13

Titus dobló la esquina que conducía al corredor de Biomed a la carrera. Se detuvo en seco. Todos los guardias habían desaparecido.

Era el tercer turno, el de «noche». Pero eso no era razón para que el corredor estuviera desierto. Siguió avanzando cautelosamente, conteniendo la respiración basta que se dio cuenta de dónde procedía la sensación de que algo iba mal. Todos los paneles de identificación que etiquetaban las puertas estaban apagados.

Se acercó al corto pasillo que conducía a la cámara del durmiente. El equipo de seguridad había desaparecido junto con los guardias. La puerta del durmiente estaba a oscuras. No era evidente ninguna seguridad.

Incrédulo, pisó el suelo del pasillo, con todos los sentidos alertas a las alarmas. Había sistemas de alarma de Brink de los que nunca había oído hablar. El robo no entraba en su campo de competencias. ¡Nada allí!

El miedo crispó sus sentidos. Mientras se acercaba a la puerta, sondeó su camino hacia el interior de la habitación más allá. ¡Abbot! La sensación de la Influencia de su padre era inconfundible.

Media docena de humanos estaban allí con él, todos intensamente dedicados a sus trabajos. Dos aburridos guardias flanqueaban la puerta en la parte interior.

El sonido de una perforadora eléctrica dentro decidió a Titus. Abrió la puerta y entró, plantándose entre los dos guardias y mirando a través de la doble pared de la esclusa de bioaislamiento y la ducha a la cámara. Con las manos a la espalda, se balanceó sobre los dedos de sus pies y entonó:

—Tengo que comprobar los progresos aquí. —Ignoró las dos pesadas pistolas de rayos apuntadas a su espalda—. ¿Y bien? ¿Cuánto tiempo tardará aún?

—¿Cómo quiere que lo sepamos, doctor Shiddehara? —preguntó uno de los guardias. Y el otro añadió—: Señor, no está usted en nuestra lista de acreditaciones.

—Sé eso —restalló—. Y también la doctora Colby. —Ni siquiera tuvo que Influenciarlos para que llegaran a la conclusión deseada.

En la habitación, Abbot se volvió para mirarle, con las cejas alzadas.

—Estaré ahí en seguida —dijo Titus, y se metió en el opaco nicho de la ducha para desnudarse y cruzar el chorro, luego vestirse con el mono desechable y la ligera mascarilla de burbuja que llevaba todo el mundo dentro.

Abbot estaba aguardando cuando Titus salió de la esclusa y cerró ésta tras él. Lo saludó con una irónica inclinación de cabeza.

—Esto fue atrevido, pero estúpido. Informarán de ello.

—Eso espero. Pero ahora esto ya es un secreto a voces.

Envolviendo sus palabras, Abbot preguntó:

—¿Esperas que maneje a Carol por ti?

—Puedo manejar a Carol. Y ya no necesitaré Influencia para ello, del mismo modo que no la necesité para esos dos de ahí atrás.

Abbot lo estudió escépticamente, luego se dirigió hacia los dos hombres que estaban forcejeando con un instrumento para colocarlo encima de un banco de trabajo. La caja mostraba signos de haber sido abierta y luego manipulada. Todo el equipo de clonación que había estado en cajas de madera estaba ahora sobre los bancos, y mostraba signos similares de modificación.

Mientras Titus seguía a Abbot, vio una caja que no había sido abierta…, la matriz variable. Estaba siendo utilizada para sostener un tablero de contrachapado que contenía un terminal y algunos archivadores cerrados con llave. Cuando Abbot se detuvo, Titus hizo un gesto a la escena a su alrededor.

—¿Fue esto idea tuya? —Tenía que admitir que era hábil. Las pruebas incriminadoras habían sido modificadas para convertirlas en equipo de laboratorio no apto para la clonación.

Lanzando un manto de Influencia empañadora a su alrededor, Abbot preguntó:

—Titus, ¿por qué no acudiste a mí con tu hambre? ¿Por qué fingiste que estabas bien?

Dios. ¡Le engañé!

—Me sentía bien. Lo mismo que ahora. —A su alrededor, la gente recogió sus herramientas de trabajo y, uno a uno, empezaron a irse.

