4

Permanecieron inmóviles, mientras los demás miraban a Inea, y la impresión de ella se convertía en amor, y luego en incredulidad abrumada por una inconmovible convicción. Finalmente susurró, bajo el zumbar del aire acondicionado:

—¿Darrell?

No podía negar su nombre de nacimiento.

—Darrell Raaj —afirmó ella, tan suavemente que sólo él pudo oírla. Sus ojos ardían con sorpresa y miedo.

El miedo rompió finalmente su parálisis. Incapaz de apelar a la Influencia para enmascarar sus palabras, respondió, en el mismo tono casi inaudible:

—Inea, no me traiciones. Por favor. Te lo suplico. No lo hagas. Por todo lo que hemos significado el uno para el otro, no lo hagas.

Ella palideció y apenas murmuró: —¡Eres tú!

Por un momento pensó que iba a desvanecerse, y que podría sujetarla y sacarla de allí para proporcionarle algo de aire fresco. Pero no, estaba hecha de material resistente. Hubiera debido saberlo.

Se recuperó, miró a todos los demás, luego enterró el rostro entre sus manos como si se sintiera azarada y dijo en voz alta:

—Lo siento tanto, doctor Shiddehara. Me ha recordado usted a alguien al que conocí hace mucho tiempo. ¿Quizás era pariente suyo?

Ahora fue el turno de Titus de luchar contra el brusco bajón de su presión sanguínea. Incluso en aquella gravedad, sus rodillas se aflojaron. Hasta aquel momento no se había dado cuenta de lo mucho que había amado a Inea Cellura. Finalmente halló su voz:

—Más tarde podremos hablar con detalle del parecido. Pero ahora… —Su voz se quebró, y tosió para cubrir su emoción—. Ahora creo que será mejor que nos dediquemos a limpiar un poco esto. Shimon, quiero verle en mi oficina. Esto… —miró a su alrededor, con un débil intento de humor—, supongo que tengo una, ¿no?

Todo el mundo se echó a reír, y aquello rompió la tensión.

—Por aquí, Titus —dijo Shimon, y lo condujo hasta un rincón, donde una partición hecha con dos hojas de flexcita con nivelores encajados entre ellas creaba una oficina en tomo a un escritorio de ejecutivo y dos sillas. Los nivelores estaban abiertos, haciendo las particiones transparentes. Había estantes vacíos y archivadores con el monótono color pardo gubernamental, y un terminal de sobremesa Cobra.

Titus se dejó caer en su silla, que tenía el respaldo más alto que su cabeza. Ocultó sus temblorosas manos de Shimon y miró fuera a través de la partición. Inea estaba reclinada pesadamente contra un escritorio, mirándole con enormes ojos redondos. Luego agitó la cabeza y se volvió para ayudar en la limpieza. Titus hizo un gesto.

—Cierre los nivelores, ¿quiere, Shimon?

El israelí pulsó el botón, y las paredes se volvieron opacas.

—Shimon, tengo que informar a Carol, de modo que necesito saber exactamente qué ha sucedido y cómo afecta esto a nuestras metas. —Rebuscó en los cajones pero no encontró papel, y se volvió hacia el terminal Cobra—. ¿Tiene esta cosa algún procesador de textos?

—Inea lo ha impresionado, ¿verdad?

—Inea… —Aún aturdido, respondió automáticamente, como si recitara una lección—. ¿Es ése su nombre? —Desde su muerte, aquel disimulo se había convertido en un hábito innato.

—Inea Cellura. Es titulada en astronomía. Trabajó en Arecibo. Se supone que es su ayudante, pero ha estado llevando ella sola el observatorio de la estación desde hace ya varias semanas. Me pregunto con quién le confundió.

—¿Cómo espera que yo lo sepa? —Ella siempre se había burlado de su pasión por la astronomía, porque su fascinación con la posibilidad de otras formas de vida en la galaxia la alteraban. Evidentemente, había cambiado. Un nudo de aprensión que ni siquiera había sabido que estuviera allí se desenmarañó, y se secó una fina lámina de frío sudor de su labio superior y acercó el Cobra a él.

—Si yo fuera usted —murmuró Shimon—, me gustaría ser aquel con quien le confundió. Quizá no sea tan hermosa como eso, pero con las rabiosamente hermosas la hermosura se aja rápido. Con las que son como ella, gana a cada año que pasa.

