Intervalo dos

—Tengo que hacer una pausa —le dijo Alec Kyle a su extraño visitante.

Dejó el lápiz y se masajeó la dolorida muñeca. La mesa estaba sembrada de virutas de madera de los cinco lápices que había gastado hasta el final. Éste era el sexto, y Kyle tenía el brazo destrozado de tanto escribir.

Frente a él había una delgada pila de hojas cubiertas de notas y apuntes de arriba abajo, y de un margen al otro. Cuando comenzó a escribir (¿cuatro, cinco horas antes?) las notas habían sido minuciosas, detalladas. Al cabo de una hora se habían transformado en meros apuntes, garabateados en una letra casi ilegible. Tanto, que el mismo Kyle apenas si podía descifrarlos, y se habían reducido a una lista de fechas junto a breves títulos.

Ahora, mientras descansaban su mente y su muñeca, Kyle miró otra vez las fechas e hizo un gesto escéptico. Él todavía creía que todo esto era la pura verdad, pero había aquí una anomalía flagrante, una ambigüedad que él no podía pasar por alto. Kyle, con el gesto ceñudo, miró a la aparición que flotaba muy erguida al otro lado de la mesa, y dijo:

—Hay algo que no acabo de entender. —Y tras reír con cierta histeria, continuó—: En realidad, hay muchísimas cosas que no entiendo, aunque hasta ahora al menos podía creer en ellas. Pero esto me cuesta mucho más.

—¿Y de qué se trata? —preguntó la aparición.

—Hoy es lunes. Sir Keenan será incinerado mañana. La policía no ha podido descubrir nada, y es casi blasfemo mantener su cadáver en la condición en que se encuentra.

—Es verdad —concedió su interlocutor.

—Bien. La cuestión es que yo sé que gran parte de lo que usted me ha contado es cierta, y sospecho que también lo es el resto. Me ha dicho cosas que sólo sir Keenan y yo sabíamos. Pero…

—¿Pero qué?

—¡Pero su historia va más allá del presente! —estalló Kyle—. He verificado sus fechas, y usted me ha estado hablando sobre el próximo miércoles, para el que todavía faltan dos días. Según su relato, Thibor Ferenczy todavía no está muerto, y no lo estará hasta el miércoles por la noche.

Después de un instante, el otro respondió:

—Me doy cuenta de que esto le debe de parecer muy extraño. El tiempo, Alec, es relativo, como el espacio. En verdad, están estrechamente relacionados. Iré aún más lejos: todo es relativo. Hay un gran proyecto universal…

Algo se le escapaba a Kyle; por un momento, sólo vio lo que quería ver.

—¿Usted también puede ver el futuro? —Su rostro tenía una expresión de intenso asombro—. ¡Y yo que pensaba que ése era mi talento! Pero que pueda ver el futuro con tal claridad es casi increí… —Kyle se interrumpió bruscamente.

Como si las cosas no fueran ya bastante fantásticas, algo aún más increíble se le había pasado por la cabeza.

Puede que su visitante lo leyera en su rostro, pero lo cierto es que sonrió, una sonrisa tan transparente que incluso dejaba pasar la luz que penetraba por la ventana.

—¿Qué sucede, Alec?

—¿Dónde… dónde está usted? —preguntó Kyle—. Quiero decir, su yo verdadero, físico. ¿Desde dónde me está hablando? O mejor dicho, ¿desde cuándo?

—El tiempo es relativo —respondió el otro, sin dejar de sonreír.

—Usted me habla desde el futuro, ¿verdad? —susurró Kyle. Era la única respuesta posible. Sólo así el espectro podía saber todas estas cosas, podía hacer lo que hacía.

—Usted me será muy útil —dijo el fantasma, asintiendo—. Además de la videncia, parece poseer una aguda intuición. O tal vez es parte del mismo talento. Pero ahora, ¿no cree que deberíamos seguir?

Kyle, todavía atónito, cogió el lápiz.

—Sí, será mejor que continuemos, será mejor que me lo cuente todo, hasta el final.