15

Inea cumplía su palabra. Con un poco de ayuda por parte de Titus en conseguir elementos y códigos de seguridad, diseñó ocho pequeños detectores dependientes de una unidad central hecha a partir de una calculadora de bolsillo despojada de sus entrañas y la fuente de energía en miniatura. Hasta incluyó una memoria, programada para interrogar los detectores a intervalos y salvar los datos. La unidad central estaba en interface con la consola de Titus, y también podía piratear imágenes de los escáneres de seguridad.

Titus, sin embargo, tuvo poco tiempo para colocar los detectores.

Cuando regresó a su oficina, descubrió que su caja negra había captado un tenso mensaje de Connie informándole de que tendría que enfrentarse a Abbot solo.

Aunque ella disponía de gente en Comunicaciones y Equipos del Proyecto en la Tierra, no podía enviar a nadie a la estación a través de la densa malla de seguridad diseñada para detener a los asesinos. Pero se las había arreglado para conseguir que sus acreditaciones de seguridad fueran incrementadas.

«Cuando oigas la noticia de la bomba en tu casa», continuaba el mensaje, «no te preocupes. Nosotros llegamos primero, pero este canal no es lo suficientemente seguro como para discutir planes futuros». Y terminaba: «Ahora podemos garantizarte tu provisión de sangre». Habían perfeccionado una forma de convertir los cristales en el envoltorio marrón de los chips que se utilizaba en las cajas enviadas a su laboratorio. «Simplemente utiliza el microondas para restaurar su solubilidad, y disuélvelos. Connie.»

Titus informó de las andanzas de Abbot y de la situación con el durmiente y el transmisor, pero omitió mencionar a Inea.

Más tarde aquel mismo día, mientras Colby luchaba por convencer a los periodistas de que la bomba había sido un acto terrorista, no un intento de encubrir un laboratorio de clonación, Titus fue informado de que su acreditación de seguridad había sido elevada al mismo nivel que la de Abbot.

Al cabo de una hora, le fue entregada una agenda de reuniones mucho más intensa que nunca antes. Aunque esto le proporcionaba un mejor control del Proyecto y de las actividades de Abbot, recortaba drásticamente el tiempo que necesitaba para comparar las dos copias de su catálogo.

Lorie había llamado a otros cinco programadores. Las noticias, sin embargo, no eran alentadoras. Descubrieron archivos que habían sido borrados del directorio de cada catálogo, archivos que no poseían los sellos de seguridad o fecha apropiados en ellos, archivos que Titus no reconoció. Habían sido utilizados dos métodos diferentes en los dos catálogos, así que era probable que Titus pudiera elegir de entre el lío de archivos temporales fragmentados y backups para reconstruir un conjunto correcto de números.

Titus tenía las dos versiones de los datos puestos en línea, y llevaba su Bell 990 a todas partes, tecleando en su consola a través del sistema de la estación a fin de poder trabajar durante las reuniones. Al borde de la desesperación, acariciaba la idea de que Connie tuviera una versión no manipulada de los datos, y que los Turistas tuvieran una también, de cuando tomaron su bolsa de vuelo. El trabajo de su vida no se había perdido, tan sólo estaba inaccesible.

En un encuentro en el refectorio, Abbot le informó fríamente que un luren maduro no se tomaría tantas molestias.

Después de eso, Titus pasó una noche intentando alcanzar una profundidad de trance mnemónico luren que nunca antes había alcanzado, pero los datos numéricos se le escaparon. Relaciones, ecuaciones, funciones y constantes útiles estaban claros, pero parecía que los datos que uno introducía en las ecuaciones o sustituía por expresiones algebraicas nunca habían sido registrados en su memoria.

Siempre había sido capaz de determinar si un resultado parecía plausible, pero había crecido confiando en las calculadoras. Para él, un número era tan sólo un número, e incluso se le había dado el confundir un número con su propio inverso.

Así que trabajó dolorosa y cuidadosamente a través de los sistemas de la región estelar de Tauro descritos en su catálogo, buscando anomalías tales como un planeta a una distancia incorrecta de su sol, o un planeta que era demasiado grande para su posición. Laboriosamente, escribió un programa para comparar los dos conjuntos de datos, y pronto hubo derivado un tercer conjunto de datos que consideró confiable en más de un setenta por ciento.

Mientras trabajaba, los sistemas estelares con los que estaba íntimamente familiarizado revivieron en su memoria. Durante las reuniones, mientras tecleaba en su Bell, la gente pensaba que estaba comprobando cada afirmación hecha por los que hablaban. De hecho, mientras su mente saltaba de una a otra intuición, a menudo se perdía horas enteras de los tronantes discursos destinados más a echar a un lado la culpabilidad que a informar.

Sin embargo, no se perdió la partida de los periodistas. Colby hizo hablar a Titus en el cierre de la ceremonia. Pero ella escribió el guión de lo que tenía que decir, permitiendo que los periodistas leyeran las preguntas preestablecidas, a las cuales Titus leyó las respuestas preparadas.

Les dijo cómo la pérdida de su hogar representaba también la pérdida del trabajo de toda su vida, pero que tenía intención de recuperar su pérdida reconstruyendo el catálogo original, e implicó que el éxito era seguro dentro de poco tiempo. Cuando los periodistas se marcharon, toda la estación dejó escapar un suspiro de alivio.

