El final de la historia de Zek - Disturbios en el refugio de la roca - Acontecimientos en Perchorsk
La bóveda de roca que coronaba el refugio se elevaba a sesenta metros de altura o más. Tenía una tonalidad ocre clara con manchas; de hecho era una enorme piedra de arenisca que descansaba de costado y que sobresalía en una colina entre pinos, robles, zarzas y endrinos. Arriba, el cinturón formado por los árboles era estrecho y oscuro y subía por las laderas escarpadas hasta las peñas y laderas de las montañas; abajo se extendía el bosque, envuelto en una fina neblina que ahora estaba levantándose, se dispersaba en el punto donde el pie de las colinas encontraba la llanura y se perdía en un horizonte lechoso. Por la parte sur llegaba una luz débil que era como una falsa aurora, puesto que no era la aurora, sino la puesta del sol.
Mientras contemplaba la roca siguiendo los perfiles de sus flancos, Jazz preguntó a Zek:
—¿Habías estado ya aquí?
—No, pero me habían hablado de este sitio —respondió ella—. Está tan lleno de galerías como un trozo de queso azul olvidado en un estante. Hay túneles y cuevas por todas partes y tiene espacio suficiente para toda la tribu de Lardis al completo e incluso para el doble de Viajeros. Aquí se podría esconder todo un ejército.
Pararon a cincuenta metros de la base de la peña, donde la ladera de la montaña comenzaba a derivar hacia abajo y se abría la boca de una gran cueva. Contemplaron toda una hilera de Viajeros que iban introduciéndose hacia el interior, llevando a rastras las narrias y los carromatos, seguidos de los lobos. Al cabo de un rato se hizo visible la oscilación de luces anaranjadas, inmediatamente veladas, a través de los huecos de las «ventanas» situadas en la parte de arriba, donde habían comenzado a encenderse luces y antorchas. Jazz y Zek seguían en el mismo sitio, envueltos en la oscuridad.
Lardis, que los estaba buscando, se acercó y dijo:
—Dejad que se tomen el tiempo necesario para instalarse y escoger sus puestos, después os encontraré aquí —e indicó el sitio con el dedo—, en la entrada principal que llamamos el vestíbulo. Pero si queréis tomar el aire, mejor que sea ahora, porque después tendréis que respirar mucho humo. Hasta que volváis a ver el sol, daríais los ojos a cambio de una bocanada de aire puro de montaña.
Y cogiendo las asas de la narria de Jazz, dijo:
—Mira, lo llevaré durante el resto del camino.
—¡Espera! —dijo Jazz hurgando en uno de los fardos y sacando de él dos cargadores completos para el arma—. Por si acaso…
Lardis no hizo ningún comentario y se dirigió a la entrada de la caverna, dentro de la cual ahora se veían multitud de luces que oscilaban en la sombra.
—Lardis tiene razón —dijo Zek—. Tardarán un tiempo en instalarse y fortificar la plaza. Trepemos por detrás de la roca. Es posible que desde allí todavía se divise algo de sol. No estoy nada a gusto cuando el sol se pone.
—¿Estás segura de que no estás posponiendo alguna cosa? —dijo Jazz—. Zek, no quisiera obligarte a hacer ninguna promesa. Quiero decir que sé que tienes razón, que sé que éste no es nuestro mundo y que por esto nos sentimos mutuamente atraídos.
Ella lo abrazó y, echándose el cabello para atrás, dijo:
—En realidad, me parece que me sentiría atraída hacia ti en cualquier mundo. No, se trata simplemente de una sensación extraña. ¡Me gustan tan poco estas cuevas! Fíjate, hasta Lobo prefiere quedarse aquí fuera con nosotros.
El lobo los siguió mientras trepaban por la escarpada roca, entre los árboles. Estuvieron subiendo por espacio de quince minutos hasta que Jazz dijo:
—Ya basta, me parece. Después nos llevará el mismo tiempo volver a bajar. Esta roca es más grande que lo que aparenta. Cuando salga el sol podemos tratar de subir hasta la cumbre.
Se sentaron uno al lado de otro en un saliente de la roca y Jazz la rodeó con el brazo. Zek se apoyó en la áspera roca y, volviéndose hacia él, le preguntó con un suspiro de cansancio:
—¿Por qué te llaman Jazz?
—Porque mi segundo nombre es Jason —dijo— y es un nombre que detesto. ¡Pocas bromas con el vellocino de oro!
—Jasón es un héroe de mi patria —dijo ella—, y no me atrevería a hacer ninguna broma con su nombre.
Lobo, echándose a los pies de los dos, lanzó un gañido y los miró con fijeza. Zek se acercó un poco más a Jazz.
Consciente del calor de su cuerpo y de la presión que ejercía contra él, Jazz dijo:
—Zek, acaba tu relato, ¿quieres?
Lo dijo con cierta brusquedad, pero fue porque Jazz no quería sentirse presa de algo que no se sentía capaz de dominar.
—¿Cómo? —dijo ella con tono de sorpresa, aunque quizá leyó sus pensamientos y por esto dijo—: ¡Ah, sí! De todos modos, casi había terminado. ¿Dónde habíamos quedado?
Jazz, enfadado consigo mismo, enfadado con todo, se lo recordó…
—Voy a resumir un poco —dijo Zek, en un tono de voz un poco más frío—; en cuanto termine, podremos bajar.
»Los señores de los wamphyri habían acudido al nido de águilas de Karen para hablar del Habitante. Pero Karen había tenido razón, puesto que el Habitante no era lo único que los tenía preocupados. También querían apropiarse de la columna de Karen. Shaithis, además, quería apoderarse de mí debido a mis dotes mágicas, ¡vete a saber por qué! El resto de la partida se sortearía a Karen y el ganador la consagraría al uso que quisiese…, después de lo cual la quemaría. Temían que el vampiro que habitaba en ella fuera madre. De ser así, si ella vampirizaba a todo el nido de águilas y pasaba huevos a todos sus lugartenientes o Viajeros raptados o recién seleccionados… no habría quien la parase con tantos "hijos" a su servicio. Karen tenía que evitar que las cosas llegasen demasiado lejos.
»En cuanto a su nido de águilas, Fess Perene, Volse Pinescu y uno de los señores de menor rango eran partidarios de producir sus propios huevos. Si Karen estaba fuera del camino, ellos estarían en condiciones de hacerlo; la progenie de los wamphyri lucharía y el vencedor se convertiría en señor del nido de águilas de Karen. Los perdedores se convertirían en siervos de los nuevos señores hasta que se les presentase la oportunidad de salir de aquel estado. Cuando los hijos de los wamphyri se encuentran sometidos, lo pasan realmente muy mal. No hay nada que satisfaga tanto a un señor como usar a su propio hijo, ya sea macho o hembra, para su propia satisfacción. La sangre de su propia estirpe, especialmente del vampiro que anida en él, constituye la mayor exquisitez que pueda paladear. Si Dramal Doombody no hubiera muerto, la vida de Karen habría sido una interminable pesadilla.
