Antes de que Titus alcanzara la puerta del observatorio, H’lim lanzó una exclamación y se apartó de Inea, al tiempo que el manto de su Influencia se fragmentaba. Titus se aferró a la jamba de la puerta y H’lim se derrumbó al suelo, doblado sobre sí mismo.
Inea permanecía de pie sobre él blandiendo la cruz de plata, con su labio inferior atrapado entre sus dientes. Al ver a Titus, se arrojó a sus brazos, sollozando. Él susurró:
—Tengo que Marcarte. ¡Inea, tengo que hacerlo!
—¡Hazlo! —Se apretó contra su pecho, temblorosa.
Él alzó un dedo hacia su frente y depositó su Marca, maravillándose ante la tremenda oleada de alivio que lo bañó con aquel acto de posesión. Y, al momento siguiente, se sintió avergonzado por la sensación. Para enmascararla, preguntó:
—H’lim, ¿qué estás haciendo aquí?
Tragando grandes bocanadas de aire, el luren se levantó y enderezó su mono desechable.
—Has tomado la que yo había elegido. —No había ningún asomo de desafío en él, sólo confusión.
—Hay una complicada historia detrás de esto —respondió Titus—. No deberías estar aquí. Si te descubren…
—¿Podría llegar a ser peor para mí?
Inea se apartó unos pasos para enfrentarse a H’lim.
—Hubieras podido pedírmelo educadamente, y yo te hubiera mostrado todo lo que hubieras deseado de aquí.
—No deseaba que ella te informara —dijo H’lim a Titus, cruzando su mirada con la de él—. He Influenciado sólo a aquellos usados por ti y por Abbot. ¿Por qué ésta no es mantenida en obediencia, como las de Abbot?
—¡Porque Abbot es un maldito Turista, por eso!
Inea apoyó una mano en el brazo de Titus.
—No maldigas. H’lim no pretendía hacer ningún daño. —Se puso de puntillas para alcanzar su oído y, en un susurro estrangulado, añadió—: Titus, está hambriento.
Titus se tragó su incipiente retahíla y susurró de vuelta:
—Puedes hablar libremente frente a H’lim, pero sólo H’lim. H’lim parpadeó a Inea, asombrado. Titus dijo: —Cuéntame lo que deseabas de Inea. Introduciré los datos en tus archivos personales.
—Quiero ver el mapa estelar que habéis construido.
—Sabes más de astrogación de lo que has dicho.
—No. —Su mirada se clavó en Inea, con el hambre asomando por sus ojos—. ¿Por qué no estaba Marcada? ¿Por qué no estaba controlada?
—No estoy controlada —dijo Inea— porque Titus no me teme. Abbot esta aterrado ante los humanos; Titus comprende a los humanos. Abbot sólo conoce sus propias metas; Titus sabe que los demás tienen derecho a elegir también sus propias metas.
—Inea no está controlada —dijo Titus— porque Inea mantiene su palabra. Tú rechazaste el proveedor que te trajo Abbot, pero ahora te encuentro con la mujer que, de hecho, ha estado apoyándonos a ti y a mi. Y ni siquiera explicas lo que estás haciendo aquí.
H’lim se relajó y se apoyó contra una consola. Se frotó el rostro, y Titus pudo ver el temblor en las yemas de sus dedos.
—Pensé que este lugar estaría desierto. Sólo deseaba ver si estabais haciendo realmente lo que afirmabais, si erais realmente lo que decíais que erais. Una imagen en un videocom no es un dato. Tenía que verificar lo que me dabais. ¿No puedes ver eso? ¡Antes de enviarles un mensaje, tenía que estar seguro!
—¿Por qué dudarías de nosotros? —preguntó Titus.
—Dijeron que me fabricarían un traje espacial para que pudiera acudir a ver la nave. Nunca lo han hecho. Hubiera sido tan fácil falsificar esas imágenes de la Kylyd. Después de todo, los fragmentos ni siquiera muestran el nombre en ellos. Podíais estar reteniéndome prisionero, todos vosotros. Podíais ser cualquier cosa, o aliados de cualquiera, utilizándome a mí o a mi ganado. O los humanos podían serlo. No conozco a vuestra especie; no conozco quiénes sois; ¡no sé dónde estoy!
—Titus, tenemos que llevarle hasta el pecio. Tú mismo dijiste que las cámaras no pueden captar el nombre. —Y ella explicó por qué las cámaras no podían captar el nombre luren pintado en su casco.
—Si vieras el pecio y los mapas estelares, si te convencieras de que todo es cierto, ¿qué harías? —preguntó Titus.
—Preparar el mensaje que me han pedido que prepare.
—No estoy tan seguro de que esto fuera ninguna ventaja para nosotros.
—Lo sería para mí.
—¿Nos quitarían los luren este mundo?
Con genuina sorpresa, H’lim dijo:
—¡No! No sería…, no sería legal hacerlo.
—Estás hambriento. Ibas a tomar a Inea. ¿Quién puede decir que algunos luren no acabarían prefiriendo los humanos a los orls?
—No sería legal. Me alegro de que me detuvieras. Me alegro de que ella me detuviera. En otro caso, hubiera debido enfrentarme a una severa condena.
—¿Quién se preocupa ahí fuera por los humanos?
—Hay severas condenas también por engañar a los pueblos primitivos.
—Titus —dijo Inea—, no todo el mundo tan hambriento como él se preocuparía acerca de qué comida es legal.
—Lo sé. —A H’lim, dijo—: Si tomar humanos no es legal para los luren, entonces, ¿dónde deja eso a los luren de la Tierra?
—No soy abogado. —H’lim se encogió de hombros. Fue un encogimiento de hombros desgarbado, como algo que Mirelle le hubiera enseñado.
