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Mientras la azafata se marchaba, Titus respondió:

—Me siento halagado, doctor Nandoha. —Reprimió un estremecimiento de frío temor y se esforzó por sonar implacable—. Y también tengo intención de observar su trabajo… tan de cerca como me sea posible. —¿Qué otra cosa podía hacer? Abbot no sólo era mucho más viejo y fuerte que Titus, sino que también era su padre. Titus estaba completamente en su poder. No había ninguna posibilidad de que pudiera luchar contra Abbot, y Connie lo sabía.

Repentinamente imaginó la sorda batalla que ella debía haber librado en Quito, intentando retrasar a Abbot, conseguir que fuera reemplazado. ¡No es extraño que les dejara manipular mi bolsa, y casi permitir que me atraparan! Ella sólo disponía de ocho operativos infiltrados en el Proyecto, y todos ellos estaban en la Tierra. Titus era el único que iba a ir a la Luna.

Para romper la tensión, Gold dijo:

—¡Bien! Parece que se conocen ustedes. Titus, ¿por qué no nos presenta?

Titus hizo un gesto hacia su derecha.

—Abbot: el caballero junto a la puerta, quiero decir la escotilla, es el doctor Abner Gold, metalúrgico. La dama a su lado es la doctora Mirelle de Lisie, Ciencias Cognitivas. Y… —El hombre que estaba frente a Titus al otro lado de la ventanilla no había dicho ni una palabra desde su entrada. Estaba totalmente absorto en un boletín de noticias impreso en caracteres cirílicos—. No entendí su nombre, doctor.

El hombre tendría unos cincuenta y tantos años, nariz de halcón, musculosos antebrazos y uñas dolorosamente cortas.

—¿Señor? —animó Titus. Finalmente el hombre alzó la vista como si regresara de una larga distancia. Levantó ambas tupidas cejas blancas y miró inocentemente a Titus, que repitió—: No entendí su nombre.

—Mihelich. André Mihelich.

Titus repitió sus nombres y especialidades, pero Mihelich no ofreció nada más hasta que Titus preguntó:

—¿En qué departamento trabaja usted?

—En Biomed. —Con eso, regresó a su boletín. Puesto que no había respondido al «doctor», Titus dedujo que Mihelich era uno de los tees o auxiliares del enorme departamento médico que se encargaban a la vez de la investigación y la atención sanitaria. Por las pocas palabras que había pronunciado, y pese a su nombre, parecía norteamericano.

Titus dijo, en el resonante silencio:

—Doctores, éste es el doctor Abbot Nandoha, ingeniero eléctrico, diseñador de circuitos y arquitecto informático. ¿Dónde trabajará, Abbot?

Desde su asiento frente a Mirelle y Titus, Abbot respondió:

—En la planta generadora…, proporcionando energía a sus ordenadores, Titus, y los soportes vitales a la Estación.

Podría ir a cualquier lado sin que nadie pudiera formularle ninguna pregunta. Titus agitó la cabeza, desesperado. Las cosas no podían estar peor.

—¡Bien! —dijo Abner Gold—, ¿Alguien se apunta al bridge?

—En realidad —dijo Mirelle—, mi juego es más bien el póquer. ¿Quizá, si jugáramos al póquer, el doctor Mihelich se uniría a nosotros…?

Justo entonces los altavoces empezaron a anunciar el despegue. Simultáneamente, su pequeña mesa se hundió en el suelo, y sus asientos giraron y se pusieron planos mientras el capitán se preparaba para el empuje inicial. Pronto, el débil murmullo que resonaba por entre los mamparos se convirtió en una fuerte vibración que bloqueó cualquier otro sonido.

Entonces Titus sintió que su espalda era obligada a adoptar una postura correcta por las fuerzas g que se iban acumulando. Se relajó en ella. Aunque el nivel de decibelios alcanzó límites superiores de la tolerancia, el sonido tuvo la tranquilizadora coherencia de la maquinaria delicadamente sintonizada. No era amenazador. Inspiraba confianza. Incluso maravilla.

