Inea corrió alejándose de él como si fuera el mismo diablo.
Hubiera sido tan fácil detenerla con Influencia. Titus se detuvo en medio de una clase de levantamiento de pesas y se vio inundado de nuevo por la revulsión que había sentido cuando extrajo cada uno de los códigos de Suzy Langton. No me convertiré en un adicto de la Influencia.
—Hey, señor, ¿ocurre algo? —preguntó la instructora, una joven musculosa que había aceitado su negra piel hasta parecer una estatua de ébano. Abner Gold estaba de pie detrás de ella.
Titus observó la extraña intensidad de su mirada, pero apartó la idea a un lado.
—Oh…, sólo olvidé algo. —Siguió andando.
Cuando emergió de un arco en las enredaderas que cerraban el área del levantamiento de pesas, halló a Inea apoyada sobre las puntas de sus pies, observándole. Estaban cerca de la entrada del gimnasio. El equipo de remo que había visto trabajando antes ya no estaba, y su zona se hallaba en penumbra. Titus miró a su alrededor en busca de alguna huella de Abbot. No vio nada, pero cualquiera de su cadena podía estar observando.
Titus avanzó hacia el área de remo y dijo:
—Inea, no viste lo que creíste ver. No aquí y no en la cafetería. Realmente, necesitamos hablar. ¿Te sientas conmigo?
Se sentó en el suelo al lado de una de las máquinas de remo, con las piernas cruzadas, reclinándose contra su costado, aguardando. Ya casi había perdido toda esperanza cuando ella cruzó la puerta.
Mientras entraba en el área, él erigió un escudo a todo su alrededor a fin de desviar el interés de cualquier transeúnte.
—Déjame explicarte mi comportamiento aparente. Por favor, Inea, por favor, escucha.
—No puedo imaginar lo que puedes decir después de lo que vi.
—¿Recuerdas el murciélago?
Ella le miró secamente.
—¿Y?
—Puedo hacer que la gente vea cualquier cosa. En el refectorio, creíste que había comido lo que llevaba en la bandeja. Aquí pensaste que había tomado a una mujer. No hice ninguna de las dos cosas. —¿Cómo puedo saberlo? Puedes decir cualquier cosa. Era por eso por lo que se había prometido a sí mismo no Influenciarla nunca.
—Piensa —suplicó—. La gente debe creer que como, así que debo crear esa impresión aunque signifique usar el don defensivo de los de mi clase.
Titus observó mientras ella digería eso y se echaba hacia atrás.
—Me mentiste. Bebiste sangre de esa mujer. ¿Está muerta? —Él saltó en pie.
—¡Dios, no!
Pero ella ya estaba al otro lado de la divisoria, corriendo de vuelta hacia la pista de baile. La atrapó en el seto de la pista, la sujetó por los hombros y la retuvo.
—¡Escúchame! —susurró ferozmente—. No te he mentido. Nunca te mentiré. El corte en la ceja de Suzy casi me volvió loco, pero no tomé nada de ella…, excepto la información que necesito para hacer mi trabajo. Ella nunca me recordará. No tienes ningún motivo para sentirte horrorizada…, ni siquiera celosa.
Ella se relajó.
—De acuerdo, entonces déjame ir a mirar.
—Despertará en cualquier momento.
—Iré con cuidado.
La soltó. Ella cruzó el seto. Titus creyó que podía ver a Suzy agitarse. Quizás así fuera, porque un momento más tarde Inea reapareció.
—Bueno, al menos no está muerta. Supongo que no debería saltar a conclusiones precipitadas.
Él le rodeó los hombros con un brazo y la condujo de vuelta al área de remo, esta vez guiándola todo el camino y haciéndola sentarse a su lado.
—¿Todavía dudas de mí?
—No lo sé. Cuando te vi comiendo en la cafetería pensé que me habías engañado, pero no podía imaginar por qué a menos que realmente hubieras matado a alguien y lo hubieras hecho enterrar en tu lugar.
—¿Por qué no fuiste entonces a las autoridades?
—Yo…, no estaba segura. Luego vi tu expresión cuando la sangre de Suzy salpicó la colchoneta.
Él gruñó en voz baja.
—¿Realmente se me notó tanto?
