Capítulo 20

Harry y sus «amigos» - La segunda Puerta

Harry durmió doce horas seguidas, hacia el final de las cuales comenzó a soñar. Sin saber qué soñaba, le pareció que existía desde siempre en aquel limbo intemporal y sin luz y que ahora alguien lo estaba llamando desde lejos, desde muy lejos.

¡Harry, Harry! Estás durmiendo, Harry Keogh, pero los muertos han despertado. Y me han pedido un favor, a mí, a quien hasta ahora habían rehuido de forma manifiesta. Y yo me he avenido a hablar contigo, aunque cuando te he buscado lo único que he encontrado ha sido un hombre dormido. Recuerdos y sueños embarullados, intrincados rompecabezas mentales, imágenes de una existencia que está más allá de la existencia. Tu mente dormida es una extraña cosa, Harry, y no es nada fácil mantener una conversación con ella. Así es que, ¡despiértate!, porque Faethor Ferenczy te ofrece sus servicios

¿Faethor? Harry se despertó de un salto y se sentó rápidamente en la cama. Un sudor frío le empapó la frente y le cubrió los miembros, cuyos temblores le era imposible refrenar. Sí, aquélla había sido una pesadilla: había soñado que Faethor Ferenczy lo llamaba en sueños. Nadie debería soñar con criaturas como Faethor, aunque estuvieran muertas y ya no fueran capaces de maldad ninguna. Un sueño así era el peor de los augurios. Pero…

¿Un sueño? Aquella voz pegajosa y lejana resonaba de nuevo en la mente de Harry orientada hacia Möbius. ¿Una pesadilla? ¡No eres muy simpático!, ¿verdad, Harry? Y la risita de Faethor, aquella antigua risita muerta y no muerta llegó atravesando todos los kilómetros que los separaban, como si pugnara por entrar, al borde de la percepción todavía perezosa de Harry. Pero ahora ya estaba despierto y ya no era una pesadilla sino la pura realidad. Era algo que él conocía, lo que constituye el campo propio de un necroscopio, y ahora que sabía que era una realidad, ya no tenía miedo. Sus miembros dejaron de temblar y miró alrededor de la habitación. Las persianas estaban bajadas, pero en la pared opuesta a las ventanas se proyectaban unas rendijas de luz en forma de franjas muy pálidas. Un reloj eléctrico de la mesilla de noche anunciaba que eran las tres de la tarde.

—¿Faethor? —dijo Harry—. La última vez que hablé contigo fue en la casa donde tú vivías, en los Alpes Moldavos. En aquel entonces tuve la impresión de que acababa de tener las últimas noticias que podía recibir de ti. ¿Ha habido algún cambio? De todos modos, sigo en deuda contigo, o sea que si hay algo…

¿Cómo?, ahora su risa era taimada, insinuante. Dices que quieres hacer algo por mí… Pues encuentro que tienes un sentido del humor un tanto macabro, Harry. No, no puedes hacer nada por mí… pero quizá yo pueda hacer algo por ti. ¿No has oído lo que te he dicho? ¿Tan dormido estabas? Te decía que los muertos me han pedido ayuda y yo he accedido a prestársela… si me es posible.

—¿Cómo? ¿Los muertos hablan contigo?

Harry movió lentamente la cabeza como si no acabara de creer lo que oía.

—Tienen que estar muy apurados… —añadió.

Sí, pero lo que me han pedido no es para ellos, Harry… sino para ti. Me han hablado de unas averiguaciones, de tu búsqueda; me han pedido orientación. Y en esto han demostrado ser mucho más sabios que tú, porque ¿quién puede conocer mejor la fuente secreta de los vampiros que un antiguo miembro de los wamphyri?

Harry se quedó con la boca abierta. ¡La fuente de los vampiros! ¡El lugar donde se originan, el mundo donde se crían para después venir a este mundo…, como ahora han empezado a llegar a través de la Puerta de Perchorsk!

—¿Conoces tú esa fuente secreta? —Harry conseguía a duras penas refrenar la curiosidad de su voz y de sus pensamientos—. ¿Acaso tú vienes de ese lugar?

¿Yo? ¿Me preguntas si yo he sido un habitante de ese mundo que forma parte de la leyenda de los vampiros? Yo no, Harry, pero mi abuelo sí lo fue.

—¿Tu abuelo? ¿Y sabes dónde está, dónde reposan sus restos?

¿Dónde está enterrado? ¿El viejo Belos Pberopzis? ¡Pues no, Harry! Los romanos lo crucificaron y lo quemaron cien años antes que a vuestro Cristo. Y en cuanto a mi padre, lo último que supe de él fue que se había perdido en el mar, en alguna parte próxima a las bocas del Danubio, en el Mar Negro, en el año 547. Era un mercenario de los ostrogodos que luchó contra Justiniano; pero, naturalmente, estaba en el bando equivocado. ¡Ah, y nosotros, los wamphyri, éramos una gente violenta en nuestro tiempo! Aunque contábamos con unos buenos medios de subsistencia, suponiendo que tuviéramos estómago para ello.

—Entonces ¿cómo puedes ayudarme? —repuso Harry, que estaba perplejo—. A mí me parece que entre la era de tu abuelo y la tuya hay una separación de mil años. Lo que él pudiera saber acerca de sus orígenes, acerca de este mundo originario, debió de morir con él.

Pero hay leyendas, Harry. Hay recuerdos, historias que el viejo Belos contó a su hijo Waldemar, quien a su vez me las transmitió a mí. Las conservo tan frescas en mi mente como el día en que las oí por vez primera. Y si las conservo tan frescas es porque constituían la única historia de wamphyri que oiría en mi vida. Por aquel entonces yo todavía estaba sometido a mi padre. Si Thibor, aquel ingrato, hubiera hecho su aprendizaje conmigo, yo le hubiera transmitido las leyendas, pero no fue así. Ahora, si quieres enterarte de todas estas cosas, que pueden aportar muy bien las claves que necesitas para completar tus averiguaciones, ven a verme y a hablar conmigo, igual que hablamos en otra ocasión.

La voz de Faethor era ahora muy débil. Había muerto en un bombardeo durante la Segunda Guerra Mundial y su cuerpo había quedado reducido a cenizas, pero lo que había quedado de él se había filtrado en la tierra donde en otro tiempo se levantaba su casa, en las afueras de Ploesti, cerca de Bucarest. Tenía que ser un esfuerzo muy grande para una persona como él eso de hablar desde tantos kilómetros de distancia y después de tanto tiempo. Por su parte, Harry estaba perfectamente consciente de la tortuosa naturaleza de los vampiros, de todos los vampiros en general. Que él supiera, rara vez hacían nada que no fuera en beneficio propio, pero es que, además, Faethor no había sido nunca ortodoxo. A Harry no le gustaba y sabía que no podía confiar en él, aunque lo respetaba.