Por primera vez, Titus fue capaz de abrirse a la experiencia de abandonar la Tierra. Sus antepasados habían llegado allí en un vehículo mucho más sofisticado. Pero él y los suyos habían trabajado desde hacía mucho con los humanos para crear este tosco vehículo. Y ahora, al fin, regresaban al espacio.

La emoción era tan abrumadora como el sonido. Se dio cuenta de que su padre le estaba observando, con los rasgos distorsionados por la aceleración. Había una feroz alegría en el rostro de Abbot que expresaba exactamente lo mismo que sentía Titus. Hizo todo lo posible por devolvérsela, y por un momento el sentido extra que guiaba el uso de la Influencia llameó entre ellos, un ardiente abrazó.

Mientras compartían su triunfo privado, Titus supo que Abbot le quería exactamente igual como si fuera el padre humano de Titus el hombre que lo había educado y amado. De su padre genético Titus sabía únicamente que había sido un vampiro, y que probablemente estaba muerto. Abbot había despertado a Titus, lo había alimentado, y ahora deseaba que compartiera con él este paso en la liberación de La Sangre de su solitario exilio.

El dulce calor de aquel abrazo cayó sobre Titus, alimentando su hambrienta alma. Eran tan pocos, dispersos por toda la Tierra; no podían permitirse dejar que las facciones los dividieran. Comprendían sus necesidades mutuas, comprendían sus estados de ánimo, y podían confiar los unos en los otros no importaba cuál fuera la imposición. Eran una familia. El calor de pertenecer era algo que Titus había sentido muy raramente desde que su familia humana lo había enterrado…, confundiéndolo con un ser humano muerto.

Hasta este momento, mientras se ahogaba en el rugir universal, impotente bajo la presa de unas fuerzas superiores a él, Titus no se había dado cuenta de lo profundamente desposeída que había sido su vida. Había un hueco dolor allá donde hubiera debido haber padres, hermana, hermano, esposa e hijos propios.

Titus giró la cabeza con un jadeo, rompiendo el contacto con los ojos de Abbot. Esposa. Era como un ardiente cuchillo clavado en su corazón. Inea. Dos días más, y nos hubiéramos casado.

Apretó fuertemente los labios. Había jurado no volver a pronunciar nunca más su nombre. Aquello había terminado… definitivamente, ella era humana. Y ella había visto su cuerpo colgando en el coche volcado, sujeto por el cinturón de seguridad…, con el abdomen desgarrado por el retorcido metal.

Pero el vacío dolía y dolía, y Abbot sabía cómo usarlo. No, esto no es justo. No era culpa de Abbot el que Titus se hubiera estrellado con el coche, o el que Titus hubiera hecho el cambio demasiado joven. Ninguno de los problemas de Titus era obra de Abbot. Tragó su soledad, arrojó a un lado el dolor y miró a Abbot. Apeló a una sonrisa que encajara con la de Abbot, se negó a ser arrastrado hacia atrás a su torbellino de emociones. Sin embargo, con el más negligente de los esfuerzos, Abbot podía barrerle de vuelta a las profundidades, manipularle para obligarle a hacer o decir cualquier cosa.

Sólo que, esta vez, no lo hizo. Dejó que los ecos del contacto se desvanecieran, ofreciendo una piedad que daba la sensación de auténtico amor. Era genuino amor, pero pese a todo Abbot lo mataría, real y permanentemente, si era necesario, a fin de enviar aquel SOS. Su lealtad a La Sangre —la especie luren, tanto en la Tierra como fuera en la galaxia se hallaba por encima de todas las consideraciones personales, y Abbot no esperaba menos de Titus.

Cuando el ruido y la vibración descendieron finalmente y dejaron paso a un sobrecogedor silencio, Titus decidió que tenía que luchar. Connie y todos los demás —sin dejar de lado la confiada humanidad— dependían de él. Tenía que conseguir tiempo para que Connie pudiera actuar.

