El Habitante - El problema de Perchorsk - En el jardín
Impresionado tal vez por la reacción de los habitantes osificados de la esfera-caverna, la primera sensación de Harry fue de pánico. Obedeciendo a su instinto, a punto estuvo de conjurar una puerta de Möbius, casi de tratar de formarla, menos mal que se vio retenido de realizar tal acción con tiempo suficiente para evitar un desastre. ¡Sólo Dios sabe dónde habría podido ir a parar o cómo habría llegado a ese lugar si se hubiera servido de las matemáticas de Möbius dentro del agujero gris!
Así es que Harry se puso a flotar, empujado irresistiblemente hacia arriba, pasó a través de la Puerta y antes casi de que pudiera darse cuenta de ello…
… Su reaparición fue tan súbita como había sido su entrada: pasó a través de la piel de la esfera, resbaló por su curva y fue a parar estrepitosamente sobre un revoltijo de piedras entre la esfera y la pared del cráter. Entonces se dio cuenta de que la esfera estaba dentro de un cráter y de que directamente sobre su cabeza había… ¡una segunda esfera!
Ahora Harry tenía una visión casi completa del cuadro. El rompecabezas estaba prácticamente terminado. La Puerta que acababa de cruzar era la original. La de arriba, asentada en la boca del cráter, había aparecido simultáneamente con la creación de su gemela —su otro «extremo»— en Perchorsk. Tal vez la presencia de la primera había influido de alguna manera en la ubicación de la segunda, aunque esto era algo que Harry no podía asegurar. Quizá Möbius lo sabía.
Salvo que…
Si aquel cadáver decapitado de la cueva había pasado en época relativamente reciente, como el walkie-talkie…, ¿no estarían los wamphyri sirviéndose de la esfera original como de un sitio en el que arrojar los desechos? ¿Y por qué tirar una radio? Sin embargo, había algo seguro: habían atravesado la esfera. Habían entrado en la esfera —en esta esfera— desde este lado. Y si ellos habían encontrado el camino hacia abajo, él bien podía hacer su camino hacia arriba. Tan pronto como se le ocurrió la idea, vio las galerías del magma que recorrían la roca. Estaban por todas partes, abriéndose paso a través de la sólida roca en todos los ángulos.
Debajo del duffle-coat, Harry llevaba todavía la linterna suspendida del cinturón. La cogió, miró a una galería horizontal y la enfocó. El agujero, después de un trecho, torcía hacia la derecha y se doblaba violentamente hacia abajo. Harry lo dejó y volvió a salir. Trató de examinar otros agujeros sin mejores resultados. Pero después, cuando hacía el quinto intento…
… Encontró otro agujero que subía no tan bruscamente que lo obligase a caer resbalando hacia abajo. Giraba luego a un lado siguiendo a la izquierda, después volvía a empinarse de manera más acentuada, seguía recto y torcía hacia la derecha. Después de otro tramo horizontal se disparaba casi verticalmente hacia arriba. Harry, de pie, apagó la linterna. Después de la sensación de claustrofobia provocada por el agujero, ahora se sentía algo mejor, era como si se encontrase en el fondo de un pozo poco profundo. Arriba, extrañas constelaciones de estrellas refulgían vivamente en un cielo negro acharolado. Harry levantó una mano… el borde del agujero estaba como mínimo a sesenta centímetros más allá de su alcance.
Dobló las rodillas y dio un salto. ¡Era difícil eso de saltar para alcanzar el borde en el reducido espacio de un agujero que no llegaba a tener un metro de diámetro! Sobre todo llevando un duffle-coat, una pesada metralleta, un cargador de repuesto y doscientas balas en los bolsillos.
¡El arma!
Harry se descolgó el arma del hombro y extendió totalmente la cuerda. Cogiendo el arma por el cañón, metió la caja por la suave galería del agujero y colgó la pistola del borde del mismo. Después, apoyándose contra la pared, se sirvió de los codos y de las rodillas para ganar suficiente altura y meter el pie en la anilla de la eslinga que quedaba colgando. Después ya fue fácil. Enderezándose gradualmente, salió de la galería y subió el arma tras él.
Quedó un momento jadeando por el esfuerzo y exploró el terreno circundante. De la misma manera que aquella visión había afectado a Zek Föener, a Jazz Simmons y a otros antes que a él, también afectó a Harry. La Tierra de las Estrellas a la puesta del sol era… espectral.
Sin embargo, mientras observaba la Tierra de las Estrellas también había quien lo estaba observando a él. Entre las sombras proyectadas por las grandes piedras de la parte oeste se movían sombras de ojos penetrantes, y una cosa pasó rauda por encima de su cabeza y lanzó un grito que los oídos de Harry eran incapaces de detectar. Después el gran murciélago Desmodus emprendió veloz huida hacia el este, como si se dirigiera a un lugar distante, mientras en tierra un troglodita se disponía a huir corriendo hacia el oeste, llevándose sus manos correosas a su cara de hombre de Neanderthal y emitiendo un grito que retumbó hasta muy lejos. El grito había sido oído, recogido, transmitido. Un grupo de trogloditas rezagados y dispersos sobre una extensión de bastantes kilómetros fue pasándose el pavoroso mensaje, que fue recibido casi al mismo tiempo en el recinto central y en el jardín del Habitante. Pero mientras lord Shaithis, señor de los wamphyri, ordenó que un elemento volador se preparase y bajase hasta los compartimentos de lanzamiento, el Habitante no disponía de ese tipo de transporte, por lo que se limitó a inclinar la cabeza y a escuchar un momento, a volver los ojos hacia el este y a suspirar. No cabía la posibilidad de dudar de la identidad del recién llegado, porque el Habitante lo habría reconocido y habría identificado aquella mente en cualquier lugar y en cualquier momento.
Después de tantos años, al final había venido. Y nada menos en aquel momento. Bueno, lo único que podía hacer era darle la bienvenida. ¿Y quién podía negar que pudiera necesitarse urgentemente su presencia dentro de muy poco tiempo? En consecuencia, el Habitante se fue directamente hacia Harry, donde éste ya estaba aguardando desde hacía varios minutos, cerca de la resplandeciente esfera, con la vista clavada en el mundo de los wamphyri…
Harry contemplaba fijamente las chimeneas que se levantaban a distancia, preguntándose acerca de ellas de la misma manera que Zek, Jazz y otros también se lo habían preguntado antes que él. De pronto tuvo la sensación de ser vigilado. Se volvió, se agachó, cogió el arma y la amartilló. A unos cuarenta metros al norte de la esfera, en la llanura cubierta de piedras, una figura inmóvil lo estaba contemplando. Era la figura de un ser flaco, a Harry le pareció un hombre, de rostro dorado cuyos destellos se reflejaban en la brillante esfera.
