunfo de las SS.MM., el frenesí de los enfrentamientos orbitales se incrementó. Colby instituyó un régimen más intenso de entrenamientos en descompresión. Ante los rumores de que una nave bloqueadora que había estallado en la atmósfera de la Tierra había sido lanzada para bombardear la Estación Proyecto, ordenó que los niveles inferiores fueran equipados como búnkers de supervivencia.
Con el nuevo hardware en su lugar para la sonda, los programadores empezaron a instalar el software, tanto de guía como del mensaje. Instalaron un escudo extra con la suposición de que la sonda iba a despegar a través de un denso velo de partículas pesadas. Durante esta fase, Abbot pasó buena parte de su tiempo en el hangar de la sonda. Cuando Titus plantó uno de los detectores de Inea en el vehículo, los guardias lo atraparon merodeando y Colby le ordenó que no saliera fuera después de que su programa de blanco estuviera en su lugar.
—Es usted demasiado valioso para que lo perdamos, y ese hangar es el blanco primario de esta estación.
Con la instalación del programa de Titus, el trabajo de su equipo había terminado. Se sentían exhaustos pero aún tensos debido a que sabían que hubieran podido hacerlo mejor, si hubieran tenido tiempo. Titus les envió a descansar.
—Quiero verlos de nuevo aquí el Día del Lanzamiento, frescos y dispuestos a trabajar. Tendremos que rastrear la sonda, probablemente sin respaldo de la Tierra. —Cada día llegaban noticias de otro ataque contra las instalaciones orbitales de control de las SS.MM. e incluso los observatorios universitarios.
Ahora le tocaba a menudo a Titus de escoltar a H’lim a las reuniones del comité conjunto de Ciencias Cognitivas y Telecomunicaciones que estaba diseñando el mensaje de la Tierra. Y una cosa se iba haciendo clara, incluso por encima del logro de la emisión de una señal inteligible a través de un abismo tan enorme de espacio y cultura: H’lim estaba ganándose gradualmente a los humanos. Habían empezado a confiar en él. Y, a medida que crecía esta confianza, el faccionalismo de la estación precipitado por la guerra empezaba a fundirse. Había el sentimiento de que sólo los de la estación tenían un conocimiento cabal de lo que estaba ahí fuera en la galaxia, y de cómo la Tierra podía beneficiarse de ello.
La desconfianza de Titus hacia H’lim, sin embargo, no se veía menguada por el hecho de verle cómo manipulaba a los humanos sin siquiera usar la Influencia…, o cómo había aprendido a hacerlo en tan poco tiempo. Otra cosa preocupaba a Titus: H’lim no tenía ninguna dificultad en comprender la guerra. Su extraña y retardada comprensión del inglés nunca se detenía en ese tema. Eran unos conceptos que daba por sentados.
Tras una reunión, H’lim le confió:
—Ahora me alegro de que Abbot envíe el auténtico mensaje, o de otro modo me hubiera sentido tentado de engañar a los humanos. Son listos, Titus. En especial Mirelle. Me hubieran atrapado. —Al ver la expresión de Titus, añadió—: Lamento que tú y Abbot estéis enfrentados en esto.
Fue una de las pocas veces que Titus creyó al luren. Le presionó:
—¿Qué pusiste exactamente en el mensaje de Abbot que no esté en éste? —No era la primera vez que lo preguntaba, pero fue la primera vez que obtuvo una respuesta directa:
—Un código que les dirá a mis compañeros que estoy sentado sobre una mina de oro genética. Si tan sólo pueden llegar aquí los primeros y sacarme, todos seremos ricos…, tanto los luren de la Tierra como los humanos. Les digo que presenten una reclamación que proteja vuestros derechos legales, y que efectúen todas las apelaciones adecuadas para crear una categoría especial para vosotros. Somos una de las pocas firmas en toda la galaxia, Teleod y Metaji combinados, que puede hacer esto por la Tierra. Confía en mí, Titus. ¡Jamás haría algo que dañara a uno de mis padres!
Abbot acudió a hacerse cargo de sus deberes de escolta, y Titus los observó a ambos marcharse. Quizá no dañar, pero arriesgar, sí. Luego se preguntó de dónde había surgido este pensamiento. H’lim había sonado tan seguro. Pero por otra parte, bajo la guía de Mirelle, H’lim había dominado el lenguaje corporal y los movimientos del cuerpo del Oriente Próximo, China y Australia, así como de Norteamérica. Esto lo había hecho tan efectivo en sus tratos con los comités que lo estudiaban, incluso aquellos que comprendían el poder de los lenguajes no verbalizados, que no necesitaba la Influencia.
Durante este período, Inea y Titus siguieron observando de cerca los movimientos de Abbot. Una noche, unas dos semanas antes del reprogramado lanzamiento de la sonda, Inea estaba ante el videocom de Titus, bebiendo café y examinando los datos más recientes acerca de Abbot. Titus estaba tendido en la cama haciendo ociosamente ecuaciones en un bloc electrónico, su vieja prueba matemática de que la Influencia, y así la habilidad de H’lim de captar el lenguaje directamente de la mente de Titus, no podía existir. Mientras tanto, la mayor parte de su mente estaba inventando métodos de extraerle la verdad a H’lim. La voz de Inea penetró en su ensoñación:
—O bien ha instalado ya su transmisor en la sonda, o no lo ha instalado en absoluto.
—¿Qué? ¿Quién? —Titus se sentó en la cama—. ¿Abbot? Se supone que tiene que estar con H’lim.
—Ahora está con él, pero me refiero a toda esta última semana.
Fue a mirar por encima del hombro el gráfico que ella había hecho.
—Tienes razón. No ha salido al hangar de la sonda desde hace días. —Se encaminó hacia la puerta mientras se ponía la chaqueta.
—¿Qué haces? —Ella le siguió.
—Vuelvo en seguida.
Ella se deslizó por la puerta tras él.
—¡Titus!
El apoyó las manos en sus hombros.
—Sé que Colby me ordenó que no saliera ahí fuera. Sólo quiero comprobar lo que ha hecho Abbot, volveré en seguida. No te preocupes, fuera es de noche. Estaré bien.
—Titus, ¿qué te hará si te descubre destruyendo su obra? No puedes simplemente entrar a la carga y…
Él la besó.
—Se supone que tienes que ir a relevarle dentro de media hora. Ve pronto, procura mantenerlos ocupados a los dos. Yo iré al laboratorio cuando haya terminado. —Se volvió y echó a andar con paso vivo antes de que ella pudiera objetar de nuevo.
Una vez vestido, se mezcló con un cambio de turno en dirección a la sonda. Colby no había anulado su acreditación, así que no se preocupó en enmascarar su presencia. Su mente, sin embargo, estaba centrada en cómo podría identificar el transmisor de Abbot y qué haría si lo encontraba. Había estudiado los planos de la precipitadamente rediseñada sonda, y tenía una idea bastante clara de dónde podía estar. Se le habían ocurrido ideas de montar de nuevo el mensaje de Abbot, o de sustituirlo por otro suyo, pero había sido incapaz de penetrar en los archivos de Abbot para robarle o su mensaje o el programa que lo introducía en los protocolos galácticos de comunicaciones, que sin duda había tomado Abbot de la Kylyd y no había compartido con los humanos. Titus no había podido dedicar el tiempo suficiente al lenguaje luren como para redactar su propio mensaje. Además, ¿qué podría, o debería, decir un Residente?
