6

A la mañana siguiente, cuando su padre se presentó, Titus lo recibió en la puerta del laboratorio, tras asegurarse de que tenía público a su alrededor.

—Gracias, doctor Nandoha, por aceptar ayudarnos. Espero que haya olvidado usted mi estallido temperamental de nuestro primer día aquí.

—Olvídelo, muchacho. Estoy ansioso por ayudar.

Terminadas las cortesías, Titus se retiró a su oficina, dejando a su adversario curso libre por el laboratorio. Evidentemente Abbot colocaría escuchas no sólo para monitorizar todo el trabajo de Titus en el Proyecto, sino también las comunicaciones del Residente. Decidido, Titus dedicó sus esfuerzos a estudiar los esquemas de su complejo de ordenador.

No era que la arquitectura informática estuviera más allá de él, pero tendía a aburrirle hasta la distracción. Ahora, sin embargo, tenía un propósito que lo impulsaba. Cada noche, cuando Abbot se marchaba, Titus se dirigía a cada unidad que el hombre había tocado y rastreaba cada componente, intentando captar el propósito de cada modificación y buscando los posibles espías que Abbot hubiera podido incluir.

Cada día descubría placas de fabricación casera unidas a conectores anónimos. Algunas las comprobaba él mismo, pero otras, que establecían procesados paralelos con su disposición cósmica cúbica, las llevaba a Ernie para que éste las comprobara. Sin embargo, nunca pudo hallar nada sospechoso.

Inea, cada vez que la veía allí, se mostraba distante y eficiente. Titus no podía creer lo mucho que eso le dolía. Pero, cuando ella le preguntaba, le respondía invariablemente:

—Te necesito más aquí que en el laboratorio.

—¿Quieres que confíe en ti? No deberías tensar tanto mi credulidad.

—Obtendrás tu explicación.

—¡En Quito! ¡Supongo que necesitarás todo ese tiempo para maquinar una buena historia!

Sin embargo, iba aprendiendo los circuitos a la medida del sistema que Abbot estaba construyendo a partir de los restos del original. Iba convirtiéndose poco a poco en una experta en repuestos, y prefería algunos de los fabricados en la Estación Luna antes que los hechos en la Tierra, sin importarle nunca que no encajaran en sus acoplamientos. En una ocasión, Titus la oyó maldecir ante un chip de alta sofisticación hecho en las fábricas de L-5.

Pero sus sentidos de vampiro le dijeron que la vehemencia de ella se originaba en sus frustraciones, no en la calidad del chip. Y la textura de aquella frustración en particular era definitivamente sexual.

Decidido a poner su vida en sus manos, se acercó a ella mientras Inea se inclinaba sobre el banco de trabajo lleno de componentes, y le susurró:

—Te quiero, Inea, y te deseo.

Ella mantuvo la cabeza inclinada sobre su trabajo, pero sus brillantes ojos se alzaron para mirarle. Sus manos temblaron cuando el hambre de él despertó ocultos sentimientos en ella. Ahora que su necesidad física estaba al fin venciendo, no estuvo seguro de pronto de que eso fuera lo que él deseaba. Luego, ella dijo:

—Tengo que pensarlo.

—Es difícil pensar cuando la tensión física es tan grande. —Dejó flotar la mano sobre el hombro de ella, casi atreviéndose a tocarla, con su hambre agudizada por el deseo de ella, con las lágrimas de ella doliendo en sus ojos. No puedo soportar su sufrimiento—. La forma de resolver un problema difícil y complejo es dividirlo en factores y resolver éstos uno a uno.

Ella echó la cabeza hacia atrás para impedir que sus lágrimas cayeran sobre los contactos eléctricos.

—¿Acaso no puedes ver lo que estoy intentando hacer? No… no me ofrezcas la salida fácil, o cederé, y entonces me odiaré a mí misma para siempre.

El obligó a su mano a regresar a su costado.

Ella se volvió para mirarle de frente.

—No puedo pensar cuando estás tan cerca porque todo lo que veo entonces es tu sufrimiento.

Realimentación positiva. Mierda. Después de eso evitó el turno de ella, y pasó ese tiempo fuera en la nave.

No podía ir más allá de las nuevas barreras de seguridad en los corredores donde había hallado al durmiente, pero se aseguró de dos cosas: por la configuración del mobiliario y las compuertas, la Kylyd poseía una gravedad interna propia. Si incluso los luren completos necesitaban la gravedad para su salud, entonces él y Abbot corrían un riesgo mayor del que habían imaginado viviendo en la Luna. Ellos no podían utilizar los medicamentos que usaban los humanos para frenar la pérdida ósea.

En segundo lugar, descubrió que había más antropólogos estudiando el rompecabezas de los orls que los admitidos públicamente. Como con los ingenieros, grupos independientes estaban amasando sus propios datos y desarrollando interpretaciones divergentes.

Presenció disecciones en las que los nervios de luren y orls eran estimulados por corrientes eléctricas, y leyó los informes de los químicos que intentaban cartografiar el ADN. Escuchó arrobado a los antropólogos médicos elaborar teorías acerca de dos especies inteligentes explorando amistosamente las estrellas.