Finalmente, las literas volvieron a doblarse y convertirse en sillones, y una voz les dio instrucciones de que se mantuvieran atados con sus cinturones de seguridad durante la caída libre. Las azafatas escoltarían a cualquiera que necesitara utilizar los servicios. El atenerse a esta regla de seguridad era una de las condiciones de empleo en el Proyecto.

Mirelle rebuscó en el brazo de su sillón.

—¡Ah! ¡Una hermosa baraja de póquer! Póquer, no bridge, ¿eh? —La parte de atrás de las cartas mostraba una gloriosa vista de la Estación Goddard, con la Tierra brillando en una esquina y las estrellas como fondo.

El misterioso Andre Mihelich reanudó su lectura, ignorando a Mirelle.

—¿Póquer? ¿Habla usted en serio? —le dijo Titus a la mujer.

—Por supuesto, Titus. Pero no se preocupe…, no jugaremos con dinero. Nos jugaremos nuestras calculadoras.

—¿Qué? —Gold se echó a reír—. ¿Qué puede hacer una antropóloga con una TI-Alter programada para el análisis de metales?

Ella se echó a reír.

—¡Ahí está la cuestión! ¿Entiende?, el ganador redistribuye las calculadoras, decidiendo quién recibe cuál. Para conseguir que le devuelvan la suya, ha de saber hacer funcionar la que reciba.

—Pero yo no sé nada sobre metales, más allá de la teoría básica —protestó Titus—. Y menos aún sobre antropología o cognición de ninguna clase.

Ella alzó la vista hacia él, lo bastante cerca como para poder captar las lentes de contacto que él llevaba, ahora que se había quitado las gafas de sol.

—Titus, ¿cuánto espera que yo sepa sobre astrofísica?

Titus miró a Abbot, pero no detectó ninguna Influencia.

—Llevo una Bell 990. Dudo que sepa usted siquiera como conectarla. —Evidentemente, no hubiera tenido ningún problema con su vieja Sharp. Sacó su chaqueta de debajo del asiento y extrajo la 990. No era más grande que su palma, estaba programada para todos sus cálculos de rutina, y tenía sus tablas estándar de referencia en la ROM junto con un mega de notas sobre el proyecto. En la Luna, le tomaría semanas poner a punto una nueva 990 o reprogramarla a partir de los archivos en la Tierra.

Abbot alzó una ceja con sardónico regocijo.

¡Pensaron que se habían llevado la calculadora con mi bolsa! ¡Un punto a mi favor!

Titus pasó la 990 a Mirelle y la observó dar vueltas a la lisa caja.

—¡Ni siquiera sé cómo abrirla! —La mujer extrajo de su bolsa un instrumento de aspecto grueso y macizo, que tendió a Titus—. ¿Puede usted hacer algo con esto?

Titus no reconoció el fabricante. Halló el botón de activación, pero cada comando que probó produjo un mensaje de error en un lenguaje diferente.

Gold rió quedamente y tendió una mano hacia Titus.

—Déjeme probar a mí.

No tuvo más suerte y se la tendió a Abbot, que dijo:

—Hecha especialmente para usted, ¿verdad? ¿Cuántos idiomas habla? —Abbot, estaba seguro Titus, podía usar cualquier cosa que hubiera sido fabricada, hasta el ábaco original, y se sentía orgulloso de ello.

—Fue un regalo… de un admirador. Yo diseñé los comandos. Es única.

Gold acarició con los dedos su Alter de plateada caja e iluminó la pantalla.

—Entonces, ¿cómo se supone que debemos imaginar la forma de utilizarla antes de que lleguemos a la Luna?

Abbot depositó el instrumento de la mujer sobre la mesa e hizo girar ésta hasta que ella pudo recogerlo. Lo tomó y dijo:

—Esperen. —Pulsó una secuencia en el teclado, y la pantalla se iluminó con una imagen de la piedra de Rosetta—. Lo haré de nuevo. ¿Ven? Ahora cada uno de ustedes mostrará una función fácil. —Cuando todos lo hubieron hecho, añadió—: Todo lo que tenemos que hacer es recordar las tres funciones hasta el final del juego, y luego, nos toque la calculadora que nos toque, podremos cambiarla por la nuestra haciéndola hablar.

