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El asfalto del espaciopuerto de Quito brillaba al ardiente sol. El grupo de científicos que se encaminaba al Proyecto Llamada en la Luna se juntó dentro del círculo pintado de rojo bajo el cartel que decía: recogida de pasajeros de alta seguridad.

Todos llevaban los trajes de vuelo del Proyecto Llamada. La mayoría habían apilado a un lado sus bolsas de vuelo, todas idénticas, todas marcadas con el logotipo del Proyecto, en el lugar donde los recogería pronto el transporte. Dos guardias armados flanqueaban el montón.

El doctor Titus Shiddehara, sujetando fuertemente su bolsa de vuelo, flotaba a un extremo de la pequeña multitud, con ella pero sin formar parte de ella. La escrutó, buscando al que sería su adversario, recordándose a sí mismo que no debía fruncir los ojos contra el sol.

Recuerda actuar como un humano, le había advertido Connie. Y, hagas lo que hagas, esta vez mantén tu objetividad. Titus tenía intención de hacer exactamente esto. Connie había dejado muy claro cuando lo había elegido a él para aquella misión que, esta vez, su vida dependía de su objetividad.

Lejos a su izquierda, los periodistas se apiñaban contra la protegida verja. Formaban una agitada masa de humanidad puntuada por los hocicos de las grabadoras y las videocámaras. Un periodista, con un sombrero de fieltro de ala ancha y unas gafas reflectantes como las de Titus, le miraba fijamente…, un punto inmóvil en medio del movimiento general.

A todo su alrededor, guardias con uniformes de las Soberanías Mundiales patrullaban la verja y rodeaban el recinto de la prensa. El adversario de Titus estaría dentro de la línea de guardias.

A la derecha de Titus había grupos de achaparrados edificios. Fuera en el campo, las plataformas de lanzamiento contenían aerocamiones comerciales. El espaciobús del Proyecto Llamada estaba en la plataforma principal, humeando suavemente mientras los trabajadores se afanaban a su alrededor. Pronto subirían a bordo. Si tenía que ocurrir algo, ocurriría ahora. Sin embargo, todo parecía tranquilo.

Detrás de Titus estaba la terminal de pasajeros civiles. Frunciendo los ojos pese a sí mismo, Titus vio aparecer a dos rezagados y cruzar el asfalto para unirse al grupo. Deseó que no se les hubiera indicado que permanecieran allí, bajo aquel brutal sol de montaña. No podía ver ninguna ventaja de seguridad en permanecer tan cerca de la verja, y ni siquiera las capas de protección solar que se había aplicado sobre la piel iban a impedir que se pelara.

Se agachó para buscar en su bolsa su pañuelo de seda gris. Podría protegerle la nuca.

—¡Doctor Shiddehara! ¿Le ocurre algo? —llamó uno de los rezagados. Su voz era intensa y melodiosa, su acento francés, y su tono el de un administrador que acaba de hacerse cargo de su puesto. Titus se levantó para saludar a la doctora Mirelle de Lisie. Tendría unos treinta y cinco años, era baja y recia, con una saludable complexión. Su pelo estaba recogido hacia arriba y retenido por un sombrero con el logotipo del Proyecto en la banda, un sombrero idéntico al que llevaba Titus, excepto que el de ella mostraba el sello de Ciencias Cognitivas. Se lo había echado gallardamente hacia atrás, de tal modo que su ala enmarcaba su rostro. Titus llevaba el suyo echado hacia delante, sobre su frente, para conseguir el máximo de sombra.

Tras ella apareció un hombre ya mayor con escaso pelo blanco y una bien controlada barriga. Cargaba con su bolsa de vuelo en una mano, y con la otra golpeaba su sombrero contra su muslo mientras caminaba. Ninguno de ellos era el adversario, esperó Titus.

—No me ocurre nada, que yo sepa —dijo.

Mirelle se situó directamente en su espacio personal, donde se suponía que debían situarse los franceses, y dejó caer negligentemente su bolsa de vuelo a su lado. Titus retrocedió un paso. Ella se retiró un poco, esbozando un encogimiento de hombros típicamente francés, y luego cambió de nacionalidades delante mismo de sus ojos simplemente variando su lenguaje corporal.