—No hubiera debido creerte. Hubiera debido comprobar los datos de cuánto tiempo estuviste muerto. Pero estaba preocupado por Sisi. Imaginé que no era un accidente que estuvieras allí con ella a solas. Cuando descubrí que estaba en lo cierto, admiré tu técnica. Dudo que nadie más hubiera podido detectar tu trabajo en ella.

Titus miró a su alrededor y observó que Sisi no estaba allí.

—Esperaba que lo detectaras —alardeó—. Pero no había planeado que resultara herida. No sé cómo pudo evitar sofocarse mientras yo estaba latente.

—Se arrastró hasta una abertura de ventilación del suelo donde había un poco más de aire. Sin embargo, resultó herida al hacerlo.

—Entiendo. Lo siento.

Abbot frunció el ceño.

—No, no lo entiendes. Estuviste latente mucho más de los tres minutos que los humanos pensaron que habías permanecido muerto. Después de que comprobara a Sisi, acudí a los restos del ordenador de la centrífuga ¡y descubrí que os habíais sofocado al menos dieciocho minutos antes de que consiguieran abrir la maldita cosa!

Mierda. No es extraño que me sintiera tan hambriento.

—Cuando descubrí eso —prosiguió Abbot— te busqué, pero no pude encontrarte. Entonces corrí hacia tu no Marcada, y descubrí lo que le habías hecho.

Titus se estremeció.

—Cuando descubrí lo que tú le habías hecho —repuso—, ¡quise matarte! Alégrate de que no me volviera ni siquiera un poco feral, o te hubiera hecho pedazos cuando entré aquí.

Abbot retrocedió unos pasos, y Titus se preguntó si no había dejado traslucir demasiada ferocidad para un luren cuerdo.

—Escucha —dijo Titus—. La Ley dice que tú hubieras podido hacer peor y permanecer dentro de tus derechos. La Ley de la Sangre significa tanto para mí como para ti, sólo que nunca me atraparás en una violación. —La simple palabra de Inea es tan buena como cualquier compulsión implantada.

—Esperemos que no —entonó Abbot, mirando a Titus con los ojos muy abiertos—. Ya sabes cuál sería mi deber entonces.

La confianza de Titus se evaporó. ¡Quizá sabe que ella no estaba silenciada! Titus lo había comprobado, pero no era rival para Abbot. Podía haber pasado por alto algún indicio. Entonces, firmemente, se dijo que tenía que dejar de elevar a su padre a la categoría de semidiós. Esa tendencia derivaba de la fisiología intrínseca de ser el hijo del hombre. Obligó a su paralizado cerebro a volver al combate.

—Supongo que conservas el registro del ordenador para probar el tiempo que estuve latente en caso de que tengas que probar que me volví feral.

—Por supuesto. Pero ¿he usado alguna vez el chantaje?

—Siempre hay una primera vez.

—Me juzgas profundamente mal.

—No. Sé lo mucho que deseas volver a casa.

—Y yo sé lo mucho que temes que mi señal pueda partir. Si te hubieras vuelto aunque sólo fuera un poco feral, ese miedo habría podido conducirte a cualquier acto impredecible y deshonroso.

Oh, esto era una limpia trampa. Titus iba a tener que pisar con más cuidado que nunca la cuerda floja. Incluso su manipulación de Sisi Mintraub podía ser cuestionada. La mejor defensa es una fuerte ofensiva.

—Haré un trato contigo —ofreció Titus—. Promete tratar a Inea como mi Marcada, esté o no Marcada, y te diré cuál será el próximo movimiento del ninja.

Abbot apenas parpadeó.

—¿Crees que todavía no lo sé?

¡Oh, es bueno!

—No lo sabes. —Sus ojos se cruzaron firmemente.

Abbot se lo pensó mejor.

—¿Por qué simplemente no Marcas a la mujer y terminas con eso?

—Es algo que tiene que ver con la naturaleza de los humanos. Se halla completamente más allá de tu comprensión. —Pese a lo que ella había dicho, Titus estaba seguro de que Inea odiaba la idea de llevar una marca. Abbot no tiene la menor idea de la sensación que produce el tener a un aliado humano voluntario—. No comprenderías mis motivos ni aunque te los explicara.