La situación en la Tierra, sin embargo, no mejoró. Colby y Nagel no habían convencido a todo el mundo de que el Proyecto no estaba planeando una clonación ilegal. Varios países montaron investigaciones unilaterales dentro del Proyecto y, aunque estas ruedas se movían muy lentamente, constituían una fuente de ansiedad.

Carol Colby, con aspecto cansado y mucho más delgada pese a la redondez que la baja gravedad proporcionaba a su rostro, ordenó un incremento en el ritmo del trabajo, convenciendo a todos de que el Proyecto podía ser anulado a menos que mostrara resultados muy pronto.

La construcción de la prueba había proseguido sin incidentes, pero todavía era el factor limitador de la carrera contra el tiempo. Los trabajadores aceptaron la nueva situación, pero el febril ritmo causó un número mayor de accidentes y pérdida de horas de trabajo.

Mientras tanto, Ingeniería logró encender finalmente el equipo de luces de la nave. De pie bajo él, Titus sintió un punzante dolor detrás de sus ojos. Deseó poderosamente poder quitarse sus lentes de contacto y ver cómo era realmente la luz.

El espectro era sólo un dato entre muchos. Después de todo, la mayoría de las lámparas fluorescentes o de tungsteno no eran exactamente un espejo del espectro del sol terrestre. Eran simplemente una forma cómoda de conseguir iluminación, y la gente las soportaba de la mejor manera que podía.

Por otra parte, Biomed sostenía que la luz tenía varios otros efectos saludables sobre el cuerpo, como ocurría con las plantas. Se sintieron encantados de que ambas especies de alienígenas poseyeran ojos bien adaptados al espectro producido por sus lámparas, y llegaron a la conclusión de que la nave había sido construida probablemente por aquellos que constituían su tripulación. Otros argumentaban que un vehículo alquilado podía haber sido alterado para adaptarse a sus clientes, con lo que el dato no probaba nada. Los alienígenas podían haber comprado su tecnología espacial a una especie más avanzada.

Pero ese argumento no era nada comparado con la bomba dejada caer en una reunión por otro lado anodina por uno de los brillantes jóvenes que trabajaban a las órdenes del doctor André Mihelich.

—La piel de los alienígenas funciona probablemente como una especie de tercer ojo —declaró.

Cuando el tumulto se hubo aplacado, citó las investigaciones que habían permitido a los ciegos humanos «ver» con la piel del rostro utilizando instrumentos que alimentaban los datos a los centros ópticos del cerebro.

—Me parece —anunció— que ambas especies alienígenas experimentarían dolor y posiblemente severos daños expuestas a la luz del sol de la Tierra.

Titus mantuvo su rostro inexpresivo. Se alegró de que los cruces con la humanidad hubieran embotado su sensibilidad al sol, pero ¿qué desventaja significaría eso si regresaban a su hogar, como deseaba Abbot? ¿Se volverían ciegos los luren de la Tierra en el planeta de sus antepasados?

Por otra parte, el furioso rechazo de la Tierra de la clonación del alienígena hacía que resultara evidente que los suyos nunca serían bien recibidos entre los humanos. La determinación de Abbot de enviar señales a su planeta natal parecía cada vez más y más razonable.

Titus luchó contra la creciente depresión que evocaban sus pensamientos desleales sumergiéndose en sus cálculos. Era más relajante que una noche de sueño, más alimenticio que la sangre muerta que se forzaba a engullir, y más intrigante que ninguna otra cosa que hubiera hecho antes.

Él e Inea adaptaron un programa escrito por un estudiante en la universidad de Berkeley para predecir las condiciones superficiales de planetas hipotéticos. Supusieron que la atmósfera del mundo natal luren filtraba la mayor parte de los rayos ultravioletas, lo cual explicaba su sensibilidad óptica y epidérmica, luego utilizaron el programa adaptado para elaborar un modelo de la atmósfera del mundo natal luren, deducir la gravedad del planeta y suponer su tamaño. Esto produjo un modelo del sistema solar luren y una estimación muy vaga de las características del sol en sí.

Tuvo que suponer las características magnéticas del planeta que, combinadas con las cifras de irradiación solar, predijeran las cantidades de átomos pesados, tales como el oxígeno, que el planeta perdería de la ionosfera. Pero, utilizando la pérdida de oxígeno conocida de la Tierra a través de las regiones polares debido a los vientos solares canalizados hacia allí por las líneas magnéticas convergentes, elaboró un abanico de suposiciones plausibles.

A cada revuelta del camino, confiaba intensamente en las leyendas y rasgos conocidos de los luren de la más pura sangre.

Muchas veces, durante esas largas sesiones, era agudamente consciente de Inea a su lado, absorta tanto como él en su trabajo. Aún sabiendo de dónde extraía él sus suposiciones, no las discutía, sino que se mostraba tan ansiosa como él por localizar la estrella natal de su especie.

