El intruso
Khuv, Agursky y los otros entraron en la habitación con paso vacilante. En medio de la confusión y del aire fétido que emanaba de aquella criatura muerta, y carbonizada, los recién llegados no advirtieron el espacio en forma de hombre hacia el que se precipitó el humo para llenar el vacío repentino que se había producido. Harry había salido en aquel preciso instante.
Agursky fue el primero en reaccionar y de un salto se plantó al otro lado de la habitación con intención de desconectar la electricidad.
—¿Quién ha sido? —preguntó, aunque sin dirigirse a nadie en particular—. ¿Quién es el responsable?
Se golpeó la frente con la mano y avanzó tambaleándose hacia el recipiente todavía chisporroteando y echando humo, donde ahora incluso las esquirlas de vidrio estaban comenzando a fundirse, dado el intenso calor. Después, a medida que iba disipándose el humo, vio los restos ennegrecidos de la criatura que colgaban por encima de la astillada pared de vidrio… y también vio otra cosa, algo que tenía interés en que no viera nadie. Se sacó, pues, precipitadamente la bata y la arrojó encima de aquellos restos monstruosos.
Khuv, entretanto, se volvió hacia Leo Grenzel, el especialista en localizaciones.
—Has dicho que estaba aquí, que aquí se había introducido un intruso. Es evidente que alguien se ha metido aquí dentro… pero que me maten si sé cómo ha sido. La puerta estaba cerrada con llave y había un guardián. Es un guardián que está siempre medio dormido, que es medio imbécil, debo admitirlo, pero tampoco puede decirse que sea un idiota total. En consecuencia, si meterse aquí dentro sería dificilísimo por no decir imposible, en cuanto a salir…
Y al decir esto Khuv agarró a Grenzel por los hombros y lo miró fijamente.
—¿Leo? ¿Hay algo más?
El rostro de Grenzel se volvió a poner pálido y la mirada de sus ojos grises se perdía en el ambiente. Aunque Khuv lo sujetaba con fuerza, su cuerpo se tambaleaba.
—¡Todavía está aquí! —dijo finalmente—. ¡Sigue aquí!
Khuv recorrió la habitación con la mirada, al igual que hicieron los otros.
De debajo de la bata de Agursky salía un humo negro y se oía el chisporroteo propio de la carne cocida, carne extraña que ya comenzaba a enfriarse. Sin embargo, no se detectaba en ninguna parte ni rastro de ningún intruso.
—¿Aquí? ¿En qué sitio?
—La chica… —dijo Grenzel tambaleándose—. La prisionera…
—¿Taschenka Kirescu?
—Sí —dijo Grenzel asintiendo con un movimiento de cabeza.
Khuv se volvió rápidamente hacia Savinkov y Slepak.
—¿Cómo puede ser eso? —preguntó.
Pero su cabeza ya se había puesto a trabajar y revisaba mentalmente informes que había leído. Era algo que se remontaba a mucho tiempo atrás, pero ¿no se decía que los británicos disponían de un hombre capaz de hacer cosas como éstas? Al parecer, Harry Keogh había sido un hombre de este tipo… y también Alec Kyle. Keogh había muerto… pero después de la confusión del château Bronnitsy no se encontró nunca el cuerpo de Kyle.
—¿Cómo puede ser esto? —dijo Savinkov repitiendo las palabras de su jefe en la KGB—. ¡Es imposible!
Era terminante, pero…
—¡No, no lo es! —dijo Grenzel contradiciéndolo con su voz lejana—. ¡No lo es!
—¡Rápido! —bramó Khuv con voz áspera—. ¡Las celdas! Quiero saber qué pasa en las celdas.
Salieron corriendo de la habitación dejando en ella a Grenzel, que seguía balanceando el cuerpo de un lado a otro, con su rostro laxo e inexpresivo, pero con los ojos fijos en algo que no podía dejar de mirar. Agursky, entretanto, envolviendo con la bata a la criatura muerta junto a su parásito también muerto, no podía evitar que le temblaran las manos, tanta era la avidez que sentía de llevarse los dos a sus aposentos privados, a fin de evitar la amenaza de una inspección por parte de los demás. Puesto que ahora sabía qué era lo que controlaba aquel ser sin nombre y tenía deseos de examinarlo a sus anchas y más minuciosamente.
En efecto, para Vasily Agursky no había nada tan importante en este mundo como examinar el parásito de la cosa… cuyo huevo ya había sido depositado y estaba madurando dentro de su propio cuerpo.
La pesadilla mantenía despierta a Tassi. Oyó la llave girar en la cerradura de la celda y vio entrar a Khuv y, con él, su mirada oscura y malévola. Era una de esas pesadillas que se tienen cuando uno está despierto. De todos modos, le era imposible dormir, pues no lo hacía desde el momento espantoso en que Khuv la hizo entrar en aquella habitación y le mostró la cosa. No podía dormir, porque seguía viendo el rostro de su padre sonriéndole en la oscuridad y lo veía a través de los párpados aunque cerrara los ojos: el rostro de su padre en el cuerpo de una bestia.
Permanecía en la celda con la luz encendida, muy abrigada dentro del catre pero, pese a ello, sin dejar de temblar un momento, despojada de toda energía, esperando que llegara Khuv. Sabía que ya había pasado el tiempo establecido y que no tardarían en ir a buscarla. Ésta, por lo menos, había sido la amenaza, y el comandante Chingiz Khuv no amenazaba en vano. Si hubiera podido decirle algo… pero ella, ésta era la verdad, no sabía nada. Lo único que sabía era que se sentía la chica más desgraciada del mundo.
Cuando Harry salió del continuo de Möbius, Tassi acababa de volverse de lado y de apartar el rostro de la zona a través de la cual acababa de entrar en el universo. Una rápida ojeada a la habitación convenció a Harry de que estaban solos. Dio un paso hasta la cama metálica en la que estaba acostada Tassi, le acarició la cara con la mano, le pasó un dedo por los labios y, en ruso, le dijo:
—¡Ssss! ¡Mucho cuidado! No grites ni hagas ninguna estupidez. Voy a sacarte de aquí.
Siguió con la mano en la cara de la chica, pero dejó que volviera la cabeza para verlo. Y, sin separar la mano de su rostro, la ayudó a sentarse.
—¿Estás bien? —le preguntó después.
