16

Al final del pasillo de Biomed, una multitud de trabajadores fuera de turno se había reunido detrás del puesto de seguridad. Sus voces llenaban la zona con un excitado parlotear. Cuatro guardias de Brink sujetaban firmemente a un quinto entre ellos, y las manos del prisionero estaban esposadas a su espalda. Titus lo reconoció como uno de los guardias que habían estado en la puerta del criolab, el que debía de haberse marchado cuando se apagaron las luces. En la consola de la estación de seguridad, un monitor mostraba una emisión de la Tierra, con la cabecera de un boletín parpadeando sobre la imagen del locutor. ¡Cuerpo alienígena reanimado!

—No deberías haber hecho esto, Chip —decía uno de los guardias al prisionero cuando Titus llegó a su lado—. Eso es una infracción grave de la seguridad.

—Maldita sea la seguridad, ¿qué me dices de infectar toda la Tierra con alguna enfermedad alienígena?

¡Oh, mierda! ¡Ha informado de que H’lim ha revivido! Si quedaba aún alguna esperanza de que Connie pudiera conseguir hacer pasar a alguien a través de la seguridad antiasesino, ahora ya no quedaba ninguna posibilidad de que pudiera enviar a alguien a través de la cuarentena a toda escala.

Sus ojos se posaron en Inea, casi invisible en medio de la masa de humanidad más allá del puesto de control. Ella le vio al mismo momento y empezó a abrirse camino hacia él. El le hizo señas de que se dirigiera a la puerta de salida de la izquierda, una puerta hecha con radios que giraban sólo en una dirección. Tan pronto como la hubo cruzado, la multitud se lanzó hacia él, inundándolo con una avalancha de preguntas.

Sujetó a Inea por un brazo y empezó a abrirse camino hacia el límite de la multitud.

—La doctora Colby saldrá pronto, y ella tendrá una declaración para ustedes —repitió una y otra vez Titus.

Consiguieron salir de los apretujones, y Titus se tambaleó, jadeante.

—Estás temblando. ¿Qué ha ocurrido?

—Me he convertido en su padre.

—¡Hemos ganado! —exclamó ella, besándole. Luego se abalanzó hacia el botón de llamada del ascensor y lo pulsó triunfante.

—Inea. —Para su pesar, ella tuvo que sujetarle y apoyarle contra la pared—. Abbot parece tener más control sobre H’lim, ése es su nombre, que yo. Voy a tener que impedir que Abbot le enseñe a despreciar a los humanos, voy a tener que volver ahí dentro.

—Pero estás enfermo.

—No estoy enfermo. Sólo hambriento. Agotamiento del ectoplasma. —El entumecimiento empezaba a receder, y las predicciones de Abbot estaban demostrando ser ciertas…, una vez más—. No puedo… Tengo que…

—Pero el alienígena, ¿está bien? ¿No se volvió feral?

—Está bien…, por el momento. Pero tengo que…

Llegó un ascensor vacío, y ella lo metió en él.

—No estás en condiciones de hacer nada. Pero supongo que esto significa que todo el mundo sabe lo tuyo y lo de Abbot.

—No, no. —Le explicó la forma en que Abbot había manejado el asunto.

—¡Abbot de nuevo! —Cargó el brazo de él sobre sus hombros y medio lo arrastró fuera del ascensor. El corredor estaba desierto a medio turno, con la mayoría de la gente fuera de servicio aguardando en Biomed y el resto pegada a sus pantallas. Se dio cuenta confusamente que era su propia puerta lo que estaba mirando, e Inea rebuscaba en sus pantalones en busca de la llave.

Lo siguiente que supo fue que estaba derrumbado en la silla al lado de la mesa de la cocina y el microondas hacía blip. Y entonces el olor le golpeó. Se tambaleó hasta el fregadero, agarró la jarra, derramando los medio disueltos cristales por el borde, y tragó la rechinante mezcla. Luego sintió la incontenible arcada y vomitó en el fregadero. Jadeante, exclamó:

—¡Sal de aquí! ¡Si sabes lo que es bueno para ti, sal de aquí! —Tengo que llamar a Abbot.

Calmadamente, ella volvió a llenar la jarra y la metió en el microondas.

—Ve a lavarte la boca y deja de decirme lo que tengo que hacer. Cuando él no se movió, lo sujetó por los bíceps, lo empujó hacia el cuarto de baño y cerró la puerta. Titus se inclinó sobre el lavabo, mareado y avergonzado, pero aún dominado por un hambre desesperada como jamás había sentido. Se enjuagó la sangre muerta de la boca, luego contempló su rostro en el espejo…, los ojos hundidos y enrojecidos, la angustia tallada en profundas líneas que descendían por sus mejillas. Se tambaleó, luchó por mantener el equilibrio y cayó contra la puerta. Ésta no se abrió.

El pánico le golpeó y se arrojó con todas sus fuerzas contra la barrera, vagamente consciente del manantial de vida al otro lado pero completamente incapaz de pensar. El resonante golpe de su cuerpo golpeando contra la dura barrera estableció un ritmo en su mente, un pulsar de hambre tan fuerte como lo había sido el de H’lim.

Lo siguiente que supo fue que la puerta se corrió hacia un lado y él golpeó duramente contra la pared opuesta.

Inea sujetaba la jarra llena de sangre caliente, rodeada por una bruma de ectoplasma. Fue hacia ella, babeando y tragando saliva como un animal, y el denso líquido los manchó a ambos. No sintió ninguna vergüenza hasta que hubo terminado la jarra, la arrojó a un lado, clavó a Inea contra el suelo y empezó a desgarrarle las ropas.