Contrastado con el tedio de sus primeras tres semanas en la estación, en las que no había podido dedicarse ni a la astronomía ni a la física, esto constituía un tiempo de satisfacción diaria. Compartirlo con Inea, una compañera voluntaria, le proporcionaba una sensación de energía desenfrenada y capacidad sin límites. Sin embargo, después del trabajo diario, a partir del momento en que la dejaba, y en sus raros momentos de soledad, Titus no podía apartar sus pensamientos de un abismo que se abría cada vez más profundo.

¿Qué ocurriría cuando hubiera identificado su estrella natal? ¿Debía entregar esa información a la Tierra? ¿Lo haría? ¿Podría hacerlo? ¿Era preciso enviar esa sonda? ¿Y debía viajar en ella el SOS de Abbot?

La única forma de responder a esas preguntas era despertar al luren, tal como Abbot había planeado.

Preparándose para eso, trabajó con los archivos lingüísticos. Parte del material que había robado era del dominio público ahora, pero seguía necesitando los códigos de Brink para el resto.

Aunque asistía a las reuniones de más alto nivel, y podía seguir el trabajo oficial de Abbot, todavía no lograba adivinar lo que planeaba Abbot para eludir la seguridad, despertar al luren, y luego impedir que fuera muerto. Los pocos detectores que había instalado Titus, y los pocos atisbos de Abbot que captaba vía las cámaras de Seguridad, no le proporcionaban ningún indicio, pero sí le proporcionaban munición para mantener a Abbot preguntándose acerca de cuánto sabía realmente Titus y de dónde estaba obteniendo su información.

Dos horas antes de que nadie más supiera acerca de ello, le dijo a Abbot:

—Nagel envía aquí arriba inspectores de las Soberanías Mundiales para asegurarse de que no se hace nada con el «cadáver».

Claramente sorprendido, Abbot respondió:

—¿Eso te preocupa?

—¿Debería hacerlo?

—Depende de tus prioridades. ¿Me disculpas? —Y Abbot abandonó la sala de conferencias a un paso vivo.

Más tarde, Titus le dijo a Inea:

—Me he anotado un punto. Está acorralado, pero no desea que yo lo sepa.

—Bien. Eso es un progreso. Si lo mantenemos desorientado, todavía podemos ganarle. Toma, he preparado otros tres detectores.

—Debes haber permanecido despierta toda la noche.

—En absoluto. Ponlos donde sean más efectivos.

¿Dónde? Abbot estaba por todas partes, ayudando a tantos y tan diversos departamentos que nadie cuestionaba ya sus movimientos. Era la forma de Abbot de reducir la cantidad de Influencia que tenía que utilizar. La mejor manera de pasar desapercibido era ser ubicuo, pero eso lo hacía también imposible de rastrear.

Cinco días después de la marcha de los periodistas, Titus estaba en una conferencia de jefes de departamento, vigilando a Abbot que presionaba a Colby para que diera su conformidad a la descongelación del «cadáver» alienígena. No funcionaba. Colby tenía sus órdenes. Abbot no se atrevía a usar la Influencia contra eso y, sin Influencia, Abbot no podía manejar a los humanos. Titus captaba el hormigueo de la ansiedad, sabiendo que debería ayudar a Abbot pero reluctante de hacer el movimiento que constituiría su primer acto de traición. ¿Lo sería realmente?

Fue salvado de la decisión por un mensajero que se dirigió discretamente hacia Colby y le susurró algo al oído. Ella palideció, luego dijo al hombre:

—Hágala pasar. Todo el mundo tiene que escuchar esto.

Era Sisi Mintraub, con aspecto tenso. Abbot se levantó para ofrecerle su asiento, pero ella dijo ansiosamente:

—Doctor Nandoha, no pude encontrarle, así que acudí a la doctora Colby, pero… —Se interrumpió, agitó la cabeza, luego se volvió hacia Colby—. No sé cómo ocurrió. Dios mío, lo siento, Carol, pero el espécimen alienígena…, la cámara criogénica ha estado sufriendo fugas desde hace días. Quizá desde la explosión. Y nadie se dio cuenta de ello. —Miró a Abbot—. Ni siquiera usted, doctor.

Desanimado, Abbot preguntó:

—¿Qué quiere decir con fugas? Yo mismo comprobé la instalación hace dos días.

—Docenas de pequeñas fugas en algunos de los sellos y juntas interiores, fugas muy pequeñas, pero hemos perdido el control de la temperatura. Varios manómetros no funcionaban, y un fallo intermitente en uno de los paneles de control enmascaró los errores hasta ahora.

Abbot se volvió hacia Colby.

—Entonces resulta claro, doctora Colby, que tenemos que descongelar el cadáver, o arriesgarnos a perderlo.

—¡Descongelar el cadáver! ¿Es en esto en todo lo que puede pensar? —preguntó Kaschmore, la jefe de Medicina—. ¿Y la contaminación? —Se levantó y se volvió hacia Colby—. Le dije que nunca hubiera debido traer esa cosa de la nave. Declaro inmediatamente la estación bajo cuarentena. Al menos no hemos recibido ninguna caravana de suministros desde la bomba, y esos periodistas nunca entraron en Biomed. La Tierra está a salvo de nosotros por el momento.

Antes de que nadie pudiera reaccionar, ya había salido. Mihelich echó a andar tras ella, pero Colby dijo:

—No, déjela ir. Tiene razón.