Tassi asintió, pero todos sus miembros temblaban. Tenía los ojos desencajados, asomando por encima de la nariz y de los dedos de Harry. Éste retiró lentamente la mano y la instó a que se pusiera de pie. La chica miró a la puerta, después a Harry, y dijo:
—¿Quién? ¿Cómo? Yo no…
—No te preocupes —le dijo Harry, llevándose un dedo a los labios.
—Pero ¿cómo has entrado? Yo no he oído entrar a nadie. ¿Estaba dormida quizá?
E inmediatamente se llevó la mano a la boca.
—¿Es que te envía el comandante? Pero si ya se lo he dicho: yo no sé nada. ¡Te lo pido por favor: no me hagas daño!
—Nadie te hará ningún daño, Tassi —le dijo Harry.
Pero acto seguido cometió una terrible equivocación.
—Me envía tu padre —le dijo.
Al ver la expresión de la chica, habría preferido poder tragarse aquellas palabras.
Tassi movió la cabeza de un lado a otro y se apartó de él. Sus ojos estaban llorosos.
—Mi padre ha muerto —dijo llorando—. ¡Ha muerto! Es imposible que te envíe él.
Y después, en tono acusador, añadió:
—¿Qué me vas a hacer?
—Ya te lo he dicho —respondió Harry, con una cierta desesperación en el tono de voz—. Voy a sacarte de este sitio. ¿No oyes las alarmas?
Tassi escuchó y le pareció que oía sirenas que parecían salir de lo más profundo del corazón de aquel lugar.
—Pues bien —prosiguió Harry—, estas alarmas están sonando por mí. Andan buscándome y no tardarán en venir aquí para ver si me encuentran. Así es que lo único que te pido es que confíes en mí.
Lo que decía era imposible. O se trataba de alguna treta de Khuv o aquel hombre estaba loco. Tassi estaba completamente segura de que nadie podía salir de aquel lugar. Sin embargo, ¿cómo había podido entrar?
—¿Tienes llaves? —le preguntó Tassi.
Harry se dio cuenta de que la chica estaba impresionada.
—¿Llaves? —dijo con una mueca, aunque con los labios tensos—. No, lo que tengo es una puerta. ¡Muchísimas puertas!
Era seguro que aquel hombre estaba loco. Pese a todo, era diferente de todos los hombres que había visto allí, totalmente diferente.
—No te entiendo —dijo Tassi, volviendo a retroceder.
Sus piernas tropezaron con el borde de la cama y volvió a caer sentada en ella.
Oyó ruido de pasos que se acercaban corriendo y vio que la mueca que dibujaba el rostro de Harry se esfumaba.
—¡Ya vienen! —dijo—. ¡Levántate!
La repentina autoridad que descubrió en su voz hizo que Tassi se levantara al momento.
Se oían voces fuera de la celda, ruido de llaves. Y también la voz de Khuv, que ordenaba con voz ronca:
—¡Abrid la puerta! ¡Abrid la puerta!
Harry agarró a Tassi por la cintura y le dijo:
—Rodéame el cuello con los brazos. ¡Rápido! ¡No podemos perder tiempo discutiendo!
Tassi le obedeció. No tenía ninguna razón para confiar en él, pero tampoco ninguna para desconfiar.
—Cierra los ojos —dijo él— y manténlos cerrados.
Agarrándola con fuerza por la cintura, dijo estas últimas palabras al tiempo que la chica sentía que sus pies abandonaban el suelo.
Tassi oyó el ruido de la puerta de la celda al abrirse y después… ya no hubo más que silencio. ¡Un silencio absoluto!
—¿Qué…?
Tassi iba a hacer una pregunta que no pudo terminar, asustada por el sonido de su propia voz. La sorpresa hizo que abriera los ojos un momento, pero sólo un momento, porque volvió a cerrarlos inmediatamente y a apretar los párpados con todas su fuerzas.
—¡Ya está! —dijo Harry, ayudándola a posar los pies sobre terreno sólido—. Ya puedes abrir los ojos.
Así lo hizo Tassi… primero dejando una sola rendija entre los párpados, después un poco más ancha y finalmente los ojos totalmente abiertos… y se dejó caer sobre el cuerpo de Harry. Hizo girar los ojos para mirar a su alrededor y comenzó a deslizar su cuerpo por encima del cuerpo de Harry.
Éste la cogió, la levantó y la depositó sobre el escritorio del oficial de servicio. Este, que se encontraba detrás del periódico abierto, acababa de advertir que tenía visitantes, pero en ese mismísimo momento asomaron por debajo del periódico que estaba leyendo el brazo y la mano de la chica y se hizo atrás y se levantó lanzando un grito extemporáneo.
—¡Uh!
—¡No te asustes! —le dijo Harry, que ya empezaba a estar acostumbrado a tener que excusarse—. Sólo soy yo y la amiga de un amigo.
—¡Jesús, Jesús! ¡Santo Dios! —dijo el oficial de servicio agarrándose al borde del escritorio para no caerse.
Entre todas las personas posibles, había tenido que ser Darcy Clarke. Harry le saludó con un movimiento de la cabeza y comenzó a dar un enérgico masaje a las manos agarrotadas de la muchacha…
Era la una y cuarto de la madrugada cuando Harry llegó al cuartel general de la Rama-E y casi una hora más tarde cuando salió. Durante este lapso de tiempo transmitió algunas informaciones, expuso a Clarke todas las cosas que había averiguado y, a su vez, recibió tambien alguna información. Las instrucciones que le dio en relación con Tassi Kirescu fueron las siguientes: la Rama-E debía ofrecerle refugio, confortarla de la mejor manera posible, brindarle asilo político permanente. También había que proporcionarle un intérprete ruso y los interrogatorios que se le hicieran debían realizarse con gran cautela y sensibilidad, especialmente en todo lo relativo al Perchorsk Projekt. De momento había que mantener en secreto su presencia en aquel lugar, es decir, nadie debía saber que se encontraba en Occidente y, cuando fuera puesta en libertad, debía hacerse dándole una nueva identidad. Y finalmente, la Rama-E debía servirse de todos los medios paranormales que tuviera a su alcance para descubrir el paradero de la madre de la chica en la URSS. Harry había hecho una promesa a Kazimir Kirescu y pensaba mantenerla.
La información que Darcy Clarke tenía para Harry era la siguiente:
—Se trata de Zek Föener —dijo al necroscopio.
