18

Los jefes de departamento contemplaron la cobertura por televisión durante un par de horas hasta que empezó a repetirse. Veinte figuras clave de las SS.MM. afirmaron que la sonda sería lanzada según lo previsto y que la estación sería reaprovisionada aunque las naciones que habían establecido el bloqueo tuvieran que ser derrotadas militarmente. Nadie en la estación creía que esto fuera una opinión unánime, o que los suministros llegaran pronto.

Las siguientes tres horas transcurrieron en la creación de un nuevo y más estricto plan de racionamiento, y cuando finalmente se separaron, Colby tenía el no envidiable trabajo de presentar su lista de necesidades inmediatas urgentes a Irene Nagel.

En el momento en que Titus se vio libre de abandonar su asiento, cargó hacia la puerta y se encaminó a su laboratorio y a su enlace único con Connie. Fraccionalmente por delante de los demás, alcanzó los ascensores mientras sus colegas aún estaban saliendo. En su laboratorio, halló a su gente pegada a las pantallas, contemplando el reportaje sobre el bloqueo o el anuncio oficial de racionamiento de la estación.

Se volvieron hacia él en el momento en que apareció. Desánimo, indignación, incluso rabia, coloreaban su miedo. Todos habían aceptado los peligros de la misión lunar, pero nadie había firmado para luchar en una guerra, albergar a un alienígena vivo o morir en la Luna.

—¡Digo que deberíamos ejecutar a la bestia innatural! —gritó alguien—. Terminar lo que empezó el accidente de la nave. Entonces…

—¿No has oído? —interrumpió una mujer—. Consideran la estación contaminada. Matar a H’lim no cambiará eso.

—Todavía pueden enviarnos suministros…, incluso bajo cuarentena —argumentó Shimon—. No moriremos.

—Nos quieren muertos. No desean que el conocimiento de H’lim llegue a la Tierra. Están lo bastante asustados como para bombardear la estación con armas nucleares.

Titus alzó las manos pidiendo silencio y declaró:

—Unas pocas personas, unas pocas naciones en la Tierra, se han visto presas del pánico, pero eso no es razón para que nosotros hagamos lo mismo. La mayoría de los humanos son gente lo suficientemente cuerda, razonable, práctica, como para valorar la vida…, incluso la nuestra, incluso la de H’lim. Sobreviviremos hasta que prevalezca el buen sentido, y seguiremos haciendo el trabajo para el que fuimos contratados.

Con eso, se metió en su oficina y cerró la puerta, deseando poder creer en sus propias palabras. Habían sonado horriblemente débiles, pero el nivel de ruido se apaciguó.

Se sentó con dedos temblorosos y tecleó el código de acceso a su buffer de mensajes. Por supuesto, había uno de Connie, pero se interrumpía a media frase, como si la comunicación hubiera sido cortada. A sólo unos minutos del aviso de ataque contra la Barnaby Peter, había conseguido enviarle una breve advertencia de que debía detener a Abbot a toda costa y resistir hasta que ella pudiera reaprovisionarle.

Se rodeó el pecho con los brazos y dejó que el shock le recorriera de pies a cabezas. Después de todo, voy a morir de hambre en la Luna. ¡Hubiera debido escuchar a mi intuición! Al cabo de un rato, empezó a pensar y a planear de nuevo.

Si el bloqueo funcionaba pese a la determinación de las SS.MM., eso lo cambiaría todo. No podrían terminar de construir la sonda, no podrían lanzarla, y así no necesitarían ningún mensaje ni datos sobre el blanco. No había forma alguna de defender la estación, el hangar de la sonda o la plataforma de lanzamiento de un ataque directo. Las residencias podían ser seguras contra explosiones de baja potencia, pero las instalaciones de superficie serían barridas…, incluso los colectores solares y las antenas. Pese a todo lo que las SS.MM. pudieran hacer, el bloqueo podía funcionar, y entonces, ¿qué harían los Turistas…, y más específicamente Abbot?

Titus había renunciado a intentar interceptar las comunicaciones de Abbot con los Turistas con base en la Tierra. Sólo podía adivinar cuáles eran las órdenes que había recibido Abbot. Llamó su archivo de notas y listó sus preguntas. ¿Qué había estado construyendo Abbot después de que descubriera que la fuente de energía de su transmisor había desaparecido? ¿Cuánto daño había causado a la actitud de H’lim hacia los humanos? Titus creía haberse anotado más puntos con H’lim que Abbot, pero no podía estar seguro. ¿Cómo pensaba sobrevivir Abbot ahora que el uso de la Influencia sobre sus proveedores era tan peligroso?

Claramente, fuera lo que fuese lo que Abbot intentaba, tenía que estar trabajando contra el tiempo más de lo que nunca había esperado. ¿Conduciría esto a que Abbot cometiera errores, corriera riesgos?

Titus se puso en los zapatos de Abbot, contempló de nuevo la situación en su conjunto, y de pronto supo.

Los secesionistas se apoderarían de las instalaciones lunares que estaba utilizando el Proyecto Llamada, incluidas las antenas. Las SS.MM. habían rechazado la idea de enviar el mensaje desde aquí a fin de impedir que unos galácticos posiblemente hostiles consiguieran una orientación direccional del haz y lo siguieran directamente hasta la Tierra.

Pero su decisión no ligaba a los Turistas y, si la sonda no era enviada —o posiblemente aunque fuera enviada—, no vacilarían en utilizar las antenas. Deseaban que los luren supieran la localización de la Tierra y acudieran allí tan rápido como fuera posible.

Pensando en ello, Titus se preguntó si los Turistas habían sabido del bloqueo con anticipación y habían enviado a Abbot órdenes de cambiar a la utilización de las antenas bajo la suposición de que la sonda nunca llegaría a partir. Abbot podía haber estado construyendo un segundo transmisor destinado a usar las antenas. Y Connie lo sabía, lo cual explicaba su advertencia de que debía detener a Abbot. Sus otros operativos intentarían detener a los Turistas, que sin duda se estaban infiltrando en las fuerzas secesionistas en la Luna con la intención de utilizarlas para conseguir el control de las antenas.

Los dedos de Titus volaron sobre el teclado, pidiendo una lista de las naciones secesionistas mientras luchaba por recordar todo lo que Connie le había dicho del despliegue de los Turistas en el mundo. ¡Pueden hacerlo! ¡Maldita sea, pueden hacerlo! Pero ¿puede Connie detenerlos? ¡Qué ironía! Los secesionistas, los humanos más opuestos a alertar a los alienígenas, estaban en realidad facilitando esa llamada. Abbot debía encontrar aquello delicioso.

Pero, mientras hubiera esperanzas, el objetivo principal de los Turistas estaría centrado en el lanzamiento de la sonda. En cualquier caso, sin embargo, con sonda o mensaje enviado desde el suelo, necesitaban el texto de H’lim, y eso sería trabajo de Abbot. Después de que la simple presencia de H’lim hubiera desencadenado la rebelión armada, Abbot no esperaría que las SS.MM. incluyeran el texto de H’lim en el mensaje oficial de la sonda.