—Díganme, doctores —preguntó Titus—, ¿encajan sus sensibilidades visuales? ¿Y qué hay acerca de las propiedades ópticas de sus constituyentes orgánicos? ¿Es posible que procedan todos del mismo planeta?

—¿Dos especies inteligentes en el mismo planeta? Improbable.

—¿Cómo se atreve usted a rechazarlo? —argumentó otro—. De hecho, ¿está usted absolutamente seguro de que ambas especies son inteligentes?

—Ambas poseen manos.

Aquello era demasiado para Titus.

—Todos los antropoides tienen manos. Simplemente denme los datos ópticos…, si pueden.

Lo convirtió en un flagrante desafío, y redoblaron sus esfuerzos para determinar las capacidades de los nervios ópticos. Pero sus preguntas iniciaron una nueva investigación. ¿Podían procrear entre sí las dos especies? ¿Eran dos razas, no dos especies?

Titus no podía recordar ninguna mención del tema. Y así se inició une nueva y royente duda. ¿Y si los orls eran inteligentes? ¿Supongamos que sus antepasados habían sufrido un lavado de cerebro de su cultura para hacerles creer que los orls eran animales? Aquél era un pensamiento retorcidamente alentador, porque significaba que los luren habían tenido conciencia, y que los modernos luren en la galaxia podían, bajo la compulsión de la conciencia, haber derivado de duros avasalladores a vecinos que tal vez no esclavizaran la Tierra en busca de comida. Después de todo, habían pasado siglos desde que los antepasados de Titus se estrellaran en la Tierra, y sólo unos tres años desde que aquella nave había impactado contra la Luna. Las cosas podían haber cambiado tan drásticamente ahí fuera como lo habían hecho aquí.

Desde aquel momento, monitorizó los informes antropológicos que cruzaban por su despacho, aunque su bajo índice en lo que a Seguridad se refería le privaba de muchos detalles. Si los orls habían estado a bordo de la Kylyd en calidad de tripulación, las cosas habían cambiado realmente entre los luren. Abbot podía estar en lo cierto acerca de establecer contacto, pero Abbot iba a recibir un duro shock cuando los luren rechazaran las arcaicas y despiadadas actitudes de los Turistas.

¿Era posible que los contenedores de carga de la Kylyd contuvieran un sustituto de la sangre? Si era así, y se hallaba presente en cantidades suficientes como para indicar que realmente vivían de ella antes que de los orls, entonces los luren habían cambiado realmente. Titus pasó parte de su tiempo intentando descubrirlo.

Mientras tanto, se le hacía más y más fácil mantenerse alejado de Inea, porque cada vez que veía a Abbot imaginaba lo que le haría a Inea si alguna vez sospechaba lo que Titus sentía hacia ella. Su mente se helaba cada vez que Abbot estaba en el laboratorio. No se atrevía a considerar el hecho de que, si se rendía a Abbot, Inea estaría a salvo. Si alimentaba demasiado este pensamiento, sabía que pronto estaría dispuesto a creer a cualquier antropólogo que declarara que los orls eran definitivamente miembros de la tripulación con un status idéntico al de los luren. Entonces ayudaría a Abbot a enviar su SOS.

La visión de Abbot lo distraía de tal modo de los trabajos del laboratorio que en una ocasión en que Shimon le trajo un poco de café le preguntó si se sentía bien Alarmado, Titus se recompuso de la mejor manera posible e intentó actuar normalmente durante el resto del día.

Aquella noche se descubrió paseando arriba y abajo fuera del apartamento de Inea. Todo su cuerpo podía sentir la abrumadora atracción de la cargada atmósfera de su apartamento. Se detuvo contemplando su puerta, anhelando la revitalización que en una ocasión había hallado allí.

¡Buen Dios! Me muero de hambre.

Pero sabía que no se trataba tan sólo de las severamente recortadas raciones de las que estaba viviendo. Si se tratara meramente de un hambre física, cualquiera serviría. Aunque había sentido oleadas de apetito con otras, sobre todo si sangraban, sólo allí se sentía abrumado por la sensación.

Estuvo a punto de entrar. Con paciencia, podría seducirla. Ella nunca se odiaría por rendirse a él como temía que haría. Cuando finalmente lo supiera todo, sabría también que no había ninguna amenaza ni para la humanidad ni para su propia integridad. Ella tenía razón respecto a él. Siempre había tenido razón respecto a él, incluso pese a que apenas conocía la mitad de la historia y aún quedaba al menos un shock por venir. Pero, se dijo a sí mismo, con una mano tendida hacia la puerta, ella es ahora una astrónoma. Evidentemente, ha resuelto su xenofobia o de otro modo no estaría en este proyecto. El simple hecho de que él no fuera enteramente humano no importaría después de que ella estuviera segura del temple de él.