—¿De Zek? ¿Qué le pasa?
Hacía ocho años que Harry no había visto a Zek. Por aquel entonces practicaba la telepatía en el château Bronnitsy, el equivalente soviético del cuartel general de la Rama-E, cosa que la había convertido en enemiga suya, por muy a contrapelo que fuera. Harry habría podido eliminarla si no hubiera descubierto en ella un profundo sentimiento de decencia, un deseo de liberarse de sus jefes de la KGB. Todo lo que quería era volver a Grecia. Harry sospechaba que acabaría consiguiendo su propósito, si bien le advirtió que no se volviera a levantar contra él.
—Es posible que forme parte de la trama —le dijo Clarke.
—¿Qué quieres decir? ¿Parte de Perchorsk?
¿Habría sido Zek la que había advertido su presencia en aquel lugar? Lo habría detectado inmediatamente, así que él se materializó. Por supuesto que contaba también el desinterés que sentía Khuv por los «espers», y el hecho es que éstos podían haberlo detectado con la misma facilidad. De momento Harry prefería inclinarse por esto último. Esto es lo que esperaba, por lo menos.
—Sí, parte de Perchorsk, un diente de la rueda que lo mueve. Desde el asunto Bodescu no la perdemos de vista. Estaba cumpliendo una condena en un campamento de trabajos forzados, no especialmente duro, pero tampoco demasiado blando. Después la enviaron a Perchorsk. Esto sucedió hace unos cuantos meses, pero nosotros acabamos de enterarnos. Lo único que sabemos es que vuelve a trabajar para la Rama-E soviética. Y para la KGB…
El rostro de Harry se ensombreció.
—¡Otra vez! —dijo—. Eso que se lo advertí… Bien, como tenga que volver a mezclarla con ellos…
Pero dejó la amenaza en suspenso…
Clarke lo observó con fijeza.
—Pero ¿no crees que todo esto es más serio de lo que parece, Harry? En el asunto Bodescu, Zek Föener estaba trabajando con Iván Gerenko…
—Había estado trabajando con él —lo interrumpió Harry, como queriendo corregirlo—, pero lo dejó. Por lo menos, esto es lo que creo.
—Pero tú sabes a qué me refiero —insistió Clarke—. Gerenko había concebido una idea descabellada para la utilización de vampiros. Ésta es la razón de que él y Theo Dolgikh…, y Zek…, volvieran al paso de montaña al este de los Cárpatos. Querían ver si, después de tantos siglos, todavía quedaba algo de las criaturas enterradas de Faethor Ferenczy. Zek es una entendida en vampiros. Todo esto parece querer indicar que los rusos han descubierto la manera de fabricar esas malditas cosas y que las hacen en Perchorsk.
—O sea, quieres decir que…
—Harry, ¿recuerdas cómo solucionaste lo del château Bronnitsy? —Harry dejó pasar unos momentos antes de asentir con un gesto de cabeza. Lo había hecho sirviéndose del continuo de Möbius, que le permitió depositar en el lugar explosivos de plástico. Después, unas cuantas explosiones, un fuego asolador, un calor abrasador y el château quedó reducido a un montón de escombros humeantes. Y la Rama-E soviética, por sus pecados, también quedó reducida a la nada. En menos de un minuto, un acto tan salvaje y destructivo que habría podido ser la obra cumbre de la vida de un hombre.
—Lo recuerdo —respondió—, salvo que…
—Darcy, es posible que tengas razón y que el sitio tenga que desaparecer, aunque esto no ocurrirá hasta que estemos seguros, y todavía no lo estamos. Tengo la sensación de que la respuesta a mi único problema se encuentra precisamente allí. Puede ser arriesgado… Me refiero a que sé qué ha salido de aquel sitio y qué cosas pueden salir en un futuro. De hecho, yo he visto y he tratado con un ejemplo… pero de momento no puedo, no me atrevo a cerrarlo. Por lo menos, mientras desee volver a ver a Brenda y a mi hijo Harry.
Durante unos momentos pareció que Clarke había captado la idea, pero al instante exclamó:
—Harry, aquí no se trata de que sea arriesgado, sino de que es mortal, impensable. ¡Tendrías que verlo!
Después le tocó el turno a Harry, que respondió fríamente:
—Hay un par de cosas que tú también tendrías que ver, Darcy. Como, por ejemplo, el que hayan matado al viejo Kirescu y que probablemente su muerte se precipitase al enviar allí a Jazz Simmons. Y esa pobre chica ha perdido a su padre y a su hermano. En cuanto a su madre, seguramente está en un campo de trabajos forzados, probablemente medio loca después de todo lo que ha vivido y de las penas y trabajos que ha pasado. Éstas son cosas que no se pueden eliminar de un plumazo, Darcy, como es evidente que tampoco vas a eliminar de un plumazo a Brenda y a mi hijo Harry. Así es que, de momento, seguiré haciendo las cosas a mi manera.
Clarke, muy pálido, no pudo hacer otra cosa que aceptar lo que decía.
—Así pues, ¿cuál va a ser tu próximo paso? ¿Qué piensas hacer, Harry?
—Mira, necesito respuestas a unas cuantas preguntas y parece que tengo que ir directamente a la cumbre para obtener las respuestas.
—¿La cumbre?
Harry hizo un ademán de asentimiento con la cabeza.
—El Perchorsk Projekt. Si estoy en lo cierto y no sirve para criar vampiros, ¿para qué sirve? Allí hay quien podría contestar a esta pregunta y decírmelo. Tiene que haber un jefe, un director, y esa persona no es Khuv sino alguien que está por encima de él.
—Por supuesto que existe esta persona —respondió Clarke enseguida—. Khuv es el encargado de la seguridad y de nada más. El hombre que tú buscas es Viktor Luchov.
Y prosiguió informando a Harry con respecto a Luchov.
Una vez terminada la información, Harry asintió con expresión torva.
—Entonces él es el hombre con quien debo hablar. Si alguien tiene las respuestas, tiene que ser Viktor Luchov.
—¿Cuándo tratarás de verlo?
—Ahora.
—¿Ahora?
Clarke se quedó algo desconcertado.
—Pero el sitio está bajo alerta roja…
—Lo sé y por eso formaré una pantalla de humo.
—¿Una qué?
