CUATRO MESES MÁS TARDE
David sabía que llegaba tarde. Aparcó el coche junto a una casa muy sencilla, situada en Glenwood Street, Leonia, una pequeña ciudad de Nueva Jersey. Bajó del coche y subió los escalones del porche a toda prisa.
—¿Sabes que hora es? —preguntó Angela, siguiendo a David hasta su habitación—. Tenías que estar en casa a la una y son las dos. Si yo he llegado a tiempo no se por qué tú no puedes hacerlo.
—Lo siento —se excusó David mientras se cambiaba de ropa—. He tenido que ver a un paciente. Pero por lo menos ahora puedo dedicar a mis pacientes todo el tiempo que estimo necesario.
—Eso esta muy bien. Pero tenemos una cita. Has sido tú el que has fijado la hora.
—¿Dónde esta Nikki?
—Esta tomando el sol en el porche. Lleva ahí una hora viendo cómo hacen los preparativos los de Sesenta minutos.
David se puso una camisa recién planchada y se abrochó.
—Lo siento —dijo Angela—. Creo que estoy nerviosa por la entrevista. ¿Crees que debemos seguir adelante?
—Yo también estoy nervioso —dijo David mientras elegía una corbata—. Si quieres que lo dejemos, adelante.
—En realidad ya lo hemos hablado con nuestros jefes.
—Todos nos han asegurado que esto no nos perjudicara —dijo—. Y los dos creemos que la gente tiene derecho a enterarse.
—De acuerdo. Haremos la entrevista —meditó Angela.
David se anudó la corbata, se peinó y se puso la chaqueta. Angela se miró en el espejo. Cuando consideraron que estaban preparados, bajaron y salieron al soleado porche.
Aunque Angela y David estaban nerviosos, Ed Bradley consiguió tranquilizarlos enseguida. Empezó la entrevista de un modo informal, para que se relajaran. Les pidió que describieran sus ocupaciones habituales.
—Tengo una beca para un curso de patología forense —dijo Angela.
—Y yo trabajo en el Columbia Presbyterian Medical Center —dijo David—. Varias sociedades medicas han contratado nuestros servicios.
—¿Les gusta su trabajo? —preguntó Bradley.
—Sí —dijo David.
—Estamos muy satisfechos de haber conseguido ordenar nuestras vidas —dijo Angela—. Durante una temporada nuestra vida ha sido una autentica locura.
—Tengo entendido que han vivido una experiencia muy dura en Bartlet. —Angela y David sonrieron nerviosamente.
—Ha sido una pesadilla —dijo Angela.
—¿Cómo empezó todo?
David y Angela se miraron, no sabían quien debía empezar.
—Adelante, David —propuso Bradley.
—Para mí todo empezó cuando algunos de mis pacientes empezaron a fallecer sin causa aparente. Todos tenían antecedentes graves, por ejemplo, cáncer. —David miró a Angela.
—Para mí todo empezó cuando mi jefe me sometió a acoso sexual. Luego, en nuestro sótano descubrimos el cadáver de Dennis Hodges, que había sido administrador del hospital durante muchos años.
Con su habitual habilidad, Ed Bradley sacó a colación el resto de la historia.
—¿Se pueden considerar las muertes de esos pacientes como un ejemplo de eutanasia? —preguntó a David.
—En principio fue lo que pensamos. Pero en realidad les mataron para mejorar la cuenta de resultados del hospital, y no por una pretendida actitud piadosa. Los pacientes con enfermedades terminales suelen utilizar con frecuencia los servicios del hospital, lo cual se traduce en costes muy elevados.
Para paliar esos costes, se eliminaba a los pacientes.
—En otras palabras, las motivaciones eran simplemente económicas —dijo Bradley.
—Así es —confirmó David—. El hospital tenía perdidas y había que hacer algo para detener los números rojos. Y la solución que adoptaron fue acabar con la vida de los pacientes más costosos.
—¿Por qué perdía dinero el hospital?
—El hospital se había visto obligado a aceptar una capitación —explicó David—. Es decir, ofrecer servicios a las principales sociedades medicas de la zona por una cantidad fija por paciente y mes. Por desgracia, el hospital estimó los niveles de utilización a partir de cifras muy bajas. Entraba menos dinero del que salía.
—¿Por qué aceptó el hospital la capitación?
—Porque, como ya he dicho, no les quedaba otro remedio —dijo David—. Esto guarda relación con la nueva manera de entender una medicina más competitiva. Pero no es una competitividad que se ajuste a la realidad. Las organizaciones medicas son las que fijan los precios. El hospital tenía que aceptar la capitación si quería entrar en el negocio de las sociedades medicas. No les quedaba otra elección.