—Titus, deberíamos llevarle a tu apartamento y alimentarle. Es difícil confiar en gente que te está matando de hambre.
Titus se estaba preguntando cómo un ganadero «alejado del mundo» podía sospechar que los humanos y los luren de la Tierra habían creado la habitación en la enfermería para engañarle. ¿Y para qué pensaba que le estaban engañando? ¿Qué ocurría en la galaxia para despertar una tal sospecha? ¿Una intriga industrial? ¿Una guerra?
—Él no está seguro de desear mi confianza —dijo H’lim.
—No, no es eso —respondió Inea—. No queda mucha sangre, y no hay forma de decir cuándo habrá más.
—Mihelich tendrá pronto lista su primera elaboración —dijo Titus—. Pero H’lim necesita ectoplasma, y para eso los humanos son tan buenos como los orls. —H’lim miró hacia un lado y guardó silencio. Titus añadió—: Me convertí en tu padre, H’lim, y haré honor a ese compromiso. Pero hay demasiadas cosas que todavía no sabes acerca de la vida entre los humanos. Tienes que volver a tu habitación e impedir que nadie sepa que has estado fuera.
—Primero tengo que ir a la Kylyd. Hay cosas que necesito. Si han sobrevivido. —Titus sintió una salvaje oleada de Influencia que se cortó bruscamente—. No he conseguido dormir desde que tú me despertaste. Puede que vosotros hayáis cambiado, pero yo no puedo…
—¡Oh, mierda! —interrumpió Titus—. Escucha, ha sido de noche desde que despertaste. Abbot y yo hemos permanecido despiertos también, pero ahora el sol está saliendo, así que nos sentimos también extraños. Es el campo magnético… —H’lim poseía el vocabulario de Titus, pero pocos conceptos que encajar a las palabras—. Utilizamos un generador para aliviar la incomodidad y dormir. Abbot estaba construyendo uno para ti. ¿No te lo mencionó? H’lim negó con la cabeza. —En la nave tengo…
—Probablemente resultó destruido, o lo hubiéramos hallado. Abbot es hábil con las máquinas. Trabaja con él; arreglará las cosas de modo que sean adecuadas para ti. Ahora tengo que llevarte de vuelta…
La puerta exterior del laboratorio se abrió de golpe y un grupo de guardias armados de Brink con trajes de vacío penetraron por ella con las pistolas de dardos preparados.
—¡Muy bien, H’lim, quieto! —gritó el jefe, apuntando su arma. Moviéndose muy lentamente, Titus alzó las manos y se colocó delante de H’lim, murmurando:
—Sólo Dios sabe lo que esos dardos podrían hacerte. A mí no me dispararán. —En voz alta, añadió—: Tranquilos, caballeros. Sólo estaba intentando verificar por sí mismo todo lo que le hemos dicho. No necesitan las pistolas.
Detrás de los guardias apareció un cordón de técnicos de Biomed con equipo de aislamiento y llevando consigo una burbuja de aislamiento.
—Lo siento, doctor Shiddehara, pero tenemos que detenerles también a usted y a la dama.
El corazón de Titus latió fuertemente en su garganta. No podría comer, ni traerle alimento a H’lim. Pero entonces Colby, vestida de uniforme, se abrió camino entre todos, reclamando su atención.
—¡Escuchen! H’lim se ha paseado por el domo exterior de observación, los vestuarios de los trajes de vacío, las galerías comerciales, el gimnasio y varios refectorios. Ningún domo ha quedado de lado. Cualquier tipo de cuarentena es una farsa. Peor aún, puede hacer que la gente empiece a ver cosas…, o a no verlas. Así es como salió de Biomed. ¡Puede salir por esa puerta y nosotros no enterarnos hasta mañana, cuando intentemos imaginar cómo pudo estar aquí vestido de esta manera!
—Doctora Colby —dijo Titus, avanzando unos pasos—, H’lim temía que no estuviéramos siendo sinceros con él…, especialmente puesto que no le hemos entregado el traje de vacío que le prometimos. Tenía que comprobar en persona lo que nosotros le proporcionábamos a través del videocom. ¿No hubiera hecho usted lo mismo? ¿Acaso ha hecho daño a alguien?
H’lim avanzó también unos pasos detrás de Titus.
—El doctor Mihelich y yo hemos confirmado que no hay necesidad de ninguna cuarentena. Y ahora creo que me han dicho la verdad, por improbable que parezca. —Apoyó las manos en las rodillas, haciendo una especie de semirreverencia mientras decía—: Discúlpenme si les he asustado a cambio de la amabilidad que me han mostrado desde el primer momento.
—Puede —dijo Colby— que nos haya condenado usted a todos a vivir el resto de nuestras vidas en esta estación. Es probable que la Tierra necesite décadas para aceptar la ausencia de una amenaza para la salud de la raza humana.
—Tendrán toda mi cooperación en recobrar la confianza. —H’lim miró a Titus con el más leve susurro de Influencia.
Recordando el paralizador estallido que H’lim había generado al despertar, y su desconcierto sobre la debilidad de la Marca de Abbot, Titus dijo:
—Como físico, me siento intrigado por la sensibilidad de H’lim a todo el espectro electromagnético. El sistema nervioso humano es electromagnético también, lo cual podría explicar los extraños efectos que tiene sobre las mentes de la gente. ¿Es posible que esos efectos sean un reflejo de defensa natural de su especie, H’lim?
Titus subrayó «defensa natural» con Influencia, y H’lim, tras una desconcertada pausa, captó el indicio.
—Nunca me he encontrado con una especie sobre la que mi miedo haya tenido un efecto tan exagerado. Ahora sé que no son ustedes mis enemigos, de modo que no volverá a ocurrir.