—¡No dispares! —le gritó el otro con una voz ni joven ni vieja, levantando una mano—. No hay peligro alguno, por lo menos de momento.
La voz tenía algo especial. Harry se distendió un poco e inclinó la cabeza a un lado con aire interrogativo.
—¿De momento?
—Sí —dijo el otro—, pero lo habrá pronto. ¡Mira!
Y señaló el cielo por la parte este. Harry miró hacia el lugar que indicaba.
En el cielo se apreciaban unas manchas oscuras que iban creciendo por momentos. Había dos cerca y otras que eran meros puntos situados más atrás. Venían de la parte de las columnas. Una de las manchas estaba provista de alas y tenía una forma que recordaba la de una manta. La otra era una figura que parecía arrancada de una pesadilla. Era gigantesca y lanzaba chorros a través del cielo igual que un calamar.
—Yo diría que éste es Shaithis —dijo el Habitante, señalándolo con el dedo—. Y el otro será alguno de sus guerreros. Y detrás de los dos, ¿no ves?, más criaturas voladoras, acompañadas de un par de lugartenientes de Shaithis.
—¿Wamphyri? —aventuró Harry.
—¡Oh, sí! Mejor será que te acerques.
¿Acercarse? Harry creía saber por qué se lo pedía: para apartarlo de la Puerta. También conocía la voz. No es que la conociera, que eso no era posible, pero la conocía. Obedeció lo que le acababa de ordenar y entretanto las formas voladoras se fueron acercando.
Las que iban delante, Shaithis sobre una bestia voladora y un guerrero sin jinete, comenzaron a descender. Primero se pusieron a volar en círculo, la bestia en la que volaba Shaithis a nivel más bajo que el otro, mientras sus alas inmensas levantaban polvo y arena de la llanura y los proyectaban hacia los rostros de Harry y del Habitante. Su sombra se cernió sobre ellos y cubrió las estrellas, al tiempo que la voz estentórea de Shaithis gritaba:
—¡Rendíos, rendíos ahora a lord Shaithis!
—¿Estás preparado, padre? —dijo el Habitante, sacando al mismo tiempo una ala fuera de la capa.
Harry entonces creyó. ¡No, Harry supo! El niño que había estado buscando tenía ocho años y este hombre tenía por lo menos veinte, aunque los dos fueran uno y el mismo. Ahora no importaban las razones. Todo el mundo de Harry, toda su vida estaban llenos de cosas tan extrañas como aquélla. Y más extrañas aún.
—Estoy preparado, hijo —respondió, con la voz algo vacilante—. Pero… ¿surtirá efecto aquí?
—¡Claro que surtirá efecto! Lo que pasa es que no se puede hacer demasiado cerca de una Puerta.
—Lo sé —dijo Harry—, ya lo probé una vez.
Shaithis hizo que su bestia se posara en tierra en dirección oeste, mientras su guerrero caía en dirección este. Había otras formas que atisbaban en el cielo, casi directamente sobre la cabeza.
—¡Hola, Habitante! —dijo Shaithis bajando de su montura—. ¡Parece que te he cogido!
—Déjame que te lleve a nuestro jardín —dijo Harry hijo a su padre.
Harry dio un paso adelante, lo rodeó con sus brazos y lo estrechó con fuerza. Y sintió la capa de su hijo que lo envolvía.
Shaithis, avanzando a grandes pasos, se paró bruscamente. De la llanura se levantaba un polvo que adquiría la forma de un espíritu, el cual se arremolinaba en el vacío que los dos hombres habían dejado tras de sí. Habían desaparecido.
Durante unos momentos que parecían eternos, Shaithis se quedó en su sitio olisqueando el aire con su hocico plano y retorcido. Después las ventanas de la nariz despidieron llamas y los ojos le brillaron furiosos. Echó la cabeza para atrás y lanzó un rugido. Y mientras los ecos del grito resonaban por la llanura, profirió una maldición e hizo una promesa:
—Habitante, ¡te cogeré! —gruñó—. A ti, a tu jardín y todo cuanto posees. Seré el dueño de tu magia, de tus armas, de la capa que te hace invisible, de todos tus secretos. ¿Me oyes? Te cogeré a ti y cogeré a los habitantes de los infiernos y lo cogeré todo. Y cuando lo tenga todo, me convertiré en el señor más poderoso que ha habido nunca y que nunca habrá. Esto es lo que dice Shaithis de los wamphyri. ¡Deja que pase el tiempo!
Los ecos de sus gritos, de su maldición y de su promesa se perdieron en la distancia y durante un largo espacio de tiempo Shaithis se quedó solo con sus oscuros pensamientos de wamphyri…
Diez días más tarde…
En Perchorsk, Chingiz Khuv pasaba revista a sus soldados, los inspeccionaba y les daba órdenes. Eran los «Komandos de Khuv», según él: un pelotón de soldados de infantería bien seleccionados, procedentes del grupo de los famosos voluntarios de Moscú. Se trataba de treinta hombres armados y de las máquinas correspondientes, especialmente uniformados (o pintadas, las máquinas) con los colores que correspondían a su labor: traje de combate negro, discos blancos en la parte superior de los brazos, con las acostumbradas insignias de la graduación con la hoz y el martillo encima. Sus vehículos —cinco camiones ligeros con sus remolques upo jeep, además de tres motocicletas de escolta, todos ellos esperando en el sector de carga y descarga del Projekt— eran igualmente de color negro, con el disco blanco de la Puerta en los laterales. No llevaban matrícula ninguna ni disponían de documentación. El sitio al que se dirigían no requería este tipo de trámites.
Durante los diez días siguientes estos hombres dormirían en un almacén habilitado del Projekt, es decir, permanecerían en las mismas instalaciones, serían informados, se les facilitarían toda clase de detalles sobre lo que los esperaba, se les mostrarían películas de lo mismo y recibirían un entrenamiento intensivo en el uso de lanzallamas manejados por un solo hombre y de tres unidades mas grandes, transportadas por remolques. Su misión consistiría en meterse en la esfera a través de la Puerta y en establecer un campamento base al otro lado. En resumen, se trataba de un cuerpo expedicionario.
Aquellos hombres habían sido seleccionados cuidadosamente. No dejaban personas queridas, tenían pocos amigos y familiares y eran voluntarios, como correspondía a la historia y tradiciones de su regimiento. Y eran tan fuertes como correspondía a los soldados de infantería.