¿No hermosa? ¿Cómo podía alguien decir que no era hermosa?

—¿Se ha acostado con ella? —¡No tengo derecho a sentirme celoso!

—Todavía no. Pero si la quiere para usted, no se preocupe por mí. Ella no es judía, y quizá ni siquiera esté disponible. —Miró hacia la cerrada partición—. Excepto quizá para usted.

Shimon será una buena fuente de contactos si alguna vez los necesito. Por revulsiva que fuera la idea, el pensamiento gratificó a Titus, porque le señaló que aún era capaz de pensar defensivamente. No podía permitirse un movimiento descuidado ahora.

El teclear de Titus produjo el preparado del tratamiento de textos estándar del Cobra, con la marca Quill, que se desvaneció para ser sustituida por el sello de Seguridad de Brink y la petición: «Por favor, entre su certificación de seguridad, código personal y códigos de entrada».

Molesto, Titus pulsó escape, pero el Cobra le respondió con un pitido.

—Sí —se quejó Shimon—, todo ha de pasar por seguridad…, incluso el pedido para la tienda de comestibles.

Titus se resignó, hizo lo indicado y empezó a tomar notas.

—Lo primero que necesito saber: Mi memoria, la que embarqué hasta aquí y que contiene mi catálogo estelar especial…, ¿está intacta?

—El catalogo y nuestra copia fueron borrados mientras estábamos cargándolos. Debo pedir una nueva placa antes de que pueda reprogramarla desde su copia de seguridad…, después de que descubra por qué hizo eso.

Titus se hundió en su silla. Su copia de seguridad estaba en su bolsa de vuelo.

—No tengo ninguna copia de seguridad conmigo. Haga una lista del hardware que necesitamos. Conseguiré una copia de mi catálogo. Como usted habrá sospechado ya, estaba preparado específicamente para el rastreo que íbamos a emprender. Ahora, hágame una relación de lo que ha ocurrido.

Titus escuchó, siguiendo mentalmente los daños, porque había una pregunta que no podía formular. Integrado en el sistema había una caja negra que Shimon había recibido, bajo Influencia, instrucciones de no tocar. Era el enlace de Titus con Connie en la Tierra. No tenía la menor idea de si podía ser reemplazada.

Había sido diseñada para este proyecto, y podía enviar y recibir mensajes ocultos en los caracteres de suma de control que aseguraban la exactitud de todas las telecomunicaciones. Los dos ordenadores repetían secuencias arriba y abajo y filtraban los datos del ruido. La caja negra de Titus simplemente se apropiaba de varias de las repeticiones para enviar el mensaje de Titus, que el ordenador al otro lado desechaba como ruido pero la caja negra en la Tierra capturaba y decodificaba para Connie.

Ahora parecía que el sabotaje de Abbot había destruido el dispositivo. ¿Cómo podía decirle a Connie lo que había ocurrido? ¿Cómo podía conseguir que volviera a aprovisionarle de sangre? ¿Cómo lograría que enviara a alguien más para luchar contra Abbot?

Pasó algún tiempo censurándose por no haber previsto el rápido movimiento de Abbot. Después de todo, Abbot había pasado el viaje descansando y alimentándose con su nueva humana. No había llegado hambriento y exhausto, sino…

La mente de Titus dio un salto. Abbot había averiguado algo de Mirelle…, algo acerca del proyecto clandestino dentro del Proyecto Llamada. Eso había hecho necesario para él ganar algo de tiempo. Reconstruir el dispositivo que Titus había destruido era sólo una excusa. Nunca hubiera corrido aquel riesgo por eso. Pero entonces, ¿por qué lo había hecho?

Titus no tenía tiempo para desarrollar aquella pregunta. El resto del día transcurrió evaluando los daños y registrando toda la estación en busca de hardware de repuesto. Su sistema de ordenador era un complejo de unidades entrelazadas diseñadas para aceptar, almacenar y digerir el input de todos los observatorios de la Tierra y crear y actualizar constantemente detallados mapas multidimensionales del espacio.

Su pequeño laboratorio contenía más energía de ordenador que la que había existido en toda la Tierra una década antes. Estaba diseñado para convertirse en el centro de astrogación y mando de la flota de exploración interestelar de la Tierra…, o la flota de batalla.