—Supongamos que consigo la suya pero no puedo conseguir que muestre la piedra de Rosetta —dijo Gold a Mirelle.

—Entonces, Abner, quienquiera que tenga la suya puede pedirle un favor. Que, digamos, no puede costar más que la calculadora en sí. Tan pronto como haya sido hecho el favor, la calculadora será devuelta. Puesto que todos vamos a tener que ponernos a trabajar apenas lleguemos, el favor, por supuesto, ha de ser uno que pueda hacerse de inmediato.

Gold miró a Mirelle.

—¿Incluso un favor muy personal?

—Por supuesto. Se trata de un póquer. Es algo muy personal.

Abbot llamó a una azafata y empezó a soltarse su cinturón.

—Si me disculpan un momento…

—¡No haga eso! —advirtió Gold—. Si le descubren suelto lo enviarán inmediatamente de vuelta a la Tierra.

Abbot dejó de desatarse.

—Oh, gracias. Lo había olvidado.

¡Se siente dominado por el pánico!

Abbot llamó de nuevo.

—¿No se siente bien? —preguntó Mirelle—. Tengo algunas píldoras.

—Oh, no…, me encuentro perfectamente.

La mujer accionó el barajador de caída libre.

—¿Empezamos?

Evidentemente, Abbot no deseaba jugar a aquel juego, pero no conseguía hallar ninguna forma airosa de salirse de él ni de utilizar la Influencia para desviarles. El propio Abbot había enseñado a Titus la regla fundamental: La Influencia es un último recurso. Si se utiliza demasiado, la gente se dará cuenta del extraño comportamiento.

Ignorante de todo aquello, Mirelle prosiguió:

—Aseguraremos nuestras calculadoras en el centro de la mesa. Hay una pequeña red por aquí, en alguna parte…

Mientras ella y Gold buscaban el compartimiento en el borde de la mesa, encontraban la red y la preparaban para recoger los instrumentos, Abbot no dejó de agitarse. Titus nunca había visto a su padre tan nervioso antes.

Cuando Gold pasó la red, Abbot hizo todo un espectáculo de buscar y encontrar la Varían. De pronto, Titus se dio cuenta. ¡Hay una pieza del transmisor del SOS ahí dentro!

La mirada de Abbot se cruzó con la de Titus, y sus ojos se entrecerraron. Titus dijo:

—Parece que esto será interesante. Nunca le he ganado al póquer, Abbot, y nunca le había visto tan preocupado por una calculadora de bolsillo. Pero siempre hay una primera vez para todo.

Abbot se relajó y, con una fría sonrisa, pasó la red de vuelta a Mirelle. Sujetándola tan cerca del centro de la mesa como pudo alcanzar, Mirelle anunció:

—Les advierto, caballeros, que tengo intención de ganar. Y espero que cada uno de ustedes haga lo mismo.

—Por mi parte puede estar segura —respondió Abbot. Y, dirigiéndose a Titus, añadió—: Y lo haré.

¡Lo conseguí! ¡Va a jugar!

Mientras Mirelle repartía las cartas en cuatro montones y hacía girar la mesa para distribuirlas, Titus pensó intensamente. Connie había dicho que el transmisor de los Turistas había sido embarcado a la Estación Proyecto en siete componentes, que luego serían ensamblados para adquirir el aspecto de una parte legítima del vehículo sonda. Una vez en su lugar, funcionaría como lo que parecía, pero también contendría el poderoso transmisor que utilizaría la antena de la sonda para enviar una señal oculta debajo del mensaje humano. Dos de los componentes del transmisor Turista serían programados en la Estación Proyecto: el ordenador de orientación que haría girar la antena en caso de que los humanos enviaran su señal en la dirección equivocada, y el componente que contenía el mensaje en sí.