»Pero la posesión de Karen y de todas sus propiedades debía ocurrir antes de que el vampiro que había en ella alcanzase su plena madurez y cobrara todo su influjo. Era evidente que el desarrollo era lento, pero aquellos señores sabían tanto por su propia historia como por sus leyendas que es difícil desembarazarse de una mujer cuando alcanza su plena floración. Para decirlo de alguna manera, cuando se convierte en la "hembra de la especie". Así pues, sería invitada a juntarse con los wamphyri en su ataque contra el Habitante y sus fuerzas se utilizarían como carne de cañón. Cuando terminase la batalla, sin darse tregua, las unidades de Karen serían aplastadas y aniquiladas y la propia Karen sería hecha prisionera.
»Si se negaba a colaborar en el ataque contra el Habitante entonces su acto sería visto como un desprecio, como un insulto, lo que reportaría un posterior ataque a gran escala a su columna. Pero se tenía la esperanza de que se uniría, porque si su nido de águilas podía ser tomado intacto e indemne, si se podía ocupar entrando simplemente en él, muchísimo mejor.
»Todo esto yo lo fui sacando por partes de las mentes de Shaithis, Volse, Menor Maimbite y uno o dos más. No quería entretenerme demasiado rato con ninguno de ellos en particular, para evitar que se enterasen de mi presencia. Pero Karen estaba en lo cierto: al protegerse contra los sondeos de Karen, habían quedado plenamente accesibles a los míos. Ahora puedo decirte, Jazz, que hay muchos infiernos. Y si uno de esos infiernos es ese lugar del que nos hablaban cuando éramos niños y acerca del cual nos decían que era el sitio donde iríamos a parar por nuestros pecados, puedes tener la plena seguridad de que otros infiernos son las mentes de los wamphyri. Hay poco que distinguir entre ellos…
»En cualquier caso, la reunión se dio por terminada y Shaithis se puso de pie e hizo un discurso final. Que yo recuerde, más o menos era como sigue: "Señores y señora: con una excepción, la excepción de un voto, que corresponde al de nuestra encantadora anfítriona, la cual, según nos ha asegurado, piensa dedicar la máxima consideración a este asunto, todos los demás estamos de acuerdo en realizar una expedición de castigo contra el Habitante. Todavía tiene que fijarse la hora de este esfuerzo contra nuestro terrible y mutuo enemigo, pero mientras se decide, conviene que todos estemos prevenidos y preparados. Todos tenemos razones válidas para querer librarnos de él. Dejando aparte el hecho de que ha fijado su residencia en nuestro territorio, pues yo doy por sentado que las montañas son nuestras, y de que presta su apoyo a los Viajeros, que son nuestra presa tradicional, algunos de nosotros tenemos ofensas de tipo personal contra él.
»"Hace varios centenares de puestas de sol", continuó, "que Lesk envió a uno de sus hombres a parlamentar con el Habitante. Fue sólo a parlamentar, como hemos sabido de labios del propio Lesk, el más lúcido de todos los señores. Bien, pues aquel hombre no volvió. Lesk, justamente indignado, envió a un guerrero para poner a prueba el coraje del Habitante. Se las ingenió para captar los rayos de la reciente puesta de sol en espejos, con los cuales quemó al guerrero de Lesk y lo dejó convertido en una patata frita. Lesk, cuyos razonamientos a veces difieren de los de otras mentes menos sensibles, envió un segundo guerrero, aunque no directamente contra el Habitante. Lesk había llegado a la conclusión de que el Habitante procedía de la Tierra de los Infiernos y había sido enviado aquí para espiarnos y provocarnos, tal vez preparando el camino para una invasión a gran escala. Aquella idea se convirtió en una obsesión, es decir, acabó convencido de su lógica, especialmente al tener en cuenta que, inmediatamente después de los ataques iniciales de Lesk contra el Habitante, se vio que la Puerta que daba a la Tierra de los Infiernos se abría en la misma boca del cráter. ¿Se trataba seguramente de un preámbulo al temido ataque? Por eso envió directamente al segundo guerrero a la Tierra de los Infiernos a través de la Puerta, para dejar que los posibles invasores fueran testigos de una parte del poder de los wamphyri. No es necesario decir que el segundo guerrero no volvió. Pero no ha habido nadie que…
»"Volse Pinescu, tras haberse enterado de los descalabros sufridos por Lesk, decidió proceder a un enfoque más sutil: puso en marcha y armó a un centenar de trogloditas para que atacaran el jardín del Habitante. Debían encargarse de saquear, quemar y raptar a todas las mujeres y de asesinar a todos los hombres. Aquellos trogloditas eran toscos, no tenían nada que ver con los wamphyri, lo que equivale a decir que no se preocupaban demasiado del sol, pero sus rayos tampoco los perjudicaban mucho. Los pérfidos espejos del Habitante no le servían aquí de mucho. Sin embargo, tampoco éstos volvieron. Aparentemente, fueron sobornados. El Habitante encontró cuevas donde instalarlos y los puso bajo su protección.
»"Grigis de Grigis, por ser hijo del legendario Grigis el Escoplo, pensó en aumentar sus posesiones con las riquezas del Habitante… quizás incluso en robar todo su jardín, que domina una gran vista, como sabemos todos. O es que quizá Grigis pensó hacer algo más que esto, ya que si podía tener alguna comprensión de la magia del Habitante y de sus malditas máquinas, entonces su situación actual, sus circunstancias, se verían mucho más mejoradas. De hecho, con las armas del Habitante a su disposición, incluso sería posible que lord Grigis nos gobernara a todos. De cualquier modo, podemos estar seguros de que no es ésta su intención. En realidad, perdió a tres excelentes guerreros, a ciento cincuenta individuos entre trogloditas y Viajeros y a dos lugartenientes. Actualmente sus gentes son inadecuadas a sus necesidades. Seamos honrados con nosotros mismos: a no ser por la amenaza presentada por el Habitante, alguno de nosotros ahora podría haber encontrado los recursos para disminuir todavía más las posesiones de Grigis…
»"El interés que me guía", continuó, "es fácil de explicar: se trata de un puro y simple interés. ¡Es curiosidad! Deseo saber quién es el Habitante. ¿Un wamphyri? ¿Quizá se trata de una nueva casta nacida de las ciénagas? De ser así, ¿cómo ha llegado a ese estado? ¿Es gracias a su conocimiento de las armas, de las máquinas, de la magia? ¿Qué hace en su jardín? ¿Y por qué nosotros somos despreciados y nos vemos tan rudamente ignorados? Entonces éste es el plan: ¡vigilaremos al Habitante! Sólo nos limitaremos a esto. Lo haremos de manera encubierta, en la oscuridad de la puesta de sol, aunque sean precisas muchas puestas de sol. ¿Cómo lo haremos? A través de los ojos de nuestras criaturas familiares, de nuestros murciélagos grandes y pequeños. Desde abajo, a hurtadillas, los trogloditas agachados entre las sombras, vigilando y observando; desde arriba, a la máxima altura posible, desde donde nuestros elementos voladores puedan estar atentos a todos sus movimientos; con nuestras propias mentes, que deben estar espiándolo incesantemente.
