11

Él apretó las manos de Inea contra las suyas.

—No, eso no ayudará. Necesito tu amor y tu confianza. No sabía lo cruel que era yo. Tienes razón, no te he estado considerando como una persona. He estado exigiéndote decisiones al tiempo que te ocultaba información. Confía en mí ahora, y te proporcionaré esa información.

—Estás temblando.

Él cerró los ojos; la brillante luz del apartamento le hacía ver la sangre roja.

—Aguardar a por ti es muy duro. —¡Dios! ¿Qué ocurrirá si me quiebro? ¿Qué ocurrirá si me lanzo a su garganta? ¡Oh, por favor, no! Petrificado por esa visión, apenas se dio cuenta cuando la dureza de ella se disolvió y zarcillos de ectoplasma crecieron hacia la sangre entre sus manos.

—Aguardarte a ti es muy duro también, Darrell, Titus, y cualquier otro nombre en el que llegues a convertirte. Bebe antes de que se enfríe.

Apretó la taza contra los labios de él, y él sintió la calidez que era más que temperatura. Se detuvo y aceptó el regalo, echando hacia atrás la ansiosa codicia que le impulsaba.

Una vez bebido todo el contenido de la taza, la rodeó con sus brazos y la besó. Ella ni siquiera se quejó acerca de la sangre en sus labios.

Finalmente, mareado con la excitante promesa de saciedad, pero aún con más hambre que nunca antes, Titus se retiró, consciente hasta la médula de lo preciosa que era ella para él.

—No podemos quedarnos aquí. Ven a tu apartamento conmigo.

Ella miró al termo, aún más de medio lleno.

—Si tenías tanta hambre, necesitarás más.

—Cierto. Traje el termo para llevarlo a tu apartamento. Ahora tenemos tiempo. Dios sabe lo que va a ocurrir mañana.

Ella tomó un pañuelo de papel del dispensador en la pared y se frotó los labios, contemplando las desechadas tabletas sobre la mesa.

—Ve a lavarte los dientes.

Lo condujo hasta el cuarto de baño, pero él vio sobre la mesa el paquete del encargo que había hecho aquella tarde y que ya habían traído, al lado del recambio de su prescripción. Inea había abierto el recambio, no la vieja botella vacía. Cogió el paquete.

—Te traje algo. —Con protestas rituales, ella aceptó la lencería y los artículos de tocador como las disculpas que él esperaba que fueran. Tendiéndole el cepillo de dientes, Titus dijo—: Acompáñame.

—De acuerdo. Pero…, oh…, Carol te dejó un mensaje.

Sobre el lavabo, con el cepillo ya en la boca, él murmuró:

—¿Un mensaje?

Ella, también cepillándose los dientes, murmuró a su vez:

—Escucha. Antes de que recibiera el mensaje de Carol, vi que esas tabletas tuyas estaban mal etiquetadas. Lo sé. Mi padre las tomaba.

Escupiendo pasta dentífrica, Titus cargó hacia la otra habitación y tomó el frasco. Ella dijo a través de la puerta:

—¿Lo ves? No llevan las pequeñas líneas que las dividen en cuatro. Si las hubieras tomado, hubieras podido ponerte muy enfermo.

—¡No las tomo! La prescripción es sólo para conseguir no tener que ir al solario. No puedo resistir el sol, ¿recuerdas? —Pero, si alguien estaba intentando envenenarle, debían estar preguntándose por qué no estaba ya muerto. Y, si descubrían por qué… Inea salió preguntando cómo había engañado a los médicos, y él respondió:

—Te lo dije, tenemos algunas personas que son muy hábiles con los archivos de ordenador.

Ella hizo sonar un puñado de tabletas.

—Bien, tu primer recambio tampoco era correcto. Carol dijo que habían comprobado en la farmacia y descubierto que tus tabletas todavía estaban allí, y que faltaba una cantidad igual de algo inocuo. Así que ellos y el asesino piensan que llevabas semanas tomando esa medicación antes de ir a esa centrífuga. Se preguntan por qué no estás muerto. Van a traer tu medicación a mi apartamento.

El arrojó la botella.

—Entonces será mejor que vayamos. —Le dio otro beso mientras cerraba el termo.

Ella le cortó.

—Carol me dijo que ambos encargados de la centrífuga murieron, pero que dijeron que el asesino era muy delgado y que iba vestido con un traje de ninja. Si hay un auténtico ninja ahí fuera…

El se detuvo. Su entrenamiento en el uso de sus habilidades luren en combate con humanos era mínimo.

