Para sorpresa de Titus, su padre retrocedió.
—Titus, ¿qué dem…? —Envolviendo sus palabras, maldijo—. ¡Hijo, no conoces tu propia fuerza! ¿Qué crees que estás haciendo?
Los mayores esfuerzos de Titus nunca habían producido antes un tal efecto en Abbot.
—Yo… yo…
Perplejo, Abbot inspeccionó a Inea y añadió:
—¿Estás tan implicado con ella, y todavía no la has Marcado?
A su alrededor, todos miraban desinteresadamente la caja de embalaje. Titus hizo un esfuerzo por recuperarse.
—No es mía —respondió indiferentemente, envolviendo también sus palabras. Alzó la voz y ordenó con voz clara—: Inea, compruebe primero el observatorio; en seguida estaré con usted. ¿De acuerdo?
Ella se encogió de hombros y lanzó su caja de herramientas a un rincón.
—Por supuesto —respondió, pero él vio su mirada a Abbot por encima del hombro mientras se dirigía hacia la separación de cristal.
—¿Lo ves? —señaló Titus—. Tal como me enseñaste, cuando no necesitas la Influencia, no la empleas.
Abbot sacudió la cabeza, y Titus estuvo casi seguro de haber cubierto su desliz. Inea parecía ahora que no era nadie especial, sino tan sólo útil.
—Titus, ¿quieres mi ayuda con los otros o no?
—Lo consideraré como un favor. —Abbot no parecía pensar que necesitara ayuda. Titus se preguntó si había ganado poder del talismán católico, porque se había sentido maravillosamente desde entonces.
Abbot alzó la voz con Influencia:
—Si queremos cubrir las cotas fijadas para este mes, será mejor que nos pongamos a trabajar.
Titus añadió su Influencia, aislando individuos y asignándoles trabajos, desviando la atención de la caja.
Suzy Langton alzó la tapa de la caja.
—Voy a cerrarla y llevármela para ver dónde corresponde…
—Oh, eso no será necesario —interrumpió apresuradamente Titus, y Abbot lo remachó con un:
—Absolutamente no necesario.
Ella se detuvo, con la tapa apretada contra su pecho.
—Bueno…, no, no será necesario. Pero debiera hacerlo de todos modos.
Abbot miró a Titus, que era agudamente consciente de que Inea podía estar observando, luego tomó la tapa de manos de Langton.
—Sé dónde pertenece. Yo me ocuparé de ello. No malgaste el tiempo del gobierno saliéndose de su trabajo, ¿quiere?
Los guardias de Brink agitaron sus cabezas como niños de parvulario mostrando su acuerdo con su maestro. Abbot los tenía totalmente bajo control. Pero estaba trabajando con cuidado. No se atrevía a crear una ilusión que fuera llamativamente incongruente, porque, con el tiempo, esa gente recordaría detalles, se preocuparía por ellos, y compararía notas. Más de una vez, en su larga historia en la Tierra, los luren habían sido atrapados simplemente a causa de la tenacidad humana.
—No hay ninguna razón para que ustedes aguarden aquí —señaló Titus—. Vuelvan a sus más importantes trabajos.
Perpleja, Langton asintió, vacilante. Abbot hizo todo un espectáculo de volver a cerrar la caja, sonriéndole confiadamente por encima del hombro. Al final ella se llevó a sus hombres, al parecer satisfecha.
—Gracias —dijo Titus mientras levantaba de nuevo la caja, inseguro aún de por qué le había ayudado Abbot, excepto que resultaría extraño a ojos de todos los luren si un humano analizara los «Aditivos B J».
—De nada. —Abbot miró con el rabillo del ojo hacia el observatorio, donde trabajaba Inea—. Aunque, si la tienes a ella…, ¡y no me digas que no la tienes!, no comprendo para qué necesitas esta basura.
—Ya no tomo sangre de los humanos.
—Entonces permíteme que la tome yo. —Miró de nuevo al observatorio.
—¿Permitirte?