»"La extensión de su jardín", continuó, "otros posibles habitantes aparte de él, la ubicación de sus espejos, sus armas, el número de sus servidores… hasta que sepamos de él todo lo necesario. Y cuando sepamos todas estas cosas y podamos concertar nuestro ataque de la manera más conveniente…" "Entonces ¿atacaréis?" Esto último lo dijo Karen y todos los ojos se volvieron hacia el lugar donde estaba sentada, al extremo de la larga mesa y enfrente del trono de hueso.
»Shaithis la miró lascivamente.
»"Sí, entonces atacaremos, señora. Y usted también, a menos que haya decidido no unirse a nosotros."
»Ella se limitó a sonreírle y a decir: "No tema, lord Shaithis, porque estaré con ustedes". Se oyó un suspiro. Todos estaban de acuerdo y la señora había caído en la red. O así parecía.
»A continuación se despidieron. Los primeros en marcharse fueron Shaithis y Lascula, después siguieron Lesk, Volse, Belath, Fess, Menor y todos los demás. El último en ausentarse fue Grigis. Era el orden inverso en que habían llegado, dejando al menos importante para el final. Y cuando Karen me pidió que saliera de mi escondrijo y que me reuniera con ella junto a la ventana, todo el cielo aparecía cubierto de aquellos personajes. Describían círculos inmensos, nubes oscuras de mal agüero en los niveles más inferiores, cada uno abalanzándose en picado hacia su refugio, regresando a su infierno personal.
»Me volví hacia ella y le dije: "Señora, no deberías acompañarlos y atacar al Habitante". Y para convencerla, le conté todo lo que había leído en sus mentes.
»Ella se sonrió de manera triste y extraña, como si ya supiera de antemano lo que yo le iba a decir. "Pero ¿es que no me has oído? He dicho que los acompañaré."
»"Pero…" "¡Calla! Juraría que te preocupas por mí. Y quizá yo también me preocupe por ti. Así es que decide qué armas quieres coger. Si necesitas algo, pídelo. Procúrate todo lo que puedo ofrecerte. Ahora voy a descansar. Cuando me despierte, antes de la salida del sol, entonces mantendré mi promesa."
»Y así lo hizo. Me acompañó a buscar mi salvoconducto; las dos disponíamos de un animal volador, que nos llevó directamente por encima de las montañas hasta la Tierra del Sol. Y cuando volvió a salir el sol, me dijo adiós y volvió a enviar a los animales a casa. Fue la última vez que la vi. Al contemplarla mientras se perdía de vista no pude por menos de sentir piedad por ella.
»Al cabo de algún tiempo Lardis y sus Viajeros me encontraron… y ahora ya te lo he contado todo…
Al cabo de un rato Jazz dijo:
—Hay un par de cosas más que me gustaría preguntarte. Una está relacionada con el guerrero que causó la destrucción de Perchorsk. De acuerdo, ya lo has contestado, era un ser creado por Lesk, pero todavía hay otras cosas. El gran murciélago, el lobo, aquella cosa metida en el recipiente…
Zek se encogió de hombros.
—Es posible que el murciélago y el lobo se introdujeran accidentalmente. El murciélago, cegado por la luz, voló al interior de la esfera. Como nosotros, se vio guiado en una dirección a través de la Puerta. Lo mismo ocurrió con el lobo, que era viejo y estaba casi ciego. En cuanto a la cosa metida en el recipiente de vidrio, era un vampiro. Tal vez se trate de una coincidencia, pero entre sus antepasados figuraba un lobo y un murciélago. En su estado metamórfico es probable que adquiriese características de los dos. Sus rasgos de babosa son típicos de su origen en las ciénagas. Quizás atravesó la Puerta porque iba en busca de una presa. Quién sabe…
Los ojos cansados de Jazz parpadearon un momento y dijo:
—Es demasiado complicado para mí. Cuando parece que estoy entendiéndolo, vuelvo a ofuscarme. Supongo que lo que pasa es que estoy agotado. Una última cosa: ¿qué ha pasado con los demás que vinieron de Perchorsk, los hombres que llegaron aquí antes que tú?
—No se me ha dicho nada acerca de ellos —dijo Zek con una mueca—. Khuv, que es un perro mentiroso, ni los mencionó siquiera, pero yo supe de ellos por Karen. Belath se hizo cargo del primero que entró. Ha experimentado una mutación y actualmente es uno de los guerreros de Belath. El otro era un hombre que se llamaba Kopeler. Lo conocía de antes.
—¡Ah, sí! Ernst Kopeler —dijo Jazz—. Es un «esper».
Zek asintió con un gesto de la cabeza.
—Sabía leer el futuro. Cuando cruzó la Puerta, los murciélagos familiares de Shaithis lo vieron y Shaithis se apoderó de él… pero antes de que pudiera utilizarlo, Kopeler se disparó un tiro. Si yo hubiera podido leer el futuro, posiblemente habría hecho lo mismo.
Jazz asintió con la cabeza y dijo:
—Ya es hora de bajar. Todavía tengo que hacer un rato de entrenamiento de armas. Y después… ¡te deseo tanto! De momento todavía puedo aguantarme, por supuesto, pero no por mucho rato.
Lobo, que se había pasado un buen rato quieto y en silencio, de pronto comenzó a aullar por lo bajo y con voz ronca. Las orejas se le movían nerviosamente y acabó dejándolas gachas a nivel horizontal con la cabeza.
—¿Qué…? —dijo Zek poniéndose tensa y mirando con aire asustado.
De pronto Jazz advirtió la calma que reinaba alrededor y vio que la niebla que bajaba de las montañas iba espesándose. Zek se abrazó a él y se quedó con los ojos muy abiertos.
—¿Qué ocurre? —dijo Jazz con voz ronca.
—¡Jazz! —dijo Zek en un murmullo—. ¡Oh, Jazz!
Entornó los ojos y se llevó su mano fina a la frente.
—Son pensamientos… —dijo.
—¿Pensamientos de quién?
Jazz sintió un estremecimiento en la espina dorsal y notó que se le ponía la carne de gallina.
—Pensamientos de ellos…
Hasta allí llegaban los ecos de unos gritos de pánico; de pronto, una explosión rasgó el silencio de la noche: era una de las granadas de Jazz, que se habían quedado junto a Lardis. Se escuchó un rugido misterioso, bestial, un sonido realmente primitivo.
—¿Qué diablos es eso?
Jazz levantó a Zek en brazos para bajarla del saliente de la roca donde estaba y le dio la espalda para iniciar el descenso.
—¡No, Jazz! —le gritó ella, cubriéndose inmediatamente la boca con una mano. Y añadió—: ¡Oh, no digas nada!
Se oyeron otras explosiones, unos gritos espantosos y a continuación voces que daban órdenes tajantes y perentorias. Después siguió un tumulto de sonidos: ruido de pelea y gemidos de desesperación.