Pero si Abbot llega a descubrir lo mucho que me importa…

Tenía que desviar la atención de Abbot. No podría resistir mucho más tiempo, y además quizá no tuviera la paciencia de seducirla. Rezaba para que ella acudiera pronto a él. Se odiaría a sí mismo si la trataba como Abbot le había enseñado a tratar a los humanos…, como quizá tuviera que volver a tratarlos pronto.

Se apartó por la fuerza de la puerta y huyó al gimnasio a trabajar un poco en la cámara centrífuga, lo cual ayudó algo. Se cansó lo suficiente como para poder dormir.

Nunca había dejado de cumplir con sus horas establecidas en el gimnasio, y había convertido en una cuestión de honor el visitar el refectorio, utilizando su tarjeta de comidas y ocultando el hecho de que él no comía. Nunca había sido evasivo, en este aspecto, en el uso de la Influencia.

Al día siguiente de su abortada aproximación a la puerta de Inea, estaba comiendo en el refectorio cerca de su laboratorio y retiraba ya su bandeja, pensando en cómo podía distraer a Abbot, cuando se volvió para descubrir a Inea sentada con un grupo cerca de la puerta. Ella había percibido su proyección de los restos de una abundante comida en su bandeja, e incluso quizá su ilusión de que había estado comiendo.

Sus ojos se cruzaron, y Titus vio una herida traición en los de Inea. Él le había dicho que sólo se alimentaba de sangre. Piensa que le mentí. Dio tres pasos hacia ella, pero ella desvió la vista.

Emanaba tal rechazo de ella que tuvo la sensación de que iba a acusarle públicamente si se acercaba. No estaba preparado para la helada debilidad que se apoderó de él cuando se alejó de ella.

Nunca antes había hallado nada que le doliera tan ferozmente. ¿Cuánto tiempo podría soportarlo, y qué iba a hacer si se derrumbaba? ¿Correr de vuelta ahí dentro, agarrarla por los hombros y usar la Influencia para que lo aceptara? ¡No! No, no lo haré.

Estaba de pie en una intersección, temblando aún, cuando Shimon se le acercó con un nuevo problema.

Abbot había creado una grotesca sucesión de componentes heterogéneos, afirmando que reemplazarían uno de los microcomponentes que no podían conseguir de la Tierra. Irritado ante los modales superiores de Abbot, Shimon aprovechaba aún cualquier oportunidad para oponérsele. Aquello no conseguía más que aumentar el afianzado desdén de Abbot hacia los humanos. Abbot había vivido los años en que los componentes de una moderna calculadora de sobremesa ocupaban toda una habitación.

Titus necesitó de toda su habilidad para persuadir a Shimon de que hiciera una prueba. Pero, en el proceso, se dio cuenta de que Abbot debía estar pasando tantas horas fabricando artículos que no podía estar manteniendo a Titus bajo vigilancia. La idea era a la vez un alivio y un tormento. Tenía que haber momentos en los que Titus podía acercarse a Inea con seguridad…, pero no tenía forma de saber cuáles.

Redobló sus propios esfuerzos en todos los frentes, esperando una vez más poder eludir y superar a su padre. Con un poco de suerte, quizás incluso pudiera localizar otro componente del transmisor. Eso mantendría seguramente a Abbot ocupado.

Titus podía seguir adelante con muy poco sueño durante la noche lunar, pero apenas el sol se alzaba sobre el horizonte allá fuera, incluso con todo el domo protector y las rocas lunares sobre su cabeza, sentía un perpetuo drenado de sus energías…, aunque era incapaz de descansar. Por primera vez conectó el generador del campo magnético a su cama. Necesitó una cierta recalibración, pero finalmente halló el punto que le traía la tan anhelada paz.

Se tendió agradecido, riendo quedamente como siempre lo hacía ante el pensamiento de la forma en que nacían las leyendas. Los supersticiosos, notando la inquietud del vampiro incapaz de regresar al lugar donde había despertado a su segunda vida, suponían que era la tierra de su tumba lo que necesitaba. En realidad, eran las condiciones magnéticas precisas del lugar de su despertar las que resultaban vitales.

Abbot había observado en una ocasión que los luren poseían un estadio de vida móvil antes de la Primera Muerte, y una localización después, en el estadio adulto…, de una forma muy parecida a algunas primitivas formas de vida marinas de la Tierra.

Los antropólogos que estudiaban los dormitorios a bordo de la Kylyd se estaban volviendo locos sin saber que unos cuantos cables y una batería eran toda la «cama» que necesitaba un luren.

Durante el día, Titus se concedía cuatro horas de sueño cada período de veinticuatro, pero el acortado período de sueño agudizaba su apetito. Y sus reservas estaban menguando rápidamente.

Normalmente utilizaba un paquete al día, pero lo había reducido a un tercio a fin de que los seis paquetes que le quedaban le duraran dieciocho días. Seguro que Connie habría conseguido enviarle algo por aquel entonces. Pero si no, tendría que utilizar la Influencia para buscar un proveedor. No había hecho eso en diez años, desde que los investigadores luren habían mejorado los procesos humanos de sintetización de la sangre. Desde entonces había vivido de sangre sintética, con algún que otro ocasional contacto profundo con humanos que realmente le importaban y a quienes él les importaba. Se estremecía ante el pensamiento de una intimidad forzada con desconocidos.