—¿Sin ataduras? —dijo él.

¿Ataduras? Yo soy un muerto, Harry. De mí no queda nada, sólo mi voz. Y el único que puede oírla eres tú… y los muertos, por supuesto, cuando quieren escuchar. Y hasta mi voz va debilitándose con los años. Pero… (y Harry se dio cuenta de que se encogía de hombros)… haz lo que te parezca. Yo lo único que quiero es respetar los deseos de los muertos.

Harry habría tenido que quedar satisfecho con esto.

—¡Está bien, iré! —le dijo—, pero de la misma manera que estoy hambriento de saber cosas, también estoy hambriento en el aspecto normal. Dame una hora de tiempo e iré a verte.

Tómate el tiempo que quieras, le respondió Faethor; yo lo tengo en abundancia. Pero ¿recuerdas el camino?

Su voz parecía vacilar, como si retrocediera hasta enormes distancias de la mente.

—Me acuerdo perfectamente.

Entonces te esperaré. Y después quizá la Gran Mayoría considerará oportuno dejarme en paz

Harry se lavó, se afeitó, se cambió de ropa, desayunó y se puso en contacto con la Rama-E. Informó rápidamente a Darcy Clarke de lo que había hecho y de lo que se disponía a hacer. Clarke le dijo que tuviera cuidado, como quien da una recomendación rutinaria, y Harry se dispuso a partir.

Sirviéndose del continuo de Möbius se trasladó a Ploesti.

La escena era aproximadamente igual a la que se había desarrollado ocho años antes. La casa de Faethor, situada en las afueras de la ciudad, era una de tantas ruinas producidas por las bombas, medio enterrada entre cascotes, es decir, uno de esos cadáveres de piedra que un día fueron casas de campo. Aquí era de noche, aunque sólo eran las 6.50 de la tarde, hora de la Europa Central. Pero aquella luz bastaba a Harry para buscarse una pared medio derrumbada y encontrar un sitio donde sentarse. Se acordaba del camino y ahora sentía la presencia de Faethor, que se cernía como una mortaja en el lugar, pese a que lentamente iba retornando al polvo. En el horizonte, por la parte de occidente, resplandecía un débil nimbo de luz que parecía proceder del otro lado de los Cárpatos.

Alrededor de Harry no había más que desolación, acentuada por los efectos del invierno que se palpaban en el aire. Se estremeció, sobre todo por el frío que notaba en el ambiente y que iba abriéndose camino lentamente hasta sus huesos. Este lugar, en verano, habría tenido una belleza salvaje, porque los cráteres de las bombas estaban cubiertos de flores y de zarzas y por los esqueléticos muros trepaban lujuriantes hiedras. El invierno, sin embargo, hacía que la nieve devolviera a aquella perspectiva su desolada y monocroma realidad. Aquella desolación era evidente, imposible de disfrazar. Sería un recordatorio perenne y probablemente ésta era la razón por la que los rumanos no quisieran volver a reconstruir en este lugar.

Una de las razones, por lo menos, dijo Faethor, pero siempre he querido creer que yo era una de las principales razones. No quiero que nadie construya aquí. Desde que Thibor destruyó mi antigua casa, tuve varias residencias, pero ésta fue la última. Y aquí me he quedado, para decirlo de algún modo. Así es que cuando ahora la gente viene a husmear aquí y yo siento sus pasos

—Infundes una especie de tristeza al lugar, ejerces una influencia… debe de ser el aura.

¿Te has dado cuenta?

Harry volvió a estremecerse, pero era únicamente a causa del frío.

—¿Qué me dices de tus leyendas, Faethor? No quisiera agobiarte, pero todavía no he hablado con nadie de los tuyos que fuera capaz de contarme las cosas en un lenguaje claro y sencillo. Y el tiempo es precioso. A lo mejor es que hay vidas en juego…

¿En juego? Las palabras me parecen desafortunadas. ¿Te refieres a vidas humanas? ¿En este otro mundo? ¡Siempre han estado en juego!

—Me refiero a vidas que son importantes para mí. Mira, a mí me parece que la gente ha encontrado un camino en este lugar, este mundo que constituye la fuente. Hay algunos a los que quiero o a los que quería mucho.

Se dio cuenta de que Faethor asentía con un gesto de la cabeza, puesto que es sabido que la gente asiente tanto mentalmente como con la cabeza.

Eso es lo que me han dicho… los muertos, por supuesto. Bien, en cuanto a las leyendas

—Espera —dijo Harry—. Dime primero una cosa, ¿qué relación tiene todo esto contigo? Sé que has dicho que no hay ataduras, pero todavía no me puedo imaginar que quieras ayudarme por simple bondad de corazón.

La risita de Faethor se convirtió en una carcajada, y la verdad es que sonó de manera muy desagradable.

¡Ah, pero tú nos conoces bien, Harry Keogh! Muy bien, te lo aseguro, por esto te lo contaré todo: mi abuelo, Belos, fue exiliado de su nido de águilas por los wamphyri. Aquél era su mundo, su patrimonio…, pero se había hecho demasiado poderoso. Le temían extraordinariamente y, así que se les presentó la ocasión, le tendieron una emboscada, le prepararon una trampa y lo expulsaron. Lo despojaron de sus tierras y propiedades y él se encontró sin nada, aquí, en este mundo. No fue el primero ni el último y, si las cosas no cambian, es posible que haya otros más. Ahora bien, yo no conocí a Belos, que murió antes de que Waldemar me pasara el huevo, pero sé que si él no hubiera sido tan maltratado, yo ahora sería un wamphyri por derecho propio… y estaría en el mundo fuente. Cuando lo expulsaron no sólo lo despojaron de su patrimonio sino que además negaron a Waldemar el suyo y a mí el mío. Por esta razón, y a pesar de los años transcurridos, Belos merece ser vengado.

—¿Y tú vas a ayudarme a encontrar mi camino hacia ese mundo sólo para llevar a cabo un acto de venganza? —dijo Harry frunciendo el entrecejo—. No tengo intención de ir en busca de nadie por encargo tuyo, Faethor. Tal como yo lo veo, todo se reducirá a meterme dentro, a liberar a alguien y a retirarnos. No pienso quedarme allí el tiempo suficiente para saldar viejas cuentas.