Tendré que retirar el transmisor. Puedo volver a colocarlo antes del despegue si parece que H’lim es honesto. Cómo explicaría un acto así a los Residentes que se habían sacrificado para enviarle allí arriba era algo que no sabía.
La iluminación fuera del hangar definía la zona en una loca concatenación de imágenes planas encajadas sobre negro, como el decorado en un escenario de una prisión, porque no había aire que difundiera la luz. Pero los focos estaban hábilmente dispuestos para impedir la desorientación o el mareo cuando uno se acercaba a las puertas abiertas del hangar. Pese a sus lentes de contacto, Titus podía captar huellas de lo que había en las sombras, imágenes infrarrojas que hubieran sido más claras de no haber luz, porque los trabajadores producían una gran cantidad de calor que sólo podía escapar por radiación y conducción.
Trepó por el andamiaje hasta la sonda, y se tomó unos instantes localizando a los electricistas. Les hizo algunas preguntas por encima del hombro mientras examinaba a cada uno en busca de rastros de la Influencia de Abbot. No sería perceptible a menos que se viera desencadenada por el trabajo que implicara las modificaciones de Abbot, así que comprobó solamente a aquellos que estaban trabajando. Finalmente, llegó a una mujer acuclillada delante de un panel abierto y consultando el diagrama de un circuito.
Estaba examinando un único componente con un detector, y luego siguiendo el circuito en el diagrama alejándose de ese punto, claramente frustrada al no poder encontrarlo. ¡Ahí estaba!
Se acuclilló a su lado y se presentó.
—¿Por qué comprueba esto? Ya ha sido aprobado. —Señaló la banda de cinta adhesiva que sellaba la puerta de acceso.
—Oh, otra doble comprobación sorpresa, junto con todo ese condicionamiento antihipnótico al que nos están sometiendo constantemente.
—¿Todo ese condicionamiento? —Por lo que Titus sabía, solamente habían hecho una ronda de condicionamiento hipnótico, inseguros de que el poder de H’lim tuviera algo que ver con la hipnosis.
—Sí, un experimento. Te hacen hacer un trabajo, luego hacen destellar luces ante tus ojos por unos momentos, te hacen hacer el trabajo de nuevo, te destellan luces otra vez, y así sucesivamente. ¡Quién sabe cuándo van a parar! Si me lo pregunta, le diré que los jefazos han visto demasiadas viejas películas. ¡Ese monstruo chupa-sangre del espacio ha resultado ser un tipo simpático!
—Sí, eso parece. —¡Será mejor que no me pierda más reuniones! Titus no podía ser hipnotizado, pero no tenía la menor idea de si podría fingirlo sin usar la Influencia. Con el dedo temblando dentro de su guante, señaló hacia una zona familiar del diagrama de la mujer.
—Ésta es mi especialidad. Déme, déjeme a mí. No tiene sentido que comprobemos de nuevo lo que ya ha sido recomprobado. Debe estar usted cansada. —Ni siquiera tuvo que usar la Influencia. El tedio había hecho ya su trabajo. Ella puso el diagrama en la pantalla de su bloc electrónico en los guantes de Titus.
—Todo suyo, doctor. Estaré arriba cuando haya terminado.
—De acuerdo.
Consciente de que el turno de Abbot con H’lim había terminado oficialmente, Titus no dejó de mirar por encima del hombro, esperando en cualquier momento la aparición de su padre. No puede ser tan fácil, no después de todos estos meses. Pero, conexión tras conexión, memorizando lo que estaba haciendo, Titus extirpó el ensamblaje de Abbot, comprobándolo todo con el diagrama. Efectuó una comprobación de los sistemas y los conectó de nuevo, satisfecho de que ahora funcionaría de la forma en que los humanos habían pretendido.
Incluso con los abultados añadidos de las partes que Abbot había tenido que improvisar, el conjunto del transmisor cabía perfectamente en el bolsillo exterior de su pernera. Sudaba aún cuando entregó los diagramas a la electricista.
Titus estaba bajando por entre un soldador y un supervisor de turno que estaban discutiendo sobre algo, cuando sus voces en los auriculares del casco fueron interrumpidas por un penetrante pitido.
—¡Despejen el hangar de la sonda! ¡Despejen el hangar! ¡Aparato desconocido por las diez! ¡Despejen el hangar! ¡Dos minutos para el contacto!
Sudando, los hombres encima y debajo de Titus saltaron de la escalerilla para aterrizar a unos metros de distancia y correr hacia el domo más cercano. Titus les imitó, y luego perdió terreno cuando las luces se apagaron mientras la estación se preparaba para el ataque. Titus siguió los destellos de las luces de los trajes a su alrededor y, una vez fuera del hangar, clavó sus talones en el compactado suelo del camino. Su masa era demasiado grande, sus pies demasiado torpes, su visión quedaba oscurecida por el casco, pero tenía que mantenerse al ritmo del enjambre de hombres y máquinas que venían detrás, empujando hacia la seguridad del búnker subterráneo del domo, o ser arrollado.
La voz del Controlador de Desastres cantaba la cuenta atrás en sus oídos. No se atrevió a alzar la vista cuando la voz anunció que había defensores a la cola del atacante. Había conseguido un impulso tal que tenía que concentrarse en permanecer sobre sus pies.
Un rincón extrañamente desprendido de su mente elaboraba las Leyes de Newton, calculando su distancia de parada y su fuerza de impacto si no conseguía detenerse a tiempo, un problema de examen final para un estudiante de primer año. ¡Esto no va a funcionar! Pero la multitud parecía estar saltando a su alrededor con movimientos pesadillescamente lentos, y nadie se atrevía a frenar ni siquiera cuando la estrecha abertura de la entrada del domo se abrió ante ellos. Conducía a un pequeño garaje, aún iluminado interiormente. Los primeros en llegar patinaron sobre el liso pavimento, chillando frenéticamente cuando se dieron cuenta de que iban a golpear con fuerza contra la pared opuesta. A poca distancia de la puerta, Titus frenó, gritándoles a los otros que hicieran lo mismo pese al instinto que les aullaba: ¡corre!
Luego el suelo escapó de debajo de sus pies cuando algo le golpeó desde atrás. Cayó de bruces, con el impulso empujándole aún hacia delante. Frente a él otros cayeron también, derribando a los que se tambaleaban y que se amontonaron sobre los caídos, y todo el conjuntó se deslizó como una maraña con un imparable impulso a través de la puerta. Los fragmentos fundidos de metal llovieron sobre ellos. Los gritos llenaron los auriculares.
Nadando y agitándose, eludiendo cuerpos, Titus forcejeó hacia delante para arrojarse por encima de la pierna herida de un hombre, intentando mantener aire y sangre. Fue un acto reflejo, pero le salvó la vida. Allá donde había estado, un gran trozo de metal ardiendo se clavó como una lanza en el hombre que había estado debajo de Titus. Quedó allí vibrando, vertical sobre el suelo, con su extremo inferior hundido en el pataleante cuerpo y el superior brillando rojo en las sombras. El pánico empujó a los demás hacia delante pese al montón de trajes que cegaban la puerta, enterrando a Titus en una frenética humanidad. Muchos de aquellos que estaban encima murieron, con sus trajes perforados por los ardientes misiles que caían bajo la débil gravedad lunar o aplastados por la energía de la explosión a sus espaldas. Sin embargo, la mayor parte de los restos de la explosión alcanzaron la velocidad de escape.
Lo más fantasmagórico, lo más estremecedor, fue que todo ocurrió en un absoluto silencio. Las películas de guerras espaciales siempre tenían efectos sonoros. Todo lo que Titus podía oír eran los gritos. Ni siquiera captó el temblor del suelo porque sus botas estaban demasiado bien aisladas.