Pero Abbot no le dejaba tiempo para meditar. Una noche, cuando Titus estaba mostrando a Shimon y al turno de noche lo que Abbot había conseguido aquel día, Abbot regresó al laboratorio con el pretexto de haber olvidado su Varían. Titus se levantó de su posición acuclillada al lado de Shimon y le dijo al israelí:

—Siga comprobando esto. Volveré en seguida.

Abbot se volvió de su escritorio con la Varían sujeta en su mano derecha.

—Haciendo horas extras, veo. ¿Comprobando mí trabajo?

—¿Debo hacerlo?

Abbot se dirigió ligeramente hacia un lado y envolvió sus palabras. Con aire azarado, confesó:

—No estoy jugando contigo. Deseo realmente que tu ordenador sea reparado a fin de que puedas verificar nuestras leyendas. No pretendía hacer tanto daño, y no sabía que habías perdido tu catálogo de reserva en Quito. Sólo estoy intentando enmendar un pequeño error. En realidad, los dos estamos del mismo lado, ¿sabes?

—¿De veras? —Si Abbot decía la verdad, entonces Abbot había cometido un error, y también los Turistas. Por formidables que fueran, no eran invencibles. Tenía que aferrarse a eso. Envolviendo sus propias palabras, preguntó—: Entonces, supongo que estarás dispuesto a abandonar tu idea de implantar tu transmisor.

—Por supuesto que no. Y todas tus varias actividades secretas lo único que consiguen es hacer más peligroso mi trabajo. Ninguno de los dos desea que los humanos nos descubran antes de que lleguen los luren. Sería mucho mejor si dejaras de merodear por ahí tan torpemente.

Titus no pudo ofenderse por aquello. Realmente, era torpe. Pero ¿cuánto de todo aquello sabía Abbot?

—¿Merodeando por dónde?

—Bueno, por la nave, en primer lugar. ¿No te das cuenta del lío en que conviertes el asunto del luren durmiente?

Abbot reaccionó al desánimo que hizo añicos la densa capa de envolvimiento rodeando a Titus con su Influencia, escudando su shock para que no fuera apreciado por los humanos.

—¿Acaso no sabías…?

Titus había acariciado la noción de que Abbot no había sabido que él estaba escondido en la cámara del durmiente, observando.

Abbot se acercó un poco más.

—Escucha. No podemos permitirnos otro trabajo chapucero como ése. Gracias a ti, han trasladado al durmiente al domo de Biomed y doblado la Seguridad. ¿Qué ocurrirá si despierta donde no podamos alcanzarle?

Titus tragó saliva. Sabía lo que ocurría cuando un luren de la Tierra despertaba sin ayuda luren. Había cazado más de una vez a aquellas feroces monstruosidades. Ellos eran la fuente de las peores supersticiones sobre los vampiros.

—Probablemente lo viviseccionarán pronto —siguió Abbot hoscamente—. No puedo imaginar cómo podemos rescatarlo en estos momentos. Si yo fuera tú, me sentiría como un asesino.

—Todavía no está muerto…

—Y no creas que tú estás a salvo. Están peinando todos los registros, buscando quién puede haber entrado subrepticiamente en aquella cámara. Los dos estábamos en la Kylyd, aunque yo entré antes que tú. No pueden probar que yo estaba allí, pero yo no puedo probar que estaba en alguna otra parte. ¿Puedes tú? ¿No te das cuenta de lo que hiciste?

—¿Cómo puedes estar tan seguro de que era yo? —Su voz tembló. Cuando regresó a su apartamento aquel día, halló un mensaje de Inea en su videocom. Había disparado la alarma de emergencia intentando despertarle, de modo que ella sabía que él no había estado allí.

Peor aún era la idea del durmiente despertando en la mesa de operaciones, con una docena de médicos humanos inclinados sobre él. En la hambrienta ansia del despertar, lo más seguro era que matara a la mayoría de ellos antes de que consiguieran dominarle.

—¿Quién más pudo haber desentrañado la cerradura de la puerta? Las únicas otras personas que pueden accionarla son dos antropólogos y dos de los hombres de Brink. Ellos tenían autorización. Ellos conocían el sistema de alarma. Confiaban en que la cerradura alienígena retendría a cualquier humano. Nunca imaginaron que pudiera haber otro luren que pudiera accionarla.

¡Él no sabía que yo le estaba vigilando! El alivio que inundó a Titus casi le abrumó.

—Ahora he aprendido a eludir las alarmas de seguridad. No te preocupes. No volveré a activarlas. —Pero yo no accioné conscientemente la cerradura. Sus manos la habían abierto por accidente. Rápido, cambia de tema—. ¿Dices que la nave se llama Kailid?

—Creo que es un tipo de pájaro. Un carroñero. Cuando yo era joven, la palabra era usada como un insulto. Hay tantas cosas que no me diste tiempo de enseñarte. Si me lo hubieras dado, ahora comprenderías y me ayudarías con este transmisor.