Al cabo de cuatro horas, Titus se había dado cuenta de que estaban siguiendo a Abbot de almacén en almacén, rebuscando entre los restos que él había dejado. Hoscamente, Titus empezó a anticipar los movimientos de Abbot, y consiguió dos o tres botines que harían adelantar unos días las reparaciones. Listó los artículos que sospechaba que Abbot les había escamoteado borrándolos de los inventarios o cambiándolos de estantes. Más tarde se encargaría de localizarlos.

Cuando abandonó el laboratorio, Titus había hecho la lista de todo lo que tenía que ser pedido a la Estación Luna o a la Tierra. Había introducido un informe completo en su Bell 990. Y tenía una cita con Carol Colby.

Había pasado horas preparando su informe de tal modo que no pareciera, para los humanos, que culpaba a Abbot de lo que había ocurrido, pero que señalara a cualquier Residente que lo viera que él no podía manejar a Abbot.

Con Colby, utilizó toda su persuasión aumentada solamente por un toque de Influencia. Ella le asignó un nivel de prioridad que pasaría por encima del de Abbot. Cualquier equipo que su padre no hubiera usado o alterado, Titus podía simplemente cogerlo. Y, para hacer esto, estaba dispuesto a entrar en todos los almacenes y registrar todos los estantes en persona.

Mientras abandonaba la oficina de la directora, Titus estaba convencido de que aquella Colby, como ella misma alardeaba, no se derrumbaría. Había establecido un límite de dos semanas para recomponer el sistema de Titus, e hizo una llamada directa a la Tierra para sus repuestos. Titus no podía ni empezar a estimar el coste monetario de ahorrar dos semanas de tiempo, pero un equipo ocioso también devoraba dinero como loco, así que el coste de la llamada estaba sin lugar a dudas justificado.

Titus se dirigió hacia los ascensores más cercanos y supo que tenía que ir a la nave alienígena, investigar el domo médico y averiguar lo que Abbot había descubierto de Mirelle. Pero estaba cansado, su coordinación era tan mala que su recién aprendida técnica de andar le fallaba cada pocos pasos.

No había dormido desde la noche antes de su partida. Sin embargo, si no se movía rápidamente, Abbot se le adelantaría de nuevo. Por otra parte, como cualquier humano, podía cometer tremendos errores a causa de la fatiga. Odiaba admitirlo, pero Abbot tenía razón. La sangre en polvo no restauraba tanto como la sangre recién clonada, y no podía competir con un humano. Mientras estudiaba las puertas de los ascensores, un par de ellas se abrieron e Inea salió de la cabina.

Se detuvo en seco y miró su rostro, sopesando, evaluando, y finalmente admitiéndolo de nuevo.

—Darrell.

—Titus —corrigió él suavemente. Sus ojos se recrearon en ella. Todo el amor estaba todavía allí, pero con algo más fuerte añadido. Nunca había sentido aquello por un humano antes.

El largo silencio fue roto finalmente por la llegada de otro ascensor, lleno de oficinistas del siguiente turno. Titus no tenía ni idea de la hora del día que se suponía que era. Ni siquiera sabía en qué turno se suponía que debía trabajar él.

—Titus, entonces —concedió ella—. Tenemos que hablar.

Él parpadeó fuertemente.

—No estoy preparado para ello.

—Yo tampoco. Llevo en pie veinticuatro horas, y aunque no me duelen los pies estoy agotada. Pero no podré dormir hasta que obtenga una explicación. Al menos me debes eso…, ¿no crees?

El sintió deseos de abrazarla fuertemente y no dejarla ir nunca.

—Te lo debo todo. ¿Dónde podemos hablar?

—Mi habitación no está lejos.

—Invítame a entrar —advirtió él—, y nunca conseguirás hacerme salir de nuevo. —Es así con los de mi sangre.

—¿Es eso una amenaza, Da… Titus?

—En cierto modo. Puedes cambiar de opinión respecto a mí. —El terror de aquello lo ahogó. Luego se dijo a sí mismo que no era el primero de su sangre en enfrentarse a aquel tipo de prueba. Había reglas para manejar aquel tipo de conversaciones.

Ella escrutó de nuevo su rostro, mordiéndose el labio inferior. Con voz muy suave, dijo:

—Simplemente dime una cosa. ¿Mataste a ese muchacho que enterraron en tu lugar?