Durante largo rato permaneció enterrado bajo una masa de muertos, heridos y agonizantes, clavando contra el suelo a otros muertos, heridos y agonizantes con su propia masa, y todos demasiado asustados para moverse por temor a agujerar sus trajes con fragmentos cortantes o afilados. Al menos no tengo que oler el pánico y la sangre. Al cabo de unos momentos, la radio de su traje dejó de funcionar, así que incluso se ahorró la paciente voz del Controlador da Desastres dándoles instrucciones de que no se movieran ni se dejaran dominar por el pánico para conservar el aire.
Finalmente, vino gente y empezó a apartar el montón de cuerpos, echando a un lado los rígidos cadáveres para posterior identificación y entierro, poniendo a los supervivientes en pie dentro de sus torpes trajes. Aquellos demasiado heridos para caminar fueron llevados, y a los otros se les dijo que se presentaran en la enfermería sólo si traían signos de concusiones o heridas importantes.
Cuando Titus fue finalmente extraído del montón y puesto en pie, con una pierna entumecida por la falta de circulación, una pequeña figura que había estado conectando conductos de oxígeno para aquellos aún atrapados se volvió hacia él, se inmovilizó, luego corrió en su dirección, casi derribándole de nuevo.
En su casco estaba escrito I. CELLURA. A través del visor Titus vio sudor en su frente y temblor en sus labios. Dejó que le sostuviera todo el camino de vuelta hasta la esclusa de entrada, porque no confiaba en su pierna, y porque se sentía tan bien apoyándose en ella, pero le dejó muy claro que estaba bien.
Cuando fue su turno de pasar por la esclusa, Inea regresó reluctante a su trabajo, y él entró en el corredor que conducía de los vestuarios a la esclusa.
Abbot y H’lim estaban dentro, ayudando a los supervivientes a desprenderse de sus equipos mientras otros suministraban bebidas y primeros auxilios. Bruscamente, Titus recordó el transmisor en el bolsillo de su pernera, la razón por la que su circulación se había visto interrumpida.
Hicieron sentarse a Titus en una caja y H’lim le quitó las botas exteriores aislantes. Abbot flotó sobre él, apartando a otros que intentaban ayudar, y usó ostensiblemente una linterna pluma para examinar si sus pupilas se dilataban como correspondía y tomó notas en un bloc médico mientras trabajaba. Junto a la hilera de aturdidos sobrevivientes, los cuatro guardias de Brink que normalmente seguían a H’lim como sombras estaban vendando tobillos y cortes faciales.
—Gracias, Abbot, puedo arreglármelas por mí mismo —dijo Titus, con el corazón martilleando mientras Abbot trabajaba sobre él—. Ve a ayudar a alguien que lo necesite.
—¿Qué estabas haciendo ahí fuera? —siseó Abbot.
—Mi trabajo, ¿qué otra cosa? —restalló Titus. Con un movimiento no reglamentario, se quitó la parte superior del traje y la dejó colgar sobre sus piernas, como si fuera el torso de un mono flexible. Abbot empezó a poner objeciones, pero H’lim tiró de su manga y lo apartó para ayudar a limpiar a alguien que había vomitado.
Con un fruncimiento de ceño dirigido a Titus por encima del hombro, Abbot le siguió, pero, envolviendo sus palabras, dijo:
—No importa lo que estuvieras haciendo. De todos modos, la sonda ha desaparecido.
Observándoles, Titus se sintió impresionado por la forma en que los cuidados de H’lim eran aceptados. Se echó hacia atrás en su asiento y sacó sus pies de las botas unidas al traje. Había sacado su pie derecho hasta la rodilla del traje cuando la esclusa se abrió y una mujer fue entrada en una camilla, gritando ahogadamente. Era la electricista a la que Titus había relevado en la sonda.
Tenía una pierna destrozada. Dos hombres convergieron sobre ella para cortar el traje y poder aplicarle una intravenosa. Todos los cortatrajes estaban siendo utilizados, así que utilizaron unas tijeras metálicas eléctricas, torpes y peligrosas si ella se movía. Mordió el borde del cuello de su traje e hizo todo lo posible por permanecer quieta, pero eso no era suficiente, y nadie había acudido todavía a su lado con medicación.
Tras su tercer fracaso, H’lim cruzó la habitación y tomó las tijeras del hombre que las estaba manejando.
—Déjeme a mí —dijo, sin Influencia.
La electricista aceptó de buen grado su ayuda, pero la mujer era incapaz de permanecer quieta. H’lim tendió una mano hacia su rostro, con la Influencia acumulándose a su alrededor como un sol naciente. Titus casi se levantó de su caja, un pie en el traje, el otro desnudo, pero se tragó su protesta cuando la habitación quedó en silencio. H’lim murmuró:
—Déjeme quitarle el dolor. Por favor, tenemos que detener la hemorragia o morirá.
Ella miró a los demás, y Titus siguió su mirada para ver a Colby entrar por la escotilla. Desafiante, la electricista le dijo a H’lim: —De acuerdo, pero sólo un momento.
Titus estuvo seguro de que, concentrado como estaba, H’lim no se había dado cuenta de la presencia de Colby. Aunque el poder que acumuló H’lim era sorprendente, su toque fue lo bastante delicado como para no alterar a la sugestionable humana ni obstaculizar el trabajo de Abbot sobre ella.
Sus ojos se cerraron y la tranquilidad alteró su rostro al de una muchacha joven. H’lim manejó la burda herramienta con una exquisita precisión, abriendo la manga de su traje para la intravenosa, luego dejando al descubierto la sanguinolenta masa que había sido su pierna. Todo el mundo allí sabía lo que H’lim consideraba como alimento, pero nadie vio el menor asomo de nada en su rostro excepto desprendimiento clínico mientras practicaba un torniquete y anunciaba:
—No es tan malo como parece. Sólo dos roturas. Pueden salvarle la pierna. —Al hombre que finalmente había conseguido administrarle la intravenosa, añadió—: Si los cirujanos tienen alguna duda, haga que me llamen.
Antes de que el hombre pudiera responder, llegó una enfermera con más calmantes para la paciente, y H’lim relajó su dominio sobre la mente de la mujer. Mientras se daba la vuelta y se alejaba, Colby avanzó para enfrentarse a él.
—Estaba usted bajo promesa de no usar su poder. —Los guardias de Brink, que habían observado toda la escena desde cierta distancia, se pusieron alertas.
H’lim sostuvo su mirada, imperturbable.
—Si esto condena mi vida, entonces que así sea. Actué tal como requerían un juramento y una ética más antiguos y más honrados que su juramento hipocrático. Y lo hice, doctora Colby, tras obtener primero el permiso expreso de ella.
—Según recuerdo, el permiso no era un factor en nuestro acuerdo, ni nunca se ha presentado usted como un practicante de la medicina. —Era muy consciente de todos los espectadores, y esto se notaba en su actitud y tono.
—Las divisiones de trabajo que practican ustedes no son universales, doctora Colby. Mi campo es la integridad del cuerpo físico, en la salud, en la enfermedad, en la reproducción y en el trauma, independientemente de la especie o el planeta de origen. De no ser así, no hubiera podido aprender su sistema de notación biológica tan rápidamente, ¿no? Pero éste es el septuagésimo, o quizás el octogésimo, de tales sistemas que he encontrado, y al menos la centésima variante fisiológica. Puedo reparar la pierna de esa mujer tan fácilmente como podría hacer crecer una nueva. —Su expresión se endureció—. En consecuencia, no soy libre de ignorar su apuro.