Titus saltó fuera de su silla y estaba ya a medio camino a través del laboratorio cuando Shimon y un grupo se le acercaron.

—Doctor Shiddehara, ¿cuáles son sus órdenes?

La pregunta era más un desafío de autoridad que una simple petición de directrices. Esa gente estaba asustada. Adoptó un tono positivo y tranquilo y sostuvo sus palabras con una débil Influencia.

—La doctora Colby espera recibir suministros para completar inmediatamente y lanzar la sonda, incluso sin toda la carga de instrumentos y experimentos.

»Dada la nueva situación, a este departamento se le solicitará que facilite una decisión final acerca del blanco dentro de un plazo de días. En consecuencia, convocaré una reunión del departamento para mañana por la mañana, y solicitaré informes por escrito de cada uno de ustedes sobre el estado de sus trabajos. Deseo resúmenes de los datos de la Ganso Salvaje y de los nuevos datos fisiológicos sobre el alienígena. Deseo resúmenes verbales de cada uno de ustedes. Considérense bajo trabajo intensivo. —Se dirigió hacia la puerta, luego se volvió con un calculado—: Oh, y habrá bonificaciones si conseguimos salirnos con bien de todo ello.

Se marchó dejando tras de sí un sorprendido silencio.

Encontró a H’lim en Biomed, junto a un corredor subterráneo, supervisando la habitación vacía que iba a convertirse en su propio laboratorio. Los cuatro guardias estaban apostados fuera de la puerta. Dentro, Inea iba de un lado para otro en un rincón del que había sido retirado todo el equipo. Cerca de ella había una puerta abierta que revelaba un pequeño lavabo. Abbot permanecía al lado de H’lim, tomando notas en un bloc de pedidos.

—Creo que todavía tenemos en stock algunas incubadoras de temperatura variable…, nuevas y completamente estériles. Más o menos de este ancho y alto —hizo un gesto contra una pared—. Tienes que haberlas visto…, con estantes móviles.

—Sí. Sé a qué tipo te refieres. Pero también necesitaré agua corriente, y…

—No hay ningún problema…, está junto a los bancos de trabajo. —Señaló varias tomas que salían del suelo, junto a la pared—. Ahora las centrífugas…, teníamos tres en reparación la semana pasada, y creo que podemos… Oh, Titus, me preguntaba adónde habías ido.

—Me alegra que estés ayudando a H’lim a organizar el laboratorio —comentó oblicuamente Titus mientras escrutaba la estancia en busca de cámaras.

Siguiendo su mirada, H’lim dijo:

—La doctora Colby ha autorizado graciosamente la retirada de las cámaras, y Abbot se ha ofrecido a montar un escudo magnético en torno a todo lo demás. Debería ser posible trabajar aquí.

Inea avanzó hacia ellos, saludó a Titus y dijo a H’lim:

—Creo que los ordenadores encajarán en ese rincón. ¿Los quieres mirando a la pared o a la habitación?

—No me importa mientras pueda utilizar los archivos de datos que ya he construido y no tenga que luchar contra esas luces. —Ajustó sus gafas y observó la puerta cerrada detrás de Titus. Bajó la voz y añadió—: Dadme diez, quizá quince días después de que haya analizado vuestras muestras de tejido, y tendré un primer lote de mi estimulante preparado para probar.

—Puede que estés sobreestimando lo que puede hacer nuestro equipo —advirtió Abbot.

—Quizá. Pero, si André se presenta con la sangre orl como prometió…

—Su primer lote fue un fracaso —observó Abbot.

—Descubrí lo que había hecho mal —argumentó H’lim—. Es mi campo, ¿sabes? —Su tono era llano, pero no había ningún error en el desafío—. Creo que habrá suficiente para nosotros tres. Cuando mi estimulante esté preparado…

—No debes olvidar —advirtió Titus— que tendrás que pasar la mayor parte de tu tiempo produciendo algo que Colby pueda transmitir a la Tierra, algo inocuo pero comercialmente viable. Si demostramos que eres un recurso valioso, no sólo una responsabilidad, el bloqueo no durará mucho.

Como disculpándose, Abbot dijo:

—Mi hijo es un idealista y un tanto ingenuo acerca de la política humana, pero tiene razón. Tu principal prioridad debe ser producir para Colby, y puede que necesites aprender mucho antes de que puedas ser efectivo.

—Mi formación es suficiente. No, el problema del tiempo reside principalmente en ocultar mi auténtico trabajo de aquellos familiarizados con el campo que deseen averiguar lo que estoy haciendo. Es por eso por lo que necesito el acceso a las notas que he estado tomando. Tengo que pensar en algo que pueda decir que estoy haciendo cuando en realidad estoy preparando el estimulante. ¿Cuándo estará listo todo esto? —Hizo un gesto hacia la habitación vacía.

Abbot contempló el bloc de pedidos.

—Esta noche.

—Puedo tener tu ordenador instalado en unas tres horas —ofreció Inea—. Y he solicitado un enlace directo para tu habitación, cuando tengas dispuesta una, a fin de que puedas trabajar desde allí también. Empezaré ahora. —Se volvió hacia la puerta.

—Iré contigo —dijo H’lim, y ella se detuvo—. Quizá pueda encontrar algún lugar donde sentarme y trabajar en ese mensaje que deseabas, Abbot. Es un desafío hacerlo tan corto y sin embargo convincente. ¿Qué ocurre, Titus?

La serena expresión de Abbot se había congelado. Titus preguntó, sin apartar los ojos de Abbot:

—¿Qué mensaje, H’lim?

El rostro de H’lim se volvió hacia Abbot, que dijo:

—Básicamente, el mismo mensaje que Carol deseaba que redactara. Nada fuera de lo común.

Un gran silencio envolvió como un manto la habitación. H’lim preguntó:

—¿Se trata de un punto de desacuerdo entre vosotros? Creí…

—Nada ha cambiado —dijo Titus—. La Tierra pertenece a los humanos, y corresponde a ellos decidir qué mensaje enviar.

—No enviarán ninguno, y menos ahora, bajo la amenaza de una guerra —dijo Abbot—. Y nosotros moriremos. Todos nosotros. Tú lo sabes, Titus. Han averiguado demasiado acerca de los luren a través de H’lim. Alguien nos descubrirá pronto, y todos seremos perseguidos y muertos. No interfieras, hijo. —El aire se congeló con la Influencia de Abbot. Era una orden.

Inea se situó al lado de Titus. La mirada de H’lim aleteó de Titus a Abbot. Inea, sin reparar en la tensión, dijo:

—Abbot no comprende a la gente. Si yo fuera tú, H’lim, no aceptaría la palabra de Abbot para nada.

Los labios de Abbot se crisparon, como si estuviera reprimiendo una mueca.

—Titus, tira de las riendas de tu proveedor.