Su corazón golpeó fuertemente en su pecho, y escrutó el corredor en busca de micrófonos y cámaras. De hecho, ni siquiera estaba seguro de que sus aposentos personales estuvieran exentos de vigilancia. Brink era conocido por su meticulosidad, y las leyes allí eran ambiguas, por decirlo de una forma suave. Pero, si la situación era tan mala, ya estaba perdido.

—Inea, te lo juro, no lo hice.

—Entonces no cambiaré de opinión. Ven.

Abrió camino hacia otra batería de ascensores, luego descendieron a un complejo de residencias. Las puertas aquí estaban más juntas que en el pasillo de Titus, y cuando ella abrió la puerta se dio cuenta de lo lujoso que era el aposento de él.

Aquí, el suelo estaba desnudo excepto un par de alfombras, y la ventana que daba al pasillo sólo estaba cubierta por una persiana. No había cocinilla. El pequeño escritorio ocupaba la mayor parte de la habitación, incluso con la cama doblada y metida. Un confortable sillón miraba hacia una pequeña pantalla de videocom. Un cartucho etiquetado Guggenheim Tour asomaba por la ranura de reproducción. Pero había algunos toques intensamente personales. Sobre un estante había una disposición de rocas lunares en torno a un pequeño bonsai artificial. Al lado de la cama, un macramé hecho de envoltorios desechados era usado para contener el control remoto del videocom, un cepillo para el pelo de mango rojo y una hilera de fotos enmarcadas.

Observando su expresión, ella explicó:

—No paso mucho tiempo aquí. El ejercicio exigido en el gimnasio se come muchas horas, y como en el refectorio de la esquina. Al final del pasillo hay un solario con sillas para leer realmente cómodas. El resto del tiempo trabajo.

—En realidad, tienes una habitación encantadora. ¿Me invitas a pasar? —El potencial psíquico que llenaba los límites de la habitación era a la vez incitador y una barrera absoluta para Titus. Ella inclinó la cabeza hacia un lado—. ¿Qué es lo que te ocurre?

Abbot no se lo hubiera pensado dos veces en Influenciar en ella la invitación.

—Invítame a pasar y te lo explicaré. Exasperada, ella estalló:

—¿Quieres entrar de una maldita vez, antes de que yo…?

Titus cruzó suavemente el umbral, palmeó la cerradura.

—Gracias —dijo, sinceramente. La atmósfera envió oleadas de placer a su través.

Con las manos en las caderas, ella le miró y agitó la cabeza, sorprendida.

—Muy bien, ya estás dentro. Ahora explícate.

El echó a un lado el placer de simplemente estar allí y se dejó caer en la silla del escritorio.

—Déjame pensar en cómo decir esto. —Pero lo primero que requería la guía de situaciones era someterla a ella a Influencia a fin de que nunca repitiera nada de aquello. ¡No puedo!

—Si no mataste a nadie, ¿qué es lo que tienes miedo de decirme?

—Inea, por favor, créeme; tienes que creerme. No mataría a un ser humano. Nunca. ¿Puedes aceptar eso?

—¿Por qué no debería creerlo? —Se perchó en el borde del sillón—. Quienquiera que estuviese en tu ataúd…

—Inea —interrumpió él—, yo estaba en mi ataúd. Me estrellé con el coche. Estaba sentado a tu lado. Y morí.

Claramente, ella pensaba que estaba loco.

—Mira, no recuerdo nada de aquella noche hasta que desperté en el hospital y me dijeron que tenía una concusión pero que podría ir a casa para tu funeral. Pero ahora estás vivo. ¡Y no eres Jesucristo! Evidentemente, no eras tú quien estaba en el coche con…

—Yo estaba en el coche. Morí. Soy un vampiro.

Ahora había simpatía bajo el desánimo de ella, el tipo de simpatía reservada para los irremediablemente alucinados.

—¿Quieres que te lo demuestre? ¿O prefieres alimentar tus dudas hasta que las pruebas se acumulen y ya no puedas seguir negándolo?

—¿Cómo demonios puedes probar que eres un vampiro? ¿Convirtiéndote en un murciélago y aleteando por toda la habitación?

Él se echó a reír. No había esperado un desafío así, pero hubiera debido. Hacía tanto tiempo que pensaba en sí mismo como en un vampiro que había olvidado los mitos que rodeaban a los suyos.