—¿Qué es lo que hay que comprender, excepto que los humanos no tienen defensa contra los luren, y los luren no tienen razones pare considerar a los humanos como iguales? Invitar a los luren aquí sería lo mismo que entregar a nuestras familias humanas a la esclavitud…, o peor.

—No lo sabes. Nosotros estamos aquí. El hecho es que nosotros somos luren también, protegeremos la Tierra. Si nos presentamos a las autoridades, tendremos derechos de propiedad sobre la Tierra. Si simplemente permanecemos sentados y aguardamos, no obtendremos ningún derecho.

—No sabemos si esa ley aún sigue vigente, o si los híbridos humanos-luren seguirán siendo considerados legalmente luren…, y por lo tanto susceptibles de ser propietarios. —Las implicaciones de los cruces humanos-luren no habían escapado a Titus. Tenían que hallarse genéticamente relacionados, ser razas de la misma especie. Pero ¿representaría eso alguna diferencia para los luren?—. Las leyes pueden cambiar, ya sabes.

—La Ley de la Sangre es mucho más antigua que cualquier cálculo humano. No hay ninguna razón para suponer que en principio haya sido cambiada. Ya sabes que nuestro sentido del tiempo ha variado con nuestras vidas más cortas. No llevamos un tiempo excesivamente largo exiliados.

—No sabemos cuánto tiempo estuvo fuera de contacto con la civilización luren la nave que trajo a nuestros antepasados antes de llegar aquí. Desconocemos los parámetros del impulsor espacial que utilizaron…, la dilatación temporal. De hecho, ni siquiera sabemos qué tipo de impulsor llevaba la Kylydl Cualquier nave es una nave generacional o una nave de durmientes, pero ninguna puede ser instantánea.

—Eso sólo son un montón de viejas historias que apenas recuerdo a medias. Titus, hoy puede que exista el viaje virtualmente instantáneo, y puede que haya más que sólo luren en la galaxia. Puede existir una civilización galáctica con una política interespecies. Es posible que la Sangre nos necesite, y la Tierra también, tanto como nosotros las necesitamos a ellas.

—Y tú quieres que el rescate se produzca mientras tú aún vives. Puedo comprender eso. Pero da a los humanos tiempo para estudiar la Kylyd, y recibirán a los luren como a iguales. Sin tu señal, puede que les tome un par de siglos llegar hasta aquí. Por aquel entonces…

—…tú todavía serás joven, y podrás contemplar la extinción de los luren de la Tierra. ¡Piensa en lo que estás diciendo! —La intensidad de Abbot nacía de una auténtica convicción—. Ya estamos perdiendo nuestra herencia. Cosas pequeñas, como el hecho de que Kylyd es el nombre de un pájaro carroñero, se pierden a cada generación, y cosas grandes también. Vosotros los Residentes os llamáis a vosotros mismos vampiros, no luren. Pensáis en los humanos como en nuestros familiares, no como un eslabón conveniente es la cadena alimentaria. Dentro de unos pocos siglos, no quedará en la Tierra ningún luren reconocible para ser rescatado.

—¿Estás seguro de que seríamos reconocidos ahora? Vi al durmiente. ¿Pensará él que su aspecto es parecido al nuestro?

—¿Has visto la forma en que lo contemplan los humanos? ¿Dudas de que, si supieran de nuestra existencia, se volverían contra nosotros? Hijo, ¿no sabes lo difícil que nos resultó a ti y a mí entrar en este Proyecto? Con los registros y fotografías por ordenador de hoy en día, la vida en la Tierra no es lo que era cuando yo tenía tu edad. Se está volviendo cada vez más difícil falsificar nuevas identidades para cubrir nuestro no envejecimiento. La manipulación de la opinión popular o incluso del gobierno es casi imposible. Pronto seremos descubiertos una vez más, y los humanos estallarán en locura para devorarnos a todos. Ni siquiera los Residentes, que os consideráis humanos y vivís a base de ese jarabe sintético que llamáis sangre, estaréis a salvo.

»Titus, no les costaría mucho barrernos. Los humanos conocen nuestras vulnerabilidades. Necesitamos la ayuda de La Sangre.

Puede que tenga razón. Simplemente puede que la tenga. Mientras Titus buscaba una respuesta, alguien llamó.

—¡Doctor Shiddehara! ¡Ya dispongo de un rastreador! ¡Venga a ver esto!

—¡Voy inmediatamente! —respondió Titus.

Se sumergió en el trabajo, asustado de la habilidad de Abbot para minar sus convicciones. Prefería enfrentarse a tormentas de partículas en el espacio, lentes de gravedad, campos galácticos o algo realmente simple, como el origen del tiempo. El espionaje no era su juego.

Más tarde, aquella misma noche, despertó con una nueva resolución. Para contrarrestar a Abbot tendría que usar la Influencia, y sabía exactamente dónde sería más efectiva.