Entonces los brazos de ella le rodearon, e hizo que el rostro de él se apoyara contra su cuello. Los dientes de Titus aferraron un pliegue de piel, con la gran vena como de caucho latiendo entre ellos. Y entonces se detuvo.

Un abrasador remordimiento lo paralizó mientras las manos de ella avanzaban urgentemente hacia su desnudo cuello y sus labios se posaban en su barbuda mejilla. Y no había ninguna reserva en ella, ninguna barrera entre los dos. Su amor y su sustancia penetraron en la piel de él, y su deseo le inflamó.

Obligó a su mandíbula a pararse, con los músculos agarrotados mientras su voluntad negaba lo que su cuerpo le exigía. La ardiente vergüenza era peor que la implacable hambre.

—¿Qué ocurre? ¿No lo estoy haciendo bien?

Un ronco sonido desgarró su garganta, quizás un sollozo. Rodó sobre sí mismo, apartándose de encima de ella, tirando de ella encima de él y abrazándola fuertemente.

—No. Yo lo estoy haciendo mal. ¿Podrás perdonarme alguna vez? Nunca quise que vieras algo como esto.

—Todo está bien, si tú estás bien ahora.

—No. Necesito más. —Forcejeó para ponerse en pie, levantándola a ella con él y recuperando la jarra. Sus manos temblaban aún más ahora.

—Espera, déjame. —Ella limpió la jarra, la llenó de nuevo de agua y volvió a colocarla a calentar en el microondas. Luego llenó el fregadero de agua fría—. Quítate estas ropas. Ya están empapadas. —Se despojó de sus propias ropas y las metió en el fregadero, se volvió y lo halló a él completamente inmóvil—. Vamos —dijo, desabrochándole la camisa—. ¡Oh, Dios mío!

Sus dedos bailotearon sobre la herida en su cuello. Él sujetó su mano.

—Habrá desaparecido en unas pocas horas.

—¡Titus, has quebrantado la cuarentena! Puedes estar infec…

—¡El no tiene nada que no haya estado suelto por la Tierra desde hace siglos! Si hubo algo que pudiera traer, mis antepasados lo trajeron.

—No lo sabes. Pueden haberse producido mutaciones…

—Mihelich dice que no hay nada que los humanos no puedan manejar, y no hay ninguna razón para dudarlo.

—Espero que tengas razón. —El blip les interrumpió, e Inea vertió otro paquete de cristales en la jarra, manteniendo ésta cerca de su desnudo pecho.

Él apartó el pelo de ella de su rostro y besó su frente.

—No sé por qué, Inea, pero la bioquímica ahí fuera es la misma que evolucionó en la Tierra.

Ella llevó la jarra a los labios de él, pero él envolvió sus manos sobre las de ella y se apartó y se despojó de sus manchados pantalones, extrajo su Bell y la caja de control de los detectores de sus bolsillos y echó los pantalones en el agua. Luego tomó un vaso y se lo llenó.

—Por la vida…, ¡micro y de la otra! —Cuando el elixir cruzó su lengua, supo que no podía permitirse la bravata. Lo bebió de un solo sorbo y volvió a llenarlo, aún incapaz de beberlo pausadamente.

Al tercer vaso sus manos dejaron de temblar y pensó en cómo debía ser todo aquello desde el punto de vista de ella. Ella había sido capaz de entregar su cuerpo a un alienígena, y ahora se había visto atacada por un babeante animal que estaba a punto de pedirle que se fuera a la cama con él. Se dejó caer en la silla y enterró el rostro entre sus manos.

—¡Lo siento!

Ella se deslizó sobre sus rodillas y lo rodeó con sus brazos.

—Lo sé. Pero todo está bien. Eres el mejor hombre que he conocido y, cuando luchas contra algo que no puedes controlar, sé el tipo de cosa que tiene que ser. Pero el secreto del amor es que nosotros dos juntos podemos controlarlo todo.

—¿Incluso la idea de dormir con algo que no es humano?

—¿Estás tan seguro de que no eres humano?

—Acostumbraba a pensar que era humano, pero ahora no estoy tan seguro. —Le dijo cómo H’lim había extraído el idioma inglés de su mente—. Estaba lleno de pánico y paralizó a todos, incluso a mí…, y luego me arrancó el idioma de mi mente. Pero nunca había oído que un luren pudiera hacer eso. Luché contra él, ¡y luego me sentí avergonzado de haber luchado! ¿Es ésa una reacción humana a la violación de la mente?

—¿Se mostró sorprendido Abbot?

—No lo sé. Por aquel entonces estaba un poco fuera de mí.

—¿Fuera de ti? Apuesto a que sí. Tuvo que arrastrarte por los corredores como un zombi.

Él la besó.

—El zombi está volviendo a la vida. ¿Puedes seguir controlando eso?

—Pruébame.

Él vació la jarra en su vaso e hizo que ella rodeara éste con sus manos.

—Bien. Esto es un progreso. Acostumbrabas a golpearme siempre con esas cosas después.

—Hice algo realmente estúpido. —Recitó la advertencia de Abbot de que podía matar.

—¿Y piensas que hubieras debido tomar a sus proveedores y quizá matar a alguno de ellos?