—Los disfraces son baratos. Si los encargados hubieran interrumpido a un auténtico ninja, no hubieran sobrevivido ni cinco segundos. Además, un auténtico ninja no hubiera sido descubierto. De hecho, dudo que un auténtico ninja hubiera maquinado envenenarme y luego fingir un «accidente». Esto es trabajo del hampa, no serias artes marciales.

—Espero que tengas razón.

El le tendió el termo.

—Toma, ayudará el que lleves esto. —El plástico dorado y el aislamiento de espuma del termo eran tan permeables al ectoplasma como la taza de plástico.

Mirando a su alrededor, Titus la encaminó hacia un ascensor y la dirigió hasta el nivel desde donde podrían cruzar a su domo.

A solas con él en el ascensor, Inea preguntó:

—Es ese Abbot Nandoha, ¿verdad? De él es de quien tienes tanto miedo. Cada vez que está por los alrededores haces algo peculiar. Es ciertamente delgado. ¿No podría ser el ninja?

Impresionado, él se echó a reír a carcajadas.

—Pensé que habías dicho que te pondrías a mi nivel.

Titus se tragó su risa, dándose cuenta de que había algo más que un punto de histeria en ella. Pero la imagen de Abbot vestido como un ninja era simplemente demasiado.

—Abbot es parte de lo que tengo que contarte —confesó—. Pero no aquí.

Cuando el ascensor se detuvo observó que sus piernas aún estaban débiles. Ella se dirigió hacia una cabina cercana que iba con destino a su nivel. Estaba llena, así que no pudieron hablar.

Ante su puerta, ella tuvo que recordarle:

—Tú tienes la llave.

Él rebuscó en su bolsillo y accionó el mecanismo. Una fuerte sensación de ella permeaba el espacio como una canción. Sobre su cama había un paquete de la farmacia. Mientras cerraba la puerta, un repentino pensamiento obligó a Titus a preguntar:

—¿Nunca has invitado a Abbot aquí dentro?

—No, por supuesto que no, ¿por qué…? —Se detuvo como si hubiera tropezado con sus propias palabras—. ¿El es un vampiro? ¿Es por eso por lo que le tienes tanto miedo? Eso no tiene sentido.

—Piensa…, ¿has dicho alguna vez algo que él haya podido interpretar como una invitación?

—No. Es un genio en su campo, pero como hombre lo odio.

Él cerró los ojos, profundamente aliviado.

—Ven…, siéntate, —dijo ella. Arrojó el paquete de la farmacia al suelo—. Deberías estar en la enfermería. —El se sentó en el borde de la cama, y ella lo hizo a su lado, desenroscó la taza del termo y la llenó. Dejó el termo en el suelo, sujetó la taza y sopló en ella—. Y háblame de Abbot.

El pasó un dedo en tomo a la taza, silueteando sus manos, gozando con la sensación. Todavía podía detectar un temblor, un retroceso hacia dentro. Ella estaba condicionada a esperar un golpe verbal cada vez que dejaba caer sus defensas ante él.

—Lamento tanto la forma como te he tratado.

—Estás eludiendo de nuevo. Abbot. Cuéntame.

El se inclinó sobre la taza.

—¿Chantaje? ¿He de ganarme mi comida? Sí, es un… vampiro, aunque él no lo diría de este modo. Es complicado.

—No ahora entonces. Ten. Tómalo.

En vez de ello, él la besó delicadamente en los párpados, la nariz, luego los labios. Descendió hasta la taza, y sus labios sobre los dedos de ella murmuraron su amor.

—Abbot, entonces. Después de cenar. Toda la historia. —Bebió de entre sus manos.

—No sé lo que ocurre cuando haces eso —susurró ella—, pero lo siento por todo mi cuerpo.

—Yo también. —Bebió firmemente, deteniéndose tan sólo para volver a llenar la taza y coger una toallita húmeda del dispensador cerca de la cabecera de la cama. Se secaba los labios cada vez que bebía, y luego volvía a experimentar con los labios sobre la piel de ella. Cuando terminó la sangre, la destellante excitación que danzaba entre ellos se intensificó.

—¿Cómo te sientes?

—Maravillosamente. Haz eso un poco más.

Él depositó la taza en el suelo y la hizo reclinarse de espaldas sobre la cama.

—¿Cómo esto? —Arrastró una sucesión de besos en torno a su cuello.

—Vampiro.

Y él supo cuál era la diferencia. Ella le creía al fin —completamente—, y confiaba en que no volvería a hacerle daño. Había una totalidad en su ofrenda hacia él que él jamás hubiera podido evocar con la Influencia. Incluso los humanos que tomaba con su consentimiento nunca sabían lo suficiente como para consentir por completo como ella.