Desde el rellano situado en lo alto de las escaleras de madera, Viktor Luchov observaba cómo Khuv se pavoneaba y escuchaba sus palabras al pasar revista al pelotón formado sobre los tablones de la circunferencia del anillo de Saturno. Contemplaba los rostros de los treinta hombres, todos ellos con gafas negras, que iban siguiendo arriba y abajo, abajo y arriba, el ir y venir de Khuv mientras les dirigía la arenga de bienvenida.
Bienvenida… ¡ja!
Luchov se preguntaba si el nuevo mundo hostil que se proponían invadir también les daría la bienvenida. ¿De qué manera les daría la bienvenida?
Por fin acabó la introducción inicial a Perchorsk y Khuv pasó el mando a su sargento mayor 2I/C, los hombres rompieron filas y se les dio orden de que abandonaran el lugar ordenadamente y volvieran a sus puestos de acantonamiento. Subieron las escaleras en fila india, pasaron junto a Luchov y desaparecieron a través de los niveles del magma. Khuv fue el último en salir y, al levantar la cabeza, se dio cuenta de que Luchov lo estaba aguardando en lo alto de las escaleras.
—Y bien —dijo subiendo hasta el rellano—, ¿qué te han parecido?
—He oído lo que les has dicho —repuso Luchov con voz fría, un poco distante—. ¿Qué importancia tiene lo que yo pueda pensar de ellos? Sé a qué sitio se los destina y, por tanto, sé que son hombres muertos.
Los ojos oscuros de Khuv eran brillantes, febriles y, aunque delataban excitación, se negaban a indicar la causa. Eran realmente inescrutables.
—No —dijo negando con un gesto—, estos hombres sobrevivirán. Son los mejores. Son hombres de acero contra monstruos de carne y hueso. Saben valerse por sí mismos, trabajan en equipo perfectamente coordinado y dispondrán de las mejores armas personales que podemos facilitarles… harán algo más que simplemente sobrevivir. Frente a los seres primitivos que sabemos que hay al otro lado —y al decirlo lanzó una ojeada a la Puerta deslumbrante de luz— serán como superhombres. Director, estos hombres son una cabeza de puente que nos unirá al nuevo mundo. Una cabeza de puente militar, en esto estoy de acuerdo, pero esto es algo temporal. Un día que no tardará en llegar —y en este punto a Luchov le pareció que los ojos de Khuv se empequeñecían ligeramente— también tú podrás visitar ese otro mundo, es decir, cuando ellos consigan que para ti suponga visitar un lugar seguro. ¿Y quién podría decir qué recursos nos esperan allí? ¿Quién sabe qué riquezas encierra? ¿No lo entiendes? Ellos reclamarán y civilizarán este mundo para la URSS.
—¿Serán unos pioneros? —Luchov, que no parecía nada impresionado, prosiguió—: Son soldados, comandante, no colonizadores. Su función primordial no es explorar, sino matar.
Khuv volvió a negar con un gesto de la cabeza.
—No, su función primordial es protegerse a sí mismos y a la Puerta: abrirla, impedir que del otro lado nos llegue ningún daño. A partir del momento en que entren, esta Puerta se convertirá literalmente en un camino que irá de aquí a allí. Yo a esto le llamo seguridad.
—Y en cuanto a ellos, ¿qué? —ahora la voz de Luchov todavía era más fría que antes—. ¿Saben que no pueden volver?
—No, no lo saben —fue la respuesta inmediata de Khuv— y no se lo vamos a decir. Probablemente lo entiendes: eso no se les puede decir. También tengo instrucciones para ti en relación con ésta y con otras materias…
—¿Instrucciones para…? —estalló Luchov—. ¿Qué tienes instrucciones para mí?
Khuv estaba impasible.
—De la autoridad máxima. ¡La máxima! Tan sólo yo me ocupo de todo lo concerniente a esos soldados, director.
Y al decir esto se sacó y tendió a Luchov un sobre sellado en el que se veía el escudo del Kremlin.
—En cuanto a lo que has dicho de que no volverán, es verdad. No volverán inmediatamente, pero al final…
—¿Al final?
Luchov echó una ojeada al sobre y lo apartó.
—Sí, al final —dijo con una sonrisa irónica—. ¿Cuánto tiempo necesitamos? Hace más de dos años que esta Puerta está aquí, ¿y qué hemos aprendido del mundo que hay al otro lado? ¡Nada! Sólo sabemos que es una tierra de… monstruos. Ni siquiera hemos llegado a comunicar con el otro lado. Esto es lo que haremos en primer lugar —dijo Khuv—: pondremos teléfonos de campaña.
—¿Qué?
—Nosotros sabemos que el sonido atraviesa la esfera, y también la luz. ¡En ambas direcciones! Aunque el efecto resulte distorsionado, los hombres pueden hablarse y comunicarse entre sí. Estos hombres, cuando pasen al otro lado, tenderán un cable que se podrá probar tan pronto como hayan dado unos pasos hacia el interior. Y si esto no da resultado, instalaremos semáforos temporales. Por lo menos así sabremos qué pasa allí dentro, qué ocurre al otro lado.
Luchov negó con un movimiento de cabeza.
—Con todo, esos hombres no volverán —dijo.
—De momento, no; ahora, no —intervino Khuv tajante, haciendo rechinar los dientes y perdiendo la paciencia—, pero si hay un camino de regreso, lo encontraremos. Aunque suponga tener que construir otro Perchorsk.
Luchov dio un paso atrás, pero volvió a adelantarse prontamente cuando la parte baja de la columna vertebral chocó con la barandilla.
—¿Otro Per…? —dijo al tiempo que se quedaba con la boca abierta—. En ningún momento he considerado…
—No creo que te corresponda a ti considerarlo, director —dijo Khuv sonriendo entre dientes y con la cara convertida en una máscara trágica, desprovista de toda emoción—. De todos modos, puedes considerarlo ahora. Y deja de preocuparte por estos hombres. Si quieres preocuparte, preocúpate por ti y por tu equipo. Esto también lo encontrarás en las órdenes que aquí se especifican. Una vez establecida la cabeza de puente…, el siguiente eres tú.
Luchov se tambaleó y tuvo que agarrarse a la barandilla. Estaba furioso, pero la sorpresa lo había dejado mudo; en ese momento Khuv se dio la vuelta. Cuando Luchov pudo encontrar la voz, gritó:
—¡Con qué limpieza has sabido escapar de la red, comandante!
Khuv se paró y se volvió lentamente para mirarlo. Estaba más pálido que nunca.
—No —dijo al tiempo que negaba también con la cabeza, y mientras la nuez del cuello le subía y le bajaba al pronunciar esas palabras—, porque ese extremo también figura en las órdenes. Te alegrará saber que dentro de diez días exactamente tendremos que separarnos, Viktor, porque cuando ellos vayan al otro lado, yo iré con ellos.
