Titus habló de cosas intrascendentes, sondeando los temas sobre los que Abbot la había influenciado. Había aprendido el truco del propio Abbot, pero raras veces lo utilizaba. Los luren que actuaban como agentes habían sido entrenados para crear y borrar identidades, atando los registros humanos en nudos. Ocasionalmente cazaban luren que se habían vuelto ferales, puliendo así sus habilidades. Pero Titus, excepto unos pocos episodios, había sido un intelectual que dependía de los agentes para que le protegieran.
Se sintió sorprendido ante su propia audacia. Esperar vencer la estrategia de Abbot en aquel juego era más ingenuo que esperar ganarle en ordenadores. Sin embargo, ni siquiera Abbot era invulnerable.
Delicadamente, avanzó hacia una zona sensibilizada.
—¿Dice usted criogenia? ¿No han habido algunos adelantos maravillosos en esa maquinaria en los últimos cinco años?
—Sí, pero ¿no usan ustedes los nuevos superconductores en física estos días? Todo nuestro equipo lo hace.
—Mis nuevos ordenadores los llevaban en el núcleo que fue destruido. —Inspiró profundamente, e hizo sonar con cuidado su voz en un tono más agudo—. Abbot Nandoha ha tenido que fabricar componentes de reemplazo basados en la tecnología más antigua.
—Es un genio, ¿verdad? —admitió ella, con los ojos llenos de estrellas.
—¡Oh, Abbot, esto es injusto, implantar la adoración al héroe en un humano!
—Completamente —confirmó.
Ella se lanzó a la defensa de Abbot, y gradualmente Titus se fue formando una imagen. Ella sabía poco de los objetivos de Biomed o de Ciencias Cognitivas, aunque ambas bebían de su fuente de equipo. Pero Abbot la había convencido de que ella no podía manejar la cámara de conservación del «cadáver» alienígena sola. Puesto que ella participaría en cualquier cosa que le hicieran al «cadáver», Abbot sería llamado también. Muy ingeniosamente limpio.
Titus se preparó para retirarse y empezó a reforzar en ella una reluctancia a mencionar esta conversación casual a Abbot, como si hubiera compartido confidencias triviales con otra mujer.
Inesperadamente, ella dijo:
—¿Sabe?, Abbot es un tanto extraño. ¡A menudo me pregunto si tiene un apartamento! Aparece a todas horas, incluso tiene una afeitadora en mi escritorio. Y creo que guarda sus útiles de baño en la sala criogénica, y utiliza la ducha esterilizadora como si fuera suya. ¿Qué pensaría usted de alguien así? ¡Quiero decir, no se necesitan más de quince minutos para llegar a su apartamento!
—La gente es extraña. —El no la había Influenciado para que dijera aquello. Estaba haciendo jogging a buena marcha, y había aumentado su efecto hipnótico entrando en un estado alfa natural.
¿Qué es lo que hay en la sala del durmiente? ¿Un componente del transmisor? ¿El transmisor completo? Entrar ahí para descubrirlo sería un proyecto en sí mismo. Antes de intentarlo tendría que examinar los archivos de Brink para averiguar el sistema de alarma de la sala criogénica y averiguar más sobre la Bella Buceadora. Como antropóloga física se hallaba en el grupo de Ciencias Cognitivas, en la puerta de al lado a la cámara. Pero no podía preguntarle a Sisi sobre ella. Abbot se daría cuenta inmediatamente de una pregunta así.
Titus se extrajo de sus pensamientos para descubrir a Sisi frenando su marcha y resoplando fuerte. El tenía la sensación como si estuviera practicando jogging cuesta arriba.
El agradable zumbido de los rotores creció de tono y, mientras lo hacía, las rodillas de Titus empezaron a doblarse. Pulsó el botón de parada, la palanca de emergencia, la señal de llamada al controlador…, nada. El panel siguió oscuro.
—¡Avería! —dijo—. ¡Salga e intente llegar a una de las sillas!
—Imposible —afirmó la mujer, con la inflexible convicción de un experto mecánico. Pulsó por su cuenta los botones de control en varías combinaciones, mientras Titus intentaba salir.
Estimó que estaban ahora a dos g, pero sus reflejos, si no estaban demasiado desentrenados por la baja gravedad, deberían soportarlas bien. Arrancó los cables de la telemetría, luego soltó su cinturón de seguridad. La noria estaba forzándole a correr más y más aprisa. Si la telemetría no se había estropeado con el control g, estaría en un montón de problemas. Este programa idiota debía estar enviando saludables señales de estrés bajo una g.