Los ojos de Colby recorrieron la habitación, y lo que vio le hizo detenerse. H’lim había vencido.
—Existe todavía el asunto de manipular su mente con su poder. Dio usted su palabra de que no haría tales cosas.
H’lim dirigió también su atención a la audiencia, consciente de que Colby tenía una política y una moral que considerar.
—En el momento de esa discusión, ninguno de nosotros tomó en consideración una emergencia como ésta. No es usted una sádica, doctora Colby. Si le hubiera pedido su permiso, me lo hubiera concedido. —Escrutó los rostros humanos con una mirada evaluadora—. ¿O hubiera preferido descubrir que albergaban ustedes una forma de vida alienígena tan desprovista de compasión que hubiera negado su ayuda porque su primer pensamiento iba hacia sus temores egoístas?
Una jugada maestra, pensó Titus, pero habla como un libro de texto cuando se pone nervioso. Y H’lim estaba asustado, de eso no había la menor duda.
Estudiando subrepticiamente a su audiencia, Colby anunció:
—Su… paciente será exhaustivamente comprobada. Si comprobamos que ha hecho con ella algo más que aliviar el dolor, su vida estará condenada.
—Entonces no tengo nada de lo que preocuparme. —Lo cual era cierto, reflexionó Titus mientras Colby salía con paso enérgico.
Todo el mundo empezó a respirar de nuevo. Un hombre dio una palmada a H’lim en el hombro y lo envió a vendar un tobillo dislocado. Por el tono general cuando el zumbido de las conversaciones se reanudó, Titus supo que H’lim acababa de pasar la última prueba. La estación ya no lo consideraba inhumano o una amenaza. Si nosotros podemos aceptarlo, quizás ellos puedan aceptarnos a nosotros…, finalmente. Abbot captó la mirada de Titus, y Titus supo que su padre estaba pensando lo mismo…, sólo que, para él, era un pensamiento alarmante.
A medida que iban entrando más victimas, Titus se unió a Abbot y a H’lim para ayudarles. Inea se reunió con ellos también y, durante un tiempo, Titus saboreó lo que podía ser tener una familia de nuevo.
Más tarde, descubrió que no sólo los secesionistas habían golpeado el hangar de la sonda con varias bombas —otras se habían extraviado y habían abierto nuevos cráteres en el paisaje—, sino que dos de las naves de las SS.MM. que defendían la Estación Proyecto habían chocado entre sí, provocando una lluvia de fragmentos mortales. Un domo se había cuarteado y ahora se hallaba sin aire, con los supervivientes atrapados en los niveles inferiores tras sellos de presión y los equipos de rescate tratando de alcanzarles.
Ese era el motivo de que hubiera tan poca ayuda para los trabajadores de la sonda. Mientras tanto, una de las naves bloqueadoras se había estrellado cerca, y había sido enviado un grupo en busca de supervivientes. Fuera cual fuese su opinión acerca de los secesionistas políticos, no iban a permitir que nadie muriera asfixiado si podían evitarlo. Aunque a buen seguro los otros no se sentirían agradecidos por ello, dada la cuarentena.
—Además —observó una mujer que llevaba un casco de soldador—, puede que sepan algo digno de averiguar. H’lim puede sacárselo.
A Titus no le gustó la entusiasta respuesta a eso, pero la actitud de H’lim lo tranquilizó. La mente humana estaba fuera de sus límites, les dijo, y eso significaba todos los humanos.
—Además —señaló—, ustedes no me necesitan. Tienen a la doctora de Lisie y sus colegas. Resulta difícil mentirles.
Cuatro días más tarde, completados los rescates, hicieron una pausa antes de iniciar las reparaciones para celebrar un funeral en masa. La oración de Colby concluyó con una promesa de revisar los planes de evacuación e incrementar los entrenamientos antidesastre. Alentó su valor señalando que, cuando la Tierra se diera cuenta finalmente de lo que H’lim tenía aún por ofrecer, la guerra terminaría. Tras el día de intenso dolor, la vida volvió a algo parecido a la normalidad. Pero ahora ya no había necesidad del departamento de Titus. No había sonda ni blanco al que dirigirla.
A última hora de aquella noche, mientras Abbot y H’lim estaban trabajando en el laboratorio de este último, ostensiblemente en un proyecto para Colby, Titus se metió en el apartamento de H’lim utilizando una llave de mantenimiento robada. Ocultó el transmisor de Abbot en un lugar donde ni H’lim ni Abbot mirarían nunca, dentro de una cacerola amontonada en la parte de atrás de un armario de la cocina lleno de potes y sartenes. Ni siquiera se lo dijo a Inea por temor a que ella transmitiera de alguna forma el conocimiento culpable a H’lim, que se estaba convirtiendo en demasiado listo en todo lo que se refería al modo de actuar humano.
Titus retuvo tan sólo una copia del mensaje que consiguió que escupiera el transmisor. Los datos del blanco eran, por supuesto, los suyos, y no tenían ningún interés en particular, pero el mensaje era largo, detallado y oscuramente codificado. Titus estaba seguro de que habría atraído a toda la galaxia a su puerta. Con poco de lo que ocuparse ahora, pasaba su tiempo intentando leer el mensaje, pero sin suerte…, excepto la sección que identificaba el sol de la Tierra tanto en código digital como en algo que debía de ser el sistema de codificación de la Kylyd. Su auténtico propósito, sin embargo, era acceder a la parte de H’lim del mensaje y leérselo para ver si Abbot lo había alterado. Era un proyecto ambicioso, lo admitía, pero tenía que hacer algo para intentar arrancarle toda la verdad al luren.
El trabajo servía a otro propósito también. Mantenía su mente alejada de su hambre y su creciente incapacidad de mantener en su estómago la sangre orl. H’lim, consciente de que este intento con la sangre orl no había sido un éxito, deseaba correr el riesgo de clonar sangre humana en su laboratorio, pero Titus no quiso ni oír hablar de ello. Si el luren era descubierto, toda la actitud de los humanos de la estación hacia él cambiaría.
—Serías despedazado miembro a miembro, y lo digo literalmente. Los humanos pueden ser muy salvajes.
Cuando Abbot, con un aspecto peor que el de Titus, apoyó la postura de éste, H’lim capituló, y redobló sus esfuerzos para conseguir su estimulante. Con el misterio de por qué Titus rechazaba la sangre orl corroyéndole, H’lim no se mostraba ahora tan confiado en el estimulante.
El trabajo avanzaba con lentitud, y Titus veía a menudo la frustración del alienígena con lo mejor del equipo de la Tierra. Pero nunca comparaba el hardware con el que estaba acostumbrado. Sólo trabajaba más duramente para dominar las primitivas herramientas y para comprender las brumosas imágenes que producían los microscopios en esquemas de color completamente erróneos para sus ojos. Titus creía en la baladronada del luren de que conocía setenta u ochenta diferentes sistemas científicos y no le preocupaba aprender otro más, incluso uno basado en «un extrañamente incoherente modelo de la realidad».
Titus jamás consiguió que H’lim elaborara esa observación, y de hecho el luren se disculpó profusamente, intentando convencer a Titus de que no había intentado menospreciar los logros de la Tierra.
—Quizá sólo sea que no he tenido tiempo de investigar todas vuestras especialidades, subdivididas de una forma única para mí. Y tú eres un especialista dedicado, Titus. Hay tantas disciplinas de tu mundo de las que no sabes nada…, ni siquiera el vocabulario básico. Cuando esta guerra haya terminado, espero tener todo el tiempo necesario para aprender todas las otras formas terrestres de estudiar las relaciones entre espacio, tiempo, voluntad, visión y fuerza vital.