Con los dientes crispados y la garganta tensa por el esfuerzo de desafiar a Abbot, Titus susurró: —Ella tiene razón, H’lim. Abbot va a traducir tu mensaje a código de impulsos y a proporcionar una plantilla de decodificación para hacer que tu mensaje diga cualquier cosa que él desee. Nunca podrás comprobarlo…

—He descifrado los protocolos de comunicación de la Kylyd —dijo Abbot—. Podrás ver por ti mismo si cambio algo.

—¿Puedes leer el código de impulsos, incluso el código de tu propia gente?

—No —respondió H’lim a Titus—, pero Abbot reparó las máquinas que sí pueden. Carol Colby sabe eso. Utilizando los protocolos galácticos adecuados en vez de uno de los códigos digitales de la Tierra, el mensaje será legible para cualquiera.

Titus había oído que estaban trabajando en la electrónica de la Kylyd, pero no sabía que hubieran tenido éxito. Quizá se había saltado agendas de reuniones a fin de enfocarse en el problema de la escapada de H’lim.

—Pero Colby no sabe que Abbot comprende los protocolos y el lenguaje, ¿verdad?

—No, Titus, no lo sabe —respondió Abbot. Titus señaló a H’lim con un dedo.

—¡Y tú no sabes exactamente qué mensaje enviará Abbot en realidad! Tú mismo dijiste que la posición legal de los luren de la Tierra era cuestionable. Abbot no se detendrá para ligarte a nuestro destino en la comunidad galáctica, si sabe alguna forma de hacerlo.

H’lim palideció, si eso era posible para alguien de piel tan blanca como la suya. Titus observó su rígido shock y de pronto dudó de todo lo que H’lim había implicado acerca de cómo tratarían los luren a los humanos y a los luren de la Tierra. Después de todo, H’lim deseaba su ayuda para enviar un mensaje a casa. No mencionaría nada que pudiera hacerles reconsiderar su decisión de ayudarle.

—Y si conozco a Abbot —añadió—, apostaría a que sabe una forma de hacerlo. ¿No te preocupa eso, H’lim?

—No realmente. Sólo que no desearía verme implicado en tribunales de justicia durante años. Tengo un negocio del que ocuparme. Podría ir a la quiebra aguardando a testificar para vosotros.

Sonaba casi plausible, pero Titus tuvo la sensación de que había más que aquello. Abbot dijo:

—No tengo intención de atraparte en una situación insostenible, no después de toda la ayuda que nos has proporcionado. Sólo deseo programar tu mensaje en mi transmisor y asegurarme de que está en la sonda cuando sea lanzada. De esa forma, aunque los humanos conviertan la sonda únicamente en un receptor, tu mensaje llegará y tú podrás volver a casa.

El vello de la nuca de Titus se erizó. La Influencia de Abbot seguía siendo aún una fuerza palpable en la habitación, pero Titus sospechaba que estaba mintiendo, y H’lim creía hasta la última palabra de ello.

—H’lim, como tu padre, deseo que comprendas que el único mensaje que tienes que componer es el de Carol Colby.

—En realidad, no le necesito a él para escribirlo, ¿sabes? —dijo Abbot, mientras su Influencia se hacía más densa e invasora—, pero será más seguro si lo hace. Yo podría cometer algún error que trajera hasta aquí las naves de guerra en vez de las comerciales. ¿Deseas arriesgarte a eso? —La Influencia de Abbot se aferró en Titus—. No te opondrás a tu Primer Padre, ¿verdad? No ordenarás a tu hijo que se oponga a tu padre, ¿verdad?

Pese a sí mismo, Titus negó con la cabeza.

—No, no quiero arriesgarme a nada de eso.

—¡Titus! —protestó Inea, pero él apenas la oyó.

—¡Alto! —restalló H’lim—. ¡Abbot, es tu hijo!

El manto de Influencia se alzó, pero Titus siguió rígidamente en silencio, con las emociones distanciadas, sabiendo intelectualmente que esta vez había ido demasiado lejos.

—Me ha desafiado —dijo Abbot.

—¿Todo se reduce a un asunto de jerarquía para vosotros? —quiso saber H’lim—. Bien, entonces considera esto. Titus no es mi primer padre, sino mi cuarto. Debo prioridades anteriores, más fuertes, y para cumplir con ellas tengo que hacer todo lo posible por pedir ayuda, no importa lo que Titus sienta acerca de ello, o lo que tú sientas acerca de ello, Abbot. —Se enfrentó de nuevo a Abbot, y el poder de H’lim pulsó en la habitación, chocando con el de Abbot.

Permanecieron inmóviles y en silencio, enzarzados en una batalla de voluntades hasta que la Influencia de H’lim eclipsó la de Abbot, que retrocedió tambaleante, jadeando. De pronto, Titus tragó una profunda bocanada de aire, libre.

H’lim dijo:

—Si la fuerza es tu único criterio, entonces sólo prevalece mi voluntad, porque yo soy el más fuerte aquí. Si la Ley es tu único criterio, entonces no puedes desplazar a mi Primer Padre o sus necesidades. Pero prefiero llevar los negocios como negocios. El comercio se traduce a través de todos los límites de costumbre y ley, y en el comercio el valor reemplaza la fuerza. Tú me has proporcionado valor: mi vida, sostén, una posibilidad de volver a casa. A cambio, yo te ofrezco valor: algunos fragmentos de ciencia, sostén, y una posibilidad de contactar con tus raíces ancestrales. Seguramente tiene más sentido negociar que luchar.

—Suena muy civilizado —dijo Titus, con la garganta seca y dolorido por la presa de la Influencia de Abbot—. Pero, aquí, los únicos autorizados a comerciar contigo en relación a ese mensaje son los propietarios del hardware que lo debe transmitir, los humanos de la Tierra.

—Si la sonda no es enviada —dijo Abbot—, te verás atrapado aquí con nosotros hasta que mueras. ¿Deseas eso, H’lim? ¿No es este lugar… alienígena? —Hizo un gesto hacia las paredes, pero abarcando toda la instalación.

H’lim siguió pensativamente el gesto, luego volvió hacia ellos unos ojos sombríos.

—No tanto como podríais esperar —murmuró crípticamente.

Antes de que Titus pudiera preguntar qué quería decir con aquello entró Carol Colby, arrastrada por Mirelle de Lisie, que llevaba una pila de cartuchos de libros. Mirelle tenía círculos osemos bajo los ojos y sus dedos danzaban como sacudidos por la cafeína. Había perdido peso, y los angulares planos de su cuerpo se hacían evidentes a través del suelto uniforme. Su cabello parecía haber perdido lustre también, o quizá simplemente no estaba bien cuidado. Pero Titus conocía los síntomas de la depleción, y maldijo en silencio a Abbot por ello.

Mientras Colby saludaba a todos, Inea inspeccionó a Mirelle con una hosca mueca en su boca.

Colby se volvió hacia H’lim.