—Sin duda.

—No obtendrás ningún indicio de mí a menos que lo prometas.

—¿Por qué deberías ceder una ventaja? Si el conocimiento del próximo movimiento del ninja constituye alguna especie de ventaja.

—No ceder. Vender. Obtendrás un valor seguro por tu sacrificio.

—Si lo que obtengo tiene tan poco valor como lo que doy a cambio, dudo que valga la pena. No debería de costarme mucho esfuerzo descubrir los planes del ninja.

—Pero ¿tienes el tiempo? Compartiré lo que sé ahora si me prometes tratar a Inea como mi Marcada.

—¿Durante cuanto tiempo?

—Para siempre.

—¿Supón que la Marcas y luego la liberas?

—Entonces también.

—¡Eso no es razonable! —objetó Abbot.

—Ella es sólo una humana. Hay muchas otras.

Él se encogió de hombros.

—¡Nunca he comprendido a los Residentes! Está bien. Inea queda fuera de mis límites para siempre. Ahora, ¿qué hay del ninja?

Titus recitó las pruebas que tenía. Ahora estaban a solas, excepto los guardias sellados al otro lado de la esclusa de aislamiento.

—¿La estatua de ébano la llamas? Interesante. Ébano es su nombre profesional. ¿Y Gold está en una de sus clases? Eso no es mucha información que vender a cambio una proveedora potencial.

—Piensa bien en ello —urgió Titus—. Me sorprende que Ébano no haya intentado todavía alcanzar al durmiente. Hace horas que sabe por Gold el proyecto de clonación. Si todavía no ha actuado…

—¿Cuándo dices que la viste con Gold?

Titus se lo dijo.

Abbot se volvió más pálido de lo normal.

—Una bomba.

En dos saltos estaba al lado del equipo criogénico, soltando los cierres de acceso del pedestal que sujetaban la burbuja del durmiente.

—Carol retiró a los guardias y cerró este corredor para impedir que los periodistas identificaran este laboratorio. Pero fue una hora más tarde cuando le comuniqué este plan de oscurecer el proyecto de clonación. ¡Una hora sin protección!

Abbot metió la cabeza dentro del pedestal y examinó la parte de abajo de la plataforma que sostenía al durmiente. Su voz retumbó:

—Ve al otro lado. Busca cualquier cosa sospechosa.

Titus arrancó los paneles.

—¿Qué se supone que debo buscar?

—Una bomba pequeña, toscamente casera, probablemente sin conectar a los mecanismos. No tuvo tiempo para las sofisticaciones.

—¿Ocurre algo? —llamó uno de los guardias.

—¡Puede haber una bomba explosiva o incendiaria! —replicó Abbot—, llame…

—Ve tú —ordenó un guardia al otro—. Yo les ayudaré.

—¡No, no entre! —gritó Abbot—. ¡Permanezcan fuera de aquí, los dos! Nosotros podemos arreglárnoslas. —Pese a la Influencia que lanzó Abbot junto con la orden, vacilaron, luego se marcharon.

Tan pronto como los humanos hubieron desaparecido, Abbot desechó su mascarilla facial y se metió en las profundidades de uno de los compartimientos.

Titus registró el último de los compartimientos de su lado. ¡Nada! ¡Debo haberla pasado por alto!

Abbot arrancó el último panel y se metió dentro.

—¡La tengo!

Titus rodeó el pedestal hasta donde los pies de Abbot asomaban en el suelo. Se acuclilló y observó la maquinaria que zumbaba y ronroneaba bajo la plataforma del durmiente. Sus ojos escrutaron inquietos el abierto pedestal mientras intentaba no pensar en lo que podía ocurrir si la bomba estallaba.

¿Qué es eso? A través del abierto panel al lado de Abbot, muy profundamente enterrado en la oscuridad, Titus vio un destello de peltre, una forma lenticular que simplemente no encajaba con el resto. Había estudiado tantas de las fabricaciones de Abbot implantadas en su ordenador que estuvo seguro de que ésta era otra. ¿O una segunda bomba?