Tú conoces algo acerca de ese lugar que estás buscando, ¿verdad?, en el tono de voz de Faethor había una inflexión burlona. Métete dentro, rescata a las personas que quieras o haz lo que se te antoje y vuelve a salir. Así de sencillo

—Sí, más o menos.

Pero ahora parecía que Harry se sentía menos seguro.

Faethor volvió a encogerse de hombros.

Bueno, es posible, pero yo ahora lo veo de manera diferente, porque después de todo tú eres Harry Keogh y es un hecho que, sirviéndote de tu especial talento, has sido una fuerza fatal contra los vampiros de este mundo. Has tratado con mi traidor hijo Thibor, con Boris Dragosani, con Yulian Bodescu…, la lista es impresionante. Tengo la sensación de que cuando entres en ese mundo que es la fuente, las cosas sucederán de forma casi inevitable. Creo que eres el catalizador que cambiará o que quizá destruirá el antiguo equilibrio. Así es que todo lo que yo te pido es esto: que si llega el momento y alguien te pregunta ¿quién eres?, tú le respondas que te ha enviado Belos. ¿Es mucho pedir?

—No, ése es el trato —accedió Harry—. Así es que ahora dime todo lo que sepas. Sobre Perchorsk en primer lugar.

¿Cómo?, el tono era de sorpresa. Jamás he oído hablar de ese sitio.

Harry le dio una breve explicación.

Puede muy bien ser un sitio para introducirse en el mundo fuente o para salir de él, respondió Faethor, pero éste no es el viejo camino. Y ahora escucha: esto es lo que el viejo Belos contó a mi padre, que a su vez me lo dijo a mí. Los wamphyri lo enviaron a la Tierra del Infierno, que es este mundo, a través de una Puerta blanca y resplandeciente que tenía forma esférica. Sí, tú me has hablado de un duplicado de esa esfera que está en Perchorsk. Sin embargo, Perchorsk se encuentra en los Urales Superiores y el lugar de salida de Belos se encontraba muy apartado de ese punto.

—Así pues, ¿cuál fue el lugar por donde Belos apareció a la superficie?

Superficie no es una buena palabra, porque él más bien bajó. Cayó dentro de la esfera. Tuvo la sensación de caer…, como si fuera a parar al infierno. Fue como si se hubiera caído a través de un gran pozo blanco y luminoso cuyas paredes eran tan distantes que él no podía verlas. Cayó, pero no a gran velocidad, o por lo menos así lo creyó. Y seguramente fue exacto en sus apreciaciones, puesto que cuando acabó de caer todavía estaba cayendo. Cayó fuera de la esfera, o sea la Puerta de entrada, y fue a parar a este mundo.

—¿Dónde?

Harry volvía a sentir una gran curiosidad.

Bajo tierra.

—¿Cómo en Perchorsk?

No, no como en Perchorsk. Belos trató de reanimarse y miró a su alrededor. La esfera a través de la cual había caído estaba incrustada en el techo de un gran hueco horizontal, sobre un saliente de piedra fina. Por el lecho de aquel hueco corría un río negro de aguas impetuosas. Belos no sabía de dónde venía ni tampoco adonde iba. Todo alrededor de la esfera, en el lugar donde se encontraba suspendida, había unos grandes agujeros en el techo… iguales que esos agujeros del magma que hay en Perchorsk. Lo mismo ocurría en el saliente donde Belos había ido a parar. La extensión de la cueva y el saliente donde estaba no eran grandes. Allí donde el río salía de la cueva para perderse en la oscuridad, el espacio comprendido entre el techo y el agua era de unos pocos centímetros. El saliente era lo suficientemente grande para que un hombre pudiera dar unos diez pasos antes de que se estrechara y se afinara hasta convenirse en la pared resbaladiza de aquel agujero. No había salida. O la había en caso de que un hombre tuviera estómago para utilizarla.

—¡Un sumidero subterráneo! —exclamó Harry.

Exactamente. El río habría podido correr kilómetros y más kilómetros y es posible que no llegara a asomar nunca a la superficie. Éste era el apuro que se le planteaba a Belos… Había otros que habían estado allí antes que él y algunos todavía seguían allí. Belos encontró sus restos momificados. Cosas a las que él dio el nombre de «trogloditas» y de «Viajeros» e incluso los cráneos y restos momificados de wamphyri, que preferían estar allí sentados en aquel saliente e irse marchitando que arriesgarse a lo desconocido. Pero el corazón de Belos era más grande que todo eso.

—¿Se atrevió con el río? —dijo Harry, fascinado.

Faethor volvió a encogerse de hombros.

¿Qué otra cosa podía hacer? Primero trató de entrar nuevamente en la esfera, como es lógico, pero la esfera lo repelió. Cuando levantó los brazos para introducirlos en su luz, se vieron rechazados. La Puerta de entrada se había cerrado sobre él. Sin embargo, estar sentado junto a todos aquellos seres e ir envarándose hasta quedar convertido en piedra no entraba en sus cálculos. Lo que haría sería marcharse mientras conservase toda su fuerza. Supongo, Harry, que habrás oído hablar de ese mito que sostiene que los vampiros temen al agua corriente.

—Después de ti —dijo Harry—, soy el más grande experto en vampiros de todo el mundo o, cuando menos, el mejor que puedas encontrar. Tú me dirás ahora que el mito se originó como consecuencia de este río subterráneo que los wamphyri debían cruzar para encontrar el camino hacia la superficie de este mundo, ¿no es así?

Exactamente.

—Thibor daba una explicación diferente.

Faethor suspiró.

Como ya te he dicho, Thibor no lo sabía. Ese habría podido aprender mucho de mí pero, como no lo sabía, se inventó la explicación. Tortuosa, como has dicho antes.

—Yo esto lo he dicho de todos vosotros en general —le recordó Harry—, pero tú ahora te andas por las ramas. Mejor que vayas al grano.

De acuerdo, pero ten en cuenta que ese río subterráneo es el origen de ese mito en particular. Un vampiro está constituido por carne, sangre y huesos, Harry. Si lo metes en el agua y lo dejas en ella mucho tiempo se muere. Ahora déjame que continúe. Belos desafió al río y la corriente lo arrastró. En algunos momentos tenía la cabeza por encima del agua, pero hubo instantes desesperados en que el espacio libre quedaba reducido a nada, cosa que lo obligaba a sumergirse. Pasó mucho tiempo antes de que el techo se separara, antes de que volviera la luz natural y centelleara al final del río. Después el río formó una cuenca, que se vaciaba en un río perezoso. Pero esta vez, como ya he dicho, en la superficie. Sucio y muy magullado, tosiendo y avanzando río arriba hasta que vio que ya tenía expeditos los pulmones, por fin el viejo Belos consiguió llegar a este mundo. La época, o la era, se sitúa aproximadamente a unos trescientos años antes de Cristo. En cuanto al lugar

—¿Sí?