Mihelich sacudió la cabeza.

—La contaminación no es el problema. Dudo que los alienígenas sufran alguna enfermedad extraña que nuestros sistemas inmunológicos no puedan manejar. Es sorprendente, quizás incluso horrible, lo similar que es su microvida a la nuestra.

Uno de los primeros trabajos de la Estación Proyecto en un principio había sido recoger especímenes, luego esterilizar el aparato. Mihelich había desentrañado la genética de todos aquellos especímenes.

—Doctora Colby —dijo Mihelich—, el doctor Nandoha tiene razón, Si esas fugas han alterado la temperatura, entonces es imperativo que descongelemos el cadáver y completemos su autopsia antes de que se inicie el deterioro.

—No, usted no comprende —interrumpió Mintraub—. ¡Ahí dentro está a temperatura ambiente desde hace horas, y no se ha producido ningún deterioro en absoluto! Dicen que la herida ha…

Abbot la sujetó por los hombros.

—¿Cuántas horas? —preguntó—. ¿Exactamente cuántas horas?

—Hum…, al menos seis.

—¡Y fuera es de noche! —Abbot la soltó y echó a correr hacia la puerta. Era el primer desliz que Titus veía cometer a Abbot en público. ¡No sabía nada de las fugas! Lo he desconcertado.

Estalló un pandemónium. Con un hilo de voz, Mintraub terminó:

—…empezado a sanar. —Estaba pálida y temblorosa, pero Titus no se detuvo a confortarla. Se abrió camino entre el racimo de cuerpos y siguió a Abbot. Seis horas por la noche; el alienígena todavía podía ser recuperado.

La huella de su palma le condujo a través de los controles, y alcanzó a Abbot cuando éste se deslizaba entre dos guardias de Brink dentro de la puerta del criolab. En la ducha esterilizadora, Titus susurró:

—No creerás que el durmiente va a…

—Oh, sí, lo creo —dijo Abbot—. Pero no es así como lo había planeado. —La puerta se abrió, y Titus se metió por ella detrás de Abbot, observando la escena más allá de la pared de plástico del vestuario a través de una ventanilla.

La burbuja criogénica había sido abierta y mostraba el cuerpo tendido sobre el pedestal como si fuera una mesa de operaciones. La doctora Kaschmore escupía enérgicas órdenes a la media docena de enfermeras y médicos que se arracimaban en torno al cuerpo. Mirelle, en el lado más alejado del pedestal, estaba inclinada sobre el cuerpo, y una mujer que Titus pensó que era la Bella Buceadora flexionaba los dedos del durmiente y dictaba notas.

Mientras Titus se colocaba una mascarilla, la ducha a sus espaldas entró de nuevo en funcionamiento. Frente a él, Abbot cargó contra la puerta y entró en el laboratorio.

—¡Esto es como una escena sacada de una mala película de ciencia ficción! —rugió. Todos guardaron silencio y se volvieron hacia él—. ¡Si esa cosa despierta, podría matarles a todos antes de saber que no son enemigos!

Su Influencia arrastraba consigo una vibrante censura. Todo el mundo retrocedió del cuerpo mientras Abbot y Titus se aproximaban. Había sido colocada una sábana estéril en torno a sus piernas, pero la herida del pecho estaba expuesta. Ya casi había sanado.

—Hay demasiada gente aquí dentro —declaró Kaschmore. Señaló a la Bella Buceadora, Abbot y Titus—. Ustedes no tienen ninguna razón para estar aquí. Fuera. Ahora. ¿Cómo podemos…?

Abbot la cortó en seco.

—Puedo ayudar a Mintraub con el equipo. —Se dirigió hacia el panel en la pared que controlaba el ambiente—. Si la explosión…

En aquel momento, Colby y Mintraub salieron del cubículo de la ducha. Colby dijo:

—Di órdenes explícitas de que la crioburbuja no fuera abierta por ninguna razón. Yo…

—¡Está respirando! —exclamó la Bella Buceadora, que estaba detrás de Mirelle, al otro lado del pedestal.

Abbot apagó las luces, y la habitación se llenó de consternadas voces humanas. Titus entrevió la puerta exterior abrirse y cerrarse. Luchando aún por ajustar su visión, sintió más que vio a Abbot pasar junto a él y encaminarse hacia el luren, moviéndose con un preciso cálculo. Luego vio la débil mancha de calor que era Mirelle, con la Marca de Abbot brillando en su frente, chocar con alguien y tambalearse hacia el luren. Colby se interpuso en el camino de Abbot. Abbot tropezó, y Colby lanzó un grito de sorpresa.

Titus vio la mano del luren dirigirse hacia la garganta de Mirelle. El cuerpo del luren estaba a temperatura ambiente, y su brazo parecía sólo una sombra contra el calor de Mirelle. Sin pensar, Titus se lanzó hacia delante, pasó por encima del cuerpo del luren y empujó a Mirelle hacia atrás.

El luren emitió un gruñido informe cuando el peso de Titus cayó sobre él, luego unos dedos de acero se cerraron sobre las orejas de Titus y unos labios fríos y húmedos buscaron su garganta. Un extraño zumbido paralizante penetró en los huesos de Titus, convirtiendo su voluntad en bruma. Apenas sintió los dientes penetrar en su vena, pero lo supo cuando el luren empezó a alimentarse.