Tres componentes estaban ya en la estación, otros dos habían sido embarcados como carga, y los dos últimos eran llevados por el agente. Por Abbot. Uno, al menos, en la Varían.

Estuvo seguro de que Abbot llevaba los que al menos podía esperar fabricar en la propia estación en caso de pérdida o daño. Como si siguiera sus pensamientos, Abbot dijo: —Titus, voy a ganar.

—Ya veremos. Si jugamos simplemente al póquer, sin influencias externas que afecten las reglas, creo que puedo ganar yo.

—¡Ése es el espíritu! —exclamó Mirelle—. Se trata simplemente de jugar al póquer. Nada de comodines, nada de manos opcionales. Abbot alzó una ceja en dirección a Titus.

—De acuerdo, será una confrontación de simples habilidades al póquer…, sin otras influencias.

O bien se siente muy confiado, o lo he subestimado. En el pasado, la arrogancia aparente de Abbot había resultado ser siempre extremadamente modesta. Titus se secó el frío sudor de sus palmas. En una partida completamente honesta, Titus sabía que podía ganar. Pero…

La azafata asomó la cabeza por la puerta y dijo con voz agradable:

—¿Doctor Nandoha?

Él le hizo un gesto de que se fuera.

—No se preocupe. Ahora ya me he metido en esto. —No había ninguna forma en la que Abbot pudiera llevarse consigo la Varían sin utilizar la Influencia para hacer que los demás olvidaran su extraño comportamiento.

Mirelle localizó el paquete de fichas magnéticas de póquer en miniatura.

—¿Quién quiere la banca?

—Usted misma, Mirelle —sugirió Abner—. Es la única mujer aquí, y todos sabemos lo que nos jugamos…, ¿no es así, amigos? —Miró de Abbot a Titus. Mirelle se encogió de hombros.

—Repartiremos las fichas, y quien se quede sin ninguna quedará excluido del juego. No se admiten préstamos. El que termine con el mayor número de fichas gana. Jugaremos hasta que hayan terminado las maniobras de amarre y nos hallemos conectados a la puerta de embarque.

—Deberíamos dejarlo todo arreglado aquí —objetó Abbot.

Mirelle hizo girar la mesa para distribuir las fichas.

—¡Abbot! ¿Duda usted de nuestra habilidad en recordar los comandos de las calculadoras?

Titus se sintió inquieto por la forma en que Abbot sostuvo la mirada de la mujer. Sabía demasiado bien la forma en que Abbot utilizaba a las mujeres humanas, y se estremeció cuando los labios de Abbot temblaron hambrientos.

Pero el otro no estaba más hambriento que Titus al principio de la misión. Abbot se dominó fácilmente.

—No he tenido ningún motivo para dudar de mis habilidades desde hace mucho tiempo.

Empezaron a jugar en un concentrado silencio, cada uno de ellos enfocado en el montón de los descartes, calculando posibilidades, midiendo las expresiones de los demás en busca de cualquier asomo de preocupación. Abbot, sin duda, no estaba preocupado. Tenía controlada la situación.

Mientras Abner Gold meditaba su segunda apuesta, Titus observó que Andre Mihelich miraba el juego por encima de su boletín de noticias.

—Subo diez —anunció Abner, y empujó un montoncito de fichas, cuidando de que se adhirieran unas a otras y la del fondo se pegara firmemente a la mesa.

—Las veo —anunció Mirelle seductoramente.

Volvía a ser una persona distinta ahora. Actuaba como si cada nuevo desarrollo fuera el deleite de toda una vida. Pero no hablaba mucho. Titus deseó que simplemente dejara de jugar a su juego antropológico. De tanto en tanto, cuando algo la alcanzaba realmente, revelaba destellos de su auténtico ser que le intrigaban insoportablemente.

Titus dejó sus cartas sobre la mesa.