Harry apenas podía reprimirse.

En línea recta, a unos doscientos cincuenta kilómetros del lugar en el que ahora te encuentras.

Harry se puso de pie.

—¿Dónde, exactamente? —preguntó.

Cerca de Radujevac, en Dunarea, le dijo Faethor, o a orillas del Danubio, lo cual quizá sea más conocido para ti. Aquí está el origen de la leyenda y la leyenda es la fuente de los wamphyri. ¿Irás allí enseguida?

—¿Ahora? ¡No! —dijo Harry negando con la cabeza—. Esta noche tengo otros planes. Iré mañana.

Se quedó en la oscuridad y suspiró.

¿Quieres sacarte un peso de encima, Harry?

—Tal vez… o quizá quiera cargar con otro nuevo.

Yo he cumplido con mi parte del trato.

—Y yo cumpliré con la mía, si la ocasión se presenta. Entretanto quisiera darte las gracias.

Sí y las de los numerosos muertos. Hablando de leyendas, la tuya comienza ya a divulgarse, Harry. Y pronto se divulgará más todavía, supongo. ¡Adiós!

Harry se golpeó el cuerpo con los brazos para sacudirse el entumecimiento de las articulaciones y sacarse el frío de encima. Después dijo:

—Adiós, Faethor.

Y, como siempre, el continuo de Möbius ya estaba esperándolo para acogerlo…

Los planes y preparativos de Harry eran lo más sencillo de este mundo y costó muy poco llevarlos a la práctica. De regreso al cuartel general de la Rama-E, pidió a Darcy Clarke todo cuanto le hacía falta. Mientras se lo preparaban, puso a Clarke al corriente y pasó a facilitarle más detalles de lo que el jefe de la Rama-E ya sabía.

Al terminar, Clarke dijo:

—Puntualicemos las cosas: vas a Rumania, exactamente al Danubio, en las proximidades de Radujevac, donde vas a remontar el curso de un río subterráneo. ¿No es eso?

—Exactamente.

—Y una vez allí, esperas encontrar una Puerta igual que la de Perchorsk, salvo que allí no habrá nadie que dispare contra ti nada más cruzarla.

—Puede ocurrir que haya gente esperando —dijo Harry—, sí, es muy posible, pero no dispararán contra mí, porque no podrán. Si no me equivoco, incluso me facilitarán una valiosa información.

Clarke lo miró y se quedó pensando: «¡Santo Dios! ¡Es tan humano y a la vez tan inhumano!» Y en voz alta, pero tranquilo, le dijo:

—Es gente muerta, ¿verdad?

—Sí, cadáveres. A lo mejor ni siquiera son cadáveres, sino simplemente recuerdos de personas.

Clarke se estremeció con un estremecimiento largo, visible, violento. Estaba acordándose del asunto Bodescu, ocasión en la que había sido testigo con sus propios ojos del increíble alcance del poder que Harry tenía sobre los muertos. O mejor dicho, el resultado del respeto que sentían por aquel hombre. En realidad, no fue Harry quien en aquella ocasión llamó a los muertos, sino su hijo, que entonces era un niño. Pero Harry también podía hacerlo cuando tenía necesidad de ello.

Por fin Clarke se tranquilizó y continuó:

—Y cuando hayas encontrado esa Puerta, la utilizarás para ir adonde… ¿A otro mundo, al lugar donde se encuentran tu mujer y tu hijo? ¿Y seguramente también Jazz Simmons?…

Harry asintió con un gesto de cabeza.

—Sí, y Zek Föener y quizás una o dos personas más. Si continúan vivos, y tú sabes que creo que lo están, me parece que allí debo de tener algunos amigos. Y a lo mejor también enemigos. O por lo menos uno: un matón de la KGB llamado Karl Vyotsky.

—Bueno, suponiendo que todo salga a pedir de boca, hablarás con Brenda, con el pequeño Harry y, una vez hayas hablando con ellos, averiguarás cuál de los dos quiere volver contigo.

—Más o menos es eso, aunque todavía no sé si hay un camino de vuelta. Recuerda que sé que de este mundo no ha vuelto nunca nada y que también sé que lo que ha venido aquí tampoco puede regresar allá. ¿Qué explicación tiene todo eso? No la conozco, pero el hecho es que es así.

—En resumen, que pones en riesgo tu vida.

—¿Quieres que lo haga o no?

—Sí, quiero que lo hagas; a mi manera, tengo la misma curiosidad que tú. Y lo que ahora quiero es ver Perchorsk de cerca. Aunque allí no se hagan las cosas que se dicen, no deja de ser una bomba de relojería.

Harry asintió con la cabeza.

—Opino lo mismo que tú, pero Viktor Luchov me ha asegurado que no hay nada que pueda escapar de Perchorsk. Y esto me parece interesante.

Clarke soltó una risotada.

—Harry, tu palabra para mí es válida en cualquier momento, pero yo no soy más que una pequeña pieza de una maquinaria. No creo que nadie vaya a tomar ninguna medida preventiva ni otra acción de ningún tipo contra Perchorsk, especialmente ahora, en este nuevo clima de «comprensión política», pero si algo escapa…

Y al decir estas palabras levantó las manos.

—Quedará fuera de tu alcance, lo sé —respondió Harry.

Clarke volvió a soltar otra risotada.

—Sería más exacto decir que estará fuera de mi control —respondió.

—Exactamente, y ésa es otra razón para que yo vaya —dijo Harry, que parecía movido por una especie de fatalidad—. Servirá para averiguar si podemos hacer algo… ya que posiblemente sea más fácil intervenir desde el otro lado.

Los dos quedaron en silencio un momento y después Clarke dijo:

—Harry, todavía tardarán un poco en prepararte todo el equipo, pero lo están haciendo. Ahora es muy tarde y tengo ganas de irme a la cama. Voy a aprovechar un par de horas y por la mañana estaré aquí para despedirte. Antes de que me vaya, ¿hay algo que pueda hacer por ti? ¿Y qué piensas hacer durante el resto de la noche?

Harry se encogió de hombros.

—Oh, no estoy cansado —dijo—, pero trataré de dormir un poco más tarde. Sé que es una tontería, pero prefiero enfrentarme con el río subterráneo durante el día. Me refiero a que, aunque lo mismo podría ir allí de noche, no me apetece nada hacerlo.

—¿Una tontería? ¿Por qué ha de ser una tontería?