—He dispuesto un apartamento para usted, como convinimos. Puede trasladarse allí en cualquier momento que desee. Inea pidió para usted un terminal de ejecutivo a fin de que pueda conectar con los archivos de su laboratorio desde el apartamento, así que le he puesto cerca de Abbot. —Le tendió una llave, blanca y brillante, con su banda de código bien visible.

El pasó un dedo a lo largo de la banda y murmuró:

—Por otra parte, la filosofía detrás de la tecnología es muy extraña.

—¿He olvidado algo? —preguntó Colby.

—En absoluto —dijo Abbot, ofreciendo el bloc de notas que tenía en su mano—. Tengo ya la lista completa del equipo, así que pondré a Mintraub en ello inmediatamente. —Comunicó a Colby el programa que había propuesto mientras ella firmaba la petición.

Mientras se marchaba, captó la mirada de Titus, luego desvió la vista hacia Inea, con los labios comprimidos en desaprobación. H’lim siguió el intercambio en silencio. Titus dijo:

—Inea, le mostraré a H’lim su habitación mientras tú te encargas de la instalación de sus ordenadores, ¿de acuerdo?

Ella asintió y echó a andar hacia la puerta, pero Colby dijo:

—¡Abbot, espere! Voy a convocar una reunión especial de jefes de departamento para mañana al mediodía. Deseo informes del nuevo plan de racionamiento y puede que tenga noticias de la Tierra, así que sea puntual.

—Estaré ahí —respondió Abbot, y pasó entre los guardias, seguido por Inea. Más allá de la puerta, Titus captó un pequeño grupo de gente alargando los cuellos para echarle una mirada al alienígena.

—Y deje la puerta abierta —dijo Colby a Inea, mientras se movía de modo que fueran visibles. Bajando la voz, añadió—: Doctor Sa’ar, hay algunas realidades desagradables a las que debe usted enfrentarse. Tan pronto como yo abandone esta habitación, me someteré a un test en busca de huellas residuales de hipnotismo. Puede que consiga usted pasar algo entre nosotros, pero si descubrimos algo que le haya hecho usted a alguien, su vida puede darse por sentenciada. Y no intente dar esquinazo a sus guardias. Hay mucha gente en esta estación, en este mismo momento, a la que le gustaría verle muerto, y, aunque no tenemos aquí a nadie del tipo homicida, la violencia de grupo es siempre una posibilidad entre los humanos. Puede que algunos simpaticen con el bloqueo. ¿Comprende esto? —Miró a Mirelle, cuyo trabajo había sido el enseñar a H’lim los rudimentos del comportamiento humano.

—Comprendo el peligro al que estoy sometido, doctora Colby, quizá mucho más agudamente que usted.

—Creo que es cierto —dijo Mirelle.

—Y me siento ansioso de trabajar para demostrarles que están todos ustedes equivocados con respecto a mi. Soy un simple comerciante a quien le gustaría volver a casa, y estoy dispuesto a cumplir con mi parte.

Colby cruzó los brazos y se puso a andar en pequeños círculos.

—Así que sigue usted afirmando eso. Bien, ya veremos. Estamos muy aislados aquí, somos muy vulnerables, con recursos de pronto limitados. Haga algo para aliviar nuestra situación, y se convertirá en un héroe. ¿Comprende lo que es un héroe?

—Sí —respondió él simplemente, y Mirelle lo corroboró.

—Muéstrenos cualquier comportamiento amenazador, y estará muerto. ¿Comprende eso también?

—Sí.

—La doctora de Lisie dice que exhibe usted el clásico comportamiento humano de respuesta a la recompensa. Voy a confiar en su juicio. He entrado para usted una acreditación de seguridad equivalente a la de mis jefes de departamento, y le he puesto en nómina a fin de que pueda efectuar compras…, aunque le sugiero que no vaya paseando por las galerías comerciales: podría trastornar a la gente.

—Comprendo.

—Le espero en la reunión de mañana por la mañana con un informe sobre sus progresos aquí. Hágame saber quién desea que sea asignado como personal suyo, o pídale a Abbot que se encargue de ello por usted. Precisará un buen secretario. Se necesita toda una vida para aprender cómo manejar el papeleo de las SS.MM., y sólo Dios sabe qué hacer respecto a los impuestos. Espero que informe a su debido tiempo que se ha puesto en contacto con Biomed para enseñarles todo lo que sabe, y Ciencias Cognitivas ha solicitado una parte de su tiempo para estudiarle.

—Comprendido.

Ella se detuvo ante él.

—Espero que sí —dijo con voz dura y tensa—. Estoy poniendo mi carrera en la cuerda floja por usted, doctor Sa’ar. Será tratado como uno de nosotros sólo mientras se comporte usted como uno de nosotros.

—¿Acaso he roto mi palabra hasta ahora?

—No que nosotros hayamos descubierto… hasta ahora. Pero, mientras tanto, no deje que nadie lo atrape fuera de su apartamento sin Titus, Abbot o Inea. ¿Queda esto claro?

—Perfectamente.

Colby se volvió hacia Titus.

—El trabajo de su departamento no es menos importante pese a todas esas tareas añadidas —empezó.

—Lo había imaginado —respondió Titus, e informó del trabajo intensivo que había autorizado a fin de que su gente pudiera preparar un resumen para la mañana—. Mi personal está manejando bien las cosas, pero Cellura se ve desbordada. La he puesto a trabajo intensivo también.

Colby asintió y tomó nota en el bloc electrónico que llevaba.

—Simplemente vea que dedica el tiempo suficiente al descanso y al ejercicio. No deseo que nadie se desmorone. No ahora. —Con eso se marchó, dejando a Titus a solas con Mirelle y H’lim.

Mirando marcharse a Colby, Mirelle dijo:

—Últimamente no es ella misma. Demasiada presión y demasiado poco descanso.

—Está asustada —dijo H’lim.

Mirelle le miró parpadeando, luego exhibió una sorprendente sonrisa que barrió el cansancio.

—¡Aprende usted rápido! —Tendió la pila de cartuchos con los que había entrado en la habitación y recitó—: Tome, ésos son los libros que le prometí. Los he anotado para usted, así que no tiene que leerlos completos. —Seleccionó dos y dijo—: Este es el Burke sobre Retórica, y este otro es la Tabulación de Variables de Kine, sin abreviar. El capítulo veinte lista los quince grados de cierre del párpado, pero la mayor parte de las culturas humanas sólo reconocen cinco como máximo. Los capítulos después del veinte se refieren a cinemorfismos complejos, así que no se preocupe por ellos. Sólo le confundirán.

H’lim acarició el plástico.

—Oh, creo que esto será tremendamente valioso. Gracias, Mirelle.

Ella miró a Titus sin nada del flirteo que siempre le había mostrado.

—¿Quieren que les acompañe al apartamento de H’lim?

Parecía totalmente desinteresada. Abrumado por la piedad, Titus dijo:

—No, no. Sé dónde está.

—De acuerdo. —Le tomó un momento reunir sus fuerzas, luego les dijo adiós y se deslizó fuera de la puerta justo en el momento en que un hombre y una mujer se preparaban para entrar un largo banco de trabajo. Al ver a Titus y a H’lim, el hombre llamó y dijo:

—¿Todavía no están preparados para esto?