—No, todo el mundo estaba excitado con la visión de la sangre. No creo que todos ellos sean vampiros.
—No. Los humanos tienen sus propias ideas acerca de la diversión.
—Tú no lo encontraste divertido. Te hizo sentir hambriento.
—Sí.
—Entonces, ¿por qué simplemente no bebiste la sangre de Suzy?
—¿Crees que pude haberlo hecho pero no lo hice?
—No sé qué creer. Si puedes hacerlo…, si tienes que hacerlo, ¿por qué no lo hiciste?
—Porque no tenía su permiso.
—¿Permiso? ¿Se supone que esto es un chiste? Dijiste que tomaste información de ella…, supongo que con ese poder tuyo. Imagino que ella no te dio tampoco permiso para eso.
—Lo que tomé de ella no era para mí mismo, sino en beneficio de la humanidad. Lo que rechacé era exclusivamente para mi beneficio.
—Nunca fuiste tan desinteresado…, o preocupado por el honor.
—Eso es cierto. Los jóvenes poseen tan poco poder que no necesitan atormentarse con su uso adecuado.
Lentamente, ella dijo:
—Te creo. Encaja. He estado intentando observarte, pero no puedo seguirte. Nadie puede mantenerse tanto tiempo sin dormir como tú haces. Pero ¿por qué robar información de Brink? ¿Para venderla? Los profesores no ganan mucho. Se necesitan grandes cantidades de dinero no rastreable para crear falsas identidades.
—Pero cualquiera en el mercado que desee los secretos de Brink no los usará en beneficio de la humanidad.
—¿Por qué debería detenerte eso?
Él la sujetó por las manos y siseó:
—¡No utilizo ningún poder, ni humano ni de ninguna clase, para nada de eso! ¡Simplemente no lo hago!
Sorprendida, ella dejó sus manos entre las de él.
Contra su voluntad, la cabeza de Titus se inclinó y sus labios buscaron los de ella. Sin apenas establecer contacto, vaciló, sintiendo la carne de ella temblar mientras apretaba su cuerpo contra el de la mujer, revelando más claramente su estado de lo que nunca podrían hacer las palabras. Pero retrocedió.
Cuando ella estuvo segura de que él no iba a forzarla, se relajó, y él captó el divino poder en ella. No sabía qué necesidad era más urgente, el creciente ardor en sus ingles o la sed que quemaba en cada una de sus células.
Sintió las oleadas de excitación que golpeaban el cuerpo de ella, avanzando entre los dos, poseyéndoles a ambos, y supo que tenía otro poder sobre ella. Ahora ella no podría decir no.
La abrazó y hundió el rostro en su húmedo pelo.
—Antes de morir, cuando estábamos prometidos —dijo—, nunca sentí así. Era fácil entonces aguardar a nuestra noche de bodas. —Nunca había sentido una auténtica excitación sexual hasta después de su despertar, cuando se mezcló con la sed. Los luren no alcanzaban la madurez sexual hasta después de la Primera Muerte.
—Cuando moriste…, me dormía cada noche llorando porque habíamos esperado. Hubiera preferido quedarme sola y embarazada que sola y virgen. La siguiente vez no esperé.
—¿Llegaste a casarte? Ahora no estás casada, ¿verdad?
—Divorciada. Aquel al que atrapé para que se casara conmigo…, bueno, me odié a mí misma más de lo que él terminó por odiarme. Si tú has aprendido a no usar tu poder, entonces yo he aprendido que el sexo recreativo no es mucho para mí. ¡Esta vez, Titus, tengo que estar segura! ¡Especialmente con lo que me has dicho, tengo que estar segura!
El empezó a retroceder, pero ella se le aferró.
—La sensación es tan buena, Titus. ¿Cómo puede tratarse de algo equivocado?
—Sí. —Se decidió por la paciencia, aguardando a que ella obtuviera lo que necesitaba de él. Pero ella captó su tensión.
—¿Es eso lo que tú deseas…, morder mi cuello?
Se apartó bruscamente de ella, sujetando sus hombros a la distancia de su brazo, lo suficientemente azarado ante aquella verdad como para reírse de ella como si fuera otro mito. Pero le debía más que eso. Se encogió de hombros.