—Algo que sirva para desviar la atención. Yo me ocuparé del asunto. Tú limítate a ocuparte de la chica.
Clarke asintió y, levantando la mano, dijo:
—Te deseo toda la suerte del mundo, Harry.
El necroscopio no era capaz de guardar rencor a nadie, por eso le estrechó la mano y conjuró una puerta de Möbius. Clarke, que fue testigo de su partida, pensó un momento que también él había hecho aquel viaje y rogó a Dios para sus adentros que no se viera obligado a volver a hacerlo nunca…
Viktor Luchov volvía a estar en su despacho de trabajo, ligeramente menos austero que el utilizado por los demás trabajadores de Perchorsk, y estaba furioso. Dejando aparte el último incidente ocurrido —aquella «intromisión», en el supuesto de que se pudiese llamar de esta manera—, el director del Projekt escogió el período de alerta para ponerse en contacto con Khuv y para interrogarlo con respecto a ciertos rumores que estaban empezando a circular a través del Projekt, rumores que hablaban de brutalidad y de asesinato. Concernían a los prisioneros de los funcionarios de la KGB, es decir, a Kazimir y Taschenka Kirescu.
Tal vez las palabras de Luchov fueran excesivamente avinagradas (después de todo, las sirenas que resonaban en todo el complejo igual que aullidos lo arrancaron del mejor de sus sueños), pero esto no podía excusar de ninguna manera la respuesta de Khuv, que había sido sumamente brusca por no calificarla de algo peor. Es decir, lo que dijo a Luchov fue que no le diese más la lata y le dejase que se ocupara de la seguridad del Projekt con el menor número de interferencias posible. O mejor aún, sin ningún tipo de interferencias. Aquel enfrentamiento no se había producido en privado, sino en la zona destinada a prisión, donde los «espers» de Khuv se amontonaban en una de las celdas en busca de algo que hacer.
—¡Sólo para husmear éter! —había dicho uno de ellos.
Atónito ante el caos y la confusión reinantes, Luchov pidió que le mostraran a los prisioneros, lo que provocó que Khuv le replicara de manera tan inconveniente.
—Oye una cosa, camarada director —dijo el comandante de la KGB entre dientes—. Me encantaría mostrarte a Tassi Kirescu. Ésta era su celda. Hace poco más de una hora que la chica estaba aquí y fuera, en el pasillo, había un guardián de servicio. Pero resulta que, poco después… —y al decirlo levantó las manos en alto—… la chica ya no estaba aquí, pese a que la puerta seguía cerrada con llave. Ahora bien, soy perfectamente consciente de que tú tienes en poca estima a la Rama-E y en ninguna estima a la KGB, pero no dudo de que para ti y para tu mente ultracientífica será algo totalmente excepcional, incluso diría algo metafísico, lo que ha ocurrido aquí. Mis «espers» están tratando de averiguar qué ha pasado, mientras yo, que no poseo talento ninguno como «esper», intento encontrar sentido a las informaciones que ellos me están proporcionando. Así es que éste no es precisamente el momento ideal para que vengas a entrometerte.
—¡Tú vas demasiado lejos, comandante! —le gritó Luchov.
—Pues todavía pienso ir más allá —le contestó Khuv, gritando también—. Si no te apartas de mi camino, haré que te escolten hasta tu despacho y que te encierren bajo llave.
—¿Qué dices? ¿Cómo te atreves a…?
—Escucha, maldito científico —le interpeló Khuv—. En mi calidad de supervisor de seguridad de este Projekt, me atrevo a lo que sea. Y ahora te lo voy a repetir una vez más: la criatura que apareció por la Puerta está muerta, eliminada por una persona o cosa desconocida; esa chica llamada Kirescu, que hasta ahora era prisionera mía, se ha esfumado; su padre… ha muerto… Un desafortunado accidente, por cierto. Me aseguraré de que recibes una copia del informe. Y como remate de todo, en el Projekt ha penetrado un intruso. Nuestra seguridad se ha visto violada de la peor manera posible. Lo repito una vez más: nuestra seguridad. Y ésta es mi esfera de trabajo, director, no la tuya. Así es que vuelve a la cama. Vuelve a tus matemáticas y a tu física y a todo lo demás. Vete a estudiar tu magma y tus agujeros grises y tus aceleradores de partículas…, haz lo que sea, pero déjame tranquilo.
Y Luchov, callando al punto, volvió a sus habitaciones y se puso a escribir un informe furibundo y detallado de las presuntas actividades de Khuv y de su acto de insubordinación.
Entretanto, durante los últimos cinco minutos, Harry Keogh estaba haciendo de las suyas. Primeramente apareció en la parte exterior del Projekt, en la rampa vigilada que se introducía en la pared del barranco de Perchorsk, donde disparó contra uno de los soldados que estaban montando guardia. Su intención no era acertarle, pues habría necesitado razones muy poderosas para enviar a otro ser humano a juntarse con la Gran Mayoría. Antes de que el soldado tuviera tiempo de dispararle, Harry se ocultó bajo un montón de nieve arremolinada… y escapó a través de una puerta de Möbius.
Desde allí volvió a personarse en la habitación de la cosa. Al hacer su aparición en ese lugar, inmediatamente se puso en condiciones de regresar al continuo de Möbius. Pero aquella habitación estaba vacía, por lo que se limitó simplemente a ir hasta la puerta cerrada con llave y a golpearla, gritando para que lo dejaran salir. El guardián que se encontraba fuera de la habitación respondió a su llamada, naturalmente, y al cabo de unos momentos respondió igualmente el sistema de alarma.
La segunda visita fue a la celda de Tassi Kirescu. Apareció en ella surgiendo en medio de un puñado de «espers» desconcertados, propinando a dos de ellos unos puñetazos rápidos y certeros y se retiró al continuo de Möbius. Detrás de él quedaban tumbados en el suelo Leo Grenzel y Nik Slepak, que se debatían entre lamentos, mientras los demás, lívidos y con ojos como platos, se preguntaban qué habían visto y sentido realmente. Grenzel especialmente tenía motivos para sentirlo, y no sólo por los dos dientes frontales que Harry le había dejado bailoteando de un puñetazo.
—¡Es él! —farfulló, sentándose y escupiendo sangre—. ¡Es él!