—Adelante, es todo suyo —dijo Titus—. Ahora nos marchábamos.

Se deslizaron por un lado de la obstrucción, y los guardias se situaron a su alrededor, sin dejarles ocasión de hablar hasta que llegaron al apartamento. Titus no deseaba arriesgarse a envolver sus palabras por miedo a que alguien pudiera descubrir cómo los guardias, que caminaban a su lado, no podían recordar nada de lo que habían dicho.

Cuando abrieron la puerta, hallaron un apartamento muy parecido al de Titus, pero decorado en blanco y negro, con una moqueta gris. La cocinita tenía mármol negro y accesorios dorados, y había algunas pinturas africanas en las paredes. H’lim hizo una mueca ante su primera visión del lugar.

—¿Es ofensivo el blanco y negro para ti? —preguntó Titus.

—No. Oh, no, está bien. —Agitó las manos a través de la barrera del umbral como si empujara melaza—. Lo arreglaré para que sea un hogar para mí. Mientras tanto, ¿quiere usted pasar, por favor? —Pronunció la educada frase con rígida pero adecuada entonación, tan adecuada que Titus casi se echó a reír cuando H’lim le miró de reojo para ver si lo había hecho bien.

—Muchas gracias —entonó con una reverencia, y cruzó el umbral, cerrando la puerta a los guardias.

Las pocas posesiones personales que H’lim había adquirido estaban apiladas sobre la cama, al lado de mantas y sábanas dobladas. Los cables del generador de campo que Abbot había construido estaban enmarañados pero no rotos.

Mientras desenmarañaban el lío, hacían la cama, y Titus le mostraba a H’lim cómo funcionaba todo, Titus preguntó:

—¿Crees que tu gente me hubiera dado tanto como lo que Colby te ha dado a ti? En caso de que las posiciones estuvieran invertidas, quiero decir.

—Posiblemente. Colby es una persona sorprendentemente valerosa. Estoy maravillado ante su atrevimiento.

—Creo que espera que, si consigues volver a casa, recordarás cómo fuiste aceptado aquí y dirás algunas buenas palabras en favor de los humanos de la Tierra.

—Por supuesto. Pero, caso de que las posiciones estuvieran invertidas, no habría ninguna razón compulsiva para que aquellos dotados de autoridad buscaran vuestra buena opinión. Así que la situación no sería la misma.

Titus aferró aquel nuevo dato.

—¿Por qué los luren no deberían valorar nuestra buena opinión de ellos?

—Creí que resultaba obvio. Vosotros sólo tenéis un pequeño planeta, y hasta ahora no he visto nada que valga mucho para comerciar excepto curiosidades artísticas. Si la Tierra decidiera no comerciar, esto constituiría una pérdida muy pequeña. En cambio, nosotros tenemos muchos planetas llenos de cosas que vosotros podríais utilizar y una riqueza en tecnología que vosotros aún no poseéis. En esa situación, ¿cómo se comportarían los humanos? ¿No se sentiría un grupo más ansioso que el otro?

—Bueno, si nosotros no tenemos nada que la galaxia pueda desear, ¿por qué deberíamos molestarnos en intentar la comunicación?

—Yo sólo soy una persona y he visto muy poco de este mundo. Quizá vuestro mundo posea un potencial comercial que se necesiten expertos para descubrir. Donde hay una posibilidad de beneficio, esos expertos acuden y buscan intensamente con la idea de abrir un nuevo mercado. Pero hay leyes estrictas que protegen las culturas recientemente contactadas. Mirelle me ha dicho que vuestro mundo ha documentado ya la vulnerabilidad de las culturas en una relación mal enfocada. Seguro que podrás comprender…

Titus le interrumpió, dándose cuenta repentinamente de lo suavemente que había sido alejado de su pregunta.

—Por supuesto que puedo, pero tú no estás siendo totalmente honesto, H’lim. Deseas volver a casa, pero no deseas asociarte con nosotros, con los luren de la Tierra…, después de eso. Y yo quiero saber por qué.

—No vayas demasiado aprisa —advirtió H’lim mientras observaba el cuarto de baño—. Los luren de la Tierra podrían ser un mercado para mis orls.

—No lo bastante grande como para que te importara.

—Quizá. Quizá no. Pero te diré una cosa que me hace sentir incómodo. Mirelle. Lleva una marca de orl y actúa como una maestra. Es la doctora de Lisie enviada para enseñarme las comunicaciones humanas, y lleva una marca de orl que no es mía.

—¿Te hace eso sentirte hambriento?

—¿Hambriento? Siempre estoy hambriento. Pero no de humanos. He viajado mucho, Titus, pero nunca he tropezado con nada que me inquietara tanto. Creo que os vendería un cargamento de orls con pérdidas, sólo para poder sentirme bien conmigo mismo de nuevo.

Lo ha hecho otra vez, pensó Titus mientras deseaba preguntarle qué aceptaría H’lim como pago…, ¿curiosidades artísticas?

—Vendernos orls, ¿no comprometería tu posición en la galaxia?

—¿Qué? —H’lim pareció genuinamente confuso, y no sólo porque hubiera desviado su atención hacia su nueva consola.

—¿Te muestras reluctante a asociarte con nosotros, y sin embargo nos venderías orls?

—Hipotéticamente, Titus, hipotéticamente. En realidad, el status comercial de la Tierra será decidido por la ley, del mismo modo que lo será el status de los luren de la Tierra. Es un asunto complejo, y no estoy cualificado para intentar explicarlo. Aquellos cuya profesión es integrar nuevos mundos al comercio galáctico poseen ecuaciones para calcular cuánto contacto puede soportar una cultura, cuán rápidamente, qué productos, qué secuencias. Como comerciante, examino lo que puedo vender y lo que puedo comprar en cualquier mundo dado. No siempre intento comprender por qué esto y no aquello. Pero comprendo mi propio campo y cómo introducirlo a nuevas culturas. Hago buen dinero como consultor en esos asuntos, y normalmente somos los primeros en escena.

¡Y de nuevo!, se maravilló Titus, y se retiró, sabiendo cuándo había sido vencido.

—Deberíamos volver y ver cómo va el laboratorio.

—Espera —dijo H’lim—. ¿Qué es esto? —Se inclinó sobre su videocom. La pantalla mostraba un gráfico tricolor de un toro cargando contra las estrellas.

Titus se inclinó sobre su hombro.

—Es uno de los juegos de Inea. —Le contó lo de su programa de demostración, luego hizo algunas sugerencias. Inea recibió la señal y respondió. Pasaron unas horas arreglando conexiones y enseñando a H’lim los mandos remotos que tenía a su disposición. En el transcurso de todo aquello, descubrieron los archivos centrales que Colby había asignado para uso de H’lim, y Titus empezó a mostrarle qué registros debía mantener un jefe de departamento.

—Creo que la doctora Colby tenía razón. Necesito un secretario.