—Cualquier vena sirve. Pero ya no bebo de los humanos. Te lo dije.
—Tus caninos no son muy largos.
El se echó a reír.
—No, pero los incisivos también rasgan la piel, sólo que no tan limpiamente. Utilizamos instrumentos quirúrgicos, y así la herida cura más rápido. —Inspiró profundamente, luchando contra las oleadas de urgencia—. Pero todo lo que te estoy pidiendo ahora es lo que desearía cualquier hombre. Soy humano también, ¿recuerdas? Te estoy pidiendo ir a la cama conmigo. Nada… fuera de lo normal. Sólo lo que siempre hemos deseado el uno del otro. —Sólo eso. Quizá sea suficiente…, por ahora.
—¿Es especialmente bueno con los… vampiros? ¿O eso es un mito también?
—Yo haré que sea como nunca has conocido nada parecido.
—¿Cómo hiciste con Suzy?
—¡No! Eso fue una ilusión. No necesitaré ninguna ilusión contigo. —Pero sabía que su hambre agudizaba la experiencia para sus compañeras de cama, incluso cuando no usaba la Influencia—. Te lo prometo, todo entre nosotros será real.
—Sigo creyéndote…, y sigo volviendo a mi habitación preguntándome si me he vuelto loca. No tengo ni el más mínimo jirón de una auténtica prueba que me demuestre nada de lo que me haces creer.
—Dime qué prueba deseas…, será tuya.
Ella apoyó las manos en las mejillas de él, pasando los dedos por la aspereza de su barba. Él aguardó, pero cuando ella no nombró su prueba suplicó:
—Pero, mientras tanto… —Apretó sus labios contra la palma de ella, y dejó que ellos describieran su oferta.
Ella escuchó su silencioso mensaje con los ojos cerrados, pero cuando él empezó a besar la parte interna de su muñeca notó que su hambre crecía. Ella se liberó bruscamente, con los ojos fijos en su mano.
—¿Y si realmente eres un vampiro? ¿Y si eres tan malvado como dicen las leyendas y yo te dejo…, y entonces… me convierto…?
—¿Es en eso en lo que has estado pensando todo el tiempo?
—Si fueras realmente un horror así me obligarías a creerte, así que, cuanto más te creo, más dudas tengo.
—En realidad, eso es juicioso… —con Abbot por los alrededores.
—¿Me estás diciendo que eres malvado? —Ella se apartó más y cruzó los brazos sobre su pecho—. Qué melodramático.
—No, no malvado. Pero es algo que tienes que demostrártelo a ti misma. —Ni siquiera Abbot era malvado, sólo asustado del poder de su ganado.
—¿Me dirás qué es lo que tomaste de la mujer de Brink?
—No. Ya es bastante malo que una persona no perteneciente a Brink lo posea. Nadie lo conseguirá nunca de mí.
—Eso no es ninguna prueba. En absoluto.
—Lo sé. Nada que pueda decir o hacer es ninguna prueba. Debes definir por ti misma las pruebas que estés dispuesta a aceptar. Puede que sea mejor si puedes conseguirlo sin que yo lo sepa.
Ella se puso en pie, bajó la vista hacia él, luego se dio la vuelta y echó a andar hacia la abertura en la divisoria. Advirtió, por encima del hombro:
—No me sigas esta vez.
Él tuvo la sensación de que, si lo hacía, ella se rendiría. Pero también sabía lo que no había comprendido aquella vez en que se detuvo ante la puerta de ella y estuvo a punto de entrar para seducirla. Al día siguiente las dudas de ella regresarían y lo estropearían todo para siempre.
Se arrastró de vuelta a su habitación y a una noche miserable. Nada ayudó. Incapaz de dormir, registró cuidadosamente los códigos que había memorizado, luego probó a utilizarlos tres veces, pero no dejó de cometer errores de teclado.
Por la mañana, se recompuso y fue al laboratorio con la esperanza de que el trabajo borrara sus conversaciones mentales con Inea. Cuando hubo asignado las tareas de todo el mundo para el turno, se escudó en su oficina, conectó su calculadora a su terminal de sobremesa e invocó uno de los programas caseros de Abbot. Hizo que los programas de Seguridad olvidaran que se había accedido a ciertos archivos. No se había atrevido a usarlo antes porque había fallado en otros sistemas de Brink utilizados por los bancos. Pero esta vez tenía los propios códigos de Brink, así que fue tras los dossiers de aquellos que encabezaban los departamentos clandestinos.