—Pues porque allí dentro no existe ninguna diferencia entre el día y la noche. Allí reina siempre la oscuridad más absoluta. Aun así, me sentiré más feliz sabiendo que fuera es de día. De todos modos, antes de hacer nada tengo que volver a hablar con Möbius.

Desorientado ante aquellas palabras, Clarke movió la cabeza dubitativamente. Harry tenía siempre este efecto sobre él.

—Mira —le dijo al fin—, los dos formamos parte del mismo mundo, tú y yo, pero cuando hablas de esa manera, dices todas esas cosas con tanta naturalidad, como si no tuvieran importancia ninguna… cuando hablas de los muertos y comentas cosas sobre esas dotes que posees, me hablas del continuo de Möbius y de todo eso… No sé, sólo la manera de decir: «Mira, tengo que volver a hablar con Möbius» de la manera que lo dices… ¡Es que pareces un extraterrestre! Tengo la impresión de que vuelvo a ser un niño. Me refiero a que ya sé qué cosas eres capaz de hacer, yo mismo he tenido ocasión de experimentarlo, pero es que a veces hasta dudo de mis propios sentidos.

Harry se sonrió de manera abierta y franca.

—¿Y tú eres el jefe de la Rama-E? —dijo—. Quizá te has equivocado de trabajo, Darcy.

Esperó a que Clarke se hubiera ido antes de emprender el viaje para ir a ver a Möbius…

En Leipzig eran las diez y media de la mañana y el cementerio todavía estaba cerrado, pero Harry no entró por la verja sino por una de las puertas que le enseñó a abrir precisamente el hombre al que ahora iba a ver.

Harry, amigo, estoy contento de que hayas venido, dijo Möbius. He estado reflexionando un poco sobre este universo paralelo y coyuntural tuyo.

—Cada vez es menos coyuntural —dijo Harry—. Lo único coyuntural es su naturaleza.

Y rápidamente puso al corriente de todo al matemático muerto.

¡Es fascinante!, dijo Möbius. De hecho viene a confirmar lo que yo pienso sobre la materia.

—Bien, debo admitir que a mí me desconcierta —dijo Harry—. Se vislumbra una luz al final del túnel, para decirlo de manera gráfica, pero lo que yo quiero decir es que si hay dos puertas a este lado, ¿por qué parece que tan sólo hay una en el otro?

¿Sólo una? ¿Y por qué lo dices?

—Faethor habló de una puerta blanca y resplandeciente en forma de esfera. Una Puerta. Si hubiera habido dos, ¿no lo habría dicho el viejo Belos?

Bueno, lo dijera o no, hay dos puertas, te lo aseguro, dijo Möbius plenamente convencido. Dos en este lado y dos en el otro. Puedo explicar el principio de manera muy simple, sin meterme en detalles de tipo matemático.

—Soy todo oídos —dijo Harry.

De acuerdo, repuso Möbius entrando en materia. Vamos a considerar estas puertas de una manera algo menos profunda y un poco más básica. Me refiero a esas puertas que desafian las leyes físicas de ese estado que llamamos espacio-tiempo. Sabemos que las hay de diferentes tipos y que todas ellas tuercen la «piel» de esta dimensión espacio-tiempo. Los científicos modernos admiten sin discusión una de esas puertas, el agujero negro, y hacen conjeturas acerca de puertas de otro tipo, que designan con el nombre de agujeros blancos. De hecho, una teoría corriente afirma que los agujeros blancos y los negros son dos extremos del mismo túnel. El agujero negro absorbe material y el blanco lo expulsa. ¿Entendido?

Harry asintió.

—Hasta aquí lo entiendo —dijo.

Perfectamente. Ahora bien, incluso si la teoría es errónea y no hay dos caras de la misma moneda, hay un factor que es común a ambas.

—¿Cuál?

Que los dos sistemas tienen una sola dirección. Cuando te metes en un agujero negro, no puedes salir de él. Y cuando sales expulsado de un agujero blanco, no hay manera de volver a meterte en él. Tal como yo lo veo, lo mismo es válido para los agujeros grises: la Puerta de Perchorsk y la segunda Puerta, que tú crees que está en algún punto del curso de ese río subterráneo.

—¿Son sistemas de una sola dirección?

Tanto uno como el otro. Se hace hincapié en los dos. Te introduces a través de uno y sales a través del otro.

Esto frenó a Harry en seco. Por fin dijo:

—¡Es genial! Después de usar una Puerta ésta queda fuera de tu alcance. Si has pasado por ella, ya no vuelve a aceptarte, independientemente de la dirección que llevases al cruzarla. Pero puedes pasar por una segunda Puerta. Así es que todo lo que tengo que hacer es encontrar la segunda Puerta. De hecho, sé dónde está. Es la que han estado utilizando los wamphyri para enviar todos sus monstruos a Perchorsk.

¡Ah, pero esto explica qué es, no dónde se encuentra!, dijo Möbius.

—De todos modos, es un paso en la dirección adecuada —replicó Harry.

Pero enseguida se desanimó un poco.

—Existe, sin embargo, un pequeño inconveniente. Si atravieso aquella Puerta y me meto en Perchorsk, no sólo dispararán contra mí, sino que me dejarán frito.

¡Ah!, aquí lo único que podía hacer Möbius era quitar hierro al asunto.

—Gracias, de todos modos —dijo Harry—, puesto que tú no has hecho más que confirmar lo que ya sospechaba: que había dos Puertas. Los wamphyri se han servido de una durante millares de años y ahora han empezado a utilizar la nueva, la que Luchov y su gente, sin querer, pusieron en funcionamiento en Perchorsk. Ésta es la única explicación. Si tienes la amabilidad de excusarme, voy a ponerme en camino. Tengo que despedirme de mi madre, no me perdonaría nunca que hiciera algo sin comunicárselo antes. —Y lanzando un suspiro añadió—: Querrá hacerme desistir de mi propósito, aun a sabiendas de que no lo logrará. Pero… ella es así.

Todas las madres son así, Harry, dijo Möbius, muy serio. ¡Buena suerte, amigo!

Pero en realidad, la suerte en este caso contaba muy poco.

A la mañana siguiente Darcy Clarke se encontró con Harry en el cuartel general de la Rama-E en Londres y, mientras Harry comprobaba que no faltara nada en su equipo y se aseguraba de que conocía el funcionamiento de todo, Clarke aprovechó la oportunidad para pasar a Harry algunas informaciones.