Se vistió con un chándal de gimnasia Glynnis y unas zapatillas limares Suchoff, se echó una toalla al cuello y se dirigió al gimnasio. Había sido incapaz de romper los códigos de seguridad del Proyecto. Pero había descubierto los turnos del orden del día del personal de Brink, y había una joven encantadora, Suzy Langton, que en estos momentos se hallaría en el gimnasio. No resultaría difícil conseguir de ella los códigos.

El gimnasio era la zona abierta más amplia de la estación. Las Soberanías Mundiales habían derrochado el dinero haciéndolo atractivo a fin de que la gente pasara el tiempo con gusto allí. Auténticas plantas adornaban las divisorias que separaban las zonas de trabajo. Una hábil ingeniería controlaba el ruido. Los antropólogos habían diseñado un espacio que muchas nacionalidades hallaran propenso a la socialización. Titus observó la zona más amplia, donde una docena de mujeres trabajaban en máquinas de remo mientras contemplaban una popular serie de aventuras. Una de ellas, que trabajaba en su laboratorio, le saludó con la mano.

Le devolvió el saludo, contrastando la hogareña sensación que creaba el gimnasio con la estremecedora incomodidad que había sentido la primera vez en la Kylyd. Aquí las paredes eran de un tono claro neutro, difícil de nombrar. Los suelos eran de un material absorbente. El techo era alto, y unos paneles decorados ocultaban los equipos de gimnasia cuando eran retirados y almacenados.

En un lugar, un enrejado sostenía una serie de curvadas enredaderas. En otro, una serie de vigas de madera toscamente cortadas se entrecruzaban debajo de las luces. Más allá de eso había un techo que te hacía pensar que estabas contemplando el océano desde un domo en un arrecife de coral sumergido. Más allá la bóveda era un fresco. Los setos y emparrados divisorios, las plantas colgantes y algunos árboles creaban una sensación de intimidad sin el acompañamiento claustrofóbico de la diminuta eficiencia de los apartamentos.

A un lado de la sala principal, una pared de cristal cerraba la piscina. El agua se comportaba de una forma tan diferente bajo la gravedad lunar que era necesario un entrenamiento especial para poder nadar. Titus no había tomado ese entrenamiento. El agua alteraba las corrientes magnéticas de una forma desconcertante. Así que esperaba que su presa no fuera una nadadora.

Comprobó la lista de turnos de la centrífuga en busca de Langton, pero finalmente la descubrió trabajando en el estudio de artes marciales…, una enorme área dividida por colchonetas de colores y particiones acolchadas. Se practicaban y enseñaban seis estilos distintos, modificados para la gravedad lunar. Pero un extremo, al fondo una colchoneta verde, estaba ocupada por dos mujeres de Brink, una de ellas Suzy Langton. Se estaban entrenando en lucha estilo libre, pasando de una posición a otra, de un estilo a otro, con suave eficiencia.

Titus se abrió camino entre las colchonetas, protegido sólo por las cuerdas elásticas en las que los contendientes rebotaban suavemente… o, en el caso de un joven, no tan suavemente. Ese joven rebotó, intentó agarrarse fútilmente a su instructor, luego flotó hacia la acolchada pared. Al segundo rebote se agarró de las cuerdas y se frenó con ellas, oscilando ridículamente.

Fuertes carcajadas corearon su hazaña, y Titus, al ver que el joven luchaba por no volver a ser lanzado hacia arriba, rió también, El instructor dejó que su grupo rompiera filas y se dedicara a hacer lo que quisiera. Titus decidió que aquélla no era simplemente una clase de disciplinas marciales, sino también de salud mental y de integración social.

«Si tenía tiempo, quizá fuera una buena cosa para él participar. Podía mantener a raya cualquier tipo de suspicacias.», si podía mantener oculta su fuerza.

Suzy Langton, por su parte, estaba dedicada a una actividad mucho más seria. Era baja, con los hombros de una equilibrista circense y los tobillos de una bailarina de ballet, y se movía como una gimnasta olímpica. Su oponente era más recia y pesada, pero ambas llevaban cinturones negros con nudos de gravedad lunar. Titus vaciló, dudando en cómo acercarse a ella. ¡Patada! Langton giró, se agachó, adelantó un pie e hizo perder el equilibrio a la otra. Detrás de Titus, alguien aplaudió. Se volvió y descubrió a un grupo de mujeres con cinturones marrones, recubiertas de aromático sudor de sus propias clases. Entre ellas estaba Mirelle.

La Marca de Abbot resplandecía clara en su frente, aunque Titus era el único de allí que podía percibirla. Ella no le vio al principio, sino que avanzó unos pasos y gritó: —¡Suzy, cuidado!

Titus se volvió y vio que la oponente de Suzy había utilizado la liviana gravedad para retorcerse en su caída, apoyándose sobre sus manos y usando sus piernas para agarrar el cuello de Langton, derribándola sobre la colchoneta.

Con un gruñido, Suzy se arqueó, se revolvió y acabó de derribar a su oponente, y ambas se enzarzaron en un intento de sujetar a la otra.

Varios hombres habían abandonado ahora sus propias colchonetas para unirse a los espectadores. Uno gritó animosamente: —¡Agárrala, gatita!