—¡Estaban esperándonos! —dijo Zek en un hilo de voz—. Están Shaithis, sus lugartenientes, un guerrero, todos ocultos en lo más profundo de las rocas. ¡Y hay otros guerreros por aquí!
Algo de enormes proporciones comenzó a descender desde un lugar situado a mayor altura que aquel en que se encontraban. Se estremecía entre la niebla que ondeaba sobre las copas de los árboles y era una sombra oscura que bajaba del cielo a gran velocidad y que arrastraba tras de sí como unos apéndices que arrancaban las ramas más altas de los árboles situados casi exactamente sobre sus cabezas. Además, emitía una especie de rugido.
Jazz cogió la metralleta que llevaba colgada y la cargó.
—Tenemos que ayudar —dijo—. No, yo tengo que ayudar. Tú te quedas aquí.
—¿Es que no lo entiendes? —dijo ella agarrándose a Jazz y deteniéndolo antes de que se pusiera en marcha—. ¡Todo ha acabado! Tú no puedes ayudar. Era un guerrero, uno de tantos. Aunque dispusieras de un tanque y de los hombres necesarios para moverlo seguirías sin poder ayudar.
Mientras Zek hablaba se oyó una última y atronadora explosión y por un momento brilló un resplandor anaranjado a través de aquel biombo formado por los árboles y la niebla. Resonaron muchos gritos, unos gritos humanos que estremecían los nervios y que salían de multitud de gargantas aterradas. Después, dominando un fondo de gritos sofocados, de lamentos, se oyó la estentórea voz de Shaithis que se elevaba por encima del olor de la pólvora y de la niebla:
—¡Buscadlos! Buscad a Lardis y a los habitantes del infierno. En cuanto a los demás, aniquiladlos a todos. Pero no dejéis que los guerreros se den un banquete. Me han herido y ahora me tomo la venganza. Ahora me toca a mí herir y hacer daño. Buscad a la gente que necesito y traédmela.
—¿Qué pasa con las defensas de Lardis? —murmuró Jazz.
—Estaba emboscado —gimió Zek—. Su gente no tiene ninguna posibilidad. Ven, tenemos que huir de aquí.
Jazz, entre la espada y la pared, hizo rechinar los dientes y volvió la cabeza a uno y otro lado.
—¡Por favor, Jazz! —dijo Zek insistiéndole—. Nosotros tenemos que salvar nuestras vidas…, si podemos.
Como no podían bajar, comenzaron a subir, pero…
Pero antes de que pudieran dar dos pasos se oyó un ronco jadeo que subía desde abajo, unos sonidos ásperos que procedían de la maleza. Jazz y Zek, con el rostro lívido, retrocedieron para refugiarse en la sombra de la roca y se quedaron mirándose mutuamente. Entre los árboles apareció una figura tambaleante que se agarró al pie de la roca, avanzando a empellones de un tronco a otro. Jazz murmuró al oído de Zek:
—¿Un Viajero?
El rostro de Zek reflejaba la tensión provocada por la concentración. Aquel jadeo era ahora más audible y parecía presa del miedo, era casi un lamento. Jazz pensó que tenía que tratarse forzosamente de un Viajero. Dejó que la figura tambaleante se acercase un poco más y salió de su escondrijo y la agarró. Al mismo tiempo oyó que Zek le hacía una advertencia mediante un siseo.
—¡No, Jazz! Es…
Sí, era Karl Vyotsky, que parecía aprovechar la única oportunidad que le quedaba de escapar o simplemente de huir de aquel horror que estaba ocurriendo abajo.
Los dos hombres se reconocieron mutuamente al mismo tiempo y se miraron con los ojos abiertos de par en par. Vyotsky abrió la boca absolutamente atónito y, cogiendo el arma, aspiró una intensa bocanada de aire, como si se dispusiese a lanzar un potente grito que no llegó a proferir. Jazz le dio un culatazo en el cuello con la metralleta, intentó darle un puntapié pero le falló el gesto y le propinó un sonoro bofetón en plena cara. La cabeza de Vyotsky vaciló sobre los hombros y se venció hacia atrás, como si hubiera perdido el equilibrio, probablemente inconsciente, derribado entre las zarzas y la maleza veladas por la niebla. La neblina que se levantaba del suelo lo fue cubriendo lentamente hasta que desapareció de la vista.
Jazz y Zek escucharon conteniendo el aliento, incapaces de reprimir los potentes latidos de su corazón. Lo único que percibían eran unos gritos roncos e interminables que venían de abajo, un inmenso griterío, crujidos, lamentos inconexos. Y enseguida se pusieron nuevamente a trepar.
Forzaban sus músculos doloridos hasta el límite del esfuerzo y por fin llegaron al mismo nivel de la bóveda que coronaba la roca y se encaramaron en ella, echaron a correr con la niebla hasta la cintura y entre las zarzas punzantes donde el terreno se hacía algo más llano. Después volvieron a trepar, sin atreverse todavía a jadear demasiado, con el corazón y los pulmones al borde del agotamiento, mientras con las piernas entumecidas y los brazos exhaustos se abrían paso a través del follaje. Pero los ruidos que llegaban de abajo iban apagándose gradualmente, al tiempo que tanto los árboles como la niebla empezaban a aclararse.
—Una niebla provocada por los vampiros —dijo Zek jadeante—. Son ellos los que la causan, pero no me preguntes cómo. Si lo hubiera sabido, hubiera tratado de escucharlos con la mente. Pero ellos sabían de mi presencia y estaban protegiéndose. Lobo lo sabía, creo. Y ahora que lo pienso, ¿dónde está Lobo?
Pero Zek no tenía por qué preocuparse, porque el animal estaba pegado a sus talones igual que un perro fiel.
—Ahórrate las palabras —refunfuñó Jazz— y sigue trepando.
—Pero es que si los hubiera oído, podría haberte advertido. Si no hubiera estado tan cansada… Y si…
—Pero tus pensamientos estaban centrados en otras cosas. Eres humana, Zek, no te eches las culpas. En todo caso, si tienes que echar las culpas a alguien, échamelas a mí.
Jazz la arrastró hacia un reborde de pizarra que formaba parte de la superficie resbaladiza de una roca. Habían atravesado la barrera de árboles y se dirigían a los peñascos, al pie de las montañas. Como la niebla se había dispersado, ahora podían ver un resplandor anaranjado que iba desvaneciéndose por la parte sur. Era el sol y ya se había puesto. Después de la puesta de sol ya no había ningún lugar seguro. Por lo menos la luz diáfana de las estrellas iluminaba su camino y guiaba sus pasos.
El reborde era ancho, pero estaba un poco inclinado hacia afuera y se prolongaba en dirección hacia arriba, retorcido y abrupto. Desde muy abajo llegaban todavía los ecos del griterío y parecía que la niebla se hubiera quedado suspendida en las profundidades, pero ahora ya no eran propiamente gritos lo que se oía, sino sobre todo las llamadas de monstruos buscadores y las respuestas de sus seguidores. Después…
Zek tuvo un sobresalto y exhaló un profundo suspiro que era más bien un jadeo, fruto del terror.