—En cuanto a ese afluente subterráneo del Danubio —dijo—, debo decirte, Harry, que es una trampa mortal. Lo he hecho comprobar esta noche. Nuestro hombre de Bucarest se ha encargado de hacer esta averiguación en beneficio tuyo. El sitio es bastante conocido y tenemos su localización exacta. Hay recortes de periódico que hacen referencia al lugar y disponemos de bastante documentación. A la gente de la localidad le inspira una aversión inmemorial. En 1966, un par de espeleólogos se metieron dentro. Era verano y el afluente estaba seco. Sin embargo, cuatro horas más tarde cayó un diluvio repentino en las montañas y uno de los excursionistas se vio arrastrado por las aguas, mientras que el otro no volvió a aparecer nunca más. Y se trataba de expertos.

—Ellos andaban y nadaban —dijo Harry—. Yo no.

—¿Cómo?

—He dicho que remontaría el río, pero no he dicho cómo.

Clarke lanzó un suspiro.

—¿Te servirás del continuo de Möbius?

—Por supuesto.

—Entonces ¿para qué quieres el equipo de inmersión, el tubo para respirar y todo lo demás?

—Por si acaso.

Clarke se quedó callado un momento y después dijo:

—Lo único que quería era tratar de ayudarte.

—Y yo te lo agradezco —le dijo Harry—, pero yo sé mejor que nadie qué me traigo entre manos.

Diez minutos más tarde ponía todas sus cosas en una bolsa impermeable y marchaba a Radujevac. Desde las afueras de la ciudad tomó un taxi en dirección al campo, cerca del lugar que le había indicado Clarke. Pagó al taxista con dinero que también le había proporcionado Clarke. Con la bolsa colgada del hombro, emprendió el camino por el campo hasta que llegó a su destino. El sitio era de lo más agreste y no se veía a nadie por los alrededores. Harry metió sus cosas entre la maleza y las cubrió con unas ramas secas y, acto seguido, volvió al nacimiento.

Se encontraba al pie de un acantilado, medio cubierto por la hiedra y con unos afloramientos de piedra caliza que la humedad hacía resbaladizos. En la parte nordeste se erguían los grises e imponentes Cárpatos y por la parte sur se extendía el campo con sus lomas boscosas. Harry se quedó de pie junto a la orilla de la alberca que se formaba bajo las rocas y miró de nuevo las montañas y después otra vez el agua oscura que borboteaba en la tierra llegada desde indecibles cuevas oscuras. Surgía de la boca de una cueva. Aquél era el lugar a través del cual el viejo Belos, de los wamphyri, había penetrado por vez primera en nuestro mundo. Y otros como él. Y entre aquel lugar y aquellas legendarias montañas, en algún punto subterráneo, había una Puerta que se abría a un mundo extraño. Ahora correspondía a Harry determinar con la mayor exactitud posible la localización de esa Puerta antes de remontar el río para tratar de encontrarla.

Comprobó de nuevo que no hubiera nadie alrededor, para cerciorarse de que no había ningún testigo que pudiera presenciar su partida. El lugar estaba en silencio y lo único que se veía era el bosque, donde los pájaros cantaban y el agua helada gorgoteaba. Pero esta vez Harry iba bien abrigado y no notaba el frío.

Escogió un punto al pie de las montañas en dirección nordeste y se trasladó a él a través del continuo de Möbius. La Puerta por la que salió era la misma de siempre: un «agujero» del universo en el que no había nada que lo distinguiera de centenares de otras puertas que Harry había utilizado. Harry volvió a caminar y se acercó todavía más a los picos dominantes. Pero esta vez, cuando salió, los «bordes» de su Puerta se desdibujaban un poco. Era la advertencia que estaba esperando y que le anunciaba que estaba cerca.

En su cabeza, una voz muerta lo sorprendió al decirle:

Estás muy cerca, Harry.

Fue como si alguien se le hubiera acercado por detrás y hubiera murmurado las palabras en su oído.

—¿Te conozco? —le preguntó Harry, al tiempo que exploraba el campo a su alrededor y bajaba la vista para contemplar ciudades distantes como Radujevac, Cujmir y Recea.

Eran como manchas de humo que apareciesen en su horizonte.

No, pero yo te conozco a ti. Tu madre se ha estado interesando por ti.

Harry suspiró.

—Su intención es buena —dijo—. ¿Te ha importunado acaso?

En absoluto, me encanta ayudar. Quieres recorrer todo el nacimiento del Radujevac, ¿no es verdad?

La voz estaba llena de excitación y de avidez, detalles que revelaron a Harry quién era su propietario.

—Tú eres espeleólogo —dijo Harry— y encontraste la muerte en el verano de 1966, en algún lugar de ese río subterráneo.

Sí, ése soy yo, dijo con un deje de tristeza. No llegué a terminar la misión que me había impuesto. Me llamo Gari Nadiscu y, si hubiera conseguido lo que me había propuesto, la galería hubiera llevado mi nombre. Se habría llamado el camino de Nadiscu. Pero no fue más que un sueño. Quizá podrás realizarlo tú.

Harry dijo:

—Espera un momento. —Y se trasladó al continuo de Möbius—. Ahora habla conmigo. Quiero estar más cerca de ti.

Fue siguiendo sus pensamientos y apareció al pie mismo de las montañas. Nuevamente la puerta de Möbius volvió a temblar todavía con más fuerza que antes, confirmando a Harry que estaba acercándose más a ella.

—No lo hiciste nada mal —dijo a Nadiscu—. Cubriste unos trece kilómetros antes de que la crecida te arrastrara. ¿Todavía estás ahí abajo? —Escrutó el suelo pétreo de la montañas que tenía bajo sus pies—. Quiero decir que si ha quedado algo de ti. ¿Cómo fue que quedaste atrapado? Tu compañero fue arrastrado por las aguas.

Quedé atrapado, respondió el otro con voz lúgubre, es la palabra exacta, Harry. Me arrastré hasta un saliente de roca y allí había una grieta en el muro. Cuando subió el agua, traté de introducirme más profundamente en la grieta. Al final quedé atrapado y ya no pude moverme. Llevaba aire, por supuesto, pero lo pasé muy mal. Duré hasta que el aire se acabó

—Debió de ser terrible —dijo Harry, apiadado.

No perdamos tiempo en estas cosas, dijo el otro. Tú tienes trabajo que hacer. ¿En qué puedo ayudarte?

—En dos cosas —dijo Harry—. Primera: ¿cuál era el curso del río cuando tú…, cuando vino la crecida? Y segunda: ¿a qué profundidad calculas que te encuentras de la superficie?

Nadiscu le facilitó las respuestas y Harry le dio las gracias.