Empezó a desvestirla. Lentamente, sin apenas alterar el ritmo, echó sus ropas a un lado y la tendió en la cama. Utilizando todos sus sentidos, se esforzó en darle tanto y de tanto valor como ella le había dado a él.

Lo hizo durar mucho tiempo. Juntos, se rindieron finalmente a lo inevitable.

Titus descubrió que las lágrimas corrían por sus sienes mientras permanecía tendido de espaldas a su lado. Aquel puro y limpio brotar de ectoplasma había tocado en él algo demasiado profundo como para ser expresado en palabras.

Teniendo esto, ¿puede alguien desear alguna otra cosa? Luego comprendió. Abbot nunca había poseído esto. No podía. La mayoría de los luren, incluso los Residentes, no podían. Exigía un compromiso total, tanto por parte del luren como del humano, crear aquello. Pero era más precioso que ninguna otra cosa. Porque tenía el poder de disipar la rabia feral. Titus sabía que ésta no sólo había desaparecido, sino que nunca regresaría.

—¿En qué estás pensando? —preguntó Inea.

—Me alegra haber venido a tu habitación. No creo que hubiera sido tan intenso en la mía. Y lo necesitaba.

—Yo también. —Ella se secó algunas lágrimas.

—Prométeme algo.

—¿Hummm?

—Nunca invitarás a Abbot aquí dentro.

Ella se alzó sobre un codo.

—De acuerdo. No le invitaré a entrar. Ahora, por favor, explícame por qué los auténticos vampiros, no los mágicos, se preocupan acerca de una invitación. Se supone que es una superstición, como las cruces y los espejos; el mal no puede soportar el bien, la visión de sí mismo, o entrar en un sitio sin ser invitado a ello. A ti te gustan las cruces, los espejos te reflejan, y sin embargo…, ¡esto!

—No puedo explicarlo, ciertamente no en términos de ninguna física que conozcamos. No deseo examinarlo de cerca, por miedo a descubrir que la física tal como la conocemos es pura basura.

—No puede ser tan malo. La física funciona.

—Cierto. Pero también lo hace todo lo que tenemos nosotros. Una teoría es que tiene algo que ver con la gravedad y los campos magnéticos. La localización es importante. Ya sabes…, eso que dice que un vampiro tiene que dormir en su propio ataúd. Lo obviamos generando el campo magnético que necesitamos para descansar en él. Simple electrónica, pero nos proporciona libertad.

—¿Quieres decir que no llevas contigo tu tierra nativa?

—¡No soy una planta en maceta!

—Pero ¿qué tiene eso que ver con necesitar una invitación?

—Algunas personas crean una especie de burbuja o esfera en tomo a su hogar, casi como una especie de campo magnético personal. Esta es tu casa. Creo que Abbot podría romper esta protección si lo deseara, pero es más probable que simplemente, ¿cómo lo dijiste?, disponga un conjuro sobre ti que te haga desear invitarle a entrar.

—¿Podría hacer eso?

—Puede hacer todo lo que puedo hacer yo, sólo que mejor…, y más aún. Tienes que comprender a Abbot. No es malo. Es rigurosamente ético, valeroso, incluso heroico…, caritativo, y dedicado a su causa. Ha dado su vida y más por las vidas y el honor de todos los vampiros de la Tierra.

—¿Así que no crees que él pueda haber sido el ninja? Pero, si es tan maravilloso, ¿por qué le temes?

Él alzó la vista hacia ella. ¿Y si nunca más vuelve a ofrecerme este regalo? Deseó barrer todo aquello de su memoria.

—Titus, ¿qué ocurre?

No podía hacer nada excepto soltarlo todo.

—Abbot no comparte mi… dieta, ni mis objetivos. Se opone a todo lo que yo defiendo…, y es mi padre.

Ella se sentó envarada.

—¿Qué?

Él se sentó también y tiró del cubrecama hacia ellos. Intentando ser clínico, le contó la historia de cómo había sido Abbot el que lo había resucitado de la tumba debido a que su propio padre genético había desaparecido.

—Dándome sangre después de esa prolongada latencia, se convirtió en mi padre…, aquel a cuyo poder no puedo oponerme con éxito. Nunca. Por ninguna razón. —Hasta ahora, sabía Titus, Abbot había estado jugando con él. Incluso su éxito en los servicios de caballeros de la Estación Goddard había sido más un accidente que un éxito. Cuando intentó bloquear a Abbot para que no Influenciara a Inea en el laboratorio, había llegado más cerca que nunca de enfrentar su poder al de Abbot. Abbot se había mostrado tan sorprendido que había desistido. Pero Titus sabía lo que hubiera ocurrido si Abbot hubiera decidido utilizar su poder.