Titus admitió que ese misticismo no era evidentemente su campo, pero que la Tierra tenía toda una plétora de tales disciplinas. Sin ningún deseo de iniciar una discusión revelando su aversión hacia el resbaladizo pensamiento de la mística, Titus abandonó el tema. En retrospectiva, se dio cuenta más tarde de que había perdido su oportunidad de convertir a H’lim en un aliado de la política de los Residentes en un punto donde hubiera podido salvar un montón de vidas.
Una tarde, poco después de eso, en el laboratorio de H’lim, cuando la gente de Cognitivas se había ido finalmente y H’lim hubo asegurado su intimidad, el luren comentó:
—Ahora es sólo cuestión de tiempo, Titus. Abbot ha tenido que empezar a usar a Mirelle de nuevo, pero le he pedido que vaya con cuidado con ella. Unos cuantos cientos de horas, y debería tener ya una cantidad suficiente de esta fórmula como para hacer una prueba.
—La guerra podría quedar resuelta antes de eso.
—Cuando Inea vea a Mirelle marchitarse de nuevo, ¿qué hará?
Mientras H’lim trabajaba, hablaron de la guerra. El luren comprendía que las SS.MM. podían no vencer, pero en ese caso, insinuó, los Turistas debían de tener un plan para llevar su cuerpo latente a la Tierra. H’lim no creía estar revelando ningún secreto cuando le dijo a Titus que los Turistas habían cruzado el bloqueo, y que podían garantizar su seguridad ganara quien ganase, siempre que pudiera conseguir morir con su columna vertebral y su cerebro intactos.
O bien Abbot está mintiendo descaradamente, o ha conseguido que sus comunicaciones funcionen de nuevo. Exteriormente, Titus se limitó a asentir como si aquello fuera una vieja noticia.
—Los secesionistas desean esta estación muerta y en cuarentena indefinida. Si ganan, será una larga latencia para ti.
—Lo dudo. No debes subestimar a tu padre. ¿De veras?
Mientras observaba a H’lim trastear en su banco de trabajo, estuvo seguro de que el luren no tenía la menor idea de lo que acababa de revelar.
Tras observar que los detectores de Inea mostraban que la atención de Abbot estaba centrada en torno al observatorio y la consola de las Ocho Antenas, Titus había examinado la consola y todas las conexiones hasta la salida de la estación en busca de alguna forma en que Abbot hubiera conseguido hacer que las Ocho transmitieran su mensaje. Nunca antes había sido una primera prioridad porque las Ocho no habían tenido una ventana hacia el volumen de espacio del que había llegado H’lim. Pero ahora, con su vieja teoría regresando para atormentarle, y con una ventana así acercándose, Titus se dedicó de nuevo atentamente al hardware, no halló nada, y comprobó de nuevo todo el software.
Habían utilizado las Ocho para comunicarse, vía enlaces, con la Ganso Salvaje, así como con otras varias estaciones experimentales. Habían sido construidas para servir al programa de exploración tripulada, el cual había sido abandonado una vez más por falta de fondos. Pero las Ocho seguían aún equipadas para ser enlazadas con sus otras siete contrapartidas alrededor de la Luna, proporcionando una cobertura global de todo el firmamento.
Una buena parte de la energía de ordenador del departamento de Titus había sido diseñada para enlazar las Ocho Antenas con los satélites y los observatorios móviles, formando lo que podría haberse convertido en el primer sistema de comunicaciones de la red global de defensa de la Tierra.
Nunca había sido utilizado, ni siquiera probado. A lo más que se habían acercado era a que Abbot ordenara usar las Ocho para penetrar en las comunicaciones del bloqueo. Hasta la fecha, solamente había informado de éxitos esporádicos, con grabaciones que habían revelado poco. Ni siquiera había sido capaz de lanzar una advertencia del ataque contra la sonda. ¿Lo sabía Abbot y simplemente no dijo nada? ¿Es por eso por lo que no se mostró preocupado acerca de la posibilidad de que los humanos hallaran su transmisor? ¿Sacrificó a conciencia el dispositivo? O quizá, puesto que Titus no había oído hablar del uso incrementado del condicionamiento antihipnótico y las nuevas comprobaciones del trabajo, quizá Abbot tampoco había oído hablar de ello. Quizá no había llegado a saber lo cerca que había estado su transmisor de ser descubierto. O, si lo había sabido, quizá deseaba que la sonda fuera destruida en el ataque.
Una especulación infructuosa, se dijo Titus. Pero una cosa parecía obvia. Abbot debía de haber estado usando las Ocho para comunicarse con los Turistas por entre el bloqueo para preparar la escapatoria de H’lim. Incluso podía haber conseguido comunicarse con su control allá en la Tierra, el opuesto de Connie. En cualquier caso, cuando se abriera la ventana, estaría preparado para enviar el mensaje de los Turistas a las estrellas.
Si planeaba hacer algo así sin ser detectado, entonces debía tener una forma de impedir que Mantenimiento se diera cuenta del gasto de energía. Oh, pero ése es el departamento de Abbot. Puede alterar todos los monitores, y nadie se dará cuenta nunca.
Renovó su estudio de la consola de las Ocho, mientras imaginaba una forma de configurar su caja negra para utilizar la capacidad de transmisión de las Ocho y contactar con la Tierra. Era un uso absurdo de la batería de antenas, como matar moscas con un bate de béisbol, pero podía hacerse. Puesto que era posible, aunque no fuera razonable, Abbot probablemente lo había hecho. Pero Titus no podía ver ninguna forma de ocultar su transmisión sin una transmisión oficial de Colby bajo la que enviarla.
El poco tráfico oficial que entraba y salía de la estación ahora lo hacía vía las naves que se movían en el espacio. Sus noticias llegaban sólo por el canal audio, o en vídeo en blanco y negro como máximo. El correo personal había sido interrumpido completamente. Y, en el ataque a la sonda, habían perdido uno de sus últimos mástiles de transmisión. Aunque había un equipo trabajando en su reconstrucción a partir de los restos, había pocas esperanzas de que durara mucho. La línea de superficie a la Estación Luna había sido cortada y reparada, depurada y vuelta a reparar tantas veces que nadie confiaba ya en ella.
Durante una de las interminables reuniones de comité sobre el tema, Titus planteó una de sus primeras sugerencias:
—Podríamos utilizar las Ocho para guiar una nave de suministros no tripulada en un aterrizaje en uno de los mares, luego salir, recoger los suministros y traerlos hasta aquí. Es peligroso, pero puede hacerse.
Estudiaron la idea, y finalmente decidieron que, aunque era técnicamente realizable, los militares no iban a aceptarlo debido al peligro de intercepción.
—Los bloqueadores necesitan también suministros. Han estado obteniendo la mayoría robándonos los nuestros. Si tienen noticia de que estamos preparando una nave de este tipo, simplemente nos ganarán por la mano y llevarán los suministros a su puerta. O, si conseguimos mantener el control y hacerla alunizar, entonces ellos estarán primero allí. Será un combate mano a mano por la posesión. ¿Estamos preparados para eso?
Colby decidió que no y rechazó la idea. Pero habían transcurrido sólo dos días cuando llamó a Titus a su oficina, rodeó el lugar con un escudo de seguridad y le dijo:
—Esto es sólo para usted, un trabajo que debe hacer solo. Ha sido elegido de entre todo su departamento porque es el único cuya comprobación de antecedentes no muestra ningún lazo con los países secesionistas. ¿Tengo su palabra de que no confiará en nadie?