—No las veo. —Tenía una pareja de treses y una pareja de doses. Suponía que Mirelle tenía al menos color, y Abbot un full o más, porque no se había descartado de ninguna carta.

Abbot y Gold mostraron sus cartas. Ganó Mirelle con color, sólo una carta más alto que el de Abbot. Luego cada uno ganó una mano. Titus se agenció la apuesta más alta con un bluff ante los dos humanos cuando Abbot pasó. Pero, dos manos más tarde, Mirelle iba a la cabeza, y Titus descubrió a Abbot mirándole con ojos llameantes. Titus le sonrió, sabiendo que su padre no emplearía la Influencia después de haber prometido no hacerlo.

El juego se volvió brusco y silencioso, una batalla de nervios en la cual incluso Mirelle se mantuvo sumida en una pétrea concentración. Mihelich bajó su boletín de noticias y miró. Respondiendo a la tensión entre Titus y Abbot, los humanos jugaban también como si sus vidas dependieran de ello. En cierto modo, así era. Los luren que respondieran al SOS de los Turistas considerarían a los humanos como ganado y a la civilización terrestre como un inconveniente que tenía que ser barrido. Con todas las estaciones del espacio indefensas desde el tratado de las SS.MM, no habría ninguna defensa.

Entonces Titus captó un resonar de Influencia acumularse en torno a Abbot. Tal vez considerara justo leer las cartas de los otros jugadores o las siguientes cartas que había en la baraja. Mirando fijamente a su padre, alzó su propia Influencia y arrojó una oleada que interfería con el casi tangible poder del vampiro más viejo. Si así lo quería, Abbot podía dominar cualquier cosa que Titus intentara hacer. Titus dijo:

—Me alegra que estemos jugando al póquer de una manera directa y sin complicaciones. Eso revela el temple del oponente.

—El honor adopta muchas formas —murmuró Abbot—. A veces el auténtico honor reside en el sacrificio del honor. —Simultáneamente, la tensión de la Influencia se abatió. Sin siquiera contar sus fichas, Abbot las empujó todas al centro de la mesa.

Gold contempló el montón. No podía igualar la apuesta. Frunció el ceño y se secó la frente con un pañuelo.

Mirelle igualó la apuesta, y todavía le quedó una ficha roja.

Las manos de Titus temblaron mientras contaba sus fichas. Tenía color a la reina, pero había ocho combinaciones que podían ganar esto. Estaba completamente seguro de que Abbot no tenía ninguna de ellas, o de otro modo ni siquiera se hubiera molestado en usar la Influencia. Pero Mirelle podía tener una buena mano. ¡No puede, la tiene!

Titus igualó la apuesta y le quedó una ficha blanca. Contempló la ficha roja de ella. Gana.

—Adelante, Titus —animó Mirelle—. Échela.

Era un gesto simbólico nada más. Mirelle había ganado, pero estaría bajo la Influencia de Abbot en un abrir y cerrar de ojos tan pronto como hubiera terminado el juego. Con un encogimiento de hombros, Titus empujó la ficha blanca que le quedaba al centro de la mesa.

—Subo una.

Abbot depositó sus cartas boca abajo en su retenedor.

—No voy —dijo. Sus ojos no parpadearon ni una sola vez, pero su Influencia se acumuló. Estaba dictándole a Mirelle cómo distribuir las calculadoras.

Mirelle jugueteó con su ficha roja y exploró los ojos de Titus. Luego miró a Abbot.

—Dijimos que el que tuviera más fichas al final del juego era el que ganaba, y ésa soy yo. Pero me gustaría librar esta mano con Titus. Ganar parece significar mucho para él. Quizá, si gana, descubramos por qué.

Titus notó que Abbot se sobresaltaba, un estremecimiento de alarma que recorrió todo el entramado del Influenciado espacio entre ellos. Abbot siempre había dominado a los humanos; nunca se había molestado en comprenderlos. Titus sonrió. Ella lo había elegido a él por encima de Abbot, y se maravilló ante la calidez que esto derramaba sobre todo su cuerpo.