Calculando mentalmente, saltó de la noria y se encogió en una pelota mientras se lanzaba hacia delante, equilibrando su impulso con relación al suelo. Sería una estupenda pregunta para un examen para sus próximos alumnos. Aterrizó duramente, y las negras bandas de tracción en el suelo desgarraron su traje y rasparon en carne viva su piel. Se sentó, sangrando por la frente y la nariz.
Mintraub aún aferraba el manillar de la noria, arrastrando los pies tras ella, el cuerpo colgando alarmantemente bajo la creciente gravedad. Consiguió ponerse en pie y se tambaleó hacia ella, gritando:
—¡Suéltese! ¡Yo la cojo!
—¡No! —chilló ella—. Peso demasiado ahora. —Sus nudillos estaban blancos, sus manos resbalaban gradualmente, soltándose.
Él plantó sus pies a ambos lados de los de ella. Podía pesar cien kilos ahora, cosa que Titus podía manejar. Pero tenía que conseguir que se soltara antes de que su peso ascendiera a ciento cincuenta y ninguno de ellos pudiera moverse.
—¡Suéltese! —le ordenó con Influencia, y ella se soltó de golpe, arrojándolos a ambos hacia atrás—. Vaya a las sillas —jadeó, luchando por ponerse de rodillas—. Están configuradas para cuatro g.
—¡Está usted sangrando! —exclamó ella.
—Usted también. —Al menos su sangre era de un color aceptable para pasar por sangre humana. Estaba por todo el chándal de ella—. No incline la cabeza hacia atrás —aconsejó—. Mejor perder un poco de sangre que estropearse el cuello a causa de la gravedad. Arrástrese. —No tenían que dar más que cinco pasos, pero les tomó una eternidad. Las pocas semanas que llevaban en la Luna habían minado sus fuerzas.
Finalmente treparon a dos asientos. Titus pulsó los controles en el brazo.
—Muertos. Va a ser un largo trayecto.
—Es imposible —dijo ella—. Los resortes de seguridad se disparan a cuatro g, o los motores se queman. Está diseñado de este modo. Hay un montón de impulso en esta máquina. —Jadeando, añadió por entre unos dientes crispados—: ¡Si sobrevivo a esto, voy a ocuparme personalmente del hijoputa responsable!
Y si muere, ¿cómo voy a explicar yo el haber sobrevivido a una hora a cuatro g? Su historial mostraba que tenía la presión sanguínea alta y una ligera claustrofobia. La ansiedad enviaría hacia arriba la presión sanguínea de cualquier humano hasta fuera de la escala.
Había adquirido la fobia por el hecho de haber resultado muerto en un accidente automovilístico y luego ser enterrado vivo. Se sentía agradecido de que fuera una fobia ligera, pero ahora que no tenía nada que hacer excepto soportar, se preocupaba acerca de cómo explicar el no haber sufrido un ataque al corazón o una apoplejía.
Para el despegue había recibido medicación especial…, que no había tomado, por supuesto. ¿Quizá pudiera «confesar» eso y decir que la llevaba consigo ahora? Pero ¿por qué llevarla en su chándal?
¿Miedo irracional a la centrífuga? Eso podía enviarle inmediatamente de vuelta a la Tierra, pero no podía abandonar hasta que hubiera señalado el objetivo de la sonda y Connie le hubiera reemplazado.
Y el olor de la sangre humana estaba despertando su hambre.
Entonces las luces se apagaron.
—Oh, mierda. Titus, odio la oscuridad. Sujete mi mano.
Estaba realmente oscuro. Aparte el débil resplandor del cuerpo de ella y la caliente maquinaria, era como un ataúd bajo tierra.
—Hey, Titus…, ¿se encuentra bien?
—Sí. —Tomó su mano.
—¿Es mi imaginación, o está empezando a hacer bochorno aquí?
—Será mejor que no pensemos en ello. —Hizo un rápido cálculo—. Hay aire suficiente para todo el tiempo que estemos aquí. Simplemente relájese. Cuatro g no son demasiado, en realidad.
Ella apretó su mano.
—Eso ayuda.