Khuv se dirigía al alojamiento que tenía la KGB cuando de pronto se pusieron a sonar nuevamente las sirenas. Después de soltar un taco, aceleró la marcha y, al cruzar una puerta situada entre dos tramos del pasillo, se tropezó con Harry Keogh. Lo reconoció al momento… o así se lo figuró. Khuv tenía buena memoria, había visto fotografías de este hombre, en otro tiempo jefe de la Rama-E británica, ¡Alec Kyle!
Harry apretó el cañón de su Browning contra la barbilla de Khuv y le espetó:
—Por la expresión de tu cara veo que me conoces, lo que me sitúa en situación de desventaja. De todos modos, déjame que trate de adivinar quién eres: ¿el comandante Chingiz Khuv? —Khuv tragó saliva, asintió con la cabeza y levantó las manos—. Comandante, te has metido en un buen lío —dijo Harry apretando el arma todavía con más fuerza—. Si quieres que te dé un buen consejo, trata de salir con bien mientras todavía puedas. Y procura no volver a toparte nunca más conmigo.
Se apartó de Khuv, retrocediendo unos pasos, y buscó una puerta.
En el momento en que Harry se distrajo, Khuv sacó el arma de la pistolera y disparó contra él. Harry sintió la bala que le rozaba el rostro como el aguijón de una abeja y que penetraba para siempre en el interior del continuo de Möbius. Después Khuv y el pasillo dejaron de existir y se encaminó hacia otra parte.
Apareció en una sala militar situada en el interior de los compartimentos oficiales del Projekt, colocó el cañón de su pistola en la oreja del sargento de guardia, que en aquel momento estaba sentado ante su escritorio, y le ordenó que le indicara el camino hacia los aposentos del director Luchov. El sargento, aterrado, le indicó lo que quería saber en un plano de pared, un diagrama del complejo de Perchorsk, y Harry lo recompensó propinándole un golpe seco en el cuello que lo dejaría fuera de circulación por lo menos durante media hora. A continuación volvió a ponerse en marcha.
La cortina de humo de Harry ya estaba formada. Eran exactamente las 5.22, hora local, al materializarse en el conjunto de habitaciones que pertenecían a Viktor Luchov. Éste se encontraba hablando por teléfono, inquiriendo qué era todo aquel clamor de alarmas, en el momento en que llegó Harry. Estaba de espaldas a él; le dejó que terminara la conversación y colgara el teléfono antes de dirigirle la palabra.
—¿Director Luchov? Estas alarmas están sonando por mí. —Y apuntando su pistola automática directamente al corazón de Luchov añadió—: Mejor será que te sientes.
Luchov, girándose después de haber colgado el teléfono, vio a Harry, después el arma que llevaba y a continuación el sitio al que apuntaba, por este orden. Lo que hizo que se tambaleara como si acabara de recibir un balazo en la sien.
—¿Cómo? ¿Quién?
—¿A quién le importa eso? —le dijo Harry—. Y menos aún lo que vengo a buscar aquí.
—¡El intruso de Khuv! —pudo articular finalmente Luchov—. ¡Y yo que me figuraba que todo esto formaba parte de algún elaborado esquema de los suyos!
—¡Siéntate! —volvió a ordenarle Harry, indicándole una silla con un movimiento del arma.
Luchov hizo lo que Harry le ordenaba, mientras sus venas amarillentas latían atropelladamente bajo la piel cubierta de cicatrices de aquel cráneo que parecía cauterizado. Harry observó la deformidad de Luchov y se dio cuenta de que el daño era reciente.
—¿Un accidente?
Luchov, con los labios muy apretados y con la respiración todavía entrecortada, no respondió. El y Harry saltaron simultáneamente al teléfono cuando sonó el timbre discordante y repetido. Harry frunció el entrecejo. Allí debían de trabajar personas realmente inteligentes, pues daba la impresión de que lo habían localizado. Así pues, no tendría tiempo de interrogar a Luchov… por lo menos en su despacho.
—¡Levántate! —le ordenó, acercándose a Luchov y haciéndolo obedecer de un empujón.
Y mientras seguía teniéndolo asido, conjuró una Puerta y lo arrastró a través de ella.
Sólo un instante después estaban en la rampa del barranco; la nieve se clavaba en sus ojos y un viento helado soplaba a lo largo del cañón. Harry levantó los ojos para contemplar las desoladas montañas que asomaban sus crestas entre la nieve. Luchov, dándose cuenta del lugar en que se encontraba, un lugar donde según todas las leyes de la ciencia no tenía ningún derecho a estar, apenas si tuvo voz suficiente para formular una petición inarticulada antes de que… Harry lo arrastrara berreando a través de otra Puerta, pasara a través del continuo de Möbius y saliera en un reborde situado en lo alto del barranco de Perchorsk. Luchov, al ver la profundidad que se abría bajo sus pies, a punto estuvo de desmayarse, pero se limitó a soltar un grito estridente y a apretarse contra la cara del acantilado que tenía detrás de él. Y Harry volvió a ordenarle:
—Siéntate… si no quieres caer.
Luchov se sentó con grandes precauciones, se arropó con la bata que llevaba puesta y comenzó a temblar, en parte de frío y en parte de terror, a consecuencia de la experiencia totalmente increíble y, pese a todo, ineludible. Harry hincó una rodilla y escondió el arma.
—Ahora —le dijo—, teniendo en cuenta cómo vamos vestidos, nos quedan entre diez y quince minutos antes de morir congelados. Así es que lo mejor que puedes hacer es hablar y aprisa. Hay varias cosas que quiero saber del Perchorsk Projekt, y tengo buenas razones para pensar que tú eres la persona más indicada para comunicármelas. Así es que yo haré las preguntas y tú darás las respuestas.
Luchov trató de poner orden en el torbellino de sus pensamientos lo mejor que pudo y de recuperar algo de su dignidad perdida.
—Sí…, si a mí me quedan quince minutos, lo mismo te ocurrirá a ti. Los dos nos quedaremos congelados.
Harry sonrió maliciosamente.
—No eres nada rápido en lo que se refiere a pensar, ¿verdad? Yo no tengo por qué quedarme aquí contigo. Puedo dejarte cuando se me antoje. Así…
Y de pronto desapareció, mientras unas ráfagas de nieve se arremolinaban en el espacio que ocupaba hacía unos momentos. Pero volvió y dijo:
—¿Qué pasará entonces? ¿Quieres hablar o te dejo aquí?
