El secreto del Habitante - Los fallos de Karen - ¡Guerra!
Los últimos rayos del sol comenzaban a desvanecerse y a teñir de oro los picos más altos cuando el Habitante, Harry hijo, convocó una reunión. Quería comunicarse con todos los que vivían en el jardín o sacaban de él su sustento. Y tenía que hacerlo ahora, mientras quedaba tiempo. Estaba de pie en un balcón, bajo los aleros de su casa, arengando a los que vivían con él, Viajeros y trogloditas, sin hacer distinción entre ellos. También su madre se quedó un rato con él antes de decidirse a entrar en casa. Sonreía con expresión dulce, el rostro coronado por sus grises cabellos, la mente perdida, pero feliz en su ignorancia. Harry padre no podía soportar mirarla, olvidando que, puesto que su cuerpo era el de Alec Kyle, ella no podía reconocerlo. Le alegró ver que se metía dentro. De todos modos, hacía tanto tiempo, tantísimo tiempo que había ocurrido todo para ella…
—Amigos, ha llegado la hora de la verdad —dijo Harry hijo levantando los brazos, al tiempo que el tumulto de voces se acallaba—, ha llegado la hora de tomar una decisión con respecto a ciertas cosas. Yo no os he engañado de manera deliberada, pero tampoco os lo he dicho todo. Bien, ahora quiero enmendar este punto. Hay aquí algunos de vosotros que no se sienten llamados a luchar contra nada. Esta lucha no es vuestra lucha. Si vinisteis aquí o fuisteis enviados aquí fue por voluntad de otros. Yo puedo sacaros de aquí con la misma facilidad con la que os metieron. Zek, Jazz, Harry, estoy refiriéndome a vosotros.
»Y en cuanto a vosotros, Viajeros, podéis volver a vuestros viajes. Tenéis el camino abierto ante vosotros: marchaos ahora, bajad por el collado, atravesad los puertos hasta llegar a la Tierra del Sol. Y vosotros, trogloditas, podéis bajar a la llanura de la Tierra de las Estrellas y esconderos en vuestras cavernas o en otros lugares más seguros antes de que los wamphyri os ataquen. Pero todos debéis tener conciencia de que atacarán, y pronto.
De la masa de trogloditas, desorientados y lerdos, se levantó un sordo clamor. Harry, Zek y Jazz se miraron desalentados. Un joven Viajero gritó:
—¿Y esto por qué, Habitante? Tú eres poderoso. Nos has proporcionado armas con las que matar a los wamphyri. ¿Por qué nos echas?
Harry hijo bajó los ojos para mirarlo.
—¿Son enemigos vuestros los wamphyri?
—¡Sí! —gritaron todos.
—Siempre lo han sido —gritó el mismo joven de antes.
—¿Queréis matarlos?
—Sí —fue el grito unánime—. ¡A todos!
El Habitante asintió:
—Sí, a todos. ¿Y vosotros también, trogloditas? Hubo un tiempo en que servíais a los wamphyri. ¿Ahora queréis volveros contra ellos?
Hubo una breve discusión y algunos refunfuñaron.
—Lo hacemos por ti, Habitante, sí —contestó un portavoz por todos ellos—. Sabemos distinguir el bien del mal y que tú eres bueno.
—¿Y tú, Harry… padre? En tu mundo fuiste azote de vampiros. ¿Sigues odiándolos?
—Sé qué harían en mi mundo —respondió Harry—. Sí, yo los odio en este mundo y en cualquier mundo.
Harry hijo los fue mirando a todos, sus ojos tras la máscara dorada fueron posándose en cada uno de ellos, mientras lo miraban a él como un solo hombre. Finalmente la mirada de Harry se posó en Zek y en Jazz.
—En cuanto a vosotros dos —dijo—, puedo sacaros de aquí y devolveros al sitio de donde vinisteis. ¿Lo sabéis? Puedo trasladaros al lugar del mundo que os apetezca. ¿Me comprendéis?
Se miraron los dos y Jazz dijo:
—Si puedes hacerlo ahora, también podrás hacerlo más tarde. Ya nos has salvado una vez, de esto hace bien poco tiempo. Y nosotros ya nos hemos enfrentado con los wamphyri antes de ahora. ¿Cómo puedes pensar que ahora vamos a abandonarte?
Harry hijo volvió a asentir con la cabeza.
—Dejadme que os cuente una cosa —dijo—. Antes de que la mayoría de vosotros viniera aquí, en tiempos en que yo empezaba a construir todas estas cosas y sólo contaba con la ayuda de los trogloditas, encontré un lobo en la montaña. Su manada se había vuelto contra él, lo había atacado. Pensé que estaba moribundo, porque sus heridas eran muchas. Yo entonces no sabía todo lo que sé ahora. Recogí al lobo, lo curé, lo atendí hasta que sanó y muy pronto estuvo en condiciones de volver a correr. Demasiado pronto en realidad… Me figuraba que era yo quien le había salvado la vida, cuando en realidad quien lo había salvado era la criatura que él llevaba dentro.
Nadie dijo nada. Sobre el grupo cayó un pesado silencio. Harry Keogh dio un paso adelante en el balcón y observó, temeroso, a su hijo.
—Padre —prosiguió Harry hijo—, ya te he dicho que existen razones que me impiden volver, razones que me obligan a quedarme y a defender este lugar. Pero todos los que estáis aquí habéis manifestado vuestro odio a los wamphyri y vuestro deseo de acabar con ellos. ¡Con todos los wamphyri! ¿Cómo puedo pediros que luchéis por mí?
—Harry… —empezó su padre, aunque se vio interrumpido enseguida.
—Así es como me pagó el lobo —dijo el Habitante, arrancándose del rostro la máscara dorada.