—¿Qué es eso tan divertido?

—¡Las leyes de la conservación! ¡La biología básica! El cambio de forma es imposible. Y yo peso casi noventa kilos. ¿Has visto alguna vez un murciélago tan grande? Inea, amor, tonta, ¡no puedo volar!

—¿Amor, tonta?

Era su más antigua expresión de cariño. Pero ella era una científica ahora.

—Inea, no pretendía… Lo siento…

—No…, fue una cosa estúpida de decir. ¿Crees realmente que eres un vampiro? Hay una enfermedad…

—Pero las víctimas de esa enfermedad no se levantan de entre los muertos. Y eso es lo que me ocurrió a mí.

—¿Así que merodeas por la noche y chupas la sangre de jóvenes doncellas?

Furioso, él la corrigió:

—No tiene que ser tan joven, y la doncellez no es un requisito.

Ella cambió de táctica.

—Escucha, si lo que quieres es un poco de sexo raro, entonces será mejor que te busques…

—¡Oh, cállate! —restalló él.

Ella retrocedió, impresionada.

Contrito, él ofreció:

—Lo siento. No hubiera debido… Quiero decir, supongo que simplemente me noto sensible debido a… como vivo… —Tristemente, terminó—: Quizá todavía no he llegado a hacer las paces con todo ello. Dicen que se necesita más de un siglo.

—¡Un siglo! ¡Dios mío! Realmente crees en ello. Pero tu aspecto es normal…, un poco pálido, un poco delgado quizá, pero normal.

—Soy normal. Para mí.

—¿Y esperas que yo crea que eres un vampiro? Puedo verte reflejado en la pantalla del videocom.

—Por supuesto que me reflejo. Soy de carne y hueso. —Hubiera sido más fácil simplemente Influenciarla a creer. Pero no podía. Tenía que convencerla completa y honestamente, y conseguir su promesa de silencio por su propia voluntad.

—¿Las leyendas están equivocadas, pero tú eres un vampiro? Darrell, ¿qué tipo de juego es éste? ¿Estás metido en el espionaje?

—Mi nombre es Titus Shiddehara. Tuve que cambiarlo porque Darrell Raaj murió…, legalmente, al menos. Así que por favor llámame Titus. Sería peligroso para mí si no lo hicieras.

—Pero ¿realmente eres el famoso astrofísico? ¿No lo estás sustituyendo?

—Sí, soy realmente Titus Shiddehara. Después de que… despertara… y estuviera en pie de nuevo, fui a la universidad tal como había planeado. Sólo que mi nombre y… mi estilo de vida… han cambiado.

—La única prueba que tengo es tu afirmación. Se supone que los vampiros retroceden a la vista de un crucifijo. Quizá pueda hallar algún católico y…

—No voy a retroceder ante ningún crucifijo ni objeto religioso. No soy malvado. Te lo repito, no mato humanos, vírgenes ni otros seres. Y no fui creado por el diablo.

—Entonces, ¿por qué te llamas a ti mismo un vampiro?

—Porque mi cuerpo puede regenerarse después de recibir heridas que matarían a un hombre. Porque no puedo vivir de comida, sino que debo conseguir sangre. Y… tengo otros poderes.

—¿Poderes? ¿Qué poderes?

Consideró atentamente aquello. Si podía llegar a haber de nuevo algo real entre ellos, tenia que ser honesto ahora.

—Puedo hacerte pensar que puedo convertirme en un murciélago, o en humo, o en cualquier cosa. Puedo controlar animales, incluso lobos. —Buscó los ojos de ella, espiando el rechazo—. Puedo controlarte.

—¡Ahora estamos llegando a alguna parte! —Ella saltó en pie y abrió la puerta del cuarto de baño para revelar un espejo de cuerpo entero—. ¿Recuerdas cómo nunca podía ser hipnotizada? Tuve problemas con mi certificado de Seguridad a causa de ello. Adelante, hazme creer que te has convertido en un murciélago que no se refleja en este espejo, y te creeré.

Esto no es lo mismo que usar la Influencia para hacer que me crea. Sin embargo, seguía creyendo que no estaba bien.

—Estoy esperando.

Tenía que creer, o su promesa de silencio sería sólo un chiste para ella, no un voto solemne. O, peor aún, consideraría su deber para con él denunciarlo.