Bradley asintió y consultó sus notas. Luego los miró.
—El nuevo administrador del Bartlet Community Hospital ha dicho que sus acusaciones son, literalmente, «pura basura».
—Lo sabemos —dijo David.
—El administrador ha dicho también que si es verdad que algún paciente fue asesinado, seguramente se debió a la acción concreta de un perturbado.
—Ya —dijo David.
—¿Esta de acuerdo? —dijo Bradley.
—No, en absoluto.
—¿De que murieron sus pacientes? —preguntó Bradley.
—A causa de exposición masiva a la radiación —dijo Angela—. Los pacientes recibieron exposiciones elevadísimas de rayos gamma procedentes de una maquina de cobalto-00.
—¿Es el mismo método que se usa con éxito para el tratamiento de ciertos tumores? —preguntó Bradley.
—Sí, pero en zonas muy concretas y en exposiciones muy controladas. Los pacientes de David recibieron exposiciones sin ningún control y en todo el cuerpo.
—¿Y cómo lo hacían? —preguntó Bradley.
—Había una cama debajo de la cual habían montado una caja forrada de plomo —explicó Angela—, y en ella colocaban la fuente. La caja tenía una lente que se abría por control remoto. Cuando se abría la ventana, el paciente recibía las radiaciones a través del colchón. Y también las recibieron algunas enfermeras que asistían a los pacientes.
—¿Vieron ustedes la cama?
—La descubrimos después de encontrar la fuente e intentar neutralizarla —dijo David—. Cavile cómo habían radiado a mis pacientes. Y recordé que muchos de ellos habían sido instalados en camas estropeadas. Y también recordé que en todas las ocasiones les habían trasladado a una misma cama ortopédica. Tras abandonar la sala de reuniones, buscamos esa cama ortopédica. La encontramos en mantenimiento.
—¿Creen que esa cama fue destruida? —preguntó Bradley.
—La cama desapareció esa misma noche —dijo David.
—Pero ¿cómo es posible? —preguntó Bradley.
—Pues muy sencillo. Los responsables de su utilización se deshicieron de ella —dijo David.
—¿Suponen que estaban implicados todos los miembros del consejo del hospital?
—Si no todos, al menos una buena parte —dijo David—. Desde luego el presidente y el jefe del personal medico estaban al corriente. Pensamos que el diseño de la operación correspondió al jefe de la plantilla. Él era el único con conocimientos suficientes como para trazar un plan tan diabólico. Si no lo hubieran utilizado tan descaradamente, nunca les hubieran descubierto.
—Lamentablemente, ninguna de estas personas puede ofrecer su versión —dijo Bradley—. Tengo entendido que, a pesar de su heroica intervención, todos murieron a causa de las radiaciones.
—Por desgracia es así —corroboró David.
—¿Cómo consiguieron destruir la cama si estaban tan enfermos? —preguntó Bradley.
—A menos que la dosis sea muy elevada, hay un período variable hasta que se presentan los distintos síntomas. Tuvieron bastante tiempo para destruir la cama.
—¿Tiene alguna prueba de todo esto?
—Los dos vimos la cama —dijo David.
—¿Alguna otra prueba? —insistió Bradley.
—Encontramos la fuente —dijo Angela.
—Encontraron la fuente —repitió Bradley—. Es verdad.
Pero estaba en la sala de reuniones y no junto a ningún paciente.
—Werner van Slyke nos lo contó todo —dijo David.
—Werner van Slyke es la persona que, según ustedes, se convirtió en ejecutor del plan —dijo Bradley.
—Exacto —dijo David—. Recibió adiestramiento sobre energía nuclear en la marina, y sabía bastantes cosas sobre radiactividad.
—Van Slyke es esquizofrénico y esta hospitalizado por haber estado expuesto a radiaciones muy elevadas —dijo Bradley—. Ha caído en una profunda demencia desde la misma noche en que el consejo del hospital recibió las letales radiaciones. Se niega a hablar y se cree que morirá pronto. ¿Correcto?
—Correcto —dijo David.
—No hace falta mencionar que no parece un testigo muy fiable —dijo Bradley—. ¿No disponen de otras pruebas?
—Yo atendí a muchas enfermeras con síntomas de exposición a las radiaciones —dijo David—. Y todas estaban cerca de mis pacientes.
—Pero usted pensó que era gripe —repuso Bradley—. Y no hay manera de demostrar que fuera otra cosa.
—Es verdad —admitió David.
Bradley se dirigió a Angela.
—Tengo entendido que usted hizo la autopsia a uno de los pacientes de su marido. —Ella asintió.