Ella fue depositando sus cartas sobre la mesa.

—Corazones. Rey. Reina. Sota. Diez. Nueve.

Titus, dándose cuenta de que ella estaba en el juego simplemente para divertirse, extendió la tensión tanto como pudo porque a una mujer le gustaba eso. Como si anunciara su victoria, fue depositando sus cartas.

—Espadas. Ocho. Nueve. Diez. Sota. Reina.

Ella estalló en una carcajada. Retorciéndose en su silla, apenas pudo alcanzar los hombros de Titus para abrazarle.

—¡Titus, es usted maravilloso! Pero, pese a todo, me encanta haber ganado.

Luego tendió las manos hacia la red.

—Yo tomaré la TI-Alter de Abner, y daré la custodia de la mía a… —Titus sintió incrementarse la Influencia. Intentó bloquear a Abbot. Ella hizo una pausa y dio la impresión de haber olvidado lo que iba a decir, luego empezó de nuevo—: Puesto que a Titus y a Abbot parece importarles esto más de lo que había esperado, voy a recompensar a Titus con la Varían de Abbot. Y la mía se la cedo a Abbot. Lo cual deja la Bell de Titus a Abner. —Con un ligero fruncimiento de ceño, añadió—: ¿No tiene eso sentido?

—¿Está segura de que es así como lo desea, Mirelle? —preguntó Abbot.

—Bien…

Con voz dura, Titus respondió:

—Está segura. ¡El juego no ha terminado hasta que lo hayamos dejado todo dispuesto!

Ella inclinó la cabeza hacia un lado, y Titus la sintió luchar contra la influencia apuntada sobre ella. Si un humano resistivo hubiera luchado contra la Influencia con la mitad de valentía, un luren; hubiera tenido muy pocas posibilidades en público. Pero Mirelle era susceptible. Dijo, dubitativa:

—Creo que estoy segura. El objetivo del juego es hacerlo interesante. Y, puesto que al parecer Abbot desea mantener su Varían fuera de las manos de Titus, la mejor forma de hacer interesante el juego es ponerla en manos de Titus.

Aunque Abbot pudiera hacerla cambiar de opinión, aquella gente iba a permanecer confinada con él durante un año. Era esencial no despertar sus sospechas. Mientras dudaba sonó el timbre de aviso, y Titus recogió la Varían, pasando las otras a sus respectivos adjudicatarios como Mirelle había especificado mientras se apresuraban a guardar las cartas y las fichas antes de las maniobras de atraque.

Tan pronto la nave hubo parado de pulsar y dar sacudidas, aparecieron las azafatas para escoltarles a través de las unidas escotillas al interior de la Estación Goddard…, el primer paso al espacio, que giraba en órbita alta en torno a la superficie de la Tierra.

La estación giraba sobre sí misma, proporcionando así gravedad. Las luces eran brillantes, pero no demasiado fuertes para las lentes de contacto oscuras de Titus. El aire mostraba una aséptica apariencia procesada y limpia de polvo, con jirones de olores humanos. Bajo el zumbar de la maquinaria se apreciaba el seco sonido de las voces humanas confinadas en un cascarón de metal.

Abbot consiguió permanecer detrás de Titus durante todo el camino desde el espaciobús hasta la zona donde los científicos tenían que pasar un breve chequeo instrumental para determinar su respuesta a la baja gravedad. Titus caminó con una mano en el bolsillo, sujetando la Varían de Abbot. Cuando vio su posibilidad se escurrió entre la gente, murmurando disculpas, y se encaminó hacia la escotilla marcada CABALLEROS. Miró hacia atrás, y vio a Abbot frenado por un grupo de sonrientes ingenieros turcos que se burlaban de un matemático griego.

Titus pasó junto a tres mujeres reunidas en torno a un brillante fax de una cámara burbuja rastreadora, discutiendo acaloradamente. Captó media frase y se apresuró a intervenir:

—No, si fuera así, se movería siguiendo las manecillas del reloj. Pregúntenle a aquel caballero alto y delgado de allá. —Señaló a Abbot.