—¿No le ocurre nada? Pero tenía el ceño fruncido. Los periodistas le ofenden, ¿no?

Ocasionalmente podía oírse la voz de algún periodista haciendo una pregunta y pidiéndole a alguien que se volviera para la cámara. Titus negó con la cabeza.

—Mis pensamientos estaban en otra parte.

Ella reajustó sus modales y se acercó más.

—Hay cosas mucho mejores sobre las que pensar que los periodistas. —Apenas parecía la misma persona que había aleccionado al grupo con tan austera competencia acerca del uso de los traductores.

Y, mientras avanzaba de nuevo, Titus descubrió, ante su sorpresa, que él no necesitaba echarse hacia atrás. La formalidad se fundió, y sintió una cálida intimidad hacia aquella mujer.

Bruscamente en guardia, enfocó en ella su atención. El adversario podía ser una mujer…, pero no, Mirelle era humana. Sin embargo, controlaba sus respuestas con tanta seguridad como si estuviera utilizando la Influencia…, el poder de su gente.

Una intensa sonrisa de pura admiración asomó a su rostro. Evidentemente, la Antropología de las Comunicaciones no era simplemente psicología o lingüística. Incluía cinésica aplicada desarrollada hasta una energía a la que ni siquiera los suyos eran inmunes.

Ella le devolvió su sonrisa, con una mano en su sombrero mientras alzaba la vista hacia él. Luchó contra la calidez que emanaba de ella, inseguro de cuál de las mujeres que ella mostraba al mundo era la auténtica Mirelle de Lisie. Pero deseaba descubrirlo.

El hombre que iba con ella sujetó su brazo con un gesto de propietario.

—Doctor Shiddehara —dijo—. ¿No le he oído decir hace unos momentos a la prensa que confiaba usted en poder identificar la estrella de origen de la nave alienígena?

Ahora Titus situó al hombre: Abner Gold, el metalúrgico del Instituto de Ingeniería Orbital de Toronto, que se dedicaba al entrenamiento en investigación armamentista en Sandia, antes de que las Soberanías Mundiales barrieran tales compañías. Definitivamente no es mi adversario.

—Doctor Gold —saludó Titus—. Sí, dados los datos suficientes sobre la nave, sus ocupantes y su trayectoria de aproximación, puedo estrechar el campo hasta un puñado de estrellas…, suponiendo que la nave procediera de su estrella nativa. —Pero no pudo ser así.

—¿Así que sus mejores cálculos podrían revelarse equivocados?

—Oh, sí, siempre hay…

—¿Lo ve, Mirelle? Se lo dije…, el Proyecto es una pérdida de dinero que la Tierra no se puede permitir. Hay muchas posibilidades de que escojamos una estrella equivocada para apuntar hacía ella nuestro mensaje. Pero, aunque las suposiciones del doctor Shiddehara fueran ciertas, no hay motivo por el que malgastar dinero lanzando una sonda ahí fuera para enviar a esos alienígenas un mensaje. Lo más probable es que la nave proceda de una civilización muerta hace mucho tiempo, y ahora no haya nada ahí fuera para recibir nuestra «Llamada».

Titus dio un tirón al ala de su sombrero y se dio ligeramente la vuelta para ocultar el alivio y el pesar entremezclados que despertaba en él aquella idea. Sus ojos se posaron en el sombrero rojo del periodista que estaba ahora en el recinto de la prensa, una zona dentro de la puerta definida por un cordón. Estaba mirando a través del visor de su cámara telefotográfica…, directamente a Titus.

Ajustándose las gafas de sol que necesitaba además de sus lentes da contacto oscurecedoras, Titus se volvió de espaldas al periodista y admitió:

—Las matemáticas apoyan su argumentación, doctor Gold. Todos hemos visto los cálculos basados en el tamaño de la galaxia y la distribución de las estrellas que es probable que posean planetas habitables. Las posibilidades se hallan en contra del encuentro de dos civilizaciones similares. —¡Pero ya nos hemos encontrado! Sólo que me alegro de que usted no lo sepa. Los humanos masacrarían a los de mi sangre.