Sudó a cada pausa, temeroso de que el viejo programa, que había permitido a los suyos crear nuevas identidades, resultara finalmente obsoleto. Los sistemas del Proyecto tenían que ser superiores a los sistemas de los bancos, porque los bancos tenían que tener un beneficio mientras que el gobierno no. Así que el gobierno podía gastar cifras absurdas en seguridad. Si los códigos de Langton habían sido cargados, o si había obtenido uno equivocado y no podía responder a una comprobación al primer intento…, se negó a pensar en ello.
Finalmente halló una compilación de hobbies y profesiones anteriores de aquellos que trabajaban en Biomed y en Ciencias Cognitivas. Alguien se había tomado mucho trabajo en reunir científicos que parecían ideales para realizar un tipo de tarea, pero que de hecho eran mucho mejores para algo completamente distinto. Las dos figuras clave resultaron ser Mirelle y Mihelich, con Gold como tercero a muy corta distancia debido a sus conexiones con Sandia y su trabajo en instrumentos de laboratorio biocibernéticos a baja gravedad.
Mihelich no sólo era doctor en medicina, sino también genetista, citólogo investigador, y un pionero en técnicas de clonación, con varias patentes de sus trabajos hechos bajo los auspicios de varias compañías, de tal modo que muy poca gente sabía de sus contribuciones.
Titus hurgó en algunos de los más esotéricos artículos del hombre y nadó por entre el lenguaje alienígena de la biomedicina. Evidentemente, Mihelich era uno de los diez investigadores que comprendían la clonación humana lo suficientemente bien como para producir un feto viable de luren u orl. Y había reunido a su alrededor toda la ayuda y el equipo que necesitaba.
Cuando Titus puso al descubierto los perfiles de la doctora Mirelle de Lisie y sus colaboradores, el alcance —la absoluta audacia— de la mitad clandestina del Proyecto se presentó claramente a sus ojos.
Seria inútil clonar a un alienígena sin saber qué era. Las Ciencias Cognitivas, que incluían la antropología, la etnografía, la etnología, la lingüística y la psicología, ansiaban introducirse en la xenología. Pero ya no había extranjeros a los que estudiar hasta que llegó la Kylyd. Ahora, los líderes de ese movimiento estaban en la Luna para crear un entorno adecuado para criar niños alienígenas.
Pero el mayor descubrimiento lo hizo Titus por accidente. Uno de los informes de Mirelle —que parecía un libro de texto sobre cinésica aplicada, una rama de la antropología que se ocupaba de la comunicación codificada en los movimientos controlados subconscientemente— contenía un documento ilegible que parecía puro galimatías hasta que reconoció el alfabeto fonético y estudió los símbolos.
Una hora más tarde contemplaba una pantalla llena de garabatos que podía leer tan claramente como si fueran inglés. Pero no eran inglés. Eran luren. Dejando a un lado pronunciaciones distorsionadas, palabras extrañas y sintaxis retorcidas, era el lenguaje que Abbot le había enseñado, y el documento parecía ser una transcripción de una especie de diario de a bordo de la Kylyd registrado verbalmente.
¡Han entrado en la electrónica de la nave! Y ni un asomo de aquello había aparecido en ningún informe oficial de la Estación del Proyecto. Salió furtivamente del archivo, con su mente saltando de las insinuaciones más generales a las conclusiones más precisas.
La primera vez que había visto a Abbot en la Kylyd, cruzando la retorcida compuerta, llevaba algo que muy bien podía haber sido una grabadora. Abbot era un mago de la electrónica. Abbot había Marcado a Mirelle, que se hallaba en el lado clandestino del Proyecto. Abbot sabía lo que ella sabía.
Sabiendo lo que los humanos habían hecho, no importaba que los informes oficiales dijeran que ni siquiera habían conseguido conectar el sistema de iluminación, Abbot podía haber conectado una grabadora a los propios sistemas de la Kylyd. Y, si así era, podía haber estado extrayendo datos de la consola de control sobre la que estaba inclinado con aire tan absorto mientras Titus se ocultaba en la cámara del durmiente.