—Bueno, tomé a Mirelle. No debería hacerte partícipe cada vez. Sin embargo, te he ayudado. Puesto que no la estás utilizando…
—Es un precio un poco demasiado alto para una ayuda tan trivial, aunque fuera muy a tiempo. Mira, en vez de ello toma un par de paquetes. —Contuvo el aliento, con la esperanza de que Abbot los rechazara como de costumbre. La necesitaba toda para él, y la única razón de que Abbot la aceptara sería para mermar sus esfuerzos de oponérsele.
—Oh, Titus, ¿dónde me equivoqué contigo? ¡Eras tan prometedor! Pero eres joven, quizá sólo se trate de una fase. —Se encogió de hombros—. Quédate con tus paquetes. Cuando te canses de ellos, házmelo saber. Tengo un par de elementos de élite que estaría dispuesto a compartir. En una pequeña comunidad, minimiza los riesgos.
—No, gracias, padre. Puedo arreglármelas por mí mismo si es necesario.
Abbot lo escrutó de nuevo.
—Sí, sorprendentemente, creo que ahora sí puedes. Espera, déjame ayudarte a llevar estos paquetes a tu oficina. ¿Sabes?, debieron ser embarcados a las pocas horas de que cambiáramos tu bolsa en Quito. Connie debió saberlo en el momento mismo en que lo hicimos. Es endiabladamente aguda. Y no es que tú seas torpe precisamente.
¿Detrás de qué va?, se preguntó Titus mientras cargaba con un puñado. Cuanto antes desaparecieran los paquetes de la vista, menos probabilidades habría de que alguien los recordara. Cuando hubieron terminado de meterlos en cajones en la oficina de Titus, observó a Abbot volver a cerrar la caja y arrastrarla hacia la puerta.
Luego pasó el resto del turno meditando acerca del comportamiento de Abbot. Estaba actuando como si Titus ya no fuera una amenaza para su misión. Esperando que eso no fuera cierto, Titus decidió destruir otro componente del transmisor tan pronto como le fuera posible.
No iba a ser fácil. Titus había estado rastreando a su padre por toda la estación siempre que le había sido posible. A veces Abbot se daba cuenta, a veces no…, o lo fingía. Pese a todos sus esfuerzos, Titus seguía sin saber dónde había ocultado Abbot las seis piezas de su transmisor, o la pieza reconstruida. Seguro que ya la ha reconstruido.
A estas alturas, Abbot, bajo el pretexto de reparar el sistema de Titus, podía haber montado el transmisor. Incluso podía haberlo conectado dentro del casco mismo de la sonda. Eso explicaría su confianza, porque Titus no tenía acreditación para ir al hangar de la sonda, y hasta ahora no lo había hecho usando la Influencia.
De todos modos, colocar el transmisor tanto tiempo antes del lanzamiento incrementaría las posibilidades de que algún humano lo descubriera, de modo que Titus dudaba de que lo hubiera hecho ya. Probablemente su confianza era sólo un pian cuidadosamente trazado para mantener desequilibrado a Titus, para hacer que no dejara de hacerse preguntas irrelevantes y malgastara el tiempo en la busca de respuestas, desviando su atención. Pero ¿de qué? ¿Del luren durmiente? ¿Del proyecto de clonación? ¿Del proyecto de lenguaje? ¿Qué había recuperado exactamente Abbot de las grabadoras de la Kylyd?
¿Por qué deseaba Abbot que el ordenador quedara reparado tan aprisa? ¿Para piratearlo en su propio beneficio? Titus tomó nota mental de instalar algunas trampas en su sistema. Si era hábil, Titus podía conseguir sangrar algunos datos de Abbot mientras Abbot pensaba que estaba saliéndose con bien con su pirateo. Pero eso era esperar mucho. Nadie ganaba a Abbot en un duelo de ordenadores. De todos modos, Titus lo intentaría. Había ganado a su padre en otros aspectos en los que nunca había esperado conseguirlo.
Pero la royente pregunta era: ¿Por qué Abbot deseaba tener a Titus suplido de sangre? ¿Para impedirle que hiciera prospecciones entre los humanos?