Gold sonrió triunfante.

—¡Lo que yo le dije, doctora! Incluso el astrónomo jefe del Proyecto está de acuerdo conmigo.

Mirelle dirigió a Titus una abierta sonrisa.

—Llámenme Mirelle, los dos. ¡Todo el mundo aquí responde al nombre de doctor o doctora!

Gold sonrió y tendió su mano.

—Y usted llámeme Abner.

Ella estrechó la mano de Gold, luego le tendió a Titus la suya. Su contacto tenía una calidez que sólo una mujer humana podía transmitir, y tuvo que recordarse a sí mismo que él acababa de tomar una buena comida.

—Titus —ofreció. Su apretón de manos fue firme, breve, y se pareció honestamente al de ella. ¿Es ésta la auténtica Mirelle?

Entonces ella se volvió a Gold, seca y educadamente profesional.

—Abner. Titus no es astrónomo. Es astrofísico. Y…, no creo que le haya dejado usted terminar, ¿verdad?

—No, no había terminado —admitió Titus—. Si hay gente ahí fuera, entonces no hay ninguna razón para suponer que no vamos a encontrarnos alguna vez…, porque estamos buscándonos. Y lo haremos en una posición mucho mejor si vamos hacia ellos que si aguardamos a que ellos vengan hasta nosotros. —Quizá.

—¿Entiende, Abner? ¡Él también cree en el Proyecto! Usted es el único que piensa que es una pérdida de tiempo y dinero.

—La mayoría raras veces tiene la razón. —Mirando a Titus, Gold lanzó su desafío—. Nunca hubiera esperado que un astrofísico creyera en el argumento del Proyecto de agitar la mano.

—Su problema, Abner Gold —declaró Mirelle— es que no tiene usted fe en la gente. Y si no tiene usted fe en la gente humana, ¿cómo puede llegar a hacer alguna vez amigos entre la gente no humana? —De pronto, como si se sintiera impresionada por sus propias palabras, miró a las gafas de sol de Titus, midiendo, sopesando.

—¿Amistad con un alienígena? —se burló Gold, pero Mirelle siguió mirando a Titus.

Titus alimentó la noción paranoide de que ella sabía que él era exactamente el tipo de alienígena que el Proyecto Llamada buscaba contactar. Con sus habilidades, era posible que hubiera visto algo inhumano en él. ¿Es eso lo que significa todo su flirteo? ¿Me está probando?

Recordó otra de las advertencias de Connie: Los únicos agentes viejos vivos son agentes absolutamente paranoicos. Por otra parte, algunas mujeres humanas se sentían atraídas hacia los de su clase.

—¿Por qué querría nadie hacer amistad con un alienígena? —preguntó Gold—. Comercio, quizá, pero ¿amistad?

Mirelle miró a Gold y se encogió de hombros.

—¿Por qué no?

Titus se enfocó en Mirelle mientras se preparaba para romper la promesa que se había hecho a sí mismo cuando había descubierto su poder…, no utilizarlo nunca contra un humano indefenso. Había sabido, cuando aceptó esta misión, que iba a tener que echar a un lado sus escrúpulos…, pero ahora que había llegado el momento se estremeció.

No se dio cuenta de que su estremecimiento era visible hasta que Gold sonrió.

—¡Así que finalmente lo ve! Si son alienígenas, no pueden ser amigos. Lo más que podemos esperar, aunque nuestro mensaje sea recibido, es algún comercio de artículos muy seleccionados y un pacto de no agresión. Pero los amigos se hacen mejor en casa.

—Au contraire. He hallado a algunos de mis mejores amigos…, y más que amigos, muy lejos de casa.

Titus sólo acaba de darse cuenta de su reluctancia a romper una promesa.

¡Está leyendo mi mente! Titus tragó dificultosamente su pánico. Los magos de escenario acostumbraban a leer los músculos para simular telepatía, y la lectura de los músculos era una versión primitiva de la ciencia de Mirelle. Enfocó su Influencia sobre ella, sugiriendo que era tan sólo un ser humano sin nada de particular, que no merecía un escrutinio tan profundo.