Al otro extremo del pozo que se abría a través de los niveles del magma, oculto en una esquina para que nadie pudiera verlo, Vasily Agursky se estaba enterando de toda la conversación. Ahora, mientras las pisadas de Khuv resonaban sobre los tablones de madera, se volvió y escapó en silencio hacia los niveles superiores. Llevaba zapatos de suela de goma y se movía con la agilidad de un gato. No como un lobo. Echó a correr y, al comprobar la fuerza de sus muslos y darse cuenta de que lo propulsaban sin esfuerzo por su parte, sintió un extraordinario deleite. ¿Era fuerza aquello que sentía? Ni siquiera en su juventud había experimentado una potencia como aquélla. Ni aquellas pasiones, ni aquellos deseos, ni aquellas ansias…
Pese a la rapidez y a los movimientos furtivos de Agursky, Khuv lo descubrió antes de que pudiera desaparecer de su campo de visión. No fue más que un atisbo, pero provocó en Khuv un gesto de disgusto. Sus preocupaciones y, como remate, su atención se centraron en Agursky, sin saber exactamente por qué. Últimamente Khuv no lo había visto muy a menudo, pero aunque no habría podido poner las manos en el fuego para asegurarlo, sospechaba que algo funcionaba mal. Lo acababa de ver, veloz como un cervatillo, con la cabeza proyectada hacia adelante, silencioso y fantasmal como un espectro.
Khuv, moviendo la cabeza, se preguntó qué debía de ocurrirle a aquel extraño científico, qué cosa se había apoderado de él.
A la mañana siguiente muy temprano Khuv se despertó sobresaltado al oír el clamor provocado por las alarmas. Al despertarse tuvo la sensación de que su corazón se había parado y, de un salto, le subía a la garganta, hasta que se dio cuenta de que se trataba de la alarma general, es decir, no de aquel maldito protector de fallos de Luchov. ¡Gracias a Dios!, pensó, a pesar de no tener ninguna fe en él.
Al rato, mientras se vestía a toda prisa, oyó que alguien llamaba a la puerta. La abrió y entró el untuoso Paul Savinkov, aunque ahora, aparte del sudor que cubría su rostro asustado, graso y brillante, no había nada propiamente viscoso en él. Ahora no olía a grasa sino a miedo.
—¡Comandante! —dijo jadeando—. ¡Camarada! ¡Oh, Dios mío, Dios mío!
Khuv lo zarandeó.
—Pero, di de una vez qué te pasa, hombre —rugió Khuv—. Siéntate, antes de que te caigas.
Y empujó a Savinkov hacia una silla.
El gordo «esper» estaba temblando y se estremecía como si su cuerpo fuera de gelatina.
—Lo siento… lo siento —dijo—, lo que pasa es que… es que…
Khuv le dio un revés, y a continuación le propinó un sopapo.
—Ahora quizá querrás decirme qué te pasa —refunfuñó.
El furor de los dedos de Khuv había dejado señales en el rostro de Savinkov, cuyos ojos perdieron su fulgor al tiempo que movía la cabeza, como si fuera él quien acabase de despertarse y no Khuv. Éste tuvo la impresión de que estaba a punto de romper a llorar. El comandante se dijo que, como lo hiciera, le daría un puñetazo directo a los dientes.
—¿Y bien? —gruñó.
—Se trata de Roborov y de Rublev —dijo Savinkov casi sin aliento—, ¡muertos los dos!
—¿Cómo?
Khuv pensó que debía tratarse forzosamente de una pesadilla, que no podía ser otra cosa.
—¿Muertos? Pero ¿cómo demonios ha sido? ¿Ha ocurrido un accidente?
Terminó de vestirse y se puso los zapatos.
—¿Un accidente? —dijo Savinkov sonriendo igual que un idiota, aunque al instante hizo una mueca que indicaba que iba a ponerse a llorar—. ¡Oh, no… no ha sido un accidente! Cuando ocurrió, sus pensamientos me despertaron… y debo decir que sus pensamientos eran espantosos.
—¿Pensamientos?
Khuv, que todavía no estaba completamente despierto, parecía buscar una explicación. Savinkov, por supuesto, poseía dotes de telepatía.
—¿De qué clase de pensamientos se trataba?
—Algo…, algo los estaba atacando. En la habitación de Roborov. Creo que habían estado jugando a las cartas, que jugaban dinero, y que Roborov estaba perdiendo mucho. Fue al lavabo y, al salir… encontró a Rublev prácticamente muerto. Algo lo tenía agarrado por el cuello. Roborov trató de arrancárselo, pero entonces se revolvió contra él. ¡Oh, Dios mío… he sentido cómo se moría! ¡Oh!, ¡ah!
—¡Continúa, hombre! —dijo Khuv, cuya respiración ahora era jadeante.
—Agarró la cosa, le dio la vuelta y entonces la vio. Lo que entonces pensaba fue esto: «¡No lo puedo creer! ¡Madre mía, ayúdame! ¡Santo Dios, sabes que te he amado siempre! ¡No dejes que esto ocurra!».
—¿Eso fue lo que pensaba?
—Sí —dijo Savinkov sollozando—. Todo lo demás eran cosas de fondo, pero lo que me despertó realmente fueron estos pensamientos de Roborov. Y cuando murió… también lo vi.
—¿Qué es lo que viste?
Khuv tenía cogida la cara de Savinkov entre las palmas de las manos.
—¡Oh, Dios, no lo sé! No era humano… ¿O quizá lo era? Una verdadera pesadilla. Era su forma lo que… no encajaba. Era como… como lo que está en el tanque de vidrio.
Khuv sintió que se le helaba la sangre. Se llenó los pulmones de aire y lo expulsó en la cara de Savinkov. Después lo agarró por las solapas y lo obligó a arrodillarse a sus pies.
—Llévame allí enseguida —dijo con brusquedad—. ¿La habitación de Roborov? Sé dónde está. ¿Estabas tú allí? ¿No? ¿Quién hay allí entonces? ¿No lo sabes? ¡Imbécil! ¡Vamos a esa habitación ahora mismo!
De camino advirtieron que las alarmas dejaban de sonar.
—Bueno, menos mal que esto se ha callado —refunfuñó Khuv, dando un empujón a Savinkov, que caminaba delante de él—. Por lo menos ahora puedo pensar. Una cosa, ¿estás seguro de que no recuerdas si se lo has dicho a alguien? Quiero decir que si, olvidándote de todos los procedimientos, has venido a verme directamente a mí. ¡Cómo sean imaginaciones tuyas, te aseguro que…!
Pero no lo eran.