Abbot tenía esta transcripción, junto con otras de las que los humanos no sabían nada, y Abbot estaba aprendiendo a leer los registros de la Kylyd. Los humanos, por supuesto, no tenían la menor idea de lo que significaba el galimatías de Mirelle; no había ninguna piedra de Rosetta.
¿Por qué pasaría Abbot tanto tiempo con el lenguaje? ¿Sólo para enviar el SOS en el dialecto correcto? Difícil. Tenía intención de despertar al durmiente. Pero ¿qué planeaba hacer Abbot con un luren recién despertado, un pura sangre…, un pura sangre que podía convertirse en su hijo…, totalmente en su poder?
Titus se apartó de aquella idea y se dijo a sí mismo que no eran más que locas conjeturas, pero se sintió incapaz de apartar de su mente el pensamiento de los orls. ¿Y si estaban a bordo como tripulación, no como alimento? ¿Y si los luren galácticos de hoy no consideraban a los humanos de la Tierra meramente como un suministro de alimento? ¿Y si Abbot tenía razón? ¿Y si aquélla era realmente la última oportunidad que tenían los luren de la Tierra de sobrevivir intactos como luren? ¿Qué debía hacer?
La cuestión lo atormentó durante todo el resto del día, pese a las distracciones, y cuando el turno de la tarde se marchó él se quedó, ansiando disfrutar de aquel tiempo durante el único turno en el que el laboratorio permanecía vacío. Tenía que pensar profundamente, de la forma más rigurosa, lo que debía hacer. Tenía que construir un modelo mental de la situación y pasar algunas soluciones de tanteo a sus problemas para ver cuáles podían ser los efectos principales.
Aun sabiendo que la vida no sería tan simple como la física, fue no obstante metódico mientras listaba sus metas y opciones en el archivo particular de notas de su calculadora. Mientras estudiaba el resultado, añadió de pronto: «Podría despertar yo al luren y convertirme en su padre».
Mientras contemplaba aquel absurdo, oyó abrirse la puerta del laboratorio. Inea miró por un lado de la cubierta de la compuerta estanca.
Las luces del laboratorio estaban totalmente encendidas, pero Titus había disminuido la intensidad de la iluminación de su oficina; los nivelores estaban cerrados, la puerta entreabierta. Inea halló el laboratorio vacío y cruzó hacia el observatorio. Tomó su bata de laboratorio del perchero y se la puso, cubriendo con ella su chándal lila y rosa como si hiciera aquello cada noche.
Curioso, Titus cerró su archivo de notas y observó desde su puerta. Ella se inclinó sobre una lectora, llamó algunos archivos, los leyó. El se dirigió de puntillas hacia su escritorio y conectó su unidad a la de ella. Inea estaba comprobando las hojas de trabajo del día de las reparaciones del ordenador.
La pantalla quedó vacía de nuevo, y Titus la vio dirigirse hacia los instrumentos del laboratorio. En su mayor parte eran receptores solazados con los principales observatorios en órbita solar, pero algunos estaban sintonizados a las pocas docenas de sondas extra-sistema que aún seguían emitiendo. Su observatorio registraba todo lo que llegaba a él, pero los datos eran inútiles hasta que el ordenador principal estuviera de nuevo on line.
Había tres instalaciones en la Tierra y una en la órbita terrestre que podían sintetizar porciones de los datos, pero el proyecto disponía del único sistema capaz de interpretar todos los datos según cualquiera de las principales teorías del universo, y efectuar una comparación continua de los resultados contra todos los nuevos datos. No sólo disponían de la capacidad, sino también de una programación única en un hardware único.
Inea, una hábil intérprete, podía decir tras una inspección si los datos en bruto contenían algo inhabitual. Examinó intensamente las lecturas.
Durante toda su vida adulta, Titus había postulado la posición de la distante y apagada estrella que tenía que ser el origen del vuelo que había depositado a sus antepasados sobre la Tierra. Estaba oculta detrás de otros cuerpos más brillantes en la región de Tauro, pero la leyenda le proporcionaba una línea y una distancia aproximadas. Los datos capturados por los observatorios extrasolares que registraron la aproximación de la Kylyd señalarían la estrella originaria…, tan pronto como la Ganso Salvaje contestara.