Pero no, Abbot había comprobado aquel panel justo después de librarse de su mascarilla de burbuja. Titus se acercó más. La forma extraña era visible tan sólo desde un ángulo muy angosto. Estaba muy metida. Para llegar a ella, un técnico tendría que quitarse su mascarilla de burbuja.

Es un componente del transmisor. Tiene que serlo. Titus se quitó su mascarilla y se metió en el pedestal. La forma como de peltre estaba sujeta solamente por dos palomillas, y no estaba conectada a nada. Tenía dos costosos conectores de circuito lógico. Es de Abbot. Tanteando, con el corazón bombeando fuertemente, Titus liberó la cosa. No era mayor que la palma de su mano, y apenas más gruesa que su muñeca.

Retrocedió, se metió su hallazgo en un bolsillo del mono desechable y volvió a colocarse la mascarilla antes de que Abbot llamara: —¡Estaba ajustada para estallar hace media hora! Dame una llave hexagonal del número ocho…, está en el banco donde estaba trabajando.

Titus cruzó a toda prisa la habitación. Las herramientas de Abbot estaban siempre dispuestas de una manera particular. Encontró la llave y se la pasó a Abbot, sudando pese a la baja temperatura. ¿Qué importaba la pieza del transmisor que había hallado si la bomba estallaba?

Abbot retrocedió cuidadosamente fuera del agujero. Sujetaba una caja marrón plana, que depositó en una esquina del pedestal. Un display numérico en su parte superior estaba parado. Abbot abrió la tapa. El interior era tosco, pero Titus supo que era potente por la forma en que Abbot trabajó en las chapuceramente soldadas conexiones. Alzó la vista a Titus y sonrió.

—¡Me alegra haber cenado mientras tú hacías tu espectáculo con tu ordenador! Al menos mis manos son firmes.

Titus no se atrevía a respirar, y no podía mirar tampoco. Estudió una arruga en la pared de la esclusa estanca y vio que las señales de evacuación de emergencia estaban iluminadas, aunque la sirena no había sonado.

Sin advertencia previa, la puerta se abrió de golpe. Las sirenas estaban aullando allá fuera en el corredor. El insistente parpadeo de las luces de evacuación del corredor delinearon una forma esbelta y negra que saltó dentro de la habitación, con una pistola de dardos automática en una mano y un largo cuchillo en la otra.

Ebano lanzó un tajo contra la pared de plástico, niveló la pistola de dardos y apuntó a la burbuja del durmiente.

Titus se lanzó a través de la habitación en una plancha baja, por debajo de la línea de los dardos, y golpeó las rodillas de la mujer. Ésta cayó de espaldas hacia delante y la pistola saltó volando en un arco, la culata primero, directamente hacia Abbot. Los dardos partieron en una alocada sucesión antes de que se vaciara la carga. Titus se retorció y forcejeó en busca del cuchillo.

Mientras tanto, Abbot se inclinó y dejó que la pistola de dardos golpeara contra su hombro, completamente concentrado en la bomba.

Titus consiguió una presa y utilizó su palanca para arrancar el cuchillo de manos de Ebano, y sólo entonces pensó en Influenciarla.

Pero, antes de que pudiera ejercer el control, ella se retorció, plantó un pie en la entrepierna de Titus y, con un grito, lo arrojó al aire, arrancando el cuchillo de su sorprendida presa.

Abbot se estremeció, sobresaltado, luego maldijo, saltó en pie y arrojó la bomba contra la pared del fondo. Golpeó el suelo en una trayectoria plana justo en el momento en que Titus aterrizaba medio encogido sobre la burbuja del durmiente, y la dura caja en su bolsillo se clavaba en su pelvis y abdomen con un agónico dolor.

Luego, un ardiente muro de puro sonido golpeó a Titus.

Cuando desapareció, había un agujero en la pared detrás del banco de trabajo, mostrando las conducciones de agua de los servicios de señoras del otro lado lanzando surtidores de agua al aire. Bajo la gravedad lunar, era un espectáculo magnífico. Fragmentos de instrumentos rebotaban contra el techo y llovían lentamente de vuelta al suelo.