—Yo no busco la fuente del río —admitió—, pues es una clase de fuente diferente la que me interesa. Pero si todo sale bien, volveré y te diré hasta dónde he llegado. ¿De acuerdo?

Gracias, Harry. Te quedaré muy reconocido.

Harry se sirvió del continuo y penetró en las montañas, de las que salió para ir a parar a una loma escarpada y cubierta de pinos. Esta vez la interferencia fue tal que Harry tuvo la impresión de que había dado con el sitio. Directamente debajo de él, a una gran profundidad al pie de las montañas, la Puerta que se abría al mundo de los wamphyri lo estaba esperando.

Calculó la distancia hasta su punto de inicio, fijó claramente su localización en su cabeza, no ya sólo en el mundo conocido sino también en el continuo metafísico de Möbius. Era una especie de triangulación mental. Y después volvió al matorral donde había escondido sus cosas.

Media hora más tarde, vestido con el traje de inmersión y el pulmón acuático, provisto de aletas y de una potente linterna sumergible, Harry se dejó resbalar dentro del agua y conjuró una puerta de Möbius. Allí no se veían destellos de ningún tipo. Comenzó a moverse corriente arriba y salió a la oscuridad con sus pies provistos de aletas sobre un lecho cubierto de cantos rodados. La oscuridad era absoluta y la corriente era tan fuerte que obligaba a Harry a inclinarse sobre ella. Utilizaba la linterna para iluminar el camino que tenía delante y el potente haz de luz que salía de ella cortaba la oscuridad como un cuchillo. Después de dar un salto, sus pies seguían tocando fondo, pero la galería se había estrechado considerablemente, el agua le llegaba al cuello y el camino que tenía enfrente describía abundantes curvas.

Harry siguió avanzando.

De vez en cuando nadaba, pero otras veces se encontraba bajo el agua, cuando no había espacio entre el techo y el río. En ocasiones la galería era amplia como una catedral y el agua muy superficial. Casi sin preverlo, encontró a Gari Nadiscu en la grieta donde había quedado atrapado. Quedaba muy poco de su persona: una sola aleta, un recipiente de aire medio enterrado entre los guijarros… y el fémur que se había enganchado en la roca.

Harry habría podido ir directamente hacia Nadiscu, se daba perfecta cuenta de ello, pero podía haber riesgos. El espeleólogo había quedado atrapado en un lugar angosto y Harry no quería encontrarse en un lugar difícil y comprometido. Y lo que todavía era más importante: es posible que Nadiscu se encontrara demasiado cerca de la Puerta. Harry ya había experimentado los peligros que suponía usar el continuo de Möbius cerca de una Puerta y quería evitárselos. No, prefería hacer las cosas a su manera. Si surgían dificultades, volver a salir habría sido tan fácil como conjurar una puerta de Möbius. Y de esta manera se acostumbraba al sistema de avistar el camino que tenía delante y saltar después a su interior. Cosa que era prudente, ya que a partir de este punto el camino era totalmente desconocido.

Harry y Nadiscu intercambiaron unas cuantas palabras de aliento y Harry prosiguió su camino.

Cinco minutos más tarde, después de una serie de breves saltos, la puerta de salida de Harry comenzó a lanzar violentos resplandores y pareció que iba a doblarse. Harry salió en aguas profundas y comenzó a nadar, al tiempo que con la linterna iluminaba el camino que tenía delante. La galería era casi circular, con unos treinta centímetros de distancia entre el techo y el agua. No se atrevía a volver a usar el continuo, por lo que concentró todos sus esfuerzos en nadar. La corriente no era muy fuerte, pero aun así obligaba a grandes esfuerzos.

De pronto Harry advirtió delante de él un arco luminoso que resplandecía débilmente. Apagó la linterna y se la colgó del cinturón, sirviéndose de ambas manos para ayudarse a avanzar con los pies provistos de aletas. El arco iba ensanchándose y la luz haciéndose más intensa. ¡Era luz blanca!

Harry salió a la cueva de la esfera y, agradecido, se encaramó al saliente… donde inmediatamente retrocedió al contemplar lo que había en el suelo húmedo. Era un cadáver decapitado en fase de descomposición. La cabeza, carne cubierta de fango, estaba también en aquel reborde a una cierta distancia del cuerpo.

—¡Dios mío! —exclamó Harry respirando profundamente.

Se había quitado la válvula que le permitía respirar el aire que llevaba de repuesto, pero se la colocó rápidamente para volver a respirar el aire embotellado. Así era mejor. Después se puso a examinar el cadáver con más detenimiento, aunque sin tocarlo. La columna vertebral, fracturada, era gruesa, reforzada con huesos suplementarios y con diversos tendones. En realidad, estaba compuesta de dos columnas. ¡Wamphyri! La cabeza debía de contener igualmente un cerebro compuesto, que también estaría desintegrándose.

—¿Y tú quién eras? —le preguntó Harry.

Yo era Corlis, del nido de águilas de lady Karen, gimió, lástima que fui demasiado ambicioso. Y ahora vete, déjame con mi desgracia.

—¿Demasiado ambicioso? —preguntó Harry con voz entrecortada—. ¡Eso parece!

Levantó la vista, miró la esfera y la apartó rápidamente. La luz era insoportable. De un bolsillo provisto de cremallera sacó unas gafas oscuras, se las puso y miró a su alrededor. Un poco separado del cuerpo había un walkie-talkie moderno, bastante estropeado y con la antena totalmente extendida. Harry lo miró y movió la cabeza. Se dio cuenta de que era un modelo ruso, aparte de lo cual no le parecía oportuno hacer más conjeturas.

En las paredes había varios agujeros, además de las bocas de muchas galerías abiertas en el magma. Cuando Harry vio lo que contenían algunas de ellas se acordó de la historia de Faethor… o de Belos.

En lo alto de la pared curva había alguien sentado, con las piernas resecas colgando por encima de un agujero del magma. Era un ser momificado, porque las filtraciones habían fusionado sus piernas soldándolas a la pared y ya estaban empezando a recubrirlas de resplandeciente calcio. Un cráneo sin ojos, horriblemente deformado, se asomaba también al exterior. La muerte parecía haberlo congelado y por sus mandíbulas, que tenía abiertas y que se asemejaban a las de un lobo, se veían unos dientes que calificaban a aquel ser de carnívoro. Daba la impresión de que aquella criatura miraba con saña a Harry y que su malignidad era permanente e indestructible, pero esto a él no le preocupaba, porque hacía mucho, muchísimo tiempo que aquel ser estaba mirando de aquella manera.

¡Asesino de vampiros!, dijo de pronto con voz acusadora.