—De acuerdo.

Ejerció Influencia, sondeando su resistencia. Era fuerte, pero no excesivamente. En medio de una nube de humo, se convirtió para ella en un murciélago de mediano tamaño que aleteó en torno a su cabeza, chillando, pero no se reflejó en el espejo.

Ella agitó los brazos y se agachó, luego miró al espejo. Sorprendida, contempló con la boca abierta la vacía silla dél escritorio.

Metiéndose en el drama del personaje, Titus se situó en el centro de la habitación, apeló al recuerdo de un viejo filme sobre Drácula, luego hizo que el murciélago revoloteara encima de su nueva localización, se fundiera en humo, y se materializara en una figura con traje de etiqueta envuelta en una capa. Haciendo girar de forma magnífica la capa para mostrar su ribeteado en rojo, le dirigió una cortés reverencia.

Cuando se irguió, ella se había desvanecido y casi flotaba boca abajo en la débil gravedad.

Abandonó la ilusión y se arrodilló a su lado, sujetando su cabeza en su regazo. Enderezó su cuerpo, deseoso de apretar sus manos y palmear sus mejillas para despertarla, pero sabiendo que lo único que deseaba era aliviar su propia ansiedad. Se saldría de aquello cuando su presión sanguínea se normalizara. Cuanto más tiempo tomara, cuanto más tiempo tuviera su mente para ajustarse, mejor sería para ella. Así que la abrazó con una terrible ternura, rindiéndose a los curiosos estremecimientos de placer.

No se dio cuenta cuando los ojos de ella aletearon y se abrieron, pero luego ella suspiró profundamente y murmuró:

—Darrell…

Sus recuerdos volvieron y se apartó de él, intentando liberarse de su abrazo.

—¡Inea, no fue más que una ilusión! ¡Piensa! ¿Cómo puedo haberme convertido en un murciélago? ¡Es ridículo! No puede hacerse.

—Yo vi lo que vi. —La Influencia traía siempre consigo una aguda convicción de que los sentidos mostraban la absoluta verdad. Muchos humanos, cuando finalmente eran convencidos de lo contrario, se volvían completamente locos.

—Sí, lo viste. No estoy seguro de cómo funciona este poder, pero sé que, para ti, sucedió realmente. —Titus se apartó de las contradicciones inherentes entre su conocimiento físico de cómo funcionaban las cosas y los hechos pragmáticos de lo que podía hacer a los sistemas nerviosos de la gente.

—Hazlo de nuevo —desafió ella, con el rostro endurecido.

Sorprendido, él respondió:

—No. Tú no eres un juguete, ni siquiera un animal de laboratorio, para que yo pueda jugar con tus percepciones y mi propio capricho o conveniencia. Nunca usaré de nuevo este poder contigo. Quiero que sepas más allá de toda duda que todo lo que veas, conozcas o sientas es real.

Estaba mintiendo por omisión. Ningún humano en la Estación Proyecto podía confiar en ningún sentido físico mientras Abbot estuviera por allí. Y Abbot declararía a Titus Contra la Ley si descubría alguna vez lo que Titus había hecho allí o lo que pensaba hacer. Titus tendría que mantener a Abbot ignorante de Inea. No podía permitir que Inea le fuera robada y marcada como Mirelle y luego usada como rehén. Eso era lo que haría Abbot si alguna vez se daba cuenta de lo que Inea significaba para Titus.

Finalmente, ella anunció:

—Tienes que estar usando algún poder para hacerme creer en esa promesa.

—El poder del amor. El poder de la honestidad. Nada que ningún ser humano no pueda usar.

Ella le estudió de nuevo.

—Humano. Pero tú no lo eres, ¿verdad?

—Nunca lo fui. Aunque mi madre era humana, mi padre…, no el esposo de mi madre, sino el hombre que me engendró…, no lo era. Y yo tampoco lo soy. No lo supe hasta que desperté. Fue un shock terrible.

—Puedo imaginarlo. —Ella se sentó, dobló sus piernas en la posición del loto y se sujetó la cabeza—. ¿Por qué te creo?

—Me alegra que lo hagas.

—¿Porque necesitas a alguien que te crea?

—No, porque necesito convencerte a fin de que nunca menciones esto a nadie…, ni aquí, ni en la Tierra. En ninguna parte, nunca. Del mismo modo que te ofrezco mi promesa, necesito la tuya.