Lo sintió en las plantas de sus pies, en sus ingles, en su vientre y en su cabeza, un rítmico pulsar que se hizo más fuerte, más intenso, más insistente, hasta que todo su cuerpo estuvo pulsando con él, ayudando al otro a devorarle, deseando derramarse dentro del otro, necesitando convertirse en uno con él.

A su alrededor, el zumbido paralizante ascendió hasta llenar la habitación, pero él sólo era consciente del gran ritmo exigente del bombear de su corazón, y de los ardientes zarcillos de pensamiento que penetraban en su cerebro, exigiendo más de él de lo que tenía para dar, volviéndole del revés. No era desagradable. Era como un buen y largo estirar los miembros, o como un delicioso bostezo.

Se fundió en la relajación, sin que quedara en él nada que deseara guardar para sí. Gradualmente fue consciente del hambre que estaba aplacando con su sustancia, y pudo sentirla saciarse con cada pulso que ondulaba a través de todo su cuerpo. Su placer era el placer del luren, el deseo de vivir, la necesidad de vivir, la exigencia de vivir.

Y era la vida lo que compartían, la vida y la gloria de vivir. El pulsante ritmo de la vida y el amor a la vida se entretejían entre ellos, y Titus deseaba esa vida, para cuidarla y dejar que ella le cuidara para siempre. En un momento determinado, la demanda del luren sucumbió a la rebosante insistencia de Titus. El placer era de Titus ahora, y el luren lo compartía con él.

Los latidos de sus corazones se apaciguaron, el distante zumbido pulsante se debilitó y la urgencia se abatió, dejándoles a los dos flotando en la oscuridad. De una forma distante, Titus sintió la lengua del luren lamer la piel de su garganta. Todo su cuerpo ardía con los residuos de un placer demasiado intenso como para recordarlo.

Un aliento susurró en su oído:

—Ya es bastante, padre. No tomaré tu vida. Unas cálidas manos lo empujaron fuera de su pecho. Las palabras habían sido pronunciadas en el lenguaje luren, y el conjuro había sido roto. ¡Me he convertido en padre del durmiente!

Aturdido; apartó su peso del otro cuerpo, y entonces las luces de emergencia se encendieron y Mintraub gritó triunfante:

—¡Lo conseguí!

El alienígena jadeó.

Abbot, con la ayuda de Kaschmore, intentaba desenmarañarse de Colby. Mirelle permanecía tendida boca arriba, con la Bella Buceadora arrodillada a su lado. Mintraub estaba en el panel de control de la energía, cuya placa había retirado. Mihelich permanecía de pie en la puerta del vestuario, boquiabierto. La oscuridad no debía de haber durado más que unos pocos segundos, pero Titus hubiera jurado que había sido al menos un año.

El alienígena gritó, un aullido ululante de dolor y terror que cabalgaba sobre un estallido de paralizante Influencia como Titus jamás había experimentado antes.

Todos los humanos en la estancia se inmovilizaron, con ojos vacuos.

Las manos de Titus fueron hacia el rostro del luren, impulsadas por la necesidad de aplacar y hacer desaparecer el estremecido miedo. Sus miradas se cruzaron.

—¿Q-q-quién eres? —se atragantó el alienígena.

—Un luren, de algún tipo —respondió Titus.

—¿De qué tipo? —Sus entrecerrados ojos cruzaron la habitación—. ¿Dónde estoy?

—En un satélite sin aire, en un edificio construido en torno a la Kylyd. Te sumiste en latencia.

El alienígena se enfocó en Mirelle y el grupo de médicos.

—¿Qué tipo de gente es ésa? ¿Son gente? ¿No son orls?

—Son humanos —respondió Titus en inglés—. No orls.

La mirada del hombre se clavó de nuevo en los ojos de Titus.

—Tu acento. Nunca había oído nada así.

El propio Titus pensó en las palabras del luren.

—Hablé en su idioma.

Los ojos del alienígena fueron de nuevo al grupo de humanos en torno a Mirelle. Luego, bruscamente, Titus descubrió que sus propios ojos eran atraídos hacia los del hombre alienígena y que una profunda Influencia se enfocaba en su interior. Por un momento, la relación de su compartir cobró vida, y los ardientes zarcillos de una mente sondeante se arrastraron por su cerebro. Se estremeció, y unos dedos duros y huesudos se clavaron en sus hombros. Apeló a todo su entrenamiento y habilidad para desviar aquella desgarradora sonda ardiente, seguro de que su cordura colgaba de la balanza.

Sin advertencia previa, todo se volvió blanco, y lo próximo que supo fue que estaba tendido en el suelo al lado del pedestal, con algunos pies desnudos junto a su rostro y Abbot inclinado sobre él, sellando el cuello de su mono desechable sobre un punto inflamado.

—No dejes que nadie vea esa herida durante al menos una hora —susurró, y se levantó para cruzar sus ojos con los del alienígena.

El hombre dijo: —¿Mestizos? —en inglés.