Debajo de ella se vio el rostro de un Harry Keogh joven, que reveló a su padre, por encima de cualquier duda posible, que estaba contemplando a su verdadero hijo. Sin embargo, los ojos del rostro, vistos a la luz del crepúsculo, eran de color escarlata…
Por encima de la multitud se elevó un prolongado y casi imperceptible suspiro. Durante largo rato todos permanecieron en su sitio contemplando al Habitante, hasta que al final comenzaron a murmurar, a hablar entre sí en murmullos inaudibles. Por fin empezó a disolverse el grupo de gente congregada, que fue desfilando en pequeños grupos. Al cabo de unos momentos, los únicos que no se habían marchado eran Harry padre, Jazz y Zek. El Habitante pensó que, si no se habían ido, era porque no tenían dónde ir.
—¡Ahora mismo voy a sacaros de aquí! —dijo.
—¡Narices!, nos vas a sacar de aquí —gruñó su padre—. Baja de aquí y explícate. Puedes ser el Habitante, pero también eres carne de mi carne. ¿Tú un vampiro? ¿Cómo crees que la gente puede amar a un vampiro? ¡No lo creo!
Harry bajó.
—Lo creas o no —dijo—, es la verdad. Sí, soy diferente de los demás, lo admito. Tengo una mente y una voluntad lo suficientemente fuertes para dominarme. He conseguido frenarme, he logrado tener a raya el instinto. De cuando en cuando me acomete, pero yo siempre estoy a punto y saldré victorioso siempre. Por lo menos, hasta ahora lo he conseguido. Lo que hay en mí de vampiro trabaja en mi favor, no al revés. Tengo la fuerza del vampiro, su tenacidad, sus poderes. Soy un huésped, nada más. Pero también existen desventajas. Una de ellas es que tengo que estar aquí, en la Tierra de las Estrellas o cerca de la Tierra de las Estrellas, porque la luz del sol, el sol de verdad, acabaría conmigo. Y la razón principal que me obliga a estar aquí es que esto se ha convertido en mi casa, en mi territorio. ¡No quiero a nadie en él!
Los miró con sus ojos escarlata y sonrió con tristeza.
—Así es que ahora ya lo sabéis todo y, ahora, si estáis preparados…
—Yo no —dijo Harry acompañándose con un movimiento de cabeza—. Pienso quedarme hasta que todo haya terminado. No he estado ocho años buscándote para tener que dejarte ahora.
Harry hijo miró a Jazz y a Zek.
—Ya tienes nuestra respuesta —dijo Jazz.
Bajo la luz del atardecer se acercaron los trogloditas, que llegaron remoloneando y arrastrando los pies. Su portavoz fue el que habló:
—Nosotros estábamos con Lesk y no nos gustaba. Nos gusta trabajar para ti. Sin ti no tenemos nada. Así pues, nos quedaremos y lucharemos.
La expresión de Harry hijo era de desesperación. Aunque los trogloditas aprendían con rapidez, la verdad es que no eran muy hábiles con las armas. Súbitamente comenzó a verse una luz fluctuante, acompañada de un cascabeleo peculiar que venía del lugar donde los Viajeros tenían sus casas.
Jazz y Zek intentaron contar las cabezas, aunque era una tarea inútil, porque eran los mismos de antes. Debían de ser unos ochenta. No se había retirado nadie: ni un hombre, ni una mujer, ni un niño.
—Así pues —dijo Harry padre, contemplándolos mientras se reagrupaban—, parece que nos mantendremos unidos y que lucharemos.
Lo único que hizo su hijo fue levantar en alto los brazos como movido por la admiración. Y Harry pensó que movido también por la alegría…
Una hora más tarde, en el arsenal del Habitante, Jazz Simmons había acabado de distribuir los fusiles y las granadas accionadas a presión, de fabricación alemana, entre los Viajeros. El arsenal estaba bien aprovisionado y había armas para todos. También había media docena de lanzallamas y se contaba con los Viajeros, que sabían cómo había que usarlos. Harry hijo estaba presente y quiso advertir que los proyectiles para los fusiles eran probablemente la munición más cara que se había fabricado nunca, puesto que eran de plata pura. Aunque gran parte de los depósitos habían sido robados (Harry hijo no se andaba con rodeos respecto a este punto y consideraba que los fabricantes estaban en condiciones de soportar aquella pérdida), se había visto obligado a encargar y comprar estas municiones. Jazz, siempre práctico, había preguntado cómo se habían pagado. Se le contestó que con el oro de los Viajeros, que abundaba en este mundo. Los Viajeros lo tenían en gran estima y, por supuesto, era muy maleable; por otra parte, era demasiado pesado para transportarlo en grandes cantidades y demasiado blando para trabajarlo. Hacían con él cascabeles y fruslerías, y no lo utilizaban para nada más.
Jazz escogió una metralleta de calibre pesado, un ingenio ruso que disparaba una mezcla de indicadores y de proyectiles explosivos. El arma podía ser utilizada con un trípode o transportada con los dos brazos; hacía falta ser fuerte para manejarla. Jazz conocía el arma, se había entrenado con ella y sabía que era capaz de dejar una barrera mortal y destructiva de fuego.
—Sin embargo —dijo al Habitante—, después de lo que he visto usar a los guerreros wamphyri, yo diría que esto no son más que juguetes.
Harry hijo asintió con un gesto, pero dijo:
—Los lanzallamas no son juguetes y puedo asegurarte que a los wamphyri no les va a hacer ni pizca de gracia ese proyectil de plata. Pese a todo, sé qué quieres decir. Un guerrero, incluso una docena… pero cuarenta… De todos modos, tú todavía no has visto todas mis armas.
Y mostró una granada a Jazz.
Jazz la sopesó con la mano. Tenía el tamaño de una naranja, pero era sumamente pesada. Con un movimiento de cabeza dijo:
—Ésta no la conozco.