Ella tenía razón. Su universo se estrechó hasta los pocos centímetros cuadrados de piel contra la suya. De alguna forma, ella le comunicó más por aquel simple contacto que lo que jamás podrían hacer las palabras. Calientes lágrimas picotearon en sus ojos, y un poco de humedad brotó por las comisuras de sus ojos y resbaló por sus sienes. Y no supo por qué.
Se concentró en soportar y mantenerla a ella confiada.
—Está haciendo bochorno aquí dentro —jadeó Mintraub.
—Ya no será largo. —Pero él estaba jadeando también. ¿Es posible que alguien esté bombeando C02 aquí dentro?
La oscuridad se volvió rojiza, destellante. Le trajo de vuelta el horrible tiempo pasado en su ataúd. Había despertado y había empezado a usar el oxígeno. No había mucho allí. Su furiosa hambre desencadenó el pánico, y con eso había utilizado más oxígeno. No se había dado cuenta de que había estado gritando mentalmente pidiendo ayuda impulsado por la Influencia. Cuando la mano de Abbot, resplandeciente con vitalidad, había roto la tapa del ataúd, dejando entrar una bocanada de aire fresco, lodo, y la lluvia que caía sobre él, se había lanzado a la garganta de Abbot como un animal furioso.
Ahora, con toda su fuerza adulta, luchó por contener su deseo de radiar a Abbot. No necesitaba más deudas hacia su padre. No iba a permitir que Abbot le viera sumido de nuevo en aquel pánico feral. Simplemente no iba a permitir que eso ocurriera.
Se aferró a aquello hasta que, como una mano relajándose en la muerte, su mente liberó sus pensamientos y se rindió a la latencia.
—…bastante normal para alguien revivido por CPR hace una hora. Pero me hubiera gustado que hubiéramos dispuesto de telemetría durante el rato en la centrífuga. Sus ojos muestran algunas hemorragias, pero las pupilas son del mismo tamaño… Chuck, mira esto. Lleva lentes de contacto…
Titus luchó por recobrar la consciencia mientras unos dedos echaban hacia atrás sus párpados. Retiró bruscamente la cabeza, jadeando ante el dolor.
—Hey, está consciente.
Titus se dio cuenta de inmediato que se hallaba en la enfermería. Debió haberse desvanecido antes de que la centrífuga se parara. No Dijeron CPR. Debí quedarme latente. Sintiéndose torpe, apeló a la Influencia y se envolvió en normalidad.
Chuck se inclinó sobre Titus con una linterna lápiz. La luz era demasiado brillante y Titus se encogió, ordenando silenciosamente: Ya viste como normal lo que esperabas ver.
—¿Qué se supone que debía mirar, Dave?
Dave se inclinó también. Titus amplió la orden para incluirle. No necesitas mirar de nuevo. Dave respondió:
—Supongo que estaba equivocado. He estado estudiando demasiado tiempo esos cadáveres. Los humanos no son tan extraños.
Los dos se retiraron, y Titus evaluó sus alrededores. Era un cubículo formado por cortinas en torno a la mesa camilla donde estaba tendido. Cajas de equipo, una papelera, un fregadero, y un videocom en la única pared sólida, completaban la sala de exámenes.
Intentó sentarse, pero descubrió que estaba atado a la camilla. Chuck le empujó hacia atrás.
—Permanezca tranquilo unos instantes, Titus. Pronto se pondrá bien, pero tenemos que asegurarnos…
—Estoy bien —gruñó Titus—. Desáteme. ¿Dónde está la mujer que se hallaba conmigo?
Sus manos se movieron como por voluntad propia, pero el doctor estaba mejor entrenado que eso. Echó las suyas hacia atrás y afirmó: —Debe permanecer quieto. Ha sufrido un paro cardíaco, pero acabo de pasar un rápido test de comparación por el ordenador y no hay daños, ningún cambio. A veces ocurren milagros. Pero deberá permanecer aquí un par de días, sólo por si acaso.
—Oh, no, no pienso hacerlo.
—¿Dónde está la mujer que se hallaba conmigo? —Ahora estaba realmente asustado. Si él se había rendido a la latencia, ¿qué habría sido de ella?
—No se preocupe por eso, la señorita Mintraub está bien. La hemos enviado a casa. No sufrió ningún paro ni se dio ningún mal golpe en la cabeza como usted.
Detrás de las cortinas, una puerta exterior se abrió y un balbucear de voces llenó la habitación. Titus captó la voz grave de Abbot, los claros e imperativos tonos de Carol Colby, y por encima de todos ellos a Inea…, con un asomo de pánico, diciendo:
—Insisto. ¡Debo verle inmediatamente!