Titus se enderezó tras examinar el trabajo de un técnico. Sin darse cuenta de la aprensiva expresión del técnico, observó a Abbot comprobar unas conexiones. Incluso desde el otro lado del laboratorio, su poder pulsaba a través de Titus. Abbot no se estaba muriendo de hambre. Y, de repente, la verdad le golpeó. Abbot no deseaba que él descubriera quiénes eran sus proveedores.
Un shock atravesó a Titus de pies a cabeza, y su mente se puso a funcionar a toda velocidad, dejando atrás la lógica. Abbot sabía que él había penetrado en el archivo de Mirelle. Abbot suponía que Titus deseaba saber lo que Abbot había averiguado a través de ella. Su fingida confianza era para enfocar la atención de Titus lejos de Mirelle y los demás proveedores de Abbot, para hacerle preguntarse por qué Abbot daba la sensación de que ya le había ganado a Titus.
Tenía sentido, pero no encajaba por completo con la naturaleza tortuosa de Abbot. ¡Y él me conoce! Siempre me ha manipulado. De pronto recordó a Abbot mirando a Inea, luego escrutando a Titus. Vino a él con la claridad del cristal. ¡Son sus no Marcados los que cuentan! Tenía que descubrirlos y comprobar sus archivos.
Eso podía ser más importante que el transmisor. Después de todo, la sonda no partiría hasta dentro de unos meses; el durmiente podía ser despertado en cualquier momento.
Con aire ausente, Titus alabó el trabajo del aprensivo técnico mientras sus planes cuajaban. Montaría un obvio y exclusivo esfuerzo para hallar otro componente del transmisor y, en el proceso, revisaría la población de la estación en busca de los humanos de Abbot.
Más tarde, cuando finalmente Abbot se marchó oficialmente del laboratorio, advirtió a Titus, envolviendo sus palabras:
—Vigila a esa chica tuya. Puede que tengas que silenciarla, te guste o no. No me gusta la forma en que nos observa.
Titus miró hacia donde estaba sentada Inea, con las piernas cruzadas, ante una trampilla de acceso, agitando tres placas para hacerlas entrar en un espacio apenas lo bastante grande para dos.
—Me ocuparé de ello, no te preocupes.
—Me preocupo. Escucha, Titus, Márcala. Somos dos aquí. Si la quieres, Márcala. —Sonaba amistoso.
Pareció, por un instante, como un consejo razonable. Luego sus ojos se cruzaron con los de Inea. ¡Nunca! Ella no es ninguna posesión, no es un objeto. No deseaba una proveedora, deseaba una esposa, y eso era algo que Abbot jamás comprendería.
—La mantendré quieta.
En el momento mismo en que la puerta se cerró detrás de Abbot, Inea abandonó su tarea, se acercó a Titus y preguntó: —¿Qué demonios ha estado haciendo aquí todo el día?
—¿Qué crees tú?
—Espionaje. Por alguna razón, tú le tienes miedo a ese hombre. Creo que sabe que has estado espiando.
Titus rió quedamente.
—¿Espiando? —¡Diabólica mujer!
—El Proyecto es un dique de contención entre las Soberanías. —Inclinó hacia un lado su cabeza—. ¿Qué pasaste de contrabando bajo las mismas narices de los guardias de Brink? ¿Explosivo plástico?
Él echó la cabeza hacia atrás y lanzó una carcajada. Todo el mundo le miró. Les hizo un gesto restándose importancia a la cosa.
—¡Esta mujer tiene un gran sentido del humor! —Luego, a ella—: Ven a mi oficina. —Abrió camino, enturbiando su salida en la mente de todos los demás.
Incluso antes de que ella cerrara la puerta, Titus se volvió en redondo y siseó, indignado:
—¿No crees que tengo un poco más de sentido común que andar jugando con explosivos con todo ese vacío ahí fuera?
—Puedes colocarlo en la sonda…, preparado para que estalle fuera en el espacio. Según las noticias, hay idiotas que lo harían si pudieran, y robarle así a toda la humanidad su oportunidad. ¿Cómo sé que tú no eres uno de ésos? La gente cambia.
Más dolido de lo que podía creer, Titus se volvió y apretó los puños.