—No es ninguna gatita —respondió otro—, ¡Ésa es una auténtica pantera adulta!

Titus se sintió inclinado a estar de acuerdo con él. Si se presentaba la ocasión, no le gustaría en absoluto tener que luchar en igualdad de condiciones con ninguna de aquellas dos mujeres. Tendría que usar la Influencia. Normalmente usaba la Influencia sólo contra un humano violento para impedir que utilizara su fuerza contra la de él y resultara herido. Con luchadoras entrenadas como aquéllas, sin embargo, tendría que combatir habilidad con Influencia para no verse dominado.

—¡Titus! —Al final, Mirelle le reconoció. Él apartó los ojos del espectáculo.

—¡Mirelle! Qué alegría verla de nuevo. ¿Está Abbot por aquí?

—¿Debería estar?

—Parecía que el asunto iba bastante bien entre ustedes.

—¿Celoso?

—Lo estuve. —Se le ocurrió que, de no haber sido por Inea, se hubiera sentido dolido por la deserción de Mirelle.

—¡Qué halagador! —Le escrutó de arriba abajo con los ojos—. Casi me gustaría que Abbot no me deseara.

Titus se dio cuenta de que su educada sonrisa vacilaba. Dada la susceptibilidad de ella y los métodos de Abbot, ella no debería ser capaz de pensar algo así, y menos aún de decirlo. Sus sentimientos debían haber sido mucho más fuertes de lo que Abbot había sospechado.

—Bueno, eso es halagador —respondió Titus. Pero enfocó su atención, buscando lo que Abbot le había hecho.

Ella se le acercó un poco más.

—Me gustaría verle algo más a menudo.

—Nuestro trabajo nos mantiene en mundos separados.

—No trabajo todo el tiempo.

—¿Qué es lo que hace exactamente? —Notó la Influencia de Abbot asomar a la superficie, pero era un leve susurro de lo que podía haber sido.

Titus se dio cuenta, mientras ella hablaba de generalidades, de que Abbot había mantenido su interferencia al mínimo a fin de no menoscabar su agudeza profesional o limitar su curiosidad. No había necesitado inhibirla de hablar con Titus porque Titus carecía de la acreditación máxima de Seguridad y ella lo sabía.

Dejándole la libertad de acudir a él. Abbot había hallado una forma sutil de atormentar tanto a Titus como a Mirelle. La Marca en su frente la situaba más allá del alcance de Titus, sin importar todo lo demás.

Titus retrocedió un paso y se llevó las manos a la espalda.

—Hágame un favor, Mirelle. Dígale a Abbot que juego según las reglas.

Ella inclinó la cabeza hacia un lado.

—¿Qué quiere decir?

—El lo entenderá. —Ella informaría a Abbot de cada detalle de sus acciones cuando le viera de nuevo. Era un canal abierto a través del cual Abbot espiaba todo y a todos con quienes ella entrara en contacto.

De pronto se le ocurrió a Titus que la sorprendente habilidad de Abbot de saberlo todo era debida sin duda al hecho de haber Marcado y abierto un cierto número de humanos. Era una técnica de supervivencia estándar que Abbot le había enseñado a Titus, pero que Titus había olvidado. Aunque él esté atareado, puede que no resulte seguro ir a ver a Inea.

La expresión de la mujer cambió.

—Bien, mon chéri, no tiene que mirarme como si yo fuera medio gusano que se ha encontrado en una manzana que acaba de morder. —Pasó un dedo sobre los labios de él y se lo besó suavemente. Él no pudo hacer otra cosa. Cogió los dedos de ella y se los besó formalmente, mientras Mirelle proseguía—; Le transmitiré su críptico mensaje, pero no creo que le siga siendo fiel a Abbot si usted me da una oportunidad. —Se volvió hacia los vestuarios de señoras.

Si Abbot hubiera estado allí en aquel momento, Titus hubiera matado alegremente a su padre. Se obligó a volver su atención al combate, aliviado de que Mirelle se hubiera ido, porque no podía hacer ningún intento de aproximación a Langton con Mirelle mirando y comunicándoselo después a Abbot.

Con una sucesión de golpes con manos y pies, Langton derribó de nuevo a su oponente, pero esta vez la sangre brotó de un corte sobre la ceja derecha de Langton. La apartó negligentemente con un gesto de la mano, enviando una serie de gotitas a la colchoneta a los pies de Titus.

Éste apretó fuertemente los labios, pero el aire que respiraba trajo hasta él el aroma por encima del olor a sudor humano. Sus ojos se clavaron hambrientos en la bruma de ectoplasma que se disipaba de las gotitas. No podía permitirse reaccionar en público. Cerró los ojos y se apartó del ring, abandonando su presa hasta que su herida estuviera cerrada.

Iba a mezclarse con la parte de atrás de los espectadores cuando sus ojos se cruzaron con los de Inea. Llevaba una bata de toalla sobre un empapado traje de baño azul y rosa, con el pelo pegado al cráneo, liso y brillante. Iba descalza.