—¡Inea! —dijo Abbot, con su Influencia llenando la habitación—. Los doctores tienen sus procedimientos.
—Inea —llamó Titus—. Estoy aquí. —Se sorprendió ante lo quebrado de su voz y el miedo en estado puro en la boca de su estómago. Pensando rápidamente, añadió—: No tiene que preocuparse por el tanque de química…, ya me he ocupado de todo. ¡Estará preparado para probar su programa por la mañana!
Escuchó con atención la respuesta de Colby. Eso quizá desviara a Abbot de la obvia conclusión acerca de él e Inea.
Cuando Colby hubo terminado de censurarla, diciéndole que su salud era más importante que la demostración para la prensa, ella se había abierto camino hacia los medtecs y los doctores, seguida por los otros.
Titus lanzó una rápida mirada a Abbot, y puso toda su fuerza en la Influencia cuando le dijo a Colby:
—Estoy bien. Simplemente sáqueme de aquí. Tengo trabajo que hacer. —Y, buen Dios, ¡estoy hambriento! Un sudor nervioso perló su labio superior. ¿Y si no me dejan ir? Sus ojos se cruzaron con los de Inea, y disimuló confianza. Pero ella había visto su miedo, y miró insegura a los médicos.
Sin embargo, fue Abbot quien actuó. Añadió la Influencia necesaria para convencer a todo el mundo de que los vendajes pintados en la frente, palmas y rodillas de Titus no significaban nada. Discutieron acerca del paro cardíaco, y Abbot les desafió:
—Puesto que sus instrumentos no muestran ninguna evidencia de eso, quizá sólo estaba inconsciente. En realidad, a mí no me parece un paciente cardíaco. —Abbot les dejó que se convencieran el uno al otro mientras se dirigía a curiosear en sus ordenadores y registros. Ocasionalmente, lanzaba a Titus una sonrisa magnánima y borraba algo.
Abbot sabía lo débil que estaba Titus. Después de haber sido aplastado en la centrífuga, sofocado, luego golpeado por algún aficionado en el CPR mientras el oxígeno empezaba a revivirle de su breve latencia, ¿cómo podía sentirse? Pero le devolvió a Abbot la sonrisa, decidido a no evidenciarlo. No delante de él, y no delante de Inea.
La discusión médica proseguía cada vez más acaloradamente.
Colby se mostraba reluctante a ordenar que Titus fuera dejado marchar bajo su responsabilidad, mientras que los doctores se negaban a tomar la responsabilidad de saltarse los procedimientos. Titus sabía que el mejor modo de romper aquel punto muerto era levantarse y firmar él mismo su propia alta. Pero, por supuesto, no había ninguna forma de conseguir desatarse.
Mientras tanto, Inea se acercó más a Titus, con un oído fijo en la discusión médica. A medida que empezaba a creer que Titus estaba bien, la furia reemplazó a su ansiedad.
—¡Me abrí camino por la fuerza hasta aquí porque pensé que estabas en peligro a manos de estos doctores! ¡Deseaba ayudarte, cretino! ¿Cómo pude llegar a pensar, y menos aún decirlo delante de todo el mundo, que estoy más preocupada por mi maldito programa que por ti?
Mientras se sienta furiosa conmigo, no se apartará hacia Abbot.
—Bueno, naturalmente, sólo pensé, y se me ocurrió que… —La mentira se atoró en su garganta.
—¿Pensaste? ¡Eres incapaz de pensar! ¡Todo lo que sabes hacer es obligar a la gente a creerte!
Herido, él siseó: —¡Mi amor, idiota, tú no estás pensando! Y si no me sueltas de estas malditas correas ahora mismo, todos los desastres que esperabas van a empezar a caer sobre mí. O peores.
—¡Vuélvete bruma y escúrrete fuera de ellas! —Se dio la vuelta y regresó con dos zancadas a la acalorada discusión del grupo, donde los humanos estaban comparando ahora a Titus para Abbot.
—No puedo poner el dedo sobre ello —estaba diciendo Chuck—. Es sólo una sensación.
—Muy científico —dijo Colby.
—Pasaré los registros y veremos —anunció Dave.