—Es americana —le dijo el Habitante— y se utiliza para desalojar nidos de ametralladoras y trincheras. Es una arma bastante siniestra: se convierte en astillas metálicas, de fósforo y abrasivas.
Mientras tanto, Harry padre se sirvió del continuo de Möbius (por vez primera en aquel mundo) para trasladar a dos Viajeros muy importantes a un pico cercano que descollaba por encima de la mayor parte de los demás. Conocían su trabajo y lo habían practicado en ocasiones anteriores. En una depresión situada en lo alto de un pico, literalmente un «nido de águilas» por derecho propio, se habían montado unos grandes espejos sobre unas placas giratorias que captaban los últimos rayos de sol y los proyectaban hacia arriba o hacia abajo, en dirección a los atacantes. Los Viajeros también tenían sus fusiles y cartucheras de proyectiles letales para los vampiros.
Mientras Harry depositaba a sus sorprendidos protegidos y los preparaba para regresar al jardín, sus ojos penetrantes detectaron en el cielo algo que se estaba acercando rápidamente. De momento todavía se encontraba a tres o cuatro kilómetros al este del jardín, pero incluso a esta distancia su tamaño y su forma eran inconfundibles. Era un animal volador, algo así como la montura de Shaithis.
Los Viajeros también lo habían avistado.
—¿Intentamos quemarlo? —gritaron al tiempo que se dirigían a sus espejos.
—¿Un animal volador? —dijo Harry frunciendo el entrecejo, ya que el instinto lo ponía en guardia contra las acciones precipitadas—. A menos que se proponga atacar el jardín…
Volvió al punto de partida y buscó a Harry hijo, pero en su lugar encontró a Zek Föener, con los ojos cerrados, de cara al nordeste, con una mano temblorosa que se llevaba a la frente.
—¿Ocurre algo? —preguntó Harry.
—No, Harry —respondió Zek, sin abrir los ojos—, lo que ocurre es bueno. Lady Karen se acerca porque viene a unirse a nosotros. Quiere luchar a nuestro lado. Cuenta con cuatro magníficos guerreros, pero se mantendrán a la expectativa hasta que ella los llame. Lo que quiere saber ahora lady Karen es si puede posarse aquí sin ningún peligro.
—¿No querrá atacarnos?
—¡Se une a nosotros! —repitió Zek—. Tú no la conoces como yo, Harry. Ella es diferente.
Karen ahora estaba más cerca, como máximo a un kilómetro y medio de distancia, pero todavía cautelosa, todavía lejos. Todos los que estaban en el jardín la habían visto. Jazz Simmons se acercó a toda prisa, con un brillante aparejo de latón que colgaba de la caja del arma.
—¿Y esto qué es? —dijo.
En aquel mismo momento acababa de materializarse el Habitante. Zek habló con los dos hombres y les dijo lo que había comunicado a Harry padre.
—Harry —dijo el Habitante volviéndose a su padre—, ve y di a los Viajeros que no disparen. Veamos primero si viene en son de paz.
Antes que nada, Harry se desvió hacia el pico donde los Viajeros estaban encargados de manipular sus letales espejos. Les transmitió el mensaje de Harry hijo e hizo correr la voz por el jardín y sus defensores. Entretanto Zek comunicó a lady Karen que se posase delante del muro, exactamente entre el muro y los acantilados.
La montura en la que volaba Karen se acercó más y voló más bajo, al tiempo que cada vez iba haciéndose más grande en el cielo. A lo lejos, detrás de ella, otras cuatro formas oscuras se movían rápidamente a través del cielo azul oscuro tachonado de estrellas. Aunque a distancia parecían minúsculas, todo el mundo sabía que en realidad eran grandes, como también sabían quiénes eran.
—¡Ya llega! —dijo Zek con un suspiro.
La montura en la que llegaba Karen, colocándose de cara al viento nocturno que soplaba del oeste, fue bajando lentamente. Por un momento pareció planear igual que una cometa, pero después se dejó caer y desenrolló su juego de patas elásticas como gusanos y se posó en tierra. Chocó en el suelo, aunque no violentamente, y bajó las alas como buscando estabilidad. La cosa quedó allí aparcada, ladeándose e inclinándose considerablemente, mirando con manifiesto desinterés primeramente el jardín, después las amplias rampas que bajaban desde las montañas a la llanura y finalmente de nuevo el jardín. Karen bajó y se acercó al muro. Iba vestida —o desnuda— como para sembrar la consternación entre los presentes, es decir, de la manera que tenía por costumbre.
Los dos Harry, Jazz y Zek fueron a su encuentro. El primer impulso de Zek fue estrecharla entre sus brazos, pero se retuvo. Se dio cuenta inmediatamente de que Jazz se había quedado profundamente impresionado por la aparición de Karen. A Harry padre le ocurría lo mismo: estaba admirado ante la belleza de Karen. Era una belleza que se apartaba de lo terrenal, esto por supuesto, pues era creación de su vampiro, si bien en lo tocante al aspecto, la forma y el atractivo personal, quedaba en parte anulado por el fulgor sanguinolento de sus ojos. Era indudable que la mujer era un wamphyri.
El Habitante era el único que no parecía impresionado.
—¿Has venido para unirte a nosotros en la batalla que se aproxima? —dijo con voz totalmente privada de emoción.
—He venido a morir con vosotros —respondió ella.
—¡Oh! ¿Lo dices en serio?
—¡Y tan en serio! —repitió—. Si crees en los milagros, reza para que se produzca uno. De todos modos, yo no me preocupo por mí.
Y les explicó en qué dilema se encontraba, corroborando lo que Zek Föener ya sabía, es decir, que cualquiera que fuese el bando en que se situase, los wamphyri querrían librarse de ella.
—De esta manera, por lo menos, me llevaré algunos por delante.
—¿Y tus trogloditas, tus lugartenientes? —la acució el Habitante.