—Es Vyotsky…, nos viene siguiendo —dijo Zek—. Y Shaithis no le anda muy lejos.
—¡No digas nada! —dijo Jazz agarrándola con fuerza—. ¡Ssss!
Se pusieron a escuchar, otearon a su alrededor. Abajo, en el mismo borde marcado por la línea de árboles, la niebla se dividía y en medio de ella apareció Vyotsky. Vieron que miraba a derecha e izquierda, pero no hacia arriba, y que se dirigía a la base de los acantilados. Quizá se figuraba que habían dado un rodeo, cosa que posiblemente habrían debido hacer. De todos modos, ahora nadie podría sorprenderlos en aquel reborde donde estaban.
Jazz apuntó con la metralleta, pero frunció el entrecejo y la bajó.
—No estoy seguro de poder darle —murmuró—. Estos artilugios son para la lucha en lugares cerrados o para la calle. Además, se oiría el disparo.
Nuevamente volvió a formarse un claro entre la niebla y apareció en él la figura de Shaithis cubierta con una capa. No miraba a derecha ni a izquierda, sino que tenía la cabeza erguida, inclinada un poco hacia atrás, para observar directamente a los fugitivos. Sus ojos resplandecían como pequeños focos bajo las estrellas.
—¡Ahí están! —gritó el vampiro señalándolos con el dedo—. Están en aquel saliente de la roca, debajo del acantilado. ¡A ellos, Karl! Y si quieres ser mi hombre, no me dejes atrás…
Mientras Shaithis se deslizaba hacia adelante, Vyotsky desapareció de la vista, metiéndose en las escarpaduras del acantilado. Jazz y Zek oyeron que alguien había resbalado sobre el suelo de pizarra y también pudieron escuchar el taco que había soltado Vyotsky. Ahora estaba en el reborde y acababa de descubrir lo resbaladizo que era.
—¡Muévete! —dijo Jazz—. ¡Rápido! ¡Sube! Y esperemos que este reborde lleve a alguna parte. ¡A cualquier parte! ¡Reza para que así sea, Zek!
Pero si Zek rezó, sus oraciones no fueron escuchadas. Allí donde el acantilado estaba cortado y giraba bruscamente sobre sí mismo, el reborde se estrechaba y quedaba reducido apenas a medio metro. En la zona donde estaba cortado, que tenía la forma de una «V», había quedado libre una grieta, que se inclinaba hacia afuera sobre vertiginosas profundidades. Detrás de dicha grieta se habían acumulado unos guijarros que formaban el suelo de una cueva. Las estrellas brillaban sobre el reborde, pero en lo hondo de la cueva había una negrura que parecía tinta.
Ahora Shaithis también estaba en aquel reborde y las órdenes que daba retumbaban con fuerza:
—Karl, los quiero vivos. A la mujer, por lo que pueda hacerme; al hombre, por lo que ya me ha hecho.
Recorriendo el margen del reborde en dirección a la grieta y a la caverna situada tras ella, Jazz preguntó a Zek:
—¿Por qué no ha solicitado Shaithis más ayuda?
—Probablemente porque está seguro de no necesitarla —refunfuñó.
Mientras hablaba, una esquirla de roca fue a parar debajo de los pies de Zek y la hizo resbalar. Las piernas y la parte inferior de su cuerpo se inclinaron hacia un lado, sobre el espacio abierto. Jazz soltó el arma, que quedó pendiente de la correa, y agarró a Zek por la mano que había quedado sin asidero. Al hacerlo, Jazz cayó de rodillas y, con la mano que le quedaba libre, arañó la roca buscando un sitio al que agarrarse. Por fortuna sus dedos asieron una poderosa raíz en el momento en que la muchacha se desplomaba sobre él con todo su peso.
Zek había quedado ahora colgando en el aire, sostenida únicamente por el codo que tenía afianzado en el borde del saliente. Todo el resto de su cuerpo se zarandeaba, agitando las piernas en el aire. La única estabilidad que tenía a su alcance era la que podía ofrecerle Jazz.
—¡Oh, Dios mío! —sollozó—. ¡Dios mío!
—¡Encarámate! —le gritó Jazz haciendo rechinar los dientes—. Procura no hacer demasiada fuerza sobre mí. Apóyate en los codos. Impúlsate hacia arriba, por el amor de Dios.
Zek hizo lo que Jazz le ordenaba y puso en juego todas sus fuerzas para encaramarse sobre el reborde y colocarse delante de Jazz. Éste la agarró por el cinturón y la izó rudamente sobre la roca.
—Ahora, a gatas —le dijo—, no te pongas de pie o de lo contrario volverás a caerte. Hemos de intentar meternos por esa grieta…
¿Y después qué? Pero se negaba a pensar en lo que podía suceder después.
Zek pudo trepar hasta la ladera cubierta de guijarros que estaba debajo del saliente y, una vez allí, se dejó caer boca abajo, con los brazos y piernas totalmente abiertos, al tiempo que hundía los dedos en los fragmentos de roca y se afianzaba en ellos. Jazz se agachó, rodeó su cuerpo con el brazo y la arrastró hacia él.
—Tenemos que meternos en algún sitio, de lo contrario… —murmuró Jazz.
¡Ching!, se oyó de pronto, de manera perfectamente clara, detrás de ellos.
Jazz se volvió y vio a Vyotsky, que asomaba por detrás de un ángulo de la roca. Sus labios crueles descubrieron sus dientes al apuntar con su metralleta a la pareja que andaba persiguiendo. Pero detrás de él se oyó la voz de Shaithis que le advertía:
—¡Vivos, Karl! ¿Me has oído?
La voz de Shaithis había sonado mucho más cerca y los ojos de Vyotsky todavía se habían abierto más a causa del miedo. Al volver la vista atrás, Jazz aprovechó la ocasión para dirigir su arma hacia Vyotsky y apretó el gatillo. ¡Al diablo el silencio!
Se oyó el castañeteo del arma y toda una retahíla de balas salieron zumbando para estrellarse en la roca igual que abejas metálicas, proyectando esquirlas a la cara de Vyotsky. Éste, instintivamente, devolvió el tiro y una bala certera arrancó el arma de las manos de Jazz y la envió en rápida rotación al fondo del abismo. Al serle arrancada violentamente la correa del hombro, sólo la grieta en la roca donde se sujetaba le impidió ir detrás del arma.
Zek se agarró con fuerza a Jazz y se quedaron los dos abrazados.
Pero entonces de la sombra salió una voz helada que dijo:
—Acercaos.
Debajo del reborde de la roca, en el interior de la cueva, había una figura alta, delgada, envuelta en una capa. Era un hombre y llevaba el rostro cubierto con una impasible máscara dorada a la que la luz de las estrellas arrancaba destellos. Jazz pensó que aquel personaje parecía el Fantasma de la Ópera.