El tono de las sirenas allá fuera cambió, y los de la cámara se enfrentaron a una oleada de sonido más alarmante que la explosión. Pero las alarmas de descompresión siguieron en silencio. Abbot había lanzado la bomba allá donde hiciera el menor daño.

Titus consiguió ponerse en pie, para descubrir a Ebano cargando contra él…, no, se dio cuenta: contra el durmiente.

Aún en el suelo, Abbot enfocó su Influencia y ladró una palabra:

—¡Alto!

La orden paralizó a Titus y congeló a Ebano en mitad de su salto. Sus labios se distorsionaron en una mueca y sus músculos se hincharon mientras luchaban uno tras otro. Incluso consiguió avanzar unos centímetros pese a la compulsión. Su odio golpeó a Titus como un impacto.

Se ha lanzado a una misión suicida. Titus supo ahora que no poseía el poder necesario para detenerla como lo había hecho Abbot. Éste se levantó con una fácil gracia y arrancó el cuchillo de entre los dedos de Ébano. Luego anuló la Influencia. El movimiento regresó tanto a Titus como a Ébano, pero Abbot empujó a Ébano hacia abajo y le ordenó, con menos poder:

—Ébano, siéntate aquí hasta que yo te diga que te muevas.

Luego se volvió a Titus.

—Torpe de mí. Me disculpo.

Titus tragó saliva dificultosamente. Abbot no había utilizado nada como ese tipo de poder en los servicios de caballeros de la Estación Goddard, pero era siempre él quien estaba al mando. Una lección objetable.

—No te preocupes —croó—. Salvaste mi vida.

—Como hubiera esperado que tú salvaras la mía, hijo.

—Torpe de mí.

—Hiciste todo lo posible. Cosa que te agradezco, aunque no era más que tu deber filial. Pero —miró a la mujer— la reclamo.

Titus se deslizó de la burbuja.

—¡No! ¡No puedes matarla!

La mirada de Abbot hizo que las entrañas de Titus se encogieran.

—Quiero decir que tenemos que entregarla a los humanos —aclaró—. Si tú la reclamas aquí, ¿qué haremos con el cuerpo? Sabes que descubrirán que murió desangrada.

—Se cortó con su propio cuchillo.

—¿Y sin sangre por todo el suelo?

Abbot meditó sobre ello.

—Tienes razón al respecto, pero yo no estoy hambriento. Podría compartirla contigo, y dejar la sangre suficiente.

—No tenemos tiempo. Control de Daños estará aquí pronto, y luego Brink se hará cargo de Ébano. Diez minutos más tarde los periodistas estarán sobre ello. Ni tú ni yo deseamos que este Proyecto sea cancelado. ¡En consecuencia, Carol tiene que informar de esto de modo que no parezca como un falso ataque terrorista maquinado por Carol para tapar una clonación!

—Quizá te he subestimado.

—No importa —dijo Titus, luchando contra emociones alarmantemente entremezcladas ante aquella alabanza—. Dejémosle esto a Carol. ¡Ahora!

Abbot insistió en volver a colocar los paneles de acceso antes de marcharse a fin de evitar que el agua pudiera dañar el mecanismo criogénico.

El recorrido por los corredores no presentó ningún problema. Control de Daños convergía hacia la zona, pero los civiles ya habían sido evacuados. No fue ningún problema envolverse ellos mismos y a Ébano, que colgaba fláccida entre los dos, luego simplemente filtrarse por entre las filas de los curiosos ante el desastre. Diez minutos más tarde llegaban al apartamento de Carol Colby.

Ella abrió la puerta a su primera llamada, y su mandíbula cayó al verles. Llevaba tan sólo la camiseta que le habían dado en Goddard. Descalza, sin maquillaje, con el pelo revuelto, no parecía una formidable administradora.

Tras ella, Titus vio que su apartamento, aunque más amplio y más lujosamente amueblado, era más o menos igual que el suyo. Su moqueta era roja, las cortinas tenían un dibujo a base del mismo rojo. El mobiliario era suavemente acolchado con lo que parecía ser auténtica piel, probablemente clonada en la Estación Luna. Una serie de jardineras con plantas dividían la amplia habitación en zonas.