Utilizando el enlace, Titus descubrió que Abbot había terminado casi de supervisar la instalación del laboratorio, y le dijo a Inea que pidiera algo de cena y se reuniera con él en su apartamento para hablar de los informes que Colby deseaba para mañana. Luego escoltó a H’lim de vuelta a su laboratorio y lo dejó con Abbot, no sin cierta ansiedad. Pero Mihelich estaba también allí, junto con un siempre cambiante equipo de técnicos. No puedo estar con él a cada minuto, se dijo a sí mismo, y les deseó buenas noches.

Se detuvo en el refectorio más cercano a su apartamento y recogió una bandeja de cena, una mucho más ligera de lo habitual. El programa de racionamiento estaba empezando ya a hacerse notar.

Cuando llegó a su apartamento, halló a Inea limpiando el microondas, con su propia bandeja de la cena sobre la mesa.

—Tendrías que hacer esto más a menudo —dijo, echándose hacia atrás un mechón de pelo con la muñeca.

Él tomó la toalla y colocó una silla tras las rodillas de ella.

—Estás agotada. Yo lo haré. Después de todo, es mi suciedad. Tienes razón. No debería dejar que se acumulara tanto.

Ella se dejó caer en la silla, cediéndole el trabajo a él pero diciendo:

—No estoy tan cansada como Mirelle. Esa mujer no se sostiene en pie. Y no es sólo por seguir a H’lim de un lado para otro.

Titus se volvió a medias y la miró. Los ojos de ella estaban cerrados. No vio su reacción. Metió la cabeza en el microondas, buscando una forma de sacar el techo de la cavidad para limpiarlo.

—No sabía que te hubieras dado cuenta de que H’lim está sorbiendo ectoplasma de todo el mundo a su alrededor.

—Tú mismo me has hablado de eso. Además, está sorbiéndolo de mala manera. No como tú. Tú eres estimulante.

—Sigo diciéndotelo. Tú no puedes simplemente alimentarme. Debes aceptar lo que te ofrezco a cambio. H’lim no puede ofrecer nada, pero está hambriento.

—Pero Abbot no está hambriento, y tiene relaciones sexuales con Mirelle. ¿Por qué ella tiene el aspecto de un cadáver?

El consiguió soltar la parte superior del microondas y lo metió con las otras partes que necesitaban ser enjuagadas, y decidió no volver a intentar nunca recalentar la sangre. Se concentró en enjuagar, secar y volver a colocar las partes. Al menos el razonamiento no había reducido las cuotas de agua. Los recicladores eran bastante eficientes.

—Titus, no me has contestado.

—Él está succionando demasiada sangre de ella. No debe disponer de suficientes proveedores, y al parecer le gusta Mirelle.

—¿Así es como trata a la gente que le gusta?

—Sí. Así.

Tras un largo silencio, durante el cual Titus se calentó un poco de agua, ella dijo:

—Por eso lo abandonaste.

—Sí.

Oyó el tono de su propia voz, y no se sorprendió cuando ella preguntó:

—¿Qué es lo que va mal?

—No lo sé, Inea. Pero nada… es sencillo… ya.

—Sé lo que quieres decir.

—No, no lo sabes. Inea, viniste a mí porque te convencí de mis lealtades. No estoy seguro de que sean tan sólidas como pensaba. Quizá…, quizá no sea humano. Quizá hayas estado durmiendo con un alienígena del espacio exterior después de todo, y no con el muchacho de la puerta de al lado con el que estuviste a punto de casarte. ¡Simplemente, no lo sé!

Ella se quedó boquiabierta.

El microondas hizo blip. El doloroso silencio mantuvo a Titus rígido hasta que el eco murió. Sintiendo como si su cuerpo fuera a hacerse pedazos, se obligó a si mismo a sacar le jarra de agua, echar en ella medio paquete de cristales y meter las dos bandejas de comida en el microondas. Pulsó el botón de recalentar y dijo:

—A partir de ahora comerás mis raciones, y así yo no tendré que tirar una comida que se está volviendo escasa. —¿Cómo sonará algo como un microondas a H’lim?

Ella aún no había pronunciado palabra, y él sintió como si sus ojos estuvieran taladrando agujeros en su espalda. Huyó al cuarto de baño para buscar la reserva de suplementos que había traído en caso de que necesitara proveedores para sangre. Connie había insistido. Tuvo que revisar todo el armario de las medicinas porque había olvidado bajo qué etiqueta estaban disimulados. ¡Vaya agente secreto!

Cuando regresó, Inea sujetaba su jarra contra el pecho, inclinada protectoramente sobre ella. Titus necesitó unos momentos para darse cuenta de que estaba llorando. Con los ojos cerrados, el rostro tenso, casi sin respirar, permanecía sentada mientras las lágrimas resbalaban de su barbilla y caían en la jarra.

Se sintió más impotente que nunca antes en su vida. Yo y mi bocaza.

Trajo el vaso a la mesa y tomó la jarra de entre sus manos, apretando la botellita de píldoras en su palma mientras ella alzaba unos chorreantes ojos hacia él.

—Eso es para Mirelle, si puedes conseguir que se lo tome sin que nadie más lo sepa…, ni siquiera Abbot. Especialmente no Abbot.

Ella tragó dificultosamente saliva y parpadeó desconcertada hacia la botellita.

—Ignora la etiqueta. Es un suplemento preparado especialmente para activar la recuperación de la sangre. Son sólo vitaminas, nada como eso de lo que H’lim ha estado hablando.

Terriblemente azarado ante su silencio, Titus se sirvió un vaso de sangre y lo bebió de un trago, rezando para que el microondas hiciera blip. Notó el sabor de sus lágrimas en la sangre diluida y el acre regusto de su dolor. Casi dominado por las náuseas, se sirvió otro vaso antes de que se enfriara. Ahogada por las lágrimas, ella jadeó: —¿Por qué?— y agitó la botellita.

¿Por qué? ¿Porque no podía soportar ver a Inea sufrir? ¿Porque él también deseaba a Mirelle? ¿Porque odiaba a Abbot? ¿O debido al inexorable lazo físico hacia su padre que le hacía incapaz de contemplar a Abbot morirse de hambre?

Se volvió para inspeccionar el tiempo en el microondas.

—Porque confío en ti con mi vida, con la vida de todos los luren de la Tierra Porque estoy confuso. Porque no sé si H’lim está mintiendo acerca de todo o sólo acerca de algunas cosas. Porque no sé si realmente debería detener el mensaje de Abbot. ¿Tendrán más posibilidades de sobrevivir los luren de la Tierra si el mensaje de Abbot es enviado, o si no lo es? ¿Sobreviviremos todos? ¡Las respuestas acostumbraban a ser mucho más simples! Si los luren de la Tierra viven o mueren tendrá que ser decidido por los humanos de la Tierra…, víctimas y voluntarios a la vez. ¿Hemos tomado de la Tierra más de lo que hemos dado a cambio? Considerando lo que tomamos y cómo lo tomamos, ¿importa realmente si pagamos a nuestra manera o no?