—¿Quién…? —dijo con voz entrecortada.
—¡Rápido! —dijo el recién llegado—, si queréis conservar la vida.
—¡No os mováis! —gritó Vyotsky, pero Jazz y Zek ya estaban obedeciendo al desconocido.
Al entrar en la cueva para ir a su encuentro, éste les salió al paso para recibirlos. Vyotsky lo vio y, a causa de la capa que llevaba, el ruso al primer momento se figuró que era uno de los lugartenientes de Shaithis.
El desconocido tendió una mano urgente a la pareja y se abrió la capa como para protegerlos con ella, al tiempo que los atraía hacia sí.
Hasta aquí Vyotsky lo vio todo, pero al momento siguiente… el enorme ruso parpadeó y con la mano que tenía libre se restregó furiosamente los ojos. Habían desaparecido, ¡habían desaparecido los tres! No había visto que se metieran en la cueva.
Súbitamente una manaza enorme cayó sobre el hombro de Vyotsky y éste sintió que se le helaba la sangre en las venas. La voz estentórea de Shaithis silbó en su oído:
—¿Dónde están? ¿Es que tu arma los ha pulverizado? Espero por tu bien que no sea así.
Vyotsky no miró para atrás y continuó con la vista fija en el reborde vacío, que contemplaba con la boca abierta.
—¿Y bien? —prosiguió Shaithis, hundiendo los dedos en el hombro de Vyotsky.
—Yo no les he disparado, ¡no! —dijo el ruso tragando saliva y negando con rápidos movimientos de cabeza—. Había alguien más: un hombre con una capa y una máscara. Ha aparecido… y se los ha llevado.
—¿Qué se los ha llevado? ¿Un hombre con una capa y…?
Vyotsky notaba en el cuello el aliento ardiente de Shaithis.
—¿Era de oro la máscara? —preguntó.
Ahora Vyotsky lo miró y retrocedió aterrado, como apartándose del horror que le inspiraba aquel rostro.
—¿Cómo… cómo? ¡Sí! Ha aparecido y… ha desaparecido. Y ellos han desaparecido con él.
—¡¡Ahhhhu! —exclamó Shaithis con voz horrible—. ¡Es el Habitante!
Sus dedos, igual que abrazaderas de acero, machacaron el hombro de Vyotsky. El ruso llegó a pensar por un momento que iba a precipitarlo desde lo alto del reborde.
—No…, no ha sido culpa mía —farfulló—. Yo los había encontrado, los había seguido. A lo mejor se han metido en la cueva. ¡A lo mejor están en ella los tres!
Shaithis olisqueó el aire al tiempo que le temblaban los labios.
—Nada. ¡Aquí no hay nadie! Me has fallado.
—Pero…
Shaithis lo soltó.
—No voy a matarte, Karl. Tu espíritu es débil, pero tu carne es fuerte. Y en el nido de águilas de Shaithis, el wamphyri; siempre puede sacarse provecho de una carne fuerte.
Después se dio la vuelta y prosiguió:
—Y ahora sígueme abajo. Y te lo advierto: no trates de escapar. Porque, como vuelvas a intentarlo una segunda vez, voy a ponerme muy, pero que muy enfadado y a entregarte a mi guerrero favorito. Le haré este regalo y sólo me reservaré el corazón para mí, para darme el banquetazo.
Vyotsky vio que comenzaba a bajar, hizo rechinar los dientes y lentamente levantó el cañón del arma.
Sin volverse a mirar atrás, Shaithis dijo:
—Sí, hazlo, Karl, y así comprobarás cuál de los dos tiene mayor disgusto.
La expresión tensa del ruso fue suavizándose lentamente. ¿Cómo se podía luchar con gente como aquélla? ¿Qué esperanza podía tener un hombre de derrotar, de hacer siquiera algún daño a alguien como lord Shaithis? Dejó escapar un suspiro que tenía refrenado, tragó saliva, puso el seguro del arma y le siguió tímidamente mientras iba bajando aquel saliente de roca.
Más abajo, en los bosques, un gran lobo aullaba lastimeramente: era Lobo, el animal que pertenecía a Zek, y aullaba porque sabía que lo habían separado de su dueña y que ésta había huido muy lejos. Con la cabeza levantada aulló de nuevo y el lamento salió temblando de su tensa garganta. De pronto husmeó el aire y dirigió la mirada hacia el norte, un poco hacia el oeste, al otro lado de las montañas. Sí, su dueña estaba allí. Aquél era el camino que debía tomar.
Gris como la noche, Lobo se puso a trepar entre los árboles mientras por su lado pasaban dos figuras en dirección opuesta. Lobo encogió el labio superior y lo retorció dejando al descubierto sus dientes afilados… pero no profirió sonido alguno. Las dos figuras se perdieron de vista y se adentraron en los bosques envueltos en niebla. Lobo dejó que siguieran su camino mientras él continuaba el suyo.
La llamada de sirena de su dueña resonaba con fuerza en su cabeza…
Era mediodía en Perchorsk, pero en las entrañas de metal y plástico de aquel lugar igualmente habría podido ser medianoche y nada habría cambiado. Sin embargo, se estaba produciendo un cambio y era que el director Luchov y Chingiz Khuv estaban observando cómo un equipo de operarios instalaba unos tubos en la parte alta de la pared que bordeaba el corredor que formaba el perímetro. Aquellos tubos podían tener unos setenta milímetros de diámetro y eran de plástico negro; en otras circunstancias habrían podido ser conductos de cables eléctricos. Sin embargo, su finalidad no era ésa.
—¿Un protector de fallos? —preguntó Khuv con aire confuso—. No sé nada de todo esto. Quizá podrás darme una explicación.
Luchov lo miró e inclinó ligeramente la cabeza.
—Tú trabajas aquí —dijo encogiéndose de hombros— y no hay razón para que te oculte nada. Ya hace tiempo que propuse la instalación de este mecanismo. Es de una sencillez extraordinaria y totalmente a prueba de impericia. Y lo que es más: es barato, muy rápido y fácil de instalar, como puedes ver tú mismo. Si sigues estos hilos, verás que van directamente a los compartimentos de carga que se encuentran dentro de las puertas principales. Allí podrás encontrar un contenedor de quince mil litros en la trasera de un camión. El camión está allí cerrado y con los frenos puestos, con el brazo del rotor eliminado. También es un protector de fallos. Los tubos se conectan directamente con el camión y están tendidos a través del Projekt.
Khuv pareció fruncir todavía más el entrecejo.
—Ya he visto el camión —dijo—. Es un vehículo de suministros militares que transporta combustibles químicos para los lanzallamas. ¿Quieres decir que esos tubos conducen ese material? ¡Pero si es terriblemente corrosivo! ¡Se comería el plástico en cosa de minutos!
Luchov se encogió de hombros.