Junto a la puerta de la habitación de Roborov había un soldado somnoliento y nervioso montando guardia. Al ver a Khuv y a Savinkov los saludó con torpeza. Éstos se precipitaron hacia él. Dentro de la habitación había dos «espers» más y un agente de la KGB llamado Gustav Litve. Todos estaban pálidos como muertos y parecían profundamente impresionados. La razón quedaba justificada al echar una ojeada a lo que había en el suelo.
Nikolai Rublev habría podido ser el hermano gemelo de Savinkov. Esto fue lo que pensó Khuv al mirar al suelo y torcer el gesto ante lo que veían sus ojos. Habían sido bastante parecidos, pero ahora había diferencias entre los dos; la principal, que Savinkov seguía vivo. E intacto, además.
Lo que había matado a Rublev se había llevado media cara. En efecto, le faltaba la parte carnosa del lado izquierdo de la cara, arrancada del hueso, desde la oreja a la nariz y de aquí a la barbilla. Sin embargo, no se trataba de la labor realizada por un escalpelo o un cuchillo, sino que la carne estaba desgarrada. Aparte de esto, tenía la garganta sajada, como abierta por un animal, y las principales arterias aparecían seccionadas y a la vista. A Khuv le sorprendió no ver sangre.
Tal vez había dicho algo en voz alta porque su subordinado Litve dijo:
—¿Señor?
—¿Cómo? —dijo Khuv levantando la vista—. No, nada. Ve a buscar a Vasily Agursky, ¿quieres, Gustav? Y tráemelo aquí. Quiero saber qué clase de animal puede ser el autor de este atropello; es probable que él sepa decírmelo.
Cuando ya se dirigía hacia la puerta, Litve se volvió y dijo:
—El otro no está mucho mejor, señor.
—¿El otro?
El cerebro de Khuv todavía no funcionaba a pleno rendimiento.
—Roborov.
Khuv se dio cuenta de que se había distraído un momento. Para compensar la distracción, preguntó:
—Era colega tuyo, ¿verdad?
—Sí, lo era, señor —respondió Litve antes de salir.
Detras de una mesa volcada, sobre un montón de billetes y naipes ensangrentados, estaba «el otro», Andrei Roborov. Los dos «espers», de pie, lo estaban observando. Khuv los apartó de un empujón y observó también el cadáver. El rostro de Roborov era la máscara del terror en estado puro. Parecía que sus ojos muertos iban a saltársele de las órbitas, que las mandíbulas se abrían en un rictus helado de terror, que tenía la lengua, azulada y brillante, proyectada hacia afuera. Si en vida había sido un ser de aspecto cadavérico, muerto resultaba absolutamente grotesco. Su delgada cabeza, desde las orejas hacia arriba, parecía comprimida por una prensa hasta su total aplastamiento. El cráneo estaba hundido y por las grietas y los agujeros, aparecían marcas hechas con los dientes, manaba sangre y los fluidos propios del cerebro.
—¡Santo Dios! —exclamó Khuv.
A lo cual uno de los «espers» añadió:
—Algo le ha mordido la cabeza como si fuera una manzana. Comandante, fíjese en sus brazos.
Khuv los miró y se dio cuenta de que ambos estaban rotos a la altura de los codos, estaban torcidos para atrás hasta la dislocación total de la articulación. En cualquier caso, había encontrado una forma simple y efectiva de evitar que Roborov luchara con él.
Khuv movió la cabeza y tuvo la sensación de que la garganta se le hinchaba. Casi podía sentir que el pulso del Projekt iba acelerándose a medida que avanzaba la mañana y el sitio comenzaba a cobrar vida. Notaba bajo los pies un débil latido, que parecía proceder del corazón de una bestia enorme. Y dentro de la bestia todavía había otra, más pequeña, que había hecho aquello. ¿O tal vez era más grande? ¿Qué clase de bestia podía ser? Seguramente no era humana, pero si no lo era…
En el pasillo había un teléfono. Khuv corrió hacia él y llamó al oficial de servicio del protector de fallos. Sin dejar que el hombre pudiera decir nada, le espetó:
—¿Es que estás durmiendo? ¿Has estado durmiendo cuando te tocaba estar de servicio?
—¿Con quién hablo? —dijo una voz muy despierta desde el otro extremo del hilo.
Khuv reconoció la voz: era un científico experimentado del equipo de Luchov, una persona extremadamente responsable.
—Soy el comandante Khuv —dijo éste bajando la voz—. Parece ser que hay un intruso entre nosotros. Es indudable que tenemos un asesino.
—¿Un intruso? —dio la voz desde el otro extremo como endureciéndose—. ¿Dónde está usted, comandante?
—Estoy en el pasillo, junto al cuartel general de la KGB. ¿Por qué?
—¿Se está refiriendo a un intruso del exterior o a un intruso que ha entrado por la Puerta?
—Pues mire usted, es evidente que ésta es la razón de que lo llame —le soltó Khuv—. ¡Para descubrirlo!
El otro, en tono igualmente malicioso, le replicó:
—En cuyo caso es evidente que el intruso de que habla ha venido de fuera, ya que, de lo contrario, usted ahora estaría ardiendo, ¿verdad, Khuv?
—Yo…
—Oiga, tengo las pantallas frente a mí y veo que todo está normal, salvo que todo el mundo se ha puesto un poco nervioso debido a estas malditas alarmas. ¡Nada, lo repito, no ha pasado nada absolutamente por la puerta!
Khuv colgó violentamente el teléfono y fulminó el aparato con la mirada. Era evidente que allí andaba algo suelto, algo suelto que alguien había soltado… ¿Quién? ¿La Rama-E británica?
Volvió corriendo a la habitación de Roborov y dijo a los dos «espers»:
—¡Fuera, salid de aquí inmediatamente! Si averiguáis alguna cosa, hacédmela saber, pero si no hay nada nuevo, dejadlo en manos de mis agentes.
Savinkov estaba haciéndose todo lo pequeño e insignificante que podía en un rincón de la habitación.
—¡Tú! —dijo Khuv—. Hay otros tres hombres de la KGB apestando en sus camas al final del corredor, a un tiro de piedra del escenario de un doble asesinato. Ve a despertar inmediatamente a esos hijos de puta. Diles que los quiero aquí ahora mismo.
Savinkov desapareció.
Khuv puso a los «espers» en el pasillo y cerró la puerta del cuarto de Roborov. Viktor Luchov, que acababa de llegar, parecía desorientado y sólo despierto a medias.
—No entres —le advirtió Khuv.
Luchov miró fijamente al oficial de la KGB y tuvo el acierto de hacerle caso.
—Pero ¿qué ha ocurrido?