—No hay nada en los registros —confesó Chuck—. Lo he comprobado. Es sólo una sensación de haber pasado algo por alto…, ¿sabes lo que quiero decir, Dave? Como hacer la ronda con un profe que no dice una palabra hasta que tú estás fuera en el pasillo. Sientes que según el libro has acertado en el diagnóstico…, y sin embargo sabes que has olvidado algo y que va a suspenderte.
Titus envolvió su voz y llamó: —¡Abbot!
Su padre asomó la cabeza por entre las cortinas, y Titus miró hacia el grupo que discutía más allá de la rendija.
—Tenemos que terminar con esto.
Chuck siguió, dirigiéndose a Colby:
—Es por eso por lo que no deseo dejarle salir de aquí hasta que sepamos que no hay ningún hematoma en el cerebro a causa de ese golpe, y absolutamente ninguna posibilidad de daño en el corazón. No me atrevo a arriesgarme.
—Muy loable.
—Pero —interrumpió Abbot, volviéndose hacia ellos. Titus sintió que su Influencia descendía hasta un fino y sutil toque— un buen científico aprende a saber cuándo debe correr riesgos. Si usted sigue trabajando tímidamente bajo el espectro de la ira de algún profesor, nunca tendrá la fuerza necesaria para cumplir su misión dentro del esfuerzo de un equipo. ¿No es así, doctora Colby?
—Muy cierto.
Abbot se volvió hacia Inea.
—Supongo que Titus se siente en desventaja, atado a esa camilla. ¿Por qué no lo libera, mientras la doctora Colby se lo explica todo a estos espléndidos doctores?
La Influencia de Abbot apenas era discernible, pero Inea se volvió para obedecer como si lo hiciera por voluntad propia.
—Lamento haber perdido el temple, Titus. Nunca se debe golpear a un hombre que está tendido.
—Olvídalo —respondió él—. Yo no pensaba claramente.
—Chuck —dijo Colby—, no estoy impugnando su juicio médico. Pero Abbot tiene razón. Hay otros factores a considerar. La centrífuga fue saboteada, y tenemos razones para creer que se trató de un intento de asesinato contra el doctor Shiddehara.
Titus se sentó de golpe en la camilla.
—¡Asesinato!
Los dos médicos intentaron hacer que se echara de nuevo, pero Titus apoyó los pies en el suelo.
—Estoy bien, de veras, estoy bien. ¿Atraparon al bastardo?
—Todavía no —respondió Colby—. Así que no deseo que se quede usted en dique seco en la enfermería, donde sería un blanco magnífico. Prefiero tenerlo moviéndose de un lado para otro y trabajando, pero sin dormir en su apartamento. He puesto una falsa guardia ante su puerta, y otro par para que le sigan a todos lados, pero puede que eso no ayude.
Abbot se volvió hacia Titus.
—Los dos encargados de la centrífuga fueron noqueados. Expertamente. El daño fue hecho de una manera muy tosca. El asesino no sabe nada ni de mecánica ni de ordenadores.
—Pero era fuerte —añadió Colby—. Muy, muy fuerte. Arrancó los paneles de seguridad con pura fuerza bruta. Y era listo. No dejó ningún indicio de su identidad. De modo que no lo subestimaremos de nuevo.
Titus ignoró el ardiente dolor en su cuerpo.
—Rechazo absolutamente el estar bajo guardia. —Oh, mierda. Mal enfoque.
—Me temo que no tiene usted otra elección…, al menos hasta que atrapemos a ese «bastardo», como lo ha calificado usted muy acertadamente.
Titus se dirigió hacia Colby, apelando a toda su paciencia, intentando no pensar en el hambre.
—Carol, mire, no deseo renunciar por un asunto de principios que no tiene nada que ver con mi trabajo aquí. Aceptaré una guardia ante mi puerta. Pero no me la ponga a seguirme todos los pasos. Uno de los guardias puede ser el bastardo.
—¿Un hombre de Brink? No es probable, pero estoy volviendo a comprobar a todo el mundo. Titus, si dejo que lo maten, en especial después de esta advertencia…, puedo meterme yo también en el ataúd. Escuche, tenemos profesionales en estos asuntos aquí y en la Tierra. No tiene que preocuparse. Sus guardias serán controlados a fondo. Va a estar usted más seguro que ninguna otra persona en toda la estación.
—Tengo una idea —dijo Inea—. Denle a Titus otro apartamento para esta noche…, el de Abbot o el suyo, doctora Colby, o cualquiera que esté vacío. Desaparecerá de la vista hasta que se marchen los periodistas, luego podemos atrapar al asesino utilizando un doble para Titus.