—Recuerdo vagamente haber pensado eso en el cuarto de baño. Inea, perdí el control, no creí realmente que pudiera ocurrir…

—Ahora escúchame tú a mí. Pon aunque sólo sea un dedo sobre uno de ellos, y puedes estar seguro de que nunca volverás a tenerme en tu cama de nuevo. ¿Queda eso bien claro?

—¡Inea! —protestó él, sintiendo que las falsas fuerzas de la recuperación parcial lo abandonaban—. No sabemos lo que va a pasar. Puede que desarrolle un…

—Bueno, ya lo veremos, pero no aceptes nada de Abbot, y no hagas absolutamente nada sin decírmelo a mí primero. Primero, ¿comprendes? ¡No después!

Él asintió, pero antes de que pudiera decir nada los ojos de ella se abrieron mucho.

—¡El alienígena! Dijiste que el hambre es peor después de la latencia…

—Por ahora está alimentado, y Abbot le traerá a un proveedor. Creo que H’lim lo aceptará. No tiene mucha elección.

—¡Tenemos que llegar allí primero! —Pero una vaga impotencia la invadió al tiempo que el fuerte drenaje de ectoplasma la debilitaba. Ausentemente, alzó el vaso de sangre a sus labios, pero cuando el olor la alcanzó sus labios se fruncieron.

Titus bajó su cabeza para dar un sorbo del vaso.

—No tenemos mucho tiempo. Pero primero lo primero…, si aún estás dispuesta.

—Puede que aún tengamos que luchar contra Abbot por H’lim, pero estamos en mejor situación contigo como su padre que si lo hubiera obtenido Abbot. Así que tenemos que descubrir qué clase de gente es el pueblo de H’lim, porque quizá la Tierra no tenga que enviar esa sonda después de todo. —Sacudió la cabeza—. Oh, no puedo pensar.

Él depositó el vaso a un lado y la rodeó con sus brazos.

—Todo será mucho más claro después de esto. —La besó, y descubrió que de repente se sentía poseído por una gran y embarazosa urgencia.

No se lo dio todo la primera vez, pero la segunda y la tercera se esforzó al máximo. Despertó para descubrirla colgando su ropa, y la cuarta vez fue puro compartir. La dejó dormir mientras él se duchaba y se preocupaba.

Nada estaba más claro que antes, y habían pasado casi seis horas en las que los acontecimientos se desarrollaban sin él. Una vez vestido, se preparó un poco de sangre, observando lo mucho que habían bajado sus reservas y esperando que los falsos paquetes de los chips de Connie llegaran pronto. Empapó la sangre con su propio ectoplasma, tan ahíto que apenas sintió la pérdida, luego dejó una nota para Inea parpadeando en la pantalla del videocom:

No sé cómo pudiste mirarme a la cara después de haberme

comportado de una forma tan vergonzosa. Pero lo hiciste.

Ahora tengo que utilizar las fuerzas que me diste para ocuparme de mis obligaciones.

Tienes razón; juntos podemos hacer cualquier cosa.

Te quiero más allá de toda medida, T(DR)S

Se metió el termo bajo el brazo y, envolviéndose a fin de no ser observado, se encaminó hacia Biomed, con paso vivo y silbando ligeramente. Todo el mundo a su alrededor, sin embargo, se movía desanimadamente, con frentes lúgubremente fruncidas y murmurando hoscamente acerca de que Nagel y las SS.MM. habían declarado la Estación Proyecto bajo estricta cuarentena. Colby había establecido ya el racionamiento, anticipándose a una interrupción de las entregas de suministros.

Se habían dispuesto duchas de esterilización en la entrada de la suite de H’lim, junto con cuatro guardias de Brink, dos fuera y dos dentro. Colby había puesto el nombre de Titus en la lista de los que podían ser admitidos, y los guardias le hicieron señas de que entrara en la suite mientras murmuraban cómo se pondría Kaschmore con Colby, no con ellos, por el hecho de que H’lim recibiera tantas visitas.

Abbot había entrado varias veces durante las últimas horas, lo mismo que Mirelle y Colby.

Adecuadamente vestido, pero aún envolviendo el termo séptico, Titus entró en la suite para ejecutivos de la enfermería. Se encontró frente a una larga y formal mesa de comedor que formaba un reservado decorado en oro e índigo. A su izquierda una puerta se abría a una cocina privada donde alguien se movía de un lado para otro.

Las luces eran suaves y la temperatura sofocante. Desde la puerta en la pared del fondo llegaba el resplandor del panel de luces superviviente de la Kylyd.

Al otro lado de esa puerta halló el dormitorio. La cama de hospital tenía las ropas echadas a un lado. A su izquierda había un tresillo de sillones tapizados con piel clonada y consolas de ordenador instaladas en las mesitas auxiliares entre ellos, y una mesita de café con dos tazas abandonadas en ella. Detrás de los sillones había una puerta cerrada, y otra le hacía frente en la pared del otro lado de la habitación.

A la derecha de la cama había un escritorio y una instalación de videocom de ejecutivo. H’lim estaba sentado ante el escritorio, con la barbilla descansando en una mano y los ojos fruncidos contemplando la brillante pantalla. Un índice de referencia de archivos de alto secreto permanecía abierto junto a su otra mano.

Cuando Titus cruzó la puerta, H’lim se volvió, luego sonrió ampliamente.

—Estoy intentando aprender esto de la manera difícil. No supongo que estés dispuesto a ayudarme.

¿Ofrecerle de nuevo mi mente?

—Quizá más tarde. ¿Cómo te sientes?