—Te lo mostraré, si me prometes simplemente creer lo que vean tus ojos. Créeme hasta aquí, y te mostraré lo que entré de contrabando. —Abbot me matará.
—Creo que al menos te debo eso.
Él rebuscó en el cajón del fondo de su escritorio, halló un paquete y se lo lanzó, orgulloso de su maestría en la gravedad lunar cuando aterrizó trazando un elegante arco en manos de ella. Inea sobó el paquete y leyó la etiqueta.
—No comprendo.
—La etiqueta es falsa. Esto es el sustituto de la sangre del que vivo. Ella sumó dos y dos y obtuvo cuatro.
—¡Has estado muriéndote de hambre, aguardando este cargamento!
Él sacudió negativamente la cabeza.
—Sólo tuve que racionarme. Sin embargo, estaba preocupado. Otra semana… —Se encogió de hombros.
—¿Quién te lo envió?
—Una amiga.
—¡Los tuyos se hallan infiltrados por todo el Proyecto!
—Una empleada de embarques no hace toda una cadena de espías.
—¿Una empleada de embarques?
—¿Piensas iniciar una caza de brujas con mi amiga?
Ella pensó en aquellas palabras. Su respuesta, cuando brotó, fue en voz baja pero segura.
—No.
—Bien. Entonces te la presentaré cuando volvamos.
Ella sopesó el paquete de sangre clonada.
—Espero que tu amiga comparta tus inclinaciones de dieta.
—Sí.
Hubo una llamada en la puerta. Titus hizo una seña e Inea le lanzó de vuelta el paquete. Volvió a guardarlo en el cajón y dijo: —¡Entre!
Era Shimon, con una pequeña caja negra con cables en ambos lados en las manos.
—Titus, estaba comprobando la caja vacía antes de arrojarla a los desechos, y encontré esto en el fondo…, oh, Inea, lamento haber interrumpido… —Enrojeció, y Titus se dio cuenta de que su retraso en responder a la llamada implicaba que había interrumpido un momento íntimo.
—Está bien —dijo Inea—. ¿Qué ha encontrado? Me gustaría saberlo. —Lo deslizó por encima del escritorio hasta Titus—. No lleva marca de fabricante ni etiqueta. Parece como una de las cosas que ha estado construyendo Abbot. Pero él las etiqueta siempre.
—No es una de las cosas de Abbot. ¡Es de Connie! Un reemplazo para el comunicador que Abbot arruinó. De alguna manera, a Abbot se le pasó por alto. ¡Y Abbot creyó que Connie había sido rápida en enviar aquí la sangre! Debió de haber enviado éste antes de que Abbot destrozara el mío.
Titus miró a Inea. No deseaba manipular a Shimon frente a ella. Sin Influencia, dijo:
—Probablemente no sea importante. Preguntaré a Estación Luna y me ocuparé de ello.
—Bueno, está usted tan ocupado. Y yo me siento curioso. ¿Por qué no me ocupo por usted? —Tendió la mano por encima del escritorio.
Titus agarró la caja.
—Oh, es mi trabajo ocuparme de estos asuntos. Usted tiene otras cosas más urgentes que hacer.
—No es ninguna molestia. Mi trabajo está disminuyendo. Terminaremos de instalar y comprobar mañana, y estaremos listos para una prueba al día siguiente. Pero el trabajo de usted apenas empieza…
No había más remedio. Respaldando sus palabras con Influencia, enfocada angostamente sólo a Shimon, Titus dijo:
—Puesto que tenemos ya todos los componentes que esperábamos, esto probablemente no sea más que una pieza de desecho que alguien arrojó a la caja por accidente. Hizo usted bien trayéndomelo a mí. Yo me ocuparé de ello. Usted tiene un trabajo más importante. —Connie se sentiría avergonzada de mí. ¡He hecho una chapuza completa ocultando sus envíos!
Muy lentamente, Shimon recitó:
—Yo…, tengo un trabajo más importante. Sí. —Para sí mismo, añadió—: Ken. Yesh li avodah.
—Ha estado haciendo usted un excelente trabajo —dijo Titus con Influencia—. Merecerá una citación, y lo propondré para una promoción porque nunca me ha proporcionado problemas ni quebraderos de cabeza, sino sólo resultados.