—¿Así que, sabiendo que está a salvo, Abbot utiliza su poder contra ti? ¿Por qué?

—Abbot es un Turista típico, así que me aparté de él para unirme a los Residentes tan pronto como los descubrí. —Le explicó aquel aspecto de la política luren.

—¿De modo que los Residentes fueron los que te enviaron la sangre en polvo, y los Turistas se alimentan de los humanos como si éstos fueran ganado?

Él no había usado aquella imagen.

—Así es exactamente como ellos piensan. De modo que, como puedes ver, Abbot constituye un auténtico peligro para ti porque yo no puedo protegerte contra él.

—¿Por qué desearía hacerme algún daño?

—No lo haría. No es un sádico. No percibiría en absoluto tu dolor. Te tomaría simplemente para alcanzarme a mí.

—¿Y por qué querría hacer eso?

—Ya te dije que está dedicado a metas e ideales mucho más allá de sí mismo. Para proteger a los vampiros me mataría: lo sentiría, sufriría…, pero lo haría. Y te estoy diciendo todo esto sin «amordazarte». He roto la ley según la cual vive Abbot. Nos he puesto a todos en un terrible apuro. La pena es la muerte. Estamos vivos porque, hasta ahora, él no sabe que tú sabes tanto.

—Oh, Dios. No pude comprender lo que me querías decir aquella primera noche…, la muerte para ti, la mordaza para mí. Abbot te mataría a ti y me tomaría a mí, ¿no?

—Sí.

Ella guardó silencio durante largo rato. Luego, en voz muy baja, dijo:

—Titus, quiero que pongas ese conjuro-mordaza sobre mí. No me importa, porque nunca desearé decírselo a nadie.

Él la besó.

Ella lo agarró por las orejas y lo empujó hacia atrás.

—Vas a hacerlo, ¿me oyes?, porque…, porque…

—Todavía no. Escucha. Todavía hay más.

Ella lo sacudió.

—No. No quiero oírlo hasta que no pueda ponerte en problemas a causa de ello. Te creo. Lo he visto en esos ojos masculinos. Mataría sin un estremecimiento. Apostaría a que era el ninja. Se mueve como un luchador entrenado.

—Lo es. Pero no era el ninja. Si Abbot hubiera deseado manipular la centrífuga, hubiera persuadido al ordenador para que lo hiciera por él. Pero todavía no tiene ninguna razón para matarme. Cuando lo haga, usará un método con muchas posibilidades de tener éxito. Sabe que no tengo una presión sanguínea alta…, él está usando el mismo truco con diferente medicación. Y sabe que cuatro g no me matarían, mientras que la asfixia sólo me produciría latencia. —¿Pero supongamos que desea mi latencia, y un asomo feral a mi apetito? No. Tiene que haber encontrado un medio más elegante.

—Supongo que fue una idea absurda. Si Abbot te deseara muerto, estarías muerto.

—No exactamente. Pero recuerda: si Abbot tiene que matarme alguna vez, se asegurará de que no quede ningún cuerpo para la autopsia. Ésa es otra ley entre nosotros…, protegernos de ser descubiertos.

—¿Es por eso por lo que sois dos en la Luna? ¿En caso de que uno resulte muerto, el otro tiene que ocuparse del cuerpo?

—No. Esa no es la razón, pero es un servicio que yo realizaría si fuera necesario…, aun arriesgando mi propia vida.

—Turistas y Residentes vivís según las mismas leyes básicas, dices. ¿Matarías a Abbot si él violara una ley?

—No. —Su rápida respuesta le sorprendió a él mismo—. Quiero decir, aparte del hecho de que literalmente no podría porque es mi padre. Nunca he matado realmente a nadie. No al menos a propósito, quiero decir. Y nuestra ley no requiere esto de mí en lo que a Abbot se refiere.

—Pero ¿tenéis leyes que requieren el asesinato?

—No. La exterminación. —E intentó explicarle lo que era un luren feral—. He ayudado a cazarlos —confesó—. En una ocasión capturamos a uno, intentamos rehabilitarlo. Más tarde oí que habían tenido que matarle. Normalmente, sin embargo, no se dejan coger, así que resultan muertos en la caza.

—De modo que hay vampiros malvados.

—Sí. Si llamas a los humanos que se vuelven violentamente locos malvados, entonces sí, hay vampiros malvados también.