Colby se pasó una mano por el rostro.
—La oportunidad del ataque no fue un accidente. Los terroristas deseaban desviar a esos periodistas de todo lo bueno que hubiéramos podido enseñarles. Y, sin Titus, el Proyecto se hallaría realmente en apuros. Afirman que de todos modos es inútil enviar la sonda. Si ése es su juego, entonces atacarán de nuevo mientras la prensa está ahí.
—Bien —dijo Inea—. Entonces sólo tenemos que vivir con ello durante unas cuantas horas. Puede disponer guardias extra de paisano por los alrededores durante la demostración en el laboratorio de Titus. Pero déjelo solo mientras tanto, y él podrá perderse. Este no es un lugar pequeño, y probablemente sólo hay un asesino en la estación. Quiero decir, ¿cómo podría Seguridad fallar dos veces?
—Bueno, si hubiera un apartamento vacío… Pero estamos trasladando a gente y apretándola a fin de meter a los periodistas por una noche…
—Titus puede ocupar mi apartamento de momento —ofreció Abbot—. Yo ocuparé el suyo. Nadie podrá confundirme con él.
¡Oh, no, tú no! Nunca descubriría todos los aparatos espía que Abbot dejaría detrás. ¿Cómo voy a salirme de esto? Inea le miraba de una forma extraña. De pronto dijo:
—Si lo vemos de este modo…, ¿quién me confundiría a mí con Titus? Y es menos llamativo que una mujer invada el dormitorio de un hombre que el que otro hombre…, bueno, se instale en él. Quiero decir, ninguno de los dos tiene ese tipo de reputación. Bien, ¿por qué no cambia conmigo? —Sacó su llave del bolsillo de su cadera y se la pasó a Titus—. Después de todo, le debo a usted algo por poner mi copyright en el programa.
Colby se mostró de acuerdo con el plan, pero los médicos insistieron en una batería de tests antes de dejarle marchar. La última observación de Colby demostró que aceptaba la afirmación de salud de Titus.
—Espero un informe suyo completo en mi escritorio dentro de cuatro días…, todo lo que observó antes y durante el incidente.
Abbot se volvió hacia la puerta y, envolviendo sus palabras, preguntó:
—¿Estás seguro de que puedes manejar ahora a los humanos?
—Por supuesto —respondió Titus alegremente—. Me agarraron cuando estaba inconsciente. Gracias por el rescate. Estoy en deuda contigo.
—No. —Se encogió de hombros—. Simplemente es un deber de padre. —Se alejó.
Titus se apartó sombríamente de la puerta que se cerraba. Abbot no había hecho más que obedecer la ley luren, impidiendo que los humanos descubrieran demasiado. No había afecto en él.
Titus no podía entretenerse meditando sobre sus sentimientos hacia Abbot. Tenía que reunir todas sus fuerzas para el inminente desafío. Los médicos lo pesaron y midieron, escrutaron sus partes íntimas, pincharon y sondearon y pegaron electrodos, y le hicieron tenderse sobre frías mesas mientras lentos escáneres flotaban a su alrededor.
Todo esto le había sido hecho incontables veces antes, y si el trabajo de los agentes de Connie en los registros del ordenador aún estaba vigente, los resultados serían los mismos esta vez. Pero Titus tenía que permanecer alerta, dirigiendo las cosas hacia donde le convenía, retorciendo y apartando las suspicacias. Estos médicos no eran personal clínico normal. Habían trabajado con cadáveres luren y orls. La entrenada mente médica nunca olvidaba nada, e integraba constantemente nuevos datos.
Por ahora, ambos doctores se sentían atormentados por una pesadillesca sensación de déjá vu cada vez que estudiaban a Titus, Abbot o los alienígenas. Cuando los Influenciados recuerdos salieran finalmente a la superficie, podían organizar un escándalo y gritar. Pero, antes que esto, Abbot los mataría. Era la política universal luren…, tanto de Turistas como de Residentes. Tenían que proteger su secreto o ser exterminados. Pero los Residentes intentaban reclutar a los sospechosos, no matarlos…, un riesgo que los Turistas consideraban desmedido.
Así que Titus trabajó para convencer a los doctores de que no habían hallado nada fuera de lo normal. Aparte contusiones y abrasiones, había sido muy afortunado. Y eso era todo…, suerte.