Inea alzó la cabeza y frunció frustrada el ceño ante los diseccionados ordenadores en la habitación principal, luego volvió su atención a la pantalla que estaba estudiando. ¿Ha encontrado algo?
Cruzó el laboratorio hacia las particiones de cristal del observatorio. Dudó en la puerta. Su pie golpeó un destornillador abandonado en el suelo. Inea se volvió en redondo, ahogando un chillido.
—¡Darr… Titus! ¿Tienes que deslizarte siempre de este modo?
—Lo siento. Me estaba preguntando qué estabas haciendo aquí.
—Bueno, éste es mi trabajo, ¿sabes? Y no lo estoy anotando como horas extras. No quiero desequilibrar tu contabilidad.
—¿Vienes aquí cada día? —¿La ha enviado Abbot?
—S-sí —confesó ella—. ¿Es algo tan terrible?
—Simplemente no lo esperaba.
—Soy astrónoma, no electricista. En mi tiempo libre me dedicaré a la astronomía. —Inclinó la cabeza hacia un lado—. ¿Hay alguna razón por la que no deba estar aquí?
—No, por supuesto que no. Conociéndote, hubiera debido darme cuenta de que vendrías. —Entró en el observatorio y observó los registros—. ¿Has visto lo que llegó esta tarde?
—Sí. Me hubiera gustado haber estado aquí.
—Puede tratarse de nuestra gran oportunidad. —Los rastreadores indicaban un objeto donde nunca había sido visto ninguno antes.
—Sí, si es una estrella, y su espectro concuerda con los datos de la nave alienígena, no necesitaremos tu catálogo estelar.
—Yo no iría tan lejos, pero esta tarde pedí que los datos fueran procesados en la Tierra y nos fueran remitidos los resultados. Sólo que por aquel entonces puede que nuestro ordenador ya esté reparado…, el embarque de la Estación Luna esta previsto que llegue en dos días. ¿Estarás preparada?
—Llevo una semana preparada. ¿Dónde debo presentarme? Hablaron del estado de las reparaciones, y Titus insistió en que se presentara el día después de que Abbot terminara su trabajo con los ordenadores. No explicó los motivos.
Mientras ál eludía sus preguntas, ella se mostró más insistente y curiosa. Luego, sin advertencia previa, desistió.
Como si capitulara, se dirigió hacia la puerta del observatorio, con las manos en los bolsillos de su chándal. Titus la siguió, y estaba a la distancia de un brazo detrás de ella cuando ella se volvió y adelantó un gran crucifijo de plata hacia su rostro.
El retrocedió, intentando enfocar los ojos. Ella lo tomó por aversión y metió el objeto bajo su nariz.
Reflexivamente, las manos de Titus sujetaron el crucifijo. Su brillante belleza siseó por todos sus nervios e hizo que su cuerpo se pusiera rígido como bajo una corriente de alto voltaje. Olvidándolo todo, bebió de él, tan sediento como si fuera sangre. Un extraño éxtasis lo inundó. Paralizado, oyó una música tan dulce que sintió la necesidad de llorar. Se vio inundado por un indescriptible aroma, y la risa burbujeó a través de sus venas.
En un instante, se sintió totalmente consumido y renacido. Agotada la corriente, se dejó caer, reclinándose sobre un escritorio, apoyado sobre rígidos brazos. Su cabeza descendió sobre su pecho y tragó afanosamente aire. Todos los sentidos de vampiro estaban vivos en él. Inea era un fragante calor humano, el cavernoso laboratorio resonaba vacío, y sintió el distante pulsar de la humanidad a través del domo.
—Así que mentiste. —La voz de Inea estaba llena de pesar. Aturdido, deseó tiempo para asimilar el precioso don que había fluido a su interior, la fuerza que tan desesperadamente necesitaba.
—Inea, no mentí —insistió débilmente—. Dame la cruz. —Tanteó vagamente en su dirección.
Ella se acercó, manteniéndola por delante como un escudo, como si aguardara que él se consumiese a su luz. Pero Titus se había consumido ya. La tomó de sus tensos dedos y se la llevó a los labios, sintiendo aún el calor de ella en la pura plata.