Colby miró a ambos lados del corredor y les hizo entrar, cerró la puerta y se reclinó contra ella, con los labios pálidos.

—¡La bomba estalló!

Abbot apenas oyó la respuesta de Shiddehara. En la entrada a una habitacioncita auxiliar que servía como oficina a la derecha de la habitación principal estaba de pie Inea.

Tenía una mano sobre los controles del videocom, que mostraba una emisión de noticias procedente de la Tierra con la entrevista a Carol que todos habían presenciado antes en el laboratorio de Titus.

Titus cruzó su mirada con la de Inea. Su rostro le dijo el terrible aspecto que tenía. Llevaba todavía el mono de aislamiento, sin mascarilla. Pero estaba manchado, desgarrado, y empezaba a desintegrarse allá donde lo habían alcanzado las salpicaduras del agua. Su rostro estaba tiznado y como quemado por el sol. En su visión bailoteaban todavía puntitos de la explosión, y sus oídos rugían.

—Inea, ¿qué estás haciendo aquí?

—Mi deber cívico. ¿Qué estás haciendo tú aquí?

Titus señaló a Ébano.

—Ésta es el ninja. Ella puso la bomba. Cuando ésta no estalló a su hora, intentó un ataque directo.

Colby miró a Ébano, asombrada, luego asintió.

—Tiene la talla adecuada, y desde luego tiene la fuerza necesaria. —Les indicó que colocaran a Ébano en la cama, luego puso al corriente a Inea de la crisis en el domo Biomed, y finalmente le dijo a Abbot—: ¿Perdimos el espécimen?

—Cuando lo dejamos, la unidad criogénica estaba intacta.

—Entonces su aislamiento biológico no fue roto, y todo lo que tenemos que hacer es trasladarlo a una nueva habitación limpia y empezar a trabajar. Bien. Abbot, ha realizado usted otro heroico servicio, y será ampliamente recompensado.

Antes de que Abbot pudiera hacer ninguna modesta protesta, Inea estalló:

—¡Ampliamente recompensado! Carol…, ¿después de lo que acabo de decirle? Y usted dijo que tenía que…

—Sí —dijo Colby, de pronto dubitativa y confusa.

Titus se situó al lado de Inea, y se detuvo cuando ella se retiró débilmente.

—Carol está muy cansada. Y su juicio en lo que a Abbot se refiere… —Se encogió de hombros al captar la mirada de Inea.

Ella absorbió aquello, sin dejar de observar a Abbot. Titus sintió que su irritación ascendía, supo que Abbot la hubiera captado de no estar demasiado ocupado controlando a Ebano al mismo tiempo que a Colby. Ninguno de los humanos observó cómo la ninja se derrumbaba dócilmente en la cama.

La confusión de Colby se despejó.

—No se preocupe, Inea. Abbot acaba de redimirse…

—¡Carol! —Inea cargó cruzando la moqueta para enfrentarse a la directora—. Llame a Mirelle aquí. Ella le dirá que Abbot estaba con ella, practicando el sexo, cuando se suponía que tenía que estar en la demostración. Eso es insubordinación. Y si eso no es suficiente, haga que Brink compruebe la firma en esa orden a Mihelich para iniciar el proyecto de clonación. Si los periodistas ponen la mano sobre eso y no descubren que Abbot falsificó su nombre, todo el proyecto estará muerto. Usted misma me lo dijo hace menos de media hora. Dijo que lo despediría.

Mientras Carol hacía una nueva pausa dubitativa, Inea giró en redondo y atravesó a Titus con una mirada triunfal. Ella sola había vencido a la oposición que Titus era incapaz de manejar.

¡Oh, Dios! Titus se sintió débil de la cabeza a los pies, y se dio cuenta de que su fatiga le estaba venciendo. Nunca había vivido así antes. Sus nervios no estaban endurecidos para sufrir shock tras crisis tras trauma sin interrupción durante varios días consecutivos.

Mientras Titus se reclinaba contra la unidad de videocom, Abbot rió quedamente. Manipuló con habilidad a Colby para que tomara su risa como una refutación válida de todas las acusaciones.