—En cuyo caso ya no importaría —dijo—, porque los protectores de fallos no tienen que actuar más que una sola vez, comandante, y en esto radica la conveniencia de éste. Alimentados por la gravedad, a través de estos tubos bajarán quince mil litros de combustible extremadamente potente y circularán por el Projekt en menos de tres minutos. A lo largo de su curso hay rociadores, que diseminarán el combustible a presión por todos los rincones. Sus vapores son densos, pero se difunden con gran rapidez. El Projekt tiene laboratorios, salas de calderas, estufas eléctricas, talleres, mil tipos diferentes de puntos de incandescencia de una u otra clase.
Volvió a encogerse de hombros.
—Estoy seguro de que te das cuenta de adonde quiero ir a parar. Si pudiéramos resumirlo todo, nos serviríamos de una única palabra: infierno.
A una cierta distancia, Vasily Agursky se había parado a escuchar. Khuv se dio cuenta de su presencia y ahora lo estaba observando con fijeza. Sin apartar la vista de Agursky, Khuv dijo:
—Supongo que esta información no es confidencial. En caso de que lo fuera, quiero llamarte la atención de que nos están escuchando.
—¿Confidencial?
Luchov echó un vistazo al pasillo y descubrió a Agursky.
—No, yo diría que más bien se trata de una cuestión de importancia primordial. Todos cuantos trabajan aquí en el Projekt no tardarán en darse cuenta de la extraordinaria importancia que tiene este mecanismo. Habría que considerar criminalmente irresponsable a la persona que tratara de mantener esta noticia en secreto. Pondremos avisos en todas partes explicando con todo detalle cómo funciona el sistema. No se trata de un asunto reservado únicamente a la KGB, comandante, sino que incumbe a la humanidad. No se trata de la seguridad personal tuya sino también de la mía… y de la de mis superiores. ¡Y de la de los tuyos!
Agursky se acercó un poco más y se reunió con Khuv y con Luchov.
—En caso de que se utilice este sistema alguna vez —dijo con una voz extraña y exenta de toda emoción—, todo el Projekt quedaría destruido, ¿verdad?
—Exactamente, Vasily —dijo Luchov dirigiéndose a él—. Su finalidad es ésa, pero sólo se recurrirá a ella en caso de que vuelva a escapar de la puerta un horror semejante al del Encuentro Uno.
Agursky asintió con un gesto.
—Por supuesto, ya que el fuego lo destruiría. Es la única manera de asegurarnos de que no volverá a entrar nunca más en el mundo otro ser parecido a aquél.
—Y más aún —dijo Luchov—. Ésta es la única manera de estar seguros de que este lugar no se convertirá nunca en el foco de la Tercera Guerra Mundial.
—¿Cómo? —saltó Khuv.
Luchov se dirigió a él y dio una vuelta a su alrededor.
—¿Y tú te figuras que los norteamericanos estarán tranquilamente sentados ante las monstruosidades que salen de aquí, esperando que sean lanzadas al espacio aéreo? Tú sabes tan bien como yo que ellos se figuran que las fabricamos nosotros.
Khuv aspiró una bocanada de aire y al momento adoptó una actitud suspicaz.
—¿Con quién has estado hablando, Viktor? Esto se parece extraordinariamente a algo que el espía británico Michael Simmons me dijo una vez. Espero que no te habrá dado por meterte en cosas que no te conciernen. Admito que este protector de fallos que has inventado puede ser necesario, pero no pienso tolerar que nadie se entrometa en mis asuntos.
—¿Me estás acusando de alguna cosa concreta? —dijo Luchov, que trataba de refrenar la indignación que sentía.
—Es posible —dijo Khuv con tono helado—. Todavía no sabemos dónde estuviste metido durante tres horas cuando apareció aquí aquel maldito «esper» con intenciones homicidas. ¿Qué me dices de eso? ¿Hablaste con Alec Kyle?
Luchov frunció el entrecejo y las venas de su cráneo cubierto de cicatrices latieron con fuerza.
—Ya te he dicho que no sé qué me pasó aquella noche. Supongo que estaba inconsciente. Quizá fue un intento de rapto… fallido, como se comprobó después. En lo que se refiere a ese… Alec Kyle, no sólo no lo he visto en mi vida, sino que ni siquiera he oído hablar nunca de él.
Lo cual era verdad, el hombre con el cual había hablado utilizaba el nombre de Harry Keogh.
Agursky dio media vuelta y los dejó enzarzados en sus discusiones. Khuv lo observó mientras se marchaba, fijándose de pronto en su figura vestida con bata blanca. ¿Le pasaba algo a aquel científico tan peculiar? O en cualquier caso, ¿se apreciaba en él alguna diferencia?
—¿No estás interesado en saber cómo se ha desencadenado todo? —preguntó Luchov, todavía con mirada iracunda.
—¿Cómo? ¡Ah, sí! Estoy muy interesado. Y lo que también me gustaría saber es si hay un protector de fallos para tu protector de fallos.
La atención de Khuv volvió a centrarse en el director del Projekt.
—En este lugar hay unos ciento ochenta hombres entre científicos, técnicos y soldados en todos los momentos del día y de la noche y hay invertidos muchos millones de rublos en equipo. Si se produjera un accidente…
—¡Oh, aquí no habrá ningún accidente! —dijo Luchov moviendo la cabeza—. En todo caso, se trataría de un acto deliberado, te lo aseguro. Permíteme que te explique cómo funciona.
»Hay un sector vacío junto al sector en el que yo trabajo. Es el Centro de Control del Protector de Fallos, al que tiene acceso únicamente el oficial de servicio en el período que le corresponde y yo durante las veinticuatro horas del día. ¡Ah, y también tú!… supongo, ya que insistes. De todos modos, espero que hagas constar tu nombre en la lista oficial, al igual que figura el mío.
—¿Un centro de control? —dijo Khuv—. ¿Y qué hay en ese centro de control?
—Un panel con un monitor de TV de circuito cerrado provisto de tres pantallas. Una vigilará la Puerta y las otras la caja de la escalera a través del hueco y la salida en dirección al Projekt propiamente dicho. También habrá sirenas de alarma para la evacuación, si bien admito que un hombre tendría que ser sumamente avispado para salir cuando se pusieran a sonar. En cuanto al mecanismo del protector de fallos, hay dos pulsadores y un conmutador eléctrico. El primer pulsador hará sonar la alarma de evacuación en los niveles superiores en el momento mismo en que el oficial de servicio vea algo que sale de la Puerta. El segundo pulsador sólo se utilizará en el caso de que la criatura que aparezca sea del tipo que sabemos y si la valla eléctrica, los lanzallamas y los Katushevs no consiguen impedir que salga. Este pulsador mantendrá el control de la maquinaria secundaria, lo que hará que las alarmas suenen con mayor insistencia y que las puertas de acero se cierren en los pozos de ventilación. Si la criatura en cuestión pasa de la parte central, así que pase de los niveles de magma al complejo propiamente dicho… se accionará el conmutador. Esto es algo que no puede ocurrir accidentalmente ni antes de que los dos botones hayan sido presionados. El conmutador, naturalmente, abre los grifos de acceso al tanque.