Esperó una fácil racionalización mientras el interés de ella era echado a un lado. En vez de eso, ella siguió especulativamente:

—Me siento tremendamente curiosa…, ¿romper qué promesa, Titus?

—Oh, nada en particular. —Redobló su esfuerzo para Influenciarla, suponiendo que era una Resistiva, un ser humano difícil de influenciar. Una expresión desconcertada cruzó el rostro de ella. Sin ninguna razón aparente, miró por encima de su hombro.

—Titus, mire hacia allá. Ese periodista, el del sombrero rojo…, ¡nos está fotografiando! —Saludó alegremente con la mano, posando al lado de Titus, luego lo arrastró hacia el recinto de la prensa…, y en aquel instante él supo.

Era una susceptible. Ya había sido fuertemente Influenciada, pero no marcada para señalar a otros de su sangre. Estaba siendo utilizada…, evidentemente sin su conocimiento. Apenas pudo controlar la aversión que crispó sus labios ante aquel abuso. Todo pensamiento respecto a su propia seguridad se vio borrado de su mente mientras enfocaba todas sus fuerzas para librarla de aquel control.

Ella sonrió y charló alegremente, aferrando la mano de Titus y arrastrándolo hacia el periodista…, que ahora se deslizó por debajo del cordón que limitaba su zona y apuntó su unidad vídeo hacia ellos.

A medida que se acercaba, Titus captó la inconfundible pulsación de la Influencia y supo que el periodista estaba controlando a Mirelle. Más viejo, más poderoso que Titus, se estaba declarando burlonamente como un enemigo, un miembro de la facción Turista que no se consideraban en absoluto terrestres.

Titus se enfocó en uno de los guardias de seguridad, un hombre ya mayor con una complexión rojiza y recia mandíbula, y atrajo su atención. El hombre tomó su enlace telefónico.

Captando el uso de la Influencia sobre el guardia, el Turista sonrió con aire de complicidad a Titus y siguió con su papel:

—Doctores, ¿creen ustedes que es leal «llamar» a una civilización alienígena desde una localización falsa?

Toda la Tierra había estado discutiendo aquello desde que había sido anunciado el compromiso del Proyecto Llamada…, enviar un instrumento comunicador fuera del sistema solar, a un punto remoto desde el que enviaría señales a los alienígenas y aguardaría una respuesta a fin de establecer contacto con ellos sin revelar la localización de la Tierra.

—No le responda, Mirelle —ordenó Titus, utilizando la Influencia—. Observe el pase de prensa en la banda de su sombrero. No querrá ser citada usted en ese…

Casi funcionó. El Turista rió quedamente y dijo, con sus palabras tan veladas por la Influencia que fueron casi inaudibles para los humanos que estaban cerca:

—Titus, ni usted ni todos los Residentes de Connie podrán detenernos. Así que será mejor que se ahorre la agonía de morirse de hambre en la Luna.

No fueran tanto las palabras como el tono amistoso con que fueron dichas lo que afectó a Titus. El hombre creía que Titus no podía detener al agente de los Turistas a que enviara su SOS junto con el mensaje humano, un SOS que revelaría la localización de la Tierra y solicitaría ser rescatados. Para remachar la indefensión de Titus, el periodista Turista rompió el control de Titus sobre Mirelle, y ella respondió a su pregunta, hablando directamente hacia el micrófono del Turista:

—Es un engaño terrible, y cuando los alienígenas sepan lo que hemos hecho tal vez no vuelvan a confiar en nosotros.

Furioso, Titus lanzó un intenso aguijón de Influencia al guardia, advirtiendo al hombre como si estuviera a punto de producirse un tumulto.

El guardia echó a correr, con una mano en la pistolera. Ante la sorpresa de Titus, el Turista no intentó controlarlo. El guardia ladró al periodista:

—¡La última conferencia de prensa fue esta mañana! ¡Vuelva a su sitio, o haré que le retiren su pase! —Luego añadió, más cortésmente, a los científicos—: ¡Miren! Ya están a punto de embarcar.