Shimon retiró su mano.
—Ni problemas ni quebraderos de cabeza.
Titus sonrió.
—Gracias, Shimon.
—Sí, señor. —Se dio la vuelta, hizo una inclinación de cabeza hacia Inea y se marchó.
Cuando la puerta se cerró tras él, ella jadeó:
—Señor.
—No deseaba hacerle esto, pero…
—No tenías su consentimiento.
—No.
—¿Qué es esa cosa?
El le dijo una media verdad.
—Parte de mi enlace de comunicaciones. Así puedo enviar una señal cuando necesite más… sangre. No sabía que estaba en esa caja. Shimon no hubiera debido encontrarlo. —Ella le miró como si fuera alguna nueva especie de bicho—. No le hice ningún daño. Se siente muy orgulloso de sí mismo. Y lo pondré en una citación y lo propondré para un ascenso de categoría. Se lo ha merecido. —Mientras ella consideraba aquello, tanteó en busca de una diversión—. Si te dejo probar mi sangre artificial, ¿te demostrará esto todo?
Los ojos de Inea fueron a la puerta cerrada, luego de nuevo a Titus.
—Después de lo que le has hecho a ese testarudo israelí, sí, creo que sí. Sí eso es realmente sangre…
—Es algo muy parecido. —Pensó en los paquetes ocultos por toda la oficina. Abbot podía esperar que dejara ahí la mayoría, porque eran demasiados para llevar en un solo viaje. Podía planear volver y marcharse con el resto, poniendo en entredicho las teorías de Titus. Sopesó el asunto, y decidió que prefería tener la sangre antes que probar las intenciones de Abbot. Además, no quería correr el riesgo de que Mantenimiento encontrara los paquetes.
Ofreció:
—Ayúdame a llevar éstos a casa, y te mostraré cómo se elabora una muy buena imitación de la auténtica sangre.
Halló cuatro grandes bolsas de malla y las llenó con ropa de repuesto, luego metió dentro los paquetes, colocando la caja negra, que era inútil hasta que el ordenador estuviera de nuevo en funcionamiento, en una de las bolsas. Parecía que cargaran con ropa de la lavandería, lo cual reforzaría la impresión de Shimon de que eran amantes. El rumor habría corrido por toda la estación en menos de tres días. Y, viniendo después de que le hubiera demostrado a Abbot su control sobre Inea, reforzaría la impresión que deseaba que tuviera Abbot de que sólo la estaba usando, estableciendo casualmente su «disfraz» de humano, tal como el propio Abbot le había enseñado.
Conociendo a Titus como lo conocía, Abbot nunca creería que expusiera a un humano que le importara estableciendo cualquier tipo de conexión pública entre ellos. Y, normalmente, Titus no lo haría. Pero tenía que representar la mascarada que había empezado. Más tarde, podría parecer que dejaba «caer» a Inea y mezclarse con las mareas sociales de los humanos a su alrededor. Sólo tenía que asegurarse de no darle a Abbot ninguna otra razón para sospechar.
—Auténtica sangre —murmuró Inea mientras empaquetaban—. ¿Hay alguna diferencia entre esto y la auténtica sangre?
—Sí, pero puede ser suplementada. Te lo mostraré.
Cuando llegaron a su apartamento, él estaba casi desfallecido de hambre, más aguda aún por la promesa de una comida completa. Tuvo que ocultar sus manos cuando abrió la puerta, porque sus dedos temblaban con la necesidad de apresurarse.
Pero, cuando la puerta se abrió, fueron bombardeados por una oleada de sonido.
—¡Oh, dejé el videocom conectado! Apágalo, ¿quieres?
Mientras se dirigía al fregadero, Inea se dirigió al videocom y estudió insegura sus controles. El suyo era diferente.
—¡El botón plateado del extremo de la derecha! —indicó él, llenando de agua una jarra y metiéndola en el microondas para que se calentara.
—¡Espera un minuto! —exclamó ella—. Ven a ver esto.