Los ojos de ella se abrieron mucho.

—¿O lanzarás un maleficio contra mí para que no pueda decirlo?

Con su razón casi anulada por el shock, todavía era capaz de aquella perspicacia. El corazón de Titus amenazó con rebosar de amor.

—Eso es lo que se supone que debo hacer —dijo con voz estrangulada—. Puedes imaginar por qué. Si los… humanos… nos descubrieran…

—¿Cuántos sois?

Él se encogió de hombros.

—Un par de miles, no más.

—¿A cuántos humanos matáis cada año?

—No lo sé. No a muchos. Desde aproximadamente 1850, el matar humanos se ha convertido en un crimen. Conduce a pogroms contra nosotros. Así que la ley es mantenida con rigor.

Aquello también era una verdad a medias. Las muertes de los proveedores humanos eran investigadas por el Comité de Muertes, compuesto tanto por Turistas como por Residentes, pero normalmente los Turistas afirmaban que sus proveedores habían muerto de forma natural mientras se alimentaban de ellos. Aunque hubiera existido un cierto abuso sobre los proveedores, normalmente los Turistas se salían con bien del asunto puesto que no dejaban pruebas que pudieran suscitar la atención de los humanos. Los proveedores Marcados eran posesiones.

—Inea, ahora vivimos principalmente de sangre manufacturada. Nuestro número no se incrementa. No somos una carga para la humanidad, y no somos una amenaza. Tu silencio no perjudicará a la humanidad.

—¿Por qué siempre te creo? No soy una persona crédula.

—No, pero siempre has sabido reconocer la verdad cuando la has oído. Mira, júrame tu silencio hasta que descubras que lo que te he dicho es llanamente falso. —¿Qué haré cuando descubra lo que no le he dicho?

—¿Aceptarás mi sola palabra?

—Si tú aceptas la mía. ¿Te he traicionado alguna vez?

—Estabas vivo. Pero no volviste para casarte conmigo. Me dejaste creer que estabas muerto. Me dejaste seguir adelante como si hubieras muerto realmente. ¡Pero estabas vivo! ¿Cómo pudiste…?

—¡No me lo hubieran permitido! Va contra nuestras leyes. He dado mi palabra de cumplir con esas leyes. Tenía que hacerlo. Necesito la ayuda de otros de mí… sangre.

Ella se apaciguó.

—Tiene que haber sido terrible para ti.

—Hubo algunos momentos realmente malos. —Se puso en pie—. No has hecho tu promesa.

—¿Qué harás si no la hago?

—Saldré de aquí y nunca más volveré a hablarte de ninguna forma personal. No seré nada más que Titus Shiddehara para ti. Y probablemente tendré que hacer todo lo posible para que seas excluida del Proyecto, simplemente porque no podré soportar estar tan cerca de ti y ser incapaz de tocarte. Te quiero.

—¿Y usarás tu poder para hacerme olvidar quién eres realmente?

Lentamente, deliberadamente, negó con la cabeza.

—No podría. Jamás sería capaz de hacer eso.

Sabía que era cierto, y también sabía las apuestas que estaba colocando sobre la mesa. Toda la comunidad luren de la Tierra podía verse barrida en unos pocos años a causa de sus escrúpulos.

—¿Qué me impedirá llamar la atención de las autoridades sobre ti? ¿Suponiendo, por supuesto, que pueda encontrar pruebas?

—Oh, supongo que podrás encontrar pruebas. Eres malditamente lista. Pero ¿qué sentido tiene desencadenar un sangriento frenesí de miedo y de terror, una caza de brujas que puede quemar a miles de seres humanos junto con nosotros, cuando no somos una auténtica amenaza, y en cambio existe un auténtico problema que exige nuestra atención, el problema de ahí fuera?

—¿Qué sabes de los alienígenas?

—No tanto como desearía saber. ¿Qué sabes tú de ellos?

—Estás eludiendo mi pregunta.

—Yo he hecho mi juramento; estoy aguardando tu promesa.

—Si te sientes tan seguro de que mi propio sentido común me hará guardar silencio, ¿por qué insistes en que te dé una promesa?