—He puesto en marcha a mis trogloditas: los he soltado —respondió ella—. Mis «lugartenientes», como tú los llamas, no son más que perros cobardes. Les he dado el pasaporte. Tal vez los señores se han apoderado de ellos. Ni lo sé ni me importa.
—O sea, que tu nido de águilas ha quedado vacío.
—Sí.
—Pues has sacrificado muchas cosas.
—No —dijo ella, con un movimiento de cabeza—, soy yo la que ha sido sacrificada. Y ahora será mejor que hagas los preparativos finales. Tú no puedes oírlos, pero yo sí, y no tardarán en llegar.
—Tiene razón —confirmó Zek—. Tienen sus pensamientos centrados en la guerra, como si no quisieran hacer otra cosa que leer en ese libro monstruoso. ¡Ya llegan!
El Habitante afirmó con un gesto de cabeza y señaló las cuatro formas oscuras que iban bajando por la oscuridad del cielo.
—¿Son de fiar tus guerreros, Karen?
—Ellos sólo obedecen mis órdenes —respondió.
—Entonces coloca a dos en la parte de atrás del collado, sobre el montículo —dijo indicándole el lugar— y otro par abajo, al pie de los acantilados donde crecen los primeros árboles. Allí nos protegerán, por poca que sea la protección que puedan ofrecernos, y estarán bien situados para lanzarse en caso de que fuera necesario. Y tú, ¿cómo piensas luchar?
—¡Con todo lo que pueda!
Y echando para atrás su diáfana capa y descubriendo el costado derecho, cogió el guantelete que llevaba colgado a la cintura y metió en él la mano derecha. A la pálida luz de las estrellas fulguraron hojas, ganchos y hoces, mientras Karen flexionaba el arma mortífera y se la ajustaba a la mano.
—¡Mira! —gritó Jazz—. ¡Ya los veo!
Era imposible no verlos. Todo el cielo por la parte de oriente se había oscurecido con una multitud de manchas grandes y pequeñas, como si estuviese acercándose un enjambre de langostas. Sin embargo, pese a ser igualmente voraces, ni eran tan pequeñas, ni eran langostas, por supuesto.
—¡Cada uno en su sitio! —gritó el Habitante—. ¿Están preparadas las lámparas?
Por toda respuesta, los Viajeros conectaron a lo largo de la pared las baterías de las lámparas de luz ultravioleta y trataron de apuntarlos con ellas a través de la oscuridad. Parecía que hendían la noche con sus rayos calientes y humeantes. Aquella luz no mataría la carne de los vampiros, pero los heriría y cegaría sus ojos, aunque sólo fuera temporalmente.
El Habitante cogió por el codo a uno de los Viajeros que pasaban.
—¿Qué habéis hecho de vuestras mujeres y vuestros hijos? —preguntó—. ¿Y mi madre?
—Se han ido, Habitante —respondió el hombre—, se han marchado a la Tierra del Sol, donde se quedarán hasta que conozcan el resultado de la batalla.
Harry hijo se volvió a su padre y a los demás y con la cabeza hizo un ademán sombrío.
—Entonces estamos a punto —dijo.
—Es lo que conviene hacer —respondió Jazz Simmons—, porque la guerra ya ha empezado. —E inclinando la cabeza en dirección a la Tierra de las Estrellas, añadió—: Escuchad…
Los gritos roncos de los trogloditas y el clamor de la batalla se elevaban desde las sombras. El rumor y los estampidos de las armas también se dejaban oír. Eran un puñado de trogloditas cuya capacidad para aprender les había permitido acomodarse a las armas.
Harry hijo exclamó:
—Bueno, es lo que cabía esperar: los señores han concentrado a sus trogloditas en los bordes de las montañas desde hace bastante tiempo. Son cientos… puedo saber cuántos son exactamente. —Después, volviéndose a su padre, dijo—: Harry, podrías servirte de la colaboración de un experto.
—Dime su nombre.
—¿Cuándo fue la última vez que te pusiste en contacto con los muertos?
Harry se apartó un paso con expresión decaída, pero enseguida asintió con un gesto.
—Sea lo que fuere lo que se te haya ocurrido, estoy dispuesto cuando tú lo estés, hijo.
Se introdujeron en el continuo de Möbius hasta la llanura cubierta de piedras y se materializaron a una cierta distancia de las montañas y de sus sombras. En las sombrías colinas, en el punto en que se unían con las montañas propiamente dichas, vieron unas nubes de polvo que se levantaban y que sólo podían indicar que en aquel lugar estaba desarrollándose una furiosa lucha. En medio del clamor y de la agitación se podía oír de cuando en cuando el estampido de una arma y el destello ocasional que producía. Los dos Harry se acercaron un poco más y de un salto se situaron en el fragor de la batalla. Los soldados trogloditas del Habitante estaban en la retaguardia. Una nutrida hilera de hombres de Neanderthal cayó bajo el asalto masivo de otros como ellos, empujados a mayor altura en los estribos de las montañas. Sin embargo, los trogloditas de los wamphyri no eran como ellos, eran esclavos, los trogloditas del Habitante eran libres. Por esta razón luchaban.
Cuando Harry hijo vio cómo se estaban desarrollando las cosas, dijo:
—Quisiera salvar a algunos, si es posible.
Entonces Harry Keogh, necroscopio, cerró los ojos y habló con los numerosos muertos de aquel extraño mundo.
—Estamos necesitados de vuestra ayuda —les comunicó en tono de súplica—. Os lo digo a vosotros que estáis aquí debajo, dentro de la tierra, bajo el suelo, allí donde las raíces se entrelazan. Necesitamos vuestra ayuda para luchar contra una gran injusticia.
Debajo del suelo hubo cosas que se movieron y que escucharon la voz desesperada de un amigo, al que trataron de responder.