Titus, que todavía intentaba romper la Influencia superior que controlaba a Mirelle, jadeó cuando ésta se cortó bruscamente. Con una sonrisa, el Turista se volvió al recinto de la prensa y se perdió entre la multitud, tras decir, sólo para Titus:

—No sé usted, pero yo pienso salir de este sol antes de que me fría.

Mirelle se dejó guiar por la mano de Titus. Este recogió su bolsa de al lado de la de ella y la de Gold, aún temblando.

Un transporte se había detenido junto a los científicos, y un oficial de transporte del Proyecto permanecía de pie a su lado con una tablilla electrónica y un altoparlante.

—Los compartimientos uno a diez, cabina trasera, prepárense para embarcar. Cuando lleguen al espaciobús, por favor diríjanse a la estación de inspección. Esta será su última inspección formal, amigos, así que por favor sean pacientes con nosotros.

La gente consultó sus tarjetas de embarque, mientras algunos traducían las apenas inteligibles palabras amplificadas para aquellos que no las habían comprendido. Las bolsas de vuelo fueron apiladas en la parte de atrás del vehículo. Titus colgó la suya en un gancho lateral y luego se sentó allá donde pudiera verla.

Avanzaron suavemente por el asfalto hacia donde la estructura de lanzamiento rodeaba aún su espaciobús. La deslumbrante luz reflejada por el brillante casco casi le cegó. Su piel, incluso bajo capas de ropa, hormigueaba. Anheló la sombra en torno al espaciobús.

El espaciobús les llevaría hasta la lanzadera de la Luna. En unos pocos días estarían en el satélite y trabajando en la Estación Proyecto, el laboratorio edificado en torno a la astronave alienígena estrellada. Dentro de unos pocos momentos estaría más allá del alcance de sus amigos, más allá de sus líneas de suministro. Aún no había identificado a su adversario, el Turista que intentaría enviar ese SOS al planeta natal de su especie.

Cuando salieron del transporte, Titus se dirigió hacia la parte delantera de la cola, y se detuvo sólo cuando otros dos le miraron con ojos furiosos. No debo llamar la atención. Ocupó un lugar justo detrás de Mirelle y se preparó a resistir más exposición al sol.

Titus se preguntó si su adversario sería un hombre Influenciado. Una sugestión de conectar el dispositivo Turista al conjunto de instrumentos humanos podía permanecer dormida en una mente humana hasta que llegara el momento correcto. No pudo controlar un estremecimiento de disgusto ante la idea de utilizar a un humano para destruir la civilización humana. Cuando los Residentes lo habían llamado, había jurado morir antes que permitir que el SOS de los Turistas fuera enviado, pero quizá su vida no fuera suficiente. No podía apartar de su mente la conmiserativa certidumbre del periodista.

La cola avanzó a lo largo de una brillante alfombra roja que cruzaba un arco sensor, pasaba junto a un largo mostrador blanco y llegaba hasta el ascensor de la estructura. Un marine del espacio perteneciente a las Soberanías, meticulosamente uniformado, custodiaba el ascensor. El fotógrafo oficial estaba de pie a su lado para tomar fotos de cada uno de ellos mientras subían a él.

Titus no tuvo tiempo de saborear el momento en que el primero de los de su sangre volvería finalmente al espacio. El desafío final estaba ante él Tenía que concentrarse.

Detrás del mostrador, dos hombres y dos mujeres permanecían de pie junto a sus terminales de ordenador, preparados para procesar a los científicos. La seguridad era estricta debido a las amenazas de los humanos que se oponían al Proyecto Llamada. Titus observó cuidadosamente mientras Mirelle pasaba debajo del arco y hacía una pausa en la plataforma de pesado.

Una azafata tomó la bolsa de vuelo y la chaqueta de Mirelle para pasarla bajo el detector, mientras un hombre insertaba su tarjeta de embarque en el lector. Ningún problema. La tarjeta de Titus programaría los ordenadores para registrar sus provisiones especiales como café molido y tabaco…, vicios pasados de moda comunes en su nivel social, la carga permitida.

Luego comprobaron sus huellas dactilares y retínales. Las huellas dactilares no eran ningún problema. Titus nunca había sido alterado, pero todos los registros de ordenador de antes de su «muerte» habían sido transferidos a «Shiddehara», así que su nueva identidad era firme. Las huellas retínales constituían el peligro.