Se volvió y se sentó en la esquina del escritorio. Acunó la cruz entre sus manos y le sonrió a ella.
—Gracias. Pero no puedo imaginar dónde hallaste esto.
—Hay un capellán católico en el otro domo. Me la prestó. —Añadió en voz muy baja—: Casi te mató. ¿Por qué permaneces ahora sentado aquí sujetándola como si fuera tu mayor tesoro?
Él se echó a reír ante aquello, con una pura y espontánea alegría.
—¡Porque lo es! O lo fue. —Por primera vez en días, su hambre había dejado de mordisquearle por dentro, y sintió que podía enfrentarse a Abbot si era necesario—. Escucha. Te dije que no temo los objetos religiosos de ninguna clase, y ésa es la verdad. Pero una carga como la de esta cruz es algo muy raro. Se necesita a un sacerdote de una gran pureza y poder para consagrar algo así, y esta plata…
Estaba rozando los bordes de la metafísica. No había ninguna razón racional por la que la plata contuviera una carga así, mientras que otros materiales no, ¿Quizás ésta había sido cargada recientemente?
—Se supone que las balas de plata matan a los de tu clase.
—Por supuesto. Cualquier tipo de balas lo harán, si alcanzan algún punto vital. Mitos. La energía almacenada en esta cruz se descargó sobre mí, en la más exquisita…
—¿Quieres decir que fue bueno? ¿Un placer?
—Un placer en el que podría recrearme eternamente.
—¿Cómo puede haberse retorcido de tal modo la leyenda?
—Fácil. Tú viste cómo me alteró. Incluso pensaste que me habías matado. Si hubieras echado a correr presa del terror, hubieras quedado convencida de que me habías vencido…, ¿no?
—Y que tú eras demasiado malvado como para poder soportar un símbolo del bien.
Él asintió, observándola elaborar la idea. Luego dijo, con curiosidad:
—Pero tú no eres católica. Seguro que debe haber capellanes de otras fes aquí. ¿Por qué elegiste…?
—Pero son los católicos los que entrenan a los exorcistas y… —Sus ojos fueron al crucifijo que él seguía apretando amorosamente entre sus manos—. Supongo que has pasado esta prueba. Por otra parte, sólo tengo tu palabra de que no te afectará ningún otro mal de ojo católico.
¿Mal de ojo católico?
—¿Qué me dices de los judíos? Ve si puedes hallar un kosher mezuzah por ahí y me lo arrojas.
—¿Estás hablando en serio? ¿O simplemente juegas al Conejo Brer suplicando no ser arrojado a las zarzas?
Él se levantó, sintiendo que sus piernas podían volver a sostenerle de nuevo. Dijo bruscamente:
—Era tu prueba. Deberías sentirte satisfecha. Pero la próxima vez, por favor, adviérteme un par de segundos antes. —Le tendió de vuelta el crucifijo—. Devuélvele esto al capellán, y dile que debería ser reconsagrado. Si fue él quien lo cargó la primera vez, debería funcionar de nuevo.
Ella lo cogió por la parte larga.
—Eso no probaría nada. No probó nada esta vez.
—¿Es culpa mía acaso? Me siento muy cansado de este juego.
—Yo también. Pensé que esto arreglaría las cosas. Honestamente, no esperaba que reaccionaras en absoluto. ¡Me dijiste que no temías a los objetos religiosos!
—¡Y no los temo! —restalló él, luego se dio cuenta de que era su frustración sexual la que lo empujaba—. Lo siento. Todo lo que te he dicho es cierto. Pero no te he dicho todo lo que hay que decir. Nunca te dije que lo hubiera hecho.
—Todavía me falta descubrir una prueba concreta que sustancie tu historia.
—Dudo que lo consigas alguna vez. Observes lo que observes, Inea, siempre serás capaz de hallar otra explicación.
—Hace años me hablaste de la Navaja de Occam…, que normalmente la explicación menos compleja es la que resulta ser cierta. ¿Por qué supones que eres un vampiro, cuando todo lo que haces puede ser explicado mediante trucos humanos?