¡Ha extraído el idioma directamente de mi cerebro!

—Hubieras podido matarle —dijo Abbot al alienígena en la lengua luren—. Somos muy pocos, y los humanos no saben que estamos aquí o que procreamos con ellos así como nos alimentamos de ellos porque ningún orl sobrevivió aquí. Tienes que liberarles antes de que esto se vuelva imposible de explicar y luego dejármelos a mí.

Adoptando el mismo acento que Abbot, el alienígena preguntó, en un inglés inseguro:

—¿Soy vuestro… prisionero?

—No —respondió Abbot, también en inglés—. Su prisionero. Nosotros te sacaremos de esto, pero ellos no tienen que saber lo que somos.

—Atrapado en medio de una horda de orls. Una historia de horror.

—No provoques una estampida de la horda —dijo Abbot—, y todos estaremos a salvo.

El hombre clavó su mirada en Titus.

—No pretendía herir a nadie.

—¿Luchó él contra tu sonda de orientación? —preguntó Abbot, y luego repitió la pregunta utilizando un término luren no familiar.

—No tiene la capacidad. No pude completar.

—No comprendí —dijo Titus—. Hubieras debido advertirme; no hubiera luchado contra ti. Lo siento.

—Debes dejarme los humanos a mí —repitió Abbot.

—Comprendo. Mestizos y orls inteligentes. Los orls son considerados animales.

—Déjamelos a mí y observa. Hay que ser gentiles con los humanos. Demasiado poder puede destruir sus cerebros.

¡Dios! Titus nunca había oído eso, pero estaba seguro de que Abbot decía la verdad. Abbot poseía ese tipo de poder; Titus no. Sosteniendo aún la mirada de Titus, el hombre preguntó: —¿Tengo que hacer lo que dice? ¿Es él tu padre, como afirma?

Abbot miró furioso a Titus. Con la boca seca, Titus se puso en pie. No se atrevió a oponerse a Abbot frente a un auténtico luren.

—Es mi padre, pero yo no hago todo lo que dice sin pensar. Esta vez, sin embargo…, sí, hazlo.

El luren miró a los humanos.

—¿Atacarán?

—No —respondió Abbot—. Déjame mostrarte cómo. Simplemente aguarda hasta que apague de nuevo las luces.

El luren midió de nuevo a Abbot, luego estudió a Titus. El pánico había sido reemplazado por la cautela.

—Bien, y déjalas apagadas.

—No puedo. Estas son luces de emergencia, muy débiles. Si te parecen brillantes, las auténticas luces te dejarán casi ciego. Cúbrete los ojos. Nosotros llevamos lentillas protectoras, y dentro de unos minutos te proporcionaré algunas gafas artificiales. —Con eso, Abbot se deslizó en torno a Mintraub, que permanecía con una mano alzada hacia el panel abierto y los ojos desenfocados. Sus dedos revolotearon sobre las conexiones, y Titus se dio cuenta de que Abbot había dispuesto los paneles de modo que pudiera producir un corte de energía en cualquier momento que lo deseara.

Las luces se apagaron, y Abbot dijo:

—Ahora. Déjamelos a mí.

El alienígena emitió un bajo zumbido musical, y el manto de Influencia que cubría la habitación se abatió. Al mismo tiempo, Abbot hizo encenderse las luces principales con un parpadeo. Mintraub saltó hacia atrás con un jadeo.

—¡Abbot! ¿Qué está…?

Mirelle gritó. Sentándose de golpe, se llevó ambos puños a la boca y sollozó quedamente. Entonces Titus vio que el alienígena se había envuelto la cabeza con la sábana y sujetaba un pliegue delante de sus ojos. Parecía como un árabe albino desnudo interpretando a la Justicia Ciega. ¡Pero puede arrancar un lenguaje directamente del cerebro de una persona! Así era de poderoso, y Abbot lo estaba manipulando como si fuera un chiquillo impotente.

—¡Quietos! —ordenó Colby con una voz baja y penetrante—. Apártense de él. No debemos asustarle.

Mihelich avanzó hacia ella en dos largas zancadas.

—Eso parece difícil después de lo que acaba de hacer. Diría más bien que él tiene la iniciativa.

—¿Usted también lo siente así? —Miró a su alrededor con una expresión de lo más peculiar—. ¿No soy yo la única?

Abbot se dirigió hacia ella y dijo, con un toque de Influencia:

—Titus, ¿qué le hizo a usted? Lo último que vi antes de que se apagaran las luces fue que lo tenía agarrado.

—Sí —dijo Mirelle, poniéndose en pie—, y el mundo pareció congelarse en un sólido bloque.

Hubo murmullos de asentimiento mientras la gente comprobaba sus cronómetros. Titus intervino con un toque de Influencia, intentando cubrir el lapso de tiempo perdido.

—Simplemente me sujetó, pero no me hizo ningún daño. Luego las luces volvieron a encenderse.

—Perdí al menos seis minutos —dijo Kaschmore. Hubo murmullos de asentimiento.