Pero sus trastornados subconscientes tenían que agarrarse a algo, de modo que, cuando sugirieron acudir a Nutrición para examinar su presión sanguínea y su dieta, capituló, dejándoles creer que habían cumplido con su deber médico. Luego le tendieron sus cosas, con el termo dorado que había dejado en un armario del gimnasio, y lo escoltaron al especialista en nutrición.
Lo lamentó en el momento mismo en que entró en los dominios de la mujer. Era una experta corpulenta y de mediana edad, con un porte dictatorial y un rostro de bulldog.
—Soy la doctora Dorchester, y he estudiado sus datos con gran cuidado. Creo que podemos retirarle la medicación en un término de dos meses si sigue usted mi régimen…, y deja de saltarse comidas.
Tecleó sus órdenes en los ordenadores de la cocina a fin de que su tarjeta alimentaria excluyera todas las sustancias prohibidas.
—Y tiene que incrementar usted su aporte de calcio una vez y media lo normal. ¿Comprende esto, Titus?
—Sí, por supuesto. Lo haré.
—Es usted demasiado joven para estos problemas. No hay disculpa para ello. Ciertamente, no tiene exceso de peso. Así que debe comer adecuadamente y hacer más ejercicio. Luego, tan pronto como se le haya retirado la medicación, quiero que acuda al solario, no para broncearse, sólo para tomar un poco el sol. Pero tendrá que ser cuidadoso pese a su complexión. Puede sufrir cáncer de piel.
—Lo sé. —Escuchó su conferencia acerca de que la vida en el campus era demasiado sedentaria, mientras que la política del campus producía demasiada ansiedad. Luego aceptó ansiosamente su consejo. Cuando finalmente escapó, estaba agotado. Se preguntó si siquiera Carol Colby podía soportar a la doctora Dorchester.
Libre al fin, se dirigió a su apartamento sobre piernas de caucho. Asintió con la cabeza al guardia que llevaba el uniforme de Brink con la insignia del Proyecto Llamada. Luego, ocultando el temblor de sus dedos, se metió el paquete con el termo bajo un brazo y pulsó el timbre de la puerta. Vamos, Inea.
—Perdón, doctor —dijo el guardia—, pero se me dijo…
—Lo sé. Pero el objetivo del juego es estar donde no se espera que esté, ¿no? —Volvió a llamar a la puerta, esta vez con los nudillos, más fuerte de lo que pretendía. ¡Inea!
—Pero Brink no comete errores…
—Sí, por supuesto. —Sus dientes estaban encajados, pero Titus luchó por sonar de un modo agradable—. La dama está en casa, ¿no? —Su aura era tan fuerte que casi podía saborearla.
—Quizás esté durmiendo —sugirió el guardia.
Inea abrió la puerta. En su mano izquierda llevaba el frasco de su medicación para la presión sanguínea, que él había dejado sobre la mesa. En su otra mano había varias tabletas.
—¿Por qué no arrancas la puerta de sus bisagras, ya puestos a hacer?
Él entró.
—Es una compuerta, no una puerta.
Ella la cerró y le siguió hasta la cocinita.
—¿Por qué siempre haces eso? Justo cuando me siento consumida por la simpatía hacia tus apuros, ¡me vuelves completamente loca!
Él llenó su jarra de agua y la metió en el microondas, luego desenroscó el termo.
—Lo siento. En estos momentos yo también estoy un poco loco.
Mientras se volvía hacia ella, Inea ahogó una exclamación, luego dejó las tabletas sobre la mesa y tomó la silla.
—¡Siéntate! No estás tan bien como pretendías, ¿verdad? ¿Por qué te dejaron ir entonces?
Él simplemente la miró.
—Oh —dijo ella, con ojos redondos—. Tu conjuro.
—Tenía que salir de allí.
—Bueno, eso imaginé cuando oí lo que había ocurrido. Por eso me abrí camino hasta…, para ayudarte, maldita sea…
—Sigue adelante, llámame lo que quieras si eso ayuda. —Rebuscó en un armario un paquete de cristales, luchando con la idea de que Abbot tenía razón acerca de la sangre artificial. La biología luren exigía más.
Ella tomó de nuevo el frasco y jugueteó con las tabletas.
—No. Hace años que pasé la etapa de llamarles cosas a la gente. He tenido un cierto tiempo para pensar en todo esto…, esta masa de contradicciones que me has ofrecido. Quizá no me hayas mentido, pero no me has dicho toda la verdad, ¿no? Estás tontamente asustado, ¿no?