Se preparó para usar la Influencia sobre el encargado del escáner, a fin de que no apreciara las anomalías no humanas. Los ordenadores habían sido programados ya para identificar sus huellas retinales como las del doctor Titus Shiddehara, y de hecho era esa persona.

Mirelle terminó el chequeo sin un biip y se dirigió hacia el ascensor.

Titus tendió su tarjeta de embarque y observó mientras era insertada en el lector. Luego entregó su bolsa de vuelo y su chaqueta y cruzó el arco, concentrándose en el técnico del escáner retinal. Presentó sus dedos a la placa sobre el mostrador mientras sondeaba en busca de un contacto…, y tropezaba con una pared desnuda. ¿Un inmune? El terror de la especie de Titus era un humano inmune a la Influencia.

Mientras se dirigía al técnico del escáner retinal, recordó al periodista y supo. ¡No inmune, Influenciado!

—Ed, ven a ver esto —llamó el hombre en el escáner de la bolsa de vuelo—. Parece como contrabando. Drogas.

El técnico retinal miró hacia la placa del escáner.

—¿Le importaría abrir la bolsa para nosotros, doctor?

—Por supuesto que no —respondió Titus, mientras se inclinaba ligeramente sobre el mostrador para ver la placa y buscaba sus llaves—. Tengo la llave aquí. —Ambos hombres estaban Influenciados, pero la lectura era genuina…, drogas. ¡Así que eso es lo que quería decir el Turista! ¡Mientras él desviaba mi atención, cambiaron las bolsas! Y de alguna forma reprogramaron el ordenador de modo que mi tarjeta no forzara al escáner a mostrar café. Una imagen de Gold, que se había quedado atrás guardando las bolsas mientras Mirelle tiraba de Titus hacia delante, destelló en su mente. Había habido oficiales de transporte uniformados yendo de un lado para otro por entre la multitud, llevando cosas. ¡Idiota! ¡Aficionado!

Titus sondeó en busca del Influenciador que mantenía su presa sobre aquellos hombres. No era el periodista. Estaba demasiado lejos. Entonces sus ojos fueron hacia el último técnico en la línea, la mujer que devolvía las tarjetas de embarque y las bolsas de vuelo. ¡Otro Turista! Había permanecido de pie allí todo el tiempo, y él nunca la había visto. Estaba allí para impedirle que Influenciara a los técnicos para que le dejaran pasar.

Con una furiosa fuerza nacida del ultraje, Titus golpeó…, y se halló enzarzado en una dura batalla por el control de los dos humanos inclinados sobre el escáner de las bolsas. Para cualquier espectador parecía como si todos estuvieran considerando algún problema menor. Titus lanzó toda su fuerza a la batalla. Evidentemente la Turista era más experimentada en la lucha por el control de los humanos, pero Titus se mantuvo firme y empujó, cerrando los ojos, ignorando el sudor de miedo que lo bañaba, ignorando el constante dolor de la luz, ignorando el terror de la Auténtica Hambre que lo aferraba. Pero nunca había hecho aquello antes. Nunca había desarrollado la fuerza y la habilidad para ello.

La presa de Titus se debilitó. Los labios de la Turista se fruncieron en una sonrisa irónica. La melodiosa voz de Mirelle se abrió camino en medio de todo:

—¿Titus? ¿Le espero?

De pronto, Titus halló nuevas fuerzas. ¡No vais a usarlos para destruir su propia especie!

La presa de la Turista se rompió con un restallar, y Titus tuvo a los humanos. Pudo notar su desconcierto cuando la pantalla pareció registrar ahora café y tabaco, caramelos, ropa y material de lectura. Con los ojos clavados en la Turista, Titus exclamó:

—¡Ah, eso era! Un simple mal funcionamiento del escáner. Ya lo han arreglado. —Puso Influencia tras las palabras.

—Sí, lo han arreglado —admitió el técnico retinal—. Ya sabía yo que no podía ser eso. Pase.