—¡Tú eres un enemigo de mi pueblo! —le soltó Luchov bruscamente, sintiendo que el frío comenzaba a dar un mordisco en sus carnes.
—Ese lugar que ocupáis —dijo Harry indicando con la cabeza el brillo de plomo que resplandecía a sus pies— es un enemigo del mundo…, por lo menos en potencia.
—Si yo te cuento algo del Projekt…, lo que sea…, me convertiré en traidor —protestó Luchov.
Esto no era decir nada a Harry, aparte de que ahora también él comenzaba a tener frío.
—Oye —dijo—, has visto qué puedo hacer, pero todavía no lo has visto todo. Yo también soy necroscopio y puedo hablar con los muertos. Es decir, puedo hablar contigo estando vivo o hablar contigo estando muerto. Si estuvieras muerto, estarías más que contento de poder hablar conmigo, Viktor, porque entonces yo sería el único contacto que mantendrías con el mundo.
—¿Hablar con los muertos? —dijo Luchov encogiéndose todavía más dentro de sí mismo—. ¡Estás loco!
Harry se encogió de hombros.
—Es evidente que sabes muy poco acerca de los «espers». Me doy cuenta de que tú y Khuv no os lleváis demasiado bien.
Los dientes de Luchov empezaron a castañetear.
—¿Qué dices de los «espers»? ¿Qué tiene que ver esto con los «espers»?
A Harry se le estaba agotando la paciencia y el tiempo de que disponía.
—Está bien —dijo, levantándose—, veo que necesitas que te convenza y por esto voy a dejarte. Me voy a otra parte, a un sitio donde haya mejor temperatura. Volveré dentro de cinco… o quizá de diez minutos. Entretanto puedes decidir: o hablas conmigo o te las arreglas para huir trepando. Si quieres que te diga lo que pienso, no creo que lo consigas. Creo que caerás en el fondo y que volveremos a hablar cuando encuentre tu cuerpo en lo más profundo del barranco.
Luchov se llevó la mano al tobillo. Todo aquello parecía una pesadilla… sí, forzosamente tenía que ser una pesadilla… parecía terriblemente real, tan real como el tobillo de carne y huesos que se agarraba con la mano.
—¡Espera, espera! Dime qué quieres saber.
—Así está mejor —dijo Harry.
Y arrastrando a Luchov por los pies, lo llevó a un lugar más confortable: una playa de Australia al anochecer. Luchov sintió la arena caliente bajo sus pies, vio un océano cubierto por el débil resplandor de las fulgurantes cabrillas que brillaban en la superficie y se sentó bruscamente al sentir que las piernas se le doblaban. Estaba sentado en la arena, con los ojos muy abiertos, temblando, agotado…
La playa estaba desierta. Harry miró a Luchov y le hizo una seña con la cabeza. Se quitó la ropa, se quedó en calzoncillos y se echó al agua para nadar un rato. Cuando salió del mar Luchov estaba preparado para hablar…
Así que Luchov terminó de hablar (lo que equivale a decir que Harry había terminado de hacer preguntas) ya estaba oscureciendo. Por la playa llegaron unos cuantos coches que, con los motores rugiendo, se apostaron a unos cuatrocientos metros de distancia y de ellos salieron jóvenes con mantas y artilugios para hacer una barbacoa. Las risas y la música de rock llegaban a oleadas con el viento que soplaba sobre la playa.
—En Perchorsk ahora es de día, es la mañana —dijo Harry—, pero todavía deben de estar dando vueltas y buscándote por todas partes. Si Khuv dispone de un especialista en localizaciones, sabrán aproximadamente dónde te encuentras. De todos modos, para estar seguros, primero recorrerán todo el Projekt con un peine de púas finas. Todos los que participen en la búsqueda estarán agotados. Pero una cosa es segura: Khuv ahora conoce algunas de las razones por las cuales estaba en contra.
»Y ahora escucha: tú has colaborado conmigo y quiero hacerte una advertencia. Es posible que yo tenga que destruir Perchorsk. No porque a mí me interese destruirlo, ni porque haya una nación o un grupo específico de gente que desee que lo destruya, sino porque interesa al mundo que ese lugar se destruya. En cualquier caso, aunque yo no lo hiciera, Perchorsk acabaría por ser destruido. Los Estados Unidos no van a quedarse sentados esperando que sigan saliendo monstruos de un sitio como éste.
—Por supuesto —respondió Luchov—, ya he previsto esa eventualidad. Hace unos meses que hice esta advertencia a gente autorizada y ofrecí mis recomendaciones. La advertencia fue atendida y las recomendaciones aceptadas. Esta misma semana, posiblemente mañana mismo…, hoy incluso…, comenzarán a llegar camiones a Perchorsk desde Sverdlovsk. Llevarán nuevos sistemas de seguridad. En este punto, ya que no en otros, estamos completamente de acuerdo. De Perchorsk ya no volverá a salir nunca más ningún ser extraterrestre…
Harry asintió con un gesto.
—Antes de que vuelva a trasladarte allí —le dijo— quisiera pedirte otra cosa. Teniendo como tenéis aquella Puerta espacio-tiempo en las entrañas de Perchorsk, ¿cómo es que me consideráis tan extraordinario? Me refiero a que es muy probable que los dos principios se encuentren muy cerca uno de otro. En Perchorsk tenéis un agujero gris… y yo hago uso de una dimensión o espacio-tiempo que es diferente de la mía propia.
Luchov se puso de pie y, muy envarado, se sacudió la arena que había quedado adherida a su ropa.
—Yo sé cómo nació la Puerta de Perchorsk y he estudiado gran parte de los cálculos matemáticos relacionados con ella. La Puerta es una realidad física que no tiene nada de pasajero o de insustancial. Es física, no metafísica. Ya sé que es resultado de un accidente, pero por lo menos yo sé cómo ocurrió este accidente. Tú, en cambio, eres un hombre y nada más que un hombre. Y la verdad es que no tengo ni la más mínima idea del sitio de donde has salido.
Harry se quedó reflexionando antes de contestar y asintió con la cabeza.
—De hecho, yo también llegué a figurarme que era un accidente —dijo—, el producto de una combinación basada en una probabilidad contra un millón. En cualquier caso, ya te he advertido con respecto a Perchorsk: si sigues allí, tu vida corre peligro.