—¿Cómo puedes confiar en mí? ¿Incluso en mí? Acabas de decirme que entraste en latencia, y que es por eso por lo que estabas tan hambriento. Ahora me dices que deberías haber recibido sangre de uno de tu propia clase en vez de la sintética. ¿Es posible que te vuelvas feral?

—No. Ahora me siento satisfecho. Y no he matado a nadie.

—Lejos de ello —sonrió Inea—. No entiendo cómo podemos estar simplemente sentados aquí y hablar de muertes y asesinatos. Es irreal.

—Bueno, entonces durmamos un poco. —La empujó hacia atrás, masajeó su espalda.

Ella le dejó trabajar los nudos de sus músculos durante un rato, luego alzó la cabeza.

—¿Vas a aplicarme este conjuro-mordaza ahora?

—¡No!

Ella se sentó.

—Titus, insisto: absoluta y llanamente.

—¡No!

—¿Acaso duele?

—¡No!

—¿Dejaré de pensar?

—¡No!

—Entonces, ¿por qué no?

—Porque… —Se dio cuenta de que todas sus razones eran egoístas—, porque prometí no utilizar mi poder sobre ti.

—Pero te estoy pidiendo que lo hagas. Eso es diferente.

—Bien…

—¡Titus!

—Quizá… —Tragó saliva dificultosamente—. Quizá, después de que oigas el resto, desees llamar a las autoridades. Entonces, ¿qué sentirás hacia mí?

—Entonces —dijo ella razonablemente— te pediré que retires el conjuro. Puede retirarse, ¿verdad?

—Sí.

—Así que, ¿cuál es el problema? Es sólo para protegerte de Abbot.

Y ése es el problema. No deseo que ella me proteja. Ella había puesto objeciones a que él la protegiera, y ahora sabía por qué. Frunció el ceño, luego halló la manera de desanimarla.

—Está bien, entonces. Lo haré. Con una condición.

—¿Una condición?

—La próxima vez que desee protegerte, me lo permitirás.

Ella parpadeó.

—De acuerdo. Adelante.

Mujer diabólica. Pero tenía que mantener su palabra.

Hacía una hora, había estado demasiado débil. Ahora, cuando ejerció la Influencia, el poder rieló a su alrededor.

—No hablarás de mis asuntos privados relativos a mi alimentación o hábitos de vida o los de los vampiros, Turistas o Residentes de cualquier origen, ni revelarás ningún detalle que pueda conducir a nadie a sospechar que existimos, a menos que estés completamente a solas conmigo.

—De acuerdo —aceptó ella—. Adelante, lanza el conjuro.

—Ya está hecho. Sin embargo, no podrás comprobarlo hasta por la mañana, porque en estos momentos estás demasiado ocupada.

—¿Lo estoy?

Él acalló aquellas palabras con un beso, luego le hizo el amor, lenta y apasionadamente, empujado por el miedo de perderlo todo cuando ella supiera el resto.

Cuando despertaron, ella estaba hambrienta.

—Deberíamos vivir en tu apartamento, con ese maravilloso microondas. Ahora tendré que vestirme para ir a comer algo.

—Espera un minuto. —La empujó suavemente hacia atrás. Había prometido no ocultarle ninguna información, y ahora ella no podía traicionar los planes luren—. Abbot no debe sospechar lo que significas para mí, de modo que tienes que ser muy cautelosa.

—Pero pusiste ese conjuro sobre mí. Abbot no es ninguna amenaza.

Él se echó también hacia atrás, con un suspiro explosivo.

—Abbot es una amenaza increíble. Escucha. —Y le explicó exactamente cuál era la misión original de Abbot, y cómo Titus había sido elegido para impedir que los Turistas implantaran ese transmisor. Intentó pasar por alto en lo posible su origen no humano, para suavizar el shock, para retrasar el momento definitivo. Intentó decirse a sí mismo que ella le había aceptado completamente, y que el simple asunto de su genealogía no era tan importante. Pero su garganta estaba seca y constreñida mientras forzaba a salir las palabras que tenía que pronunciar.

Ella estaba pálida y temblorosa cuando terminó.

—¿Eres parte no humano…, un alienígena del espacio exterior? Pero eso no es posible. Si tu madre era humana…, no es posible.

—Nuestras leyendas nos dicen que nuestros antepasados se estrellaron sobre la Tierra. No sé dónde evolucionaron los luren, ni cómo. —Era un alivio poder usar su propia terminología con ella—. No sé cómo o por qué es eso cierto, pero sé que esa nave de ahí fuera en la superficie lunar llevaba una tripulación de mi misma especie.

Ella aferró su almohada.

—Titus, no bromees conmigo.

—No lo estoy haciendo. Te prometí no ocultarte nada.