Está lanzando el anzuelo. No sabe nada sobre Abbot.
—¿Tontamente? ¿No es eso llamarme cosas?
Ella respondió cansadamente:
—¿Estás intentando empezar una pelea? Porque, si sigues así, vas a conseguirlo. Sólo te estoy pidiendo que te pongas a mi nivel. ¿Tienes miedo…, tanto miedo de algo que prefieres ofenderme antes que enfrentarte a ello?
El microondas hizo blip, y él cogió el termo y dejó caer en él los cristales y el agua. Vuelto de espaldas a ella, respondió:
—¿No hay ninguna forma de llegar hasta ti?
Se volvió, consciente de que su rostro y su actitud revelaban demasiado.
—No estoy luchando sólo con un hambre normal en estos momentos. Entré en latencia…, como si hubiera muerto. Pero sólo por muy poco tiempo. Sin embargo…, mi hambre ahora no es simple hambre, es un síndrome clínico.
Bruscamente, hubo lágrimas en los ojos de ella.
—¡Oh, soy una estúpida tan grande! Siempre haces esto conmigo. Nunca he conocido a un hombre que pudiera hacerme esto como tú lo consigues. Pero, tan pronto como tengo la guardia baja, me golpeas allá donde más me duele…, ¿no es así? ¿Qué será esta vez?
—¿Qué quieres decir?
—Vas a dormir conmigo, incluso te casarás conmigo en algún momento el año próximo, pero sigues sin vivir conmigo. Vas a proporcionar un gran empuje a mi carrera utilizando mi programa en los medios de comunicación…, pero me asignas tareas de técnico de hardware en vez de escribir programas contigo. Estás inconsciente, y acudo corriendo para salvar tu preciosa identidad secreta…, y me calificas en público como la peor clase de materialista. Ahora dices que te estás muriendo literalmente de hambre y yo no puedo soportar el verte sufriendo, y haré todo lo que me pidas…, ¿y qué es lo que me harás tú a mí la próxima vez?
Tiene razón. Soy tan cruel como Abbot.
Vertió un poco de la sangre muerta en la taza dorada del termo. Su rabiosa hambre se negó a enfocarse en el espeso líquido. Lo adelantó hacía ella, reclamando sus manos.
—Está bien —le dijo—, lo que voy a hacerte a continuación es contarte casi toda la verdad.
Su precioso ectoplasma no fluía gloriosamente al medio sanguíneo. Había alzado una barrera contra él.
—¿Vas a decirme de lo que tienes miedo?
Él cerró los ojos. Sentía la envoltura de su ectoplasma tenderse hacia él, pero luego retrocedió. El salvajismo hirvió en él, y sintió el auténtico miedo…, miedo de perderse por completo. Hubiera debido acudir a Abbot. Un luren necesita sangre luren para despertar de la latencia. Pero había sido capaz de ocultar su condición a Abbot…, o Abbot estaría aquí ahora. Y Abbot había sabido que se había sumido en estado de latencia…, tenía que haberlo sabido. Pero, tras una latencia tan corta, seguro que no corría ningún peligro de volverse feral.
¿Supongamos que Abbot sospecha que acudiré a Inea, y que desea esto porque quiere que un estímulo feral caiga sobre mí? Sería típico de Abbot. ¿Quizá tiene intención de mostrarse cuando yo haya admitido que ni la sangre ni Inea me ayudarán con esta hambre?
Pero no podía tomar la sangre de Abbot. Simple y llanamente rechazaba darle al Turista más poder sobre él.
Abrió los ojos, con su mente de pronto febrilmente clara.
—Esta vida me obliga a enfrentarme a miedos con los que jamás antes había soñado. Tengo el poder de hacer que tú me ofrezcas lo que necesito. Y hacer que goces con ello. He jurado no hacerlo…, pero me siento tentado. Y tengo miedo de esa tentación. Peor, tengo miedo de que usaré palabras ordinarias para conseguir que me ayudes. Y peor aún, estoy aterrado ante la idea de que, si no lo hago, tú no me ayudes. Creo que lo harás, pero temo que no lo hagas. ¿Tiene esto sentido?
Ella alzó la taza.
—Toma, bebe. —Pero no había ningún zarcillo de ectoplasma, ninguna energía infusa en la sangre química.