¿Quién es? ¿Qué pasa? ¿Qué hemos de ayudarte? ¿Cómo podemos ayudarte?
—¡Se trata de los trogloditas! —dijo Harry hijo—. Antes de los wamphyri, vagabundeaban por la Tierra de las Estrellas a voluntad. Han vivido y han muerto aquí a millares. Ellos eran sus maestros y ésta era su tierra.
—¿Cómo está todo? —dijo Harry hablando con ellos como hablaba siempre con los muertos, es decir, como si fueran sus amigos, sus iguales, sus compañeros incluso—. Si estáis convertidos en polvo, no podéis ayudarnos, pero si me oís, si podéis entender, escuchad.
Entonces les expuso lo que necesitaba de ellos, al igual que lo hizo también Harry hijo, que iba contestando las disparatadas preguntas de los muertos.
¿Los wamphyri, dices? Algunos de nosotros fuimos sus servidores en vida. Muchos de nosotros, muchos centenares, morimos en sus guerras. ¡Falsos dioses! ¡Viles, terribles dueños! Pero ¿luchar contra ellos? ¿Cómo? Si volverían a destruirnos de nuevo, nos destruirían por segunda vez.
—No podéis morir dos veces —dijeron Harry y el Habitante, desesperados los dos—. Sólo vuestros hermanos pueden morir y es lo que harán ahora mismo: morir para hacer frente a las tropas de los wamphyri.
¿Las tropas? ¿Trogloditas como nosotros?
—Las tropas, sí —dijo el Habitante—, soldados pero también esclavos de los wamphyri. La muerte a ellos no les causa ningún terror, porque la prefieren a la vida que llevan.
El Habitante dice la verdad, intervinieron algunos de los trogloditas de Harry hijo, muertos recientemente en la batalla. Nosotros por lo menos te conocemos, Habitante, y con gusto volveremos a levantarnos.
—¿Y qué pasará con el resto? —gritó Harry padre—. ¿No se levantarán también? Despertaos ahora antes de que sea demasiado tarde. Tenéis hijos, nietos, biznietos que están luchando en estos momentos. ¡Uníos con nosotros en esta gran batalla contra vuestros inmemoriales opresores, los vampiros!
En las peñas que rodeaban los estribos, en antiguos cementerios excavados en las cavernas, se removieron los cuerpos conservados y momificados de millares de trogloditas, que se levantaron y se sacudieron la tierra que tenían encima. Tumbas solitarias debajo de los árboles también entregaron sus muertos. Detrás de la masa de trogloditas wamphyri que hacían retroceder a los defensores, se sentaron cadáveres muertos recientemente que forzaron sus maltrechos cuerpos a moverse y, a rastras y caminando penosamente, se dirigieron contra sus enemigos, mandados por los vampiros. El hedor a tumba llenaba el aire. Salían de las sombras, de tumbas y nichos cubiertos de moho, de los múltiples lugares de reposo que existen más allá de la vida.
Las fuerzas de los trogloditas seguidores del Habitante, al ver quién acudía ahora a secundarlos en la batalla, pese a tenerlos de su lado y ver que ahuyentaban a los invasores, se sintieron presa del terror y huyeron a esconderse en lugares secretos. Pero no importaba, porque aquel lúgubre ejército de muertos estaba dispuesto a realizar el trabajo que aquéllos habían abandonado. Y serían ellos los que saldrían victoriosos porque, como habían dicho los necroscopios, no era posible morir dos veces.
Gritos de terror hendían la noche, proferidos por centenares de gargantas de los trogloditas wamphyri al darse cuenta de que estaban luchando con aquella clase de seres. Profundamente afectados, los dos Harry se apartaron de aquella carnicería. Pero…
—¡Hijo! —exclamó Harry padre, agarrando el brazo de su compañero—. ¡Mira!
El cielo se había oscurecido con las bestias voladoras y los guerreros de los wamphyri. Rodeaban el jardín y estaban planeando sobre él. Algunos de los guerreros eran verdaderamente gigantescos y cinco de ellos que hubieran caído sobre el jardín al mismo tiempo lo habrían cubierto y arrasado totalmente. Entretanto, allá arriba en las montañas, incluso ahora, estaba a punto de librarse una batalla más grande…
Volvieron al jardín por la ruta especial.
Los guerreros ya se habían posado en el suelo, más abajo de los acantilados situados delante del muro, donde los seguidores de lady Karen estaban ahora enzarzados en espantoso combate con ellos. Sus gritos y bramidos eran ensordecedores. Había otros guerreros que se movían en círculo y que parecían buscar una brecha entre los proyectores de luz ultravioleta que barrían el cielo y les socarraba la piel.
En uno de los picos parpadeaban los terribles espejos cuando Lesk el Glotón hizo que su montura se desplomara deliberadamente sobre los Viajeros que sudaban, juraban y morían en aquel lugar. Pero los Viajeros lo habían visto llegar y, antes de que su montura pudiera abalanzarse sobre ellos, dirigieron sus armas contra ella y dispararon contra la bestia y su jinete un tiro detrás de otro. Lesk, herido y ahora más peligroso que nunca, incitó al maltrecho animal a alejarse del pico y lo encaminó a un loco suicidio en el corazón mismo del jardín.
Al apercibirse de su llegada, proyectaron enseguida sobre él cegadores y humeantes rayos, mientras que su montura sentía cómo aquel sol artificial le corroía la piel y le quemaba sus muchos ojos. La bestia quiso retroceder y anular el salto que lo precipitaba de cabeza, empujó para arriba, pero cayó en picado en el jardín. Alguien entonces arrojó una granada que estalló delante mismo del animal. Con su cabeza en forma de espátula en llamas, chirriando igual que una válvula de seguridad sometida a alta presión, se desplomó en tierra, aunque no sin chocar con el muro y llevarse una parte de él por delante y, junto con ella, a algunos de sus defensores. El enorme cuerpo en forma de manta de aquella criatura abrió una zanja en la tierra, saltó como un tren que se hubiese salido de la vía y despidió por los aires a Lesk, que iba montado en la silla.