No estaba en absoluto de humor para las noticias, pero fue. La pantalla mostraba una hormigueante multitud…, una manifestación en su apogeo. Cuando Titus entró en la zona donde se enfocaba el sonido, oyó las palabras:
—…terroristas anti-Llamada en África hoy. En Londres, los Humanistas se atribuyen la catastrófica avería del ordenador de astrogación del Proyecto Llamada. Titus Shiddehara, el jefe de departamento a cargo de ese ordenador único, no pudo ser contactado, pero la doctora Colby, la directora de Llamada en su emplazamiento lunar, afirma que el fallo fue debido a un defecto en el innovador hardware, no sabotaje.
»En otros lugares: Europa Unida. La Policía de las Soberanías Mundiales ha atrapado a un presunto asesino que se encaminaba al Proyecto Llamada. El hombre, un nativo de Kenia, había obtenido un trabajo de fontanero en el Proyecto con una identidad falsa. La directora Carol Colby fue identificada como su blanco.
»Repúblicas Soviéticas. El Astrónomo Jefe Arkadi Abramovitch ha testificado que sólo él es responsable del intento de sabotaje de todas las ocho baterías de antenas emisoras en la Luna. Según Abramovich, no existe ninguna conspiración internacional para detener el Proyecto Llamada. Su objetivo, afirma, era demostrar cómo la falta de seguridad dejaba toda la red de comunicaciones del Sistema Solar vulnerable ante la posibilidad de la invasión alienígena potencial que el Proyecto Llamada está invitando. Abramovich afirma no haber pretendido nunca que las bombas estallaran.
»Ahora conectamos con Houston Inferior.
La escena cambió a una serie de polvorientos edificios que brillaban bajo el sol de Texas, y cambió a una mujer sentada en el escritorio de nogal. Apareció un rótulo: «Presidenta del Proyecto Llamada, doctora Irene Nagel».
—Doctora Nagel, ¿qué hubiera ocurrido con el Proyecto Llamada si el intento de asesinato dirigido contra Colby hubiera tenido éxito?
—No mucho. La habilidad de la doctora Colby como administradora se hace más evidente todavía por el hecho de que es muy reemplazable. Su trabajo está organizado de tal modo que hay muchas personas cualificadas que podrían meterse de inmediato en tus zapatos.
—Asesinar a la directora, ¿no hubiera detenido el proyecto?
—No, de hecho…
El periodista la cortó:
—Gracias, doctora Nagel. Ahora devolvemos nuestra conexión a París para ofrecerles el tiempo.
Inea pulsó el botón.
—¿Qué deduces de esto?
—Los fanáticos no se detendrán ante nada.
—¡Piensa! Si los terroristas creen ahora que Carol no es un buen blanco, ¿contra quién dirigirán su golpe a continuación? Contra un científico irreemplazable… —Su expresión cambió a una leve sospecha—. No serás un asesino, ¿verdad? No será por eso por lo que fuiste tras esa mujer de Brink…
El microondas hizo blip. Instadamente, él restalló:
—¡Piensa! Si deseara detener este proyecto, podría simplemente renunciar. ¡Lo más probable es que yo sea el próximo blanco! ¿Cuántos otros conoces que puedan hacer mi trabajo aquí?
Ella respondió muy seriamente a la retórica pregunta:
—El único otro que poseía algo parecido a tu experiencia en la localización de estrellas con planetas, estrellas que pudieran haber desarrollado vida en sus planetas…, era Emil Tuttenheim, y murió hace casi una década.
El asintió.
—Atacado por la pobreza y deprimido porque su trabajo no atrajo fondos de ninguna clase. Emil fue mi maestro…, y mi ídolo. Mira, lamento haberte gritado.
—Está bien. Sé que no eres un asesino, pese a todo lo demás que puedas o no puedas ser. No sé por qué dije eso.
El asintió y se volvió hacia el microondas.
—Mira aquí —indicó. Extrajo la jarra y la puso entre las manos de ella—. Justo un poco por encima de la temperatura del cuerpo. —La depositó sobre la encimera, abrió un paquete, dejó caer los cristales en el agua y removió.