Desconcertado, Titus asintió. ¿Comprobación de antecedentes? ¡Oh, Connie, a veces eres demasiado perfecta! «Darrell Raaj» tenía familiares en cada una de las naciones secesionistas. Titus impidió que sus labios se curvaran ante la ironía.
—Me tomo en serio la seguridad.
—Los secesionistas tienen Goddard. Destruyeron, capturaron o inutilizaron las demás instalaciones que pueden efectuar esos cálculos. Su ordenador es el único completamente operativo, completamente de confianza, completamente seguro del que disponemos, capaz de este tipo de precisión.
—¿Qué es lo que desean que calcule? Shimon…
—¡No! Debe hacer usted esto con sus propias manos y borrar toda huella de haberlo hecho. No tiene que decir una palabra a nadie. Puede que todas nuestras vidas dependan de ello. —Titus vio los círculos oscuros debajo de sus ojos, el dolorido cansancio que gravitaba sobre ella—. Además, desde un principio esto fue idea suya.
—¿Mía? No comprendo.
—Cuando nuestras primeras naves de suministros fueron alcanzadas por los bloqueadores, usted sugirió naves no tripuladas, y desde entonces ha estado insistiendo en ello. Pasé su idea, pero creí que había sido desechada. Sólo que no lo ha sido. —Se secó la frente con el dorso de su muñeca y eliminó el fruncimiento que la surcaba—. Las Soberanías Mundiales están perdiendo esta guerra, Titus. Hemos perdido tantos ordenadores que no podemos lanzar adecuadamente misiones orbitales, y es por eso que el bloqueo resulta casi impenetrable. Ya no podemos amenazarles con la sonda. H’lim está haciendo todo lo que puede por proporcionarnos pruebas de su valía, pero eso no servirá de nada si la estación muere.
—Necesitamos suministros, Titus. No he permitido que la gente supiera lo desesperados que estamos, pero se lo digo a usted. Esta es nuestra última oportunidad. Este cargamento tiene que llegar, o todos moriremos. Y todo depende de usted.
—Sigo sin comprender.
—Contenedores de carga, no naves…, misiles no tripulados, lanzados desde la superficie de la Tierra y dirigidos a nosotros. Si nos golpean directamente, actuarán como bombas y destruirán la estación. Si alunizan cerca, pero no sobre nosotros, las SS.MM. ganarán la guerra porque los secesionistas se hallan al límite de sus recursos, pese a sus victorias. Usted puede hacerlo, Titus. Es un problema de balística elemental. Los contenedores llevan unos sencillos chorros de corrección para usar en el espacio, para compensar los impredecibles efectos atmosféricos sobre el alunizaje. Serán controlados desde aquí por la Batería de las Ocho.
Era un problema sencillo. Tenía los programas para ello.
—Necesitaré datos: la masa…
Ella dio una palmada a una cásete que tenia ante sí sobre el escritorio.
—Todo está aquí. El cronometraje…, todo.
El tomó la cásete, y su mano tembló cuando se dio cuenta de que Connie habría metido probablemente sangre a bordo para él. A estas alturas, debía haber penetrado ya en su seguridad. Los últimos días había estado vomitando la sangre orl tan violentamente que había empezado a pensar seriamente en el ofrecimiento de Inea de su sangre, que ella le repetía cada vez que él tenía problemas. Aferró la cásete con los datos con ambas manos y le dijo a Colby:
—Se lo comunicaré cuando esté hecho.
—Hay otra cosa. —Comprobó la bancada de medidores y alarmas frente a ella, luego alzó sombríamente los ojos—. Protegerán los misiles de suministros con un cebo. Los misiles serán unos blancos muy fáciles si son detectados, así que el plan es mantener a los secesionistas ocupados con otra cosa… —Se interrumpió y se inclinó urgentemente hacia delante, con el sudor perlando la línea de su cabello—. Titus, tres hombres han muerto trayendo esta información por superficie desde la Estación Luna, a pie, porque no se atrevían a radiarla o a atraer la atención con vehículos. Tenemos una filtración en esta estación. Si dice usted una palabra…
Un traidor. No le sorprendió. Entre los rescatados de la nave secesionista que se había estrellado y ahora algunos mensajeros de las SS.MM., incluso podía haber otro asesino en la estación.
—No diré nada. ¿Tengo que saber algo acerca del cebo?
—Sí. Para el cronometraje. Está todo aquí, pero no las razones por las que tiene que ser todo tan exacto. Un convoy de superficie idéntico a los que han estado intentando enviarnos estará dispuesto para atraer el fuego del enemigo justo antes del momento en que lleguen los contenedores. El convoy estará cargado con explosivos. Los contenedores tienen que llegar a tiempo y en el blanco. Si golpean la estación, estamos muertos. Si golpean demasiado cerca del cebo serán destruidos, perderemos los suministros, la guerra y nuestras vidas. Los bloqueadores necesitan suministros también. Se lanzarán sobre ese convoy para capturarlo, no para destruirlo. Se trata de una operación gigantesca, cuidadosamente planeada, de alta precisión. No puede Usted improvisar. No puede crear o bordar. Tiene que hacer exactamente lo que ha recibido instrucciones de hacer, exactamente tal como se le ha solicitado.
—¿Comprende usted eso, Titus? Todo depende de usted.
—Entiendo.
—Bien. Hágame saber cuando esté listo para transmitir los datos. Y no olvide que estamos presionados por el tiempo.
Él se limitó a mirarla.
Azarada, ella hizo una mueca.
—Bueno, sí, todos los demás olvidan la presión del tiempo.
Se puso a trabajar inmediatamente, y no fue en absoluto tan difícil como parecía. Los planificadores de las SS.MM. habían pensado realmente en todo, incluso en los problemas ocasionados por el cálculo en la Luna y el lanzamiento desde la Tierra. Tienen que haber estado planeando esto desde la primera vez que lo sugerí. Pero también estaba seguro de que la sugerencia había sido tan obvia que los demás tenían que haber pensado en ella mucho antes que él.
Inea se mostró curiosa acerca de sus actividades, pero él le dijo sinceramente que estaba reabriendo las comunicaciones con los operativos Residentes que podían enviarle sangre. Shimon revoloteó a su alrededor hasta que convenció al israelí de que estaba trabajando de nuevo sobre los datos de la Ganso Salvaje, sólo para tener algo de lo que ocuparse.
Luego Abbot descubrió a Titus desmantelando la consola de las Ocho en el observatorio, preparándola para conectar su caja negra.
—Titus, ¿qué estás haciendo? —preguntó.
—Espiándote, ¿qué otra cosa?
Abbot se acuclilló para mirar dentro del mecanismo, con las manos colgando sobre sus rodillas.
—No pareces haber causado ningún daño. Escucha, sea lo que sea lo que hagas, no utilices las Ocho para enviar ningún tipo de señal. Sólo estoy recibiendo fragmentos de mensajes porque no he estado orientando las antenas, pero estoy convencido de que los bloqueadores creen que las Ocho están muertas. Si algo se mueve en ellas, las bombardearán. Si captan cualquier tipo de señal procedente de ellas, las bombardearán. Son demasiado valiosas para perderlas, Titus. No te arriesgues.
—¿Crees realmente que ellos destruirían algo tan valioso? Dudo que piensen que están muertas. Han decidido reservarlas porque son las últimas que siguen operativas.