Otras bestias voladoras fueron apareciendo también de entre la oscuridad de la periferia, pero se estrellaron en las parcelas e invernaderos o cayeron en los estanques. De sus lomos saltaron lugartenientes de Shaithis, Belath y Volse, que hicieron una gran carnicería en el jardín. Jazz Simmons los vio y los persiguió con los detectores y con una sucesión de bombas explosivas. Dos por lo menos consiguieron huir entre las sombras y el humo, lo que les permitió entregarse a una matanza descomunal y ensañarse en todos los Viajeros o trogloditas que se tropezaban en su camino.
Jazz vio a Harry y a su hijo en el balcón de la casa de este último. Estaban contemplando la batalla. Casi sin aliento, les gritó:
—¿Cómo va todo?
En medio del resplandor y el barrido de los rayos ardientes, de los estampidos de las armas automáticas, de los aullidos de los monstruos y los gritos de los hombres, era difícil poder decirlo.
—También nosotros deberíamos meternos en esto —dijo Harry a su hijo.
—No —dijo éste, acompañando sus palabras con un movimiento de cabeza—. Nosotros somos el último recurso.
Harry no lo entendió, pero se puso en sus manos.
Zek se acercó corriendo a Jazz y lo agarró por el brazo en el lugar donde éste se encontraba, junto a la casa del Habitante.
—¡Mira! —le gritó.
Directamente sobre su cabeza, un guerrero llevaba arrastrando por el cielo una cosa increíble, hinchada y abotargada. Un segundo guerrero, que se encontraba a mayor altura, iba cargado de una manera similar. Los proyectores, igual que guadañas, los atravesaron mientras Zek, casi sin aliento, gritaba:
—¡Son bestias de gas!
—¿Cómo? —exclamó Jazz, atónito, observando que aquella cosa hinchada se había desprendido y, al igual que un obsceno balón, había caído en el jardín.
Aquella cosa se desvió un poco hacia el norte, por encima del muro, donde estaba concentrada la batería de proyectores. Los rayos de luz la localizaron, se centraron en ella y enseguida se puso a humear. Entonces, emanando negros vapores y nubes de humo, se precipitó a la tierra con más rapidez todavía.
Jazz, observando la estrategia, gritó:
—¡No!
Y agarrando a Zek, la empujó al suelo y la cubrió con su cuerpo.
La bestia de gas, un ser vivo que en otro tiempo había sido un hombre, emitió un grito agudo y sibilante al tiempo que su piel se ennegrecía y agrietaba…, y seguidamente estallaba en mil pedazos con la potencia de una bomba de trescientos kilos. Los que manejaban las armas que emitían rayos, situados debajo mismo de la explosión, murieron instantáneamente y tanto sus cuerpos como su equipo quedaron destruidos. Una tercera parte de las defensas del Habitante quedaron arrasadas.
Por el jardín se difundió un viento cálido y maloliente y hasta que no se disipó, Jazz no ayudó a Zek a levantarse. La casa del Habitante seguía en pie, pero todas las ventanas habían saltado por los aires y faltaba la mitad del tejado. Harry y su hijo pudieron refugiarse debajo de los aleros antes de producirse la explosión. Ahora salieron, pálidos e impresionados.
Había otros guerreros que se habían posado en la parte de atrás del collado. En aquel lugar lucharon contra los seguidores de Karen, derrotándolos y silenciándolos sin tardanza. Sin embargo, en la zona había Viajeros fuertemente armados con granadas que arrojaron sus proyectiles mortales y devolvieron a los guerreros golpe por golpe.
Los lugartenientes de los wamphyri hacían estragos en todos los rincones del jardín y sus guanteletes de guerra chorreaban sangre de los Viajeros. La noche estaba inundada de humo y hedores, hendida por los estampidos de las armas, más infernal todavía como consecuencia de las surrealistas cuchilladas asestadas por la luz cauterizadora y por los largos momentos de oscuridad total…
Junto al muro medio derruido, lady Karen vio aparecer algo que salía de aquella depresión llena de humo. Iba arrastrándose por el suelo pero, al llegar al nivel del mismo, se levantó y atacó. Era el loco de lord Lesk, el más sanguinario de todos los wamphyri, casi totalmente recuperado, sin que apenas se resintiera de las heridas que había recibido ni de la caída que había sufrido. Al ver a Karen, se lanzó sobre ella lleno de las peores intenciones.
Pero ésta empujó a un asustado Viajero y dirigió su lámpara directamente contra la odiosa cara de Lesk consiguiendo cegarlo totalmente. Éste lanzó una maldición, se cubrió el rostro con las manos, se acercó a Karen y de un puntapié le hizo saltar la lámpara de las manos. Medio ciego, volvió hacia ella el costado izquierdo y descargó toda la furia de aquel ojo sin párpado que tenía en el hombro. Pero al hacer un movimiento con su guantelete, giró su cuerpo con el impulso y de nuevo volvió a perderla de vista. Karen se había librado del golpe que intentaba asestarle Lesk y, de un rápido movimiento de su guantelete, cortante como una navaja barbera, arrancó la carne de su costado, llegando hasta las costillas del monstruo.