—¿Simplemente he dormido con un alienígena del espacio exterior? Eso es…, eso es… ¡Titus!

—Nací en la Tierra —protestó él—. Mira, cuando Abbot me desenterró de aquella tumba y me explicó por qué yo… me comportaba de la forma en que lo hacía…, me sentí exactamente igual que tú ahora. Luego señaló que yo siempre había sido… no humano, y saberlo no me hizo una persona diferente. —Ella se abrazó fuertemente y se balanceó hacia delante y hacia atrás. Sus labios seguían siendo demasiado blancos—. Bueno —añadió él—, eso no me ayudó mucho tampoco, al principio.

Saltó de la cama en una lenta agonía de aprensión y se vistió, observando que sus magulladuras habían curado, por lo que tendría que mantener aquellas zonas cubiertas. Los humanos no sanaban tan aprisa. Cuando miró a Inea, ella seguía balanceándose hacia delante y hacia atrás, con los ojos fuertemente cerrados. Finalmente, Titus se arrodilló a su lado y liberó uno de sus dedos para besarlo.

—Lamento habértelo dicho de esta forma. Nunca lo hubiera hecho si tú no hubieras insistido en…, lo llamamos ser silenciado bajo Influencia. Te tomaste tan bien todo lo relativo a Abbot que esperé…, bueno, te había prometido decírtelo todo. Lo siento, Inea.

Ella retiró su dedo y se apartó de él.

¿Debería preguntarle si desea que le retire la mordaza? Pero pedirle una decisión así en estos momentos sería cruel.

—Te retiraré el silenciador en cualquier momento que me lo pidas. —Ella no respondió—. Necesitas algo de tiempo para pensar en todo esto. Ahora me iré. No desearía hacerlo, pero…

Ella no se movió. Apenas respiraba.

—Pero supongo que tengo que hacerlo. —Se puso en pie lentamente y se dirigió hacia la puerta. Se volvió para echar una última mirada, desesperadamente ansioso, y deseó enroscarse en torno al ardiente dolor de su propio cuerpo. Finalmente, algo quedó claro para él. Ella le estaba haciendo exactamente lo mismo que le había acusado que él hacía con ella. Cada vez que él bajaba su guardia, sintiéndose aceptado, ella le cortaba. Él no había sabido que se lo hacía a ella, y estaba seguro de que ella no sabía tampoco que se lo estaba haciendo a él. ¡Qué humano!

Apoyó la mano en la puerta y le habló a la hoja:

—A partir de ahora, Inea, intentaré en todo lo posible dejar de hacerte daño.

El sello estanco hizo suavemente pop cuando la puerta se abrió, pero él se detuvo, rezando por que ella se levantara y le detuviera.

—Inea, tan sólo recuerda que lo único importante de todo lo que te he dicho es lo que se refiere a Abbot. El es el peligro. No le permitas sospechar que nos preocupamos el uno por el otro. Mi hogar es la Tierra, y voy a impedirle que envíe ese mensaje.

Cuando ella no replicó, tuvo que salir y cerrar la puerta a sus espaldas. Todavía había dos cosas que ella no conocía: lo que significaría si él la Marcaba como su proveedor —que según la ley luren su Marca la protegería de algún modo de Abbot, pero la convertiría en su propiedad—, y que la Kylyd contenía un superviviente que Abbot planeaba revivir.

Permaneció unos instantes con la espalda apoyada contra la puerta, notando el aire sutilmente distinto del corredor e intentando pensar. Tenía casi doce horas por delante hasta la demostración prevista para los periodistas. Sin duda estaban ya allí, y Carol Colby se hallaría atareada con ellos. No podía ayudar en ello. Había recibido sus órdenes…, permanecer fuera del camino del asesino.

Se arrancó de la puerta de Inea con un poderoso esfuerzo, apartando todos los temores de que ella no volviera a tocarle. Tenía que realizar tres cosas antes de la demostración. Tenía que comprobar la nueva cámara del durmiente en busca del transmisor de Abbot antes de que Abbot descubriera que Sisi había divulgado lo que sabía; tenía que reconstruir los movimientos de Abbot mientras él había estado con Inea; y necesitaba saber quién era el ninja.

Mientras pasaba junto a un refectorio, recordó que tenía que «comer», y utilizó su reprogramada tarjeta alimentaria, Influenciando automáticamente a los que le rodeaban. Gradualmente se calmó, notó que volvía la concentración, y pensó en escrutar a los que le rodeaban en busca de la obra de Abbot. Se sorprendió cuando su esfuerzo mecánico le orientó hacia una oriental bajita con una especie de encasquetado gorro de liso pelo negro.