—¿Por qué insistiría en esta loca historia cuando podría dejar que me creyeras humano y llevarte así inmediatamente a la cama?
—¿Porque estás loco? —sugirió ella.
—Tu hipótesis se está volviendo compleja. Piensa en ello. Luego ve a buscar el equipo holográfico que traje a la Luna de contrabando e instalé en tu habitación durante las escasas horas que estuve en la Luna antes de que tú me invitaras a ella. Tú viste el murciélago. Creíste en él. No resultas fácil de engañar.
—Cierto —suspiró ella—. Pensaré en algo definitivo, y te prometo que no serán balas de plata. No quiero hacerte daño. —Pasó por su lado, y al pasar le dio un tímido beso en la mejilla que lo dejó tan fláccido como lo había hecho antes la carga del crucifijo. Y la alegría que dejó la estela de su beso fue casi igual de potente.
Aquella noche, durmió acariciando el recuerdo de aquel único y voluntario beso. Apenas se atrevía a imaginar lo que sería cuando finalmente lo aceptara en su cama.
El último día de trabajo de Abbot en el laboratorio llegó el cargamento de la Estación Luna, escoltado desde el muelle de carga por tres fornidos guardias de Brink mandados por Suzy Langton. Había una caja grande y dos más pequeñas, que le llegaban a Titus a la altura de la cintura.
Cuando rompieron los sellos bajo la atenta mirada de Seguridad, descubrieron que la más grande contenía todos los repuestos que esperaban. Las otras dos cajas contenían una variedad de artículos embarcados desde la Tierra inmediatamente después de que el grupo de Titus la hubiera abandonado.
Mientras los demás sacaban y clasificaban el contenido de la caja grande, Titus usó la palanqueta en las otras dos, y descubrió con gran alivio que, alojados entre las botellas de Disolvente de Alta Pureza B J que Titus había encargado había unas cuantas docenas de pequeños paquetes de un polvo oscuro y cristalino etiquetados Aditivos B J. Connie le había embarcado más sangre para reemplazar la que le había sido robada. Debió de actuar instantáneamente.
Mientras se inclinaba sobre la caja, Titus captó la aproximación de Abbot. Antes de que pudiera ocultar los paquetes, su padre miró al interior de la caja.
Pero fue uno de los hombres de Brink el que se inclinó por encima del hombro de Abbot y preguntó, en un engañosamente suave acento del sur:
—¿Qué tiene usted aquí? ¿Disolvente en polvo? No sabía que existiera algo así, pero seguro que no pertenece a este lugar. ¡Hey, Suzy!
Todo el mundo siguió a Suzy hacia la caja pequeña. Titus se dio cuenta de que hubiera debido envolver sus acciones cuando abrió la caja. Podría haber retirado los paquetes y llevarlos a su oficina sin que nadie se diera cuenta de ello. Ahora ya era demasiado tarde.
Shimon tomó uno de los paquetes y los pasó de una a otra mano.
—Curioso. ¿Qué supone usted que son?
Los ojos de Titus se cruzaron con los de Abbot, sin atreverse a suplicar.
Abbot inspeccionó a Titus con una sonrisa sardónica. Luego se encogió de hombros y cogió el paquete de manos de Shimon.
—Descubriré a quién pertenecen y me encargaré de hacérselo llegar. —Habló al israelí, pero su atención barrió a todos los presentes mientras insistía, con poderosa Influencia—: No puede ser importante.
Titus añadió su Influencia, apelando a todo su poder e intentando emular el férreamente dominado control de su padre.
—Es un asunto trivial. Abbot y yo nos ocuparemos de él. Pueden olvidarlo tranquilamente.
En aquel momento, Inea cruzó la puerta llevando una caja de herramientas y vestida con una bata de laboratorio y guantes blancos. Se había echado el pelo hacia atrás y lo había cubierto con un gorro.
—Oí que el embarque había llegado y vine a… ¿Qué ocurre?
Abbot lanzó hacia delante su Influencia, enfocando todo su poder para anular la curiosidad de ella, mientras insistía: —Absolutamente nada. Tenemos cosas más imp… Sin pensarlo, Titus reaccionó, con toda la fuerza de su Influencia alzada tras su orden:
—¡Abbot, no!