La miró fijamente.

—Inea, si alguien descubre lo que hay en esta botellita y que tú se lo estás dando a Mirelle, descubrirán por qué lo necesita, lo cual pondrá al descubierto que Abbot la está usando. Abbot tiene razón. Ahora que los humanos conocen la fisiología de H’lim, el más pequeño indicio revelará nuestra existencia.

—Entonces, ¿por qué la sigue usando así?

—No tiene otra elección. Probablemente sea capaz de falsear los tests de ella de modo que no puedan rastrear su Influencia, pero no puede falsearlos para todos sus proveedores, así que se aboca demasiado sobre ella. Probablemente piense que puede completar su misión antes de ser descubierto y antes de que Mirelle se derrumbe.

Ella agitó la botellita.

—Eso le dará más tiempo. Le ayudará. Titus, yo no quiero ayudarle.

La acusación de que él sí quería colgó en el aire entre ellos. Finalmente, el microondas hizo blip. Titus lo ignoró.

—No sé si yo quiero o no.

—Te estás desentendiendo de ello. Me lo estás pasando a mí.

Eso dolió. Pero era cierto.

—Tu mente no trabaja bien porque tú también has estado hambriento, viviendo con medias raciones para alimentar a H’lim. —Agitó de nuevo la botellita—. Si esto funciona para Mirelle, también tendría que funcionar para mí. Con algo de auténtica sangre en ti, podrías dilucidar qué camino es el mejor. Después de todo, eres un brillante astrofísico. Esto no es un problema tan difícil.

—Antes escribiría una cosmogonía completamente nueva. Sería más simple decidir que las estrellas nacen bajo las calabazas.

Ella estalló en una carcajada, un sonido libre y musical que deleitó sus oídos. Titus no lo había dicho como un chiste, pero de pronto pareció muy divertido.

Sus voces se armonizaron, y él se recreó en la sensación puramente física hasta que el silencio los envolvió juntos. Al cabo de un momento, Inea tomó la jarra de la mesa y le llenó de nuevo el vaso.

—Lo digo en serio. Nunca derrotarás a Abbot si él está bien alimentado y tú medio muerto de hambre. Hasta que venga André con esa sangre orl, toma un poco de la mía. No he donado a los bancos de sangre desde hace semanas. Puedo permitírmelo.

—Yo no. Es adictivo.

—Rompiste esa adicción cuando dejaste a Abbot. Puedes hacerlo de nuevo. En estos momentos, tú y yo tenemos que ganarle a Abbot o morir en el intento. Eso es lo que sé, y eso es todo lo que sé.

—No es suficiente. Ya oíste a H’lim. Tiene intención de volver a su casa, no importa cómo. Y creo que sabe el daño que nos hará. Sin embargo, no le importa. Eso hace que no sea mucho mejor que Abbot. Lo cual significa que ganarle a Abbot no servirá de nada a menos que le ganemos también a las Soberanías Mundiales. ¿Debemos unirnos a los secesionistas?

—¡Titus! ¡Eso es traición! Y estamos en guerra.

Él alzó el vaso entre los dos.

—¿Traición? ¿Qué es beber sangre humana, entonces? ¿Lealtad? ¿Respeto?

—¿Te odias a ti mismo?

—A veces. Cuando me siento tentado. —Vació su vaso.

En voz muy baja, ella dijo: —¿Sabes?, realmente no nos corresponde a nosotros solos efectuar un juicio así. ¿Quiénes somos para decidir el destino de especies y mundos?

—¿Quién es nadie para tomar decisiones que afectan a otros?

Ella frunció el ceño.

—¿Estás borracho? ¿Sensibleramente borracho?

—Quizás un poco. —Contempló el vaso. El alcohol en la sangre de una víctima nunca lo había emborrachado. Ahora, el amargo poso de las lágrimas de Inea lo estaba afectando. Como el alcohol en un estómago vacío. Dejó el vaso a un lado—. En el momento en que sospeché lo que Abbot preparaba a continuación, corrí a detenerle. Y no sé por qué. Si simplemente estaba siguiendo órdenes, entonces no soy mejor que lo peor que la humanidad haya producido nunca. No me siento bien acerca de mí mismo por seguir ciegamente las órdenes. ¿Qué luren podría? Inea, déjame sentirme bien al menos por el hecho de ayudar a Mirelle de la forma en que puedo, y por confiar al menos en una persona, amar al menos a una persona. Creo que necesito eso más que la sangre. Puede que sea un gesto patético frente a los auténticos problemas, pero es todo lo que tengo en mí en este momento.

Ella estudió su rostro.

—Esto es físico, ¿verdad?

—¿Qué?

—Este asunto de oponerte a tu padre. Existe alguna especie de lazo auténticamente físico entre vosotros que hace imposible que tú luches contra él. No es sólo cuestión de leyes o de costumbres o de emociones…, es una respuesta fisiológica profunda.

—Creí haber explicado eso hace tiempo.

—No comprendí que lo decías literalmente. Te sientes así ahora porque hace un par de horas te arrojaste contra él, y ahora te sientes de alguna forma vacío por dentro. Tu sistema nervioso central se halla en estado de shock y no puedes pensar. Tu autoestima y tu sentido de la identidad casi se han extinguido. Abbot te hizo eso, ¿verdad?

—No lo juzgues tan duramente. Hubiera podido matarme. De una forma completamente legal, además. Quizá la exposición a H’lim le está mostrando que las actitudes de los Turistas no son tan honorables después de todo. Inea, hace sólo unas semanas, Abbot me hubiera matado al instante por un desafío así. Durante todo este tiempo, me ha estado ayudando a salir de las dificultades. Quizás esté cambiando.

—Quizá sólo no fuera políticamente acertado matarte delante de H’lim…, el cual, después de todo, acabó defendiéndote al tiempo que te desafiaba. Si tuviera que elegir entre Abbot o H’lim, yo elegiría a H’lim. Es mejor hombre que Abbot, aunque puede que no tenga ni una sola célula humana en su cuerpo. Así que, simplemente porque haya un luren en ti, eso no quiere decir que no valgas nada como persona.

—¿Y si todo lo que nos ha dicho H’lim es una mentira?

—En este caso, ¿dirías la verdad y morirías por ella?

—Más probablemente le respaldaría y rechinaría los dientes.

—H’lim, al contrarío que Abbot, posee una conciencia, y sus dientes también rechinan. Si tuviera que elegir, yo elegiría a H’lim.

—Así que dejarías que Colby enviara el mensaje de H’lim.

—Sí, pero no Abbot. Tú tenías razón. Lo suyo es un engaño.

—¿Y qué hay de Mirelle?

—Le haré tomar tantas de éstas como pueda…, le diré que son para el dolor de cabeza. Siempre está tomando cosas para el dolor de cabeza.

—De una en una. No dejes que se lleve ninguna a casa.

—¿Por qué debería preocupar eso a Abbot? ¡Le estamos ayudando!