El olor casi quebró su calma autoimpuesta. Rebuscó medio a tientas dos vasos y llenó uno. Alzándolo, dijo:
—Sólo para demostrarte que no está envenenada. —Lo vació de un trago, intentando conseguir que su éxtasis no fuera demasiado evidente. Luego llenó a medias el otro vaso y se lo tendió, esperando que no lo probara. Deseaba apurar hasta la última gota.
Ella lo mantuvo cerca de su pecho, rodeándolo con ambas manos como si fuera una copa de brandy, lo olió, frunció la nariz, luego dejó deslizarse un poco en su boca. Dijo, con un sonido estrangulado:
—Es horrible. Pero supongo que sabe como sangre.
Cuando le tendió de vuelta el vaso, un estremecimiento danzó por el brazo de él. La sangre había absorbido un asomo de su ectoplasma. Era el mejor médium conocido para la sustancia inmaterial que los luren llamaban ectoplasma. Como científico, Titus era reacio a usar el término. No debería existir…, pero existía. Y él lo necesitaba tanto como necesitaba la sangre. La sangre muerta, liofilizada, esponjaba el ectoplasma de cualquier humano al que tocara. Saboreó cada gota, olvidando controlarse porque, aun tan débilmente cargado, era más satisfactorio que cualquier elixir de los dioses.
Cuando hubo desaparecido se dio cuenta de que ella le estaba observando, y se preguntó si se atrevería. Su hambre abrumó finalmente su buen juicio. Volvió a llenarse el vaso y se lo tendió.
—Acércalo a ti. Pruébalo de nuevo si quieres.
—¿Por qué? Sabe como la sangre.
—Hay diferencias. Esto no procede de un humano. No está vivo. Necesito esa vida del mismo modo que tú necesitas vitaminas además de calorías. Por favor. No te costará nada.
Tímidamente, ella rodeó de nuevo el vaso, lo olió, luego lo examinó por encima del borde.
Muy gradualmente, todo su ser se vio bañado por un resplandor que envió temblores de miedo mezclado con placer a través de todo Titus. No, ningún humano había tenido antes aquel aspecto ante él. Pero era algo instantáneamente adictivo. Ahora ya no podía vivir sin ello.
—¡Oh, buen Dios, Titus, por lo que te he hecho pasar! ¡Lo siento tanto! No lo sabía.
¡Ella cree! Se atrevió a avanzar un poco más, atraído como una polilla a una llama. Temiendo todavía otro rechazo, aguardó con desánimo mientras sus manos se alzaban para apoyarse formando copa en las mejillas de ella. Pero ella no se apartó de él.
Apenas consciente de ello, bajó los labios hasta el vaso y bebió entre las dos manos de ella. No era lo mismo que tomar la sangre humana. Pero era suficiente.
Alzó la cabeza, sin ocultar lo que ella le había hecho. No podía hablar. Sólo tenía sus manos para transmitirle a Inea la profundidad de su reverencia y su rendición.
Pero ella pareció comprender. Durante un largo y retenido aliento, él pensó que iba a besarle. Ya estaba excitado más allá de lo soportable recordando aquel beso voluntario que ella le había dado. Luego ella se estremeció y se echó hacia atrás.
—Si te lavas los dientes, te besaré.
El retiró el vaso de entre sus dedos.
—¿Y algo más que un beso? Prométeme más.
—Más. Todo. Apresúrate.
Cuando regresó, ella estaba en su cama, sin nada encima excepto un rizo de la sábana oscureciendo sus pechos. Ausentemente, él fue dejando sus ropas por el camino. Atrayéndola hacia sí, se hundió en el éxtasis de aquello, y descubrió su propia urgencia impulsora. Ella se igualó a él movimiento a movimiento, como si también estuviera hambrienta. El nunca había tenido a un humano así, y eso lo devolvió a sí mismo. ¡Inea!
Luchó por recobrar el control. No. Ella me ha dado lo que nadie me ha ofrecido nunca libremente… no sólo ectoplasma, sino amor. Esto es por ella.
—¿Qué ocurre? ¿No te gusto?