Estaba colocando su bandeja en la cinta transportadora. Su rostro indicaba que tendría unos cuarenta y tantos años, con fuertes líneas de carácter y una expresión decidida. Llevaba los pantalones y la chaqueta del uniforme del Proyecto con una almidonada perfección. Pero también llevaba, sin duda sin ella saberlo, el sello de la manipulación de Abbot.

Sin embargo, Abbot no la había Marcado.

Cuando alcanzó la puerta, Titus decidió seguirla. Fuera en el corredor, se metió en el mismo ascensor que ella, y la perdió cuando ella cambió a otro. Pero sabía adónde iba. Todos aquellos a los que había saludado eran de Biomed.

Titus se unió a la corriente de trabajadores que se presentaban a su turno, y se envolvió en un manto de familiaridad. Cruzó el control de seguridad como el fantasma de uno de los trabajadores legítimos…, un estallido de estática al azar en los instrumentos. Nada que mereciera la atención de los guardias.

Siguió a la mujer oriental a la sección de Ciencias Cognitivas, y hacia la división de Inteligencia Artificial. Moviéndose como si estuviera haciendo una gestión muy definida, una mancha en los límites de la visión, la oyó ser llamada doctora Kuo.

Una rápida ojeada al trabajo de la sección fue todo lo que necesitó. Ella tenía que estar implicada en el examen de los ordenadores de la Kylyd, y sin duda le proporcionaba a Abbot los indicios que necesitaba para conseguir datos sobre los sistemas de la nave.

Pero Titus no podía permanecer mucho tiempo allí sin poner a la gente nerviosa. Tendría que ocuparse del trabajo de la doctora Kuo más adelante. Se desvaneció en el corredor, y salió cerca de la nueva cámara del durmiente. Había tres hombres y una mujer parados al extremo del corto pasillo que conducía a la puerta cerrada.

Uno de los hombres estaba sentado a un escritorio, al parecer desarmado. Ante él había un verificador de palmas y un monitor para comprobar el status y las acreditaciones. Seguro que los cuatro guardias habían memorizado los pocos rostros acreditados a pasar más allá de aquel punto.

Al extremo del pasillo, la puerta estaba festoneada con instrumentos de seguridad.

Titus se metió en unos lavabos cercanos de caballeros y entró en uno de los cubículos. Hasta que hubo cerrado la puerta del cubículo tras él no se dio cuenta de lo asustado que había estado. Le había prometido a Abbot que no desencadenaría ninguna alarma la próxima vez que visitara a su pariente ahí dentro. Pero ¿tendría el valor necesario?

Por supuesto, había estudiado las alarmas, y llevaba consigo su calculadora de bolsillo. Abrió la parte posterior y extrajo el casi invisible punto adhesivo que eludiría el lector de palmas. Lo metió en su ranura, lo programó para que le dijera al lector que era Nandoha, luego se lo pegó a la palma.

Le tomó quince minutos decidirse, e incluso cuando salió de nuevo al corredor, proyectando la imagen de Abbot Nandoha a su alrededor, todo lo que pudo pensar fue: ¿Y si Abbot pasa el control mientras yo estoy dentro?

Pero esa probabilidad era más bien pequeña. Incluso Abbot tenía que dormir en algún momento, y aquella estación era grande. Titus no había venido hasta aquí para vivir su vida sin riesgos. Avanzó hasta el puesto de control, siendo Abbot hasta en la forma de andar y la benévola sonrisa. Apoyó la palma sobre la placa, pasó su propia tarjeta de identificación bajo la nariz del otro guardia.

—Nandoha.

—Buenos días, doctor —respondió cordialmente el guardia.

Titus asintió y pasó. Tuvo que someterse a una ducha esterilizadora que torturó su piel, luego vestirse con un mono desechable, pero finalmente estuvo dentro de la cámara. Era una habitación muy grande y desnuda…, construida originalmente como un laboratorio de química. Sus paredes eran de un reluciente gris pálido, mientras que las luces le hicieron desear tener sus gafas de sol.

Más allá de la doble película transparente de la cámara estanca de bioaislamiento que rodeaba la opaca cámara de la ducha —colocada toda la instalación junto a la entrada— también hacía frío. El aire dentro de la estancia era seco, para impedir la condensación en la cámara criogénica en sí. Y todo lo demás era tal como lo había visto. El pecho del durmiente igual de desgarrado, el cuerpo inmóvil…, aparentemente muerto.