—Para salvar mí conciencia. Te lo dije, no se supone que deba permitirte ir por ahí sabiendo lo que sabes y sin, hum, amordazarte con un conjuro. —Evitó utilizar términos luren porque cualquier referencia accidental podía traicionarla a Abbot—. Además, sabiendo lo difícil que es obtener de ti promesas que contengan tu lengua, creo que puedo confiar en tu palabra más que en mi conjuro. —Sólo había conseguido arrancarle otra promesa: la de matrimonio. Y luego él había muerto dos días antes de la ceremonia. Ella sonrió nostálgicamente.

—No he olvidado todas las veces que me hiciste proposiciones.

—No he olvidado la única vez que aceptaste.

—¿Vas a pedirme que la respete?

Su expresión era tan neutral que, si él no hubiera estado escuchando con todos sus demás sentidos, no hubiera sabido que ella estaba temblando con esperanza además de con temor.

—Inea, creo que tenemos que renegociar el contrato. Después de todo, incluso los votos del matrimonio son sólo hasta que la muerte nos separe…, y eso ya ocurrió. Seguramente esto rompe también la promesa. Pero podemos volver a empezarlo todo de nuevo.

—¿Y esta promesa de guardar silencio es sólo hasta que descubra que has mentido y tu gente es de hecho una amenaza?

—Eso es lo que te estoy pidiendo.

Severamente, ella respondió:

—Eso es todo lo que obtendrás. Pero eso, al menos, ya lo tienes. ¿De acuerdo?

—De acuerdo.

—Ahora, ¿qué hay de le pregunta que eludiste? ¿Los alienígenas?

—Voy a seguir eludiéndola.

—¿Por qué?

—Básicamente, para protegerte.

—¿De?

—Ya te lo dije. He roto nuestras leyes por ti. Estás caminando por ahí con una cabeza llena de conocimientos que no deberías tener, y ningún conjuro de silencio para impedir que hables. Un desliz, y ambos nos veremos en terribles problemas.

—¿Cuántos problemas?

—Vida o muerte para mí. Ser silenciada para ti.

—¿No me matarían? ¿Por el hecho de saber?

—¿Por saber? No. —No legalmente, al menos. Pero simplemente deja que Abbot la Marque, y… No pudo terminar el pensamiento.

—¿Pero te matarían a ti?

—Es posible. Es un crimen absolutamente terrible…, que nos pone en peligro a todos. No comprenderían… lo de tú y yo. —La ayudó a ponerse en pie y resistió el abrazo natural, manteniéndola al extremo de sus brazos extendidos. Deseaba llevársela a la cama más que ninguna otra cosa que hubiera deseado en su vida. Pero no iba a estropearlo con su apresuramiento.

Racionalmente, sabía que lo más que podrían tener juntos sería unas pocas y cortas décadas. Ella moriría de vejez, mientras que él seguiría pareciendo joven y tendría que cambiar de identidad cada pocos años. Pero, en estos momentos, esas décadas valían como toda su vida, y más. Era algo que tenía que conseguir, no importaba el precio. Y si eso significaba irse a la cama a solas esta noche, entonces así sería.

Ella se apartó y se volvió hacia la puerta.

—Será mejor que te vayas. Pasaré la noche sola. Lo he hecho otras veces antes.

El se recobró.

—Pero, esta vez, yo estaré aquí por la mañana. Y mañana por la noche también, si así lo quieres.

—Ya veremos. Tengo que pensar. —Abrió la puerta para él—. Te veré por la mañana, doctor Shiddehara.

—Titus —corrigió él.

—Titus.

Se quedó solo en el concurrido y bien iluminado corredor. Pero, allá donde su mente había sido un profundo y negro silencio de cansancio y desesperación, ahora estaba llena de planes. Allá donde la estación había parecido fría, distante, extraña e irreal, ahora era un hogar. No había nada que no pudiera hacer. No fue la exaltación lo que le llevó como flotando todo el camino hasta los ascensores. Era la fuerza.

Se sentía tan recobrado como si hubiera dormido todo el día. La renovación inundaba su cuerpo. Los últimos restos de la irritación solar habían desaparecido de su piel. El vago dolor de cabeza que lo había atormentado había desaparecido. Se sentía maravillosamente.

Envió el ascensor hacia arriba, hacia la superficie, y se preparó para visitar la astronave alienígena. Sin duda Abbot había estado allí ya antes que él, pero ahora podría atraparle, y le ganaría.