—¿Crees que no lo sé? —dijo Luchov encogiéndose de hombros—. Pero se trata de mi trabajo y tengo que terminarlo. ¿Y tú? ¿Qué vas a hacer ahora?
—Quieres decir, después de que te haya devuelto a tu puesto. Tengo que saber qué ocurre al otro lado de la Puerta. Allí tiene que haber otras cosas aparte de las pesadillas que tú describes.
Tenía que ser así porque, de lo contrario, ¿cómo podían existir en aquel sitio su hijo Harry y su madre? Esto suponiendo que estuvieran allí, porque ¿y si hubiera otras dimensiones aparte de aquélla?, ¿y si su hijo Harry se hubiera llevado a su madre todavía más lejos?
Harry soltó a Luchov junto a las grandes puertas correderas del compartimento de servicios, abandonándolo en medio de la luz grisácea de la mañana y de la lobreguez de la nieve. Luchov aporreó la ventanilla de la puerta, bramando para que lo dejaran entrar. A continuación Harry se trasladó a las habitaciones de Luchov (que estaban vacías y cerradas desde fuera), donde se puso una bata blanca que había visto colgada allí en su última visita. La bata constituía el signo distintivo de todos los científicos y técnicos del Projekt. En el bolsillo de la prenda encontró unas gafas oscuras y se las puso.
Procurando actuar con la máxima naturalidad, se encaminó hacia el corazón del magma y se materializó en la circunferencia de los anillos de Saturno, a medio camino entre dos grupos de cañones Katushev que estaban en manos de soldados. Se quedó totalmente inmóvil, pero con una puerta de Möbius fija en la mente por si debía buscar cobijo rápidamente a través de ella… pero todo parecía funcionar a las mil maravillas. Un soldado que estaba perezosamente repantigado en la fina pared del magma advirtió su presencia y al primer momento lo miró con aire sorprendido, pero enseguida se puso en posición de firmes y le dedicó un desmayado saludo. Harry clavó en él los ojos, cosa que provocó una gran desazón en el pobre soldado, y a continuación se volvió y escrutó aquella enorme cueva tan poco natural en la que se encontraba. Observó especialmente la esfera de luz cegadora que era la Puerta…
Había otros técnicos alrededor. Todo el mundo tenía aspecto cansado después del turno de noche, hasta los artilleros, sentados en sus asientos acolchados en forma de cubo, desde los cuales mantenían los cañones apuntados hacia la Puerta. Dos científicos pasaron por el lado de Harry, hablando y caminando en dirección a la esfera. Uno de ellos le dirigió una mirada al pasar, le sonrió y le hizo un ademán familiar. Harry no pudo por menos de preguntarse por quién debía de haberlo tomado, pero le devolvió el saludo y se puso a seguir a la pareja. Cuando ya llegaba al nivel en que la pasarela cambiaba de dirección y se dirigía hacia el centro, directamente hacia la esfera de luz, oyó detrás de él a un soldado que gritaba:
—¡Eh! ¡No se ponga directamente en la línea de fuego, señor! ¡Son las normas!
Harry miró con naturalidad por encima del hombro y siguió caminando. Ya había dejado atrás la plataforma y ahora estaba moviéndose por la pasarela. Incluso cuando la puerta de la valla electrificada comenzaba a cerrarse, pasó a través de ella y llegó a los tablones calcinados. Detrás de él volvieron a abrirse las puertas y oyó pasos que se aproximaban corriendo. Harry percibía murmullo de voces indignadas, pero más bien estaba consciente de los Katushevs apuntados directamente contra él o quizá no directamente contra él sino contra la Puerta, lo que venía a ser lo mismo.
—¡Sir! —gritó una voz a su oído, directamente detrás de él.
Harry conjuró una puerta de Möbius… y con un desacostumbrado temblor que le producía el pánico advirtió que las cosas no funcionaban.
En la mente de Harry no quedaba perfectamente delimitado el perfil de la puerta, y sus bordes se le presentaban desdibujados, como los de un espejismo contemplado a través de un manto de niebla. Flotaba sobre él y se movía hacia la esfera como atraído por ella, pero quedaba detenido allí, diluyéndose gradualmente y temblando sobre la pasarela de madera. Harry no había visto nunca una cosa parecida. Conjuró una segunda puerta con el mismo resultado: la esfera las atraía y repelía al mismo tiempo, las hacía menos sustanciales, las inmovilizaba, las rompía, ¡las borraba!
Sobre el hombro de Harry cayó una mano y oyó gritos que procedían de la amplia escalera de madera que emergía del pozo del magma. Alguien que tenía una voz estridente gritaba a todo pulmón.
—¡Está aquí! ¡Está aquí!
Cuando el sargento que había puesto la mano en el hombro de Harry lo obligó a darse la vuelta, dirigió la mirada a las escaleras y vio a Chingiz Khuv y a otro hombre que bajaban por el pozo, lo que hizo que pensara: «¡Vaya por Dios! ¿Es que este hijo de puta no duerme nunca o qué?»
Khuv parecía sostener a su compañero, como si quisiera evitar que cayera cuan largo era. El hombre al que ayudaba era uno de los «espers» que Harry había golpeado cuando formaba su cortina de humo. Y era también el que gritaba. Después apuntó con el dedo directamente a Harry y gritó por última vez:
—¡Es él!
Y la oscura mirada de Khuv siguió su mano temblorosa.
Los ojos de Khuv echaron chispas al instante.
—¡Abran fuego! —gritó al momento, apuntando también a Harry y gritando igualmente—: ¡Disparen contra él! ¡Mátenlo! ¡Es un intruso!
El sargento que había puesto la mano sobre Harry lo soltó al punto, dio un paso atrás y fue a coger la pistola que llevaba sujeta en la cadera, pero Harry se le adelantó y de un puntapié lo envió volando fuera de la pasarela. Al cruzar los tableros, Harry quedaba a un nivel más bajo, fuera de la línea de fuego de los Katushevs. Harry conjuró una puerta de Möbius situada al mismo nivel que la pasarela, suspendida sobre el espacio vacío. Sabía que debía echarse de cabeza en ella, pero la puerta oscilaba y se combaba, ascendía y se dirigía hacia la esfera de luz.
Harry podía oír que el soldado que estaba al mando del Katushev gritaba:
—¡Apunten al frente!
Y sabía que la orden siguiente iba a ser:
—¡Fuego!