Abbot estudió a Titus por un momento, luego se acercó un poco más.
—De acuerdo, escucha. Mis… amigos entre los bloqueadores han informado que las Ocho están muertas, y así las han dejado de lado. Después de su triunfal destrucción de la sonda, los secesionistas creen que están ganando, Titus, ¡y es cierto! Si ganan, no habrá dinero para reconstruir tus observatorios orbitales o baterías de antenas o nada. Tenemos que salvar lo que podamos, así que no energices ni orientes la Batería.
—Comprendo la situación —dijo Titus.
Dos horas más tarde, había conectado la consola de las Ocho a su caja negra, sintonizada al canal especial que utilizaban para comunicarse con la Tierra.
A la primera oportunidad, Titus informó a Colby de que Abbot creía que los bloqueadores consideraban a las Ocho muertas.
—No estoy tan seguro de que debiéramos seguir adelante con esto. Tendremos que orientar y energizar la Batería dos veces, una para enviar los datos de lanzamiento, y la otra para corregir la órbita. Si Abbot tiene razón, puede costamos la Batería y nuestra única oportunidad de interceptar las comunicaciones de los bloqueadores.
—El proyecto de Abbot no salvó la sonda, y la Batería no es en realidad el instrumento más adecuado para enviar señales a la Tierra. Si la perdemos, la ciencia perderá mucho, pero nuestra posición estratégica no será mucho peor. El otro mástil de la antena está casi terminado, y puede ser lo bastante potente como para alcanzar la Tierra sin ningún enlace. —Colby no podía pedirle a la Tierra una decisión, así que paseó varias veces en tomo a su escritorio como un animal enjaulado antes de decirle finalmente a Titus—: Tenemos que arriesgar la Batería. Con las diversiones planeadas, es posible que nunca se den cuenta.
Cuando el sol asomó por encima de la estación, la vitalidad de Titus se hundió, y se obligó a sí mismo y comprobarlo todo una y otra vez en busca de posibles errores debidos a la fatiga. Pero, unos pocos días más tarde, tenía las tabulaciones listas para ser transmitidas, con todas las posibilidades cubiertas. También tenía un mensaje de prueba listo para Connie, con un informe completo preparado para enviar si ella le devolvía la señal de código. Era un riesgo. Si el control de tierra en el lugar del lanzamiento balístico captaba la interferencia de que sus ordenadores estaban filtrando la señal de Titus y se daban cuenta de que ésta era en sí mismo una señal, esto podía anular toda la operación porque pensarían que se trataba de un quebrantamiento de la seguridad por parte de los secesionistas. El endurecimiento resultante de la seguridad podía arruinar todos los planes de Connie.
Justo antes del momento de la transmisión, Colby acordonó el laboratorio de Titus y lo llenó con auditores de Brink, afirmando que tenían que ponerse al día con el papeleo. Eso no atrajo ninguna atención porque los auditores habían estado trabajando constantemente por toda la estación y, desde el bloqueo, Colby los había estado utilizando para mantener a la gente demasiado ocupada para pensar.
Con esa seguridad en su lugar, Titus deseó asegurarse también de que su caja negra funcionaba correctamente, así que apartó la tapa de la consola para revisar todas las conexiones. Sólo fue entonces cuando descubrió una placa que no debería estar allí. Al principio pensó que la fatiga estaba embotando su mente, pero cuando no pudo descubrir esa placa en ningún diagrama de circuitos se dio cuenta de que había descubierto el transmisor alternativo de Abbot…, o, como mínimo, su medio de comunicación con los Turistas.
—¿Ocurre algo, doctor Shiddehara? —preguntó un guardia.
—Hum, no, sólo que tengo que sustituir esto. Produce un cortocircuito intermitente. —Nadie dijo nada cuando depositó la placa en su oficina y fue en busca de otra, totalmente inocua, que insertó sin conectarla a nada.
Siguiendo las órdenes de Colby, Titus envió sus cálculos, englobando las predicciones meteorológicas locales en el lugar del lanzamiento y los movimientos orbitales conocidos de las naves de bloqueo. Los medios de comunicación habían informado de que los secesionistas se preparaban para tomar la Estación Luna, el último bastión de las Soberanías Mundiales en la superficie de la Luna.
Tal como esperaba, Titus no recibió ningún acuse de recibo de que sus datos habían llegado a la Tierra, sólo el tedioso estrechar de manos, dígito a dígito, de ordenador a ordenador con el de la superficie. Los datos fueron a alguna parte, pero no tenía ninguna forma de saber quién los había recibido.
Mientras aguardaban la hora del lanzamiento, en cuyo momento Titus tendría la oportunidad de corregir los errores en órbita, Titus fue a su oficina para guardarse en el bolsillo el dispositivo de Abbot. No esperaba ser registrado al salir, pero si así era, diría simplemente que llevaba la placa al taller para repararla. Comprobando la consola, descubrió que Connie había solicitado su informe con el código adecuado, y que de vuelta su caja negra había captado una breve nota suya. «Próxima caravana de Estación Luna lleva provisiones para ti. Sigue adelante. Hacemos lo que podemos.»
Con el corazón latiendo fuertemente, empezó a introducir una advertencia para desviar sus esfuerzos hacia los contenedores, y entonces se dio cuenta de que los contenedores tenían que estar ya preparados, y que sin duda la falsa caravana estaba siendo cargada ahora en la Estación Luna. Es demasiado tarde. Fueran cuales fuesen los milagros que se habían preparado, fueran cuales fuesen los sacrificios que habían reportado esos milagros, la sangre sería destruida cuando el convoy les estallara en la cara a los bloqueadores.
Conectó con manos decididas pero temblorosas la Batería de las Ocho, tomó los datos orbitales, recalculó la órbita, y situó los contenedores orientados de nuevo a su blanco, un círculo de ciento cincuenta metros de diámetro a menos de un kilómetro de la estación. Iba ser un alunizaje «duro» y se producirían algunas pérdidas, especialmente puesto que la zona del blanco no estaba completamente libre de rocas. Pero en una ocasión había sido despejada y nivelada, para utilizarla como área de estacionamiento mientras estaba siendo construida la estación. La mayor parte de los suministros sobrevivirían al impacto.
Cuando salió del laboratorio, Titus halló a Abbot hablando con un guardia. Interrumpió su conversación y siguió a Titus.
—Has conectado la Batería, ¿verdad? Colby no me ha permitido entrar. Titus…
Éste no interrumpió su paso, sintiendo el peso de la placa robada rígido en el bolsillo de su bata de laboratorio.
—Si deseas saber lo que hallaron los auditores, pregúntale a Colby.
—Titus, no sabes lo que estás haciendo…
—…y, en estos momentos, estoy demasiado cansado para averiguarlo. —Titus pulsó el botón de llamada del ascensor y se sobresaltó cuando las puertas se abrieron casi en seguida delante de su nariz. Se deslizó dentro y pulsó el botón de cerrar las puertas antes de que Abbot pudiera seguirle. Dejó a su padre echando espuma. ¡No puedo creer que tenga su transmisor y él ni siquiera lo sepa! Pero Titus ni siquiera sentía una sensación de triunfo. Abbot había parecido tan desencajado.
Cuando las puertas se abrieron de nuevo, Titus sintió la bajada de la tensión. Nada ocurriría ahora durante días, con los contenedores en órbita de caída libre.
Regresó a su habitación, debilitado por el peso de la luz diurna del exterior y el frío conocimiento de que, después de todo, no habría sangre para él. Ni siquiera el chillido de alegría de Inea cuando le mostró su botín elevó su espíritu.