Titus dijo suavemente, sólo a Colby:
—Biomed y Ciencias Cognitivas se sentirán fascinados de saber de un planeta que ha evolucionado una especie dominante con un reflejo que la vuelve invisible cuando está asustada. El doctor H’lim es un experto en ciencias de la vida, y les ayudará. —H’lim no parpadeó cuando Titus le adjudicó el ubicuo título de «doctor». Titus preguntó—: Doctor, ¿aceptará usted ahora redactar el mensaje para la sonda que debemos enviar?
—Sí, por supuesto. —H’lim miró a Titus, reconociendo la forma en que Titus había alterado el talante de la multitud sin Influencia.
La puerta del corredor se abrió y entró Abbot, que se detuvo en lo alto de los escalones para observar el cuadro. Llevaba un mono normal.
Colby no podía ver a Abbot. Sabía que H’lim esperaba sobrevivir a los siglos que podía tomarle a su pueblo el llegar hasta aquí, pero que el conocimiento humano de su lenguaje era demasiado somero como para saber lo que su mensaje decía.
—Podemos aceptar este mensaje sólo con la condición de que, a partir de ahora, permita usted que nuestras cámaras registren y monitoricen todos sus movimientos.
Eso es simplemente sensato, pensó Titus con desesperación. El terror de H’lim dio como resultado un rebrotar de su Influencia, y Titus apoyó una mano en su codo, sintiendo el temblor del hambre. ¿Cómo podría alimentarlo bajo vigilancia? Titus estaba decidido a no dejar que Abbot le tomara la delantera esta vez. Dijo:
—Le estamos pidiendo a H’lim que nos dé su palabra, pero lo estamos tratando como un animal peligroso. Yo no daría mi palabra a una gente que me tratara de este modo.
—Titus —protestó H’lim—, están asustados. —Se dirigió a Colby—. Ustedes reaccionan al miedo utilizando su poder, y yo reacciono a su uso del poder asustándome y utilizando el mío. En este pequeño laboratorio, ¿no podemos experimentar formas de impedir un ciclo tan destructivo?
—No creo que comprenda usted cómo nos sentimos acerca de lo que ha hecho…, o de lo que imaginamos que puede hacer más allá de eso.
—Posiblemente no. Pero ¿pueden comprender ustedes lo que lamento asustarles? —Ante el cauteloso asentimiento de Colby, prosiguió—: Así que rompamos este ciclo antes de que controle la historia.
—Pero necesito tenerle bajo una completa vigilancia. No tengo abierta ninguna otra opción. —Su voz era dura.
—Concédame una cierta libertad y un poco de intimidad con la posibilidad de aprender más mostrándose dignos de confianza, y les ayudaré en todas las formas que pueda. Niéguenme estas necesidades, y moriré.
La expresión de ella se alteró.
—¿Morirá?
—Mi raza no es como la suya. Tengo otras necesidades. ¿Tan bárbaros son ustedes que gozan contemplando la muerte por privación? ¿Es para eso para lo que me revivieron?
Titus escuchó boquiabierto. H’lim había captado el truco de manipular a los humanos tan rápido, que Titus se preguntó hasta qué ponto él y Abbot habían sido manipulados también.
Abbot avanzó unos pasos, abriéndose camino entre los hombres de Brink y los de Biomed para detenerse al lado de Colby.
—Algunos humanos gozarían contemplando esa muerte —respondí a H’lim, y toda la habitación reverberó ante su controlado susurro de Influencia—. Pero creo que todo el mundo aquí se siente tan ofendido por esta observación como yo.
—Entonces la retiro. —H’lim hizo una nueva inclinación, esta vez con un sabor oriental, cediendo completamente ante su abuelo.
Abbot dijo, sin necesidad de Influencia con la profundamente condicionada humana:
—Carol, vine tan pronto como oí que H’lim había abandonado sus aposentos. Pensé que tal vez usted no se diera cuenta de que estaba tan hambriento y tan exhausto por ser incapaz de dormir que su juicio tenía que hallarse alterado.
Contrita, Colby dijo a H’lim:
—¿Exhausto? Y hambriento también. Las dos cosas, juntas, dejarían a un humano presa del miedo y dispuesto a reaccionar de forma excesiva. ¿Por qué no dijo usted algo…?
—Pedí ir a la Kylyd.
—No lo comprendimos —indicó Abbot—, pero ahora creo haber hallado una solución.
—Tenemos otros asuntos que arreglar antes —dijo Colby, con aquella dureza volviendo a su voz. Titus captó que se alzaba un escudo en su mente, haciendo pedazos la presa de Abbot sobre ella. Abbot se apartó un paso de ella, desconcertado, inseguro de sí mismo por primera vez desde que Titus lo había conocido.
Titus dijo:
—La solución de Abbot al insomnio de H’lim tal vez explique por qué H’lim siente que su vida está amenazada por el confinamiento y la vigilancia. Después de todo, Abbot es el principal ingeniero electrónico del Proyecto, y la más notable distinción de H’lim con respecto a los humanos en su sensibilidad electromagnética. ¿Estoy en lo cierto, doctor Nandoha?
Algo de la aprensión de Abbot se desvaneció.
—En cierto modo. He descubierto que las camas a bordo de la Kylyd están conectadas de tal modo que producen un entorno magnético controlado. Si funcionaran, ninguna grabadora podría operar dentro del ruido electromagnético que producirían…, al menos, no ninguna de las nuestras. —Se volvió hacia H’lim, realzando sus palabras con Influencia—. Usted desea que las cámaras sean desconectadas porque son ruidosas, ¿verdad? Desea poder moverse libremente por la estación porque necesita estímulos sensoriales de los campos magnéticos derivantes, no sólo ejercicio muscular.