Mientras las mujeres seguían su gesto, se deslizó por una abertura en el muro de gente y se dirigió hacia los servicios de caballeros. Se cruzó con dos hombres que discutían diseños mejorados para orinales a baja gravedad. Titus se encerró en un cubículo y se dedicó a la caja de la Varían, utilizando la uña de su pulgar como destornillador. Oyó abrirse la puerta, y pensó que estaba perdido. El tornillo no se movía. Luego, mientras los pasos se acercaban, cedió. Alguien entró en el cubículo adyacente, y Titus supo que no era Abbot…, de serlo lo hubiera sabido de inmediato.

Cálmate, se advirtió a sí mismo. Finalmente la caja se abrió.

Rebuscó entre placas y conectores modificados. ¡Me engañó! ¡Quería que creyera que había un componente del transmisor aquí dentro!

Abbot era capaz de tales sutilezas, y Titus se sintió avergonzado por no haber pensado antes en ello. Pero entonces un pequeño componente del circuito cayó en su mano. Era tan largo como su palma, y no tendría más de cinco milímetros de grosor, pero podía ver los circuitos impresos en su interior, y el microprocesador. Era un diseño avanzado, brillante como una joya de difracción, y no estaba unido a la Varían.

La escotilla de entrada se abrió de nuevo, y la estancia se vio inundada de Influencia: silenciosa, abrumadora.

Titus contuvo temblorosamente el aliento. Encajó los dientes sobre su labio inferior mientras luchaba por girar su palma y dejar caer el componente al suelo, donde podría pisotearlo con su tacón. Su mano tembló, pero se negó a girar.

Apeló a su propio poder para combatir la Influencia de Abbot. Desde el cubículo adyacente le llegó el sonido de violentas arcadas humanas. Envolviendo sus palabras, de modo que el humano no las oyera, Abbot susurró:

—Vuelve a dejarlo en su sitio, muchacho, y dejaré descansar al humano.

—Si él supiera él motivo por el que está sufriendo, seguro que se presentaría voluntario —respondió Titus, e hizo otro supremo esfuerzo por dejar caer el chip brillante como una joya y aplastarlo.

No podía hacer girar su mano contra el manto de la Influencia de Abbot. Con una silenciosa mueca, enfocó todo su poder, sintiéndose débil e impotente contra la voluntad del otro. El era una simple rama, y el vampiro más viejo un inmenso roble. Redobló sus esfuerzos, pero su mano se limitó a temblar violentamente.

Sus dedos, blancos por la tensión, se relajaron un poco. No por ninguna acción directa de Titus, sino simplemente por la tensión, su brazo sufrió un espasmo, y su mano se sacudió. El chip se deslizó de su palma y cayó perezosamente a la débil gravedad, con la fuerza de Coriolis curvando su trayectoria. Rebotó contra el borde del lavabo y repiqueteó en el pulido acero de la taza del wáter, que no contenía agua. El chip de lucita rebotó varias veces hasta quedar inmóvil en la superficie brillante como un espejo, fácil de recuperar de no ser por los ardientes rayos ultravioletas desencadenados cuando el sólido entró en el campo.

Ante el sonido del plástico contra el metal, Abbot se lanzó contra la pared, relajando su concentración cuando tuvo que prestar atención a cómo se movía en la ligera gravedad. Con un grito de triunfo, Titus se dejó caer sobre la palanca de desagüe. La Influencia de Abbot se apoderó nuevamente de él, pero el mecanismo de desagüe del wáter sorbió el componente hacia el interior del tanque principal de desechos.

Titus alzó la vista hacia Abbot, que se habla subido a la parte superior del cubículo y miraba fijamente la taza del wáter. El poder que había envuelto a Titus en un abrazo de hierro disminuyó. La impresionada expresión del rostro sin edad de Abbot le dijo a Titus que acababa de asestarle un golpe importante.