La Bella Buceadora añadió:

—Mi grabadora indica que han transcurrido siete minutos y medio. Déjenme ver lo que ha grabado…

—Me da la impresión —dijo Abbot, avanzando en torno a la mujer— de que nuestro amigo aquí posee unas formidables defensas naturales. Pero, ni siquiera sumido en el pánico, las usó para herir a nadie. —Tomó la grabadora de manos de la Bella y la hizo pasar rápido por encima de aquel segmento mientras ejercía Influencia sobre todos ellos, incluido el único guardia de Brink junto a la puerta exterior. ¿Dónde está el otro guardia? ¿Cuándo se fue?

Los humanos oyeron un silencio absoluto en la grabadora mientras Titus escuchaba a alta velocidad las palabras pronunciadas. Luego Abbot borró el segmento de la memoria de la grabadora y devolvió ésta a la Bella.

—Guárdela. Sin duda la doctora Colby deseará el resto de lo que hay grabado.

Durante todo este tiempo, el alienígena había estado volviendo la cabeza hacia uno y otro lado, observándoles a través de los pliegues de tela. Usando la más suave Influencia, Titus dijo:

—Quizá debiéramos proporcionarle a ese hombre unas gafas oscuras y algo de ropa.

Colby asintió.

—Kaschmore, ocúpese de ello.

Ésta hizo un gesto a una enfermera en dirección al vestuario, al tiempo que respondía:

—No sé dónde conseguir unas gafas oscuras que estén esterilizadas.

Abbot se dirigió hacia un banco de trabajo y dijo:

—Yo tengo unas gafas de soldar aquí que tal vez sirvan por el momento. Titus tiene razón. Es el gesto lo que cuenta. No podemos dejar que piense que es un prisionero y se vea sumido de nuevo en el pánico.

Mientras la enfermera traía el informe mono desechable y se lo entregaba al alienígena, manteniéndolo a la distancia de su brazo extendido, Titus lo cogió de manos del hombre y lo agitó para que éste viera lo que era. Abbot regresó con las gafas mientras Titus se arrodillaba para meter las perneras por los colgantes pies del alienígena, que se había sentado, mientras Abbot, envolviendo sus palabras con una fuerte Influencia, murmuraba:

—Di gracias en inglés y explica que has aprendido el idioma de Titus. Después de eso di tan poco como puedas, alega agotamiento…, tenemos que sacar a Titus de aquí antes de que su hambre se ponga da manifiesto.

Dos vacas empezó el alienígena a decir algo, se detuvo, luego asintió.

—Este gesto significa sí, ¿correcto?

—Correcto —dijo Abbot, envolviendo el intercambio de palabras.

—¿Mostrar los dientes significa amistad?

—Sí —gruñó Abbot, luego añadió—: Titus no hubiera debido luchar contigo. Tendrías que estar seguro de todas estas cosas.

—Aprenderé. Titus me ayudará. —Pero sus manos temblaban.

Titus metió el mono por los brazos del alienígena mientras Abbot le ayudaba a cerrar la tela y le colocaba las gafas. Cuando hubieron terminado, el alienígena se puso en pie al lado del pedestal, sonrió, revelando unos afilados dientes, y dijo, con la entonación de Titus enmascarada por otro acento:

—Gracias.

—Buen Dios —murmuró Colby.

—No puedo creerlo —exclamó Mirelle, con los labios blancos.

—Éste me proporcionó vuestro lenguaje, y a él le doy mis más profundas gracias por el regalo.

Bruscamente, Titus notó que le flaqueaban las piernas. Apoyó una mano en el brazo de Abbot, y la mano de Abbot se apretó sobre la suya. Abbot le murmuró a Titus:

—Sólo un momento más. Puedes conseguirlo. —Y, en voz alta, dijo—: Sospecho que sí, por el estado aturdido de Titus. Doctora Colby, creo que deberíamos ofrecerle a nuestro visitante una habitación adecuada en la que pueda descansar y cualquier otra cosa que necesite para su comodidad. —Se volvió hacia el alienígena—. Si considera que hace frío aquí, esto…, ¿cómo le gustaría ser llamado, señor?

—Mi nombre es H’lim.

—H’lim —dijo Abbot, con un encomiable intento de repetir el acento luren—. Normalmente mantenemos nuestras habitaciones mucho más cálidas que ésta.

—Eso es una buena noticia. Espero.

Abbot presentó a cada uno de los presentes en la estancia. Para sí mismo, Mihelich murmuró:

—Buen Dios, está hablando con él como si fuera una persona.

Los ojos de H’lim parpadearon en dirección a Mihelich, pero el hombre no pareció darse cuenta. Colby, sin embargo, captó el comentario y alzó los brazos en una llamada de atención.

—De acuerdo, amigos, acaban de presenciar el acontecimiento más importante en la historia reciente de la humanidad, pero en estos momentos creo que Abbot tiene razón. Debemos mostrar a nuestro huésped una cantidad razonable de hospitalidad. ¿Cómo se sentirían ustedes si se hallaran en su lugar?

—Desearía ser dejada a solas unos momentos —dijo Kaschmore.

Titus supo que se refería a aislar a H’lim entre los médicos. Envolviendo sus palabras, le dijo a H’lim:

—Más tarde, pide por mí. No dejes que te mantengan alejado de mí.

H’lim asintió, luego le preguntó a Abbot, imitando su ligero envolver las palabras:

—¿Estará bien Titus? En ningún momento me di cuenta de que no erais realmente luren.