H’lim asintió, precavidamente, y Abbot lanzó una mirada de reproche a Colby.
—H’lim —dijo—, ¿podrá usted perdonarnos alguna vez? Nunca pretendimos torturarle. Créanos, y díganos lo que necesita, pero por favor comprenda que no podemos tolerar ser controlados como usted lo ha hecho. Nos defenderemos contra ello, aunque le duela. No gozaremos de su sufrimiento, pero no sufriremos en su lugar.
—Eso parece razonable —respondió H’lim.
—H’lim —dijo Titus—, ¿comprende usted el concepto de dar su palabra de honor, el uso militar de la «palabra»?
—En la mente de ustedes, esos conceptos definen su identidad Es algo mucho más central aún para nosotros.
Colby jadeó.
—¡Puede leer nuestras mentes!
H’lim retrocedió ante su horror, pero negó con la cabeza.
—No puedo leer las mentes. Titus me proporcionó su lenguaje hablado y más tarde me proporcionó los gráficos. Comprendo algunas cosas, pero me faltan otras.
—Entonces, ¿cómo puede retorcer nuestras mentes como lo hace?
—Titus es el físico aquí, no yo —respondió H’lim.
—Físico —dijo Titus—, no metafísico. —Esa segunda sesión con H’lim había sido una terrible prueba, y sabía que no la había hecho bien. H’lim aún tropezaba con las palabras con múltiples significados o con conceptos que no poseía.
H’lim se encogió de hombros y prosiguió: —Ofreceré mi palabra, mi «palabra», sin problemas. Permitan que Titus y Abbot me visiten, y que yo les visite a ellos. Dejen que ellos, junto con —escrutó la concurrencia, y pareció seleccionar a Inea al azar— esta dama, determinen las condiciones bajo las que debo ser mantenido. A cambio, prometo que mi poder no les tocará nunca. Podrán confiar en ellos y, si ellos juzgan que debo morir, mis defensas no se alzarán contra ellos.
Y nos llamó a nosotros taimados. No había dado absolutamente nada, y pedía a cambio todo lo que deseaba. Titus dijo:
—Estoy seguro de que mantendrá su palabra…, más aún, quizá, que si hubiera prometido incluir toda la estación en su promesa.
—Yo también le creo —dijo Abbot, sin Influencia.
—Aceptaré su palabra —añadió Inea. H’lim la miró agudamente, luego inclinó la cabeza.
—Pero la autoridad última reside en la doctora Colby, ¿no?
—Su escapatoria de esta noche —dijo Colby—, y el método que utilizó para realizarla, han sido registrados ya en la Tierra. En último término, ellos decidirán su destino, y en estos momentos probablemente crean que estamos tras sus huellas e irremediablemente infectados. Nada de lo que digamos hará cambiar sus decisiones.
Una masa helada se formó en las entrañas de Titus. ¡Lanzarán una bomba nuclear contra la estación! Pero ¿podrían encontrar allá en la Tierra una bomba atómica? Dijo:
—Mientras tanto, tenemos que vivir juntos. No podemos quedarnos aquí y elaborar los detalles. Después de un par de buenas comidas y una noche de sueño, podremos negociar más sensatamente. ¿Carol?
Cautelosamente, la doctora Colby dijo:
—Puede que sea necesario para mí sustituir a Titus, Abbot e Inea por otros.
—Confío lo suficiente en Titus y Abbot como para mantener esta promesa —dijo H’lim—. Es una promesa extrema, ¿comprenden? Quizá pueda aceptar a alguien distinto, pero por favor no elija al azar. No extenderé una promesa que no me sienta capaz de mantener.
Colby se acercó un poco más y escrutó detrás de las gafas oscuras de H’lim algún indicio en sus ojos. Luego asintió.
—Titus tiene razón. Ha hecho su promesa tan angosta porque tiene intención de cumplirla. Pero, H’lim, ¿por qué confía usted en esos tres?
—¿Hay alguien aquí que no lo haga? —preguntó H’lim.
La estancia se agitó con una risa nerviosa, y de varios lugares brotó un claro coro de aprobación de los tres. Titus notó que Abbot estaba tenso, indudablemente sintiéndose desnudo cuando no se atrevía a usar la Influencia. Finalmente, Colby dijo:
—Está bien, de acuerdo. Y Titus tiene razón. Ha sido un día demasiado largo. Acabaremos de perfilar los términos de la palabra en la reunión de los jefes de departamento de mañana, y espero que usted asista también, doctor H’lim.
—¿El apellido es usado con el título por aquellos que efectúan un trabajo original en ciencia? Entonces debería ser doctor Sa’ar.
Era poco para ofrecer, pero de alguna forma ablandó la hostilidad en la habitación.
—Doctor Sa’ar —repitió Colby, luego se dirigió hacia la puerta, disparando órdenes a derecha e izquierda. Cuando la puerta se cerró finalmente tras ella, había apostado cuatro guardias fuera, guardias que seguirían a H’lim a todas partes, tanto para protegerle de la gente como para proteger a la gente de él.
Inea, Titus y Abbot fueron dejados con H’lim, que había permanecido envaradamente erguido durante toda la confrontación. Pero ahora se relajó contra un escritorio y enterró el rostro entre sus manos.
—Titus —advirtió—. Estoy terriblemente hambriento.
Abbot abrió la boca, pero Titus le cortó bruscamente:
—Lo llevaré a mi apartamento y lo alimentaré. Tú e Inea id a preparar su cama.
—¿Estás seguro de poder manejarlo? —preguntó Abbot a Titus.
—Iré contigo, Titus —dijo Inea.
—¡No! —protestó H’lim—. Simplemente…, mantente alejada de mí, Inea. Por favor.
Ella retrocedió.