—¿Sospechó usted que el paciente había estado sometido a altas dosis de radiación? —preguntó Bradley.
—No, porque murió tan rápidamente que no dio tiempo a que se presentaran los síntomas de esa enfermedad. Había recibido tanta radiactividad que afectó su sistema nervioso central a nivel molecular. De recibir menos habría vivido lo bastante como para que surgieran ulceras en su tracto digestivo. En ese caso sí habrían considerado una probable exposición a radiaciones.
—Nada de esto parece prueba concluyente —dijo Bradley.
—Supongo que es así —admitió David.
—¿Por qué no han sido llamados a declarar? —preguntó Bradley.
—Sabemos que ha habido demandas civiles —dijo Angela—. Pero en todos los casos se llegó a un acuerdo entre los litigantes. No ha habido acusaciones penales.
—Según vuestras revelaciones, es increíble que no se hayan exigido responsabilidades penales —dijo Ed Bradley—. ¿A que se debe?
Angela y David se miraron. Finalmente habló David:
—Creemos que se debe a dos razones fundamentales. En primer lugar, la gente tiene miedo de este asunto. Si todo esto saliera a la luz, tendrían que cerrar el hospital y eso sería un desastre para la comunidad. El hospital es una fuente de ingresos importante para la ciudad, da empleo a muchas personas y proporciona amplia asistencia sanitaria.
Y, en segundo lugar, los culpables recibieron, en cierta medida, su castigo. Van Slyke se ocupó de eso cuando colocó el cilindro de cobalto-60 en la sala de reuniones.
—Eso explicaría por qué no se ha producido ninguna reacción en la comunidad —dijo Bradley—. ¿Pero que ha sucedido a nivel oficial? ¿Qué ha hecho el fiscal?
—A nivel nacional, este episodio afecta plenamente al plan de la reforma sanitaria —dijo Angela—. Si esta historia sale a la luz, mucha gente tendría que replantearse el curso de las cosas. Las decisiones económicas apropiadas no siempre coinciden con las decisiones sanitarias apropiadas.
La atención al paciente peligra cuando los poderes se ocupan demasiado de las decisiones económicas. Nuestra experiencia en el Bartlet Community Hospital es un ejemplo extremo del poder de destrucción de los burócratas. Y es algo real y que puede volver a suceder.
—Corren rumores de que ustedes podrían obtener un beneficio de todo este asunto —dijo Bradley.
David y Angela intercambiaron nerviosas miradas.
—Nos han ofrecido mucho dinero por una película para televisión —admitió David.
—¿Piensan aceptar la oferta?
—Todavía no lo hemos decidido —dijo David.
—Pero ¿han sentido la tentación de aceptarla?
—Claro que sí —dijo Angela—. Debemos todavía mucho dinero de nuestros estudios, y en Bartlet tenemos una casa que no podemos vender. Además, nuestra hija tiene una enfermedad congénita que en cualquier momento puede requerir cuidados especiales.
Ed Bradley sonrió a Nikki, que le devolvió la sonrisa.
—Creo que te has portado como una heroína —dijo Bradley.
—Dispare contra un hombre que estaba pegando a mama —dijo Nikki—. Pero le di a la ventana.
Bradley sonrió y dijo:
—Procurare mantenerme apartado de tu madre.
Todos se echaron a reír.
—Supongo que son conscientes —dijo Bradley ya serio— de que la gente piense que se han inventado esto para obtener dinero de la televisión y para vengarse de quienes les despidieron.
—Estoy seguro de que quienes no quieren que esta historia salga a la luz, intentaran cualquier cosa para desprestigiarnos. Pero sólo conseguirán matar al mensajero portador de malas noticias —dijo Angela.
—¿Y las violaciones del aparcamiento? —preguntó Bradley—. ¿También forman parte del complot?
—No, no —dijo Angela—. En un momento determinado llegamos a pensar que era así Y también lo creía el investigador privado que perdió la vida mientras trabajaba para nosotros. Pero estábamos equivocados. De todo este incidente la única persona procesada es Clyde Devonshire, un enfermero que trabajaba en urgencias. La prueba del ADN le incriminaba en dos violaciones.
—¿Han aprendido algo de esta experiencia?
Angela y David contestaron que sí al unísono.
—He aprendido —dijo Angela— que, ya que la asistencia sanitaria esta cambiando, sería mejor que médicos y pacientes estuvieran enterados de cualquier tipo de recorte presupuestario, para que puedan tomar las decisiones adecuadas. Los pacientes son demasiado vulnerables.