—He estado distrayéndome de eso aprendiendo esto. —H’lim hizo un gesto hacia la pantalla del videocom que mostraba un menú de acceso—. Tengo tus palabras, pero no sus gráficos, y me siento muy desconcertado ante las armonías internas de vuestro idioma, de modo que elijo mal demasiado a menudo los significados aplicables. Tu… gente es educada y hace muchas preguntas, pero no responden a las mías.

Titus hizo un gesto hacia las cuatro cámaras de vigilancia que abarcaban toda la habitación.

—Están efectuando grabaciones para estudiarlas más tarde, ¿sabes? Desean ver cómo eres antes de que tú aprendas demasiado sobre nosotros y oscurezcas los datos.

—Grabadoras, sí. Abbot las mencionó. La falta de intimidad no parece molestar a los humanos. —Sus ojos se posaron en el termo que Titus llevaba envuelto. Lo había mantenido fuera del campo de las cámaras y ahora lo depositó en el suelo junto a la puerta. Luego se dirigió al escritorio y se inclinó sobre H’lim.

—En realidad son para utilización médica, no para espiarte, así que pueden ser desconectadas muy fácilmente. Observa. —Tecleó el código de autorización de Colby y luego la orden para asegurar la habitación como hacía en muchas reuniones. La pantalla parpadeó: asegurado—. Puede que no se sientan felices al respecto, pero tu insiste, luego negocia, y ellos terminarán concediéndote un poco de tiempo de intimidad.

H’lim alzó la vista hacia él.

—Pareces comprender a los humanos. Tu Abbot no. —Él piensa en los humanos como orls.

—Un enorme error. —Frunció los ojos hacia la pantalla—. Todos mis orls resultaron muertos, me dijeron. —Crispó las manos frente a él. Titus colocó una mano formando copa sobre los puños del luren, y captó su terror. Le explicó que los luren de la Tierra no tenían orls, y que la gente de Abbot utilizaba humanos a cambio. Luego le ofreció la sangre humana clonada que había traído, y contuvo el aliento.

H’lim aferró la mano de Titus.

—Quizá seas más humano de lo que piensas, Titus. André Mihelich ha empezado a clonar sangre orl para mí, pero eso tomará tiempo, y el hambre es ahora.

—¿Les dijiste lo que necesitabas?

—Tuve que hacerlo.

—Comprendo. Ven, toma esto antes de que se pongan en contacto con Carol para que conecte las cámaras de nuevo.

Llevaron el termo al cuarto de baño, donde no había cámaras, y H’lim vació su contenido, con una mueca y un estremecimiento a cada sorbo pero sin quejarse. Por un momento, Titus temió que todo pudiera volver, con un desacuerdo violento ante un completo luren. Pero luego H’lim se inclinó sobre el lavabo y se lavó el sabor de la boca. Se miró en el espejo, y afirmó que su hambre había sido aplacada.

Titus envolvía de nuevo el termo en una toalla estéril cuando oyó cerrarse la puerta del dormitorio y Abbot llamó desde allí: —¿H’lim? ¿Titus?

H’lim se secó el rostro.

—¿Quién está con él? ¡Es sensitivo!

—Probablemente un proveedor que trae para ofrecerte. —Alzó la voz—. Ahora venimos, Abbot.

Había traído a la doctora Kuo, la bajita mujer oriental de mediana edad a la que Titus había seguido en una ocasión hasta Biomed. Sus ojos tenían la mirada vidriosa de la intensa Influencia. Abbot saludó a Titus.

—Veo que has desconectado las cámaras. Eso va a inquietar a todo el mundo. ¿Cuánto tiempo crees que tenemos?

—Quizás otros diez minutos.

Abbot presentó Kuo a H’lim.

—Márcala como tuya. Es mi regalo.

—¿No los usáis en parejas?

—¿Parejas? —preguntó Abbot, con el ceño fruncido.

—Como los orls, para que se alimenten entre ellos después.

Abbot enrojeció. Aquél era un extraño espectáculo. Titus dijo:

—Los humanos no son orls. No se alimentan entre ellos con efectividad. Igual que… nos acostamos nosotros mismos con ellos.

H’lim comparó a los dos mestizos que tenia delante, luego dijo educadamente:

—Entiendo. Hubiera debido darme cuenta.

—Si la idea te trastorna —ofreció Abbot—, yo me ocuparé del asunto. No vaciles. Márcala.

—¿Puedo pedirte primero algo?

—Por supuesto. Mi reticencia se debe sólo a las cámaras. Creí haberte explicado eso.

—¿Cuánto tiempo he estado… latente?

—Las mediciones luren del tiempo no han sobrevivido a las generaciones —respondió Abbot, y describió la duración de un año como mil cuatrocientas sesenta veces el intervalo que H’lim llevaba despierto—. Y has estado latente durante unos tres años.

Mientras H’lim daba vueltas a la aritmética mental, Titus tecleó un gráfico del Sistema Solar y le proporcionó la longitud de un año en términos de órbita terrestre.

H’lim asintió.

—No sé exactamente cuán largo es esto, pero explica por qué me siento así. Pasará.

Titus deseaba hacer todo tipo de preguntas personales, pero Abbot dijo:

—Ahora tienes que tomar tu sustento…

—Tengo una pregunta más —dijo H’lim, y Titus tuvo la clara impresión de que la mente de H’lim estaba todavía abierta a la idea de usar humanos—. ¿Hay alguna posibilidad de que consiga alguna vez volver a casa?