—¡Suenas como Titus!
Abbot comprendió. Hizo una inclinación de cabeza a Inea.
—Ven, no se lo hagamos más difícil. La vida ya va a ser bastante mala a su alrededor, después de esto. —Condujo a Inea a la puerta, intentando convencerla de que confiara en él. Mientras seguía a Titus, H’lim dijo—: ¿Transmití pánico a la horda con mi ineptitud?
—Sí. Viste a Carol desprenderse del más ligero toque de Abbot. Pasará mucho tiempo antes de que deje de sospechar, y Abbot no sabe cómo manejarse sin Influencia.
—¿Va a tener problemas… para alimentarse?
—Quizá.
—Lo siento.
—Lo sé. Haremos todo lo que sea necesario. Vamos. —Condujo a H’lim y a los cuatro guardias de Brink a su apartamento, ignorando las miradas cautelosas y duras que atraía su paso. Dejó a los cuatro hombres fuera y sostuvo la puerta para H’lim, que aguardaba en el umbral, con una mano alzada como si la tuviera apoyada sobre cristal.
—Entra, H’lim, y bienvenido. —Envolviendo sus palabras, añadió—: No sabía si notarías el umbral.
H’lim asintió.
—Por eso no podía soportar la habitación donde me tenían…, era como intentar vivir en medio de la calle.
—Los humanos no sienten el umbral como nosotros. Aunque tuvieras una habitación adecuada, ellos entrarían y saldrían sin problemas.
—Tengo que parar esto, Titus, o seguramente me volveré loco.
—Arreglaremos algo mañana. —Mientras preparaba la sangre, preguntó—: ¿Sientes realmente el ruido magnético, como dijo Abbot? —Hizo un gesto a H’lim para que se sentara a la mesa.
—Sí —respondió el luren.
Titus cruzó los brazos y se reclinó contra el fregadero.
—Yo no. ¿Es muy malo para ti?
El luren desvió la vista.
—Si Abbot construye realmente una cama, lo descubriré pronto.
—Puedes confiar en los artilugios de Abbot. ¿Qué puedo hacer para ayudar?
—Aparta mi mente de eso. Cuéntame por qué me arrebataste a Inea. —Parecía joven, perdido y solo, asombrado y asustado.
—Lo intentaré. —Titus empezó contando cómo Abbot le había arrebatado a Mirelle, y cómo él había jurado no hacer nunca eso, y luego no había tenido otra elección. Luchó por explicarle lo que Inea significaba para él, y se sintió aliviado cuando el microondas hizo bip.
—Creo comprender —dijo H’lim—. Ella es a la vez compañera y orl para ti. Tiene que ser intolerable.
—No —dijo Titus, sujetando la jarra y deseando que Inea estuviera allí para infundirla en vez de tener que hacerlo él mismo. Está más segura con Abbot. H’lim ganaría ectoplasma, pero Titus solamente perdería en aquella comida.
—No, H’lim, es la única situación tolerable para mí.
—Yo…, entiendo.
Mientras compartían la comida, Titus observó:
—Te has vuelto muy bueno manipulando a los humanos sin usar la Influencia. No puedo creer que lo aprendieras de mí tan rápidamente.
—Soy criador de ganado y comerciante. Aunque los no luren no encuentran mucha utilidad en mis rebaños, trato con ellos a cambio de suministros. Fruncen el ceño ante el uso de la Influencia en los negocios.
—Puedo imaginarlo. —Vividos cuadros danzaron por la mente de Titus, una galaxia donde los luren se veían sometidos al ostracismo a causa del temor—. ¿Preparo otra jarra?
—No. Tus provisiones están bajas y no pasará mucho tiempo antes de que disponga de sangre orl. La compartiré contigo, y con Abbot.
—Mantendrán un estricto control.
—Les diré que necesito más de la que realmente necesito. Debo ayudarte, del mismo modo que tú debes ayudar a Abbot si tiene problemas. Él te ha ofrecido sus proveedores más de una vez.
—Ya te he explicado por qué no puedo aceptar.
—Sí. —H’lim jugueteó con la última gota de sangre en su vaso—. Si sabes dónde obtuvo Inea esa cosa que utilizó contra mí…
—¿La cruz? —Titus se echó a reír. Le contó a H’lim cómo había hecho lo mismo con él y por qué—. Ayuda, ¡pero sus provisiones son aún más limitadas que las de la sangre!
—Un objeto religioso —musitó H’lim. Con los ojos velados, hizo una pausa para pensar y Titus aguardó, ávido de cualquier indicio referente a la religión de H’lim—. Bien —dijo H’lim, cambiando de tema—, puede que haya otra forma en la que pueda ayudar. He observado que tú, más incluso que Abbot, tiendes a producir un poco de tu propio sostén. Quizás esto sea un rasgo de tus antepasados humanos. Dijiste en una ocasión que tienes más antepasados humanos que Abbot.
Titus sabía que producía su propia sangre más rápido que Abbot, pero ¿ectoplasma también?
—¿Cómo puedes ver eso? ¡Tengo que estudiar realmente tus ojos!
—Y yo tengo que estudiar tus genes…, los auténticos, no lo que hay en los registros médicos. Existe un estimulante que utilizamos en los orls, podrías llamarlo un… activador tanto de la sangre como del ectoplasma. Puedo adaptarlo para que funcione contigo a través de tus rasgos humanos. Simplemente consígueme tejido tuyo y de Abbot, y convence a la doctora Colby de que me permita el acceso al laboratorio.
Titus estaba lo suficientemente hambriento como para que la idea no le pareciera demasiado exótica.
—Pondrán impedimentos a dejarte suelto por un laboratorio.