—¡Uf! —refunfuñó Khuv—. Observo que tu sector… y el Centro de Control… no están muy lejos del compartimento de carga y de la entrada principal.
—Tu sector tiene una situación similar, aunque la orientación sea diferente —señaló Luchov—. Tendríamos las mismas probabilidades. Como las tendrían igualmente todos cuantos estuvieran en esta zona, incluyendo a tus hombres de la KGB y a los parapsicólogos.
Khuv tuvo que admitirlo, aunque a regañadientes.
—¿Y consideras prudente informar a todo el mundo de cómo funciona exactamente este protector de fallos? ¿No crees que esto va a provocar una alarma terrible?
—Pienso que, en efecto, eso es lo que puede ocurrir —respondió Luchov—, pero no veo otra alternativa. En caso de… un desastre, por lo menos sobrevivirían el mayor número de personas posible. Y en lo que a los militares se refiere…, bueno, ya se sabe que son los últimos en echar a correr cuando empiezan a sonar las alarmas. Me refiero a los encargados de los Katushevs y a los escuadrones de los lanzallamas. Y aquí me temo que empiezo a parecerme demasiado a ti para mi gusto. De todos modos, ahora, por lo menos, tienen un último incentivo para frenar cualquier cosa que pueda aparecer a través de la esfera.
Khuv frunció los labios y no respondió nada.
—Y ahora que he satisfecho tu curiosidad —continuó Luchov—, quizá tendrás la amabilidad de decirme cómo van tus experimentos. ¿Has tenido alguna noticia de los desgraciados que empujaste a través de la Puerta? ¿O te has limitado a suprimirlos de la lista? ¿Y qué me dices de tus investigaciones sobre el asunto del intruso? ¿Sabes cómo se metió ahí dentro? ¿Qué has descubierto?
Khuv frunció el entrecejo, se dio media vuelta y echó a andar. Hablando por encima del hombro, dijo:
—En este momento no dispongo de ninguna información para ti, director. Pero tan pronto como tenga todas las respuestas y en el supuesto de que tengan pies y cabeza, puedes tener la seguridad de que serás el primero en conocerlas.
De pronto se paró y volvió la vista atrás.
—Pero tú no eres el único que está ocupado, camarada, y yo he hecho algunas recomendaciones por mi cuenta. Tú sólo piensas en invasiones procedentes del otro lado, pero mi imaginación tiene más altos vuelos. Dentro de muy pocos días estarás en condiciones de comprender más plenamente lo que quiero decir, cuando se produzca la llegada de un pelotón de tropas de asalto de primer orden… a mis órdenes.
Antes de que Luchov pudiera hacer más averiguaciones, Khuv pasó a través de una mampara y desapareció…
Vasily Agursky, que se encontraba en sus aposentos privados, estaba observándose en un espejo del cuarto de baño. Tenía la vista clavada en su rostro y le costaba creer lo que estaba viendo. Hasta ahora nadie más parecía haberse dado cuenta, pero en realidad no había nadie que estuviera demasiado interesado en él. Agursky, sin embargo, se conocía muy bien y sabía igualmente que lo que veía en el espejo era algo más que la suma total de las partes que lo componían, es decir, las partes que componían su persona.
Su primera reacción, al observar los cambios producidos al principio, fue desconfiar de lo que veía en el espejo, desconfianza que se transformó muy pronto en un profundo disgusto. Era ridículo que a un hombre le disgustase un espejo, pero así era. Ahora le disgustaban todos los espejos, probablemente porque le recordaban ciertas alteraciones innegables que necesitaba olvidar.
Los cambios eran… fantásticos. Jamás lo habría creído posible.
Él mismo había colgado el espejo en la pared al objeto de que su cara se encontrase exactamente en el centro del mismo. Sin embargo, ahora tenía que doblar un poco las rodillas para conseguir el mismo efecto. Había crecido cinco centímetros o más. El hecho habría tenido que halagarlo, puesto que siempre se había considerado poco más que un enano, pero en lugar de eso le aterraba, pues ahora sentía dentro la capacidad que tenía su cuerpo de crecer. Si aquel crecimiento vampírico continuaba, alguien tendría forzosamente que notarlo.
Su cabello también estaba experimentando una metamorfosis. Su color gris sucio derivaba hacia un tono oscuro, evidenciando señales de una virilidad largo tiempo postergada, mientras la coronilla iba concentrándose hacia el centro del cráneo e iba poblándose por momentos. No había nadie que lo hubiese notado todavía, pero él suponía que se darían cuenta cuando el crecimiento fuese completo. De hecho, ya se veía y se sentía bastantes años más joven. Se sentía preparado para cualquier cosa. Sin embargo, todavía tenía que permanecer cierto tiempo haciendo el papel del viejo Vasily, aquel Vasily despreciado, olvidado, tratado con desdén…
Mientras seguía contemplándose, Agursky quedó sorprendido al notar que de su garganta surgía de manera espontánea un gruñido que iba aumentando de forma progresiva. Primero fue como un ronroneo suave que fue subiéndole del pecho y que acabó en un gruñido tan fuerte que casi parecía un rugido. Sus labios, al mismo tiempo, se curvaron y dejaron los dientes al descubierto, unos dientes fuertes, blancos como los de un animal, cuyos caninos habían crecido tanto que se entrecruzaban como nunca le había ocurrido. ¡Rugía igual que una bestia! Sin embargo, frenó aquella manifestación. En un momento vio que había en él un poder totalmente desconocido y, sabiendo de dónde venía, comprendió que debía controlarlo… mientras pudiese.
Sabía que en el Perchorsk Projekt tenían la costumbre de quemar cosas parecidas a Vasily Agursky.
Por fin se quitó los lentes de gruesos cristales. Ahora ya no llevaba en las gafas las viejas lentes de vidrios curvados, que había retirado de la montura. Las había sustituido por discos planos de vidrios no graduados que él mismo se talló en el taller y que, según explicó, eran lentes para sus instrumentos ópticos. Actualmente ya no tenía necesidad de ayuda para ver mejor, puesto que su visión había mejorado considerablemente y alcanzaba una increíble agudeza. ¡Si incluso podía ver en la oscuridad!
Sin embargo, en relación con sus ojos había algo más que muy pronto comenzaría a manifestarse, aunque de momento todavía no podía imaginar qué podía hacer para ocultarlo. ¿Lentes de contacto? Era muy posible que, cuando pudiera pedirlas y recibirlas, ya fuese demasiado tarde. En cierto aspecto esto le asustaba, pero le resultaba fascinante.
Lentamente levantó una mano en dirección a la cuerda que sostenía el interruptor y dio un simple tirón: ¡clic! La luz se apagó.
Sin embargo, en el espejo acababan de aparecer dos luces más pequeñas. Agursky se sintió incapaz de refrenar la extraña sonrisa, la mueca que apareció en el espejo, donde se reflejaban oscuramente los rasgos de un lobo, que eran su rostro. Era una sonrisa entre las pupilas de sus ojos igual que minúsculos incensarios de azufre del infierno…