—Asesinato… por lo menos, así lo creo.
—Pero no lo sabes —dijo Luchov, que lo miraba boquiabierto.
—Sé que hay dos personas muertas y que si el ser que las ha matado es humano, se trata de un asesinato.
Luchov estaba despertándose rápidamente por momentos.
—¿Tan grave es esto? ¿Has hecho las averiguaciones pertinentes en el protector de fallos?
—Sí a las dos preguntas —contestó Khuv, tajante.
—Pero…
—No hay peros —volvió a interrumpirlo Khuv—. Si se trata de algo que ha pasado por la Puerta, quiere decir que es invisible.
En este momento volvió Litve con Agursky. Los ojos de Khuv se dirigieron inmediatamente al pequeño científico. Sin embargo… daba la impresión de que Agursky no era tan bajo como antes. Iba un poco encorvado, por supuesto, pero si se hubiera puesto un poco más erguido…
Agursky no iba vestido y llevaba encima una bata. Sin embargo, iba con gafas negras.
—¿Le pasa algo en los ojos? —dijo Khuv frunciendo el entrecejo.
—¿Cómo? —dijo Agursky mirando de reojo al comandante a través de las gafas oscuras—. ¡Oh, sí! Es algo que me ocurre de cuando en cuando: fotofobia. La culpa la tiene eso de vivir aquí abajo… lejos de la luz natural. ¡Tanta luz artificial!
Khuv asintió con un movimiento de cabeza. Ya tenía bastantes preocupaciones personales para que, encima, tuviera que preocuparse ahora por las rarezas de Agursky.
—Aquí dentro hay dos hombres muertos —dijo, e indicó con un gesto de cabeza la habitación de Roborov.
Agursky no pareció excesivamente impresionado. Abrió la puerta e hizo el gesto de entrar. Khuv lo cogió por el brazo y sintió la tensión que había en él. Era extraño, pues ésta no se manifestaba en sus movimientos ni en sus gestos.
—Quiero que me diga qué los ha matado, si es que puede. Una idea, por lo menos. Gustav, entra con él.
Mientras los dos estaban en la habitación, Khuv explicó a Luchov todo lo que sabía. Imposible trabajar si el director del Projekt metía las narices en todas partes. Mejor incorporarlo desde el principio. Al llegar a este punto, Litve y Agursky salieron de la habitación. Litve seguía estando muy pálido, mientras que Agursky parecía estar como siempre.
—¿Alguna idea? —le preguntó Khuv.
El otro negó con la cabeza y desvió los ojos.
—Algún ser extremadamente fuerte, inmensamente fuerte. Sin duda, una bestia.
—¿Una bestia? —le soltó con brusquedad Luchov.
Agursky le echó una ojeada.
—Es una manera de hablar, director. Indudablemente se trata de una bestia humana, de un asesino. Pero, como ya he dicho, de un hombre muy fuerte y de grandes proporciones.
—¿Y las marcas de dientes en el cráneo de Roborov?
—No. Tenía el cráneo machacado con un martillo o herramienta similar. Sí, algo así como un martillo pequeño, pero manejado con una fuerza considerable.
Acordándose de toda aquella sarta de disparates que le había soltado Savinkov, Khuv intervino:
—Pero yo cuento con un «esper» —dijo—, Paul Savinkov, que dice que él «ha visto» al asesino. Y añade, además, que ha sido una visión de pesadilla.
Agursky ya había empezado a marcharse, pero de pronto giró en redondo y volvió.
—¿Dice que él lo ha visto?
—Sí, mentalmente.
—¡Ah! —dijo Agursky, cayendo en la cuenta, sonriendo y encogiéndose de hombros como excusándose—. Bueno, mi ciencia sólo tiene en cuenta la evidencia física, comandante. La metafísica no es lo mío. ¿Me va a necesitar de momento? Lo digo porque ahora tengo mucho que hacer y…
—Sólo una cosa más —dijo Khuv—. Dígame, ¿qué ha hecho usted de la criatura muerta que estaba en el tanque?
—¿Qué he hecho con ella? Pues fotografiarla, estudiarla hasta el punto de examinar sus cartílagos y sus huesos y, finalmente, destruirla y quemarla.
—¿Quemarla?
Agursky volvió a encogerse de hombros.
—Naturalmente, después de todo venía del otro lado de la Puerta. No tenía nada más que enseñarnos. Mejor no correr riesgos con esta clase de seres, ¿no le parece?
Luchov le dio unas palmadas en el hombro.
—Por supuesto, Vasily, por supuesto. Y muchas gracias por todo.
—Si volvemos a necesitarlo, se lo haré saber —dijo Khuv—, pero me parece que, con un poco de suerte, no lo llamaremos.
Después, dirigiéndose a Luchov, dijo:
—¡Dios mío, este hombre me ataca los nervios!
—Es el sitio lo que ataca los nervios a cualquiera… —murmuró Luchov.
Así que Agursky se marchó, volvió Savinkov acompañado de los agentes de la KGB al mando de Khuv. Habían pasado por un entrenamiento policial y se trataba de un caso rutinario de asesinato.
Khuv les echó una filípica. Iban vestidos de cualquier manera y no se habían afeitado. Su superior les afeó eso y los puso al corriente de lo que había ocurrido y de lo que quería de ellos. Entraron en la habitación de Roborov. Savinkov entretanto había desaparecido, probablemente se había escabullido antes de que Khuv pudiera encontrarle algún nuevo trabajito.
Pero cuando Khuv y Luchov se disponían a volver a los niveles superiores, el hombre dotado de poderes telepáticos regresó. Le flaqueaban las piernas, sollozaba, parecía totalmente privado de coordinación.
—¡Comandante, socorro! Yo… yo… ¡ay, Dios mío!
Khuv se abalanzó sobre él y le dijo gritando:
—¿Y ahora qué pasa, Paul?
—¡Es Leo! —dijo respirando trabajosamente.
—¿Leo Grenzel? ¿El localizador? ¿Qué le pasa a Leo?
—Me estaba preguntando por qué no había detectado la presencia del intruso y decidí ir a verlo a su habitación —dijo Savinkov farfullando las palabras—. La puerta estaba abierta… entré y…
Khuv y Luchov se miraron con una expresión muy parecida: sorpresa, incredulidad, horror. El razonamiento de Savinkov era impecable, por supuesto. Si Grenzel estaba despierto y en buenas condiciones, habría tenido que aparecer mucho antes en escena.
Dejando a Savinkov sollozando, apoyado en el muro de metal, Khuv y Luchov desaparecieron corriendo por el pasillo.
—¡Nada de alarmas, Paul! Ponlas en marcha una vez más y todo el Projekt se desmandará —le gritó Khuv.