Sus nervios resonaron con la impresión de su belleza. Le miraba fijamente, como si quisiera traspasarlo con su acusación. ¡Me ha visto flirtear a Mirelle! Avanzó hacia ella. Puesto que se había derramado sangre, el nivel de ruido entre los espectadores se había redoblado. Se apiñaron más, haciendo casi imposible a Titus extirparse de ellos.

Inea le vio luchar por acercarse a ella, y Titus creyó ver un rastro de simpatía en su rostro. Luego ella sacudió la cabeza en dirección a él, se dio la vuelta y huyó a los vestuarios de señoras.

Un momento más tarde, con un grito y un resonante golpear de brazos abiertos contra la colchoneta, la confrontación terminó. Dos mujeres, también agentes de Brink, escoltaron a Langton hacia los vestuarios de señoras. La gente se adelantó para felicitarla y alabar sus movimientos. Mientras ella se abría camino más allá de Titus, éste se sacudió la bruma que lo envolvía y avanzó, sujetándola por el brazo. Ejerciendo Influencia, dijo:

—Nos encontraremos aquí cuando se haya vestido. Tenemos algo personal de lo que hablar. Además, sé dar unos espléndidos masajes en la espalda.

Agotada por el combate, ella aceptó rápidamente la impresión. Le dirigió una radiante sonrisa y respondió, como si se tratara de un viejo amigo:

—No tardaré mucho.

Era así de simple. Si quería podría tenerla aquella noche, toda la noche si ése era su deseo. Una parte de él se sintió tentada. El corte sobre su ojo había sangrado profusamente, y él se apartó con la sangre de ella en sus dedos. No pudo resistir el llevárselos a los labios y chupar hasta que su propia piel amenazó con rasgarse.

Había varias salidas de los vestuarios de señoras, y Titus estaba convencido de que Inea no iba a usar aquélla. Sin embargo, si salía primero y lo hacía por allí, la seguiría…, haría que le escuchara, y al diablo Suzy Langton y los códigos de Seguridad de Brink. Se le ocurrió que había perdido la fría objetividad que Connie había insistido que era su única protección durante esta misión.

Langton salió primero, con su corte cubierto y un sari limpio que realzaba su esbelta figura. Su negro pelo estaba confinado por una banda blanca, y sus Suchoffs de suela blanda eran blancas también. Centrándose en los asuntos que tenía a mano, Titus avanzó un paso.

—¿Me recuerda?

Mientras la escoltaba a través de los setos vivos hasta una zona desierta donde unos confortables divanes rodeaban una pista de baile, la Influenció desvergonzadamente a un mundo de sueños. Nadie les molestaría allí hasta la próxima clase de baile. La condujo hasta uno de los divanes de tal modo que cualquiera que estuviera por el lugar comprendería inmediatamente que deseaban intimidad.

Con los labios cerca de la oreja de ella y su Influencia nublando su mente de tal modo que no se diera cuenta de nada de lo que decía, sólo de lo que sentía, extrajo de ella toda la información que necesitaba. El condicionamiento de Brink era feroz. Necesitó de toda su habilidad para crear una exquisita excitación, suficiente para enmascarar sus propósitos.

Hacer todo aquello y mantenerse escudados de interrupciones fue casi más de lo que podía manejar, porque la mitad de sus energías se fueron en luchar contra su propia repugnancia.

Hubo un momento en que sus labios se posaron sobre el tapado corte, y el olor de la sangre lo envió al delirio, y deseó convertir su experiencia ilusoria en real. Sería mucho mejor para ambos si él participaba de su éxtasis.

En el último momento, sin embargo, cuando sus dientes mordisqueaban ya al vendaje, apartó el rostro a un lado. Ni aunque me esté muriendo de hambre tengo derecho a tomar lo que deseo.

Cuando tuvo todos los códigos, incluso aquellos que ella no recordaba conscientemente, le concedió la suprema relajación y el pacífico olvido del sueño. Suavemente, borró todo rastro de su identidad de su memoria. No dejó ninguna Marca que advirtiera a Abbot, con la esperanza de que, si su padre la tomaba alguna vez, creyera que Titus simplemente se había alimentado y no buscara a un nivel más profundo. Ni siquiera él podía creer que hubiera suscitado una tal experiencia en una mujer humana y sin embargo se sintiera tan hambriento y tan dolorosamente insatisfecho como se sentía. El solo pensamiento de la ración que le aguardaba en su apartamento lo llenó de revulsión.

Negándose a mirar de nuevo a Langton, se arregló las ropas, redispuso sus rasgos y cruzó la pista de baile hacia una abertura en el seto. Nunca más. No volveré a hacer esto nunca más.

Mientras se acercaba a la abertura, con los sentidos en carne viva, captó a Inea. Estaba agachada detrás del seto, observándole cruzar la pista. Luego se enderezó y echó a correr, con el seto agitándose tras ella.

Lo que creía haber visto —lo que él había estado proyectando para cualquiera que pasara por allí— era a un hombre y a una mujer copulando apresuradamente con embarazosa intensidad. Echó a correr tras ella en una torpe carrera lunar. —¡Inea, espera!