Titus siguió adelante y retiró su tarjeta de la ranura frente a la Turista. Sin apartar ni un momento los ojos de ella ni abandonar su presa, recogió su chaqueta de la cinta, se la colgó del hombro y escoltó a Mirelle hasta el ascensor. Cuando estuvieron lo bastante lejos, cortó su presa sobre los dos técnicos humanos y abandonó a la Turista a sus propios medios. Se había anotado una victoria, pero quizás al vencer había perdido. Tenía que descubrir qué había realmente en su bolsa.

En el ascensor, Mirelle dijo:

—¿Qué ocurrió? Estaba tan preocupada de que pudieran impedirle embarcar.

No había ningún rastro de Influencia actuando sobre ella ahora. Lo decía sinceramente.

—Los ordenadores del gobierno…, son una chatarra obsoleta. ¡Espero que hayan equipado la Estación Proyecto mejor que eso!

—No sé nada de ordenadores excepto cómo utilizarlos, pero no deseo pasar un año en la Luna sin usted.

Si la mujer deseaba, por su propia voluntad, flirtear con él, Titus estaba dispuesto. Podía utilizar a una amiga, en especial una deliciosamente humana.

—Igual que yo no desearía estar en la Tierra mientras usted estaba en la Luna.

El espaciobús estaba compartimentado para prevenir fugas de presión, con cinco asientos en cada compartimiento. Los asientos tapizados en rojo y gris y dotados de suspensión autónoma podían girar para situarse unos frente a otros alrededor de una pequeña mesa lo suficientemente grande como para jugar a las cartas.

Mirelle y Titus fueron conducidos al mismo compartimiento, donde a Titus le fue adjudicado el asiento al lado de la ventanilla. Colocó su bolsa entre sus pies y empezó a bajar la cortinilla a fin de cortar la horrible luz. Mientras la cerraba, miró fuera y observó que un coche se detenía junto a la estación de chequeo, donde aún aguardaba una larga cola. La agente Turista fue llamada, y alguien ocupó su lugar.

Frunció los ojos y reconoció al reemplazo como uno de los operativos de Connie. Había contrarrestado la acción contra Titus diez minutos demasiado tarde. Hubiera debido permanecer al final de la cola, y al diablo el sol.

La agente Turista tuvo que retirarse, dejando al oponente de Titus frente a la misma prueba a la que Titus había tenido que enfrentarse. Pese al ardor de sus ojos, deseó observar a su desconocido adversario intentar subir a bordo. Si no lo ha hecho ya.

—¿Qué es tan interesante? —Mirelle se inclinó hacia él, acercando su rostro a la ventanilla.

Él rozó con sus labios el cuello de ella, y ella se estremeció, inocentemente ignorante de por qué su respuesta era tan fuerte, y evidentemente ya no jugando a sus juegos. Titus, interrumpida su concentración, cerró la cortinilla y murmuró:

—Quizás el año no vaya a ser muy solitario… para ninguno de los dos.

Se recordó intensamente a sí mismo que no tenía ni una pizca de hambre. Pese a ello, su respuesta mutua había sido intensa. Mirelle podía ser un problema. Era evidentemente uno de esos humanos a la vez susceptibles y profundamente atraídos por los de su clase. Conteniéndose por la fuerza, decidió ganarse su amistad a la habitual, agónica y lenta manera.

Cuando Abner Gold apareció en su compartimiento, Titus se disculpó y fue al lavabo, llevándose consigo su bolsa. Cuando la abrió, su corazón se congeló. Sus paquetes de sangre en polvo, sus vitales provisiones no sólo para el viaje sino para las emergencias, habían sido reemplazados por paquetes completamente blancos…, medio millón en droga callejera, sin duda. Sacarme de la cárcel hubiera mantenido a Connie demasiado ocupada para enviar un reemplazo.

La vertió toda por el desagüe, con la esperanza de que no fuera detectada cuando fuera limpiado el colector. Ahora sabía lo que había querido decir el periodista acerca de morirse de hambre en le Luna. Encajó los dientes contra el castañeteante miedo. Podría sobrevivir con los suministros que llegaran con su equipaje…, si llegaban. No iba a dejar que los Turistas supieran que se hallaba en apuros.