En la habitación de Grenzel se repitió la misma historia de antes. Tenía fracturada la espina dorsal, que aparecía mordida hasta la médula. Sus rasgos eran todavía más afinados a consecuencia de la muerte y sus ojos enormes y saltones parecían de un tono gris más oscuro.
¿Qué habían visto los ojos de aquel «esper» antes de morir?, no pudo por menos de preguntarse Khuv. Inmediatamente después trató de aquietar el movimiento involuntario de la laringe y salió tambaleándose de la habitación porque quería dejar de oír a Luchov, que no paraba de vomitar en el retrete de Grenzel…
El jardín del Habitante era un lugar maravilloso.
Un valle en miniatura, una hondonada situada en la parte posterior de un collado en la parte media-occidental de las montañas. En cuanto a extensión, tendría poco más de una hectárea, limitaba por la parte de atrás con la cumbre del collado y la parte donde el collado comenzaba a bajar hacia abruptos desfiladeros. Allí se había construido un murete bajo, cuya finalidad era impedir que la gente pudiese acercarse demasiado. En medio había pequeñas parcelas, invernaderos y todo un conjunto de estanques de agua potable. En uno de estos estanques abundaban las truchas arcoiris, otros desbordaban calor debido a la actividad termal del terreno, ya que en él había géiseres y caldas.
A causa de la abundancia de agua, en aquel sitio había una vegetación lujuriante. Poquísimas eran las especies allí presentes desconocidas en la Tierra. El resto, flores, arbustos y árboles del jardín, habrían estado perfectamente en cualquier jardín inglés. La madre de Harry hijo se ocupaba del jardín cuando le venía en gana, pues ésta era normalmente una labor que correspondía a los Viajeros, al igual que casi todas las cosas que había que atender en este sitio.
Harry vivía en una casa de una sola planta, situada en el centro, de piedra blanca, tejado rojo, con la fachada frente a la amplia boca de una fuente de la que manaban de cuando en cuando vaharadas de vapor. El Habitante nadaba y se bañaba regularmente en aquel estanque, en tanto que sus Viajeros (de los que ya no se podía decir que fueran verdaderos Viajeros, pues ahora eran habitantes permanentes de aquel lugar) vivían en casas de piedra de construcción similar a ambos lados del collado, donde el terreno llano estaba a nivel de los acantilados. Todas las casas disponían de calefacción central, con tuberías de plástico que canalizaban el agua caliente desde un foso profundo y borboteante. Tenían también ventanas con cristales, y otros refinamientos de los cuales no se había oído hablar nunca antes de los tiempos de Harry hijo.
El Habitante (como insistían en llamarle todos sus inquilinos) había hecho construir invernaderos en los que se cultivaban abundantes productos vegetales. Debido a la abundancia de agua y al calor, las recolecciones eran sorprendentes. También había encontrado medios para hacer frente a los largos, fríos y oscuros períodos sin sol. Había especies vegetales que ya se habían adaptado, mientras que otras recibían sol artificial. El agua que fluía continuamente accionaba sus generadores (máquinas pequeñas pero increíblemente potentes, que Harry padre veía por vez primera en su vida y que ni siquiera había soñado nunca) que, a su vez, impulsaban las lámparas de luz ultravioleta de los invernaderos… y la luz eléctrica de las casas.
—¡Has hecho tantísimas cosas! —dijo Harry Keogh a su hijo, mientras paseaba con él por la orilla de una parcela a la sombra del maíz dulce—. ¡Todo esto es admirable!
Harry hijo ya había escuchado más o menos los mismos elogios de labios de Zek Föener, de Jazz Simmons y de todos los Viajeros que habían pasado por allí. Se trataba de una reacción habitual frente a cosas que para él no tenían ninguna importancia.
—¡No hay para tanto! —respondió—. Soy capaz de hacer mucho más. Lo que yo quería por encima de todo era contar con un sitio donde mi madre y yo pudiésemos vivir y por esto procuré que fuera un sitio agradable. En realidad, no es más que una franja de tierra fértil de unos doscientos metros de longitud por ochenta de anchura. En cuanto a los cuidados que hay que dispensar al lugar, los Viajeros se encargan de atenderlo.
—Pero están también los edificios —dijo Harry, como había repetido varias veces durante el último período de sol—. Ya sé que son casitas sencillas, pero ¡están tan bien, son tan bonitas! Simples pero encantadoras. La amplitud de sus arcos, los delicados contrafuertes, la forma de los cabios… No puedo decir que son griegas ni darles una denominación específica, pero las encuentro encantadoras. ¡Y pensar que todas han sido construidas por estos habitantes de las cavernas!
—Los trogloditas son personas, padre —dijo Harry hijo con una sonrisa—, lo que pasa es que los wamphyri no les ofrecieron nunca la oportunidad de desarrollarse, esto es todo. De hecho, no son más primitivos que los bosquimanos australianos de vuestro mundo. A lo que hay que añadir una gran ansia de aprender. En cuanto los enseñas a hacer algo, lo captan enseguida. Ademas, son gente agradecida. Sus viejos dioses no los trataban demasiado bien, mientras que yo les tengo en gran consideración. En cuanto a esa arquitectura que tanto te impresiona, debo decirte que esto me sorprende extraordinariamente. Supongo que no crees que sea yo quien ha diseñado esas casas. Los proyectos provienen de un arquitecto de Berlín que murió en 1933. Fue un estudiante de la Bauhaus que no consiguió nunca verse aceptado en vida, si bien desde entonces ha hecho cosas muy interesantes. Yo soy necroscopio, como tú, ¿no lo recuerdas? Los sistemas tan simples como eficaces que ves aquí me han llegado a través de los muertos de tu propio mundo. ¿Te das cuenta de lo que habrías podido hacer, de los lugares a los que habrías podido llegar, si no te hubieras pasado los últimos ocho años de tu vida tratando de localizarme?
Harry movió dubitativamente la cabeza, un poco desorientado por todo lo que su hijo le mostraba y por lo que le decía.
—Mira —dijo con una cierta desesperanza—, esto es otra cosa. Has dicho ocho años. Ahora, para mí, eres un niño, un niño de ocho años. De hecho, me enorgullecía pensar cómo serías, en imaginarte así. Habría sido mucho más fácil pensar que eras un niño, que es tal como te recuerdo. Pero me obligaba a pensar en cómo podías ser ahora o en cómo creía que podías ser. ¡Y ya ves en qué te has convertido! Todavía me cuesta creerlo.
Volvió a mover la cabeza.
—Ya te lo he explicado todo.