—Diles que estoy mejorando mi provisión de sangre. Después de todo será cierto, porque, si tú te hallas provisto, podrás proporcionarme a mí.
Aquella simple confianza emocionó a Titus más profundamente de lo que hubiera creído posible. Lo sostuvo durante todo el tedioso trabajo de ajustar el generador de campo de Abbot, durante el histérico alivio de H’lim cuando lo probó, durante la impaciencia de Inea mientras insistía en detenerse en su oficina para grabar su informe para Connie, y durante la discusión con Inea cuando ésta propuso pedirle a otra humana que se presentara voluntaria para sustentar a H’lim.
—¿Qué ocurre contigo? —le preguntó ella cuando Titus se negó a tomar aquello en consideración—. ¡Se está muriendo de hambre, y ni siquiera insistirá en llevarse a la voluntaria a la cama!
—¡Ese es el problema! —repuso Titus, con el hambre erosionando su paciencia—. ¡Esa voluntaria enfermará y morirá! Los humanos no son orls. El sexo con otro humano no es suficiente.
—¿Cómo lo sabes?
Titus suspiró y dejó de teclear su informe.
—He visto a los de mi sangre ocasionar un montón de muertes de las más distintas maneras. Si dudas de mí, pregúntale a Abbot.
Inea retrocedió, dolida. Titus terminó su informe. Ella dijo: —Bien, entonces, ¿quizá puedas convencerle de que se lleve a la voluntaria a la cama? Después de todo, te aceptó finalmente a ti.
—El no haría nunca eso.
—¡El piensa en los orls como en animales!
—¡Pero los humanos no son orls! —insistió ella.
—No importa. El nunca será potente con una humana.
—¿Se lo has preguntado?
—Todavía no lo conozco lo suficiente.
—Si se supone que eres su padre, se supone que tienes que hablarle de los pájaros y de las abejas.
Titus se echó a reír. Aquello le hizo sentir bien y, cuando Inea se le unió en su risa, disfrutó realmente de ella. Luego, por la comisura de los ojos, vio el texto de Connie deslizarse por la pantalla.
Inea leyó por encima de su hombro.
—¿Bamaby Peter? Ésa es la nave en la que llegaste. Normalmente no lleva mucha carga.
—Trae a los investigadores de las SS.MM. Y esto —indicó uno de los grupos de códigos de Connie— significa que también trae sangre suficiente para mí, H’lim e incluso Abbot. Así que no tendremos que reclutar a otra voluntaria humana…, todavía.
—Sangre no es todo lo que necesitas.
—Podemos sobrevivir con lo que captamos de la proximidad humana.
—Pero…
—¡Inea! Se está volviendo demasiado peligroso usar la Influencia, y los proveedores son demasiado peligrosos sin Influencia. Si no podemos arreglárnoslas, o bien tendremos que sumirnos en latencia o morir.
—¿Lo dices realmente en serio?
Él asintió, acusó recibo del mensaje de Connie y cortó el aparato.
—¿Vendrás a casa conmigo ahora, o estás demasiado enojada?
Ella apoyó las manos sobre los hombros de él.
—Estoy más asustada que enojada. No quiero que mueras.
Él se relajó en el calor de su contacto.
—No lo haré…, no mientras tú estés dispuesta a ser mía. —Alzó las manos de sus hombros—. Pero no empecemos aquí.
Al día siguiente, tras advertir a H’lim de que no invocara ni el más ligero asomo de Influencia, Titus lo escoltó a la sala de conferencias flanqueado por un nuevo grupo de cuatro guardias de Brink, dos hombres y dos mujeres, que eran meticulosos pero tenían los labios pálidos.
Los que ocupaban la larga y pulida mesa se mostraban tensos y angustiados. Las conversaciones se detuvieron, sus ojos siguieron al alienígena rodear la mesa hasta ocupar su lugar a la derecha de Colby. Titus admiró la compostura de H’lim, y se preguntó si las ropas normales que le habían entregado le hacían sentirse menos como un prisionero.
El asiento reservado para H’lim tenia espacio extra a su alrededor y estaba entre Titus y Abbot. No había vaso de agua ni bloc de notas electrónico frente a él, y el terminal de ordenador estaba bloqueado. Titus colocó su bloc frente a H’lim y le mostró cómo funcionaban los controles, luego utilizó su llave maestra para desbloquear el terminal mientras indicaba a una de las guardias de Brink:
—Falta un bloc aquí.
La mujer miró a Colby, que hizo un breve gesto afirmativo con la cabeza. Al cabo de poco rato llegaba el bloc. Colby conectó la pantalla mural a sus espaldas e hizo que mostrara sus gráficos. Llamó al orden, invitando a cada uno a informar de los efectos que la escapatoria de H’lim habían tenido sobre su trabajo.
H’lim se maravilló ante el furor despertado por su escapatoria. La estación estaba siendo rastreada en busca de contaminación biológica; todo el mundo tenía que pasar por el tamiz médico y psicológico; Brink investigaba una posible relajación de seguridad; una copia de los registros del ordenador había sido guardada bajo llave; los Servicios de Alimentación habían sido cerrados para esterilización e institución de procedimientos más estrictos; Medio Ambiente estaba controlando a doble nivel cada movimiento de los técnicos desde un control remoto; estaban siendo cambiadas todas las cerraduras; las duchas del gimnasio y la piscina habían sido cerradas; y los avances en la sonda se habían detenido porque todas esas medidas requerían un abrumador número de horas de personal.
A cada informe de cada jefe de departamento, Titus vio que los demás lanzaban miradas encubiertas a H’lim, que escuchaba impasible, tomando notas en escritura luren. El procedimiento había adoptado el aspecto de un juicio, con H’lim como acusado. Cuando finalmente Contabilidad dio una estimación del coste total, fue como si H’lim hubiera sido condenado por malversación. El detalle no quedó perdido en la mente del comerciante luren.