—Me ocuparé de mi hijo. Y no dejaré que te hagan el menor daño. —En voz alta, dijo—: La doctora Colby tiene razón. Debemos mostrarle a H’lim que somos amigos. Carol, si nos disculpa a Titus y a mí, me ocuparé de que el panel de iluminación de la nave sea instalado en una habitación para nuestro huésped.

—Shiddehara tendría que someterse a una completa revisión médica… —intervino Kaschmore.

Titus arrojó a un lado la especie de bruma que lo envolvía.

—Oh, no, de veras —protestó, con Influencia, mientras el poder de Abbot actuaba con el suyo—. H’lim no me hizo el menor daño. Sólo me sorprendió. Quiero ayudar a Abbot a conseguir que se sienta cómodo.

—Excelente idea. Kaschmore, instale a H’lim temporalmente en la suite de los ejecutivos de la enfermería. Mintraub, ayude a Nandoha a ajustar el entorno. Y Mihelich, quiero que usted se ocupe de levantar la cuarentena. Un hombre no puede vivir en una burbuja estéril, y tampoco queremos que muera de frío. De Lisie, usted se quedará con H’lim y se asegurará de que no haya malentendidos.

Abbot tenía ya a Titus a medio camino hacia la puerta del vestuario cuando Colby terminó de hablar. Se detuvo y miró hacia atrás.

—Primero fue a por Mirelle, ¿verdad? —preguntó a Titus en privado.

—Sí… Yo…

—H’lim —dijo Abbot, envolviendo sus palabras—. De Lisie lleva mi Marca. ¿Honrarás eso?

—¿Marca? —H’lim miró a Mirelle—. No veo… Oh. ¿Eso es una marca de orl? Es tan débil.

—Es mi Marca. Espero que la honres.

Mirelle se aproximó a H’lim, sacando fuerzas de flaqueza.

—No queremos que se sienta asustado.

—Acepto las extrañas costumbres de este lugar, y hago honor a la hospitalidad —respondió abiertamente H’lim, y miró a Abbot y a Titus.

Envolviendo sus palabras, Abbot le dijo:

—Me ocuparé de que tus necesidades sean satisfechas. Espérame. —Empujó a Titus hacia el vestuario—. ¡Qué lío! ¡Y esta vez ni siquiera puedo culparte por ello!

—Pero creí que deseabas revivirlo.

—Sí, pero todavía no. Deseaba empujar a Colby a que ordenara que el cadáver fuera destruido. Entonces hubiera embarcado una parte suficiente de los restos a la Tierra y lo hubiéramos revivido allí. Pero he estado demasiado ocupado para venir aquí dentro, y no supe nada del mal funcionamiento. ¡Mintraub hubiera debido darse cuenta antes!

¡Inea y yo lo mantuvimos ocupado!

Mientras se duchaban, Titus dijo:

—Bueno, ahora que está despierto, es cosa mía ocuparme de él.

Abbot suspiró.

—No puede sobrevivir con lo que tú le des. Teniendo en cuenta tu dieta, me asombra que aún sigas en pie, pero dejemos esto por ahora. No puedes superar esta hambre con ese polvo muerto, así que te daré dos de mis…

—¡No! —El desinfectante penetró en la boca de Titus al decir aquello y escupió, presa de náuseas.

—Titus, cuando el shock producido a tu sistema se manifieste, no tendrás otra elección. El tomó algo más que sangre…

—Está Inea.

—¿Qué vas a hacer con ella, pedirle por favor?

Se secaron y se vistieron en un latente silencio. Titus empezaba a sentirse mareado, pero se preguntaba si no sería tan sólo la repetida sugestión de Abbot. Cuando creyó que había recobrado suficientemente la ecuanimidad dijo:

—Puedo manejar a los humamos sin Influencia. He estado haciéndolo así desde que te dejé.

—Esto es diferente.

—Lo sé. Puedo sentirlo. Me ocuparé de ello. —¡Dios! ¿Qué voy a hacer?

—Mira, sé cuánto odias matar. Vas a perder intermitentemente el control de tus sentidos. No querría que despertaras y descubrieras que has matado a alguien que realmente te importa. Dispongo de dos proveedores que…

—¡Los Residentes han estado rechazando esto durante generaciones! —restalló Titus—. He roto el hábito de la alimentación directa y no voy a volver a él, bajo ninguna circunstancia. No deseo tu ayuda, y no deseo que le enseñes a H’lim que los humanos son simplemente orls.

Abbot agitó las manos en el aire.

—¡H’lim es mi nieto! ¡Al menos él muestra el respeto que corresponda, aunque mi hijo ni siquiera tenga el buen sentido de un orl! —Se dirigió hacia la puerta, luego se detuvo—. Pero, si matas descuidadamente, tendré que eliminarte. Tendré que hacerlo, Titus, ¡aunque no quiero hacerlo! —Salió dando furiosas zancadas y pasó junto al guardia de Brink que aún permanecía en posición de firmes, pero miraba ansiosamente a través de la pared de plástico al interior del laboratorio, donde el «cadáver» estaba ahora charlando afablemente con los vivos.