—Sí, la hay, si aguardas lo suficiente —respondió Abbot, y le habló del mensaje que iba a ser enviado. Lo dijo como si intentara alejar a un paciente alterado de la idea del suicidio, ofreciéndole esperanza y convenciéndole así de que comiera y sobreviviera.

—Entiendo —dijo H’lim al fin, inspeccionando a Kuo desde más cerca—. En ese caso, debo, lamentablemente, declinar tu generoso ofrecimiento.

—¿Qué? —exclamó Abbot—. ¿Por qué? Titus, ¿qué has estado contándole?

—Titus ha cumplido con sus obligaciones para conmigo de la mejor forma que ha podido, y yo me siento agradecido por ello.

—Ha cumplido… ¡Titus!

—Le he ofrecido sangre, pero no le he mencionado que mi misión es impedirte que envíes ese mensaje.

Los ojos de H’lim saltaron de uno a otro mientras Abbot miraba furiosamente a Titus, con Kuo olvidada en su estupor.

En ese momento la puerta se abrió y Colby entró a la carga…

—…y yo no desconecté las cámaras… ¡Oh! Doctora Kuo, no recuerdo haber autorizado…

Abbot hizo que Kuo se volviera brevemente hacia él mientras decía con penetrante Influencia:

—Doctora Kuo, ¿cree usted que podrá ayudar a Mirelle con el lenguaje hablado ahora?

Los ojos de la mujer se enfocaron, y apartó la vista de Abbot.

—Oh, sí, no tendría que haber ningún problema ahora. —Vio a Colby—. Discúlpeme, Carol, tendré ese informe por la mañana. —Hizo una pequeña y educada inclinación de cabeza a H’lim—. Muchas gracias. —Y se deslizó más allá de Colby y salió.

Colby parpadeó, miró a H’lim con el ceño fruncido y recompuso sus rasgos.

—No creía que mi código de seguridad estuviera en esas notas, H’lim.

Los ojos de éste se clavaron en Titus, y Titus intervino:

—Yo le enseñé el código. Se resentía de la falta de intimidad…

—No se ha hecho ningún daño a nadie —sugirió Abbot con Influencia.

—No, supongo que no —dijo Colby, sin entusiasmo.

Titus se dirigió a la consola.

—Observe esto, H’lim. Las volveré a conectar para que los antropólogos se sientan felices.

Cuando las cámaras empezaron a barrer la zona de nuevo, Colby se reclinó contra el respaldo de un sillón.

—Titus, creí que tal vez hubiera resultado usted herido en el criolab. Se encontró un poco de su sangre en la sábana…

Titus se dio cuenta de que palidecía. Antes de que pudiera hablar, Abbot dijo:

—Le sangró un poco la nariz, pero la hemorragia cesó casi inmediatamente.

Titus empezó a respirar de nuevo cuando Colby aceptó aquello y siguió hablando. En silencio, Titus bendijo al programador que había manipulado los ordenadores de Biomed para que identificaran su sangre sin revelar sus peculiaridades. Abbot tenía razón acerca de que no pasaría mucho tiempo antes de que los luren de la Tierra no pudieran seguir viviendo sin ser apercibidos. Cuando salió del shock, Colby estaba diciendo:

—…hacer que Titus sea reconocido en busca de posibles infecciones.

Abbot apartó a Titus del videocom y tecleó rápidamente, miró la pantalla, maldijo como si hubiera cometido un error, luego tecleó algo más.

—Aquí está —dijo alegremente—. Mire, ha sido reconocido y declarado limpio.

Titus se dio cuenta de que Abbot había introducido los datos ante la propia mirada de Colby. Ella asintió a la pantalla.

—Es una suerte tener un personal tan competente. Ahora, H’lim, ya sabe usted que su presencia está causando más de un problema…

Desde la puerta opuesta al cuarto de baño, Mihelich dijo:

—No tantos problemas como usted puede creer, Carol. —Mientras avanzaba por la habitación, Titus vio por la abertura a sus espaldas un pequeño laboratorio destinado a ocuparse del paciente en la suite—. Hasta ahora H’lim ha sido muy colaborador y, tan pronto como aprenda a leer, estoy seguro de que tendrá mucho que enseñarnos.

—Me sentiré muy complacido de hacer lo que pueda para que las cosas resulten fáciles. —H’lim dijo aquello sin ningún tipo de Influencia. Luego invocó un toque de su poder para añadir—: Seguramente ayudaría mucho si pudiera salir a ver la Kylyd. —Miró a Abbot, que asintió.

Colby repitió el nombre de la nave y H’lim se lo explicó, añadiendo:

—Estaba escoltando ganado que había diseñado para un nuevo mundo colonia. No sé nada de naves, pero pese a todo es probable que pueda resolver algunos problemas para ustedes.

—Eso me parece razonable —se apresuró a decir Mihelich—. ¡No creerá usted lo que sabe! Cuando dice «diseñado» con referencia a esas criaturas…, la otra especie que hallamos con él, lo dice literalmente.

Colby dijo, dirigiéndose a H’lim:

—No disponemos de traje espacial para usted, y la nave se halla en el vacío. Dentro de poco, cuando le hayan fabricado un traje, estoy segura de que los ingenieros se sentirán felices ante cualquier indicio que pueda usted proporcionarles. Mientras tanto, su primera tarea es recuperar sus fuerzas. Los médicos están preocupados de que no coma.