Pero no era eso lo que había venido a ver. Titus buscó los cajones de almacenamiento y los bancos de trabajo sembrados de instrumentos. Había media docena de entradas de ordenador, y una unidad aislada con una memoria tremenda. Evidentemente, había un cierto número de investigaciones en sus primeros estadios de desarrollo. Las etiquetas en algunos de los cajones por abrir le contaron la historia.

Arrimado a un lado, Titus halló casi todo lo que se necesitaba para establecer un laboratorio de clonación, completo con una matriz artificial Ships-Freuden…, una que podía ajustar todos sus parámetros hasta aumentos microscópicos. Una poderosa herramienta de investigación, justo lo que se necesitaba para clonar un alienígena.

Se preguntó si los productos químicos B J ultrapuros que habían llegado «accidentalmente» hasta él habrían salido de aquel laboratorio.

Examinó cada rincón y ranura que podía constituir un escondite, sin tocar nada con sus manos desnudas, fanáticamente cuidadoso de no alterar nada. Pero o bien Abbot había retirado su propiedad, o nunca había estado allí.

Cuando estaba a punto de salir cruzando la ducha, se volvió para examinar por última vez el lugar, y se dio cuenta de que estaba repleto de equipo electrónico. Abbot podía haber ocultado cualquier cosa dentro de cualquier cosa. Y, puesto que ahora era el experto reconocido en fabricar componentes, nadie le discutiría nada.

¿Era posible que fuera por esto por lo que había ayudado a reconstruir el ordenador? ¿Era posible que lo hubiera destruido simplemente para conseguir sus credenciales? Titus no podía atribuir una previsión tan infalible a Abbot. Su padre se había equivocado, y estaba intentando sacar el mejor partido de su error. Sin duda había adquirido mucha práctica sobre eso en su larga vida.

Titus salió con el mismo cuidado con el que había entrado. De vuelta en la zona para la que estaba acreditado, reconoció que era improbable que Abbot hubiera ocultado el transmisor o sus componentes demasiado cuidadosamente. Después de todo, eso implicaría que Abbot consideraba a su medio entrenado hijo como una amenaza viable.

Posiblemente Abbot había implantado esa falsa información en Sisi para que Titus la hallara. El registro del ordenador de una visita al durmiente que Abbot no había efectuado le indicaría que Titus había sondeado a Sisi como esperaba. Y Abbot reiría el último.

Quizá. Titus se dirigió al gimnasio para seguir el rastro del ninja. Luego comprobó a la doctora Kuo. Si Abbot estaba implantando pistas falsas, eso implicaba que había una verdadera que tenía que encontrar.

Sus esfuerzos durante el resto del tiempo resultaron tan infructuosos como su visita al durmiente. La zona del gimnasio que albergaba las centrífugas había sido vallada para reparaciones. Pero descubrió a través de uno de los instructores de baile que partes del traje del ninja habían sido identificados en el depósito de desechos de los vestuarios.

Descubrió a Abner Gold y a la estatua de ébano de la instructora de levantamiento de pesas con las cabezas muy juntas sobre sus bebidas en una de las mesas cerca de la piscina. Luego tuvo que eludir un grupo de periodistas en su gran tour. No tuvo suerte en su intento de descubrir dónde había estado Abbot mientras él estaba con Inea y, cuando se puso en contacto con su laboratorio, le dijeron que no le necesitaban por el momento. Inea no respondió en su apartamento…, ni en el de él. Está trabajando. No abandonará el proyecto.

Inexorablemente, sus pies le condujeron a su laboratorio. Tuvo que admitir, mientras empujaba la puerta, que necesitaba verla, necesitaba saber que ella no estaba aún sentada en su cama, con el rostro pálido y casi catatónica.

—¿Qué está haciendo usted aquí? —preguntó Shimon desde el otro lado del laboratorio. Una docena de rostros o así se volvieron hacia Titus.

Bajó por entre las hileras de máquinas. Habían hecho enormes progresos. El suelo estaba limpio y despejado, y la mayor parte de las estaciones de trabajo con los paneles delanteros en su sitio.

—Una capa de pintura, y este lugar parecería como nuevo —comentó Titus con su mejor sonrisa—. Tengo que felicitarles a todos.

—Funciona como nuevo —ofreció Shimon—. ¿Quiere verlo?

—Vi a algunos de los periodistas allá en el gimnasio. Pronto estarán aquí. Sigan con lo que estaban haciendo. —Pero no descubrió ningún signo de Inea…, ni siquiera en el observatorio. Y, tan casualmente como pudo, preguntó—: ¿Alguien ha visto a Inea?

Shimon se secó las manos con una toalla.

—Terminó su trabajo y se marchó con Abbot. Él dijo que la invitaba a comer para celebrarlo…, ¿qué ocurre?