Juntos, en una especie de solemne ceremonia, rompieron la placa en una docena de trozos y arrojaron algunos de ellos por el triturador de desechos. Titus se sintió como un traidor por no decirle a Inea que tenía el otro transmisor intacto, oculto en la habitación de H’lim.
Aquella noche, pese a todo lo que Inea pudo hacer, ni una sola gota de sangre orl quiso permanecer en su estómago. Cubierto de frío sudor, Titus se enroscó en torno a su dolorida cintura y se acurrucó en una esquina de la cama, luchando por respirar lo bastante someramente como para no despertar las perpetuas arcadas secas.
Podría vivir. Si recurriera a un proveedor. Había aceptado aquel trabajo con el conocimiento de que podía llegar a ser necesario, pero la idea nunca se le había presentado de forma real antes. Estoy tomando ectoplasma de Inea, y en estas condiciones no puedo ayudarla a reemplazarlo. No puedo seguir de este modo.
Apretó fuertemente los brazos contra sí mismo e intentó no pensar. Al cabo de unos momentos, se levantó y dispuso sus cables en torno a la cama para poder dormir. En aquel momento, asomos de un aroma seductor invadieron sus senos nasales. Su garganta se licuó y rodeó el dulzor como para tragar el alimento.
No. ¡Inea! Antes de que pudiera moverse, ella apretó un reborde duro contra su boca y lo inclinó de modo que la sangre corrió garganta abajo y se vio obligado a tragar. Sangre humana fresca. La sangre de ella, cálida aún de su cuerpo, repleta con su vida, doliendo con su amor. Tembloroso por la necesidad, intentó apartarse, sabiendo que no había fin a lo que podía llegar a hacer para conseguir más.
Ella volvió a apretar el vaso contra su boca, y él vio el torniquete rodeando aún su brazo, la torpe marca allá donde la aguja había penetrado en la vena.
—Bebe, Titus, o habrá sido un desperdicio.
Lo hizo. No pudo evitarlo. Al cabo de un momento se descubrió a sí mismo sentado con las piernas cruzadas, sujetando entre sus manos el vaso que había lamido hasta dejarlo limpio e inhalando el aroma. No había sido suficiente. ¿Sería suficiente alguna cantidad?
—Abbot te dijo que lo hicieras.
—No. Fue idea mía. H’lim me dijo que probablemente no sería tan adictiva si te la daba en un vaso.
—¿H’lim dijo eso? —Sus ojos se clavaron en el torniquete, y ella alzó la mano para soltarlo.
—Puedes tomar más —dijo, y tendió su brazo. Mostró sorpresa, y quizá incluso decepción, cuando él simplemente retiró el torniquete—. H’lim dijo que quizá la sangre humana asentara tu digestión y así pudieras aceptar algo de sangre orl.
El enrolló expertamente el torniquete en torno a su mano y lo ató.
—Inea, no deberías haberlo hecho. Un solo humano no puede mantener a uno de nosotros, y no me atrevo a empezar con nadie más.
—Muy pronto, H’lim tendrá preparado su estimulante.
—Si no tiene un poco más de éxito que con la sangre orl, será peor que inútil.
—El bloqueo no puede durar mucho más tiempo, entonces te llegarán tus propios suministros.
—No lo comprendes. Si piensas que mi reacción a la sangre orl es mala, aguarda a ver lo que me hará la sangre reconstituida después de esto. —Hizo un gesto con el vaso. Por otra parte, se sentía mucho mejor.
—H’lim dijo que no sería tan malo como tomada directamente.
—El no lo entiende. Será lo bastante malo.
Finalmente, dolida por su rechazo, ella se apartó.
—Si quisiera deprimirme, simplemente hubiera puesto las noticias.
—Entonces, ¿por qué no lo haces? —restalló él, e inmediatamente lo lamentó.
Ella giró en redondo y pulsó violentamente los controles del videocom.
Él dejó su vaso a un lado, se situó detrás de ella y la rodeó con sus brazos, empujando su cuerpo hacia él; no ofreció resistencia.
—Lo siento. Ha ayudado. Obviamente, ha ayudado. H’lim tiene razón, constituye una diferencia. El corazón es eléctrico, ¿sabes? Los impulsos son perceptibles en la sangre arterial. No hay nada como ello, y nada en absoluto como las fuerzas que proporciona…, o el loco deseo de más. Te quiero más que a mi propia vida, pero hubiera bebido de ti hasta que murieras si me hubieras forzado a ello en ese momento. Pulsaste un reflejo, Inea. Ahora que sabes el poder que tienes sobre mí, espero que lo ejercites con contención.
Ella mantuvo sus ojos fijos en la pantalla, donde el periodista estaba leyendo una lista de las bajas de guerra.
—H’lim dice que los orls tienen una especie de poder sobre los luren también, pero que sólo son animales y no saben cómo utilizarlo. Titus, yo no soy un animal. No te haré daño. Y sé, pese a lo que tú pienses, que tú no me harás ningún daño tampoco. Temes hacerlo, pero no puedo dejar que ese temor te mate… por nada.
—Todavía estoy a mucho camino de morirme de hambre. —El frenesí por alimentarme llegará primero. No, no puedo arriesgarme a eso. Tengo que tomar medidas drásticas mucho antes de ello. Puesto que los cadáveres no podían ser embarcados de vuelta a la Tierra debido a la cuarentena, lo que contemplaba significaba la muerte definitiva.
Ella se retorció en sus brazos y clavó los dedos en su nuca.
—Titus, no te viste a ti mismo en esa cama, hace unos minutos. Cuando te vi, pensé que habías muerto, ¡qué te había perdido cuando creíamos que finalmente habíamos derrotado a Abbot! Él no podía desilusionarla acerca de la derrota de Abbot.
—Comprendo por qué has hecho lo que has hecho, pero no quiero que vuelvas a hacer nada parecido. Inea, puede ser peligroso para ti. Y…, los cadáveres mutilados son difíciles de explicar.
Sus brutales últimas palabras penetraron finalmente en ella pero, antes de que pudiera responder, el suelo se estremeció con un ominoso retumbar que rodó a través de todo el complejo. La pantalla siseó y se apagó. Las luces parpadearon, luego se afirmaron, y en la distancia hubo el breve chillar de una alarma de descompresión.
Ella se aferró a él con un estremecimiento mientras él tendía la mano hacia los controles de la pantalla. Colby estaba en un canal interno, y las noticias no eran buenas.
—…líneas de superficie que controlan la Batería de las Ocho han sido cortadas, aunque la Batería en sí no ha resultado dañada.
Colby no traicionaba nada de la esperanza de que los suministros hubieran llegado al blanco, de que el engaño hubiera funcionado mermando el equipo de los bloqueadores al estallar, y de que las SS.MM. se hubieran situado de nuevo por delante en la guerra. Prefería enfrentarse a la desesperación en la estación que correr el riesgo de una filtración prematura al bloqueo.
Valor. Valor humano. Observándola, Titus sintió que su propio valor revivía y fue consciente de la línea de afinidad con los humanos que era tan significativa para la filosofía de los Residentes.
—Creo que tal vez tengas razón, Inea; tal vez, sólo tal vez…, no te haría daño. No deseo intentarlo, compréndelo, porque es demasiado arriesgado, pero…
—Simplemente no te atrevas a intentarlo con nadie sin decírmelo primero.
—No tengo intención de intentarlo con nadie. Sólo deseo que sepas cuánto te quiero, antes de pedirte un poco más de tu sangre.