—Técnicamente, es una infracción. Ella lleva su Marca. Yo debería entregarle a él las píldoras.

—Entonces, ¿por qué no lo haces?

—El nunca recordaría dárselas, ni siquiera aunque pensara que era una buena idea. No es una costumbre Turista preocuparse por los proveedores, no más de lo que tú te preocuparías de recargar una pluma estilográfica. Son prescindibles.

—¡Ugh!

—Además, aunque no pusiera objeciones al hecho de que las píldoras harían que Mirelle durara más, se pondría furioso ante el riesgo de dejarlas por ahí, donde los médicos humanos pudieran encontrarlas. Lo clasificaría como algo peligroso para los luren de la Tierra…, lo cual podría ser cierto. Así que ve con cuidado con ellas.

Ella agitó la botellita.

—Tengo tu vida en mis manos.

—Hace semanas y semanas que ya la tienes. No ha cambiado nada.

—Te quiero, Darrell. Siempre te he querido, y siempre te querré.

Él se inclinó para besarla, pero ella retrocedió.

—Primero lávate la boca.

El apoyó su mejilla contra de ella y bebió con el alma su dulzura.

—Y yo quiero que primero comas.

A la mañana siguiente, Titus reunió todos los informes de su departamento, asimiló apresuradamente la montaña de material, recompuso la lista de posibles estrellas blanco, contempló los datos, y luego llamó a H’lim.

—Tu estrella natal, ¿es una binaria?

—¡Por supuesto que no! ¡Las binarias no poseen planetas habitados!

—Pensé que no sabías nada de astronomía.

—No sé. Pero todo el mundo sabe eso.

Titus hubiera dado su brazo derecho y media docena de litros de sangre por lo que «todo el mundo sabía» ahí fuera.

—¿Hay dos gigantes gaseosas en tu sistema natal?

—No, sólo una. Ya te he dicho todo lo que sé.

—Sí. —Le había hablado de las estaciones espaciales y de las colonias bajo domo, de las atracciones turísticas y de los puertos francos, pero poco que fuera de auténtico uso desde aquí—. Nos veremos en la reunión.

Recompuso su lista de nuevo, se peinó, se cepilló los zapatos y fue a la sala de conferencias.

Colby se retrasó. Tenían las noticias de la guerra en la gran pantalla, fragmentos compilados en la Estación Luna. A medida que era cubierto el desarrollo en las distintas regiones, la gente en la habitación tomaba partido, defendiendo sus países natales o atacando a los enemigos de sus regiones.

En el momento en que entró Colby, sin embargo, se produjo un silencio. Parecía como si no hubiera dormido, pero iba impecablemente peinada. Con tono lúgubre, anunció que la política oficial de las Soberanías Mundiales era ahora enviar suministros a través del bloqueo, con el primer embarque previsto para dentro de unos pocos días. En su mayor parte serían elementos para la sonda, que tenía que ser terminada y lanzada en el tiempo previsto. El mensaje de la Tierra y de H’lim debían ser metidos en ella tal como se había planeado.

—Si la sonda pasa el bloqueo, los secesionistas habrían perdido su argumento principal y su movimiento morirá. Entonces será necesario unir a la Tierra y prepararla para el contacto. Nosotros seremos la primera prioridad de la Tierra, y ya no estaremos en peligro.

Colby pidió los informes de todos los departamentos, terminando con Titus, que sólo pudo ofrecer una posibilidad de un 60 por ciento de éxito.

—Gracias a la Ganso Salvaje hemos obtenido no sólo una mayor precisión en la trayectoria de aproximación de la nave, sino también media docena de nuevas estrellas posibles que no son visibles desde aquí. Estamos construyendo un castillo de naipes a partir de teorías no comprobadas.

—Si esto es lo mejor que puede darnos —replicó Colby—, nos basaremos en ello.

—La exactitud no es importante —indicó H’lim—. Cualquiera que la oiga retransmitirá la señal.

—Eso es lo que nos dijo usted antes, y contamos con ello. —Colby se volvió hacia Abbot—. Tenemos que interceptar las comunicaciones del bloqueo. ¿Puede usted construir algo para ello?

—Si puedo tener acceso a la Batería de las Ocho Antenas para captar sus emisiones, puedo construir un decodificador, quizás incluso un transmisor…, de modo que podamos embrollarlas o decodificarlas. He oído hablar a los técnicos en comunicaciones esta mañana. Creo que sabemos ya en qué frecuencias están, y probablemente pueda descubrir una forma de rastrearlos cuando cambien de frecuencia.

—¿Cuánto tiempo necesita?

—Le daré una estimación mañana.

¡Las Ocho Antenas! ¡Pero no puede enviar el mensaje de H’lim abiertamente! Deseó haber podido interceptar el contacto de Abbot con la Tierra. ¿Qué estaba preparando? No había influenciado a Colby, eso era seguro.

Entonces H’lim dio el primer informe de su departamento, revelando lo alienígenas que eran sus procesos de pensamiento. Todos los datos requeridos estaban allí, mostrando una espectacular virtuosidad y competencia, pero la organización era tan extraña que ni una sola persona en la mesa —excepto quizás Abbot— pudo seguir una palabra de ello. Colby le asignó un redactor además de un secretario, ambos hombres sacados del personal de Ciencias Cognitivas y ansiosos de estudiar al alienígena.

La reunión terminó, y regresaron a sus trabajos con la sensación de enfrentarse a una tarea enorme pero posible. Unos días más tarde, los primeros transportes de las SS.MM. que cruzaron el bloqueo fueron destruidos por naves secesionistas directamente encima de la estación. Los restos llovieron sobre ellos, abriendo un agujero en uno de los domos, pero nadie sufrió daño.

La tensa vigilancia sobre H’lim prosiguió pese a la excitación de Biomed sobre lo que estaban aprendiendo de él. Parecía tener una experiencia considerable en traducir su ciencia de un sistema a otro. Nada le desconcertaba. Eso, más quizá que ninguna otra cosa, contribuía a la desconfianza, pero nunca Influenciaba a los humanos allá donde pudieran darse cuenta de ello.

Observando a Mirelle, Titus vio que su condición mejoraba, y no sólo gracias al suplemento adicional que Inea le administraba. Abbot se estaba poniendo demacrado, con el rostro hundido y los modales ariscos. Se estaba racionando severamente. Los dispositivos espía de Inea revelaban todo el tiempo que pasaba en los ordenadores de Biomed. Ahora resultaba una lucha falsificar los tests de Mirelle, sin mencionar los suyos y los de Titus.

Titus se lamentaba interiormente por su padre, contando las horas hasta que la sangre orl clonada de Mihelich estuviera disponible. Estaba en su oficina observando a Inea y Abbot fuera en el observatorio, inclinados sobre la consola que controlaba las Ocho Antenas, cuando le llegó la llamada de H’lim.

—Pásate por mi apartamento tan pronto como puedas, y trae a Shiddehara. Tengo algo que mostraros a los dos.

¡La sangre!