Tenía que desaparecer cuando se diera aquella orden. Antes de que la puerta de límites desdibujados, que se estaba desintegrando lentamente, pudiera desaparecer por completo, saltó dentro de ella. Aun cuando parecía impresa sobre la misma superficie de la esfera, seguía siendo la única oportunidad que le quedaba.
Atravesó, pues, la puerta… y entró en un infierno de agonía mental y física.
Cuando Harry recuperó el conocimiento se encontró arrastrado a través del continuo de Möbius, aparentemente moviéndose por una región del mismo que era nueva para él. Sentía que tanto su cuerpo como su espíritu estaban muy maltrechos y que aquel sexto sentido que normalmente poseía, cortante como una navaja de afeitar, ahora estaba romo y obtuso. No sin extraordinarios esfuerzos, formuló sus ecuaciones mentales y conjuró una puerta que se abría hacia huecas profundidades del espacio tachonadas de estrellas de extrañas constelaciones. La cerró inmediatamente y buscó otras a tientas.
Encontró una que se abría al futuro y atisbó por ella. Aquí no se tendían hacia el futuro los hilos azules de la vida, sino únicamente los suyos, que se doblaban violentamente más allá de la puerta para desaparecer en ángulo recto de su vista. El pasado era igualmente hostil; en realidad, parecía que en ese lugar no había pasado, sino únicamente un océano de estrellas interminable e impersonal. La ausencia de actividad humana, incluso de cualquier otra actividad, reforzaba la opinión de Harry de haber sido echado del camino y haber dejado muy atrás el mundo de los hombres.
Comenzando a sentirse presa del pánico, intentó una última puerta… y ante sus ojos se ofreció la superficie de una estrella que rugía como una caldera. Cerró también aquella puerta y se forzó a adoptar un estado de calma, situación en la que podía aplicar por lo menos un cierto razonamiento al problema. Estaba perdido, en efecto, pero sabía que lo que se pierde puede encontrarse. No sabía dónde estaba ni cómo había llegado a aquel sitio, pero, si había llegado hasta allí, quería decir que tenía que haber un camino de retorno. Sin embargo, el espacio es un lugar muy grande y Harry Keogh se sentía como una mota minúscula en el ojo del infinito.
Después…
¿Harry?, lo llamó una voz en un murmullo, una voz familiar y distante que le hablaba dentro de la cabeza. ¡Me ha parecido reconocerte!
La voz ahora sonaba más cerca y rápidamente iba haciéndose más potente.
Pero ¿qué pasa aquí? ¿Has violado los límites?
—¡Ah, Möbius! ¡Gracias a Dios! —dijo Harry.
¿Dios has dicho? Dios está fuera del campo de mis investigaciones, Harry, dijo Möbius. Prefiero dar las gracias a mis ecuaciones, si no te importa. Aunque supongo que también podría argumentarse que se trata de lo mismo.
—¿Cómo es que está aquí? —dijo Harry, ahora más calmado—. ¿Dónde estamos?
Esto es la constelación de Orion, respondió Möbius. Y lo que quería preguntarte precisamente era esto: ¿qué estás haciendo aquí?
Harry se lo explicó.
¡Vaya, vaya!, dijo Möbius en tono reflexivo. Volvamos primero a casa y después veremos si podemos encontrar una explicación a lo que ha ocurrido. Si quieres seguirme…
Harry se quedó con Möbius y se dirigió con él rápidamente a casa, materializada en la tumba de Leipzig. Era de noche, lo que pareció indicarle que se había pasado un día entero (¿o habían sido dos?) en el continuo de Möbius. Ante la luz gris e invernal del cementerio, Harry parpadeó, se tambaleó, pues sus piernas no le sostenían, y se sentó en la grava, junto a la lápida de Möbius.
Necesitas un buen descanso, hijo mío, le dijo Möbius.
—Tiene razón —admitió Harry—, pero primero querría saber si podrías explicarme lo que me ha ocurrido.
Creo que puedo, dijo el matemático. Tú mismo has igualado mi dimensión lineal de un plano paralelo y esta puerta a Perchorsk conduce a otra; las dos son puertas entre planos de la existencia. Ambas son condiciones negativas, manchas en la superficie perfecta del espacio-tiempo normal. Ahora bien, coge dos imanes y junta sus polos negativos, ¿qué ocurre?
—Pues que se repelen —dijo Harry encogiéndose de hombros.
Exactamente, pues esto es lo que ocurre con la Puerta y las puertas que tú creas mentalmente. Sin embargo, la Puerta de Perchorsk es más fuerte, por lo que la repulsión es mucho más violenta. Cuando tú te servías de la puerta junto a la Puerta de la esfera, eras propulsado al continuo de Möbius como el proyectil que sale del arma. Tus ecuaciones estaban desenfocadas, tu cuerpo experimentaba tensiones que no habrías imaginado nunca que podías soportar en el mundo físico. En el espacio tridimensional habrías muerto instantáneamente. El continuo te ha salvado porque es infinitamente flexible. Aprende la lección: no puedes imponer tu ser metafísico a la Puerta. Crúzala como un hombre, por el medio que sea, si tienes que hacerlo, pero no quieras intentar nunca servirte del continuo de Möbius para conseguirlo.
Harry frunció el entrecejo y asintió lentamente con la cabeza.
—Tiene razón —dijo—, he sido un loco, pero no ha sido totalmente culpa mía. Yo no quería utilizar el continuo en conjunción con la Puerta. Lo que pasó es que funcionó de esa manera. Sin embargo, mi curiosidad ha actuado contra mí. Tenía que ver cómo era esa Puerta, verlo con mis propios ojos. Y ahora, en todo el Perchorsk Projekt no hay ni un solo hombre que no me conozca. La próxima vez que asome la nariz en ese lugar, tenga por seguro que me vuelan la cara.
¿Qué vas a hacer ahora?
Harry se apoyó en la lápida y lanzó un suspiro.
—No lo sé. Lo único que sé es que estoy cansado.
Ve a casa, dijo Möbius, duerme y descansa. Cuando despiertes, todo estará mucho más claro.
Harry le dio las gracias, se despidió e hizo lo que Möbius acababa de aconsejarle. Apareció en el piso de Jazz Simmons, a cinco centímetros por encima de la cama y tumbado boca abajo. Después fue bajando lentamente… Antes de que su cabeza tocara la almohada había caído dormido.