—Y la cosa no termina aquí —anunció Colby—. Cada uno de nosotros deberá someterse a tests psicológicos a cortos intervalos. Los tests serán realizados y evaluados desde la Estación Luna. Además, cada decisión oficial, cada acto de cada técnico, será evaluado en la Estación Luna. A bordo de la Barnaby Peter hay personal en camino a Luna para establecer allí un departamento, y serán tendidas nuevas líneas de suelo para transmitir los datos sin interferencias solares. El comportamiento aberrante o la influencia hipnótica serán detectados de inmediato.
»También a bordo de la Barnaby Peter van los investigadores de las Soberanías Mundiales, un grupo compuesto ahora por voluntarios que compartirán nuestra cuarentena durante toda su duración. La mitad de ellos permanecerán en la Estación Luna para revisar las decisiones de aquellos que vengan aquí. ¿Hay algo que añadir, sugerir, o preguntar?
Un silencio absoluto envolvió a los reunidos en tomo a la mesa. Cuando Colby bajó la vista para consultar sus notas, H’lim dijo en voz baja:
—Doctora Colby, ¿puedo hablar?
La cabeza de la mujer se alzó bruscamente, luego escrutó los tensos rostros que la rodeaban. Todos los ojos estaban posados en H’lim. Repentinamente Titus se preguntó si alguien observaría el parecido entre H’lim y los dos luren terrestres que lo flanqueaban. Tuvo que contener la oleada de Influencia que brotó sin ser solicitada. La reunión estaba siendo grabada, y la Influencia no engañaría a las grabadoras.
—De hecho, los temas relativos a su situación futura ocupan el próximo lugar en la agenda. —Escrutó los hoscos rostros y anunció—: El doctor Sa’ar tiene la palabra.
H’lim había oído la frase media docena de veces ya, y copió los manierismos humanos con una sorprendente exactitud.
—Comprendo que les he causado problemas y gastos innecesarios. La forma en que hice esto resultó más trastornadora para ustedes de lo que había esperado. Cometí un grave error. Desearía explicarlo y ofrecerme a las reparaciones que sean necesarias. ¿Está esto fuera de orden?
—En absoluto —respondió Colby.
H’lim trazó una imagen gráfica de su despertar y su confinamiento, enfatizando el control que los humanos habían ejercido sobre su acceso a la información. Citó el prometido traje espacial que nunca llegó, y el «ruido magnético», la falta de intimidad, y un esquema de privaciones que le dio la impresión de haber sido diseñado por un experto en la fisiología de su pueblo.
—Cuando me pidieron ustedes que elaborara un mensaje para atraer hasta aquí a una de nuestras naves, elaboré dos hipótesis. O bien eran ustedes exactamente lo que decían que eran, o eran enemigos inclinados a utilizarme contra mi propia raza. Tenía que averiguar la verdad. Descubrí, para mi pesar, que mis sospechas carecían de base.
—¿Qué era exactamente lo que había sospechado de nosotros? —preguntó Colby—. ¿Quiénes pensó que podíamos ser?
H’lim miró al terminal integrado en la mesa.
—Son ustedes lo suficientemente parecidos a una de las especies conocidas que muy bien podían haber sido reclutados por ella.
—Pero usted admitió ante mí —dijo Colby— que había tenido contacto con la mente de Titus. Seguro que, si esto hubiera sido un elaborado engaño, entonces lo hubiera sabido.
—No necesariamente, aunque ésta hubiera sido la parte más difícil y costosa del engaño, y así las apuestas tenían que ser muy altas. Soy un criador de ganado, un comerciante, un trabajador ordinario, no un espía. Esos asuntos se hallan completamente más allá de mí. Pero ahora estoy convencido de que son lo que dicen que son, y en consecuencia he contraído una gran deuda con ustedes.
»Si lanzan su sonda, entonces proporcionaré el mensaje que me han solicitado. Pero debo saber si su intención es que la sonda atraiga al que la reciba lejos de este sistema solar. Si enviaran una señal desde aquí, con el equipo más potente que poseen en el suelo, habría grandes posibilidades de atraer rápidamente la atención, más que con la sonda.
—De todas esas especies que ha dicho —indicó Colby—, ¿quién creyó que lo había secuestrado? ¿Quién pensó que había intentado lavar su cerebro con una tortura tan bien diseñada? ¿Quién es esa gente que tanto se parece a nosotros?
Los ojos de H’lim barrieron a los tensos humanos. Titus pudo oír su lenta respiración, pero no alzó ninguna Influencia cuando respondió:
—Figuraciones de mi alterada imaginación, sin duda.
—Yo lo dudo —dijo Colby.
Con los ojos fijos en su terminal, H’lim elaboró su respuesta.
—Se me ha hablado de bien fundado espionaje realizado entre firmas rivales de su mundo. Su especie no es tan distinta de las que pueblan la galaxia. Siempre hay individuos ricos que harían cosas drásticas para cuadruplicar sus riquezas.
»Yo escoltaba una manada de ganado especialmente desarrollado, mi propio producto, y un secreto celosamente guardado. La posesión de ese secreto hubiera podido cuadruplicar las riquezas de aquellos que podrían montar un engaño tan elaborado contra mí. Su trabajo con el tejido orl intacto apoyaba esa teoría. El mensaje que deseaban que escribiera podría haber usado mi reputación personal para atraer a alguien de mayor valor incluso que yo a una trampa. Alzó los ojos.