—Usted firmó la orden, Carol. Estoy seguro de que lo recuerda.

Pero Colby seguía pareciendo confundida. Su mente era fuerte, y también tenía su ética. Abbot necesitaría algo más que una suave sugestión, o ella empezaría a sumar inconsistencias en su comportamiento en lo que a Abbot se refería, y eso sería el principio del fin de los luren sobre la Tierra.

El videocom sonó.

Aliviada, Colby se apresuró a responder. Un pequeño cuadrado se iluminó en la esquina superior derecha de las noticias. Mostraba a una mujer con el uniforme de Control de Daños y los galones de oficial de Brink.

—Doctora Colby, el domo Biomed es seguro. No se han producido fugas de presión. Sin embargo, cuatro estancias quedarán fuera de servicio durante un mes. —Se puso a describir las condiciones de la cámara criogénica, y terminó—: Pero no hay señales ni del doctor Shiddehara ni del doctor Nandoha. He empezado…

—Los dos están aquí, conmigo. Me trajeron a la ninja, la terrorista que saboteó la centrífuga. Es posible que también sea la responsable de la bomba. Envíe cuatro hombres bien armados aquí inmediatamente. Quiero que sea interrogada, bajo drogas si es necesario, antes de la conferencia de prensa de mañana. Debemos establecer para quién trabaja y por qué hizo esto.

—¡Inmediatamente! —La ventana del videocom desapareció, restableciendo el noticiario a un reportaje sobre la historia del Proyecto.

—Eso arregla este asunto —dijo Colby con su habitual voz de mando—. Cuando Nagel me envíe una decisión política acerca de cómo manejar la revelación de Gold, ya sabré lo suficiente acerca de Ébano como para desviar a los periodistas con hechos. Ahora, tan pronto como se la lleven, todos deberíamos dormir un poco. Las cosas resultarán más manejables por la mañana. Siempre lo son. —Se pasó una mano por el cabello, desordenándolo aún más.

Inea se volvió hacia Colby.

—No puedo creerlo. Es como si no hubiera escuchado una palabra de lo que le dije.

—Buena descripción —intervino Titus.

Ella se volvió bruscamente hacia él.

—¿Y de qué lado estás tú?

—Lo sabes muy bien. —No podía oponerse a Abbot de forma que revelara secretos luren. La culpabilidad que lo había acuchillado casi lo dobló sobre sí mismo. Se dejó caer en una silla al otro lado de la pantalla.

—Piense, Cellura —dijo Colby—. Abbot se ha redimido de toda posible mala actuación con este extremo heroísmo. Es un ingeniero, no un experto en bombas. Pero salvó al espécimen y atrapó a la ninja. —Miró a Ébano—. Lo cual, considerándolo bien, no deja de ser una buena hazaña.

Ébano respondió envarando la espalda, pero mantuvo la cabeza baja, contemplando con ojos desenfocados la lujosa moqueta roja.

Abbot miró a Titus. Di a tu mujer que salga.

Cansadamente, Titus dijo:

—Tienes que concederle este punto a Carol, Inea. La prensa bailará de alegría ante la oportunidad de crear un nuevo héroe folclórico. Cuando Carol revele cómo Abbot no asistió a la demostración para rastrear al asesino que intentó matarme, y cuando diga que Abbot retiró la bomba con sus propias manos para salvarme la vida…, bueno, eso va a hacer historia.

Finalmente, Inea se encogió de hombros, derrotada.

—¿Es así como piensa manejar esto, Carol?

—Suena bien —respondió ésta vagamente.

—Yo no lo creo así —opinó Abbot—. ¿Por qué simplemente no dejamos mi nombre fuera de esto? Creo que bastará con que digamos que los miembros del Proyecto redujeron a la terrorista. La imagen de un equipo armónico es incluso mejor que un héroe individualizado…

—¿Lo ve? ¿Suena esto como un hombre capaz de desafiar a sus superiores y ponerle trabas al proyecto? No, más bien… —La señal de la puerta sonó, y Colby se interrumpió para dirigirse hacia ella.

Cuando pasó junto a Ebano, la mujer estalló en movimiento con una salvaje mueca de triunfo.