Mihelich explicó aquello, y Colby recibió la noticia acerca de su dieta con una total inexpresividad. Sin ninguna reacción abierta, H’lim la observó tragarse su desagrado. Colby recordó a Titus y Abbot las reuniones reprogramadas, se apresuró a disculparse y se marchó, con un toque de palidez en sus labios.

Mihelich se pasó los dedos por su blanco cabello y regresó al laboratorio.

—H’lim, venga a ver esto, y luego le mostraré más cosas que puede hacer el videocom. Puede usted conectar con las cámaras dirigidas a la nave…

H’lim le siguió, mirando hacia atrás una sola vez a Titus y Abbot, como disculpándose.

Titus recogió su termo disfrazado con la toalla y, cuando salió del cuarto de baño, Abbot dijo:

—Me alegra ver que te has recuperado.

Titus pasó junto a él sin detenerse.

—Hay algunas cosas, Abbot, que tú nunca entenderás, pero espero que finalmente puedas captar el hecho de que no deseo ni necesito tu ayuda. —Pero yo nunca hubiera podido salirme con bien de ese truco con mis registros médicos.

—Puede que llegue un tiempo en el que consiga creerlo.

Titus se metió en la ducha, luego regresó a su apartamento. Inea se había ido, dejándole una nota en la que le decía que había tomado la «calculadora de reserva». Comprendió que se refería a que había utilizado el sistema de detectores para conectarse a las cámaras de vigilancia en la habitación de H’lim, de modo que sabía algo de lo que había ocurrido. Tomó su Bell y fue a su laboratorio, donde Inea estaba trabajando en la consola de las Ocho Antenas en el observatorio. Firmó algunos formularios, revisó algunos informes de status, y se encaminó al primer round de reuniones después del despertar de H’lim.

Cuando se dirigía hacia la puerta del laboratorio, Inea salió del observatorio gritando:

—¡La Ganso Salvaje está viva! ¡La Ganso Salvaje está informando a través de las Ocho!

La Ganso Salvaje tenía, presumiblemente, los mejores datos de rastreo del vector de aproximación de la Kylyd.

Todo el mundo echó a correr hacia el recinto de cristal, apiñándose a un lado para dejar pasar a Titus. El ruido era ensordecedor. Cuando Titus consiguió abrirse camino hasta las pantallas, vio los datos retransmitidos por uno de los observatorios orbitales exteriores.

—Sí, es la Ganso Salvaje, de acuerdo, pero ¿qué es todo esto? —preguntó.

—En su mayor parte basura —respondió Inea, y le tendió unos auriculares—. Escucha.

Los técnicos estaban discutiendo acerca de lo que llegaba y de lo que podía hacerse para limpiar la señal, acerca de por qué la sonda había empezado a transmitir de nuevo, y acerca de qué podían enviar ellos para conseguir mejores datos.

Titus devolvió los auriculares.

—Voy con retraso, y Colby va a ponerse lívida. Empieza a verificar todo este batiburrillo e infórmame si a través de él llega algo útil. —A la multitud, anunció—: ¡Puede que esto sea precisamente lo que necesitamos para localizar esa estrella! El alienígena, H’lim, dice que no sabe nada de naves, así que supongo que no debe saber cómo localizar su estrella natal. Ahora, todo depende de nosotros…, de la Ganso Salvaje. ¿Pueden ocuparse de ello?

La respuesta fue un coro de vítores y, mientras Titus empezaba a abrirse camino fuera del observatorio, le lanzaron un chorro de preguntas: «¿Ha hablado usted con él?» «¿Por qué está vivo?» «¿Cómo puede haber sobrevivido?» «¿Se trata realmente de un monstruo como dicen en las noticias?» «¿Vamos a morir todos de la plaga aquí arriba?»

Subió los escalones que conducían a la puerta y alzó las manos.

—¡No hay ninguna plaga! H’lim no es ningún monstruo, sólo un pobre náufrago perdido. —Luego, sintiéndose como un hipócrita, añadió—: Quizá podamos conseguir que su gente venga a buscarle y llevárselo de vuelta a casa y, si eso ocurre, deseamos que tenga un muy buen concepto de nosotros. Así que dejémosle ver una competencia de alto nivel en todo lo que hacemos, ¿de acuerdo? Voy retrasado para esa reunión, así que consíganme esas cifras, y yo averiguaré lo que está pasando en Biomed y se lo haré saber. ¡La Ganso Salvaje está viva!

Con eso, salió precipitadamente al corredor.

Fue una reunión tormentosa. Los rumores que el equipo de Titus había oído no eran nada comparados con lo que la prensa estaba diseminando. El pánico se estaba apoderando de la población de la Tierra, y ya se estaban produciendo tumultos en algunos países. Reportajes no confirmados indicaban que algunos países estaban financiando los grupos anti-Llamada en abierto desafío a las leyes de las Soberanías Mundiales.

Las órdenes de Colby fueron obtener datos sustanciales, entrevistas grabadas, y pruebas biológicas sobre H’lim, y enviarlo todo a la Tierra para contrarrestar el pánico. Mihelich insistió en enviar su propio informe sobre la microvida benigna que acompañaba al alienígena.

—La poca cantidad de ella que existe. Su sangre es prácticamente estéril, y la bioquímica de su sistema inmunológico es virtualmente la misma que la nuestra. —Privadamente, le dijo a Titus—. Lleva anticuerpos que nunca antes había visto, pero no los organismos correspondientes. Nada respecto a él es humano, sin embargo no constituye ninguna amenaza para nosotros. ¿Por qué se muestran tan histéricos ahí abajo?