Lesk dio un alarido, se tambaleó, quedó jadeante, como sorprendido ante lo que acababa, de ocurrirle, y con la mano libre, se tocó torpemente el cuerpo para comprobar el daño terrible que acababan de hacerle. Su corazón latía como un gran fuelle amarillo, perfectamente visible contra la bolsa oscura y palpitante de su pulmón izquierdo. Los Viajeros se abalanzaron sobre él, tratando de hacerle la zancadilla y de llevárselo a rastras. Mientras tanto, Lesk seguía rugiendo enfurecido, Karen se acercó y, con el arma terrible que llevaba en la mano, le arrancó el corazón desnudo. Le cortó las arterias y se lo extrajo del cuerpo. Lesk tosía y escupía sangre, parecía irse hinchando por momentos y… al final se desplomó como un árbol acabado de talar. Los Viajeros se lanzaron sobre él como lobos, lo decapitaron, lo rociaron con petróleo y le prendieron fuego. Lesk se deshizo en llamas.
Entretanto…
Una segunda bestia de gas fue derivando directamente hacia la casa del Habitante. Los dos Harry huyeron de la casa y encontraron a un par de lugartenientes de los wamphyri en su camino. La estrategia que observaron en su trato con ellos demostró la afinidad que tenían: dejaron que los vampiros, armados con sus guanteletes, se acercaran a ellos y los atacaran e inmediatamente escaparon a través de las puertas de Möbius. Cuando sus perseguidores penetraron en aquel reino desconocido pisándoles los talones, cerraron las puertas y salieron por otras. Los lugartenientes desaparecieron y tal vez lo único que ahora llegaba hasta ellos eran los débiles ecos de sus gritos, que muy pronto se ahogarían en el alboroto y la confusión de la batalla.
La plañidera bestia de gas situada sobre la casa del Habitante fue alcanzada por un proyectil extraviado de un arma. La bestia estalló con un estruendo espantoso, provocando la demolición de la casa y despidiendo una terrible vaharada que difundió un hedor apestoso.
Los guerreros se acercaron al collado detrás del poblado. Otro se estrelló en la baja estructura que albergaba los generadores de Harry hijo. Las restantes lámparas ultravioleta dejaron de parpadear y sólo quedó un puñado de linternas y la luz de las estrellas para iluminar la noche que estaba desplegándose ante ellos. Las voces estridentes de lord Belath y de lord Menor Maimbite ya estaban sonando dentro del jardín. Desde arriba, lord Shaithis daba instrucciones a gritos.
Todavía no recuperado del todo de la explosión de la bestia de gas, Harry agarró el brazo de su hijo.
—Antes has dicho que nosotros éramos el último recurso —le recordó casi sin aliento—. Sea lo que fuere lo que querías decir con esto, sea lo que fuere lo que pensases, mejor sería que lo dijeses ahora.
—Padre —respondió—, en el continuo de Möbius hasta el pensamiento tiene peso. Tú y yo estamos enlazados. Dondequiera que nos encontremos del continuo de Möbius, tenemos que conocernos forzosamente.
Harry asintió con un gesto.
—Por supuesto —dijo.
—Yo he hecho cosas con el continuo de Möbius que tú ni siquiera has soñado —prosiguió el Habitante, con tono ingenuo y sin ganas de fanfarronear—. A través de él puedo enviar algo más que meros pensamientos, con tal de que haya alguien que reciba lo que yo envío. En este caso, sin embargo, lo que tengo que enviar es peligroso, no para ti, sino para mí.
—No te sigo.
Desesperadamente consciente de que estaba perdiéndose la batalla, Harry se pasó la lengua por los labios resecos y movió la cabeza.
—Pero me seguirás —le replicó rápidamente el Habitante.
—Ya sé qué quieres decir —dijo Harry—, pero ¿esto no perjudicará el jardín, no dañará a los Viajeros?
—No estoy seguro. Quizás un poco, aunque no será grave ni duradero. De todos modos, tendrías que desembarazarte de lady Karen.
Se dirigió corriendo a las ruinas de su casa y encontró una túnica hecha con una brillante plancha metálica que tenía guardada en ella y se la puso. Lo cubría de pies a cabeza y estaba provista de unos discos de vidrio de color para cubrir los ojos.
—Ya la he usado con anterioridad —dijo—, para ir más allá de las estrellas. Ahora mejor será que te ocupes de Karen.
Harry, que lo había seguido, dijo:
—¿Dónde te encontraré?
—Aquí. Te estaré esperando.
Harry se sirvió del continuo de Möbius y se trasladó al muro. Allí, unos hombres provistos de lanzallamas estaban rociando con ellos a un guerrero que tenían acorralado. Karen estaba luchando con un lugarteniente y se dedicaba a acabar con él cuando Harry llegaba.
—No me preguntes nada y ven rápidamente conmigo —le dijo Harry.
La cogió, se introdujo en una puerta de Möbius y salió a la llanura de piedras, a una distancia prudencial de la deslumbrante Puerta en forma de esfera. Karen, casi cegada, se tambaleó un momento y sus ojos escarlata quedaron redondos como platos.
—¿Cómo…?
—Dime cuál es tu columna —le preguntó.
Ella se lo indicó con el dedo y él volvió a llevársela consigo…
Después la dejó en su nido de águilas, ahora desierto, y regresó al jardín. Su hijo lo estaba esperando.
—¿Lo entiendes? —quiso saber el Habitante.
—Sí —dijo Harry asintiendo con la cabeza—. Sigamos adelante.
Entraron en el continuo de Möbius y Harry hijo se puso rápidamente en marcha, a través de las montañas hasta la Tierra del Sol y de allí…
… ¡al sol! Se quedó fuera de aquel horno monstruoso suspendido en las profundidades del espacio y abrió una puerta de Möbius. Harry oyó el siseo que le hacía emitir el tormento que sufría y oyó también su pensamiento que decía: ¡Ahora!
Abrió una puerta de Möbius que daba al jardín, la atrancó, la fijó allí y dejó que su hijo orientara y derramara la luz del sol a través del continuo de Möbius y a través de la puerta de Harry. Inmediatamente el jardín quedó inundado de luz intensa, resplandeciente y dorada.