—Yo he aprendido —dijo David— que es muy peligroso dejar que los financieros y los burócratas se entrometan en la relación medico-paciente.
—Me da la sensación de que son contrarios a la reforma sanitaria —dijo Bradley.
—Todo lo contrario —dijo Angela—. Creemos que la reforma sanitaria es indispensable.
—Sí, indispensable —observó David—. Pero estamos preocupados. Nosotros no queremos que pase lo del chiste: un medico le pregunta o otro que tal ha ido una operación, y este le contesta que ha sido un éxito pero que el paciente ha muerto. El viejo sistema favorecía la utilización excesiva a través de incentivos económicos. Los cirujanos, por ejemplo, recibían un plus cuanto mayor era el número de intervenciones.
Cuantos más apéndices o amígdalas extirpaban, más dinero ganaban. Pero no sería razonable que el péndulo fuese al extremo opuesto y se premiase la infrautilización. En muchas sociedades medicas se premia a los doctores por no hospitalizar a los pacientes o por no prescribirles ciertos tratamientos de coste elevado.
—Tendrían que ser las necesidades de los pacientes las que determinaran el tipo de tratamiento —señaló Angela.
—Exacto —corroboró David.
—Corten —dijo Bradley.
El cámara se incorporó y se movió para desentumecerse.
—Fantástico —dijo Bradley—. Tenemos bastante material y un final perfecto. Ha sido una toma muy buena. Mi trabajo sería más fácil si todo el mundo tuviera las cosas tan claras como ustedes.
—Es muy amable —dijo Angela.
—¿Creen que todo el comité ejecutivo estaba en el ajo?
—Seguramente la gran mayoría —dijo David—. Todos tenían mucho que ganar si el hospital prosperaba, y mucho que perder si cerraba. Los miembros del consejo no eran nada altruistas, al contrario de lo que quizá se piensa, particularmente el doctor Cantor, el director de la plantilla profesional.
Si el hospital se hundía, su Centro de Diagnóstico por la Imagen correría la misma suerte.
—¡Mierda! —dijo Bradley mientras repasaba sus notas—. Se me ha olvidado preguntar por Sam Flemming y Tom Baringer. —Llamó al cámara y le dijo que había que rodar un trozo más.
David y Angela se sintieron desconcertados. Los nombres no les resultaban familiares.
En cuanto el cámara les hizo la señal de que la cinta estaba grabando, Ed Bradley se volvió hacia Angela y David y preguntó por los dos hombres. Ambos dijeron que no conocían esos nombres.
—Eran dos pacientes del Bartlet Community Hospital que murieron con los mismos síntomas que los pacientes de David —explicó Bradley—. Eran pacientes del doctor Portland.
—En aquel entonces nosotros no sabíamos nada de todo esto —dijo David—. Debieron de morir antes de nuestro ingreso en el hospital. El doctor Portland se suicidó poco antes de que nos instaláramos en Bartlet.
—A lo que me refiero es a si ustedes piensan que esos pacientes pudieron morir por culpa de las radiaciones que, al parecer, afectaron a otros pacientes.
—Si los síntomas eran los mismos, tanto en intensidad como en evolución, pues es posible que sí —respondió David.
—Es muy interesante —dijo Bradley—. Ninguno de ellos padecía una enfermedad terminal, a excepción del problema por el que fueron ingresados. Pero los dos habían suscrito pólizas millonarias en las que el hospital era el único beneficiario.
—No hace falta preguntar por las causas de la depresión del doctor Portland —dijo Angela.
—¿Quieren hacer algún comentario? —dijo Ed Bradley.
—Si recibieron radiaciones, las motivaciones en este caso eran descaradamente económicas —dijo David—. Y ello confirmaría que nuestras acusaciones tienen fundamento.
—Si se exhumaran los cadáveres, ¿podría averiguarse sin temor a error si fueron radiados? —preguntó Bradley.
—Creo que no —dijo Angela—. Lo único que podría confirmarse es que probablemente habían estado expuestos a radiaciones.
—Una ultima pregunta. ¿Son ustedes felices?
—Todavía no nos atrevemos a enfrentarnos a esa pregunta —dijo David—. Desde luego somos mucho más felices que hace unos meses, y estamos muy contentos con nuestros nuevos trabajos. También lo estamos de que la enfermedad de Nikki vaya evolucionando bien.
—Después de todo lo que hemos pasado, nos llevara un tiempo superarlo —dijo Angela.
—Yo creo que somos felices —terció Nikki—. Voy a tener un hermanito.
—¿De verdad? —preguntó Bradley enarcando las cejas.
—Sí, de verdad —dijo David.
Angela sonrió.
FIN