Titus no tenía ninguna respuesta excepto que pertenecía a la naturaleza humana el temer lo desconocido, lo cual no era totalmente irracional. En los días que siguieron, Inea permaneció pegada al videocom, devorando cada detalle de H’lim y criticando a Titus por su incapacidad de conseguir un encuentro personal para ella. Pero seguía alimentando a Titus voluntaria y abundantemente, comprendiendo que Titus estaba sosteniendo a H’lim hasta que Mihelich produjera sangre orl.

Bajo la impuesta cuarentena, los envíos a la estación se efectuaban ahora por lanzamiento en vez de por alunizaje, a fin de que las tripulaciones no tuvieran que permanecer en la estación. Esto redujo el tonelaje que podían transportar, de modo que todas las peticiones eran doblemente verificadas. Mihelich no recibía nada que ayudara a la clonación, y Titus no podía conseguir los nuevos chips con embalaje de sangre de Connie. Cada informe que le enviaba a la Tierra mencionaba las restricciones y sus menguantes reservas, pero ella sólo podía dar acuse de recibo de sus lamentos, recordándole que su canal no era seguro ante los Turistas.

Titus verificó su hardware en busca de cualquier detector que hubiera podido implantar Abbot y no encontró nada. Cualquier filtración estaba en la Tierra.

Durante los frenéticos días después del despertar de H’lim, Titus apenas durmió. Durante la noche lunar, y con Inea apoyándole, tenía la energía necesaria. Incluso efectuaba frecuentes visitas a H’lim, tanto bajo las cámaras como privadamente. Estaba presente cuando los ojos del luren fueron examinados, y supo así que los luren de la Tierra habían perdido sensibilidad en el espectro visible. Los luren no sólo tenían los tres índices máximos de sensibilidad que tenían los humanos, sino también un cierto número de índices máximos infrarrojos y ultravioletas. La piel luren respondía a la presencia electromagnética de los cuerpos humanos. Cuando una de las ingenieros le presentó a H’lim un par de gafas que le permitirían utilizar la iluminación de la estación, éste le dijo:

—Todos los colores parecen extraños, pero se lo agradezco. Siempre se mostraba educado y graciosamente cooperativo, oscureciendo su reticencia bajo una efusiva generosidad.

—Conozco algo de genética y comercio, pero nada de política o cartografía. Créanme, me gustaría más aún que a ustedes el que su mensaje alcanzara a quienes me emplearon. Sin embargo, no sé dónde estoy, y todavía tengo menos idea de cómo localizar mi hogar desde aquí.

Preguntado sobre astrogación, sólo pudo citar su ineptitud con esa rama de las matemáticas. Del impulsor estelar de la Kylyd dijo:

—No sé que nadie comprenda por qué funciona, pero ha revolucionado el comercio galáctico.

Ése fue su primer indicio de que había una civilización ahí fuera. Un interrogatorio más preciso sólo reveló que había muchas especies aliadas en unidades políticas, que nunca parecían lo suficientemente estables para los comerciantes. El pueblo de H’lim, sin embargo, trataba poco con otras especies, e incluso su ignorancia al respecto estaba desfasada. ¿Cuánto tiempo? No había forma de decirlo, afirmó, puesto que no comprendía la astrogación, y nunca podía anticipar el tiempo transcurrido en un viaje. Sonaba mucho como un hombre de negocios que viaja constantemente a través de los husos horarios y que depende de su calculadora para averiguar el tiempo local, así que nadie consideró que estuviera mintiendo.

Sabiendo que estaba hambriento mientras aguardaba que la sangre orl clonada que preparaba Mihelich diera resultado, le ofrecieron sangre humana de los almacenes de la enfermería, sangre clonada y garantizada estéril. Eso era exactamente: clonada, estéril y muerta. Pero la aceptó voluntariosamente e hizo todo lo posible por bebería. Le resultó más difícil que la aceptación de la de Titus, que ahora recibía alborozado cada vez que Titus podía traerle un poco. Ésa, al menos, llevaba consigo una cierta infusión.

Mientras tanto, H’lim redobló sus esfuerzos por ayudar a Mihelich. No tenía problemas en trabajar las veinticuatro horas del día a plena vista…, sabían que era alienígena. Así que una noche, a última hora, Titus lo encontró escudriñando el videocom. Cuando Titus entró alzó la vista.

—No disponéis de mucho vocabulario, ¿verdad?

—¿Qué? —Ése nunca había sido uno de los problemas de Titus.

—Corion —desafió H’lim.

—Nunca oí esa palabra.

—Coroides —dijo.

Titus se inclinó sobre su hombro para ver lo que estaba leyendo.

—H’lim, eso es un diccionario de biología.

—Lo sé. Yo soy biólogo…, creo. El estudio de los animales, ¿no?

—Definitivamente no es mi campo.

—Cierto. ¿Has hecho algún progreso en tu campo?

—Estamos extrayendo algo de sentido de la Ganso Salvaje, y hemos afinado nuestras suposiciones con los nuevos datos. Si viniste siguiendo una línea directa desde tu planeta natal, lo encontraremos.

—No puedo decir nada al respecto, pero en realidad no importa. La señal será recogida por alguien.

—¿Alguien a quien le importe lo suficiente como para responder?

—¿Quién sabe? Pero voy a componer un mensaje para ser enviado junto con el de la Tierra, a fin de que quienquiera que lo oiga pueda hacerlo llegar a alguien a quien sí le importe.