Harry se encongió de hombros.

—No puedo negarlo, pero en ese aspecto parece que tú, por lo menos, no tienes ningún tipo de preocupación. Ni tú ni ninguno de los que están aquí.

Ahora otras voces se sumaron a la primera:

¡Pipiolo descarado!

Este lugar está reservado a los wamphyri. ¡Márchate!

¿Quién te figuras que eres para venir a perturbar nuestro sueño de siglos?

—Lo siento —dijo Harry, encogiéndose de hombros—, pero no voy vestido para conversaciones de ningún tipo, ni educadas ni de otra clase. Pero mejor será que os informe. Sé que para un hombre todos vosotros sois exiliados. Es posible que en vuestro mundo fuerais poderosos wamphyri y gente de alto rango, pero aquí no sois más que cosas muertas e insignificantes. Así es como funcionan las cosas. En cuanto a mí, no os echaré en cara vuestro pasado, siempre que vosotros no me echéis en cara el mío.

Y al cabo de un momento de franca sorpresa, todas las voces se sumaron para decirle:

¿Cómo te atreves…?

—Aquí hace mucho frío —dijo Harry con voz imperturbable—, y por eso voy a cambiarme de ropa. Si cuando vuelva estáis más sociables, podemos empezar desde el principio y olvidarnos de rencores. Si no es así… —y volvió a encogerse de hombros—, seréis vosotros los que saldréis perdiendo, como sin duda testificarán los innumerables muertos… si se dignan perder el tiempo hablando con seres de vuestra calaña…

Sin darles tiempo a responder, cogió la linterna y las aletas y volvió a deslizarse en el agua. Estaba tan fría que le pareció helada, pero sólo sería un momento. Dejó que el río lo arrastrara corriente abajo hasta una distancia prudencial y conjuró una puerta ligeramente combada y flotó a través de ella. Fijó claramente la localización en su mente y volvió a aquel lugar de la maleza donde había dejado sus cosas.

Una vez allí, echó un trago de una botella de bolsillo que contenía brandy y arrojó el frasco lejos de sí. A continuación ató una cuerda de nylon de quince metros de longitud en la boca de una bolsa impermeable, volvió a meterse en aquel río oscuro y salió del continuo de Möbius dentro del agua y en el lugar adecuado. Tan pronto como el saco con sus cosas se sumergió en el agua comenzó a nadar furiosamente en dirección a la cueva de la esfera. Después de trepar al reborde lateral, subió a él la bolsa con sus cosas y rápidamente se cambió de ropa y se puso prendas de más abrigo. La bolsa contenía también una pesada metralleta, por lo que comprobó la posibilidad de que hubiera podido recibir algún daño a causa de los golpes o del agua. Todo parecía estar en perfectas condiciones.

¡Bah!, oyó mentalmente aquella expresión acompañada de un suspiro, mientras seguía de pie en aquel reborde de roca preguntándose si había olvidado algo. Va y viene igual que un fantasma. Posee dotes mágicas.

Harry se sonrió.

—Sí, poseo algunas dotes mágicas, es verdad —dijo—, pero en lo que se refiere a ser un fantasma… pues soy de carne y hueso y más bien sois vosotros los que…

¡Harry!, dijo una voz diferente, una voz asustada, muy primitiva y gutural, una voz casi animal que le hablaba dentro de la mente. Vete con cuidado, Harry Keogh, porque es peligroso hablar con los wamphyri de la manera que tú hablas con ellos.

Harry localizó a la persona que había hablado: una criatura aborigen, achaparrada, enana, agachada en una oquedad muy reducida, totalmente apartada de los demás. Una envoltura de estalagmitas la cubría casi completamente, por lo que Harry tenía la impresión de estar conversando prácticamente con una estatua de piedra.

—¿Tú no eres wamphyri? —le preguntó.

¡Ja, ja, ja! soltaron los demás, en parte divertidos y en parte ofendidos. ¿El, wamphyri? ¡Ese es un troglodita, imbécil!.

—¿Un troglodita? —exclamó Harry mirando tan pronto al troglodita como a los demás, y volviendo a mirar al primero—. ¡Ah, sí, ya recuerdo! Ya me avisaron de que era posible que encontrase aquí uno o dos trogloditas. Y también Viajeros, posiblemente.

Sí, también Viajeros, Harry, dijo otra voz mucho más humana, aunque sonaba muy distante, débil y casi imperceptible. Por desgracia, nosotros no duramos tanto como los trogloditas y los wamphyri. Me temo que ahora somos poca cosa más que meros recuerdos.

—Así es que hay varias clases de gentes procedentes del mundo situado al otro lado de la Puerta —dijo Harry con aire reflexivo—. Y no hay ninguno de vosotros que quiera ayudarme, ¿verdad?

Se ajustó las gafas y se afianzó la correa del arma que llevaba colgada del hombro.

—¿Cómo puede ser? Hace muchos millares de años…, centenares por lo menos…, que vosotros, los trogloditas y los Viajeros, estáis muertos y los wamphyri todavía siguen oprimiéndoos. ¡Y yo que esperaba poder pediros consejo!

Levantó la vista y contempló la superficie blanca y deslumbrante de la esfera. Si hubiera levantado la mano, habría podido tocarla.

¡No tienes más que pedirlo!, dijeron varias voces de Viajeros. En nuestro tiempo luchábamos contra los wamphyri. Les atravesábamos su negro corazón con una estaca y los quemábamos, pero cuando se hicieron con el poder, se vengaron de nosotros. Con todo, no lo sentimos. Así es que habla con nosotros, Harry, porque no somos trogloditas primitivos ni timoratos, sino hombres.

Sus débiles voces dejaban traslucir un orgullo… que pronto se tradujo en pánico cuando Harry, poniéndose de puntillas, tendió la mano hacia la superficie de la deslumbrante esfera por la parte donde el globo se abombaba por debajo del techo.

¡¡¡Harry, no lo hagas!!!

¡Demasiado tarde! La mano de Harry había tocado la esfera y traspasado la superficie de su envoltura. Harry intentó retirar la mano, intento tan inútil como querer que una piedra lanzada al aire no vuelva a caer sobre la tierra.

Harry oyó la risa siniestra de los wamphyri y los lamentos de los trogloditas y de los Viajeros… Se sintió atrapado, sintió que había penetrado en la esfera. Al cabo de un rato desaparecieron de su vista la cueva y el río borboteante. Harry sintió que flotaba y que iba subiendo hacia arriba, cada vez más arriba, ingrávido como una pluma que volara en un rayo de luz blanca camino de un lugar diferente…

¡Un mundo diferente!