—Comprendo que la humildad es algo valorado entre ustedes. Me disculpo por no ser humilde acerca de mi valía. Les aseguro que no exagero. Proporciónenme libertad, intimidad y acceso a un laboratorio bien equipado, y les ayudaré con sus próximos pasos para conquistar las enfermedades víricas y genéticas. No les «daré» nada que pueda alterar su civilización, sino simplemente las herramientas para alcanzar la civilización galáctica con confianza.
H’lim se enfocó en la grabadora en un rincón de la estancia y habló a aquellos que le escuchaban en la Tierra.
—Sólo soy una persona, aislada aquí, rodeada por el vacío, bajo una intensa guardia…, y mi existencia ya ha alterado los asuntos de su mundo. Pero, si muestran ustedes confianza, no habrá ninguna alteración, ni siquiera a la llegada de una nave cargada de galácticos. Les ofrezco el contacto, a un nivel de igualdad, con un enorme mercado comercial. Sólo les pido su ayuda para sobrevivir y regresar a mi casa.
Titus no hubiera podido escribir una mejor presentación, pero sin duda el estilo retórico inglés de H’lim era derivado del suyo propio. Era casi demasiado bueno. Era casi atemorizador. Un alienígena debería parecer más… alienígena.
Colby tomó las riendas, abortando una docena de discusiones privadas.
—El doctor Sa’ar ha hablado muy persuasivamente, pero el asunto no será decidido aquí. El doctor Mihelich ha confirmado repetidamente que no corremos ningún peligro de contaminación biológica. El doctor Sa’ar no ha dañado nunca a nadie, ni siquiera bajo provocación extrema. Estamos completamente aislados aquí, y nuestras acciones no tendrán consecuencias sobre la Tierra…, a menos que perdamos la buena voluntad del doctor Sa’ar tratándolo mal. En consecuencia, ordeno que el laboratorio 620, frente al del doctor Mihelich, sea entregado al doctor Sa’ar. Buscaré unos aposentos adecuadamente privados para nuestro huésped, y proporcionaré guardias y personal para que le ayuden.
La pantalla principal parpadeó blanca, luego se definió en un exterior de la Estación Goddard, con la voz de fondo de un locutor:
—¡…enorme destrucción! ¡Está resultando difícil respirar aquí dentro! —Estaba gritando por encima de un rugido de fondo. Titus vio fragmentos de restos volando hacia fuera de un enorme boquete en la rueda de la estación—. Pasamos ahora al Control Orbital de Quito, Max Simón informando. ¿Max?
La imagen cambió a un periodista en mangas de camisa murmurando a alguien fuera de campo.
—¿Máscaras de oxígeno ahí arriba? —Luego se llevó un dedo al botón en su oreja y miró a la cámara—. Oh. Buenos días desde el Control de Quito. Estamos recibiendo aquí informes contradictorios de la explosión. —Tras él, una gran pantalla mostraba otra vista de Goddard—. Sólo una cosa es absolutamente segura. No ha quedado nada de la Barnaby Peter. Según los escáneres aquí en Quito, ninguno de los restos es mayor que un hombre. Tengo… —Su mano fue de nuevo a su oreja, y su actitud cambió—. Tenemos un boletín en estos momentos, y por eso debemos volver con Terry Rogers en Houston.
La escena cambió a la plaza con la fuente del familiar edificio del Centro de Control Orbital en Houston. Una morena con un traje de seda amarillo sujetaba un micrófono entre ella y un hombre joven con gruesas gafas y un asomo de barba.
—El doctor Raymond Sills nos comentará ahora… ¿Oh? —Miró fuera de campo, a alguien que le tendía una hoja de fino papel, luego empezó de nuevo—. Lo siento. Esto acaba de llegar. Un grupo que se hace llamar Coalición de Abogados de la Tierra se ha adjudicado la responsabilidad de la destrucción de la Barnaby Peter y el equipo investigador de las Soberanías Mundiales. Su portavoz…
Se interrumpió cuando otro delgado papel le fue metido en la mano y alguien susurró, fuera de campo:
—¡No, no, lee esto!
Empezó de nuevo:
—La Coalición de Abogados de la Tierra está apoyada por… ¡Oh, Dios mío! —Se puso pálida.
Otro papel apareció ante ella, y la parte superior de una cabeza se agitó dentro de campo. Titus pudo ver el brazo del joven de la barba rala sostener por un instante a la periodista, y luego ella estuvo firme sobre sus pies de nuevo, inspiró profundamente y declamó, con la tranquila pero grave voz de un periodista cubriendo un funeral:
—Tengo aquí la confirmación oficial de que la Coalición de Abogados de la Tierra está apoyada por dieciséis países en otro tiempo firmantes del convenio de las Soberanías Mundiales. Actualmente se han segregado de nuestra unión. Conectamos ahora con la sede central de las Soberanías Mundiales.
La pantalla mostró la cavernosa sala de la Asamblea General, con un cierto número de delegaciones presentes y más llegando a cada momento. En el estrado había de pie un hombre robusto con turbante y una enorme barba negra leyendo una declaración en el estilo claro y pausado necesario para la traducción simultánea.
—…no declaramos la guerra a aquellos aún firmantes del convenio de las Soberanías Mundiales. Nos hemos unido para proteger a toda la Tierra, y para conseguirlo usaremos nuestro poderío militar para bloquear cualquier acción de las Soberanías Mundiales que ponga en peligro nuestra especie. Con este fin, nosotras, las naciones de la Tierra abajo firmantes, declaramos la Estación Proyecto bajo bloqueo total. La sonda del Proyecto Llamada nunca se lanzará, su señal nunca partirá. La Estación Proyecto se halla en estos momentos aislada, y aquellos en su interior abandonados para que mueran en brazos de sus dioses. Ningún ser humano volverá a poner nunca el pie en o cerca de la Estación Proyecto. ¡Desde este momento la declaramos terreno prohibido!