—Quieres volver a casa.

—Sí. —H’lim se volvió del videocom, saludó alegremente a las cámaras de vigilancia, luego las desconectó—. ¿Crees realmente que esto logra intimidad?

—Apostaría mi vida sobre ello —dijo Titus, y saco el termo de su maletín. Mientras H’lim bebía, Titus murmuró—: No he hallado nada que los humanos dejaran funcionando, pero Abbot puede tener uno o dos detectores aquí dentro. Sin embargo, no lo creo. Prefiere usar la Influencia.

—Parece ser suficiente con la poca de la que disponéis.

—No podríamos desenvolvernos muy bien con ella si volviéramos contigo, ¿verdad?

—Es difícil decirlo. A juzgar por vosotros dos, diría que vuestro linaje se ha vuelto tortuoso, quizá taimado. Pero tú admites que fuisteis enviados como espías de élite para manipular a esos humanos y competir encubiertamente el uno con el otro. Dudo que estas habilidades existan en mi planeta natal, aunque yo he llevado una vida más bien aislada…, como dices que ha llevado André.

Mihelich y Mirelle eran las dos únicas personas que H’lim veía más a menudo que a Titus y Abbot.

—André es un especialista —dijo Titus.

—Sí. —Incluso en privado, H’lim se contenía de criticar el estilo de vida de la Tierra, aunque a menudo registraba sorpresa cuando se tropezaba con una nueva peculiaridad. Titus creía que el hombre había viajado a diversos mundos y aprendido el truco de aceptar lo extraño en sus propios términos.

Titus rebuscó de nuevo en su maletín.

—Te traje algunas cosas de la Kylyd con las que mis analistas ya han terminado. ¿Puedes decirme dónde fueron fabricadas? —Depositó varias piezas de metal de extraño aspecto sobre el escritorio.

H’lim las recogió ansiosamente.

—¿Dónde está el resto? —preguntó, con una intensidad que sorprendió a Titus.

—¿El resto? Creó que todo está aquí. ¿Fue fabricado con materias las procedentes de Lur?

—No lo sé. —Empezó a separarlos y a contar.

—Podría proporcionarme un indicio para averiguar el espectro.

H’lim miró a su alrededor.

—Mirelle hubiera preguntado para qué eran, pero tú no estás interesado en lo más mínimo.

En realidad Titus no había pensado en ello, pero ahora miró las piezas.

—¿Parte de algún juego?

—¿Habéis perdido el thizanl?

—Puede que Abbot sepa algo más que yo al respecto. —Titus tomó una silla y se sentó, intensamente interesado de pronto—. Háblame de él.

Varias horas más tarde Titus se marchó con dibujos de las piezas que faltaban del juego de tablero que no era muy distinto del ajedrez pero que tenía más tipos de piezas y un tablero más complejo. Técnicamente, había malgastado el tiempo, pero se sentía casi tan relajado y reanimado como si hubiera dormido toda una noche, y deseaba olvidarlo todo acerca de lo demás excepto reconstruir el juego y aprenderlo.

Fue devuelto bruscamente a la realidad cuando encontró a Inea en su oficina con un informe sobre las acciones de Abbot recogidas por sus pequeños detectores.

—¡Ha descubierto la falta de su fuente de energía!

Él le contó que H’lim pensaba añadir un mensaje suyo a la señal de la sonda.

—Puede que Abbot piense que su mensaje ya no es tan importante ahora.

—Ha estado yendo de un lado para otro como loco, reuniendo componentes para reconstruir la cosa.

—¿Estás segura de que eso es lo que ha hecho? —Pasaron las horas hasta la primera conferencia del día de Titus analizando los movimientos de Abbot.

—No te preocupes —dijo Inea cuando él se marchó—. Me quedaré hasta tarde esta noche y conseguiré depurar esas cifras de la Ganso Salvaje.

Titus fue a sus cosas, poniendo firmemente a un lado su obsesión por el juego de tablero. Las noticias de la Tierra habían empeorado, la construcción de la sonda seguía a toda marcha pero no sin problemas y, pese a todo lo que había averiguado de H’lim, sentía menos confianza en sus esfuerzos de localizar el blanco que nunca antes. Puede que H’lim no sepa mucho, pero no está diciendo todo lo que sabe. Esas astronaves no viajan en línea recta…, ¡lo sé!

Pero las cifras preliminares de la Ganso Salvaje habían confirmado la trayectoria en línea recta construida por todos los demás dispositivos de detección que operaron durante la aproximación. Las cifras más antiguas, sin embargo, les eludían. La Ganso Salvaje había sido la primera en detectar el objeto que se aproximaba, pero esos datos tenían una gran cantidad de ruido debido a un mal funcionamiento a bordo que aún no se había arreglado por completo. Los ingenieros habían elaborado la hipótesis de que alguna especie de onda procedente del impulsor de la nave había alterado la electrónica de a bordo, pero no había ninguna prueba de ello.

Más tarde, durante el turno de medianoche, el sol empezó a salir fuera, haciendo que Titus se sintiera repentinamente cansado y hambriento. Inea no estaba en su apartamento, así que regresó al observatorio, preocupado de que se hubiera quedado dormida sobre su escritorio.

El laboratorio estaba desierto, las luces muy tenues, y había dos figuras detrás de las paredes de cristal más allá de los ordenadores. Una Influencia singularmente fuerte empapaba la atmósfera, pulsando hambrienta.

¡H’lim!

Titus cargó a través de la estancia.