¡Ella nunca ha estado con un hombre que se preocupara por su placer! La comprensión fue como un frío shock. ¡Oh, Inea! Los humanos podían usar a los humanos más cruelmente de lo que nunca habían hecho los luren. La hizo rodar sobre su estómago y susurró en su oído:
—¿Recuerdas que me preguntaste si podía ser mejor conmigo que… con un humano? Y yo te dije que lo haría especial para ti. Bien, lo haré.
Se puso al trabajo, utilizando las habilidades reunidas a lo largo de veinte años o más de encuentros casuales, con un consentimiento mucho menor por la otra parte. Había usado la Influencia para arrojar su glamour a sus mujeres, pero siempre se había asegurado de que lo que tomaba y lo que daba estuvieran más o menos equilibrados, y en el proceso había aprendido los entresijos de la respuesta femenina. Contemplando a Inea como una especie de extraña virgen que desconocía el poder de su propio cuerpo, utilizó sus sentidos vampíricos para rastrear sus respuestas, pero nunca enfocó la Influencia. Lo que había entre ellos sería real.
Cuando la depositó de espaldas en la cama, ella estaba enrojecida y hermosa, hipnotizada por sus sensaciones interiores. Pero ella tocó su erección, sintió sus húmedos temblores mientras luchaba con su cuerpo.
—¿Por qué te haces esto a ti mismo?
Que ella pudiera sentirse tan desconcertada casi rasgó en dos su corazón.
—Porque has aprendido la gloria que merece una mujer.
Ella lo atrajo hacia sí.
—Pero estoy preparada.
—No, todavía no lo estás. Ni la mitad. No me produce placer tomar a una mujer antes de que esté preparada. —No importaba que su cuerpo humano lo deseara en vez de más tonterías.
Ella trazó una línea de besos ascendentes a partir de su estómago, amenazando con arrojarle más allá del límite. Sus palabras susurradas hormiguearon en su piel.
—Déjame sólo mostrarte lo preparada que estoy.
Avanzó, y el sensible órgano de Titus fue casi envuelto antes de que se diera cuenta de que no podría soportar mucho más de aquello y conseguir llevarla a ella a un nivel superior. La empujó hacia atrás con un jadeo.
—¡Titus! ¿Qué te ocurre?
Su aguda frustración le mordió, y nada excepto la verdad serviría ahora.
—Deseo que esto sea perfecto para ti. Todo entre nosotros es real…, y nunca te mentiré. Nunca. Te dije que lo que me dieras no te costaría nada…, y así ha de ser. Si me dejas hacer esto por ti como corresponde, todo lo que tome cuando me dejes beber será restaurado y más. De otro modo, si me lo das repetidamente, te debilitarás y te deprimirás, y yo me odiaré a mí mismo. Incluso sólo con esta vez, notarás un drenaje en tu vitalidad.
Los rasgos de ella, completamente limpios de los años por su arrebato, se congelaron cuando la nueva realidad penetró en ella.
—Realmente eres un vampiro.
Él besó la base de su cuello y trazó una línea hacia arriba hasta sus labios.
—Sí. Vivo en tu amor y me marchito sin él. Déjame mostrarte el regalo que tengo para ti, si sólo eres lo bastante paciente como para recibirlo. Por favor. Déjame.
—Si no te apresuras, vas a tener que empezar de nuevo.
Él dejó que sus besos le dijeran lo mucho más lejos que podían ir juntos. Se tomó su tiempo, siguiendo las corrientes corporales, estimulando cada átomo de piel y cada músculo profundo, hasta que las corrientes del orgasmo no se vieron obstruidas por la tensión. Mientras efectuaba sus últimas devociones, sintió el intenso brotar del ectoplasma, como si la energía simplemente hubiera entrado en ella desde la nada y ella la hubiera convertido en una sustancia viva para que él se alimentara.
Era magia. No se atrevió a pensar más allá de eso.
—¡Ahora estás preparada!
En aquella profunda penetración y acompasamiento de ritmos aún más profundo, su cuerpo se empapó con el exceso de sustancia que ella derramó hacia fuera, y el goce liberador lo ahogó y lo sumergió hasta las profundidades de la realización.
Fue la mayor perfección que hubiera conseguido nunca.