Cuando regresó a su asiento, Mirelle no le dejó mirar por la ventanilla mientras fingía estar ensimismado en sus pensamientos al tiempo que observaba de reojo la cola de embarque. Intentó hacerle participar en la conversación, pese a que Gold prefería monopolizarla.

Gold estaba ya por la pendiente de la madurez, mientras que Mirelle debía tener unos cuarenta años. Titus, en cambio, parecía estar en la veintena en vez de sus actuales treinta y ocho. Gold estaba exhibiendo las respuestas normales de un hombre ya mayor que observa a una mujer madura flirtear con un hombre mucho más joven. Se sentía impulsado a ganarle a Titus en algo delante de Mirelle, y Titus sabía que tenía que permitírselo si no quería crearse un enemigo.

En aquel momento se les unió el cuarto pasajero en su compartimiento. Con el pelo blanco que retrocedía sobre su cráneo y la barriga clásica de la mediana edad, se movía como si hubiera estado subiendo a la órbita durante años y pudiera guardar sus cosas y sujetarse a su asiento con los ojos vendados. Despidió a la azafata con un gesto de la mano y se acomodó para leer como si no hubiera nadie más allí.

Titus halló un mazo de cartas dentro del brazo de su sillón.

—¿Alguien quiere jugar?

Gold se encogió de hombros.

—Veamos si nuestro quinto juega al bridge. Tendremos todo el tiempo que queramos antes de amarrar en Goddard.

Todos los pasajeros habían embarcado ya, y su quinto seguía sin mostrarse. Una horrible sospecha empezó a arrastrarse hacia Titus. Si aquél era el único asiento libre que quedaba, y alguien iba con retraso, había muchas posibilidades de que fuera su adversario. Los Turistas desearían que su agente vigilara a Titus, y Connie desearía que Titus vigilara al Turista. Aunque no haya nada que ninguno de nosotros podamos hacer por el momento.

Sintió y oyó el distante estremecimiento y el resonar del ajuste de la escotilla estanca al cerrarse. No viene nadie. ¡Connie los ha bloqueado!

Entonces notó acercarse una poderosa presencia, una Influencia palpable que temió reconocer.

—Sujétese rápido a su asiento, doctor —aconsejó la azafata que acompañaba al alto caballero al interior del compartimiento. Y, dirigiéndose a Titus—: Puede volver a sacar las cartas cuando estemos en caída libre. Se adherirán a la mesa, o puede mantenerlas en sus sujeciones. Encontrará las sujeciones en los brazos del sillón.

Titus apenas la oyó.

El adversario permaneció de pie de espaldas a ellos mientras guardaba su sombrero y su chaqueta.

—Lamento haber llegado tarde. —Su voz, demasiado familiar, era culta, su acento indefinible—. Fui retenido por el tráfico en Lima. —Aparentaba una edad mediana y era muy delgado, como todos los de su especie. Se volvió para mirar a Titus.

¡Padre!

—Parece sorprendido de verme, Titus —respondió, consciente de los humanos que escuchaban—. Admito que no esperaba que estuviera aquí. —Con genuina preocupación, añadió—: ¿Está seguro de que podrá soportar los rigores de este trabajo?

Aquél era el hombre que había desenterrado a Titus de una tumba prematura y lo había despertado a su vida actual proporcionándole su propia sangre, el hombre que había resucitado a Titus a la vida de un vampiro.

Titus tragó el nudo en su garganta y eligió sus palabras para los humanos que le rodeaban.

—Fui informado de fuentes de confianza que había declinado la invitación de formar parte del Proyecto.

—Lo hice…, hasta que supe que usted había aceptado. —Con peculiar énfasis, añadió—: Ahora me alegra estar aquí. Podré… observar su trabajo como nadie de mí… especialidad.

Titus leyó claramente en sus palabras. En sus siglos de vida, Abbot Nandoha había adquirido muchas especialidades. No había ningún sabotaje que Titus pudiera hacer que Abbot no pudiera deshacerlo.

Y Abbot estaba diciendo muy claramente que no se detendría ante nada —absolutamente ante nada— para enviar aquel SOS.