—¿Qué? ¿Cómo me engañaste? —Harry no trató de ocultar la amargura de su voz—. ¿Cómo no sólo atravesaste la divisoria entre los universos sino que también te desplazaste en el tiempo? ¡Retrocediste en el tiempo! Mucho antes de que nacieras y mucho antes de que te perdieras. Mientras yo iba creciendo tú también ibas creciendo… ¡pero aquí!, dicho sea de paso, ¿cuántos años tienes?
—Tengo veinticuatro años, Harry.
Harry asintió con viveza.
—Ahora tu madre tiene quince años más que yo. De todos modos, no es que ella me haya reconocido. Tú…, tú te has ocupado de ella. Ésta ha sido una de mis mayores preocupaciones durante todo este tiempo: que alguien se ocupara de ella. Pero en todos estos años yo no sabía nada. ¿No pudiste enviarme alguna noticia, aunque sólo fuera una vez?
—¿Para qué? ¿Para prolongar más tu agonía, Harry? ¿Para tenerte constantemente aquí, a mi espalda, a un solo paso?
El rostro de Harry dibujó una mueca antes de volverse.
—También he observado que ahora te saltas el tratamiento de «padre», ¿verdad? Ya sé que eres un hombre y no el niño que yo esperaba. Y como además llevas esa maldita máscara dorada, ni siquiera puedo verte la cara. Eres… un extraño. Sí, somos extraños. Bueno, supongo que así es como ha de ser. Quiero decir que apenas puede decirse que seamos padre e hijo, ¿no es eso? Ahora debemos enfrentarnos con la realidad y admitir que yo no soy mucho más viejo que tú.
Harry hijo lanzó un suspiro.
—Sé que te he hecho daño, lo supe durante todo el tiempo que estuviste persiguiéndome.
—Pero tú seguías huyendo.
—Podía haber vuelto, pero… ¡oh, es que había tantísimas cosas! Mamá no mejoraba; había buenos sitios a los que podía llevarla, sitios en los que hubiera sido feliz; eran muchas las razones para no volver. Algún día lo comprenderás.
Harry percibió algo de la tristeza de su hijo. Sí, había tristeza en él. Volvió a asentir con la cabeza, pero ahora con mayor suavidad. Por espacio de un buen rato estuvo luchando con sus emociones, y al final la sangre salió vencedora.
—En cualquier caso —dijo distendiéndose un poco, aspirando una profunda bocanada de aire y esforzándose como pudo en esbozar una especie de sonrisa—, explícame cómo lo conseguiste.
Harry hijo se dio cuenta de que la tensión había abandonado a su padre y supo que lo acababa de perdonar. También él se distendió.
—¿Te refieres al viaje a través del tiempo? Pero si tú también lo hiciste y bastante antes que yo… relativamente hablando.
—Yo era literalmente inmaterial. Yo era incorpóreo, todo aura. Tú eres de carne y hueso. Möbius considera que no se puede conseguir, pues crearía demasiadas paradojas insolubles.
—Tiene razón —repuso Harry hijo, e hizo un movimiento de cabeza—. En el sentido puramente físico, en un universo totalmente físico, es imposible conseguirlo.
—¿Quieres decir que hay otras clases de universo?
—Tú sabes por lo menos de la existencia de uno.
Harry tuvo la sensación de haber tenido esta conversación con anterioridad.
—¿El continuo de Möbius? Pero ya habíamos dicho que…
—Harry —lo interrumpió su hijo—, te lo explicaré. Tú cogiste el universo que conocías y le diste media vuelta Möbius. Hiciste con el espacio-tiempo lo que había hecho tu mentor con una tira de papel. Y esta facultad de hacerlo me la transmitiste a mí. Pero miremos las cosas de cara, tú has sabido siempre que yo iría delante. Y así fue. Yo cogí el continuo de Möbius e hice con él lo que Félix Klein hizo con su botella. Esto me permitió romper la barrera del tiempo, conservar una identidad física y llegar hasta aquí. Pero éste no es más que un lugar…
Harry no dijo nada y se limitó a quedarse muy quieto, absorto en lo que su hijo decía. Había otros sitios, otros mundos… un número infinito de ellos. De la misma manera que el espacio y el tiempo son limitados, los espacios comprendidos entre el espacio y el tiempo también lo son.
Ahora Harry sabía a qué se refería Darcy Clarke cuando le dijo que se sentía como si estuviera en presencia de un extraterrestre. ¡Harry hijo había llegado a aquel punto! ¿O era él quizá?
—Hijo… —dijo Harry por fin—, dime: ¿sigues siendo vulnerable?
—¿Vulnerable?
—¿Puedes sufrir heridas? Me refiero en tu parte física.
—¡Oh, sí! —respondió Harry hijo, y volvió a suspirar—. Soy vulnerable y nunca lo había sido tanto como ahora. Dentro de cien horas volverá a desaparecer el sol y es en estos períodos cuando descubro lo vulnerable que soy.
Harry frunció el entrecejo.
—¿Quieres explicarte?
—De la misma manera que los wamphyri tienen sus espías, yo tengo los míos. Y tengo… como un presentimiento de lo que persiguen. Este sitio ha estado bajo observación durante meses enteros, sometido a un detallado escrutinio. Murciélagos en las alturas; trogloditas introducidos debajo de la llanura; incluso wamphyri con telepatía tratando de colarse dentro de mi mente… como se cuelan, sin duda, en la mente de mis Viajeros. Todo lo cual corrobora cosas que Zek Föener ya me ha dicho. Pero tú sabes que aquello que lee puede ser leído, aquello que observa puede ser observado.
—¿Un ataque? —dijo su padre frunciendo el entrecejo—, pero tú me dijiste que ya lo habían intentado, aunque sin éxito. Así es que, ¿qué pasa ahora?
—Esta vez están unidos —respondió Harry hijo—. ¡Esta vez vendrán todos! Su ejército mixto será masivo: tres docenas de guerreros, incontables trogloditas, todos los señores y sus lugartenientes. Shaithis los ha incitado a la guerra.
—Pero… tú puedes librarte de ella —dijo Harry, que ahora parecía desconcertado, como si no viera la existencia de un problema real—. Tú conoces el camino de salida… ¡todos los caminos! Cuando lleguen ya hará tiempo que nosotros nos habremos ido.
Harry hijo sonrió con una sonrisa triste.
—No —dijo, y volvió a negar con la cabeza—. Tú puedes marcharte, y los demás también, los Viajeros y los trogloditas… todos los que se quieran marchar. Pero yo no puedo. Mi sitio está aquí.
—¿Lo defenderás? —Harry negó con la cabeza—. No lo entiendo.
—Lo entenderás, padre, lo entenderás…