Harry hizo girar la puerta como si fuera la torreta de un tanque y proyectó su haz de luz solar concentrada a través del jardín. El rayo alcanzó a los guerreros, que cayeron derribados desde el collado. La luz se los comió como si fuera ácido, devorando su carne de vampiros, puesto que aquello era luz del sol, no atenuada por la distancia ni diluida por la atmósfera, sino esencia del sol. Los monstruos se fundieron, hirvieron y cayeron en pozos viscosos y negros.
¡Ay!, la agonía que sufría el Habitante era un auténtico fuego que quemaba en la mente de su padre. El rayo se interrumpió, dio tiempo a Harry para recuperarse, para descansar de la tarea de mantenerse firme y de controlar la puerta de Möbius.
—¿Hijo? —sus angustiados pensamientos se perdieron por el camino de Möbius—. ¿Estás bien?
¡No!… Sí, sí… estoy perfectamente bien. Aguarda un momento…
Harry esperó, conjuró una puerta y miró fuera. Escogió nuevos blancos: lord Belath y lord Menor, que pasaban junto a una hueste de aterrorizados Viajeros, a los que aplastaban como moscas.
¡Ahora!
Harry fijó la puerta y guió la ráfaga de sol de su hijo a través de ella. Aquel rayo fulgurante cayó sobre Belath y Menor como si fuera un haz de oro solidificado. Los quemaba, les cauterizaba la carne y la piel, que quedaban retorcidas y se evaporaban de forma hedionda. Mientras los Viajeros se alejaban locamente de ellos, estallaban en migajas abyectas.
Harry dirigió el rayo hacia el norte y encontró un guerrero a media altura, que bajaba en dirección a los defensores del muro. Antes de que pudiera acercarse demasiado, lo dejó reducido a una bola de fuego alquitranada que saltó rebotando al otro lado de los acantilados. Había otros guerreros que volaban en lo alto, y bestias voladoras con sus sorprendidos jinetes. Harry abrió la puerta horizontalmente y transformó su rayo en un gigantesco proyector. El sol brillaba hacia arriba, ¡desde la tierra!
Cayeron del cielo monstruosos desechos y… ¡Ahhh!,… el rayo quedó nuevamente en suspenso.
—¡Hijo, hijo! —exclamó Harry hablando en dirección al continuo de Möbius—. Deja que acabe todo esto de una vez. Están derrotados, ya se van. ¡Para ya, antes de que te dejes la vida en el intento!
¡No!, dijo la voz de Möbius, una voz que hacía estremecer. De ésta no tienen que volver a recuperarse nunca más. Baja a ia llanura cubierta de piedras, cerca del lugar donde ellos tienen sus columnas.
Harry comprendió lo que quería decirle y obró en consecuencia.
¡Ahora!
El rayo del Habitante salió proyectado hacia el exterior y lamió la base de la columna de Shaithis. Estuvo jugando unos momentos en la zona consiguiendo carbonizar balcones de hueso y traspasar ventanas cartilaginosas localizando a las bestias de gas instaladas en sus puestos. Siguiendo una irrefrenable reacción en cadena de bombas vivas, la base de la columna estalló hacia fuera, proyectando rocas, huesos y restos cartilaginosos hacia la llanura. La columna se balanceó, se dobló sobre sí misma y se desmoronó. Al caer, se hizo pedazos aunque, antes de que sus gigantescos trozos pudieran dar en tierra, Harry ya había vuelto a orientar el rayo.
Todos los nidos de águilas, uno tras otro, fueron derribados y sus trozos fueron a parar a la llanura, reducidos a cascotes, totalmente destruidos.
Otras dos veces el Habitante volvió a gritar y el rayo fue suspendido. Al final, la única columna que quedó en pie fue la de lady Karen.
Deja que se quede, dijo Harry hijo en un murmullo.
Padre e hijo volvieron al jardín. Aparecieron cuando el humo y el tufo ya se estaban levantando y cuando los aturdidos Viajeros y sus amigos de un mundo diferente observaban a su alrededor y se restregaban la suciedad de sus ojos irritados.
La capa del Habitante se había fundido sobre su cuerpo. Consumiéndose con un fuego interno, se quedó un momento vacilante en su sitio. Era algo que avanzaba a tientas, una cosa negra y plateada que caminaba sin ver y que se derrumbó en brazos de su padre…
En el período de tiempo que equivalía a tres días según el tiempo de la Tierra, las noticias fueron las siguientes: ¡el Habitante se recuperaría! El vampiro que anidaba dentro de él repararía con el tiempo el daño que había sufrido. Harry padre sabía, sin embargo, que ya nunca más podría llevarse consigo a su hijo ni a Brenda ni devolverlos al mundo donde habían nacido. Harry hijo era wamphyri y, pese a ser diferente de los demás wamphyri, debería quedarse allí para siempre. Aquél era el lugar que le correspondía, el territorio por el que había luchado y que tan caro le había costado. Y por supuesto nunca podría tener la seguridad de cómo se desarrollarían las cosas.
Pero… lady Karen también era diferente. Por lo menos de momento. Además, si era cierto todo lo que Harry había oído contar de ella, un día sería más peligrosa que todos los demás juntos. Ella no le preocupaba, quien le preocupaba era su hijo. En aquel momento se le ocurrió una idea.
Después de dejar al Habitante en manos de Jazz, Zek y sus fieles Viajeros, Harry se dirigió al nido de águilas de Karen. Fue un momento memorable aquel en que abandonó el jardín, porque las cumbres volvían a estar cubiertas de oro y tuvo ocasión de ser testigo de un curioso encuentro. Lobo, con las patas sangrando, había recorrido un largo camino para reunirse con su dueña. No había nada de vampiro en él, sino sólo mucho amor y una extraordinaria fidelidad.
Y todavía había habido otro encuentro, quizá más feliz aún: junto con Lobo había llegado un exhausto Lardis Lidesci acompañado de un puñado de su gente…